Hotel Cortazar. Le Monde acerca de Montevideo. Tiphaine Samoyault
TAM TAM, de Ado Arrietta. La película con más travestís de la historia del cine
RUBÉN RAMOS blog: El viernes pasado la Filmoteca de Catalunya proyectó Tam Tam, una película de Adolfo Arrieta filmada en París, Nueva York y Marbella y estrenada en 1976. La proyección formaba parte del ciclo Carta blanca a Enrique Vila-Matas, que está a punto de acabar. El propio escritor barcelonés, que tiene un pequeño papel en la película (interpretando a un pianista polaco llamado Gombrowicz), la presentó a través de un vídeo que se proyectó al inicio de la sesión. Ado Arrieta asistió a la proyección y participó en el coloquio posterior junto al también cineasta Marc Ferrer.
Más allá de que el propio Vila-Matas aparezca en la película, la decisión de incluir Tam Tam en este ciclo obedece a otras razones: Adolfo Arrieta es un cineasta poco conocido fuera de ciertos ambientes especializados pero seguramente merezca algo más de reconocimiento. Al menos esta es la opinión de Vila-Matas, que cree que Arrieta se adelantó en varios años a Almodóvar, por ejemplo, con esta película que refleja la escena parisina “de lo que hoy llamaríamos LGTBI+” (así lo expresó Vila-Matas). “La película con más travestidos por metro cuadrado de la historia del cine”. Gente con la que Vila-Matas, que en aquella época vivía en París, se cruzaba a diario en los cafés de su barrio “sin cita previa”. Pero es que ser el primero en lo que sea suele ser garantía de fracaso. Google fue el último de los buscadores en aparecer pero de los buscadores pioneros no se acuerda nadie.
“En realidad, lo que hacía Arrieta era cine punk a la francesa”, dice Vila-Matas. Pues sí. El argumento de la película es más o menos el siguiente: el autor de un libro titulado Tam Tam está en Nueva York cuando debería estar en una fiesta privada en París a la que nunca llegará aunque todo el mundo le espera. No hay mucho más drama en la película exceptuando que el que sí que está en la fiesta es su hermano gemelo (lo cual crea un poco de confusión) y que la anfitriona de la fiesta se desespera y chilla bastante, lo cual acaba siendo bastante divertido. También es verdad, como recordó Adolfo Arrietta, que la película es un poco premonitoria porque todo ese tam tam del que habla el libro de ese autor que nunca aparecerá en la fiesta alude a una serie de catástrofes inminentes que en ese momento, según Arrietta, no estaban ocurriendo, pero que ahora sí que están a la orden del día.
La película se centra en proporcionarnos una serie de retablos protagonizados por personajes de lo más curioso, misteriosos y atractivos, como si nos hubiésemos perdido en esa fiesta parisina, que se rodó en siete pisos diferentes, todos cedidos para la película, una película que no disponía de ningún tipo de presupuesto. No pasa nada excepcional en la película, pasa lo que imaginamos que debía de pasar en ese tipo de fiestas de la época. Ni siquiera vemos a gente bailando descocada. Lo que hay es mucha gente, mucho alcohol, mucho tabaco, mucha conversación (en francés, inglés y castellano), un poco de música, mucho chismorreo y un poco de ligoteo. Y mucho teatro, eso sí. Pero el teatro de la vida (aunque del otro también hay un poco porque a una actriz le da por ensayar un texto y pide a algunos invitados que le den las réplicas). Todo es bastante surrealista pero sobre todo es caótico, fascinante y divertido, a pesar de la quietud (porque la gente simplemente está en la fiesta, prácticamente no hace nada más que estar).
Para las escenas filmadas en Nueva York, donde el escritor que se escaquea de la fiesta parece pasarlo muy bien, Adolfo Arrieta utilizó una cámara que le prestó Jonas Mekas, un cineasta que le gustaba mucho, según señaló Vila-Matas en su introducción. Según Vila-Matas, Adolfo Arrieta era entonces un hombre cámara, como Jonas Mekas. Es decir, estaba todo el día viendo la realidad a través de la cámara, y filmándola en cuanto te descuidabas. Hoy en día, como recordó Vila-Matas, eso lo hace todo el mundo con sus teléfonos móviles pero entonces era algo excepcional. ¿Será esa la razón por la que he visto a gente muy joven disfrutando de una película de Jonas Mekas que duraba cinco horas sin apenas síntomas de agotamiento? ¿Habrá algo en este tipo de cine, el de Arrieta también, que conecta con el tiempo que vivimos? ¿O simplemente hay una corriente subterránea que conecta a una parte de todas las generaciones pasadas, presentes y futuras? Que esa parte muy parecida de cada una de las generaciones se ilumine más o menos para pasar a un primer plano quizá sólo dependa de quién maneje los focos.
¿Cómo conoció a Jonas Mekas?, le pregunté a Arrieta en el coloquio. Fue en 1974, en el Festival de Toulon, donde Jonas Mekas presidía el jurado que premió una película anterior de Arrieta: Las intrigas de Sylvia Couski. Mekas invitó a Arrieta a proyectar sus películas en el Anthology Films Archive de Nueva York. Arrieta aceptó la invitación y se alojó durante quince días en casa de Mekas junto con Javier Grandes, su actor (y tío de Almudena Grandes, como recordó Vila-Matas). ¿Era Javier Grandes su novio de entonces?, le preguntó Marc Ferrer a Arrietta en el coloquio. Sí, contestó Arrietta. ¿Se puede hablar de eso?, le preguntó rápidamente, a continuación, Ferrer. No, porque pertenece a mi esfera privada, le contestó Arrietta con mucha gracia cuando le acababa de contestar espontáneamente que sí, que era su novio. Pero durante todo el coloquio siguió refiriéndose a Javier Grandes como “su actor”.
Alguien le preguntó a Arrietta a qué se debía que sus películas no fuesen demasiado conocidas. Arrietta contestó que él no tenía acceso a la industria del cine español porque era una mafia. Por supuesto, cambien cine por cualquier otra disciplina y podrán construir una frase que reflejará una realidad muy parecida.
CUANDO TODOS VIVÍAN [Café Perec]
Para esta columna contaba ayer, once de setiembre, únicamente con el título, al que consideraba intocable. Porque la expresión “Cuando todos vivían” la había deslizado días antes en Palma de Mallorca una persona muy querida en medio de un discurso triste que derivó en llanto por la desaparición y muerte de su hermana.
Tenía el título, pero no el contenido. En cualquier caso, si acababa no encontrándolo, siempre podría recurrir a los recuerdos de los diversos onces de septiembre que entraran en mi memoria cuando pensara en esa fecha vinculada, por lo general, a catástrofes. Pero era obvio que, aunque me resistiera a entrar ahí, lo que en realidad estaba detrás de aquel “Cuando todos vivían” era la música que estaba al fondo del fondo de todas las melodías: un silencio sin notas al que llamamos Muerte y que es la palabra central de un libro extraordinario, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rainer Maria Rilke.
