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Cómo nos encanta la idea de lo último. [Café Perec]
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Domingo Ródenas de Moya sobre MONTEVIDEO (Revista Ínsula)
Después de tres años de silencio, Enrique Vila-Matas ha regresado
en Montevideo (Seix Barral) a su propia casa, la de una escritura impulsada por un prurito palingenésico: el de la posibilidad de regenerarse o reinventarse cuando todo lo que había que decir parece haber sido dicho. No se trata sin más de otro tirabuzón metaliterario, sino
de una pesquisa sobre la insensatez de obedecer a la necesidad de escribir, sea lo que sea, y, en el mismo envite, una interrogación sobre el modo en que la propia identidad está encadenada a la literatura.
Esta constituye una extraña forma de vida —título de su novela de
1997—, pero también una matriz donde va adquiriendo sus rasgos la personalidad del escritor. Vila-Matas ha vinculado a menudo el acto de la escritura al imaginario de los viajes, los hoteles y las ciudades a las que acude, escenarios de hechos insólitos y criaturas extravagantes de las que sabe extraer todo su potencial cómico. El hueso de este último fruto de Vila-Matas no es otro que el deseo de cambiar de estilo (un motivo que también estaba en Dublinesca y en los cuentos de Exploradores del abismo), como si ese dejar atrás una piel ya desgastada fuera un talismán para la subsistencia o como si temiera que en la repetición está la muerte. La novela abre una nueva estancia en la casa metaliteraria del escritor, en la que ya parecía explorada toda su superficie. Y ese es un mérito considerable.

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Habla hoy Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza, en MagazIN.

Una editora, como ella misma explica a continuación, “es un ser emboscado, alguien que observa todo como si fuera por detrás de la puerta”. Habla Eva Serrano, fundadora de la editorial Círculo de Tiza. Desde ese quicio metafórico, desde esa franja, la editora mira cómo los seres humanos hacen y dicen cosas inesperadas, pero sobre todo, observa cómo lo describen los escritores que edita, en este caso, Dorothea Brande, Patricia Highsmith, Ursula K. Le Guin, Juan Cruz, o incluso el probable próximo premio Nobel español, Vila-Matas.
https://www.elespanol.com/mujer/protagonistas/20230409/eva-serrano-editora-no-enamoras-personas-libros/753924697_0.html
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Leer en circunstancias adversas / Sabino Méndez.
Sobre tratar de tener, de nuevo, un buen panorama en las letras españolas.

