Uno de los libros que compartiría: Georges Didi-Huberman: «W o Recuerdos de Infancia», de Perec

RichterNo  ofrecemos un pétalo, sino una flor. Es aún mejor, cuando se trata de flores, ofrecer un ramo: así los colores resaltarán mejor en el contraste. Por otro lado, no regalamos una sola vez, sino a menudo: contamos una historia – de amistad, de amor – dando este libro, luego este. Una obra ofrecida será, por tanto, sólo un segmento en la constelación que se quiere ofrecer y que, verdaderamente, tiene sentido. Todo depende del momento, de la persona, luego de la duración y de toda la relación con esa persona. Ofrecemos libros, no un libro. Ofrecer no obedece a una lógica de precio literario. Cuando ofrecemos, ofrecemos mucho. Sin clasificación, sin campeón, sin ganador. Ni uno que estñe aislado de los otros, como hubiera dicho La Boétie (o Lacan). Porque un libro nunca existe por sí solo. Cuando ofrezco la melancólica W o los recuerdo de infancia, de Georges Perec, deseo absolutamente que el destinatario conozca también la hilarante Cantatrix sopranica L., un artículo pseudocientífico que trata sobre el lanzamiento de tomates a una mala cantante de ópera. .. Sin embargo, tan pronto como ofrezco dos libros de Georges Perec, se hace necesario ofrecer también dos libros –al menos– de Franz Kafka, por ejemplo las Cartas a Milena o los Últimos cuadernos. Luego, habiendo ofrecido los dos libros de Kafka, me digo que es imprescindible ofrecer también la colección de textos dedicados por Walter Benjamin a este autor, tan bellos y profundos como los del propio Kafka. Pero, habiendo ofrecido una colección –cualquiera que sea– de los textos de Benjamin, me doy cuenta de lo importante que es compartir la urgencia crítica en el trabajo entre los pensadores que han sido sus amigos, desde Ernst Bloch o Gershom Scholem hasta Bertolt Brecht o Theodor Adorno. De modo que, si yo fuera rico, me complacería ofrecer a cada uno de mis amigos -pero también a cada uno de los interlocutores con los que no estoy de acuerdo- la serie completa de obras publicadas por Miguel Abensour en la tan necesaria colección “Crítica de la política”.

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Buscarse un buen nombre [Juan Tallón]

obra_maestra_tallon_1100x525_5Cerca de mi casa, en la calle de Arturo Soria, hay un pequeño negocio en el que no había reparado nunca hasta hace dos días, que pasé por allí de casualidad. El letrero de la fachada dice Peluquería Kedosa. Unisex. Nada que se pueda considerar interesante a la vista, salvo porque pegado a este negocio hay otro, un poco más grande y quizás ambicioso, cuyo letrero reza Taller Kedosa. Mecánica. Electricidad. Especialista en Volkswagen y Audi. Servicio de Neumáticos. La coincidencia me trastornó en cuanto la vi. Naturalmente, ya no tuve otra cosa en la cabeza durante todo el día. Me lo pasé elaborando hipótesis que explicasen esa insistencia en llamarse Kedosa, y en qué significaría Kedosa. Pude haber entrado a preguntar, pero eso habría estropeado parte del misterio. Y, por otra parte, en el momento ni se me ocurrió. No me caracterizo por tener esa clase de buenas y lógicas ideas.

Mis limitaciones me sirvieron para concluir que los encargados de ambos negocios pertenecen a la misma unidad familiar, y cada uno de ellos se dedica a lo que mejor se le da, bajo un nombre comercial de grandísimo tirón, gracias a que no se entiende, suena mal, y es perfectamente confundible con Kadesa, Kodasa, Kaseda o Kedaso. En cambio, me queda claro que , si en el futuro, la familia amplía miras, e innova otros negocios, estos se llamarán, si es el caso, Cafetería Kedosa, Funeraria Kedosa, Supermercados Kedosa, Construcciones Kedosa. Lo que sea, pero siempre Kedosa.

A veces, un buen nombre es todo lo que se necesita en la vida. No solo para un negocio. Billy Wilder contaba que dedicaba mucho tiempo a pensar los nombres de los personajes de sus guiones. Una vez dio con un que le gustó tanto que lo uso en cuatro películas diferentes: Sheldrake. Tenía ciertas vibraciones, decía, tenía carácter. No era como señor Jones o señor Weber, o algo por estilo. Cuando se da con un buen nombre no hay que dudar en quedárselo. En 2001, Enrique Vila-Matas participó en una mesa redonda en Budapest, sobre narrativa hispánica, junto a Eduardo Mendoza, Rodrigo Fresán y Andrés Neuman. Cuando el escritor español quiso saber quién era el moderador, se lo presentaron como Imre Kertész, un completo desconocido hasta unos meses después, que le concedieron el Nobel de Literatura. Vila-Matas andaba por entonces a la busca de un nombre para un personaje chileno de origen judío, de cara a su próxima novela, y acabó poniéndole Felipe Kertesz.

Quién sabe si a veces el éxito o el fracaso no dependen de insignificancias, de intangibles como que te llames de una manera o de otra. No se puede conocer, a priori, la buena o mala fortuna de un nombre: simplemente, pasa. Te ponen, por ejemplo, María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay, y parece que algo no funciona, pero lo resumen en algo más corto y directo, como Duquesa de Alba, y es un éxito.

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Un Occidente secuestrado o la tragedia de Europa Central, libro de Kundera.

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Este breve texto de Kundera data de 1983. Oportuno. Actualísimo. Se acaba de reeditar en Francia.

En 1956, mientras los tanques soviéticos arrasaban Budapest, el director de la Agencia de Prensa Húngara envió un mensaje desesperado que terminaba con estas palabras: “Moriremos por Hungría y por Europa. » Tres décadas después, Milan Kundera situará esta escena al comienzo de un artículo titulado «Un Occidente secuestrado, o la tragedia de Europa Central» . Un texto breve, con un enorme eco internacional, finalmente reeditado en rústica. En estas vibrantes páginas, el escritor de origen checo afirmaba esencialmente lo siguiente: durante la rebelión húngara de 1956 o la «Primavera de Praga» de 1968, «pequeñas naciones» vulnerables , encajadas entre Alemania y Rusia, proclamaron su deseo de Europa, su deseo de fundar un“Europa archi-europea” … y esto, ante el gran asombro de los europeos occidentales, que llevaban ya tiempo olvidandose de su vocación, de su identidad. Hoy, la movilización de los ucranianos es parte de esta historia europea hecha de amenazas y convulsiones, donde la narrativa europea, la narrativa común es una cuestión de supervivencia.»

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«NO DEBERÍAMOS PERDERNOS NADA DE SU LEGADO» [Serrat, por Vila-Matas] -El Periódico 18 Dic 2022

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La primera vez que le vi, ni había oído hablar de él. Corría el año de 1967, era invierno, y Serrat se presentó con su guitarra en el aula de la Facultad donde acababan de impartirnos Derecho Civil. Éramos unos cincuenta y el lugar lo recuerdo como un sótano.  Sin casi mediar palabra, despachó en menos de una hora quince canciones. Una de ellas ya no iba a olvidarla nunca, Ara que tinc vint anys.

Unos meses después, volvió a la Facultad, pero ahora para cantar ya en un altillo y con todo el hall abarrotado. Para mi memoria quedó esta vez su Cançó De Bressol, sin duda por aquel repentino cambio de registro en homenaje a su madre: “Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador”

Volví a oírle, en muy distintas circunstancias, en diciembre del 70. En el encierro de Montserrat de trescientos intelectuales, en protesta por el proceso de Burgos. Serrat tomó la guitarra cuando más subía la tensión por el inminente asalto de la policía al monasterio. Y siguió Raimon con El País Basc: “Tots els colors del verd sota un cel de plom que el sol vol trencar…”

Por un momento, quedaron en suspenso, como si nunca hubieran existido, todas las canciones ligeras del mundo. Y también en suspenso la supuesta rivalidad entre Raimon y Serrat.  No creo que, tomando la guitarra, hayan coincidido en ninguna otra ocasión. Mi recuerdo central del momento es el coraje que infundieron con aquella insólita sesión conjunta que nos llevó a recordar de golpe por qué estábamos allí. No deberíamos perdernos nada de su legado. Quienes vivieron aquella potente escena de convivencia sabrán de qué hablo.

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TEMPORADA DE LISTAS Y OTROS HURACANES.