En busca del contenido y, dado que, como si de un amuleto se tratara, había llevado a París el libro de Rilke, decidí volver a aquella primera página que un día soñé que había aprendido de memoria y resultó que era verdad: “¿Es aquí donde la gente viene para vivir? Yo diría que aquí se viene a morir. He salido. He visto hospitales. He visto a un hombre que daba tumbos y caía al suelo…”
Así fue cómo con la tarde ya avanzada y mientras me preguntaba en la Coupole si era a Paris adonde la gente iba para vivir o más bien para morir, di paso, sorteando las sombras de aquella pregunta, a los diversos onces de septiembre que iban entrando en mi memoria: golpe de estado de 1973 contra Salvador Allende; el largo domingo en el que supimos que Javier Marías había muerto; la mayor derrota del Imperio Romano en la batalla de Teutoburgo, la Diada de Cataluña; el derrumbe de las Torres Gemelas; la inundación que arrasó la ciudad de Almería en 1891…
Para mi sorpresa (no había antes reparado en esto), vi que Rilke había fechado la primera página de Los cuadernos de Malte en un once de septiembre en París, en la rue Toullier. Fue como si algún espectro me hubiera mandado una señal. Ni había oído hablar nunca de esa calle. La busqué primero en el móvil y era un rincón triste, de muy pocos metros, situado justo detrás del edificio principal de la Sorbona. Me propuse ir caminando hasta ella, pero algo desvió mis pasos y acabé pasando por delante de las pequeñas tiendas de la rue de Seine que siempre me intrigaron por su discreta elegancia y la falta de clientes. Quienes están detrás de los escaparates son anticuarios, vendedores de viejos libros y grabados. Aparentemente, no hacen negocio. Parecen tiendas conectadas a una antigua y casi olvidada plenitud, la de cuando todos vivían. Recordé que Rilke confesó que le gustaría comprarse uno de aquellos escaparates de la rue de Seine tan llenos de cosas ysentarse allí detrás, con un perro, durante años
6 DE SEPTIEMBRE. carta blanca de Filmoteca Catalunya a Vila-Matas.
Films elegidos por Vila-Matas para el ciclo que empieza el 6 de septiembre 2023 en Barcelona
&
Simba (Simba, la lucha contra el Mau-Mau). Brian Desmond Hurst , 1955 – 99’ 5
Tam Tam (Adolfo Arrieta, 1976) -57’ 11
Donovan’s Reef (La taberna del Irlandés) John Ford, 1963 – 109′ 225
Uncut Gems (Diamantes en bruto), de Joshua Safdie y Benny Safdie, 2019 – 135′ 3960
A Londoni férfi (El hombre de Londres) A Londoni férfi de Béla Tarr, 2007- 139′ 1000
Ni le ciel ni la terre , de Clément Cogitore 2015 – 100′ 593
A History of Violence (Una historia de violencia) (David Cronenberg, 2005) – 96’ 80000
Strategia del ragno (La estrategia de la araña) (Bernardo Bertolucci, 1970) – 100’ 400
Buena Vista Social Club, (Wim Wenders, 1999)- 105’ 3300

En un lugar solitario.
Un cuento de Onetti / por Ignacio Vidal-Folch
‘Un sueño realizado’ es el título de un cuento de Onetti especialmente desconcertante y angustioso. Yo lo leí por primera vez en 1976, en el libro Tan triste como ella y otros cuentos (Lumen), y desde entonces sigue interpelándome.En mi biblioteca tengo alineados los libros de Onetti, uno al lado de otro, y entre ellos ahora mismo estoy viendo el lomo de aquella primera edición de Tan triste como ella que publicó Ester Tusquets, y soy consciente de que allí, entre esas páginas cerradas están las que llevan impreso ‘Un sueño realizado’.
Cuando hice de profesor de adultos, para explicarle a mis alumnos algunos recursos de la composición literaria solía recurrir a este cuento. Como yo no lo entendía, se me ocurrió que a lo mejor si les obligaba a leerlo y meditar profundamente en él, alguno de ellos –la verdad es que algunos eran muy inteligentes y analíticos– me lo sabría descifrar, sin recurrir a explicaciones psicoanalíticas. Como no fue así, al año siguiente retiré del programa ‘Un sueño realizado’ y lo sustituí por ‘Bienvenido, Bob’, que es más fácilmente comprensible.
En síntesis, esto es lo que cuenta ‘Un sueño realizado’: En el hotel barato de un poblachón provinciano están varados un director teatral, Langman, y su actor, Blanes, que han sido desvalijados por el gerente de su compañía y abandonados allí por el resto de la compañía. Para salir del atolladero y regresar a la capital esperan que llegue de Montevideo (¿o de Buenos Aires?) un poco de dinero. Pero el dinero se demora, sus deudas aumentan y sus perspectivas cada vez son más inciertas y oscuras.
Entonces aparece milagrosamente una señora desconocida, de media edad, de aspecto cansado y algo triste, que dispone de dinero para financiar la representación, a puerta cerrada, sin más público que ella, de una pieza teatral sin argumento, no escrita, que podría llamarse Un sueño, o Un sueño realizado. En realidad, se trata de una sola escena que la mujer desconocida ha visto precisamente en sueños. Mientras la soñaba fue feliz, o algo parecido, y quiere verla otra vez.
La segunda versión añade algunos detalles: cuando el hombre cruza la calle hacia la mujer de la cerveza, pasa un coche a gran velocidad y casi lo atropella; el hombre bebe la cerveza de un solo trago y vuelve a cruzar la calle; otra vez pasa un automóvil –éste en dirección opuesta– y de nuevo está a punto de atropellarlo; para cuando el tipo llega a la otra acera, la mujer que estaba sentada ante la mesa se ha acostado en el suelo; entonces él se reclina a su lado y le acaricia el cabello tranquilamente. Y eso es todo.
Langman y Blanes preguntan qué significa todo eso, si es que la mujer quiere referirse al absurdo de la existencia, o a la incomunicación entre los seres humanos, o a… Pero ella les deja bien claro que , ella no conoce a los personajes del sueño, sencillamente quiere que la escena se represente tal como la soñó.
Más o menos convencidos de que está loca, Langman y Blanes alquilan un teatro, consiguen que un vecino del pueblo acepte venir y cruzar dos veces el escenario al volante de su coche y representan el sueño tal como ella lo soñó. Blanes interpreta al hombre: cruza la calle –pasa el coche que casi lo atropella–, se bebe la cerveza que le tiende la segunda mujer, regresa –pasa otra vez el coche– junto a la señora, que está tendida en la acera; se reclina sobre ella y se pone a acariciarle el pelo. Pero ella ha muerto.
El lector podría no conformarse (y haría bien) con esta sinopsis, sino leer dos, tres o cuatro veces el cuento original, que está magistralmente escrito, tiene muchos más detalles y transmina una atmósfera densa, asfixiante, muy onettiana, atmósfera onírica cargada de fatalismo y derrota. Quizá él entienda la serpentina relación entre vida, sueño, teatro y muerte que propone y sobre la que se han escrito ríos de tinta.
Ante algunas obras de arte contemporáneo de presencia deslumbrante, que, por su misma naturaleza inefable, no se debe tratar de explicarlas, yo me he sentido –sin por ello morir, gracias a Dios— más o menos como la mujer del cuento de Onetti: no exactamente feliz, pero sí algo parecido y como si viera realizado un sueño, un sueño que había olvidado. Creo que muchas veces los artistas son médiums que visibilizan no sólo sus sueños, sino los nuestros. Los realizan.
Por ahora añadiré, para concluir, que, años después de leer este cuento de Onetti, estuve con él en su casa (tal como expliqué en otro cuento, éste mío). Con él, realmente. Entré en su cuarto como en sagrado. Estaba tendido en la cama, en la mano un vaso tubo de whisky muy aguado. Y tuve la sensación de que se cerraba un círculo, se consumaba un misterio, y que yo había ingresado no tanto en la alcoba del escritor sino en una obra de arte, en un sueño, y sentí que el sueño de la literatura se realizaba.