La tónica general de la narrativa hispánica de los últimos años es una renuncia a la reflexión sobre sí misma. Mientras otras artes se escinden en corrientes contrapuestas de máxima abstracción y a veces reflexión sobre sus propios modos y herramientas, la narrativa española se ha teñido de un miedo cerval a caer en cualquier posible ombliguismo vano y ha considerado más urgente dirigir su mirada hacia los seres humanos y sus colectivos, convirtiendo sus cuitas en la exigencia primordial de su arte. Los narradores se han tensado con flexibilidad entre la directa figuración y las innumerables variantes de las distopías, perdiendo quizá de vista que las narraciones distópicas son al fin y al cabo un invertido reflejo especular del costumbrismo. Ni figuración ni distopía tienen nada de malo cuando se realizan con brío y calidad, siendo innegable que existen artistas de excelente página construyendo carreras genéricas en ese sentido en nuestro país. La vitalidad creativa es notable. Ahora bien, el único problema es que, cuando una literatura deviene exclusivamente cromos sociológicos, esa literatura probablemente se acaba.
Un efecto secundario de esa tendencia es la distorsión en la formación de lectores y el horizonte de lo que se espera de ellos. Al igual que en ciertas épocas del romanticismo, de una manera general se considera actualmente un buen lector aquel que se identifica con los protagonistas de una historia. Ese más que discutible valor supremo provoca que gran parte de las ficciones actuales tengan un enojoso aire de cuentos juveniles para adultos, no dejando espacio para la lectura suspicaz. Aparecen muchas veces una tristeza y un dolor sobreactuados. Pierre Menard y su Quijote serían hoy muy mal recibidos por ese actual lector hispánico, plañidero de los males de nuestra sociedad moderna. No es el único lugar en el que pasa. En el medio literario francófono, resulta común oír decir a escritores como Lemaitre o Carrère que aspiran a depurar de ornato puramente literario su lenguaje para hacerlo más accesible al lector de a pie. Por el camino de esa tendencia general, se pierde algo de aquel humor y erotismo que, al menos en nuestro país, arrancó a final del siglo pasado con la generación que podríamos llamar ‘shandy’, iniciada en Javier Marías y que, ganando sus galones de cosmopolitismo absoluto con Enrique Vila-Matas, aglutinó un tipo de vigorosa narrativa exploratoria donde el tiempo borró las fronteras nacionales para crear una línea de dispares registros cómplices que iban desde Alan Pauls a Horacio Castellanos Moya, Juan José Saer o Rodrigo Fresán, culminando al filo del cambio de siglo en la obra de Roberto Bolaño, indudablemente el escritor de habla hispana más reconocido internacionalmente, años después de las épocas del ‘boom’ latinoamericano.
¿Nos hemos de conformar con escoger necesariamente entre ser testimoniales o raros?, ¿entre realistas y distópicos?, ¿en aceptar una verosimilitud (la anglo) que no es nuestra verosimilitud? La ciencia ficción china puede ser muy interesante y sus imitadores anglos no menos, pero, si vibra usted como lector con las posibilidades de lo ‘weird’ busque libros como ‘El mundo en la era de Warik’, de Andrés Ibañez, o ‘Mantra’, de Rodrigo Fresán, publicados aquí ya cuando despuntaba el nuevo siglo y cuya rareza tampoco ha sido llevada ni un paso más allá.
¿Cómo explorar sendas literarias a machetazos sin perderse en la selva? Bueno, siempre está ahí el recurso de volver a las fuentes de la poesía. Frente al asalto de la inteligencia artificial, el único combate practicable para el escritor en el futuro será redefinir las percepciones. Algo que la buena poesía hace cada equis tiempo de una manera irrepetible. Las percepciones, en la medida que provienen de una experiencia individual, jamás serán replicables por la IA. ¿Recuerdan la multiplicación de festivales de poesía que se dio a principios de siglo en la península? Sueño con que corra de nuevo la buena poesía por las redes y (aunque ya sé que es mucho pedir) asistir a un combate estilístico de ‘wrestling’ en un ‘ring’ a cuatro bandas, donde en una esquina se encontrara Borges, en otra Philip K. Dick, en otra Rafael Chirbes y en otra Hunter S. Thomson. Y entonces, como decía aquel, sí que tendremos de nuevo un bonito panorama.
[ABC. 3 de abril 2023]
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Vila-Matas, pintor cultural, examina la creatividad actual. (fragmento de Peajes de la crítica latinoamericana, de Willfrido H. Corral.
Enrique Vila-Matas, mundializado sin fin, nos tiene acostumbrados
a la frase ingeniosa, al título atractivo, a la naturalidad
para resumir conceptos inteligentemente, a captar lo
netamente original en nuestra telenovela de posverdades, a
no hacer concesiones con gusto, y a separar al creador de
la creación en una época en que algunos novelistas de lengua
española se esfuerzan por mostrar un cosmopolitismo
arraigado lingüísticamente en su idioma. Las más de veinte
reseñas de la primera edición de Impón tu suerte (2018), la
mayoría españolas, coincidían, por enésima vez, en que sus
libros son biblias de un hereje, señalando su franqueza de
lector artístico, e incluso sugiriendo erróneamente que el
más reciente es una venturosa autoayuda literaria. Aun así,
no se aproximan a todo lo que genera Vila-Matas cuando,
como un intruso libresco, examina literatura y arte como
una composición natural, sin importarle a quién le moleste.
Aquellas reseñas, repetitivas respecto a las novedades que
ofrece Vila-Matas, rara vez se dirigen a su absoluta libertad
ante el mundo en que se mueve y escribe. Él mismo ha dicho
recientemente en «El mensaje suspendido», una nota de
febrero de 2020 inspirada en los procedimientos de António
Lobo Antunes, que
es imposible ser un buen artista y a la vez capaz de explicar
de manera inteligente tu trabajo. ¿Y no hablaba
de esto Coetzee cuando dijo que una de las cosas que la
gente no suele comprender de los escritores es que
uno no empieza por tener algo de lo que escribir y
entonces escribe sobre ello, sino que el proceso de
escribir propiamente dicho es el que permite al autor
descubrir lo que quería decir y que normalmente
es de contenido incierto?
Esa postura crea un tipo de punto muerto crítico: si el
escritor ya sabe qué van a decir los lectores, ¿para qué molestarse
en decirlo? Y, si se es lo suficientemente inteligente para
reconocer esos obstáculos, ¿por qué no simplemente evitarlos?
Impón tu suerte, aumentado, corregido y ahora enmendado
meticulosamente con el origen de cada texto por Mario
Aznar Pérez a pocos meses de la primera edición, es una
afirmación estética definitiva de Vila-Matas, y el dedo índice
del puñado de autores españoles con reconocimiento internacional
verificable (su obra ha sido traducida a 36 lenguas
y merecido numerosos premios), y en su caso, con influencia
entre los noveles y mileniales que han tomado la crítica como
gatillo para sus ficciones y performances públicas. Esta, su
décimo quinta colección de prosa seleccionada de revistas
culturales, columnas periodísticas (las escribe desde 1968),
congresos y algunos círculos académicos, reestructura su continua
renovación de convenciones y tradiciones. Adepto a
la multiplicidad de formas y matices de la «autobiograficción
» mundial, pero no definido por ella, Impón tu suerte
obliga a releer desde otras perspectivas que él mismo fundó
sus más de veinte novelas, entre ellas, Historia abreviada de
la literatura portátil (1985), Bartleby y compañía (2000), y
para una «teoría general de la novela», Perder teorías (2010).
¿Qué tipo de lector crítico es? Habla de sí mismo en «El
lector nuevo» (320-321) cuando dice que «[…] persigue nombres,
fuentes, alusiones, salta de una cita a otra y va de la cita
al texto y del texto al volumen y del volumen a las estrellas».
Además, es incisivo y transgresivo al leer a lo griego: la escritura,
como el fuego, es un regalo de dioses laicos. Así procede
con la literatura del pasado y la actual y su «bibliodiversidad»,
como consta en «Enrique Vila-Matas, The Art of Fiction No.
247» (The Paris Review, 234, 2020), la más extensa y prestigiosa
entrevista (hecha en francés y español, y reescrita por él, según
el entrevistador) que ha dado para lectores extranjeros.
Al presentar a Vila-Matas, ganador del Premio FIL de Literatura
en Lenguas Romances, en la ceremonia de inauguración
de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2015,
Domínguez Michael fijó su «latinoamericanidad» notando
su influencia en los nacidos en la segunda mitad del siglo
veinte, y explicando una paradoja: Vila-Matas es un escritor
de culto popular, y las lecturas transoceánicas de él no son
casuales, como sostiene alguna crítica, sino causales.
Por otro lado, al hablar la crítica de la «nueva narrativa»
se ha privilegiado a la novela. Así observan Nelson Osorio T.,
«La nueva narrativa y los problemas de la crítica en Hispano
América actual» (65-83) y Desiderio Saavedra, «Nueva crítica
para una nueva narrativa. Problemas y perspectivas» (85-91),
en Actas del simposio internacional de estudios hispánicos
(1978). Quizá por eso Martínez se refiere selectivamente a
Saavedra (62), omitiendo la discusión más completa de
Osorio. Esos detalles le tienen sin cuidado a Vila-Matas, y su
libro transmite que cuando decide escribir un libro como no
ficción, no está pensando en que presentarlo como narrativa
significa recibir menos crítica por los temas complejos sobre
los que escribe. Su imaginario se libera de su anclaje original,
como todo arte verdaderamente fuerte.
Vale recordar que en La nueva novela hispanoamericana
(1969), ensayo que traía a colación algunas teorías francesas
sobre la lengua literaria que Vila-Matas examina con cautela,
Fuentes elogió justamente a Juan Goytisolo como el puente
español de la novela que se escribía en América Latina, idea
que culminaría en la conexión con el lenguaje de La Mancha
y el protagonismo de Cervantes, acercándose al tipo de
especulación y protagonismo inesperado que a veces surge
producto del publish or perish anglófono. Pero hay diferencias
que el bienintencionado prosista mexicano no discutió,
entre otras, que él mismo no llegó a ser una influencia en
los escritores latinoamericanos recientes, y la ausencia del
mexicano de las discusiones que examino en el próximo
ensayo de este libro sobre la crítica iberoamericana de la novelística
reciente del continente es solo una prueba.
La primera diferencia es que Goytisolo en verdad nunca
llegó a ser una influencia palpable en los novelistas latinoamericanos
de su generación. Segunda diferencia: cualquier
politización que se le atribuya a Goytisolo está plenamente
ausente en el autor de Historia abreviada de la literatura
portátil. Tercera, como fija Domínguez Michael, Vila-Matas
exhibe un activismo constante en su apoyo de autores iberoamericanos
de generaciones inmediatamente posteriores a
la suya. Dicho eso, en ciertas ocasiones es demasiado magnánimo
con los escritores de aquellas generaciones, aunque
es discreto con aquellos en cuyas novelas es protagonista
o personaje. Consecuentemente hay un consenso creciente
entre aquellos y otros lectores: Paul Auster es el Vila-Matas
de la literatura mundial (recuérdese su Ella era Hemingway.
No soy Auster, 2008). Autor muy «guay» en su tierra, en las
Américas es «padre», «chévere», «bacán», según el lenguaje
popular que no práctica, aunque acaba de prologar Búnker.
Memorias de encierro, rimas y tiburones blancos (2020) del
rapero español Tote King.
Las cuatro partes de Impón tu suerte se dedican respectivamente
a I. La escritura, II. La lectura, III. La mirada (concentrada
en el arte) y IV. La idea, con un lúcido prólogo de Mario Aznar
y un epílogo del prosista como sujeta libros, donde
asevera que «En las orillas de mi obra narrativa, llevo tiempo
escribiendo una obra paralela —artículos, conferencias, ensayos—
que suele ensamblarse bien con el mundo de mis ficciones
». Esta sería «una explicación falsa de mi no ficción», para
parafrasear al Felisberto Hernández, a quien llama un «gran
fracasado» (en «Fracasa otra vez», que se debe leer de la mano
de «Por una biografía del fracaso»), porque hacía fracasar sus
mejores relatos para hundir las expectativas de sus lectores.
Como muestra esta colección con un laudable horror a
las simetrías de las que suele depender la crítica formal o
la mera exposición pedagógica, en años recientes, Vila-Matas
ha remodelado su fascinación con las vanguardias recientes
(precisamente por estar hechas de lenguaje, sus avatares no
son fantasmagóricos, sino fracasos) y la ficción autogenerada
de la cual es un maestro, ocupándose igualmente del arte
interactivo, volviendo a su apropiación libre de citas. Entre
enero y abril de 2019, por ejemplo, ejerció más de catalizador,
originador y motivador que de comisario para «Cabinet
d’amateur, una novela oblicua» (publicada como catálogo),
exhibición basada en la relación entre su obra y las instalaciones
artísticas en la Whitechapel Gallery de Londres. Así,
la performance menos censurada y más problemática de
Vila-Matas podría ser él mismo. Como todo maestro visual,
cuando retrata ilumina con un sentido de inmediatez, ocasionando
que sus lectores no sepan de quién o de qué reírse.
Su libro contiene 140 declaraciones de principio, escritas
entre 2000 y 2017, empezando con «El futuro», su mencionado
discurso de recepción del Premio FIL de Guadalajara.
Algunas provienen de su columna «Café Perec», y que en
esta haya publicado más de 200 notas entre febrero de 2010
y diciembre de 2018 da una idea de sus convicciones. Por esa
prolificidad, Impón tu suerte es más un manifiesto dilatado
que una antología (algunas selecciones pertenecen a otras
compilaciones de los que llama «dietarios volubles»), y un
hilo que las une son el aplomo, la amabilidad y el tipo de
idealismo con que comienza cada una. Al juzgar por el título
(del Impose ta chance… de René Char), Vila-Matas es un secante
de la literatura de Occidente y no soporta las políticas
de identidad nacionales, cuidadosamente asignando al escritor
lo que es del escritor, como en las notas sobre el llorado
Juan Marsé. Sería un error pensar en que su no ficción es
política al uso de las redes del mal. Para él, ese lenguaje es un
legado de voces masculinas que creen que hay algo llamado
una novela verdaderamente política, sin posiciones neutrales
en este tiempo y clima cultural. Como dice en «Pensar sin
represión», le gusta la literatura que no está muy segura de
sí misma, y a la vez la «prosa audaz, capaz de pensar sin la
menor represión; un periodismo potente, de crítica cultural
libre que vence al tiempo por su permanente huida del vocerío
general» (énfasis mío), prácticas que se nota menos y
menos en la escritura actual.
Al examinar todo lo anterior hay que tener en cuenta su
universalidad, su inmensa producción, su omnipresencia en
los debates intelectuales de su tiempo. Su calidad más importante
para ese papel es su excitabilidad intelectual. Ninguna
crítica que uno haya leído habrá parecido brillar con revelaciones
sobre los contratos sociales que las producen, y no es difícil
creer que esos descubrimientos les ocurren a los narradores
y su autor. Sin duda, su resistencia ante cualquier imposición
de carga o tributo, su casi crónica persistencia conceptual, es
el proceder que lo distingue de sus descendientes. Vila-Matas
está alerta a la esencia individual de la crítica mientras sospecha
que, a fin de cuentas, lo que le interesa más es el comportamiento
de la especie humana que sus representantes ocupados
con criticar lo nuevo. Rechaza entonces los desfiles de morales
e intercambios de modales, las costumbres exclusivamente
interpretativas, la crítica de «leyes» exegéticas e instituciones
y de dogmas e ideas sociales de los cuales los literatos saben
poco por experiencia propia, de la misma manera que no
entienden cómo se puede construir algo a la vez asombroso y
aligerado con anécdotas y confidencias literarias de perspectivas
aparentemente imposibles.
Como parte de las innovaciones literarias disruptivas de
las cuales es responsable en gran medida, dedica más energía
a lecturas perspicaces y comprobablemente novedosas de
clásicos como Kafka (como decía el checo, él estaba hecho
de literatura, no de otra cosa), Joyce (como Vila-Matas, no cree
en milagros sino en coincidencias), Walser, Nabokov, Beckett
y algunos miembros menos conocidos del grupo OuLiPo. Pero
las obras de aquellos desfamiliarizadores son un trasfondo
para enfatizar el trabajo precursor de Borges, Rulfo, Cortázar,
Monterroso, Pitol y Piglia entre los latinoamericanos; de maestros
recientes como Banville, Perec, Coetzee y Lydia Davis; y
para entender mejor a un canon conocido de otras maneras,
como hace con Cervantes (el más citado o referido después de
Borges), Stevenson, Proust y Simenon. Se puede creer que,
de alguna manera, autores como Darío, Cortázar, Ribeyro, e
incluso la peor Allende, permiten armar un argumento sobre
cómo algunas de sus obras podrían servir como manuales de
autoayuda (a lo Flaubert, Joyce, Woolf y Beckett).
Pero el hecho es que Vila-Matas evitó tales posibilidades
desde sus inicios, precisamente porque sus semblanzas, si se
acercan a retratos del artista —como bien ha argüido su crítica
al respecto, tomando como muestra un muy limitado número
de latinoamericanos—, conllevan elementos que contradicen
una visión cabal de ellos. Ahora, como asevera en su epílogo,
compartiendo la impaciencia de un Coetzee o Aira con las «novedades
»: «no me dedico a la no ficción, ni al realismo negro
ni sucio, ni a la maldita autoficción; el espacio en que siempre
me moví es simplemente el de la ficción, sin más» (447).
En rigor, al confirmar cómo no se dedica a la auto sino a la ficción,
Vila-Matas no hace otra cosa que representar el ideal platónico
en conjunción con la vida real, incorporando su propia
vida en la crítica, produciendo ironía por desproporción, viendo
la realidad desde una perspectiva doble, no desdoblada. Es
decir, al saber que es difícil no personalizar el extrañamiento
cuando se escribe ficción, en su crítica vive en el presente y no
trata de hacerle venias a un futuro que, se puede sospechar,
será muy positivo con él. Críticamente, Vila-Matas va contra
la expectativa de un público contemporáneo más amplio que
supone (ayudado por la publicidad de los editores) que una
ficción literaria debe estar basada en la vida de los autores.
¿Y qué de sus contemporáneos y del futuro del cual habló
en Guadalajara? Impón tu suerte revela más de cómo se
debe leer y hacer crítica hoy y, por ende, solo algunos de esos
autores merecen mención, no una inclusión cabal; y aquellos
que se creen obligados a intentar la gran novela solipsista en
lengua española, no merecen ninguna. Las excepciones son
Zambra, Rodrigo Fresán, y Bolaño; y en esa selección no se
va con la crítica del montón, autores que saben que cuando la
expectativa que menciono arriba se convierte preceptiva, las
lecturas críticas pueden convertirse en una trillada verificación
de información. Así, el autor de Los detectives salvajes es
el centro de uno de los ensayos más largos (y el más completo
sobre el cambio de paradigma de los nuevos escritores en
nuestra lengua), «Los escritores de antes (Bolaño en Blanes,
1996-1999», en la primera parte, y del muy reproducido «Un
plato fuerte de la China destruida», en la parte dedicada a «La
lectura». Vila-Matas nunca ignora visiones u opiniones insostenibles
de sus coetáneos; es por eso transmite una libertad
que obliga a saludar su relación con el mundo.
La propuesta o exigencia de que un novelista tiene que
ser «teórico» como crítico es una ilusión académica acuciada
hoy por varios métodos posibilitados por la nueva ciencia y
los medios y tecnologías de la agregación de algoritmos. A
pesar de numerosas diatribas contra Amazon esta persiste.
En su manifiesto digital Transmission and the Individual
Remix: How Literature Works (2012) el novelista inglés Tom
McCarthy postula que los escritores han funcionado como
computadoras antes de que estas existieran, no tanto creando
sino transmitiendo «un juego de señales» reorganizados
y repetidos continuamente en un vasto bucle retroactivo de
lenguaje. Se desprende la pregunta de si la crítica debe ser
experimental y digital, a pesar de los defectos de los nuevos
medios. No cabe duda de que hay posibilidades creativas en
la relación entre los libros y las plataformas digitales, pero
Vila-Matas sabe templar entusiasmos. Quizá por esa razón,
en la parte «La idea», la plataforma teórica para entender su
meticulosidad es lacónica, acercándose a «retratos del crítico»
de manera similar a los de un artista pictórico. Conceptualmente
sus imanes son Duchamp, Gracq, Duras, Dalí (autor de
Giraffes on Horseback Salad, o The Surrealist Woman, guion
para una película de los hermanos Marx, recuperado en 1996
y publicado como novela gráfica en 2019) y el Blanchot que
hablaba de «la claridad de la novela» en Le libre à venir (1959),
con venias a algunos formalistas rusos (varios anticuados u
obsoletos para la crítica actual).
Pero hoy parecen mantener su interés Roussel, Barthes,
David Markson y Nietzsche, para entender a Maupassant, según
Alberto Savinio. Otra vez, se encontrará más menciones
de Banville, Bolaño, Borges, Coetzee, Lichtenberg, Queneau
(que es el gatillo para «Metaliterario», sobre la restricción de
reglas y modelos literarios anticuados como motor creativo)
y Schwob. Incluso con estos exhibe la tranquilidad del intelectual
que cuando duda de los evangelistas creativos se
hace el loco, giro productivo al dedicarse a escritores que
se deslizaron hacia la oscuridad, enmarañando sus textos para
mostrar que no hay nada anárquico en refutar las tradiciones
y su política. Si esta es un derecho natural, su amor verdadero
es la literatura, porque los novelistas también pueden provocar
al público a sentir sus vidas. Y por haber notado eso no
se convirtió en crítico. Como acción correctiva necesaria para
los engreimientos estéticos y sociales reinantes, la escritura de
Vila-Matas posee un sentido nada fatuo de la cadencia que evita
líneas desechables, comprensible si se considera la amplitud
de sus lecturas y cómo descascara los textos para revelar un
tipo de belleza que puede ser vigorizante, como ver un cuadro
conocido con sus antiguos barnices.
Porque su herramienta ilimitada es el dinamismo del
lenguaje su prosa cala hondo cuando escribe sobre la poética
del fracaso, la autenticidad, ensayistas minimalistas,
Facebook, los hípsters, lo metaliterario, Tarantino, la serie
televisiva Breaking Bad, los españoles indomables y lo afín.
La punta de sus análisis críticos no es solo un conjunto de
ideas, sino una expresión de su ansiedad cultural y a la vez
de su manera inusual de apaciguarla. Habiendo descifrado
para sí mismo que «el autor» como misterio epistemológico
es malo y más un apoderado de las posibilidades ideales de la
crítica, Vila-Matas puede relajarse. Con razón muchos de sus
personajes muestran que no se puede vivir sin ideales, pero
casi siempre son demasiado débiles para estar a la altura de
ellos, quizá porque su creador sabe que las ideas y los ideales
son susceptibles de ser convertidos en sus opuestos, que no
se pueden cuantificar. En última instancia, Impón tu suerte
les pide a sus lectores confiar en los instintos de su autor,
que acepten una armonización entre contrarios nada disminuidos,
y nunca les perdona no participar en ellos. Con su
tranquilidad cerebral al confrontar altos riesgos culturales,
Vila-Matas se asegura de que sus argumentos sean portátiles.

