Leer en circunstancias adversas / Sabino Méndez.

Sobre tratar de tener, de nuevo, un buen panorama en las letras españolas.

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La tónica general de la narrativa hispánica de los últimos años es una renuncia a la reflexión sobre sí misma. Mientras otras artes se escinden en corrientes contrapuestas de máxima abstracción y a veces reflexión sobre sus propios modos y herramientas, la narrativa española se ha teñido de un miedo cerval a caer en cualquier posible ombliguismo vano y ha considerado más urgente dirigir su mirada hacia los seres humanos y sus colectivos, convirtiendo sus cuitas en la exigencia primordial de su arte. Los narradores se han tensado con flexibilidad entre la directa figuración y las innumerables variantes de las distopías, perdiendo quizá de vista que las narraciones distópicas son al fin y al cabo un invertido reflejo especular del costumbrismo. Ni figuración ni distopía tienen nada de malo cuando se realizan con brío y calidad, siendo innegable que existen artistas de excelente página construyendo carreras genéricas en ese sentido en nuestro país. La vitalidad creativa es notable. Ahora bien, el único problema es que, cuando una literatura deviene exclusivamente cromos sociológicos, esa literatura probablemente se acaba.

Un efecto secundario de esa tendencia es la distorsión en la formación de lectores y el horizonte de lo que se espera de ellos. Al igual que en ciertas épocas del romanticismo, de una manera general se considera actualmente un buen lector aquel que se identifica con los protagonistas de una historia. Ese más que discutible valor supremo provoca que gran parte de las ficciones actuales tengan un enojoso aire de cuentos juveniles para adultos, no dejando espacio para la lectura suspicaz. Aparecen muchas veces una tristeza y un dolor sobreactuados. Pierre Menard y su Quijote serían hoy muy mal recibidos por ese actual lector hispánico, plañidero de los males de nuestra sociedad moderna. No es el único lugar en el que pasa. En el medio literario francófono, resulta común oír decir a escritores como Lemaitre o Carrère que aspiran a depurar de ornato puramente literario su lenguaje para hacerlo más accesible al lector de a pie. Por el camino de esa tendencia general, se pierde algo de aquel humor y erotismo que, al menos en nuestro país, arrancó a final del siglo pasado con la generación que podríamos llamar ‘shandy’, iniciada en Javier Marías y que, ganando sus galones de cosmopolitismo absoluto con Enrique Vila-Matas, aglutinó un tipo de vigorosa narrativa exploratoria donde el tiempo borró las fronteras nacionales para crear una línea de dispares registros cómplices que iban desde Alan Pauls a Horacio Castellanos Moya, Juan José Saer o Rodrigo Fresán, culminando al filo del cambio de siglo en la obra de Roberto Bolaño, indudablemente el escritor de habla hispana más reconocido internacionalmente, años después de las épocas del ‘boom’ latinoamericano.

¿Nos hemos de conformar con escoger necesariamente entre ser testimoniales o raros?, ¿entre realistas y distópicos?, ¿en aceptar una verosimilitud (la anglo) que no es nuestra verosimilitud? La ciencia ficción china puede ser muy interesante y sus imitadores anglos no menos, pero, si vibra usted como lector con las posibilidades de lo ‘weird’ busque libros como ‘El mundo en la era de Warik’, de Andrés Ibañez, o ‘Mantra’, de Rodrigo Fresán, publicados aquí ya cuando despuntaba el nuevo siglo y cuya rareza tampoco ha sido llevada ni un paso más allá.

¿Cómo explorar sendas literarias a machetazos sin perderse en la selva? Bueno, siempre está ahí el recurso de volver a las fuentes de la poesía. Frente al asalto de la inteligencia artificial, el único combate practicable para el escritor en el futuro será redefinir las percepciones. Algo que la buena poesía hace cada equis tiempo de una manera irrepetible. Las percepciones, en la medida que provienen de una experiencia individual, jamás serán replicables por la IA. ¿Recuerdan la multiplicación de festivales de poesía que se dio a principios de siglo en la península? Sueño con que corra de nuevo la buena poesía por las redes y (aunque ya sé que es mucho pedir) asistir a un combate estilístico de ‘wrestling’ en un ‘ring’ a cuatro bandas, donde en una esquina se encontrara Borges, en otra Philip K. Dick, en otra Rafael Chirbes y en otra Hunter S. Thomson. Y entonces, como decía aquel, sí que tendremos de nuevo un bonito panorama.

[ABC. 3 de abril 2023]

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