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MONTEVIDEO (Seix Barral) entre los diez libros del año. El País. 17/12

https://elpais.com/babelia/2022-12-17/los-50-mejores-libros-de-2022.html

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. El Periódico 15/12

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. El Cultural. 16/12

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. La Vanguardia. 17/12

Artículo de Andrea Aguilar sobre MONTEVIDEO en El País.

 

El regreso de Enrique Vila-Matas con Montevideo es juego, espejismo, humor y literatura. Permeable y fluida, fronteriza, en esta suerte de biografía de un estilo escribe sobre el trabajo de muchos otros, referencias ágiles que funcionan como rápidos reflejos cambiantes que pasan como si el lector fuese montado en un vagón de pasajeros recorriendo ese mundo. Así se muestra el efecto de lecturas, frases y encuentros que encienden la imaginación y las ideas del narrador que esta vez ha inventado el autor de Bartle­by y compañía. El circuito de pensamientos, bromas sinceras y juegos que Vila-Matas construye en el libro tiene algo de tren eléctrico de juguete, de pequeños bloques de madera con los que eleva una historia tan suya como ninguna otra.

Por ANDREA AGUILAR.

 

 

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Literatura de la buena [MONTEVIDEO, por Marta Ramoneda] Revista de La Central.

Eixample. Foto de Vila-Matas 15 Dic 2002. 5, 15 de la tarde.

Eixample. / Foto de Vila-Matas / 15 Dic 2002. A las 5 de la tarde.

Le hemos echado de menos, ¡Pero aqui está! Y con esta palabra tan bonita -Montevideo- nos ofrece de nuevo una vida de escritor que es la suya, ¿la del autor? No, la del narrador y de quen éste busca. Porque se trata de buscar, y de encontrar las palabras que empujen esta búsqueda, palabras que a menudo la propia historia de la literatura nos ofrece.

Me gusta que nos haga ir y venir entre ciudades desbocadas de poesía, que convierta cada minucia en una exploración, que nos haga prestar atención a cada deje de ironía, que nos contagie esa manera suya de divertirse -siempre con rictus serio-, que corramos detrás de personajes conocidos, desconocidos, o inventados proclamando su ingenio, que sospechemos de todo como si, mientras leemos, nos estuviera mirando de refilón, disimuladamente, pero ¡muy atento a que nos lo pasemos rebién!

Un Vila-Matas más generoso que nunca, leyendo Montevideo da la sensación de que tiene unas ganas inmensas de salir (y hacernos salir) «a ver mundo»: de repente nos enocntramos una puerta condenada, ¿qué habrá detrás? Literatura de la buena.

MARTA RAMONEDA

(Revista de La Central, Diciembre 2022)

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Christopher Dominguez Michael : ‘Nunca un crítico ha destruido la carrera de nadie’

_VlU4S4PChristopher Domínguez Michael publica PUNK MAIAKOVSKI

«Nunca un crítico ha destruido la carrera de nadie. Si alguien se amedrenta inclusive ante la crueldad de la opinión es que no tiene madera de escritor»

 

El escritor y crítico literario hace una revisión a «la obra de los escritores más representativos de lo que va del siglo XXI».

660 páginas, en el que el ensayista invita al lector a un viaje por la literatura que comienza por el libro Las ruinas de Palmira, pasa por el 11 de septiembre en Nueva York, hace una pausa para recordar emotivamente al escritor Sergio González Rodríguez y va en busca de la obra de Borges. También escribe sobre el presidente Trump, Ucrania y “conversa” con Benedetti, Piglia, Fumaroli, Parra, Lowell, Zurita y Vila-Matas

una entrevista de Vcente Gutierrez para el suplemento Milenio

https://www.milenio.com/cultura/christopher-dominguez-michael-presenta-su-nuevo-libro

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Despedida de María Manuel Viana [1955-2022]

Maria Manuel Viana. Cabina de Amarante (Casa Teixeira de Pascoaes)

MMV entrando en la galería de cristal del jardín en Amarante de Teixeira de Pascoaes.

He pensado mucho tiempo en cómo debo despedirme de ti, porque la vida no nos prepara para hacer amigos «nuevos» desde cierta edad – empatía, cordialidad, sí, pero no este tipo de amistad tan rara sólo fuera de la pobreza y el miedo a ser mala inter Negro Yo no lo llamo amor. Pero es amor y los dos sabemos, aunque nos tomó más de 10 años entenderlo: tú, por indiferencia, distracción, y como yo sabría después, por timidez, y yo pensando que eras demasiado grande para ser parte de mi vida.

Fue entonces que me vino un poema de Nuno Júdice que leí antes de conocerlo y que se convirtió en un pedacito de mí por haberlo leído tantas veces y por haberlo elegido para contar el comienzo de una pasión prohibida de una inútil niña por un hombre que ya está muerto, pasión  transformadora como todas las demás. Nuno Judice dijo, y cito algunos versos en color.

«Ahora recuerdo que tengo que quedar contigo, /

en algún lugar donde ambos podamos hablar /, de hecho, sin ninguna de las ocurrencias de la vida /

Cuida lo que tenemos que decirnos. Muchas

veces / recordaba que ese lugar podía

ser, incluso, un lugar sin nada especial, /

como la esquina de un café, frente a un espejo/

que podría servir de excusa /

para reflejar el alma, la impresión de la tarde (…)

Y de repente, el sentido de despedida, y que cada uno de nosotros/

lleve consigo al otro, dejando atrás a sí mismo / como si un intercambio

de almas fuera posible.

Porque a mí, ¿sabes?, siempre me falta el sentido de la despedida, de todo lo que dice el poeta y sólo me queda la sospecha de que tal vez el intercambio de almas es posible y que, como Roland Barthes, puedo decirte: C’est donc un amoureux qui parle et qui dit,.  sin ir a un café o a un restaurante, no tanto yendo cientos de millas para nada nuevo que decirse el uno al otro. Entonces pensé que este viaje, este adiós, podría tener lugar en un lugar que tu hubieras amado / Y así  es como Amarante llegó a mí, por alguna razón que ignoro, porque nunca había estado. Pero / me pareció que visitar la casa de Pascoaes y sobre todo el jardín y la galería de cristal donde, yo estaba muy seguro, te encontraría leyendo Pynchon o escribiendo poemas trágicos, fue el momento y lugar ideal para esta despedida que nunca sucedió  porque, aunque no lo vayas a creer,  en un alma y en tus 21 gramos,  los que mueren dejan en nosotros una sonrisa, una palabra susurrada, un recuerdo, aún más difuso. Y de hecho, ahí estabas tú, sobre tu espalda y me pregunté si sería o no tú, quién podía ser aquel hombre familiar,  el amigo fantasmal que siempre aparece, en los momentos más inesperados de nuestras vidas.

Estaba lloviendo (siempre llueve en Amarante) y las paredes de cristal no permitían certezas, así que me quedé, muy tranquila, esperando a que volvieras y que tu tímida sonrisa fuera la despedida que ambos elegimos para ese último momento. Y mi cara, como dirías, se esfumaba cada vez más y sentía que cada vez se veía menos, y no importaba cuánto intentara gritar Simon o Sebastião, la voz no se escuchaba, me había convertido en un eco que, sin un grito primordial, no existía, no podía existir.

Me quedé muchas horas en la galería, sintiendo la tormenta que venía, hasta que me di cuenta de que nunca nos volveríamos a ver, es decir, te vería, como el ángel Damiel, alias Bruno Ganz, posado en la biblioteca, viéndola llenarse de libros tuyos, sólo yo y Tu, compartiendo algo a solas porque los ángeles no saben leer.

María Manuel Viana.

 

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Enrique Vila-Matas sabe ensanchar la literatura (Gianni Montero en Esquire, Italia)

Con Questa bruma insensata (Feltrinelli) el escritor catalán hace incluso lo que antes no era literario.

rel ojGianni Montieri (Esquire, Italia)

: “También me pregunto si algún día será posible que alguien lea estas páginas y pueda verme aquí, donde ahora estoy sentado en este rincón perfecto». De Queneau viene el título de este libro, lo leemos en exergo: «¿Cómo aclarar esta bruma sin sentido / en la que se agitan las sombras?», parecería que toda la literatura de Enrique Vila-Matas, no sólo la historia que cuenta en su espléndida nueva novela, Esta niebla sin sentido (Feltrinelli, 2022, traducido por Elena Liverani).

“Me gustaba la gente como Kafka, y cada vez que me derrumbaba, cansado de vivir en mi mente, recordaba las palabras de Bolaño de que la literatura de Kafka era la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo pasado». Y le gustaba el hecho de que Kafka hubiera demostrado que la literatura ofrecía todas las posibilidades de ir más allá, sin renunciar al mismo tiempo a resolver los interrogantes que el putrefacto sistema político de la época nos planteaba a nosotros, pobres mortales”.