Publicado en Textos, Voces de la familia
Comentarios desactivados en Vila-Matas, pintor cultural, examina la creatividad actual. (fragmento de Peajes de la crítica latinoamericana, de Willfrido H. Corral.
La ponencia de Cádiz.
A Sergio Pitol la ciudad de Cádiz le recordaba Veracruz. Y viceversa, claro. Una vez más hoy, al llegar a Cádiz, he recordado la tarde en que Pitol me llevó a conocer la antigua Villa Rica de la Vera Cruz, en la costa Este de México, a orillas del río Huitzilapan. Fui pues al lugar donde Hernán Cortés barrenó sus naves –no los quemó, como dice la leyenda– y edificó su primer fortín en tierra americana.
Lo que aquel día pude ver, a orillas del Huitzilapan, fueron las ruinas del fortín. Por ellas trepaban y se enroscaban, implacables, como si se tratara de una venganza de Moctezuma, las raíces milenarias de los árboles de la zona.
La imagen podría ilustrar antiguos desencuentros literarios entre las dos orillas. El de Unamuno y Rubén Darío, por ejemplo, el más célebre quizás. “Siempre entre los dos, entre él y yo (escribió Unamuno), hubo como una cristalina muralla de hielo. Había algo que nos mantenía apartados aun estando juntos. Yo debía parecerle a él duro y hosco; él me parecía a mí demasiado comprensivo. Y no me entrego a los que se esfuerzan por comprenderlo y justificarlo todo. Prefiero los fanáticos”.
Para Unamuno, Rubén Darío no era apasionado, más bien sensual y sensitivo, y no era la suya un alma de estepa caldeada, seca y ardiente, sino húmeda y lánguida, como el trópico en que naciera. Había mucho que les separaba y poco que los uniera, aunque siempre quedó clara, por parte de Darío, la admiración por la obra de Unamuno, la valoración de su poesía y el respeto por su persona, pero sin atisbo alguno nunca de reciprocidad.
Ese unamuniano “algo que nos mantenía apartados aun estando juntos” llama la atención. ¿Podría tener que ver ese “algo” con lo que deja bastante apartados de la literatura latinoamericana actual a un notable porcentaje de lectores y de escritores españoles? La misma pregunta llega desde la orilla opuesta: ¿qué ven los lectores y escritores latinoamericanos en la narrativa española de hoy en día que los mantiene discretamente alejados de ésta?
¿Qué era ese “algo”?
Veamos. Paso revista rápida a la historia general de las relaciones literarias entre ambas orillas. Hubo de todo, claro: épocas muy crudas y otras de alegre navegación conjunta. Y coincido con quienes piensan que, en el lado español, no fueron muchos los autores y editores que supieron ver lo que se escapó a toda una generación de políticos: que la integración a la Unión Europea no era un cambio de estatus, sino una propuesta de mestizaje, un gesto final de adaptación al medio que permitía salvar a un conglomerado de culturas que dejarían de ser significativas si no se confederaban.
En cualquier caso, la “cristalina muralla de hielo” se borró como mínimo en dos ocasiones, en dos periodos en los que existió una mayor proximidad literaria entre las dos orillas. Uno es el de los años 30 cuando nuestra Guerra Civil propició una comunicación estrecha: apoyos de Octavio Paz, Pablo Neruda, César Vallejo y de tantos otros autores latinoamericanos solidarios con la Revolución española. El otro periodo de gran actividad fue el de los años 60 y 70 cuando reinara el boom Balcells en Barcelona, extendiéndose por todo el mundo. Reinó para unos, y no tanto para los demás, que siempre lo vieron como la invención de una falaz literatura continental. Falaz lo era, confirmaría yo. Pues se trataba en realidad de literatura de diferentes países (Chile, Perú, Colombia, México, Argentina, etc), lo que se nos presentó con la unidad de lo continental en una eficaz operación de marketing. Y falaz, además, porque dejó fuera del Boom nada menos que a Elena Garro, Rulfo, Borges, Vlady Kociancich, Monterroso, Ribeyro, Silvina Ocampo, Bioy, Di Benedetto…
Muchos años después, cuando un cierto declive ya era la sombra de la “épica latinoamericana del boom”, Ricardo Piglia le diría a Roberto Bolaño que observara cómo en realidad los dos estaban más cerca de otros estilos no necesariamente latinoamericanos y moviéndose ya por otros territorios, donde, si miraban a la noche estrellada, podían verse nuevas constelaciones.
“Porque estoy de acuerdo”, le dijo Piglia a Bolaño, “en que definirse como latinoamericano supone antes que nada una decisión política, una aspiración de unidad que se ha tramado con la historia y todos vivimos y también luchamos en esa tradición. Pero a la vez nosotros (y este plural es bien singular) tendemos, creo, a borrar las huellas y a no estar fijos en ningún lugar. En estos días, estoy viviendo en California, donde todo se entrecruza, como sabes bien: los recuerdos del viaje al Oeste de la beat generation, con las novelas de Hammett, y los barrios paranoicos que describió Philip Dick conviven con la intriga de la cultura latina. De modo que aquí por contraste me siento un escritor digamos ítalo-argentino (un falso europeo, otro europeo exiliado)”
Quiero creer que Piglia hablaba de una revolución del lenguaje en el campo de la literatura y, más específicamente, en la experiencia del lector. Y de las transformaciones al leer e imaginar lo que se lee, y de los paradigmas que ya anunciara George Steiner a principios de los setenta: el cambio de la relación, por ejemplo, entre el escritor y la lengua nacional.
En fin, cuando aquellas constelaciones anunciadas por Piglia aparecieron, la literatura de ultramar, aunque solo fuera por los inéditos temas abordados y en algunos casos por su apertura extraterritorial (Sergio Chejfec sería el paradigma de ésta), se fue distanciando de las antiguas rutas que pasaban por una metrópoli en la que hoy conviven, por una parte, el paso doble o triple de lo sentimental sobre la forma y, por la otra, quizás en compensación con lo primero, una atractiva pluralidad de voces, y no el panorama homogéneo de autoficciones que creen ver algunos. Y en el lado americano, se habla, entre otras cuestiones, de migraciones, de la demoledora permanencia del feminicidio, y de la tragedia general de éstas y otras formas de desapariciones.
América Latina sabe mucho de desapariciones. En un reciente texto de Emiliano Monge se habla de las primeras obras que en territorio americano convirtieron en literatura la tragedia de las desapariciones. Yo ahí destacaría las de Sergio González, Roberto Bolaño, Sara Uribe, Abad Faciolince, Rey Rosas, Castellanos Moya, hasta las más recientes, como la extraordinaria El libro de nuestras ausencias, de Eduardo Ruiz Sosa, por lo que uno diría que persevera y hasta va aumentando ese “algo” que nos mantiene apartados aun pensándonos juntos.
Así están probablemente las cosas, pero seguro que también de otra forma que yo no veo. Después de todo, admitamos que nuestros encuentros literarios entre las dos orillas vienen siendo, ya casi desde tiempo inmemorial, un tremendo rompecabezas perdido ahora para colmo dentro del infinito puzzle que es hoy en día la literatura universal.
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JORDI LLOVET TENÍA RAZÓN por Pau Luque (El País)
Más de una década después de su publicación, Adiós a la universidad de Jordi Llovet, un ensayo que constataba y lamentaba el declive de las humanidades, sigue plenamente vigente. La combinación de extrema burocratización de la universidad y la lógica perversa de la productividad –hija de la economía de mercado– ha perjudicado a todas las disciplinas. Pero si hay una que ha sufrido de forma inclemente la tediosa y arbitraria montaña hecha a base de agencias de acreditación, la obsesión por la cuantificación de los “productos académicos” y los opacos rankings de revistas académicas ha sido la disciplina humanística.
Vayamos por partes. La cuantificación de los objetivos que un humanista tiene que satisfacer ha llevado a una exacerbación de una situación familiar en el mundo de los deportes de élite: la competitividad desbocada a la hora de producir. Se trata del famoso publish or perish. En el ámbito que yo mejor conozco, el de la llamada filosofía analítica, puedo jurar que los académicos serían capaces de vender a su propia madre a cambio de un argumento lógicamente válido y, sobre todo, original.
Y es que si hay algo que esta competitividad ha incentivado en el ámbito de las humanidades ha sido, sin lugar a dudas, una absurda búsqueda de la originalidad. Y no es sólo que sea dudoso que en el año 2023 pueda haber nada estrictamente original en el dominio de las humanidades (por la sencilla razón de que nuestro objeto de estudio es tan viejo como lo somos nosotros). El problema es que se incentiva una idea de originalidad que nos transforma en mercenarios académicos. A modo de ejemplo anecdótico: un filósofo estadounidense, que enseña y hace investigación en una gran universidad de la costa este de Estados Unidos, predica que hay que buscar alguna cosa que nunca haya sido dicha por nadie antes en tu disciplina. Una vez lo hayas encontrado, y por más tontería que te pueda parecer, tienes que pensar argumentos que te sirvan para sostenerla en un artículo académica. Es la manera de escalar en la cadena trófica de las humanidades cuantificadas: transformarse en un mercenario de la investigación no de las buenas ideas –o como mínimo de las ideas en las que uno cree– sino de las que ofrezcan una mejor retribución en términos académicos.
Por otra parte, la burocratización de la universidad comporta una alteración de la función y el órgano típica de todas las instituciones maduras. Las humanidades académicas fueron creadas para tratar de dar cierto respaldo económico y un buen grado de estabilidad laboral a los humanistas. Esta era su función. Con el tiempo, la propia supervivencia de la institución se acaba convirtiendo en la función principal de la institución. Y así es como los departamentos de humanidades tienden a producir académicos, no humanistas.
Hay que señalar, como ya lo hacía Llovet en su libro, que el humanismo europeo, tal vez el periodo dorado de las humanidades, no era un fenómeno académico. El humanismo europeo se cultivó fuera de las universidades. No me atrevería a afirmarlo con mucha seguridad, pero es posible que, debido al anti-intelectualismo burocrático que domina la universidad, las humanidades estén migrando de la academia: son ya cada vez más las librerías, fundaciones, medios de comunicación, bibliotecas, festivales o editoriales que imparten talleres o cursos, clubs de lectura, graban podcasts, organizan debates, mesas redondas o discusiones donde predomina, hasta donde yo he podido ver, el espíritu de la moral humanista. No se busca “producir”, sino divulgar –en el sentido más noble de la palabra– conocimiento; no se incentiva la competencia, sino la conversación, quizá porque, como decía Leopardi, se piensa hablando; no se idolatran las jerarquías de los rankings y los números vacíos, sino las palabras. Quizá estoy sesgado por mi propia experiencia, pero diría que estos espacios constituyen una especie de reducto para las aptitudes humanísticas y, con frecuencia, erigen incluso un muro de desconfianza hacia la moral moralista.
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En attendant Cádiz. /////////////// Vila-Matas y Carmen Posadas en WMAGAZINE, de Winston Manrique
Enrique Vila-Matas , escritor español e invitado al Congreso en la mesa Mestizaje e interculturalidad, también lamenta la poca presencia de jóvenes. Considera sus aportaciones al idioma son importantes: “Siempre ha sido así y no tiene ahora porque ser lo contrario. La actividad de las nuevas generaciones (hay casos tremendos de estupidez innata, como pasaba con mi generación) la veo ligada a ese libro inacabado de Nietzsche que tituló Transvaloración de todos los valores y del que, si no recuerdo mal, escribió sólo un prólogo, que él consideraba lo ‘mejor que había escrito en su vida’. Ya ve, también Nietzsche fue joven”, concluye el autor de Montevideo (Seix Barral).
Tampoco entiende esa ausencia Carmen Posadas (69 años, Montevideo, 1953), escritora uruguaya que vive en España e invitada al Congreso: “Sería bastante necesario poder escucharlos. Ellos siempre crean una neolengua para diferenciarse de los mayores, algo que ahora es más notable porque las redes sociales, la publicidad, las series de diferentes países, son un fenómeno que puede hacerlas virales. Crean neologismos que se destruyen rápidamente o se quedan, pero hay que conocerlos”.La autora de novelas como Licencia para espiar (Espasa) recuerda, incluso, la lentitud de la RAE ante el ritmo de la vida, al señalar que “se tarda años en que palabras o acepciones muy populares entren en el diccionario. Y cuando lo hacen algunas ya están casi en desuso, como ocurrió con canalillo hace unos años”.