Volver o no volver, de eso se trata. [Café Perec]
En el diálogo entre OuLiPo (Hervé Le Tellier) y ChatGPT sorprendemos a los dos interlocutores en un punto muy especial del camino, pues pronto no se podrá abusar de la candidez de un ChatGPT, ya próximo al desarrollo completo de su especialización en diálogos. Esto me recuerda que, en abril, dado que un bot iba en Madrid a entrevistarme en público, había planeado hostigarle a éste hasta lograr que confesara que sólo sabía que no sabía nada. No te inquietes porque estás a la altura de Sócrates, había previsto decirle para consolarle. Pero se suspendió la entrevista porque el bot, dijeron, aún decía tonterías.
En la sala de espera donde voy leyendo el diálogo entre OuLiPo y ChatGPT, hay sólo otro ser humano, esperando como yo. Nos miramos como si fuéramos dos extraños, que es lo que en realidad somos. Al leer el siguiente intercambio de frases entre OuLiPo y el alma de cántaro del robot en pruebas, no he podido contener la risa:
–Estimado ChatGPT, disfruto viendo hámsteres desnudos, ¿es grave?
–Como Inteligencia Artificial no tengo capacidad para juzgar o comentar comportamientos sexuales humanos. Sin embargo, conviene respetar el consentimiento de los animales…
Reflexiono. Hay un claro declive de las relaciones interpersonales. Hoy en día nos parece intrusivo que un desconocido nos hable, o le hablemos nosotros, cuando en realidad está comprobado que el contacto social genera bienestar. Tomo la iniciativa y le explico al desconocido que he reído porque sigo el hilo de un dialogo entre un escritor francés y un robot. Ah, me dice impertérrito, cuando usted ha reído yo estaba precisamente encabronado con el hilo musical de esta sala, que, convendrá conmigo, es insufrible. Le doy la razón. Tan insufrible, dice, como la ira descontrolada y la gaita broncomediática, que nos sigue dando la traca después de las elecciones. También en esto le daría la razón, pero prefiero concentrarme en la permanencia, todavía a día de hoy, de ese insufrible hilo argumental. Ese hilo que sigue ahí después de que los partidos, fieles a una rancia y obscena tradición, volvieran a simular y celebrar todos que habían ganado.
En un artículo que guardo desde 2002, recuerdo que David Trueba arremetía contra el hilo musical de pésima calidad del que jamás nadie se ha responsabilizado y que, encima, no es plural, pues obliga a escuchar los peores arreglos. Es un hilo que, según Trueba, sólo trata de cosernos los oídos, y su imposición es como si en todos los restaurantes del país, pidieras lo que pidieras, te dieran pechuga de pollo.
Si el país es plural, ¿por qué uniformarlo? ¿Y a santo de qué ese intento de regreso al pasado? Volver o no volver. Esa es la cuestión. Pertenezco a una generación que no es extraño que se movilizara el 23 de julio, pues no en vano somos –así la han descrito– la única generación europea nacida después de la Guerra Mundial que vivió desde la infancia el fascismo como única realidad conocida. Tal vez por eso, en algunos de nosotros el instinto de rechazo y huida de cualquier veleidad bajo palio puede llegar a ser monumental.
PERO ESCRIBIENDO [18 JULIO 2023]
Estoy, en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre. ¿Lo esencial? El optimismo, la alegría de estas primeras horas, el sol naciente, la casa, el balcón, los geranios, la música, el café, el trabajo, el quiebro al vacío y al tedio, el regreso diario al discurso propio. Todo es posible. Incluso que mañana, 18 de julio, vuelva a leer lo que estoy escribiendo ahora y note la ausencia de referencias al fatídico “Alzamiento nacional”. Pero es que prefiero correr el riesgo de quedarme sin tema para estas líneas que voy escribiendo, lo prefiero a acabar añadiéndome al tradicional zumbido que envuelve siempre un nuevo aniversario de la fecha. Además, no corro el menor riesgo de quedarme sin tema porque precisamente, en el doble fondo del tema ausente, siempre está de servicio de guardia la escritura.
Para mí, después de tantos años de recordar el “dichoso” día, ya basta, es suficiente. Puesto que no podemos cambiar de país, decía Joyce, cambiemos de conversación. Y también: “Pase lo que pase, lo correcto es largarse”.
Me iría, pero me quedo. De haberme marchado, sin duda no habría sido por ojeriza (que la tengo) al maldito día 18, sino porque hace tiempo que en este cuarto habitual descubrí que sólo la escritura me salvaría. Ya otro irlandés, John Banville, decía que la mejor forma de irse de Irlanda era quedarse.
Quiero creer que la escritura, que me sacó en su momento del pozo más oscuro que había visto hasta entonces, dispone de una perfecta munición para afrontar una semana como la que nos espera, semana de contexto pringado, enfangado, que amenaza con ser un plano secuencia que culmine con los saltos en un balcón de alguien embriagado con la inmoralidad de sus propias mentiras, un borracho de la moral.
Es una semana, hasta el domingo 23 que amenaza con parecerse al plano secuencia que abre Sed de Mal, donde Orson Welles logra que el espectador y la cámara crucen la frontera de Tijuana sabiendo que es inminente el estallido de una bomba que previamente Welles nos ha mostrado en el primer fotograma de la película.
Me relajo, me distraigo escuchando a Ray Orbison (Ooby Dooby), tratando de olvidarme también de cualquier posible susto o suceso inminente. Pero acaba de entrarme en el móvil un Whatsapp de alguien que, sin rodeos, me dice que la tumba de Robert Walser ocupa ahora un espacio más discreto, casi oculto, en el cementerio de Herisau. Es algo que me afecta, porque un día escribí que la tumba de Walser se hallaba en un lugar demasiado visible, justo a la entrada misma del camposanto, un sitio no acorde con su legendaria tendencia radical a estar en un rincón aparte, como puede leerse en su lápida: “Sigo mi camino/ que está a un paso más allá/ vuelvo a casa y, sin ruido, / aparte me quedo ya”
Me pregunto, para reírme, si no seré una agencia de noticias minúsculas relacionadas vagamente conmigo.
Y me animo y alegro de repente así, viéndome como una web de noticias literarias relacionadas con las transformaciones que viven algunas páginas que escribí en el siglo pasado. Pasa un rato y, como si quisieran confirmarme que soy una agencia de noticias minúsculas, alguien me envía un Whatsapp desde Nueva Inglaterra diciéndome que la estatua de una mujer con un panel de abejas vivas en la cabeza, la estatua que en la edición de Kassel 2012 formaba parte de la instalación de Pierre Huyghe, podía uno encontrársela ahora –once años sin saber de ella– en un patio del Moma, de Nueva York.
Después de todo, me he dicho, lo minúsculo remite al mismo Walser, que iluminaba lo pequeño, lo desatendido, y que dedicó una prosa bellísima a un humilde botón. Y también pertenece lo minúsculo al mundo secundario de las abejas vivas de Huyghe. Es mi mundo, me siento tentado a decir en voz alta, lo que podría haber hecho impunemente, porque estoy solo, en mi cuarto habitual, donde me parece haber estado siempre.
Pienso por unos segundos en aquellos que el domingo en la batalla no pensarán en mí y acabarán brincando en un balcón por la noche. Ooby Dooby, me digo. Y reitero mentalmente mi preferencia por el lado Walser, donde sé que puedo pasarme mucho rato pendiente de la inminencia de un suceso, consciente de que estoy donde mejor me encuentro. Mejor no puedo estar aquí, quizás porque escribo y porque me acuerdo de Roberto Bolaño en el veinte aniversario de su muerte, y lo veo en su estudio de Blanes, escribiendo con su hijo Lautaro en las rodillas, “escribiendo hasta que cae la noche / con un estruendo de los mil demonios. / Los demonios que han de llevarme al infierno, / pero escribiendo”
MALLORCA, diario Ultima Hora, conversación con Vila-Matas. Domingo 16/07/23
ADRIÁN MALAGAMBA Se cumplen 50 años de su debut literario, no obstante, ¿coincide esa efeméride con sus orígenes como escritor? ¿En qué momento se dio cuenta de que lo era?
