Vila-Matas, pintor cultural, examina la creatividad actual. (fragmento de Peajes de la crítica latinoamericana, de Willfrido H. Corral.

Mac_e_seuEnrique Vila-Matas, mundializado sin fin, nos tiene acostumbrados

a la frase ingeniosa, al título atractivo, a la naturalidad

para resumir conceptos inteligentemente, a captar lo

netamente original en nuestra telenovela de posverdades, a

no hacer concesiones con gusto, y a separar al creador de

la creación en una época en que algunos novelistas de lengua

española se esfuerzan por mostrar un cosmopolitismo

arraigado lingüísticamente en su idioma. Las más de veinte

reseñas de la primera edición de Impón tu suerte (2018), la

mayoría españolas, coincidían, por enésima vez, en que sus

libros son biblias de un hereje, señalando su franqueza de

lector artístico, e incluso sugiriendo erróneamente que el

más reciente es una venturosa autoayuda literaria. Aun así,

no se aproximan a todo lo que genera Vila-Matas cuando,

como un intruso libresco, examina literatura y arte como

una composición natural, sin importarle a quién le moleste.

Aquellas reseñas, repetitivas respecto a las novedades que

ofrece Vila-Matas, rara vez se dirigen a su absoluta libertad

ante el mundo en que se mueve y escribe. Él mismo ha dicho

recientemente en «El mensaje suspendido», una nota de

febrero de 2020 inspirada en los procedimientos de António

Lobo Antunes, que

es imposible ser un buen artista y a la vez capaz de explicar

de manera inteligente tu trabajo. ¿Y no hablaba

de esto Coetzee cuando dijo que una de las cosas que la

gente no suele comprender de los escritores es que

uno no empieza por tener algo de lo que escribir y

entonces escribe sobre ello, sino que el proceso de

escribir propiamente dicho es el que permite al autor

descubrir lo que quería decir y que normalmente

es de contenido incierto?

Esa postura crea un tipo de punto muerto crítico: si el

escritor ya sabe qué van a decir los lectores, ¿para qué molestarse

en decirlo? Y, si se es lo suficientemente inteligente para

reconocer esos obstáculos, ¿por qué no simplemente evitarlos?

Impón tu suerte, aumentado, corregido y ahora enmendado

meticulosamente con el origen de cada texto por Mario

Aznar Pérez a pocos meses de la primera edición, es una

afirmación estética definitiva de Vila-Matas, y el dedo índice

del puñado de autores españoles con reconocimiento internacional

verificable (su obra ha sido traducida a 36 lenguas

y merecido numerosos premios), y en su caso, con influencia

entre los noveles y mileniales que han tomado la crítica como

gatillo para sus ficciones y performances públicas. Esta, su

décimo quinta colección de prosa seleccionada de revistas

culturales, columnas periodísticas (las escribe desde 1968),

congresos y algunos círculos académicos, reestructura su continua

renovación de convenciones y tradiciones. Adepto a

la multiplicidad de formas y matices de la «autobiograficción

» mundial, pero no definido por ella, Impón tu suerte

obliga a releer desde otras perspectivas que él mismo fundó

sus más de veinte novelas, entre ellas, Historia abreviada de

la literatura portátil (1985), Bartleby y compañía (2000), y

para una «teoría general de la novela», Perder teorías (2010).

¿Qué tipo de lector crítico es? Habla de sí mismo en «El

lector nuevo» (320-321) cuando dice que «[…] persigue nombres,

fuentes, alusiones, salta de una cita a otra y va de la cita

al texto y del texto al volumen y del volumen a las estrellas».

Además, es incisivo y transgresivo al leer a lo griego: la escritura,

como el fuego, es un regalo de dioses laicos. Así procede

con la literatura del pasado y la actual y su «bibliodiversidad»,

como consta en «Enrique Vila-Matas, The Art of Fiction No.

247» (The Paris Review, 234, 2020), la más extensa y prestigiosa

entrevista (hecha en francés y español, y reescrita por él, según

el entrevistador) que ha dado para lectores extranjeros.