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A BAILAR CON SONIA PULIDO / por Sònia Hernández
Ellas ya hace rato que bailan o que están preparadas para empezar a hacerlo. No se sabe cuándo empezó la música ni cuándo puede acabar, ni si procede de ningún otro lugar que no sean sus propios cuerpos en movimiento. Movimientos y posturas que crean un ritmo coral, como los que le gustan a Sonia Pulido (Barcelona, 1973), un colectivo –que es un juego óptico y cromático– haciendo funcionar un engranaje que avanza hacia donde los acontecimientos, indefectiblemente, serán siempre lo mejor que pueden ser.
Afirmar que el universo de Sonia Pulido es una celebración del mundo nos acerca a uno de los tópicos de los cuales ella misma huye en su exigencia de buscar la representación más cargada de sentido, todavía capaz de sorprendernos. No se trata de una pretensión metafísica o espiritual, de caminar hacia grandes experiencias impresionistas ni epifanías. Desde su imaginación transformadora, sus ilustraciones para libros, prensa o carteles representan la carne, los cuerpos y la materia donde reside la vida. Las texturas de fondo, el aire y el cielo que se hacen visibles, así como los estampados de la ropa de las protagonistas, los rasgos faciales y las marcas de la piel son tratadas de la misma manera, depositarias de la memoria que es historia personal y colectiva. Afirma que los carteles deben ser un grito, porque en toda su obra hay una evidente mirada que quiere ser intervención política y social, especialmente dando visibilidad a la mujer. Como ella misma asegura: la acción colaborativa de los individuos representados –incluyo animales y objetos– son «marca de la casa».
Consciente de la tarea principal de una ilustración, y respetuosa con los textos o productos culturales que sus trabajos acompañan, los dibujos de Sonia Pulido no resultan nunca invasivos. Se trata de aportar su ritmo en la proyección de las imágenes para que el mensaje fluya más fácilmente. Contribuir al conjunto como lo hacen las mujeres de sus carteles al cruzar los brazos entre ellas para llegar más alto y conseguir la solidez de un tótem. O reflejando la inquietud oculta en la aparente placidez, unos remos que faltan en las manos de quien se había propuesto navegar en una mañana laborable rutilante: aquí el símbolo capaz de resumir un denso artículo de economía que alerta sobre los planes de jubilación. Aciertos como este en captar la poética de la cotidianidad le han convertido en una firma reclamada en publicaciones como The Wall Street Journal, The Boston Globe o The New Yorker.
El encargo de los carteles para la Fiesta Mayor de la Mercè de Barcelona de 2018 supuso un punto de inflexión en su trayectoria y en su práctica profesional. Los diferentes premios que recibió la campaña demostraron la firmeza de su paso adelante. Desde entonces, ha creado la imagen de citas culturales internacionales destacadas, como el Jarasum Jazz Festival de Corea, o la programación de la Central City Opera de Denver (Colorado, Estados Unidos).
Es necesario seguir avanzando, como los cuerpos y rostros desenvueltos creados por Pulido. Para la exposición que puede visitarse hasta el 6 de abril en Barcelona, en la Sala Teresa Pàmies, del Centro Cultural Urgell, ha escogido como título «Hey, Ho, Lets Go», emblema de The Ramones. La misma actitud decidida está en su acercamiento a la Naturaleza. Los libros ilustrados de botánica y fauna han supuesto, últimamente, un reto para la ilustradora. Después de muchos años en los que ha contribuido de manera decisiva al auge del libro ilustrado y la novela gráfica en este país –en 2020 recibió el Premio Nacional de Ilustración–, dando forma a verdaderos tesoros, como Caza de conejos, en dueto con el genial escritor Mario Levrero, o Porque ella no lo pidió, con el siempre sorprendente y subyugante Enrique Vila-Matas, o la cubierta para el ensayo de Rebecca Solnit aparecido recientemente en Lumen, ¿De quién es esta historia?, llegan encargos internacionales que le acercan a la divulgación científica, que no reclama estrictamente una ilustración naturalista, pero sí rigor en la representación. La sorpresa, para ella y para nosotros, ha sido descubrir que la propia Naturaleza no es escasa en los juegos ópticos que la cautivan. Sólo se trata de saber mirar para darse cuenta de que la materia se dispone en texturas, colores y luces que quieren sumarse a la danza de la mirada celebratoria de Pulido. También la Naturaleza tiene su propia carga de historia, aunque no siempre es agradable.
Nada más lejos de la idealización. Se trata de acudir al humor y la ironía para asimilar la realidad en sus paradojas. No hay que «dar bola al monstruo, lo arrastro conmigo hacia delante», afirma. Tampoco es hedonismo, ni optimismo: desde una etapa de serenidad conquistada, hace aflorar la voluntad para tener ganas de pasarlo bien y bailar a pesar de todo. Asegura que durante una época tuvo que hacer grandes esfuerzos para no descodificar la realidad constantemente como si la tuviera que dibujar, como si fuera un borrador imperfecto que había que corregir –la cursiva la añado ahora–. Su curiosidad le impide alejarse demasiado de lo que sucede fuera de las propias obsesiones. Afortunadamente para quienes disfrutamos de su obra, no se ha propuesto crear un reino donde evadirse, sino facilitarnos el trayecto a un ritmo que es, sin duda, el mejor de los posibles.
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Montevideo comentada en Le Monde Diplomatique (Uruguay) .
Montevideo [novela de Enrique Vila-Matas
comentada por Roberto López Belloso]
Este año aparecerá en rumano, en alemán y en portugués. También tendrá su
título en caracteres griegos en la edición de Ikarus. Así seguirá su singladura
esta novela cuyo tema, se ha dicho, es “la biografía de un estilo” más que una
trama (Eva Cosculluela, ABC Cultural,3-9-2022). El suplemento “Babelia”, de
El País de Madrid, la colocó entre los diez mejores libros de 2022 y El Mundo
la calificó, directamente, como el libro del año.
El éxito es tan indudable que resulta difícil abrir sus páginas
sin una cuota de escepticismo. Al principio, con tantas referencias
y guiños a lectores de anteriores obras del autor de París no
se acaba nunca (2003), parece que la decepción empieza a quedar servida
en la mesa. Sin embargo, a poco de comenzar, el “yo literario visible” que
viene narrando, ese que Vila-Matas llama su “avatar”, vuelve a torcer la
partida en su favor. Entonces, cuando llegamos a la ciudad del título, y sobre
todo cuando arribamos a esa habitación del hotel Cervantes, donde, al decir de
Beatriz Sarlo (Escritos sobre la literatura argentina, Siglo XXI, 2007), nació
lo fantástico en la literatura de Julio Cortázar, ya estamos en sus manos. Ya
no importa la anécdota del encuentro real del Vila-Matas de carne y hueso con ese
cuarto (Alicia Torres,“Escribir con sentido del riesgo”, Brecha, 3-10-2014). Lo
que importa son “los espacios del misterio” (otra vez Torres, ahora en “El paisaje mental de Vila-Matas”, Brecha, 17 de febrero).
Al final, las barreras del comienzo no sólo se desmoronan, sino que se han
deshecho tanto que dejan, en su sitio, la pregunta de si no estará acá, en Montevideo,
una clave para mirar con una perspectiva más abarcadora algunos de sus libros anteriores.
Es que el autor logra que una habitación imposible y una araña colosal –que cuando inquieta más es cuando muta en un minúsculo ideograma– se materialicen en un desborde de sentido sobre la ciudad interior (Montevideo es sólo su avatar) que todos queremos pensar que llevamos dentro, como un anhelo atravesado por el distanciamiento. El miedo pasa a ser el revés del miedo que suele proponer lo fantástico –ahora en el sentido decimonónico más que cortazariano –; es decir, que, al prender la luz, el monstruo se desvanezca. ■
Sobre Dyer y su último libro.
«Aunque el final sea único, las formas de experimentarlo suelen ser muy variadas. Ahí está la etapa final de Turner que prefigura el impresionismo lo menos 40 años, aunque ahí intervenga el azar. “Si ahora sus formas nos parecen tan abstractas es porque estaban inacabadas”, apunta. Pero también el poco frecuente fulgor final de un Beethoven sordo; la recuperación creativa de Jean Rhys, tras décadas de silencio, o la forma en la que paulatinamente los escritores se van dando por vencidos tras haber gozado de un éxito masivo –“a quien los dioses desean destruir, primero lo llaman prometedor”-. O incluso aquellos que deciden dejar de escribir, lo que le permite a Dyer mencionar a Enrique Vila-Matas y su Bartleby. “He acabado escribiendo muchos más libros de los que nunca había imaginado . Y claro que a veces he pensado que estaba acabado, pero he solucionado mis dudas poniéndome a escribir un nuevo libro”.
Elena Hevia (El Periódico)

