Cómo nos encanta la idea de lo último. [Café Perec]

16808893941181211432719677036326En la página 120 de la admirable Tres anillos de Daniel Mendelsohn aparece un artista escritor ya de cierta edad que, frente a una puerta de la universidad de East Anglia, se pregunta “qué le espera”. Perdone usted, querríamos decirle, ¿está buscando saber qué le espera a su obra, o tal vez a su vida?

Sinceramente, la palabra vida es la que más brilla ahí. La percibimos relacionada con el concepto de estilo tardío que acuñara Adorno al oír las últimas y raras sonatas de Beethoven, aquel sordo que entendía el infinito.

Años después de Adorno, Edward Said escribió todo un libro canónico sobre el estilo tardío, concepto que no hemos de entender como cronológico, ya que no necesariamente expresa la última parte de una trayectoria, sino cierta cualidad formal, psicológica, espiritual. Analiza Said en Sobre el estilo tardío casos variados de artistas escritores, también de artistas músicos. Entre los últimos encontramos a Glenn Gould, que creó su propia forma de expresión de lo tardío mediante la autoexclusión del mundo de la interpretación en vivo, con lo que devino inevitablemente póstumo, por así decirlo, y, al mismo tiempo, intensamente activo.

A todo esto, nuestro hombre en East Anglia tal vez siga preguntándose si algún día sabrá hallarle sentido al tiempo que le queda. La pregunta encajaría perfecto en Los últimos días de Roger Federer, de Geoff Dyer. El libro es heredero del de Said, pero marca distancias cuando demuestra que la mente más profunda debe ser también la más frívola. Se ha dicho del libro que nos devuelve la esperanza de hallar sentido a los últimos años de la vida. Pero creo que más bien está escrito para dar cuenta de lo que significa estar vivo.

 Habla de las lágrimas de Federer, por supuesto. Pero también de la excepcional locura de Nietzsche en Turín, de Bob Dylan, del metafísico De Chirico (que en su periodo último falsificó sus propios cuadros), de la denostada última pintura de Turner (que nadie supo ver que anunciaba la pintura abstracta), de Iris Murdoch y su bloqueo (que la llevó a decir que “no poder escribir es muy aburrido”), de Beethoven y sus inefables cuartetos.

“Cómo nos encanta la idea de lo último”, escribe Dyer en su libro. Y, como es un escritor serio que no se toma a sí mismo en serio, cita al “último mohicano”, al “último tango en París”, al “último magnate”, al “ultimo campanudo”. Una lista con buen humor que permite que, enfrascados en el encanto de lo último, volvamos a la primera línea del libro de Dyer, donde se nombra The End, de Los Doors. Ahí parece seguir, también en primera línea, el artista escritor de East Anglia. Querríamos preguntarle si ya ha averiguado cómo enfocará sus “últimos días”. De estar yo en su lugar, habría contestado que me daría ya por contento con bien poco (que es mucho, según se mire): con una general cordialidad en los diálogos de todo dios, con honrados apretones de manos, sonrisas agradables en el frescor de las mañanas, con el color cómico de las rosas. Toda la jovialidad que el mundo ha perdido.

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