Al presentar a Vila-Matas, ganador del Premio FIL de Literatura

en Lenguas Romances, en la ceremonia de inauguración

de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2015,

Domínguez Michael fijó su «latinoamericanidad» notando

su influencia en los nacidos en la segunda mitad del siglo

veinte, y explicando una paradoja: Vila-Matas es un escritor

de culto popular, y las lecturas transoceánicas de él no son

casuales, como sostiene alguna crítica, sino causales.

Por otro lado, al hablar la crítica de la «nueva narrativa»

se ha privilegiado a la novela. Así observan Nelson Osorio T.,

«La nueva narrativa y los problemas de la crítica en Hispano

América actual» (65-83) y Desiderio Saavedra, «Nueva crítica

para una nueva narrativa. Problemas y perspectivas» (85-91),

en Actas del simposio internacional de estudios hispánicos

(1978). Quizá por eso Martínez se refiere selectivamente a

Saavedra (62), omitiendo la discusión más completa de

Osorio. Esos detalles le tienen sin cuidado a Vila-Matas, y su

libro transmite que cuando decide escribir un libro como no

ficción, no está pensando en que presentarlo como narrativa

significa recibir menos crítica por los temas complejos sobre

los que escribe. Su imaginario se libera de su anclaje original,

como todo arte verdaderamente fuerte.

Vale recordar que en La nueva novela hispanoamericana

(1969), ensayo que traía a colación algunas teorías francesas

sobre la lengua literaria que Vila-Matas examina con cautela,

Fuentes elogió justamente a Juan Goytisolo como el puente

español de la novela que se escribía en América Latina, idea

que culminaría en la conexión con el lenguaje de La Mancha

y el protagonismo de Cervantes, acercándose al tipo de

especulación y protagonismo inesperado que a veces surge

producto del publish or perish anglófono. Pero hay diferencias

que el bienintencionado prosista mexicano no discutió,

entre otras, que él mismo no llegó a ser una influencia en

los escritores latinoamericanos recientes, y la ausencia del

mexicano de las discusiones que examino en el próximo

ensayo de este libro sobre la crítica iberoamericana de la novelística

reciente del continente es solo una prueba.

La primera diferencia es que Goytisolo en verdad nunca

llegó a ser una influencia palpable en los novelistas latinoamericanos

de su generación. Segunda diferencia: cualquier

politización que se le atribuya a Goytisolo está plenamente

ausente en el autor de Historia abreviada de la literatura

portátil. Tercera, como fija Domínguez Michael, Vila-Matas

exhibe un activismo constante en su apoyo de autores iberoamericanos

de generaciones inmediatamente posteriores a

la suya. Dicho eso, en ciertas ocasiones es demasiado magnánimo

con los escritores de aquellas generaciones, aunque

es discreto con aquellos en cuyas novelas es protagonista

o personaje. Consecuentemente hay un consenso creciente

entre aquellos y otros lectores: Paul Auster es el Vila-Matas

de la literatura mundial (recuérdese su Ella era Hemingway.

No soy Auster, 2008). Autor muy «guay» en su tierra, en las

Américas es «padre», «chévere», «bacán», según el lenguaje

popular que no práctica, aunque acaba de prologar Búnker.

Memorias de encierro, rimas y tiburones blancos (2020) del

rapero español Tote King.

Las cuatro partes de Impón tu suerte se dedican respectivamente

a I. La escritura, II. La lectura, III. La mirada (concentrada

en el arte) y IV. La idea, con un lúcido prólogo de Mario Aznar

y un epílogo del prosista como sujeta libros, donde

asevera que «En las orillas de mi obra narrativa, llevo tiempo

escribiendo una obra paralela —artículos, conferencias, ensayos—

que suele ensamblarse bien con el mundo de mis ficciones

». Esta sería «una explicación falsa de mi no ficción», para

parafrasear al Felisberto Hernández, a quien llama un «gran

fracasado» (en «Fracasa otra vez», que se debe leer de la mano

de «Por una biografía del fracaso»), porque hacía fracasar sus

mejores relatos para hundir las expectativas de sus lectores.