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«Geoff Dyer la crisis de los 60 lo pilló en confinamiento. Apartado de su cotidianidad, el escritor de 64 años se preguntó si, después de haber publicado ensayos brillantísimos sobre jazz, fotografía, Tarkovski y arte, además de novelas y crónicas de sus numerosos viajes, de los físicos y de los otros, no había dado ya lo mejor de sí mismo: «Espero vivir más de 60 años, pero si traducimos los antiguos sesenta años de esperanza de vida a los días de la semana, ahora es un domingo por la mañana temprano», escribe en el irresistible Los últimos días de Roger Federer (Random House), un libro antológico en todos los sentidos. Como subraya por Zoom Dyer desde su casa de Los Ángeles: «No es un libro enciclopédico, ni un repaso exhaustivo de personajes relevantes, sino de personalidades que, en algún momento de mi vida, han sido particularmente importantes para mí».
El tenista suizo, su favorito, no es más que un punto de arranque, ligado a que Dyer también le ha dado siempre a la raqueta hasta que se le acumularon las lesiones. Después de una última operación, su médico sentenció que «ahora no hay nada con garantía. Ahora todo es Zara. Nada dura para toda la vida, ni siquiera la vida». Abrumado por la posibilidad de que igual ya no podría escribir todos los libros que le quedaban por escribir, Dyer decidió reunirlos todos en uno, que se disfruta como todos los demás. No sólo porque la curiosidad insaciable de Dyer abarca todos los ámbitos, sino porque lo hace sin atisbo de academicismo, con humor tronchante y privilegiando la experiencia como forma de conocimiento. Su mirada nunca será la de un mojigato que no ve más allá de la pantalla de su Mac. En ocasiones, se puede estar en desacuerdo con sus atrevimientos, pero nunca en cómo los expresa. «Por supuesto», confirma, «un libro no es un estado policial».
Ya se sabe que la vida profesional de los deportistas de élite está marcada por el punto máximo de su rendimiento físico. Pero, aunque luego vayan sobrados de millones para afrontar el vacío, los hay que no se resisten a patéticos regresos a la arena mediática, como Björn Borg o el futbolista George Best que, para Dyer, significó un regreso fundacional: «Era la primera vez que oía que alguien se retiraba y luego volvía a retomar la actividad que había dejado. En el caso de Best, la rutina de dejar el alcohol y luego renunciar a intentar dejar el alcohol acabó conformando el patrón de su vida», escribe. Y en directo, añade que la idea del retorno innecesario siempre le ha fascinado: «Cuando alguien ya tiene una gran reputación, se espera de él que produzca más libros, discos o cuadros, y a menudo el aumento de su producción coincide con el derrumbe de la calidad».
En literatura, el prestigio puede ser una trampa para los lectores. Para Dyer, Martín Amis, uno de sus escritores más venerados de su generación, también fue una revelación: «Podría haber dicho cosas mucho más duras sobre algunos de sus libros, de Perro callejero, por ejemplo, aunque fue él, para darle cierto crédito, el que despertó en mí esta alarma de decir: ¡caramba, hay autores con una carrera fantástica y que luego viven un cierto declive!».
Lo curioso es que, según recoge Dyer en su libro, Amis acuñó el maravilloso concepto de nobelidad al describir a José Saramago: «Es lo que sucede cuando la magnanimidad se convierte en una segunda naturaleza, como si no sólo te prepararas una taza de té por la mañana, sino que te preparas una taza de té Nobel para tomar con tus huevos Nobel y unas lonchas de bacon Nobel».
Otra perla dyeriana: «Mejor ser pomposo que solemne; el primero al menos posee la insinuación redentora de lo ridículo, y dado que el autobombo intencionado siempre se percibe como una autohumillación, es fundamentalmente una cualidad cómica».
Hay ejemplos más tremendos de decadencia literaria, como la de Friedrich Nietzsche, que abrazó la locura en forma de caballo en aquella famosa esquina de Turín. En su caso, el reconocimiento brilló por su ausencia. «Antes de volverse loco, se preguntaba: ¡Cómo es que escribo libros tan fantásticos y nadie se da cuenta!», comenta Dyer. El enfrentamiento entre el filósofo y Richard Wagner ocupa también parte de Los últimos días de Roger Federer. Curiosamente, Dyer no es muy fan de El ocaso de los Dioses, la ópera que se considera como lo más en el arte del declive: «Soy sensible a esa romántica atracción por las ruinas, pero me atrae más la versión menos orquestada de todo eso. Me inclino más por el colapso individual de Nietzsche que por Wagner. Las sinfonías de Beethoven son fantásticas, pero ahí también me interesan más sus sonatas más privadas».
Buena parte de Los últimos días de Roger Federer tiene música de fondo. ¿Quién no ha tenido sensaciones encontradas al asistir a un recital de los éxitos de antaño? Le cuento que la última vez que cedí a la nostalgia, acudiendo a ver a uno de esos grupos que no pude ver en mi juventud, lo primero que detecté entre el público fue un peluquín. El grupo se había convertido «en su propia banda de homenaje». Dyer pone en su libro a Dylan de ejemplo recurrente: «Estaré escuchando a Dylan […] hasta el fin de mis días» […]. Pero tampoco me tomaría la molestia de ir a verlo esta noche, ni mañana ni cualquier otra noche, aunque estuviera tocando gratis en un local al final de la calle. (…) La gente no va para ver a Bob Dylan, sino para haberlo visto». En directo, añade «vi a Miles Davis tocar, pero seguro que hubo otras 5.000 ocasiones en las que hubiera sido mejor verlo que cuando le vi yo».
La pintura también es un lienzo en blanco para las disquisiciones dyerianas sobre la quizás no tan inevitable caída. Si De Chirico terminó su carrera «falsificando sus propios cuadros», es decir sin añadir nada de valor a su legado, «la disolución del mundo físico en las obras de Turner (…) se vio, en su momento, como señal de que sus habilidades disminuían gradualmente, un síntoma de ‘decrepitud senil'». Hoy, en cambio, son un preludio de la abstracción, obras avanzadas a su tiempo y a la miopía de sus contemporáneos. Así pues, todavía queda esperanza de brillar en el último tramo de su carrera, aunque sea ante la incomprensión del mundo.
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Lo que pasó en CentroCentro
Vila-Matas. / Alternativa en Las Ventas. De izquierda a derecha: Mariana Sández, V-M, Cristina Oñoro, Paula de Parma.
ESTHER ARRIBAS (Madrid, 12 de Marzo 23):
Encuentro literario en Madrid titulado como la novela de Faulkner Las palmeras salvajes. Me ha gustado muchísimo la intervención de Laura García Lorca, comentando los libros de Jennifer Clement, por su pasión y rigor.Es una mujer que tiene una mirada espectacular. He estado muy cerca de ella, y su rostro me recuerda al de Federico G.L. Sí.
También, claro, la intervención de Enrique Vila-Matas ha sido brillante, divertida, es un gran narrador! Ha comentado muchos de sus libros, pero ha dicho cosas interesantísimas sobre uno que me gusta mucho, Kassel no invita a la lógica. Después lo he celebrado todo en una tabernita flamenca donde me he encontrado con los compadres Paco y Camarón y con un elemento que Vila-Matas ha nombrado en su conversación para hablar de la muerte y del tiempo: el reloj. Real. La literatura es así.


