Montevideo, novela maestra. [Criticismo]

Isaac García Guerrero (Revista Criticismo):wartezimmer-3dbc7f1b Casa de Freud

Hace ahora veinte años, en 2002, Enrique Vila-Matas publicó un artículo esclarecedor en Babelia, el suplemento cultural del diario español El País. Bajo el título de “Enfermos de literatura”, comentaba sobre varios autores que no podían vivir sin leer ni escribir. Tal era la comunión entre vida y literatura en la biografía de estos escritores que Vila-Matas consideraba sus muertes una contribución a la obra literaria. Según el autor barcelonés, a esa enfermedad Juan Carlos Onetti la llamó literatosis, y la habrían sufrido, entre otros, Fernando Pessoa, Franz Kafka, Paul Valéry o W. G. Sebald, además de personajes de obras como La montaña mágica de Thomas Mann. Así, la literatura, vista como acto creativo, sería un espacio intermedio, una suerte de pasaje entre la realidad gris contenida en el despacho, la habitación o la biblioteca y el mundo posible y alternativo de la ficción.

Veinte años después de aquel artículo, Enrique Vila-Matas nos regala Montevideo, una novela en la que sigue ahondando en aquellos temas. La trama tiene, al menos, dos niveles interconectados: el argumental y el metaliterario. A nivel argumental la historia es simple. Un escritor especula en primera persona sobre su bloqueo productivo al tiempo que narra un viaje por diferentes ciudades en busca de la inspiración necesaria para retomar la escritura. Desde unas referencias iniciales al comienzo de su carrera literaria en París, la narración transita por las ciudades de Cascais, Montevideo, Reikiavik, Bogotá, el retorno a París y continuas alusiones a Barcelona. Durante este periplo, el protagonista, que por momentos coincide con el Vila-Matas escritor, busca el punto geográfico en el que realidad y ficción se conectan. Un punto que coincide con un umbral a través del que físicamente se puede acceder al lado de la ficción y donde el narrador intuye que superará su bloqueo. Geográficamente, el narrador conjetura que este umbral se encuentra en una puerta detrás de un armario en una pequeña habitación de hotel de Montevideo.

En este punto es donde la trama narrativa se conecta con el nivel metaliterario. Además de las tradicionales citas vilamatianas –reales, apócrifas o alteradas– de otros autores y de figuras simbólicas de la cultura occidental reciente –aquí el actor francés Jean-Pierre Léaud juega un papel importante–, juega un papel importante la puerta cegada que da nombre al cuento de Julio Cortázar “La puerta condenada”. Más allá de la referencialidad literaria que abarca toda la novela y de la que dicho cuento de Cortázar es centro, la novela entera es un tratado de ficción. Ya en su primera sección, “París”, se hace una clasificación de las “cinco tendencias” narrativas en ficción: “la de los que no tienen nada que contar”, la de los que “deliberadamente no narran nada”, la de los que “no lo cuentan todo”, la de los que esperan que “Dios algún día lo cuente todo” y la de los que “se han rendido al poder de la tecnología” haciendo “prescindible el oficio de escritor”. A partir de esta clasificación, el resto de la novela, además de intentar encontrar ese punto de conexión entre realidad y ficción, es un periplo por estos posibles tipos de narrativa. Montevideo, así, se convierte en la gran búsqueda del secreto de la misma literatura.

Todo esto ya está en la tradición literaria que inspira a Vila-Matas. De hecho, el tema de la enfermedad unido al proyecto personal de vida es una de las fuentes de la que brota la novela moderna europea. Más allá del decadentismo nihilista de la azoriniana Diario de un enfermo (1901), que no es un referente del autor, la obra de Thomas Mann nos puede servir de ejemplo. Tanto en La montaña mágica (1924) como en La muerte en Venecia (1912), los protagonistas realizan un viaje por motivos de salud, Hans Castorp a Davos y Gustav von Aschenbach a Venecia. Ya se trate de un balneario o de un hotel –elemento este que coincide con Montevideo–, tanto el espacio físico como el arquitectónico se instituyen en el locus en el que la vida se debate entre la curación y la muerte. Además, Aschenbach, como el protagonista de Vila-Matas, es un escritor que, tras los éxitos pasados, ha perdido la inspiración y solo a través de un viaje que conecte vida y obra puede vislumbrar una salida a su estado. Más cercano en el tiempo, Thomas Bernhard, autor austriaco admirado por Vila-Matas, también explora esta temática en diferentes vertientes. En el plano literario, sus personajes enfermos o perturbados, como en Trastono (1967), se debaten entre la realidad y la ficción a través de un discurso que desdibuja sus límites. De hecho, Bernhard da un paso más al borrar efectivamente los límites entre su propia biografía y ficción. Así, en El aliento (1978), uno de los volúmenes de su biografía semificcionalizada, narra su internamiento en el sanatorio de enfermos pulmonares y su encierro en el cuarto de enfermos terminales. En este cuarto concreto, un autoficcionalizado Thomas Bernhard une literatura y biografía a través del fluir de la conciencia de su protagonista. De la misma manera que los personajes de Mann viajan enfermos a un lugar concreto para potencialmente recuperarse, Bernhard redime a su yo personaje en ese espacio cerrado en el que es capaz de adquirir conciencia de sí mismo y afirmar su voluntad de no rendirse ante la enfermedad.