V-M Supongo que cuándo escribí algo que vi que podía insertarse ya en un cierto orden poético. Aun no habiendo publicado nunca poesía, en época colegial escribí poemas. Si me animé a escribirlos fue porque me deslumbraron Luis Cernuda y César Vallejo. Pero en cuanto al momento en que me di cuenta de que era escritor es posible que se diera al cruzar la frontera entre una frase corriente y una con un cierto toque literario.
¿Cuál es su relación literaria y personal con Mallorca? ¿Cuánto le ha influido, si es que lo ha hecho, como escritor?
Está fuera de duda que mi mujer, la queridísima Paula de Parma, mallorquina, me ha influido tan decisivamente en todo que hasta me ha salvado la vida. Son amplios, por otra parte, mis vínculos afectivos con personas maravillosas de la isla. Vine por primera vez a Mallorca con mis padres, a los quince años. Nos hospedamos en el Hotel Alcina. Viajamos por toda la isla y me fascinó la belleza del hotel Formentor, hasta el punto de que lloré cuando supe que no íbamos a pernoctar allí.
¿Cómo de importante es el espacio físico dentro y fuera del libro en su trabajo como escritor?
En mi casa de Barcelona es donde escribo, no lo hago fuera de ella. Pero mis libros tienen algo de viajes mentales, no existen en ellos fronteras del mismo modo que éstas no existen en el pensamiento. De ahí que, cuando el año pasado terminé y entregué mi último libro, Montevideo (Seix Barral, 2022), pergeñado como todos en Barcelona, me diera cuenta de que era como si lo hubiera escrito entero desde París. Desde un París móvil quiero decir. Porque quizás fue esa movilidad de una ciudad extranjera la que me ayudó en Montevideo a desdibujar la noción de espacio-tiempo, tan habitual, demasiado, en las novelas que hemos leído.
Tras 50 años de escritura, ¿cómo se vislumbran aquellas primeras palabras sobre el papel en ‘Mujer en el espejo contemplando el paisaje’ desde el presente?
Para la pregunta que me plantea no hay una respuesta satisfactoria. Es la eterna cuestión del Yo y su continuidad en el tiempo. ¿Qué cambia y qué permanece igual? En aquellas primeras palabras me proponía a mí mismo elegir “mi mejor aspecto para buscar las palabras que iban a llevarme al silencio”. Si todo ha cambiado o permanece igual no sabría decirlo, pero, al recordar esas primeras palabras, me llega la impresión de que están escritas como si supiera que, cinco años después, iba a descubrir a Blanchot, que decía que la obra era el movimiento que nos conducía al punto puro de la inspiración de la que proviene y que parece que no pueda alcanzar más que desapareciendo”
Nabokov señaló, como recoge usted mismo en su propia página web, que ‘la mejor parte de la biografía de un escritor es la historia de su estilo’, ¿es ‘Montevideo’, su más reciente novela, un estudio de esta idea?
Esta frase fue, en efecto, uno de los puntos de partida: escribir la biografía de mi estilo. Pero, afortunadamente, me eché atrás en cuanto comprendí que lo que reflejaba toda mi obra era precisamente la biografía de mi estilo.
¿Es inevitable que el narrador que escribe durante suficiente tiempo acabe escribiendo sobre el propio hecho de escribir? ¿A qué cree que se debe?
No. Seguro que es evitable. Pero yo mezclo desde siempre ensayo (pensamiento) y ficción. Y no es extraño que ya muy pronto pensara en preguntarme (y hasta hoy) qué diablos era eso de la literatura que parecía aspirar a ocupar gran tiempo de mi vida.
¿Cuántas veces se ha formulado la pregunta: ‘Para qué seguir escribiendo’ y cuál es la respuesta que suele darse?
Ahora que ya sé plenamente que es una pasión inútil, más ganas tengo de seguir escribiendo. Y es que me divierto como nunca. Por otra parte, la experiencia de escribir Montevideo ha llegado a conmocionarme. Hacia el final del libro, no quería acabarlo para no tener que entregarlo ya a la editorial. Escribiéndolo, me he sentido otro, como nunca. Sentí emociones y miedo mezclados con las risas. Y la inolvidable sensación de que estaba frente a la puerta que daba al famoso “punto puro de la inspiración”.
¿Existe una frontera en su forma de ver la literatura entre realidad y ficción? Y si la hay, ¿dónde la dibuja?
En nuestro cerebro no existe esa frontera. Ya es sabido que lo que imaginamos también existe. En Montevideo, el narrador viaja a un hotel de esa ciudad para ver una extraña puerta de un cuento de Cortázar titulado La puerta condenada. Una puerta tras un armario sobre la que en 1954 la crítica Beatriz Sarlo había señalado que precisamente en esa puerta del relato se encontraba “el lugar exacto en el que irrumpía lo fantástico en el relato”. Al entender o imaginar que Sarlo sugería que ficción y realidad convivían perfectamente en ese “lugar exacto” que podía encontrarse en la puerta 205 del Hotel Cervantes, de Montevideo, llevé a mi narrador a esa ciudad.
¿Qué importa para el hecho literario: lo que le ocurre al escritor o lo que hace con lo que le ocurre?
Nada y todo. Depende de si el escritor tiene el talento suficiente para lograr que lo que escribe interese al lector. Para interesar ha de conseguir que lo que cuenta sea verosímil, es decir, que el lector lo crea.
Se ha dicho de su obra que es un tirar del hilo de lo cotidiano, de lo mundano, hasta lo más ‘raro’, lo más peculiar, ¿se trata de un equilibrio entre el lugar común reconocible por todos y la huida del mismo?
Esto que dice que se ha dicho sobre mi obra se ha dicho también, por ejemplo, de muchos de los cuentistas argentinos del “área porteña” (Bioy Casares, Cortázar, Samantha Schweblin).
Si partimos del hecho de que el mundo y la vida son carentes de sentido en sí, ¿es la literatura una fuente de la que brotan múltiples intentos de significado?
Suele decirse que la literatura está llena de “visiones del mundo”. Pero esto es un cliché. Yo, por ejemplo, no tengo ninguna, “solo soy una sombra”, que decía Bergamín.
En ocasiones se abusa del concepto ‘literatura filosófica’, personalmente creo que por pura pereza, no obstante su obra sí podría encajar a la perfección en esa ‘categoría’, ¿qué es para usted la literatura de índole filosófico’?
Es la que deja que el pensamiento acompañe a lo narrado. Me encanta leer a autores con una prosa inclasificable, a lo Nietzsche, o la prosa extraña del Discurso del Método, de Descartes, libro que para algunos fue la primera novela moderna, ya que en ella se narra la pasión de una idea. Mezcló ensayo y biografía de un modo insuperable.