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Montevideo / UNA ASOMBROSA FICCIÓN DESDE LO LITERARIO, por Ramón Rozas (Diario de Pontevedra)
Ramón Rozas (Diario de Pontevedra) : HAY libros en los que tras unas pocas líneas de su lectura ya se entiende que estamos ante algo especial. Libros que, a partir de la propuesta de su autor, son capaces de sorprenderte con sus planteamientos y propósitos, siendo esa sorpresa todavía mayor cuando llegas a su final y te das cuenta de que ese escritor ha conseguido superar una prueba que para él ha debido ser complejísima. Es cierto que en esta ocasión hablamos de Enrique Vila-Matas, y que varios de sus libros ya habían conseguido ese mérito que, sin embargo, aquí, por el tema que trata y por lo próximo que está a la realidad del autor, y lo que supone lo literario para él, a uno se le antoja que esa empresa ha tenido que ser todavía mayor en cuanto a riesgo y dificultad.
‘Montevideo’, editada por Seix Barral, es ese libro en el que la boca del lector no para de abrirse ante lo que se va encontrando, ante cómo su autor hila toda una serie de lecturas, de espacios y de geografías que magistralmente une Enrique Vila-Matas para generar un maravilloso artificio literario sobre diferentes experiencias del mundo de la escritura, y de la lectura, cómo no, ya que si algo destacaría de este libro es el enorme agradecimiento a lo que supone el hecho de leer y cómo eso condiciona nuestras vidas, seas o no seas escritor.
Así es como nos encontramos a un escritor en un momento de incertezas, de dudas sobre los diferentes caminos que siempre se le plantean a un autor. Para intentar neutralizarlas o, cuando menos domesticarlas, Enrique Vila-Matas se deja llevar por esa ambigüedad que surge de lo real, diferentes vivencias y experiencias; y de la ficción, esto es, de lo que supone la lectura de ciertos relatos, muy determinados, pero en cuyo interior también se detecta esa dualidad que tan bien le sienta a la escritura.
Y tan bien le sienta que será lo que active a Enrique Vila-Matas para crear este ‘Montevideo’ que nos lleva a la capital uruguaya a la búsqueda de captar las sensaciones que surgen de un cuarto de hotel en el que Julio Cortázar estuvo instalado y en el que el autor barcelonés intenta catalizar aquello que motivó el relato de Cortázar ‘La puerta condenada’, y todo ello, quizás, para encontrar un lugar propio. Ese cuarto particular desde el que encontrar un estilo o una identidad. La habitación propia de Virginia Woolf que aquí es una más de las numerosas menciones literarias que hace Vila-Matas de inteligentísima manera para vincularlas a su propio camino literario. De esta manera es como emergen Melville, Kafka, Pavese, Auden, Tabucchi, Gracq o Elizabeth Hardwick, por citar tan solo algunos, y dejando un rastro compartido de amor por los libros al tiempo que logra en el lector (por lo menos en el que esto suscribe) echarse a cada uno de ellos para seguir descubriendo sus innegables valores y emociones.
Pero así como autores, y determinados espacios en hoteles en los que se instalaron escritores, se van sucediendo, también lo hacen diferentes ciudades: París, Cascais, Reikiavik o Sankt Gallen, enlazándose todos estos diferentes umbrales literarios hilados de una manera casi mágica, fruto de una destreza en la escritura que muy pocos poseen y que, tras lo visto, mejor dicho, lo leído, nos deja muy tranquilos a sus devotos por certificar que si en algún instante esas dudas pudieron crear alguna zona de sombra, ‘Montevideo’ las espanta de un plumazo ante la magnitud de lo logrado.
Este híbrido novelístico-ensayístico, no deja en ningún momento de motivar al lector para que siga avanzando, para desentrañar, no solo el argumentario de la novela, sino alimentando sus conocimientos sobre todos esos mundos literarios que de manera vertiginosa atraviesa Enrique Vila-Matas en el alumbramiento del suyo propio. No falta el humor, como novela inteligente, y los encuentros con los pobladores de ese Hotel Cervantes de Montevideo llenan esas páginas de sonrisas al tiempo que descubrimientos por los que supuso esa habitación en la literatura, como tantas otras habitaciones en las que todo escritor, indefectiblemente si con alguien se encuentra es consigo mismo, con sus traumas e ilusiones, con sus deseos y peligros, una habitación que semeja engullir a quien desea desde ella escribir una historia, ordenar su mundo, que al fin y al cabo es ordenar el mundo, y en el que el mayor misterio para lograrlo es del escoger la llave adecuada que permita abrir la puerta correcta, tal y como hace Enrique Vila-Matas.

Piscina de un hotel frente al Atlántico, cerca de Cascais. En ella rodó Wim Wenders su film El estado de las cosas.
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Montevideo, entre vida y literatura [Nicolás Mavrakis para LA NACIÓN, Buenos Aires. 25/02/23
Hace varios años, durante una entrevista en Buenos Aires, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) explicó que, para entender el interés por su obra, no había que pensar en algún encuentro azaroso ni calculado entre sus libros y los lectores, sino en el fruto de un trabajo que hoy se remonta a medio siglo de férrea disciplina desde la aparición de Mujer en el espejo contemplando el paisaje, su primera novela. Con paciencia y no sin algunas contrariedades, decía Vila-Matas, él había “creado” desde el comienzo a sus lectores.
Sin duda, esta es la premisa a partir de la cual, a propósito de Montevideo, su nueva novela, adquiere pleno sentido la comparación (publicitaria, pero aun así acertada) de Emmanuel Carrère acerca de la “genialidad” de dos proyectos narrativos tan distintos como los de Vila-Matas y Philip K. Dick. Podría adquirirlo también cualquier otra fórmula que aludiera al modo en que ciertos autores, a veces, ya no dejan en suspenso la voluntaria credulidad del lector, como escribió Samuel Coleridge, sino las del mundo y la realidad.
Escrita como una transición espacial, temporal y literaria entre París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá, Montevideo es una pieza más de este ambicioso proyecto que, tal como lo han presentado antes novelas recientes como Mac y su contratiempo o fundacionales como Historia abreviada de la literatura portátil, borronea de raíz los límites inmediatos entre la literatura y la vida, hasta el punto en que un escritor puede “inventarse una nueva identidad, aunque siempre acabe descubriendo que, por mucho que desee ser muchas personas y haber nacido en muchos lugares distintos, no hay día en que no acabe constatando que somos demasiado parecidos a nosotros mismos”.
Mezcladas, confundidas o simplemente erradicadas estas fronteras, Montevideo no ofrece tanto una trama (si bien hay un protagonista escritor que relata viajes, conversaciones y especulaciones) sino una voz. O, como el propio narrador escribe, un “estilo”, que al desplegarse página a página pronto adquiere el volumen y la complejidad suficientes para que Montevideo funcione como “la biografía de mi estilo”.
Por otro lado, tan voluntarioso como para haber “creado” a sus lectores, desde hace ya algunos libros Vila-Matas ha tomado también las riendas de la “creación” de sus críticos. Y es por eso por lo que, en esta ocasión, al igual que en novelas como Esta bruma insensata o Bartleby y compañía (que aparece ironizada en Montevideo bajo el título de Virtuosos de la suspensión), el barcelonés desliza su voz, de a ratos, hacia el tono explícito del ensayista sin miedo a la polémica.
Es entonces cuando aparecen algunos golpes contra, al menos, tres zonas de la literatura actual por completo ajenas a la fuerza pura de la imaginación: “los imbéciles digitales”, fascinados con la misión de retratar lo que las corporaciones en Silicon Valley dictan que el mundo es y será; la “autoficción”, que no existe, “porque todo es autoficcional, ya que lo que se escribe siempre viene de uno mismo”; y la “no ficción”, que tampoco existe “porque cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción”. En el balance, estas zonas caen en lo que la literatura de Vila-Matas juzga como el error de “aburrir contando todo”. Es precisamente esto lo que Montevideo, por principio estético pero también contra la inercia de las modas editoriales, evita desde el instante en que la existencia de su narrador resulta indistinguible de lo que este leyó, como si cualquier prueba de una vida corriente con el espacio habitual para el trabajo, la amistad, el amor o el miedo solo pudiera traducirse frente al lector apenas bajo los signos imprecisos de lo que, a falta de una palabra mejor para contrastarlo con lo “autobiográfico”, podría llamarse lo “autoliterario”.
En su cruzada en favor de la continuidad total entre vida y literatura, sin embargo, hay un hecho que sí obsesiona al narrador: encontrar la puerta oculta en una habitación del segundo piso del hotel Cervantes, en Montevideo, que inspiró a Julio Cortázar para escribir el relato “La puerta condenada” (relato que tendría por sí mismo una segunda vida fantástica, ya que Adolfo Bioy Casares, sin noticias de Cortázar, también escribió en la misma época sobre el mismo hotel). “Ocurre en ocasiones que un muro es un muro y una puerta al mismo tiempo. Tal vez se estaban dando en aquel momento las circunstancias favorables para que eso ocurriera”, piensa el narrador después de considerar las palabras de un arqueólogo entrevistado en el documental de Werner Herzog La cueva de los sueños olvidados.
Esta “parcialidad fría”, que es la que experimentan quienes “viven las cosas que les pasan siempre distanciándose de ellas para así poder pensar en cómo las narrarían si decidieran narrarlas”, será la cinta de Moebius definitiva de Montevideo: la circunstancia literaria que promueve una indagación real que, a su vez, deberá encontrar de una manera u otra el camino de vuelta a la literatura, para así volver a la vida.
Real o inventada, autobiográfica o plagiada, cita escondida o guiño filosófico, lo cierto es que, en apenas una fugaz concesión acerca de la vida privada del narrador, su madre dejará la llave necesaria para entenderlo todo: “Tras haberle preguntado con insistencia por qué era tan y tan extraño el mundo, se plantó en medio del paseo de San Juan y me dijo que ya estaba cansada de la pregunta y que iba a decírmelo por última vez: el gran misterio del universo era que hubiera un misterio del universo”.
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Comentarios desactivados en Montevideo, entre vida y literatura [Nicolás Mavrakis para LA NACIÓN, Buenos Aires. 25/02/23
¿Qué ver en Arco? Dominique Gonzalez-Foerster cae rendida ante la literatura de Enrique Vila-Matas

El Confidencial (23/02/23)
Dominique Gonzalez-Foerster cae rendida ante la literatura del español Enrique Vila-Matas. Se conocen e inician una relación epistolar bellísima. En una de las cartas, Enrique le cuenta a Dominique que solía acompañar a su padre cuando este se dedicaba a medir la distancia entre farmacias, porque esa era su profesión: hacía informes para la concesión de nuevas licencias de farmacias. A Dominique le fascina la anécdota y pone el foco en esas farmacias que, durante la pandemia, se convirtieron en puntos de encuentro, en epicentros de salvación, en expendedoras de esperanza. El protagonista es el propio Enrique Vila-Matas de joven (rodando con smoking en París el film underground Tam-Tam, de Ado Arrietta). La técnica es un collage hecho con Photoshop”.
(Secuestramos a Eloy Martínez de la Pera para que nos oriente en ARCO https://www.vanitatis.elconfidencial.com/estilo/ocio/2023-02-23/que-ver-en-arco-2023_3579796
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FARMACIAS DISTANTES (2)