Vila-Matas parece orientarse en un territorio de sombras, que se agitan, pasan, se desvanecen y luego vuelven. El escritor catalán escribió, escribe para despejar la bruma, para dar sentido al momento en que la luz y la oscuridad son lo mismo, tienen el mismo sabor. Y no estamos hablando solo de fantasía y ni hablando de realidad. Hablamos de arquitectura, de una textura sintáctica e imaginativa que sostiene el castillo que necesitamos, una morada en la que la palabra ficción retoma su sentido principal y supremo, una casa enorme en la que, desde cada ventana, relampaguean poemas, historias, hechos, otros escritores, tanto amigos como extraños, y todos tienen un trabajo y todos tienen uno solo: inclinarse sobre el alféizar de la ventana para contarnos un trozo de historia, una pieza larga pero no toda la historia. Un hecho está oculto, un hecho debe ser inventado, un hecho lo da nuestra imaginación, así como el origen.

Vila-Matas nos invita y nos acusa, nos recuerda quiénes somos, y nosotros, con las gafas en la nariz, participamos de los sueños que se despliegan. Nos recuerda que no necesitamos cuándos y porqués, necesitamos cómos, y es así para Onetti, para Bolaño, para Bellow, y es así para él.

“Los protagonistas de esta novela son dos hermanos, de hecho sería más exacto decir que un protagonista es el hermano de alguien que se ha convertido en un fantasma, una sombra, una figura que se mueve hacia otra parte, que no aparece, que es lejana, engorrosa, en el fondo, insoportable. La forma en que los dos personajes se colocan en escena confirma una vez más la manera de jugar de Vila-Matas. Uno es real, el otro ya no es real, es otra cosa. El primero trabaja para lo que se ha convertido en su hermano, un novelista de culto muy leído que nadie ve, como Salinger y (especialmente) Pynchon. El hermano novelista representa la ficción, la verdad de la literatura, y también -de algún modo- su vacío, su precario equilibrio. El narrador es Simon Schneider, vive en Cap de Creus, una península encantadora que se encuentra entre el territorio catalán y Francia. La casa está en ruinas, muchos años antes de que los padres de Simon y Rainer (el otro hermano que ya no se llama así) la compraran, está al borde de derrumbarse, de resquebrajarse para siempre, al borde de un precipicio, se alza sobre mismo como un salto al vacío. Está a punto de colapsar, y Simon también, excepto que no se derrumba, algo lo mantiene en equilibrio sobre el abismo.

Vila-Matas ha escrito otra novela imprescindible, ampliando aún más el campo de juego que siempre ha ocupado la literatura. Encontró más espacio. Si la obra de su amigo Roberto Bolaño (que le dedica uno de sus más bellos cuentos a Enrique, se puede leer en Llamadas telefónicas, Adelphi) es un mapa que nunca se agota de libro en libro, la de Vila-Matas es una geografía que extiende el mismo territorio de obra en obra. Está bien, hay una frontera, dice el escritor catalán, pero no hay razón para no moverla más. Para llegar más lejos. A ambos les interesa una sola verdad, la literaria, que es más verdadera que la realidad, la única que inventando un lenguaje puede explicarnos el tiempo que atravesamos y lo que pasaremos. Vila-Matas se cuestiona y nos interpela, destacando una paradoja: si hay originalidad en la creación literaria, hay que buscarla en el arte de la cita La relación de subordinación que Simon vive con Rainer va más allá del afecto, la falta de un ser querido, la nostalgia, la melancolía. En cambio, se basa en una tensión que es enteramente literaria. Simon no pudo ser escritor, quizás, además de no tener el talento, no tuvo el coraje, pero su fe en la literatura, en el poder de cada frase, es ciega y, sobre todo, tenaz. Rainer -alias Gran Bros- ha creado un mundo que se alimenta de esa literatura, pero en la que no cree, al fin y al cabo, ni siquiera escribe de verdad. Rainer ya no existe y Gran Bros no existiría fuera de las citas que Simon le pasa. Vila-Matas se interroga y nos interpela, destacando una paradoja: si hay originalidad en la creación literaria, ésta hay que buscarla en el arte de la cita. Todo se recupera, incluso inconscientemente, después de que todos los queridos autores nos influyan y Vila-Matas nos explica que citar también significa -en los casos más elevados de la literatura- conocer (ciertamente) y amar. Si creemos en la literatura, es que creemos en Enrique Vila-Matas, y se lo agradecemos.9781846558788

 

 

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Llega un extraño: Díaz Dufoo (hijo) ————–Café Perec

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Reunión (sin Díaz Dufoo Hijo) en el Ateneo de la Juventud, de México.

Carlos Díaz Dufoo (hijo) parecía vivir para matarse en su propio cuadro. Como Van Gogh, que se suicidó en Auvers, en la misma campiña que pintó con unos cuantos cuervos que la sobrevolaban. Sólo que Díaz Dufoo (hijo) no pintaba, escribía, y acabó matándose en cada una de las páginas de su breve obra genial, Epigramas, libro de 1927 escrito con las cualidades de lo incompleto. “Regalaba generosamente las ideas ajenas”, se lee ahí. Y también: “Gastó largos años para hacerse un estilo. Cuando lo tuvo, nada tuvo que decir con él”.

¿Se suicidó porque nada le quedaba por decir? ¿O porque para él un artista era “alguien que guarda como un solitario prisionero su visión del mundo”?  Le atraía el lado oscuro del sol, el juego del revés y, de vez en cuando, liberaba alguna parte mínima de esa visión del mundo, pero sólo para confesar que sus palabras eran insignificantes. Claro está que tan tímidas confesiones no le impidieron parodiar el gesto de iniciar algo que pudiera abrirse a un horizonte: “Comenzó una vez y luego volvió a comenzar. Comenzó de nuevo, comenzó en mil ocasiones, comenzó siempre. Cuando otros llegaban, él comenzaba. No llegó nunca”

Me acordaba ayer de ese “comenzar siempre” cuando supe que Epigramas acababa de ser publicado en este país. Un centenar de formas breves, lúcidas, irónicas, que han permanecido inéditas casi un siglo en España. Un conjunto de fragmentos que no tienen género. En la literatura mexicana, los parientes más próximos de Díaz Dufoo (hijo) serían Alfonso Reyes y Julio Torri, de la llamada Generación del Ateneo, todos arrancados de su educación griega por la Revolución que les envió a un exilio interior. Díaz Dufoo (1888-1932) era el hombre casi invisible del grupo. De hecho, una única imagen fotográfica prueba que existió.

“Escapistas, le gastan una broma a la Historia y gana la literatura”, sintetizó Christopher Domínguez Michael acerca de la Generación del Ateneo. Se sabe que les unía una “ansiedad crítica” que potenciaba la asociación entre tradición y ensayo, ficción y pensamiento. De todos ellos llega ahora el más extraño, el que no llegaba nunca. En Díaz Dufoo (hijo) todo es meditación aforística que sustenta la imposibilidad del conocimiento. Y de esta meditación surge Diálogo contra el éxito literario, la última de las formas breves de su libro único. El éxito, leemos ahí, es la muerte de la buena literatura, su inevitable degradación. Y, a continuación, asoma el dandy con su concepto radical, espectral de la escritura: “El éxito es el peor enemigo de la elegancia, cuya defensa natural es la impopularidad”

Dufoo (hijo) viene a decirnos que quien mejora a la sociedad gracias a su popularidad, ve cómo su genio personal se pierde en el alma común, por lo que deja de ser la voz inspirada de un hombre para ser la voz interna de los hombres. Me pregunto qué caminos recorrerá Epigramas (Firmamento) en este país. No puede hablarse de “acontecimiento”, porque ahora cualquier cosa lo es y porque, además, tal vez se trate de un sutil “desacontecimiento”.

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CORAZÓN TAN TRICOLOR (del libro Morir de Fútbol)

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Abdon Porte, la vida por un escudo, el del Nacional de Montevideo.

En la década de los noventa entablé cierta amistad con futbolistas que leían. Con Pardeza y Pep Guardiola, muy especialmente. Ellos querían que les hablara de literatura, y yo en cambio que me contaran secretos del fútbol. A los dos les martiricé en diferentes noches preguntándoles si existían futbolistas de éxito que en el mismo terreno de juego hubieran sido conscientes, un día, de que acababan de hacer la mejor y última gran jugada de su vida. Se trataba obviamente de una pregunta que, en términos literarios, pocos escritores aceptarían responder. Yo, al menos, no he conocido a nadie que esté dispuesto a reconocer que su mejor libro ya lo ha escrito. Pardeza y Guardiola capearon el temporal con tacto y terminaron siempre eludiendo la respuesta a mi pregunta nocturna y obsesiva.

