Domingo Ródenas de Moya sobre MONTEVIDEO (Revista Ínsula)

portada_3Después de tres años de silencio, Enrique Vila-Matas ha regresado
en Montevideo (Seix Barral) a su propia casa, la de una escritura impulsada por un prurito palingenésico: el de la posibilidad de regenerarse o reinventarse cuando todo lo que había que decir parece haber sido dicho. No se trata sin más de otro tirabuzón metaliterario, sino
de una pesquisa sobre la insensatez de obedecer a la necesidad de escribir, sea lo que sea, y, en el mismo envite, una interrogación sobre el modo en que la propia identidad está encadenada a la literatura.
Esta constituye una extraña forma de vida —título de su novela de
1997—, pero también una matriz donde va adquiriendo sus rasgos la personalidad del escritor. Vila-Matas ha vinculado a menudo el acto de la escritura al imaginario de los viajes, los hoteles y las ciudades a las que acude, escenarios de hechos insólitos y criaturas extravagantes de las que sabe extraer todo su potencial cómico. El hueso de este último fruto de Vila-Matas no es otro que el deseo de cambiar de estilo (un motivo que también estaba en Dublinesca y en los cuentos de Exploradores del abismo), como si ese dejar atrás una piel ya desgastada fuera un talismán para la subsistencia o como si temiera que en la repetición está la muerte. La novela abre una nueva estancia en la casa metaliteraria del escritor, en la que ya parecía explorada toda su superfi cie. Y ese es un mérito considerable.

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