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FARMACIAS DISTANTES [Dominique Gonzalez-Foerster en Madrid] 22.02.23
ALBARRÁN / BOURDAIS / ENRIQUE VILA-MATAS, farmacéutico. /// calle Barquillo 13 MADRID. A partir del 22 de febrero,
Distancia entre farmacias.
Conservo la memoria de Antonio y su hijo, pobres de solemnidad, sentados en el bordillo de una acera de Roma en un descanso de su búsqueda de una bicicleta esencial para el padre si quería sacar adelante a su familia. Hablo de una imagen de Ladri di biciclette (Ladrón de bicicletas) de Vittorio de Sica, una de las mejores películas de todos los tiempos. A mi padre le impresionó –diría incluso que le afectó– cuando la vio en el invierno de 1950 y quizás llegó a identificarse con aquel hombre de Roma que trataba, como él, de huir de la miseria más absoluta.
No mucho tiempo después de aquel invierno, a mis siete años acompañaba yo a mi padre por la parte alta de Barcelona, donde él se dedicaba a medir con una cinta métrica la longitud de las aceras y la distancia que había entre farmacia y farmacia, ya que la ley exigía una cifra muy concreta de metros para autorizar una nueva. Contaba mi padre con la promesa de la ayuda económica de un familiar en el caso de que encontrara un local donde estuviera permitido instalar una nueva farmacia. Marchábamos los dos encogidos, casi arrodillados a veces, siempre cerca del suelo, especialmente mi padre con su cinta métrica.
Mucho antes de que mitificara los solitarios paseos de Rousseau y Robert Walser, mi padre y yo paseábamos de un modo distinto, a merced de la brújula de aquella cinta métrica de la que tanto dependía todo.
Mi recuerdo más nítido: cerca de la plaza Bonanova, mi padre, tras guardar la cinta en su bolsillo y dar así por terminada la jornada, me preguntó de repente qué quería ser de mayor. Se trataba de una pregunta a los niños muy frecuente en aquellos días, porque no había futuro.
– Director de circo –dije.
Y todavía hoy me pregunto por qué dije “director”
&&&&&
“Ya no podré pasar por la rue Vaneau sin pensar en Vila-Matas”, escribió Maurice Nadeau, tras leer Doctor Pasavento. Y desde entonces ya no puedo pasar por la rue Vaneau sin pensar en Nadeau. A primera vista, es una vía muy breve y tranquila en la que no ocurre nada. Pero en tan breve tramo puede allí uno encontrarse con la casa de André Gide, la embajada de Siria, la bella mansión de Chanaleilles, la farmacia Dupeyroux, el Hotel de Suède, el primer apartamento de Marx en París… Un día, habiendo ya oscurecido, en la casa deshabitada que hay frente a la farmacia Dupeyroux vi dos angustiosas siluetas, muy apretadas e inmóviles en una de las dos ventanas iluminadas. Eso tampoco lo he olvidado.
Enrique Vila-Matas, farmacéutico.
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Una lectura de MONTEVIDEO, por Jolanta Rekawek.
Un universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo puede aclarar todo.
Acabo de leer «Montevideo» y te quiero decir que ha sido genial ir leyéndola. Un placer enorme! Me has hecho reír mucho; carcajadas sanas, irrestrictas, fabulosas, las de antes. La carcajada de mayor envergadura – la de Léaud que «no sea que vaya tensionar más la cuerda»!
En los tres días en que la he leído, tu novela se me entregaba por partes distribuidas naturalmente entre varios momentos del día, conforme mis ganas y sus ganas de entregarse. La terminé coincidiendo con una puesta del sol preciosa.
¿Ves qué casualidad?
Te quiero decir que estoy inmensamente feliz al ver cómo has resurgido de la bruma: de una manera soberbia, TUYA, defendiendo la «tuyedad» a ultranza. Con humor y rencor – ambos brotes de una sensibilidad inmensa.
A decir verdad, no me lo esperaba, Enrique. Confieso que al terminar París y reírme mucho, pensé que no iba a suceder nada distinto y que ibas a seguir como siempre (lo cual es loable, pero no extraordinario). Pero no. Tú has decidido quitarte de encima todo aquel «bagaje literario» que habías acumulado y que justamente te estaba empujando hacia la bruma mientras oías los aullidos de los talentos feroces de escritores jóvenes y no tan jóvenes.
Has emergido con «Montevideo» de una manera noble, digna de ti, de un Vila-Matas por nacer, por rehacerse en medio de si mismo que le había empezado a sobrar. Te felicito, Enrique.
Cuando estaba aproximándome al final (aquel final que tú quizás no celebras, pues a lo mejor dejas que nosotros, los lectores, lo oficiemos solos) estaba curiosa cómo ibas a terminar el libro. De verdad, fue extraordinario leer tu diagnostico final de un mundo despojado de misterio, del cual nos han hurtado incluso la obviedad. Hay que resucitar a «tu madre» (quiero decir a la que dice la última frase y quizás representa esta sensatez primaria que nos hace mucha falta ahora) para que ponga lo obvio en su sitio y sacudiendo el polvo acumulado lo mire fijamente para que no vuelva a salirse de su lugar. Sin obviedad no hay ambigüedad porque no hay cosas entre las que oscilar. Un universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo puede aclarar todo. La ficción ha dejado de existir y es terrorífico. Han alistado la ficción a la realidad. ?Qué hacer?
Tal vez Amadeo Nikt nos vendrá a socorrer. Por cierto, me he reído mucho con este personaje que has soplado apenas a nuestros oídos. Sospecho que lo has creado para detectar quién es verdaderamente polaco entre tus lectores en español, ?verdad? A mí se me ha encendido la alerta a la primera cuando leí su apellido «Nikt» y después efectivamente vino tu explicación. Bueno, a mí me parece que Nikt te puede dar más de una sorpresa y seguir su vida por su propia cuenta, al menos en polaco. Y resulta que «Nikt» – pronombre indefinido (creo que lo es que designa personas inexistentes) tiene la mala suerte de declinarse en polaco.
Ah y «soy nadie» – en polaco es «jestem nikim» (ablativo de Nikt)- pero Amadeo sólo necesita ‘Nadie» para su apellido y no para describir su vacío interior. Así que no compliquemos las cosas.
En las tres situaciones que aparece Nikt a lo mejor tendrá que declinarse (no he vuelto a ver donde está Nikt en el libro). No sé si lo sabías o tal vez tus traductores en polaco lo dejarán sin declinarse, pero si lo dejan como Nikt invariablemente, será un poco raro. Los polacos lo declinamos casi todo: por ejemplo yo al decir «He hablado con Vila-Matas», probablemente diría «Rozmawialam z Vila-Matasem».
Para que veas que nacer como polaco es muy jodido (con perdón).
Así que te advierto que Amadeo Nikt puede recobrar su propia vida en polaco y escapar de tu control como autor. Y aparecer de repente en otro lugar, otro libro, totalmente declinado.
Nada, más una vez te felicito. Mucha vida Enrique y que te dejen en paz, que no te busquen sentidos, que no te encuadren en conceptos justitos, que no te inviten a eventos, que no te tengan miedo, que no te inventen vidas, que no te pregunten nada sofisticado. Que se relajen. Que se relajen, digo, porque sólo así, relajados podrán notar en algún momento que sus pijamas no hacen juego con el océano. Lo cual es un privilegio (poder notarlo).
Que no te traten como un monumento porque quizás tú seas un simple atracador, como ya ha sugerido Álvaro Enrigue, y esta vez te has atracado a ti mismo. !Con mucho «estilo»!
Un gran abrazo y !enhorabuena!
Jolanta
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LA INVITADA DEL LOUVRE [Dominique Gonzalez-Foerster en Liberation]


Con motivo de las Jornadas Internacionales de Cine sobre Arte, la invitada del Louvre, un artista inclasificable que no deja de reinventarse, habla de su relación con el espacio-tiempo, su trabajo con el cantante Christophe y su fascinación por las inteligencias artificiales.
Advierte desde el principio: no le queda más voz y debe ahorrarse para asegurar el concierto que da el domingo con Ecoturismo, el dúo de pop experimental que forma con el músico Pérez. Gran invitada del Louvre, la artista visual —————————Dominique Gonzalez-Foerster ha elaborado un programa de proyecciones, encuentros y otras visitas guiadas a las colecciones. Con su voz estridente que en realidad no la predisponía a subir al escenario, se ha hecho una aliada desde hace varios años. Una herramienta de transformación permanente, muy útil para esta artista inclasificable que no deja de reencarnarse en personajes históricos o ficticios, desde Edgar Poe a Lola Montez pasando por La Callas
Artista desertora, como ella misma se presenta, no de clase sino de campos artísticos, Dominique Gonzalez-Foerster lleva veinte años traspasando todas las barreras del sonido. A gusto en museos y centros de arte que se pliega a sus dimensiones, dándoles a veces la forma de un dormitorio, una sala de cine o un refugio para refugiados climáticos, también está detrás de escena de un concierto de Bashung o Christophe con quien colaboró. , o en compañía del compositor flotante, Jay-Jay Johanson, con quien dibujó a mediados de la década de 2000 los contornos de un Cosmódromo que se ha mantenido legendario. Incluso se le ocurrió tener una cita consigo misma, en las novelas de Enrique Vila-Matas (Marienbad electrique, Montevideo] o del joven Théo Casciani donde interpreta el papel principal.

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Instrucciones poéticas de Guy Bennett en NAZIONE INDIANA
Ciò detto, c’è una letteratura concettuale che conta molto per me, ma – a differenza di quella statunitense che ho potuto conoscere – essa è sparsa nel tempo e nello spazio / non è il prodotto di una scuola / testimonia di una sottigliezza dal punto di vista dell’idea che stuzzica la mia curiosità e mi soddisfa pienamente in quanto lettore. Penso a opere quali Testimony di Charles Reznikoff, Livro do desassossego di Fernando Pessoa (vedi tutta la produzione eteronimica), A Humument di Tom Phillips, Roland Barthes par roland barthes di Roland Barthes, Douleur exquise di Sophie Calle, Porque ella no lo pidió d’Enrique Vila-Matas, ecc. Mi faccio forse delle illusioni, ma credo che il mio lavoro recente abbia delle risonanze più significative con questi testi piuttosto che con quelli dei miei compatrioti contemporanei.
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Complejidad eres tú. ————–[Café Perec]
Tal vez me suceda solo a mí, pero creo que estas Navidades lo complejo y la complejidad, han sido términos al alza (con los políticos hasta abusando de ellos), conceptos cada vez más utilizados por todo dios. Podría ser que hubiéramos comenzado a desconfiar de lo simple y estuviéramos descubriendo que el mundo, como decía Carlo Emilio Gadda, es un enredo, un ovillo, una maraña, un “sistema de sistemas” que se condicionan entre ellos, de modo que las catástrofes como los acontecimientos felices no vienen de una única causa, sino de un sinfín de múltiples causas, que no son nunca consecuencia o efecto de una sola.
Lo complejo, en narrativa, por ejemplo, se traduce en Multiplicidad, a veces maniática: Gadda, hablando del ‘risotto alla milanese’ y describiendo, uno por uno, individualizándolos, los granos de arroz revestidos en parte todavía por su envoltura (“pericarpio”).
El activista de la Multiplicidad es alguien que piensa que, tal como predijo Ítalo Calvino, hay un futuro en nuestro siglo para novelas complejas, enciclopédicas, con ansia de un conocimiento adquirido en la red infinita de conexiones entre los hechos.
Atrás quedaron las Navidades, pero dejaron un cuento navideño de A. G. Porta, que a primera vista parece sencillo, pero sólo lo parece, porque, a medida que nos adentramos en su modélico rastreo de cuentos navideños, vamos descubriendo un mundo de sutilezas, de gallinas robadas, de misterios en los arrabales del cuento dickensiano y, entre carcajada y carcajada, acabamos horrorizados a un metro del abismo más complejo. Es un cuento extenso, como también su título: Persecución y asesinato del rey de los ratones representada por el coro de las cloacas bajo la dirección de un escritor fracasado.
Tras leerlo, he pensado en Bruno Galindo que en Equilátera le hace decir a una joven que la gente compleja necesita gente simple, pero la gente simple suele ser demasiado simple para la gente compleja. Y he pensado también en todos aquellos que apoyaban la propuesta de Levedad para el futuro, reconvertidos en este siglo en activistas de la Multiplicidad, como yo. Hay incluso vecinos entre esos activistas. Ayer, uno de ellos, propenso a la frase tópica, anunció en un bar del barrio un discurso sobre lo mal que andaba el mundo. Pensé que hablaría de colapso demográfico, emergencia climática, ascenso de los populismos…Pero no, su mundo en mal estado lo formaban usureros, asaltantes de parlamentos, grandes tarados normales, personas normales, violadores normales, y demás hijoputas.
Cada cual vive, en un absoluto presente subjetivo, su propio Enredo global. Aunque el sentido del Enredo de nuestro tiempo ¿no fue también el mismo sentido que el del Ovillo global del ayer, construidos ambos con acumulación de un vergonzoso pasado y vértigo del vacío?
Lo que pasa, señaló Borges, es que todas las cosas “le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos, y solo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí»
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SANDRO ROMERO REY (Cambio, Bogotá) : Todo en él ha sido fascinante.
Sobre Montevideo, de Enrique Vila-Matas
SANDRO ROMERO REY (Cambio, Bogotá) :
Todo en él ha sido fascinante: Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, en fin, París no se acaba nunca, Dublinesca, Aire de Dylan o Esta bruma insensata. Todo en Vila-Matas es adictivo. El conjunto de su obra configura un calidoscopio que se nutre del antes y el después hasta convertirse en un inmenso fresco del cual no se pueden separar sus piezas. Montevideo es una novela laberíntica, un viaje entre ciudades y espectros, donde hasta Bogotá tiene su espacio para convertirla en una curiosa versión kafkiana del fin del mundo.
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Filippo Bernardini, el ladrón de manuscritos.
Hace dos horas, Alessandro Raveggi@colossale publicaba un tuiter que decía:
Bernardini’s story: a perfect plot for a Vila-Matas novel.