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La respuesta la hallé casualmente, años después, en la historia trágica de Abdón Porte, medio centro del Nacional de Montevideo. Rostro afilado, cabellera lacia, muy alto, tenacidad combativa. Corría el mes de marzo del año de 1918 y en Uruguay se jugaba en aquellos momentos el mejor fútbol del mundo. Abdón Porte tenía 27 años y era el ídolo de los hinchas del Nacional, aunque éstos no sabían que Abdón sabía perfectamente que había hecho ya la última gran jugada de su vida. Había entrado en un ligero declive del que era consciente, y se veía suplente de otro medio centro en la siguiente temporada. Toda la hinchada tricolor (blanco, azul y rojo son los colores del Nacional)  amaba a Abdón Porte, y aquel día de marzo el equipo derrotó por 3 a 1 en su estadio del Parque Central al Charley. Tras el partido, Abdón fue a festejar la victoria con sus compañeros. A la una de la madrugada se despidió de todos y dijo que tomaría el tren en la Estación Central. Pero algo sucedió cuando se quedó solo y cambió de idea, regresó al estadio. En medio de la noche, fue hasta el círculo central del campo, donde tenía la costumbre de reinar. Ya no le sustituiría nadie. Allí, en el centro mismo del estadio, se mató de un disparo en el corazón.

            A la mañana siguiente, el cancerbero del equipo, que fue el primero en entrar en el estadio, encontró el cuerpo del medio centro. Junto al revólver, un sombrero de paja, con dos cartas. En una se despedía de los seres amados. Y en la otra –para que luego digan que literatura y fútbol están reñidos- unos versos copiados a mano: “Nacional aunque en polvo convertido/ y en polvo siempre amante/ no olvidaré un instante/ lo mucho que he querido/ Adiós para siempre”

            Corazón tan tricolor. Todavía hoy, en todos los partidos jugados en el Parque Central, se puede ver en la tribuna una bandera con la leyenda Por la sangre de Abdón. “Pavada de alegoría –escribió alguien-. Allí donde estaba, siendo patrón del medio, quería que el tiempo se hiciera eterno”. Pavada o no, dos semanas después de aquel suicidio, Horacio Quiroga, cuentista magistral y una de las vidas más trágicas de la literatura, se basó en la historia de Abdón para escribir Juan Polti, half-back, un relato que publicó en la revista Atlántida en mayo de 1918. «Cuando un muchacho llega, por A o B, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremediablemente”. De ese alcohol de varones y del mítico suicidio hablaría también, años más tarde, el relato Muerte en la cancha, de Eduardo Galeano.

            Un 13 de julio de 1930, sin relación alguna entre el suicidio del medio centro y la competición universal que se inauguraba, se jugó en el estadio del Parque Central el primer partido de toda la historia de los Mundiales de fútbol. Se enfrentaron Estados Unidos y Bélgica. Así que puede decirse que el primer balón del primer Mundial comenzó a rodar desde el lugar exacto donde Abdón cayera muerto, desde aquel círculo central en el que el medio centro decidió jugar su último partido, eternizarse en el centro del mundo, de su mundo.

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Con Sylvia Molloy en el centro del mundo [Café Perec]

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Sylvia Molloy, que escribía para pensar, redactaba a veces cartas que nadie pudo leer nunca. Algo distinto el caso de Eric Satie, que no abría las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Esta mañana, le escribí a Sylvia Molloy unas líneas a modo de carta breve para un largo adiós. Molloy murió en Long Island este verano. Fue pionera histórica en tratar en sus libros los temas de la cultura LGTB. Y pionera también en el estudio de la “autobiografía” como género literario. Dejó libros maravillosos: En breve cárcel, Vivir entre lenguas, Desarticulaciones, Varia imaginación. La noticia de su muerte a los 83 años tuvo escaso eco entre nosotros. Seguramente porque el corazón de su obra fue editado en su Argentina natal (en Eterna Cadencia) y poco leído aquí.

Esta mañana, dije a Molloy, en mi carta muerta, cuánto me agradaría que en forma de libro alguien, un día, abordara su apasionante vida plurilingüe, aquella de la que ya hablara Patricio Pron en estas mismas páginas. Y evoqué ese “vivir entre lenguas” en el que ella solo vio ventajas a la hora de poder comprender la verdadera identidad del lenguaje. “¿En qué lengua soy?”, llegó un día a preguntarse. Ya de muy niña, hablaba español con la madre, inglés con el padre, y luego, cuando se instaló en París, adoptó el francés heredado de sus abuelos. No creo que nadie haya escrito mejor que ella sobre la escritura de las afueras, sobre la escritura que resulta del traslado; o mejor, la escritura como traslado, como traducción: “la escritura desde un lugar que no es del todo propio y sin duda no lo será nunca, un lugar donde subsiste siempre un resto de extranjería y de extrañeza, donde se aprende una lengua nueva, pero se escribe en la lengua que se trajo”

Al concluir mi carta, volví a recordar que a Molloy en persona la había visto una sola vez en toda mi vida, hacía ya diez años, en Nueva York. En esa ocasión única, en la McNally Jackson, hablamos de lo mucho que, en los años setenta en París –por amigo interpuesto– habíamos alcanzado a saber el uno del otro, sin que llegáramos a vernos nunca en ningún lugar de la ciudad, en ninguna ocasión, nunca. ¿Fuimos ya en la McNally en aquel mismo momento conscientes de que el instante era raro y era único?  En mí memoria resuena Idea Vilariño: “Fue un momento, un momento, en el centro del mundo”.

Al encontrar esta noche en Varia imaginación ese relato que Molloy tituló Últimas palabras y donde narra su visita a la casa de Trotsky en Coyoacán, he visto la oportunidad de ensanchar aquel momento único de diez años antes y tratar de compartir con Molloy una experiencia que tuve en la visita a la misma casa. Porque yo había visto una gota de sangre en la alfombra del despacho de Trotsky, y Molloy no. Por ahí, he pensado, podría alargarse el momento único. Eran distintas las dos experiencias, lo que me facilitaba cotejarlas y, por tanto, proseguir de algún modo el diálogo, añadiendo unas cuantas “últimas palabras” más a aquel momento en el centro del mundo que de pronto, súbitamente, se me ha revelado eterno.

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Questa bruma insensata reseñada en La Repubblica, por Stefania Parmeggiani.

it1Sueña Vila-Matas con una literatura que no está ligada al tiempo, a la ideología o a las circunstancias. Una literatura que exista por sí sola, que no dependa de nada que no sea de sí misma. Escribe con humor, con alegría, pero tambien con autoironía. Da la espalda al canon del realismo y se adentra, imperturbable y sonriente, hacia el corazón de la niebla, la insensata bruma del título, que a la vez es una cita del título, de la frase de Raymond Queneau, así como una metáfora no sólo de la literatura, sino de la vida misma.

Stefania Parmeggiani.

Repp

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Andrea Bajani sobre «Questa bruma insensata» (Feltrinelli) / LA STAMPA.

Andrea Bajani e l´amico Antonio Tabucchi.

Andrea Bajani e l´amico Antonio Tabucchi.

 

 

 

 

 

 

 

Della parabola artistica e umana di Van Gogh, mi ha sempre colpito la conclusione. Per farla finita, andò nella campagna di Auvers e si sparò un colpo nel petto. Lo trovarono, lo soccorsero, ma ogni tentativo di salvarlo fu inutile: due giorni dopo morì in ospedale. Aspettò però l’arrivo del fratello Theo per andarsene del tutto, quasi tra le sue braccia. Ora, chiunque abbia familiarità con quella campagna francese, non potrà non pensare alla somiglianza con la celebre tela Campo di grano con voli di corvi. Detto, altrimenti, ciò che della tragica fine di Vincent Van Gogh mi ha sempre colpito è la decisione di andarsi a ammazzare dentro un suo quadro. Per poter tollerare la vita, Van Gogh si era trasferito nell’arte, in quello che tra tutti i traslochi è il più naturale ma estremo, perché non ha via d’uscita.