Kundera y la novela (arte nacido de la risa de Dios)
mundo kundera & comentario de Aparicio Maydeu sobre EL ARTE DE LA NOVELA (1986)
Un título esencial en su bibliografía, a la vez que un ensayo ya clásico en torno a la novela —”arte nacido de la risa de Dios”— a la que rescata de su descrédito, a la que vincula para siempre al conocimiento, y en cuyas entrañas escarba con una brillantez inusual. “La obra de cada novelista contiene una visión implícita de la historia de la novela, una idea de lo que es la novela”, escribe, convencido de que toda buena novela contiene la ráfaga de novelas que han contribuido a su gestación: “cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada novela contiene toda la experiencia anterior de la novela”. Para muchos, el primer capítulo, “La desprestigiada herencia de Cervantes”, es imprescindible
Kundera y el arte de la Novela [por Anthony Burgess]
Como sabe todo el mundo, o al menos ese pequeño fragmento de él que se toma en serio la, novela, Milan Kundera es un novelista checo que está exiliado en París. No me atrevo a entusiasmarme tanto como, por ejemplo, Salman Rushdie, porque no le leo en el original y Kundera no ha tenido buena fortuna con sus traducciones al inglés. Como profesional de una dificil forma artística, está cualificado para teorizar al respecto, pero el corazón se inquieta al ver lo que denota el título de este libro [El arte de la novela, publicado en España por Tusquets]. Sin embargo, sus pocas páginas diluyen el miedo de algo demasiado amplio y quizá dogmático, y Kundera deja clara la modestia de sus intenciones en un prólogo. Ésta, dice, es tan sólo la confesión de un profesional: el libro se compone de un ensayo sobre Cervantes, dos conversaciones acerca de su propia praxis novelística, algunos pensamientos sobre Kafka, notas inspiradas por The Sleepwalkers (una obra maestra europea no muy leída quizá, excepto por George Steiner, en el Reino Unido), un glosarlo de 63 palabras clave importantes en el pensamiento de Kundera y un discurso pronunciado cuando recibió el Premio Jerusalén de Literatura. No es, pues, algo tan temible, y el conjunto resulta de lectura amena, estimulante y, para el mencionado pequeño fragmento que incluye a los novelistas en activo, un texto de considerable fuerza inspiradora.Kundera, naturalmente, no se encuentra feliz con su propia situación, es decir, la de todos los artistas liberales que rechazan un sistema totalitario sin tiempo para el pensamiento o la creación libres y han sido rechazados por él. La novela es en esencia una forma desarrollada en una Europa libre. Tiene que ver con el Lebenswelt, el mundo de la vida. Lo que en tiempos fuera aquello que Descartes llamó el dueño y señor de la naturaleza, el hombre, se ha convertido en «tan sólo una cosa ante esas fuerzas (tecnología, política, historia) que le subestiman, le pasan por alto y le poseen». Cuatro siglos de ficción europea han investigado el Lebenswelt -a menudo, con un candor que excitaba el desagrado de la moralidad oficial-, pero en nuestro siglo se hizo posible que la novela se convirtiese en un vehículo de la filosofía del Estado todopoderoso y enajenara su misma esencia. Esto ocurrió con la ficción a granel de ¡a Alemanla nazi, ya desaparecida, y con las destructivas topadoras soviéticas (publicadas en ediciones inmensas por las editoriales del Estado) que desplazaron las relaciones humanas mediante el santo amor por el sistema soviético.
Porque, y así lo creemos Kundera y nosotros, la novela trata de la relatividad y de la ambigüedad. En Cervantes «no hay una sola verdad absoluta, sino un tumulto de verdades contradictorias» encarnadas en esos yos imaginarios llamados personajes. ¿Don Quijote es un tonto idealista o un héroe? Los lectores que encuentran a uno u otro, pero no a los dos, se equivocan. La novela, y no exclusivamente la de Cervantes, ha de ser una investigación de las posiciones morales y no una afirmación de ellas. Hemos de entender antes de juzgar. Los lectores de novelas que no saben de qué trata la novela, y esto por encima de todo incluye a los censores oficiales, ya sean los de Moscú, Valetta o Arkansas; ya vean al K. de Kafka como un hombre inocente anlastado por un proceso judicial injusto o como un hombre culpable castigado por la justicia divina (o secular). No quieren ver que la verdad es pendular.
Como novelista centroeuropeo, Kundera encuentra en el vienés Musil y sus compatriotas bohemios Kafka y Hasel el gran tema de nuestro tiempo: el colapso europeo a través del colapso de Europa Central. Con Joyce y Proust era posible situar una estabilidad social en la que, no reprimidos por el Estado y no oprimidos por una agresión externa, los personajes pudieran llevar a cabo la búsqueda de su ser. Musil preanuncia el colapso del imperio austrohúngaro; Kafka y Hasel, con sus formas opuestas, se enfrentan con la nueva estupidez de la norma burocrática: con el buen soldado Schweik hay que reír ante ella; con K. no se pueden hacei bromas. Schweik sobrevive a través de la bufonería y la adaptación, el racionalista K. ha de hallar una razón para su castigo, eligiendo la culpabilidad. Ahora es difícil que la novela no sea política, ya que lla política proporciona no la subestructura de la creencia o de la moralidad, sino el enemigo obstructor que lucha contra la vida privada. La novela en lengua inglesa siempre ha sido no política -Kundera no halla ninguna virtud de novelista en Orwell- y por ello la ignora (como también lo hace Solyenitsin), exceptuando a Richardson, quien descubrió el yo íntimo, y a Sterne, que inventó la novela del juego. De Hermann Broch, al que los británicos ignoran, Kundera tiene un alto juicio. En The Sleepwalkers, la desintegración de los valores europeos -esos que se transmiten desde la Edad Media- está dibujada de un modo ejemplar, lo que implica prolijidad en los detalles.
No me gusta demasiado leer novelistas que teorizan acerca de sus propias novelas, pero resulta grato leer la entrevista concedida a Paris Review, en la que Kundera se ocupa de la técnica antes que de generalizar acerca de ideas y valores. Yo, que he sido algo así como músico antes de ser novelista (y también lo ha sido Kundera), me inclino a pensar que este escritor está en lo cierto cuando encuentra elementos de forma musical en la novela y al establecer, como lo hace, paralelos entre la estructura de un cuarteto de Beethoven y una de sus propias obras. La exactitud de los temas musicales, que no puede ser parafraseada, también encuentra un paralelo en la exactitud del léxico. Los traductores de Kundera, preocupados por sus invariables palabras de indicación de diálogo, llevan consigo lo que piensan que es un estilo y cambian dice por replicó o murmuró. Kundera se queja de eso. Cuando él ha escrito en mi bemol no quería hacerlo en fa natural; cuando usa una palabra no quiere decir una transposición no autorizada. Esto le ha llevado a compilar un diccionario personal. «Reúna sus palabras clave, sus palabras problema, las que usted ama», le aconsejó Pierre Nora, editor de Débat. Y así lo ha hecho Kundera.
Daré sólo dos ejemplos. Diversión: Kundera piensa que está bien ser, pero que es menos interesante hacerse el divertido. El traductor francés de El juego no gustaba que las chicas estuviesen desnudas: las prefirió vestidas de Eva. Un traductor americano ha hecho que un armonio emitiese ruidos esiomacales en lugar de sonidos. El editor de Kundera, al leer las pruebas, le llamó: «Estoy eliminando todos los pasajes divertidos». Kitsch: «En Praga vemos el kitsch como el enemigo primordial del arte. En Francia, no. Para el francés, lo opuesto al arte verdadero es el entretenimiento». Kundera detesta a Chaikovski, Rachmaninoff y Horowitz al plano. Odia las grandes películas de Hollywood, como Kramer contra Kramer (¿cita un ejemplo adecuado?, ¿grande?) y Doctor Zhivago. Le gusta la risa, pero es terriblemente serio. Tiene razón en ponerse serio ante la novela y deplorar la existencia de esos críticos casuales que declaran que la novela está muerta. La novela morirá pasando por encima del cadáver de Kundera. Y también del mío, si vamos al caso.
Traducción: Ana Poljak.
Hemos oído cómo hablaban de política. (Café Perec —- 4 julio 23)
Al despertar, hormigas y dinosaurios seguían allí. Y era como si el silencio reclamara, con crueldad, el regreso de la cháchara política. Para desviarme de la avalancha mediática, abrí al azar la genial Las tempestálidas, de Gueorgui Gospodínov: “Tras la dictadura del futuro llega el turno de la dictadura del pasado”.