Como muestra esta colección con un laudable horror a

las simetrías de las que suele depender la crítica formal o

la mera exposición pedagógica, en años recientes, Vila-Matas

ha remodelado su fascinación con las vanguardias recientes

(precisamente por estar hechas de lenguaje, sus avatares no

son fantasmagóricos, sino fracasos) y la ficción autogenerada

de la cual es un maestro, ocupándose igualmente del arte

interactivo, volviendo a su apropiación libre de citas. Entre

enero y abril de 2019, por ejemplo, ejerció más de catalizador,

originador y motivador que de comisario para «Cabinet

d’amateur, una novela oblicua» (publicada como catálogo),

exhibición basada en la relación entre su obra y las instalaciones

artísticas en la Whitechapel Gallery de Londres. Así,

la performance menos censurada y más problemática de

Vila-Matas podría ser él mismo. Como todo maestro visual,

cuando retrata ilumina con un sentido de inmediatez, ocasionando

que sus lectores no sepan de quién o de qué reírse.

Su libro contiene 140 declaraciones de principio, escritas

entre 2000 y 2017, empezando con «El futuro», su mencionado

discurso de recepción del Premio FIL de Guadalajara.

Algunas provienen de su columna «Café Perec», y que en

esta haya publicado más de 200 notas entre febrero de 2010

y diciembre de 2018 da una idea de sus convicciones. Por esa

prolificidad, Impón tu suerte es más un manifiesto dilatado

que una antología (algunas selecciones pertenecen a otras

compilaciones de los que llama «dietarios volubles»), y un

hilo que las une son el aplomo, la amabilidad y el tipo de

idealismo con que comienza cada una. Al juzgar por el título

(del Impose ta chance… de René Char), Vila-Matas es un secante

de la literatura de Occidente y no soporta las políticas

de identidad nacionales, cuidadosamente asignando al escritor

lo que es del escritor, como en las notas sobre el llorado

Juan Marsé. Sería un error pensar en que su no ficción es

política al uso de las redes del mal. Para él, ese lenguaje es un

legado de voces masculinas que creen que hay algo llamado

una novela verdaderamente política, sin posiciones neutrales

en este tiempo y clima cultural. Como dice en «Pensar sin

represión», le gusta la literatura que no está muy segura de

sí misma, y a la vez la «prosa audaz, capaz de pensar sin la

menor represión; un periodismo potente, de crítica cultural

libre que vence al tiempo por su permanente huida del vocerío

general» (énfasis mío), prácticas que se nota menos y

menos en la escritura actual.

Al examinar todo lo anterior hay que tener en cuenta su

universalidad, su inmensa producción, su omnipresencia en

los debates intelectuales de su tiempo. Su calidad más importante

para ese papel es su excitabilidad intelectual. Ninguna

crítica que uno haya leído habrá parecido brillar con revelaciones

sobre los contratos sociales que las producen, y no es difícil

creer que esos descubrimientos les ocurren a los narradores

y su autor. Sin duda, su resistencia ante cualquier imposición

de carga o tributo, su casi crónica persistencia conceptual, es

el proceder que lo distingue de sus descendientes. Vila-Matas

está alerta a la esencia individual de la crítica mientras sospecha

que, a fin de cuentas, lo que le interesa más es el comportamiento

de la especie humana que sus representantes ocupados

con criticar lo nuevo. Rechaza entonces los desfiles de morales

e intercambios de modales, las costumbres exclusivamente

interpretativas, la crítica de «leyes» exegéticas e instituciones

y de dogmas e ideas sociales de los cuales los literatos saben

poco por experiencia propia, de la misma manera que no

entienden cómo se puede construir algo a la vez asombroso y

aligerado con anécdotas y confidencias literarias de perspectivas

aparentemente imposibles.