He investigado y la historia de Bernardini es ésta:
Tal vez se trate -aunque sería más novelesco que real- de un lector que quiere leer los libros que van a publicarse antes de que los lean los demás. En este caso, debe hacer meses que ha leído las memorias de Henry de Inglaterra.
El misterio ha inquietado al mundo del libro: durante años, alguien se hizo pasar por autores y agentes, editores, intentando robar manuscritos de libros inéditos de autores de alto perfil como Margaret Atwood, Ian McEwan y Ethan Hawke, pero también de novelistas debutantes y escritores de temas más oscuros.
Ahora, la resolución del misterio parece más cerca. Se espera que en unos días Filippo Bernardini se declare culpable de fraude electrónico frente a un juez de un tribunal de primera instancia en Manhattan, según un correo electrónico de la oficina del fiscal federal para el Distrito Sur de Nueva York que se envió a las víctimas el martes.
La Oficina Federal de Investigaciones arrestó a Bernardini a principios del año pasado, diciendo que había «suplantado, defraudado e intentado defraudar a cientos de personas» durante cinco años o más, obteniendo acceso a cientos de manuscritos inéditos en el proceso.
El mayor misterio de esta Bernardini’s story está en saber por qué actuó así el inculpado teniendo enc uenta que no ha sacado beneficio económico alguno de su actividad.
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NACÍ ODRADEK.
[Avance del texto publicado como Je suis né Odradek en el número 505 de artpress, número especial con motivo del 50 aniversario de la revista parisina]
Un día de septiembre de 1996, me coloqué un sombrero de paja en la cabeza y. sin mayor preparación previa, salí de mi casa del barrio del Guinardó, en Barcelona. En menos de cinco minutos me planté en la plaza más cercana, en un discreto y acogedor rincón urbano, no demasiado conocido en mi ciudad: la plaza Rovira.
Ya desde buena mañana, había estado conviviendo con la muy perecquiana idea de probar a escribir una Tentativa de agotar la plaza de Rovira. Y nada más llegar a ésta, puse manos a la obra, es decir, no perdí ni un segundo de mi tiempo. Me senté en la terraza del café Valls, y comencé a practicar la escritura topográfica, estilo Perec. Llegué a sentirme transportado por momentos a París, al café de la plaza de Saint-Sulpice, donde Perec intentó inventariar todo lo que podía ver desde una mesa del bar, ya no sólo lo que oficialmente estaba inventariado (la iglesia con sus Delacroix, las estatuas de Bossuet, Fénelon y compañía), sino todo aquello en lo que nadie reparaba, “lo que pasa cuando no pasa nada, sólo el tiempo, la gente, los coches, las nubes”, todo lo que aparentemente carece de importancia.
Sabía que Perec no ignoraba que entera aquella plaza no podría meterla en su cuaderno y que, por tanto, siempre quedarían muchas cosas por abarcar, pero tampoco ignoraba que la Tentativa iba a ser una aventura fascinante. Sabía esto aquella mañana y, por consiguiente, no esperaba en modo alguno llegar a introducir a la plaza Rovira completa en el cuaderno que llevaba en el bolsillo, pero tampoco creía que fuera a fracasar demasiado en mi intento. Y, de hecho, hoy en día, algunos de aquellos datos que anoté orientan a los estudiosos del barrio.
De aquel inventario, modesto y parcial, de aquel inventario de lo que estaba más a la vista en la recoleta plaza en aquel día de septiembre de 1996 quedaron, entre otros, estos datos: dos farmacias (sorprendente para una plaza tan pequeña), cuatro sucursales de banco, la estatua del arquitecto Rovira (sentado en un banco de la plaza a la manera de Pessoa en la rua Garret, de Lisboa), un buzón de correos, una fuente de agua fresca, un cartel que anunciaba el próximo partido del equipo de fútbol del barrio (el histórico Club Deportivo Europa), una casa de okupas (con el lema “resistir es vencer”), una pequeña sala de arte, 16 jubilados diseminados aquella mañana por los diversos bancos, un quiosco de helados y otro de prensa, una churrería, una tocinería, una droguería, un tipo estrafalario, (feliz o loco, que cantaba a voz en cuello La Traviata), una ferretería, tres bares (el Comulada, el Valls y una sandwichería-pizzería), una parada de taxis, una peluquería, 22 árboles, 2 sitios de venta de cupones de ciegos, 12 farolas, un clochard que le daba animada conversación política a la estatua del señor Rovira (que, por supuesto no le llevaba jamás la contraria), un colmado, un estanco, una frutería, una puerta tapiada, 2 cabinas de teléfono, un cielo azul.
Sólo falta, me dijeron los jubilados, el antiguo cine Rovira, con su techo descapotable, que permitía en verano ver películas y al mismo tiempo examinar el cielo estrellado.

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Tres años después, en septiembre de 1999, volví de nuevo a la plaza con la idea de intentar de nuevo abarcarla, agotarla, inventariarla en su totalidad si era posible. Anoté los no excesivos cambios que se habían registrado en el lugar. Seguían allí las 12 farolas, la estatua del señor Rovira a la que siempre alguien daba conversación, las 2 farmacias, las 4 sucursales de banco, la fuente de agua, el cartel que anunciaba el próximo partido de futbol del Club Deportivo Europa, la sala de arte, la ausencia del cine Rovira, la casa de los okupas, la churrería, la ferretería, la droguería, los dos bares, la parada de taxis, la peluquería, el clochard (aunque no estaba seguro de que fuera el mismo), el colmado, el estanco, la frutería, la puerta tapiada, el cielo azul. No estaba el quiosco de helados, faltaba uno de los sitios de venta de cupones de los ciegos, la sandwichería-pizzería tenía nombre de pronto y se llamaba café Flanders (recordé que, en aquel lugar, ocho años antes, había existido una peculiar y maravillosa lavandería), había desaparecido ya la tocinería y habían colgado entre los árboles una contundente pancarta antifascista.
No había, pues, muchos cambios, aunque en el ínterin había ocurrido, a lo largo de aquellos tres años, parte de la historia de uno de esos dramas sórdidos de los que apenas se entera la ciudadanía: a Victor Erice, el gran director de cine, le habían impedido rodar en aquella plaza la adaptación de una gran novela de Juan Marsé, El embrujo de Shanghái. El productor de aquel proyecto cinematográfico acusó a Víctor Erice de ser muy lento preparando el guion, y puso como ejemplo lo mucho que se había demorado, a lo largo de días y horas, sentado en el bar Valls de la plaza observando la vida en aquel cuadrado urbano y tratando de impregnarse de la atmósfera única que dominaba aquel enclave central del barrio. Le impidieron a Erice poner en marcha lo que muy probablemente habría podido ser una obra maestra. Tal vez a esos sórdidos pequeños dramas silenciosos se refería Perec cuando hablaba de inventariarlo todo, incluso lo que pasa cuando parece que no pasa nada y un productor mezquino impide que, en una de las plazas más recónditas y casi olvidadas de Barcelona, alguien lleve a cabo algo de lo que andamos bien escasos: nada menos que una obra maestra del cine.

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Esa pregunta que creíamos necia [Café Perec]
Es una pregunta, por lo general, denostada y ridiculizada por los narradores. Denigrada por tópica, y quizás por incómoda también, porque suele llegar en primer lugar de las entrevistas y parece de lo más rutinaria y hasta necia, aunque algo hay en ella que por un rato puede dejar desequilibrado al entrevistado, sobre todo si se formula así: “¿De dónde salió la idea de su libro?”
¿La idea? Puede que ese concepto provoque que el ambiente entre entrevistador y entrevistado se enrarezca enseguida. Sin embargo, llevo tiempo comprobando que la pregunta tiene en realidad una gran carga de profundidad, porque de hecho es como preguntar de dónde salen las ideas, o qué es una idea, o de dónde salió la escritura misma, actividad de origen indiscernible.
Fue Siri Hustvedt quien me hizo ver de otro modo la pregunta cuando dijo que los narradores se trastornaban cuando entreveían que, en lugar de tópica o rutinaria, la pregunta era incontestable. ¿Lo es? Tanto como la respuesta a la pregunta de qué es una idea. Para Plutarco, una idea era por sí misma naturaleza incorpórea. Quizás eso explicaría que en las contadas veces que me he sentido en pleno éxtasis de escritura, la aparición repentina de una oportunísima idea pueda haber llegado a parecerme de naturaleza incorpórea, como viniendo de fuera, tan externa y extranjera que hasta me he visto incapaz de buscarla más allá del insensato ordenador, como si, entre formas inconstantes, pudiera alcanzar a ver el fugitivo humo de la silueta de una musa.
Conozco a alguien que, ante una borrosa aparición de este estilo, se ha calmado diciéndose que todo ha surgido de la nada, y punto. Y a otro que, cuando ha visto que en su escritura irrumpía, repentina, una idea inesperada, ha preferido creer que había surgido de su tejido cerebral y del texto que en aquel momento escribía.
Ahora bien, si nos atrevemos a suponer que la idea imprevista ha venido de fuera, ¿de dónde creemos que procede? Es la pregunta de las preguntas. ¿Debemos pensar que la idea llega de un lugar imperceptible, transformada en un ángel con una trompetilla soplándonos la frase que nos permitirá avanzar en el texto?
Si aceptamos que es difícil saber de dónde viene una idea, no tan extraño habrá de parecernos que la pregunta, al catapultar hacia la filosofía al novelista interrogado, trastorne tanto a éste que acabe negándose a ir en busca del origen oscuro de todo. He presenciado casos en los que, para eludir la pregunta incontestable, el trastornado, antes de recurrir a una idea, ha apelado a una imagen cualquiera (una mujer alemana aburrida en un balcón, por ejemplo) para explicar el origen de su novela, pues sabido es que, en nuestro tiempo, la palabra “imagen”, a diferencia de la palabra “pensamiento”, no sólo triunfa, sino que, además, tranquiliza a todo habitante de la sociedad del espectáculo.
Concluyo pensando en Roland Barthes al que le preguntaron por qué escribía: “Porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, y realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible”.
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En la página 120 de la admirable Tres anillos de Daniel Mendelsohn aparece un artista escritor ya de cierta edad que, frente a una puerta de la universidad de East Anglia, se pregunta “qué le espera”. Perdone usted, querríamos decirle, ¿está buscando saber qué le espera a su obra, o tal vez a su vida?