No me desvié demasiado, porque, al pensar en el pasado –ese que no está muerto, que ni siquiera es pasado, y que nunca termina de pasar– me acordé de cuando Flaubert advirtió lo injusto que era criticar el embrutecimiento de la plebe. ¿Criticarla? Pero si lo que había que hacer, dijo, era ilustrar al embrutecido Poder, en alarmante situación de ignorancia supina.
Y no pudo ser más explícito en una carta veraniega: “Esta mañana me he presentado ante el príncipe Napoleón, pero había salido. He oído cómo hablaban de política. Es algo inmenso. ¡Ah! ¡Que vasta e infinita es la Estupidez humana!”.
Sabemos que solo hay dos cosas infinitas: la estupidez y el universo, aunque de lo segundo aún no estamos seguros. Si de algo creo estarlo es de que la estupidez tiene a veces un atractivo irresistible. De ahí que la gran literatura se haya sentido fascinada por lo estúpido en el sentido más extremo de la palabra. Y es que una persona especialmente estúpida puede resultar muy seductora para el observador agudo. De eso habló Robert Musil en Viena en su última conferencia. En ella, habló de “hombres inteligentes, e incluso ingeniosos” que se complacían en el trato con los estúpidos y los toscos. Y habló de cómo todo esto las mujeres, enemigas declaradas de la tosquedad, no lo entendían y acostumbraban (incluso las casadas con un merluzo) a acusar a los hombres de ese trato solo para ampliar su superioridad intelectual.
Y, sin duda, algo de cierto había en la acusación. Pero veo una razón mejor para justificar que se espíe y analice lo estúpido: la morbosa curiosidad que uno puede sentir por las personas singulares, por las grandes individualidades. La formidable estupidez mundial provoca que a veces seamos indulgentes con las individualidades, con genios que no representan a nadie más que a ellos mismos. Aunque algunos de éstos se atrofian porque, cuando les llega el inefable día en el que se sienten amenazados por la estupidez, no saben ver que ésta es una simple etapa en el desarrollo del pensamiento, al que la propia estupidez amenaza desde dentro para conseguir que el pensamiento se eleve. Y ahí se quedan tirados, como tantos representantes de multitudes a los que estos días hemos visto inmersos en la sonora “no conversación” de los partidos. No conversación, porque hemos oído cómo hablaban de política y cómo brillaba por su ausencia una forma de hablar que mínimamente se pareciera al lenguaje político. ¿Reaparecerá por fin ese lenguaje el 10 de julio en el “espectacular” cara a cara? ¿Hablarán ahí los invitados como dos individualidades que se representan a sí mismas, o como representantes de dos colosales partidos cuya suerte paradójicamente depende de otros?
Escribir para que se sepa que no escribimos ———————-[dos libros de Josefina Vicens]
Patricio Pron (Babelia, 16 junio 2023 / Babelia
Las dos novelas de la escritora mexicana, publicadas en 1958 y 1982, desmontan todos los clichés en torno a la unidad de la obra narrativa, el estilo literario, la documentación previa o la construcción de los personajes.
Al igual que Juan Rulfo, Josefina Vicens sólo necesitó dos libros para convertirse, a ojos de muchos de nosotros, en una de las escritoras mexicanas más importantes del siglo XX. De esos dos libros, Los años falsos (1982) es el más accesible; su protagonista se llama igual que su padre, y, cuando éste muere accidentalmente en una fiesta manipulando un revólver, el hijo pasa a convertirse, a pedido de él, en “ayudante” del político para el que el padre trabajaba, se enreda como él en los hilos de la corrupción, se queda con una de sus amantes, se envilece. El hijo se convierte en el padre; sin embargo, esta transformación no sólo es producto de una imaginación barroca, sino también de una visión de la masculinidad que, tras la muerte del padre, convierte al hijo en “el hombre de la casa” y, así, en el garante de lo que llama la división entre “el prepotente y ruidoso mundo de los hombres” y “el sumiso y mínimo de las mujeres”. “Yo sentía que estaba en todo mi derecho de prolongarte, de prorrogarte, de imitarte, hasta de calcarte si me daba la gana”, dice el hijo al padre, pero esa “prolongación” es también la del orden violento y corrupto que el segundo le ha dejado en herencia.
José García —”nombre mediocre, vida mediocre y profesión mediocre”, resume la escritora Sara Mesa en su prólogo a esta edición— también “preferiría no hacerlo”, pero no puede evitarlo; está casado, tiene hijos, está agobiado por las dificultades económicas y se siente “obligado” a escribir, para lo cual lleva dos cuadernos, uno en el que anota todo lo que se le viene a la cabeza y otro en el que espera plasmar una obra literaria con el material del primer cuaderno que considere que “puede interesar”. “Mi propósito, al principio, era escribir una novela. Crear personajes, ponerles nombre y edad, antepasados, profesión, aficiones. Conectarlos, trenzarlos, hacerlos depender a unos de otros y lograr de cada uno un ejemplar vigoroso y atractivo o repugnante o temible”, admite, pero también reconoce que no tiene imaginación; la suya es una “impotencia de escribir” y otra “mayor aún, de no escribir” que hacen que, cuando su hijo mayor le pregunta si su novela “acaba bien”, él le responda: “¡No soy escritor! No lo soy; esto que ves aquí, este cuaderno lleno de palabras y borrones no es más que el nulo resultado de una desesperante tiranía que viene no sé de dónde. Todo esto y el resultado será, en último caso, muchas páginas llenas y un libro vacío. No es una novela, hijo mío, ni acaba bien”.
Vicens (Tabasco, 1911-Ciudad de México, 1988) publicó El libro vacío en 1958; que su segunda novela sólo viese la luz en 1982 podría inducirnos a creer que para ella también la escritura era terreno pantanoso: sin embargo, escribió más de 90 guiones de cine y cientos de artículos periodísticos, fue activista política y tuvo una vida pública que no excluyó la amistad de algunos de los escritores mexicanos más importantes de su tiempo y la obtención del prestigioso Premio Xavier Villaurrutia. El libro vacío y Los años falsos son novelas existencialistas —García no puede escribir pero tampoco puede dejar de escribir, y esta doble imposibilidad da cuenta de lo que para esa corriente filosófica es la condición del hombre—, pero no son productos de época: ambas, en especial la primera, son novelas tremendamente actuales en las que Vicens desmonta uno tras otro todos los clichés en torno a la unidad de la obra narrativa, el estilo literario, la importancia de documentarse para escribir, el lenguaje como herramienta (“¿Cómo harán los que escriben? ¿Cómo lograrán que sus palabras los obedezcan? Las mías van por donde quieren, por donde pueden”), la construcción del personaje, el verosímil, el progreso en la novela.
“Si encontrara una primera frase, fuerte, precisa, impresionante, tal vez la segunda sería más fácil y la tercera vendría por sí misma”, se dice García; de tener un poco de sentido común, comprendería que el principio según el cual quien escribe debe hacerlo “de lo que sabe” es, como toda prescripción literaria, un engañabobos que conduce a las personas a escribir tonterías; de ser sólo un poco inteligente, podría darse cuenta de que —como Tristram Shandy, como los personajes de Samuel Beckett, de Enrique Vila-Matas
y de César Aira, como el Oblomov de Iván Goncharov que hasta la página 150 no consigue salir de la cama— su dificultad para empezar es garantía de que nunca tendrá que enfrentarse a las dificultades de terminar algo. García no sabe que, como escribió Ezra Pound, “nadie que esté vivo sabe lo suficiente como para escribir”, pero alcanzará esa certeza por el más espinoso de los caminos y ya no podrá aspirar a no escribir sino a que su no-escritura sea “un dejar de hacerlo”, algo “absolutamente distinto, terriblemente distinto” a no escribir. Al final, sólo podrá consignar una “pequeña victoria” (“Hoy hace exactamente ocho días que no escribo. (…) Recuerdo que el pasado miércoles estuve a punto de escribir y pude evitarlo”), pero tendrá que escribir que no ha escrito para que quede constancia de ello, con lo que su triunfo se convertirá en derrota. Y a esa derrota, que es toda una victoria de su autora, debemos una de las novelas más hermosas de la literatura latinoamericana.