Como parte de las innovaciones literarias disruptivas de

las cuales es responsable en gran medida, dedica más energía

a lecturas perspicaces y comprobablemente novedosas de

clásicos como Kafka (como decía el checo, él estaba hecho

de literatura, no de otra cosa), Joyce (como Vila-Matas, no cree

en milagros sino en coincidencias), Walser, Nabokov, Beckett

y algunos miembros menos conocidos del grupo OuLiPo. Pero

las obras de aquellos desfamiliarizadores son un trasfondo

para enfatizar el trabajo precursor de Borges, Rulfo, Cortázar,

Monterroso, Pitol y Piglia entre los latinoamericanos; de maestros

recientes como Banville, Perec, Coetzee y Lydia Davis; y

para entender mejor a un canon conocido de otras maneras,

como hace con Cervantes (el más citado o referido después de

Borges), Stevenson, Proust y Simenon. Se puede creer que,

de alguna manera, autores como Darío, Cortázar, Ribeyro, e

incluso la peor Allende, permiten armar un argumento sobre

cómo algunas de sus obras podrían servir como manuales de

autoayuda (a lo Flaubert, Joyce, Woolf y Beckett).

Pero el hecho es que Vila-Matas evitó tales posibilidades

desde sus inicios, precisamente porque sus semblanzas, si se

acercan a retratos del artista —como bien ha argüido su crítica

al respecto, tomando como muestra un muy limitado número

de latinoamericanos—, conllevan elementos que contradicen

una visión cabal de ellos. Ahora, como asevera en su epílogo,

compartiendo la impaciencia de un Coetzee o Aira con las «novedades

»: «no me dedico a la no ficción, ni al realismo negro

ni sucio, ni a la maldita autoficción; el espacio en que siempre

me moví es simplemente el de la ficción, sin más» (447).

En rigor, al confirmar cómo no se dedica a la auto sino a la ficción,

Vila-Matas no hace otra cosa que representar el ideal platónico

en conjunción con la vida real, incorporando su propia

vida en la crítica, produciendo ironía por desproporción, viendo

la realidad desde una perspectiva doble, no desdoblada. Es

decir, al saber que es difícil no personalizar el extrañamiento

cuando se escribe ficción, en su crítica vive en el presente y no

trata de hacerle venias a un futuro que, se puede sospechar,

será muy positivo con él. Críticamente, Vila-Matas va contra

la expectativa de un público contemporáneo más amplio que

supone (ayudado por la publicidad de los editores) que una

ficción literaria debe estar basada en la vida de los autores.

¿Y qué de sus contemporáneos y del futuro del cual habló

en Guadalajara? Impón tu suerte revela más de cómo se

debe leer y hacer crítica hoy y, por ende, solo algunos de esos

autores merecen mención, no una inclusión cabal; y aquellos

que se creen obligados a intentar la gran novela solipsista en

lengua española, no merecen ninguna. Las excepciones son

Zambra, Rodrigo Fresán, y Bolaño; y en esa selección no se

va con la crítica del montón, autores que saben que cuando la

expectativa que menciono arriba se convierte preceptiva, las

lecturas críticas pueden convertirse en una trillada verificación

de información. Así, el autor de Los detectives salvajes es

el centro de uno de los ensayos más largos (y el más completo

sobre el cambio de paradigma de los nuevos escritores en

nuestra lengua), «Los escritores de antes (Bolaño en Blanes,

1996-1999», en la primera parte, y del muy reproducido «Un

plato fuerte de la China destruida», en la parte dedicada a «La

lectura». Vila-Matas nunca ignora visiones u opiniones insostenibles

de sus coetáneos; es por eso transmite una libertad

que obliga a saludar su relación con el mundo.

La propuesta o exigencia de que un novelista tiene que

ser «teórico» como crítico es una ilusión académica acuciada

hoy por varios métodos posibilitados por la nueva ciencia y

los medios y tecnologías de la agregación de algoritmos. A

pesar de numerosas diatribas contra Amazon esta persiste.