Il «finanziamento Van Gogh», inteso come il sostegno del fratello Theo a Vincent, è un po’ l’occhio del ciclone di Questa bruma insensata, il romanzo di Enrique Vila-Matas che per coincidenza esce ora in Italia (nella complice traduzione di Elena Liverani) mentre in Spagna viene pubblicato, e molto amato, il suo ultimissimo, Montevideo. Perché dico che il «finanziamento Van Gogh» è l’occhio del ciclone? Perché ci porta in qualche modo nel centro dell’uragano di questo romanzo indiavolato, doloroso, esilarante, bellissimo. Il finanziamento di cui sopra è quello, assai modesto, elargito dal Gran Bros a suo fratello Simon Schneider in cambio di servizi letterari. Gran Bros – il suo nom de plum, Rainer all’anagrafe – e Simon, sono fratelli. Dietro di loro, l’ombra del Padre. Gran Bros è uno scrittore che si è sottratto a tutto, ha lasciato la Catalonia ed è sparito a New York, optando per la leggenda. Si è iscritto alla lista dei Pynchon e dei Salinger, di quelli di cui non vi è testimonianza diretta. Solo diceria, mitologia, e qualche ricordo.

Se Gran Bros è diventato leggenda, questo è avvenuto per via di quel ponte, teso sopra l’Atlantico dal lavoro di suo fratello. Simon, che Rainer chiama walserianamente «l’assistente», è un fornitore di citazioni letterarie. Invia frasi al Gran Bros, e quelle frasi vengono miscelate dentro un’opera singolare, considerata per apparente paradosso «unica» pur essendo intessuta di frasi altrui. Simon si pensa come una «citazione vivente», a volte con felicità altre, e non di rado, con estrema frustrazione. Questa fornitura costante di munizioni letterarie disegna una subordinazione, e il salario è per certi versi più un’umiliazione che un giusto compenso. Rainer è leggenda, Simon semplicemente non è. L’uno sta a New York, in piena mitologia, e manda laconici e sardonici segnali. Simon se ne sta in una casa cadente a Cap Creus, sul baratro dell’oceano, e lancia citazioni in bottiglia, in ottemperanza al «finanziamento Van Gogh». Fa Theo, almeno all’apparenza.

Questa bruma insensata, è, se così si può dire, un concentrato di Vila-Matas. Gran Bros è una variante del Dottor Pasavento, è uno scrittore affetto dal «mal di Montano», ed è un Bartleby, ovvero uno di quelli che hanno detto «no», che hanno deciso di tirarsi fuori dal quadro, di non esistere più, o almeno non esistere per gli altri ma solo per sé. Eppure questo romanzo merita un posto a sé, nell’opera dell’autore di Esploratori dell’abisso e Dublinesque. C’è questo elemento della fratellanza, e della famiglia più in generale che fa sentire un dolore tutto speciale, nel racconto della parabola di Gran Bros e del suo cosiddetto «assistente». È una specie di spina nel fianco del racconto, e illumina uno degli aspetti che più sono propri di Vila-Matas, anche se spesso trascurati. La matrice profondamente esistenziale, quella per cui scrivere è un modo di vivere, e quindi anche di morire.

Simon e Rainer, così come Vincent e Theo, sono due fratelli, cioè sono due persone distinte che però condividono un destino e una condanna nel sangue. Per Vincent, Theo sarà sempre l’alternativa della vita all’arte, il complementare concreto – la terra – al suo dissolversi nella pittura. Theo non riuscirà a salvarlo ma sarà lì, sempre fuori dalla cornice, a tenere la bandiera della vita. Viceversa Simon e Rainer sono simili anche nel loro destino ultimo. Rainer si è dissolto nel Grande Bros, e la sua «energia d’assenza» ha fatto la sua fama letteraria. Ma anche Simon lo ha fatto, si è nascosto dietro le frasi altrui, si è vestito di citazioni così da poter girare invisibile, non visto. Entrambi soli, entrambi a sfuggire la vita e cercarsi nella letteratura, ovvero a cercare nella letteratura uno straccio di senso per la vita. Cioè credere ancora, in maniera ingenua e visionaria, che se riusciamo a concludere una frase scritto, siamo al sicuro. «Tutta la mia vita di colpo sembrava pendere da un inaspettato unico filo che al contempo era il mio unico obiettivo chiaro: riuscire a completare quella frase». Fuori dalla frase, c’è solo l’abisso.

Versión en español del texto de Bajani:

http://enriquevilamatas.com/escritores/escrbajania7.html

Minnesota Joan Mirchel

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MARTÍN-SANTOS [Café Perec]

Martin sanros–¿A qué te dedicas? ¿Te diviertes? Y perdona si te interrumpo.

Estaba en casa, esperando la ceremonia de despedida de Piqué que, por ser previsible, era toda una promesa de tedio. Y no me dedicaba a nada, aunque a veces, y eso aún era peor, daba vueltas alrededor del pésimo estado general del mundo de hoy.

Y en eso, por teléfono, me llegaron de pronto desde San Sebastián esas preguntas de una amiga de toda la vida. ¿A qué me dedicaba? Le oculté que no estaba haciendo nada y conté que, horas antes, me había dedicado con paciencia a buscar, en un documental visto años atrás, unas palabras de Hitchcock muy festivas y, sobre todo, de una vanidad suprema. Había acabado encontrándolas. Eran de 1960, de cuando a Hitchcock le pidieron que explicara el éxito mundial de Psicosis. Debía su suerte, dijo, a que en Hollywood nadie entendía qué realmente era el cine, porque allí andaban ensimismados con los diálogos, que creían que eran el eje principal de los films. De modo, concluía Hitchcock, que me dejaron libre todo el campo del suspense, todo entero.

Ávida de discusión, mi amiga dijo que esas vanidosas palabras eran brillantes, pero que le parecía que el tiempo había demostrado que contenían una fibra tóxica, localizable en el desdén de Hitchcock por los diálogos y en su exigencia de que el cine perdiera el lastre de lo literario. Según ella, perderlo había traído funestas consecuencias. Porque las obras maestras del suspense habían ido siendo sustituidas –hoy es más visible que nunca– por un suspense tosco, de baja estofa, acorde con el tiempo en que vivimos: películas de diálogos tan funcionales como rasos y estúpidos, intercalados en sucesivas y sistemáticas escenas de terror y violencia.

Ya ves, dijo, siempre hay un elemento tóxico en todo, también en la genialidad y en la vanidad. Y pensé que podía estar en lo cierto y que la prueba era que el cine de ahora encajaba como un guante con este tiempo de suspense en el que nos hallamos.

De hecho, me dije, si uno sigue la línea que marcara Luís Martin-Santos con sus títulos –Tiempo de silencio, Tiempo de destrucción–, descubre que hemos entrado ahora en Tiempo de suspense, como lo demuestra el relato permanente de las mil y una amenazas de catástrofes con las que logran atenazarnos a diario. Y pensé: éste es un tiempo taimado y vivamente iletrado, cargado de un suspense degenerado y siniestro, porque sigue siendo suspense –con su demora o suspensión de las acciones atroces– pero nos bombardea con una constante anticipación de catástrofes de todos los géneros. Se lo comenté a mi amiga y creo que hasta le contagié mi horror.  Y encima sin divertirnos, dijo ella de pronto. Y me acordé de Martin-Santos, al que le habían preguntado un día a qué se dedicaba y respondió: “A modificar la realidad española (y divertirme)”.

Sostienen algunos que, de no ser por su accidente en 1964, habría podido abrir una vivificante vía nueva –tan cervantina como joyceana y barojiana– en la narrativa española que siguió a su muerte.

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Un comentario de Andreua sobre MONTEVIDEO. (en Goodreads)

20221106_140108~3(2)Enrique Vila-Matas és el mestre de literatura que un estudiant bohemi mudat de gavardina fosca necessita. Els seus llibres són lliçons per a l’escriptor en potència. Són camins envoltats pel dubte i la inseguretat de joves autors que es barregen, fonamentada amb l’experiència de la vida passada, en la veu —ja respectable— de Vila-Matas.