Dadas estas fuentes, no nos puede sorprender encontrar la vida de un enfermo de literatosis en su obra anterior al artículo de 2002. Vila-Matas, antes de hacerse mundialmente conocido en el año 2000 con Bartleby y compañía, se había dado a conocer en España con su Historia abreviada de la literatura portátil, de 1984. Esa obra, tan literaria en sí misma, ya contenía todo el aparato de citas y conocimiento apócrifo que el autor ha venido desarrollando desde entonces. Vista ahora, desde la distancia y el conocimiento de su obra posterior, esa Historia abreviada constituye una Piedra de Rosetta de su trayectoria literaria y, si bien tiene momentos desiguales, contiene pasajes magistrales que la convierten en una verdadera obra de culto.

De hecho, tanto en aquella como en esta nueva novela se parte de un mundo referencial europeo en el que París es una meta cultural y lugar de formación. El inicio de su viaje comienza en una ciudad que es origen del desarrollo de muchos de los movimientos vanguardistas del siglo XX. Por eso, en Montevideo están presentes Stéphane Mallarmé o un concierto de Miles Davis u otros autores europeos como W. H. Auden. Además, como la novela refiere, y ya contó el autor más o menos autobiográficamente en su París no se acaba nunca (2003), París también es el punto de inicio biográfico de su trayectoria literaria. Al igual que para otros españoles que escapaban del franquismo, París era una puerta cultural de entrada al prohibido mundo europeo: más avanzado en lo estético, en lo cultural y, cómo no, en las costumbres. De ahí la sobrepoblación de referencias que denotan a partes iguales aspiración y sublimación. Un universo que, desde sus comienzos, ha sido en su obra casi exclusivamente europeo. Por eso, en su Historia abreviada, donde contaba la sociedad secreta shandy, solo recogía autores europeos –Marcel Duchamp, Paul Éluard, Walter Benjamin, Salvador Dalí o Federico García Lorca– y únicamente hacía alguna concesión a Norteamérica a través de la pintora Georgia O’ Keeffe.

Sin embargo, lo magistral de Enrique Vila-Matas no es en sí la literariedad de su obra –hija de un enfermo de literatura como anteriormente hubo otros–. No, lo verdaderamente importante, si situamos Montevideo en el conjunto de su trayectoria, es que Vila-Matas ha conseguido salir de las taras, necesarias, del propio proceso de aprendizaje para convertirse en un autor hispano-universal. Esta novela demuestra que ha quedado atrás la sublimación europeísta del español apocado que se afana en la pose y que siente que la LITERATURA –sí, con mayúsculas– está siempre del lado de allá, de más allá de los Pirineos, y que se escribe, mon Dieu, en otras lenguas. Pero no, esa literatura también está del lado de acá. Se trata de una literatura de diferentes regiones y con diferentes acentos, pero con un tronco fantástico común.  Por eso Julio Cortázar, Bioy Casares, Julio Herrera y Reissig, el citado Onetti, Gabriel García Márquez o Juan Eduardo Cirlot constituyen en Montevideo un entramado metaliterario donde en el pasado hubieran estado James Joyce o Franz Kafka. De esta manera, al reabrir esta puerta literaria que había sido condenada en periodos anteriores –no en vano el hotel donde está la puerta se llama Cervantes–, Vila-Matas conecta los lados del español, reivindica la tradición ficcional hispánica como fuente de alta literatura y se inserta a sí mismo en ella con esta novela maestra.

Visto así, Montevideo es el fin de un proceso evolutivo que le ha tomado al autor casi cuarenta años. A lo largo de este tiempo, Vila-Matas ha indagado en la literatura como continuidad vital y materia novelable. También otros antes se adentraron por este umbral, aunque no tanto desde España. Sin embargo, lo que antes fue emparentarse con literaturas distantes para legitimar la literatura propia o acudir a las fuentes nacionales para comprender la propia cultura, aquí ha sido todo un despojamiento de lo extranjero para dialogar con la literatura moderna unida por una lengua común. Al practicar la ficción como espacio de tránsito, el autor barcelonés ha sabido trascender las fronteras políticas y culturales para identificar la literatura como un espacio compartido. Un espacio de posibilidad que ya no necesita de lo germánico o francés para legitimarse. A partir de ahora, los enfermos de literatura también podrán remediar sus males en un cuarto propio cuya puerta, gracias a Enrique Vila-Matas, ha dejado de estar cegada.

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