En su manifiesto digital Transmission and the Individual

Remix: How Literature Works (2012) el novelista inglés Tom

McCarthy postula que los escritores han funcionado como

computadoras antes de que estas existieran, no tanto creando

sino transmitiendo «un juego de señales» reorganizados

y repetidos continuamente en un vasto bucle retroactivo de

lenguaje. Se desprende la pregunta de si la crítica debe ser

experimental y digital, a pesar de los defectos de los nuevos

medios. No cabe duda de que hay posibilidades creativas en

la relación entre los libros y las plataformas digitales, pero

Vila-Matas sabe templar entusiasmos. Quizá por esa razón,

en la parte «La idea», la plataforma teórica para entender su

meticulosidad es lacónica, acercándose a «retratos del crítico»

de manera similar a los de un artista pictórico. Conceptualmente

sus imanes son Duchamp, Gracq, Duras, Dalí (autor de

Giraffes on Horseback Salad, o The Surrealist Woman, guion

para una película de los hermanos Marx, recuperado en 1996

y publicado como novela gráfica en 2019) y el Blanchot que

hablaba de «la claridad de la novela» en Le libre à venir (1959),

con venias a algunos formalistas rusos (varios anticuados u

obsoletos para la crítica actual).

Pero hoy parecen mantener su interés Roussel, Barthes,

David Markson y Nietzsche, para entender a Maupassant, según

Alberto Savinio. Otra vez, se encontrará más menciones

de Banville, Bolaño, Borges, Coetzee, Lichtenberg, Queneau

(que es el gatillo para «Metaliterario», sobre la restricción de

reglas y modelos literarios anticuados como motor creativo)

y Schwob. Incluso con estos exhibe la tranquilidad del intelectual

que cuando duda de los evangelistas creativos se

hace el loco, giro productivo al dedicarse a escritores que

se deslizaron hacia la oscuridad, enmarañando sus textos para

mostrar que no hay nada anárquico en refutar las tradiciones

y su política. Si esta es un derecho natural, su amor verdadero

es la literatura, porque los novelistas también pueden provocar

al público a sentir sus vidas. Y por haber notado eso no

se convirtió en crítico. Como acción correctiva necesaria para

los engreimientos estéticos y sociales reinantes, la escritura de

Vila-Matas posee un sentido nada fatuo de la cadencia que evita

líneas desechables, comprensible si se considera la amplitud

de sus lecturas y cómo descascara los textos para revelar un

tipo de belleza que puede ser vigorizante, como ver un cuadro

conocido con sus antiguos barnices.

Porque su herramienta ilimitada es el dinamismo del

lenguaje su prosa cala hondo cuando escribe sobre la poética

del fracaso, la autenticidad, ensayistas minimalistas,

Facebook, los hípsters, lo metaliterario, Tarantino, la serie

televisiva Breaking Bad, los españoles indomables y lo afín.

La punta de sus análisis críticos no es solo un conjunto de

ideas, sino una expresión de su ansiedad cultural y a la vez

de su manera inusual de apaciguarla. Habiendo descifrado

para sí mismo que «el autor» como misterio epistemológico

es malo y más un apoderado de las posibilidades ideales de la

crítica, Vila-Matas puede relajarse. Con razón muchos de sus

personajes muestran que no se puede vivir sin ideales, pero

casi siempre son demasiado débiles para estar a la altura de

ellos, quizá porque su creador sabe que las ideas y los ideales

son susceptibles de ser convertidos en sus opuestos, que no

se pueden cuantificar. En última instancia, Impón tu suerte

les pide a sus lectores confiar en los instintos de su autor,

que acepten una armonización entre contrarios nada disminuidos,

y nunca les perdona no participar en ellos. Con su

tranquilidad cerebral al confrontar altos riesgos culturales,

Vila-Matas se asegura de que sus argumentos sean portátiles.

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