Un viatge improvisat a Barcelona em va portar a recórrer totes les llibreries de la ciutat. A cada una, un llibre diferent i, simultàniament, una nova història. A Finestres, per exemple, sota la veu en off d’una cançó de Manel, una parella d’enamorats llegien «el nou manifest groc de Finestres» i navegaven, amb la incomoditat d’unes mans entortolligades (però verdaderament tendres i envejables), pels llibres de les estanteries. No sé què van arribar a comprar aquells dos, tan ensopits en la seva pròpia història d’enamorats, però de segur que devia ser bona literatura perquè, quan un està en aquest grau d’endolciment, la compra a la llibreria sempre és profitosa. Però bé, Montevideo no va ser comprat a Finestres sinó a La Central (a la del Raval, encara que tinc entès que Vila-Matas sent una fascinació més íntima per la del carrer Mallorca) i va ser l’elegit per distreure’m en un viatge de tornada amb Rodalies sense ja bateria al mòbil. (…)

El llibre és boníssim , és perfecte i demostra, per part de Vila-Matas, un domini al nivell de Borges o Cortázar, d’inserir realitats i històries com capes d’un sol entramat, formant laberints de portes que sovint, sense el talent suficient, tendeixen a desaparèixer. El que aconsegueix l’autor en la seva nova obra és un depurament del seu estil en un viatge literari que s’endinsa en un fals món interior. Un món interior que no existeix i que basa la seva essència en la sensació externa provocada per històries encadenades, com portes, com literatura solta en l’univers. La catarsi que suposa el llibre permet al narrador sortir d’una espiral d’estancament literari imposat, però podem observar moltes notes dels temes recurrents de l’autor. I és que Vila-Matas es manté proper al seu estil en mostrar, de nou, les preocupacions que sobrevolen la novel·la moderna, l’acte d’escriure, l’aspecte més personal de l’escriptura: els dubtes i pors que poden enfonsar als autors iniciats i experimentats i que sempre giren al voltant d’idees enquistades profundament literàries.

Grans autors de la literatura universal apareixen com a guies en aquest laberint fosc i perdut en el qual es troba el narrador. No sabeu la meva sorpresa (el nom de Montevideo ja em va fer entreveure una esperançada sospita) quan el nom de Cortázar —el millor— es va establir com la gran influència de l’obra i com l’inici de la gran aniquilació de la realitat. La porta entreoberta de l’habitació de l’hotel Cervantes (Katia ja saps perquè em fa gràcia aquest nom) se situa com l’origen del camí impertorbable de portes que, a mesura que avança la novel·la, s’incendien com a fars de ciutats llunyanes a la recerca d’una perduda literatura. Aquesta reafirma l’ambigüitat de la realitat i la falsa dualitat que s’estableix a través de les citacions constants als contes de Cortázar (els quals són més presents que Rayuela, que apareix en detalls còmics francament originals). Borges, Rimbaud i Mallarmé són exemples d’altres autors que apareixen com estels fugaços, com procediments necessaris per a construir una nova literatura, una nova manera de veure el món i de ser-hi que no busca redactar (com els escriptors dolents i amb poca traça) la realitat tal com és, sinó amb la visió provista de l’elevació necessària.

L’autor viatja de París a Cascais, després a Montevideo i a Reikiavik, passant a Bogotà com a l’infern on tot Dante ha de caure i acabant, com a retorn inevitable, a París (que no se acaba nunca). Es forma un mapa mental clarament desdibuixat per les barreres nacionals i les barreres del somni i la impressió quasi literària, que es conté en la verticalitat dels passadissos de mil portes inacabables. Els símbols de l’obra es destaquen en la repetició, en la sobreposició de les figures que, inevitablement, creen un univers particular de, en aquest cas: portes, sectes, aranyes, fantasmes i, en definitiva, ambigüitats. Tot es forma en el diminut espai d’una cambra, atrapada en les negres potes d’una aranya, tan literària com real, com la mateixa cambra. Els personatges es transformen com a interlocutors necessaris per al desenvolupament del narrador, desgranant unes pors pròpies que, sincerament, crec que son tan profundes i elevades que ni el psicoanalisis es veu digne com a eina interpretativa.

M’agradaria que, si esdevinc algun dia escriptor (i amb això em refereixo a un escriptor notable), el nom de Vila-Matas ressoni (com ho fa Cortázar a la novel·la i com ho espero que també ho faci ell a la meva) com a eina que espanti els fantasmes que recurrentment persegueixen als escriptors, tan insegurs en la seva paraula com ho són amb la seva vestimenta. Vull que em fereixin tots els dubtes, que l’experiència, la ciutat, el mar, l’amor, les finestres, els retrovisors, les forquilles o les estovalles, m’impactin de tal manera que pugui veure en aquestes coses una literatura enganxosa dels autors que em precedeixen.

Avui surto de festa a Platja d’Aro. Potser les pampallugues de colors (al so d’un Quevedo repetitiu i d’una Rosalia que comença a ser-ho) em ceguen en el record fugaç d’unes llums llunyanes, d’insectes diminuts i d’un Barcelona somnàmbula. I en el lavabo, ensucrat de l’alcohol retingut a la ceràmica engroguida, les portes desapareguin, mostrant-me una realitat de rectes passadissos que no s’acaben mai.


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LA BENDITA BROMA INFINITA [Decálogo metaliterario de Enrique Vila-Matas, por Javier Aparicio Maydeu]

20201231_1705441.- La obra entera de Enrique Vila-Matas se diría un homenaje a sí mismo, cuando es un homenaje a la mejor literatura. Su complicidad con las formas de autoficción no alcanza a la prevalencia de su complicidad con las obras ajenas.

2.- La materia literaria de su obra no es sino la literatura misma. Vila-Matas entiende mejor que nadie que literatura es connivencia con la literatura y comentario de la literatura. Su obra es un palimpsesto.

3- Su narrativa es un conjunto de historias abreviadas de la literatura, de historias de la literatura y de Historias de la literatura. Funciona como una maravillosa poliantea.

4.- Vila-Matas es hijo primogénito y privilegiado de La Vanguardia, de su ludismo crónico y de sus imprescindibles excentricidades. La bendita broma infinita.

5.- Transmuta su mitomanía literaria en mitografía literaria.

6.- No concibe la escritura sino como el final del alambique que destila sus lecturas. Nadie puede copiar su estilo: solo un genio puede citar sin descansar y que la cita exhiba el valor de su connaissance y no la torpeza del mero alarde huero.

7.- Léanse sus grandes libros como enciclopedias shandys: ontologías de la creación, reflexiones sobre la narración, barruntos sobre el valor infinito de lo que no se ha escrito aún, las virtudes del proceso frente al producto y las cualidades de la potencialidad frente a conclusión. Vila-Matas piensa en su arte. Vila-Matas piensa en el arte.

8.- De la solidez de una obra antojadiza, poliédrica, heteróclita, voluble y fragmentaria. El autor de Bartleby y compañía convierte la cultura en una seductora atracción fatal.

9.- De la escritura como una liturgia. De los géneros como invitación a incumplirlos. De su obra como perpetuo work in progress y como árbol genealógico que, como ramas, contiene todos sus libros.

10.- Como Don Enrique dijo en una ocasión haciéndose eco de Don Vladimir, lo mejor de la biografía de un autor es la historia de su estilo. Y la historia de su estilo es como la naturaleza de su obra: un tobogán vertiginoso desde el que, mientras piensas la literatura, la ves pasar a tu alrededor.

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Felicidad Juste publica ‘La poética de la conjunción de Enrique Vila-Matas’ (editorial Visor)

Con admirable agudeza, Felicidad Juste analiza mi escritura y llega al corazón de la misma, a la necesidad de ser otro siempre desde la literatura, al tiempo que detecta como frente a la inteligencia ciega que destruye conjuntos, aisla y no concibe lazos, se alza el principio de conjunción, la radical coherencia, que viene rigiendo una obra, que nunca fue una mera sucesión de libros, sino una totalidad.  ENRIQUE VILA-MATAS

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Habrá que buscar la conjunción entre metafísica y novela.

jbeLlamo novelista al poeta, al hombre que con la palabra ha querido recrear, inventar, e investigar; y hay otro individuo que con un conocimiento derivado de las leyes de la palabra, las leyes del logos, con el que existe un paralelismo, aunque distanciado, que es el pensador, el filósofo, el metafísico. Tarde o temprano, habrá que buscar la conjunción entre metafísica y novela.

Juan Benet, 1969.

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GODARD, FUTBOL, NUEVA YORK y JAVIER MARÍAS [Entrevista de Giulio Silvano a Vila-Matas en Rivista Studio (Italia)]

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Intervista allo scrittore spagnolo Enrique Vila-Matas in occasione dell’uscita italiana del suo ultimo libro, Questa bruma insensata.