El libro vacío / Los años falsos
Josefina Vicens
Prólogo de Sara Mesa. Tránsito, 2023

EL RETORNO DE EMMANUEL BOVE.

En Italia la nueva editorial Ventanas rescata Memorias de un hombre singular, una obra de 1939 de Emmanuel Bove.
Artículo de Gennaro Serio en Il Manifesto, edición del 11 de junio de 2023
Algunos novelistas parecen componer páginas enteras con el único fin de ocultar -entre las espirales de una prosa aparentemente onírica- las pistas en las que se esconde el significado más íntimo de su obra. La narrativa de Emmanuel Bove -cuyos personajes cuentan su historia oscilando entre la reticencia y la dolorosa delicadeza de tono- propone una coherente poética del «fuera de campo», en la que se dice muy poco sobre el contexto y los sobresaltos psíquicos que atraviesan los protagonistas.
Ocurre entonces que en algunos pasajes muy seleccionados, el narrador se deja ir comentando sobre alguien, o sobre una historia en la que él mismo se encuentra enredado, revelando de repente una lucidez estremecedora, casi insostenible, que hace que los libros por el Autor francés luminoso con una inteligencia específica hecha de precisión, mesura y una compostura singular admirado, no por casualidad, por varias generaciones de grandes escritores: Rilke, Beckett («tiene un extraordinario sentido del detalle», escribió el autor de Molloy) y, más recientemente, Enrique Vila-Matas y Peter Handke (quien tradujo Bove al alemán) que se hicieron eco de su redescubrimiento editorial general en Europa en las últimas décadas. Una admiración que se extiende al propio Bove, en referencia a su figura de artista marginal, de la que el propio Handke escribió, con cierto énfasis: «Debería ser el santo patrón de los escritores (puros), más que Kafka y al mismo tiempo parecido a Chejov y Scott Fitzgerald».
En Italia, Bove es conocido sobre todo por el pequeño clásico Mis amigos, que figura en el catálogo de Feltrinelli desde hace treinta años, aunque muchas de sus obras han sido recientemente traducidas al italiano, sobre todo por pequeñas editoriales, gracias a que tras su muerte (en 1945) se encontraron en París varias obras inéditas, que luego se convirtieron en publicaciones póstumas. Entre estos últimos, la nueva editorial Ventanas propone Memorias de un hombre singular (traducción de Paola Vallatta, pp. 229, 14,00 €), terminada de escribir en 1939 pero publicada en Francia en 1987, y ahora por primera vez en Italia.
Jean Marie se mueve a través de las páginas de las Memorias, quien a primera vista parecería encarnar la figura ficticia recurrente del hombre que vive solo en su habitación amueblada en París, se ocupa de pedir dinero a sus amigos y no exige nada más de la vida . . que «un lugar propio entre los hombres». Narrada en primera persona, la historia avanza desde la parte inicial -donde hablamos de un préstamo financiero que no parece llegar y de una persona de confianza que trata mal al protagonista, en un París descolorido pero de pronto enmarcado por un foco sorprendente- a un bloque central más corpulento, y más abiertamente autobiográfico, con un análisis dramático que traslada a Jean Marie a su infancia, lejos de la capital, en los albores del siglo XX. Hijo de una mujer pobre, nació de la violencia que la niña sufrió por parte de un militar. Luego, al crecer en contextos más o menos acomodados, Jean Marie comenzó inmediatamente a cultivar ese sentido de extrañamiento de todo y de todos los que lo acompañarían a lo largo de su vida: ni pobre ni burgués, ni ciudadano ni compatriota, cuando creció nunca miró realmente para un trabajo, prefiriendo una especie de indeterminación pensativa, que lo lleva a buscar, y luego rechazar abruptamente, la compañía de los demás.
En su complejidad, el protagonista lejano de Bove no se parece al «extranjero» de Camus, cuya intensidad no posee : se distancia de las cosas con un gesto apático, y sin embargo parece sufrirlas a cada paso, construyendo fantasías de descanso. y cavilando sobre posibles puntos de inflexión existenciales hasta la última línea del libro. Si acaso, en Jean Marie hay algunos rasgos de ilusión que remiten a los personajes de Flaubert, a Frédéric en L’ Education sentimentale , e incluso a los apocalípticos Bouvard y Pécuchet . Pero en la voz del protagonista de las Memorias no hay falsete, ni impostura: más bien las preguntas apremian -el texto está sembrado de una dolorosa cosecha de signos de interrogación-, los remordimientos, los momentos en el que un imperceptible movimiento del mundo que pasa ante sus ojos parece sugerir una solución a todos los problemas, para luego desvanecerse en el aire («Es tarde en la noche detrás de la École militaire. Pero aquí hay un poco de luz. Can’ ¿Seré amado tal como soy?»).
En Bove -y Memorias de un hombre en particular es un ejemplo perfecto- hay una tendencia radical a desvitalizar el espacio narrativo (¡Beckett!) que, sin embargo, en lugar de encerrarse en las trincheras de una narración desconsolada e inalcanzable, nos permite vislumbrar, desde algún lugar del fondo, o más fácilmente completamente excluida del delgado marco de la novela, una vitalidad irreductible: lejana, por supuesto, pero aún no fuera del alcance del hombre que, escribiendo, habla de sí mismo.»
Conquistar los márgenes ////// Jordi Puntí.
[Jordi Puntí ante el equívoco de Barcelona.]
gran artículo publicado en la revista Barcelona Metropolitan.
https://www.barcelona.cat/metropolis/es/contenidos/conquistar-los-margenes
La estructura geométrica de Barcelona dibuja los escenarios de su literatura, en algunos casos mirando hacia un interior asfixiante y enojoso, en otros hacia unos márgenes que son cambio y redención. Y, siempre, desafiando las leyes topográficas.
El equívoco de Barcelona empieza con los mapas. La estética nos pierde. A finales del xix, el enrejado unificador del Eixample resolvió por siempre jamás un orden que reescribe las leyes de la topografía para situar el mar abajo, la montaña arriba y los ríos a los lados. Los barceloneses vamos a menudo del oeste hacia el este, y al revés, pero los mapas nos quieren hacer creer que cuando buscamos el mar bajamos de norte a sur. Para engañar a la brújula del cerebro, decimos lado Besòs o lado Llobregat, mar o montaña.
La literatura que ha retratado Barcelona es a menudo un trayecto vertical, por lo tanto, entre un norte y un sur que son falsos, pero que han asumido este papel simbólico. En Vida privada, de Josep M. de Sagarra (1932), los Lloberola tienen que dejar el caserón de la calle Sant Pere Més Baix con la impronta de la aristocracia sin imaginación que “es va anar desinflant” [se fue deshinchando] y se dirigen hacia la calle de Mallorca, hacia Bailèn: muestras de este Eixample burgués, “gairebé anònim dins la geometria uniforme dels pisets de Barcelona” [casi anónimo dentro de la geometría uniforme de los pisitos de Barcelona]. Cuando Frederic busca las noches de diversión, sin embargo, siempre vuelve al “Xino”, a los cabarets como La Criolla o el Lion d’Or, donde Sagarra exulta describiendo la vida picante.