Lo scrittore spagnolo gioca, in modo inaspettato e confortante, con la storia della letteratura e con le proprie ossessioni, unendo emozioni e vicende autobiografiche a narrative originali, con richiami alle vite dei poeti e degli autori che ama e che l’hanno segnato. Nelle sue opere lo sguardo del narratore accoglie percorsi espansi, o paralleli, immaginati o reali, di vite vere o di personaggi inventati. Come Borges, Vila-Matas è un lettore formidabile, tira sempre fuori un racconto di Bioy Casares o di Kafka, o di chissà chi, che gli ricorda la situazione che sta vivendo, un passaggio di Rilke o di Walser che usa come specchio della realtà. Libri nei libri, labirinti, eppure mantenendo per tutta la carriera il candore del romanzo di formazione, senza pedanteria professorale, spesso con una prima persona umile e curiosissima. I suoi personaggi sono spesso soli, solitari, persi, o alla ricerca di qualcosa, ma sempre accompagnati dalla sete per la letteratura o per qualche autore che diventa una guida nel mondo. È uscito da poco in Italia per Feltrinelli Questa bruma insensata (edito da Feltrinelli e tradotto da Elena Liverani), un romanzo che gira, anche questo, intorno ai libri e allo scrivere, ma il cui fulcro primario sono l’invidia, il senso di ingiustizia e la vendetta. E il rapporto tra due fratelli.

Nel romanzo, il protagonista è un collezionista di citazioni. C’è qualcosa di incredibilmente postmoderno in quello che è diventato il citazionismo, se si pensa ai meme. E poi vengono in mente Walter Benjamin e Kenneth Goldsmith. Come spesso accade, immagino, con i suoi libri, alcune pulsioni del narratore sono le sue, e quindi l’amore totale per le citazioni.


Gli anni Sessanta sono stati gli anni della mia formazione artistica, che è stata da autodidatta, perché ho frequentato l’università, ma lì non ti insegnano a fare l’artista, soprattutto se studi legge. In quegli anni ho visto parecchi film di Godard, in cui era frequente inserire, nel bel mezzo dell’azione, cartelloni contenenti citazioni, quindi questo mi è sembrato abbastanza normale. Qualche anno dopo, poco prima di pubblicare Storia abbreviata della letteratura portatile, rimasi affascinato da un libro dell’argentino Edgardo Cozarinsky, Vudú urbano, che era allo stesso tempo narrativa autobiografica e un saggio, e un saggio che era come un racconto. Nel prologo di quel libro, Susan Sontag commentò che la profusione di citazioni le faceva pensare «a quei film di Godard che erano disseminati di citazioni». E mi sembra che la frase di Sontag fosse già definitiva, perché era come se mi avesse dato il permesso di citare. In realtà, mi sembra molto chiaro che è stato da quel momento in poi che ho completamente “normalizzato” il rapporto tra la mia scrittura e l’intertestualità, con il mio bisogno di raccontare qualsiasi evento e di collegarlo con la parola scritta, forse perché la scena raccontata non rimanesse crudamente isolata dalla cultura e potesse, inoltre, respirare meglio. Col tempo, chi l’avrebbe mai detto quando guardavo quei film di Godard: è diventata una delle mie caratteristiche stilistiche.

Samuel Riba, il protagonista di Dublinesque, vive a Barcellona ma è convinto che New York sia forse l’unico luogo al mondo dove poter ricominciare e dove poter esser felice. In Questa bruma insensata c’è una New York che è il luogo in cui farcela, ma anche «lo zoccolo duro del capitalismo mondiale»dove si gioca con la «politica dei grandi editori». Nonostante la parentesi parigina – che racconta in Parigi non finisce mai con il praticantato da Marguerite Duras – lei ha sempre vissuto a Barcellona.


Ho sognato di essere il ragazzo che ero stato, il ragazzo di Barcellona che giocava a calcio nell’immenso cortile della casa di famiglia. Nel sogno giocavo senza amici, senza nessun’altro: niente di particolarmente insolito, perché per tutta la mia infanzia avevo giocato da solo in quel cortile. Ma sì: sono sempre stato i ventidue giocatori contemporaneamente; due squadre, quella di casa e quella avversaria. L’anomalia di quel sogno era che, pur giocando nel giardino di casa dei miei genitori e pur contenendo la folla (i ventidue giocatori), stavo giocando circondato dai grattacieli di New York ed ero intensamente felice. Non mi ci volle molto a pensare che, se un giorno fossi andato in quella città, forse avrei recuperato l’intensità, per me così inedita, della felicità così fortemente vissuta nel sogno. Passarono alcuni mesi e fui invitato per lettera – non c’erano ancora le e-mail – a un evento letterario a New York. Ho viaggiato. Quando finalmente sono entrato nella mia camera d’albergo, ho guardato i grattacieli fuori dalla finestra. Sono al centro del mio sogno, pensai. Ma vidi che tutto era ancora uguale, non stava accadendo nulla di diverso. Ho fissato i grattacieli per un po’, cercando di sentirmi felice circondato da grattacieli e, vedendo che non succedeva nulla, assolutamente nulla, alla fine sono andato a letto e mi sono addormentato. Poi ho sognato di essere un bambino di Barcellona che giocava a calcio in un parco giochi di New York. È stato il sogno più bello della mia vita, di assoluta realizzazione. Ho scoperto che il folletto del sogno non era la città, non era New York. Il folletto del sogno era sempre stato il bambino che giocava. E sono dovuto andare a New York per scoprirlo.

Il fratello del protagonista diventa uno scrittore di grande successo quando si trasferisce a New York e inizia a scrivere in inglese. Fa venire in mente Elena Ferrante, che in Italia è diventata famosissima dopo esser passata per il successo americano, e l’ottima traduzione di Ann Goldstein. E poi, come con Pynchon, o artisti come Banksy, c’è il vivere nascosti dal pubblico, un tema che però si rivela anche una trovata editoriale proficua.


Penso che più Pynchon, Ferrante e compagnia si nascondono, più diventano famosi. Sembrano appartenere a un’associazione di “scrittori comodi” ed è come se fossero “doppiamente visti” per il semplice fatto di non lasciarsi vedere.

In realtà, il protagonista e voce narrante vive più nascosto del fratello, scrittore di successo, perché nessuno sa che c’è lui dietro la grandezza letteraria del libro. E c’è un senso di destino avverso che avvolge l’idea della letteratura non commerciale. Esiste la letteratura non commerciale?


Non esiste letteratura che non sia commerciale, che non sia nelle mani dell’industria libraria che può trasformare anche un libro vuoto in un best-seller. Per quanto mi riguarda, da anni cerco di trovare un equilibrio tra la mia scrittura impegnativa e la visibilità che deriva dall’appartenere, con vari gradi di intensità, all’industria del libro. Considero la mia letteratura esigente perché si allontana dal realismo tradizionale, con tutti i problemi che questo può ancora creare a un autore, anche oggi che è noto che non esiste più un solo modo di scrivere romanzi! Ricordo che lo stesso Roberto Bolaño, per citare una persona a me cara, me lo ha ricordato appena ha potuto: non esistono più forme lineari, ma tutte le possibilità di narrazione, tutti i punti di vista, tutte le prospettive possono essere introdotte e sviluppate all’infinito. E in parte è grazie alle “avanguardie storiche”, che non esistono più, ma che hanno contribuito a una comprensione aperta della forma narrativa.

Rispetto al concetto tanto galvanizzato di auto-fiction (in fondo cos’era Tristram Shandy?) cosa pensa di questa attenzione smaniosa del pubblico verso le “storie vere”, che vanno da Knausgård a Carrère fino al Nobel di quest’anno, Annie Ernaux? Cos’è vero e cos’è falso, è una domanda che un lettore dovrebbe farsi?


Non mi piace il termine “autofiction” perché è ridondante, anche la Bibbia è ridondante perché dietro c’è qualcuno che l’ha creata. Preferisco parlare di “fiction” che, tra l’altro, è un termine più breve. Quanto alla “saggistica”, è una variante dell’avvertenza che si metteva all’inizio dei film che, proprio grazie all’avvertenza, sapevamo ci avrebbero annoiato. Proprio perché non ignoravamo che i film che ci piacevano erano quelli che raccontavano storie plausibili, quelle in cui credevamo. Juan Marsé mi diceva sempre che «l’unica verità in un romanzo è quella in cui crede il lettore».

 

Per me, nella geografia letteraria contemporanea della Spagna, se Barcelona è Vila-Matas, Madrid è Javier Marìas. L’ha turbata la sua morte?


Sono rimasto sorpreso, come molte persone che conosco. C’è stata una dichiarazione della famiglia, quindici giorni prima di quella fatidica domenica (perché la sua morte è arrivata nel bel mezzo di una di quelle interminabili domeniche pomeriggio), che spiegava che aveva un problema ai polmoni, ma non entrava nei dettagli. Aveva tre anni meno di me, ma era uno scrittore molto precoce e, nel 1973, quando era appena uscito il mio primo romanzo, lui pubblicò il suo secondo, Travesía del horizonte, un libro che fu decisivo per me perché mi incoraggiò a continuare a scrivere. Cinque anni dopo, quando nel 1978 apparve la sua brillante traduzione di Tristram Shandy, mi sentii molto spaesato. La verità è che ho letto molti dei suoi lavori e ho sempre apprezzato la sua intelligenza.

«Sono solito pensare che un libro nasce da un’insoddisfazione, nasce da un vuoto, i cui perimetri si rivelano strada facendo e al termine del lavoro», scrive in un suo racconto, “Café Kubista”. Da quale vuoto è nato Questa bruma insensata?


La frase di “Café Kubista” è bellissima, ma oggi non la sottoscriverei. Beh, ma diciamo di sì, sono ancora d’accordo con la frase. Questa bruma insensata è nato dall’insoddisfazione di non aver mai avuto un dialogo con me stesso nel magnifico giardino dell’Hotel Alma di Barcellona.

 

 

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LA VERDAD SOBRE EL CASO ROUSSEL [Café Perec]

           FY--5ykXoAAgBcTEn Palermo, un 14 de julio de 1933, en el año XI de la era fascista, Raymond Roussel, legendario autor de Impresiones de África, fue hallado muerto –suicidado, según la policía– en la habitación 224 del Grand Hotel et des Palmes. El informe judicial decía que se había encontrado su cadáver en decúbito supino, echado sobre un colchón colocado en el suelo. De no ser porque era la Sicilia de 1933, pensaríamos que, de un momento al otro, podría entrar en escena Montalbano.

            Treinta y ocho años después, quien sí investigó el posible crimen fue Leonardo Sciascia abordando lo que pudo suceder “verdaderamente” aquel 14 de julio. Su investigación se materializó en Actas relativas a la muerte de Raymond Roussel, publicado por Sellerio en 1971, versión española de 2010 en Gallo Nero. Y, estos días, una reedición del libro en Francia (Allia) ha originado un agudo artículo de prensa de Tiphaine Samoyault, donde se pregunta si, a lo largo del siglo XXI, se seguirá leyendo con el mismo fervor a Raymond Roussel.

              Oportuna pregunta que, de paso, nos recuerda que, en el siglo pasado, sucesivas generaciones de escritores franceses creyeron ver en la obra de Roussel un espejo de sus obsesiones. Los surrealistas, con Dalí al frente, le admiraron por sus resurrecciones artificiales en Locus Solus y sus extraordinarias alianzas entre ciencia y locura. Y los del Nouveau Roman adoraban su metódica pulverización del lenguaje.

             Tras la pregunta de Samoyault creo ver una inquietud por la actual tendencia a considerar literatura cualquier cosa que se publique; tendencia que está perjudicando la creación literaria del futuro. De hecho, es muy posible que en cualquier momento de este siglo y con un panorama literario ya claramente perjudicado, la valiosa obra del gran Roussel importe un pimiento.

              Tal vez, pienso queriendo ser optimista, no interese un día este autor, pero sí, al menos, las circunstancias de su muerte, tan meticulosamente investigada por Sciascia en su búsqueda de la verdad, búsqueda difícil porque “los hechos de la vida siempre se vuelven más complejos y oscuros, más ambiguos y equívocos, o sea, tal y como verdaderamente son, cuando uno los escribe”

              Tal vez en un día del futuro, me digo, aún le pueda interesar a alguien que, en el Palermo de 1933, tras una indagación sin autopsia y de celeridad asombrosa, la policía fascista, a causa de determinadas circunstancias políticas, decretó que Roussel se había suicidado con barbitúricos. Y quiero creer que ese día tal vez quede aun alguien en el mundo que pueda desmentir aquel suicidio y, basándose en Sciascia, recuerde que, sobre su colchón, monsieur Roussel parecía navegar en busca de auxilio en el cuarto contiguo.

              ¿Hacia dónde derivará la creación literaria del futuro? No sabemos. Nadie sabe. Quién sabe si no será solo el fantasma de Roussel, desprovisto de obra, el único que andará todavía por ahí. El fantasma y sus circunstancias. Mísera herencia para las generaciones por venir.

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La revista TURIA recomienda hoy MONTEVIDEO, de Vila-Matas (Seix Barral)

Spider 5Cada nuevo libro de Enrique Vila-Matas, consolida su bien ganado prestigio como uno de los escritores más originales y valiosos de nuestros días. Montevideo es un nuevo ejemplo de su genialidad narrativa, de su capacidad para seducir a los buenos lectores y llevarlos al vértigo de su prodigiosa capacidad de ficcionalizar la vida. Como se nos dice en la página 289 de libro: «Te has convertido en los ultimos tiempos en un escritor al que las cosas le pasan de verdad. Ojalá comprendas que tu destino es el de un hombre que debería ya estar deseando elevarse, renacer, volver a ser. Te lo repito: elevarse. En tus manos está tu destino, la llave de la puerta nueva» ¿A qué esperas, querido lector? Montevideo es una lectura que te transformará.

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El extraño caso de Bastian Schneider.

IMG-20221021-WA0000La conferencia de Vila-Matas en marzo de 2018 en el Collège de France era el monólogo de un personaje inventado: Bastian Schneider.

Meses después, el narrador de  la novela de Vila-Matas Esa bruma insensata iba también a llamarse Bastian Schneider, pero, mientras la escribía, V-M recibió un correo de un tal Bastian Schneider, donde le comunicaba desde Köln que él no era un personaje de ficcion, ni el monologuista de la conferencia del Collège, sino alguien que vivía, que existía y que, además, escribía: un joven alemán, autor de varios libros ya publicados. V-M decidió entonces para Esa bruma insensata cambiar el nombre de Bastian  por el de Simon. Y escribió al Bastian que vivía en Köln proponiéndole verse algun día.

Ese dia fue ayer, 20 de octubre de 2022, en FRANKFURT, en el stand de la editorial Wallstein, que acaba de publicar Mac Und Sein Zwiespalt (traducción de Mac y su contratiempo) en Alemania y Austria.

No parece que haya de terminar aqui la historia, se le oyó decir ayer en el stand de Wallstein a Bastian, el verdadero. El ficticio no aparece nunca en las fotografías. Cabe suponer que por ahora. IMG-20221020-WA0004

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Las palabras de Beatriz Sarlo, desencadenantes de la novela MONTEVIDEO.

Vila-Matas unos años antes de escribir Montevideo, fotografiado en la puerta de la 205 del hotel Cervantes

Vila-Matas unos años antes de escribir Montevideo, fotografiado en la puerta de la 205 del hotel Cervantes

Por otro lado, hay una cuestión espacial que genera un terreno fértil para la irrupción del fantástico. Según Beatriz Sarlo, Cortázar espacializó la ficción fantástica. Esto quiere decir que lo fantástico en sus cuentos está determinado por los espacios y por los pasajes entre unos y otros. En el caso de La puerta condenada, el espacio en donde irrumpe lo fantástico es la puerta condenada, el lugar de transición entre la habitación de Petrone y la de la señora sola. Es interesante cómo lo fantástico aparece en la intersección entre dos lugares.

Beatriz Sarlo.

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Beatriz Sarlo, Una literatura de pasajes. [Sobre Cortázar]

Montev fotoCortázar elige el evidente título “Cinta de Moebius” para un cuento basado en el pasaje de una espacialidad real a otra imaginaria. Allí, en el tránsito, opera lo fantástico y acecha lo desconocido. Si se me exigiera una definición de la ficción cortazariana, diría: muestra las consecuencias del pasaje entre espacios que la percepción normalizada mantiene escindidos. La literatura de Cortázar no habla de ciudades, como se ha dicho tantas veces. Habla de lo que sucede cuando se pasa de una ciudad a otra: las consecuencias del extrañamiento (…)

En un cuento de Cortázar, Octaedro, leemos: “Ahora que lo esperaba, la primera cuartilla en blanco como una puerta que de un momento a otro sería necesario empezar a abrir, volvió apreguntarse si sería capaz de escribir el libro tal como lo había imaginado”. La página en blanco fue, también para Cortázar, esa puerta. Como para los surrealistas, la literatura debe abrir un pasadizo, una galería subterránea, trazar una línea tangente que pueda fugar desde un espacio previsible hacia un espacio desconocido.

 Beatriz Sarlo, Una literatura de pasajes.

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