Unos años más tarde, en 1969, Blai Bonet narra en Míster Evasió este descenso físico y social, con unos estudiantes de La Salle que, un domingo, cogen un autobús en la Bonanova y bajan hasta el Somorrostro. El narrador describe las “barraques fetes en una nit, amb portal baix, tapat amb cortina de saca” [barracas hechas en una noche, con portal bajo, tapado con cortina de saco], asentadas en “un fanguer amb tot de bassiots d’aigua virolada, bonica i tot, de pixar-hi gossos, gats, genteta” [un barrizal lleno de charcos de agua irisada, bonita incluso, de mear perros, gatos, gentecilla]. Son caminos que van y vienen, y así en La cremallera (2016), poema de Martí Sales, el trayecto va hacia arriba, de la Rambla a la montaña Pelada del Carmel, en una Barcelona inundada: “La ciutat / s’abraça al mar i les onades / hi ballen: ara s’esperen algues / a cada cantonada o bar, / barcelonines com el martiri / de santa Eulàlia i la cova / Fumada, el gòtic inventat, / […] morir-te en vida al passadís / de l’enllaç de passeig de Gràcia, / no haver entrat mai a la Sagrada / Família” [“La ciudad / se abraza al mar y las olas / bailan: ahora se esperan algas / en cada esquina o bar, / barcelonesas como el martirio / de santa Eulalia y la cueva / Ahumada, el gótico inventado, / […] morirte en vida en el pasillo / del enlace de paseo de Gracia, / no haber entrado nunca en la Sagrada / Familia].
En general, después de la guerra este mapa espurio empieza a ser compartido por los narradores en catalán y en castellano. La migración española desvía el eje y algunos novelistas buscan su «Xino»; también se abren al extrarradio, a ambos lados de la ciudad que crece, y habría que decidir qué los lleva ahí: la lengua, el espacio virgen, la epopeya, la necesidad de arraigarse a través de la literatura… Y hasta hoy. Sin embargo, Juli Vallmitjana ya escribía en catalán sobre los gitanos y los desclasados en La xava (1908) o Sota Montjuïc (1910), y, un siglo más tarde, Julià de Jòdar explora una cosmogonía del Besòs en la trilogía L’atzar i les ombres.
De una manera bastante precisa, hay un momento en el que estas dos literaturas confluyen con fuerza en un mismo espacio. En Últimas tardes con Teresa (1966), Juan Marsé escribe sobre Pijoaparte: “Acaba de salir de su casa, que forma parte de un enjambre de barracas situadas bajo la última revuelta, en una plataforma colgada sobre la ciudad: desde la carretera, al acercarse, la sensación de caminar hacia el abismo”. Aquel mismo año 1966, Mercè Rodoreda publica El carrer de les Camèlies: unos años después de la guerra, más o menos cuando Pijoaparte debía instalarse con su hermano en el Carmel, Cecília se va a vivir con Eusebi. “La barraca només tenia dues parets de maó; les altres eren fetes amb llaunes, amb fustes velles i amb trossos de sac entaforats per les escletxes” [La barraca solo tenía dos paredes de ladrillo; las otras estaban hechas con latas, con maderas viejas y con trozos de saco incrustados por las rendijas], explica. A ella, el abismo la atrae.
A menudo da la impresión de que estos márgenes de Barcelona son puntos de fuga para liberarse de un mundo sofocante y a la vez tedioso, en catalán y castellano. Parece que los narradores eviten la vida burguesa. Pasan de puntillas por el Eixample, de la Dreta o de la Esquerra, como si la cuadrícula los obligara a escribir demasiado recto e, incluso así, no debe de ser ninguna casualidad que para Miquel Bauçà fuera una torre de observación ideal: El canvi (1998) lleva por subtítulo “Des de l’Eixample”, y en la entrada sobre “L’abundor” escribe: “Fins que no em vaig establir a l’Eixample, no havia sabut què era la veritable abundor, la plenitud, la lucidesa i la calma, que són una mateixa cosa, però diferent de la no-necessitat» [Hasta que no me instalé en el Eixample, no había sabido qué era la verdadera abundancia, la plenitud, la lucidez y la calma, que son una misma cosa, pero diferente de la no-necesidad].
Hay un tópico frecuente que dice que la novela en catalán prefiere la vida rústica y tiene alergia a la metrópoli, pero tendríamos que ponderar, una vez más, qué perspectivas literarias arrasó la guerra, qué conexiones culturales con las capitales europeas. Recientemente se han reeditado los cuentos de Víctor Català, y en el prólogo de Caires vius (1907) —una avalancha de arrebato y agudeza verbales, en la que no deja títere con cabeza— la autora defendía la convivencia del ruralismo y “el ciutadanisme… el portaveu de l’esperit poderós i multiforme de l’urbs» [el ciudadanismo… el portavoz del espíritu poderoso y multiforme de la urbe]. Son pistas que, de forma nada inocente, ya prefiguran el malentendido del novecentismo y toda la pesca.
Atención a LIBRE, de Lea Ypi. Meditación profunda sobre el significado de ser libre. [Anagrama]
Atención a este libro verdaderamente importante: Libre, de la albanesa Lea Ypi (Anagrama). La Revolución francesa no logró nada, dice alguien en sus páginas, y lo justifica diciendo que sigue habiendo personas extremadamente ricas que toman las decisiones y otras muy pobres que no pueden cambiar su vida. Al leerlo, sabemos que no tardará alguien en decir lo contrario. Libre es un libro admirable desde todos los puntos de vista y también desde ninguno. No le falta el humor, pero, sobre todo, es –su rasgo precisamente diferencial– una meditación muy profunda sobre el significado de ser libre. Por mucho que Lea Ypi mezcle memorias, ideas por todas partes, narrativa de primer orden con filosofía, Libre no es para nada un texto inclasificable, porque pertenece al mejor de los géneros: la genialidad sin fisuras.
Vuelve Korner, el festival de cultura y fútbol, promovido por Real Sociedad Fundazioa.
Extract from the English edition of MONTEVIDEO, de Enrique Vila-Matas.
Translated by Annie McDermott and Sophie Hughes.
I n February of ’74 I travelled to Paris with the anachronistic intention of becoming a writer from the 1920s, ‘lost generation’ style. That was my, shall we say, unusual aim on moving there, but even as a young man I couldn’t fail to notice, as I wandered the streets, that Paris was absorbed in its latest revolutions, and this filled me with a vast, monumental laziness, an overwhelming lethargy at the mere thought of having to become a writer there, let alone a lion hunter à la Hemingway.
To hell with everything, especially my aspirations, I said to myself one evening as I crossed the Pont Neuf. There must be some way of escaping this fate, I’d been thinking non-stop throughout the whole of that day. In the end, I turned down a dimly lit street and embarked on a life of crime that somehow plunged me back into an adolescent mindset that I thought I’d put behind me: the classic dispirited state of a young man whose great poems would revolve around ‘solitude’ and ‘his weatherworn soul’, were he not too busy selling drugs to write them.
In Paris, at any rate, I wasn’t so foolish as to be taken in by the total void, which had already wrecked my first youth, in Barcelona. Instead, I succumbed to a kind of controlled meaninglessness, bordering almost on pretence, and did little else but explore, in considerable depth, and from top to bottom, the seedy side of Paris, the diabolical side, that glorious city described in The Other Paris by Luc Sante (neighbourhoods teeming with flâneurs, Apaches, chanson stars, clochards, brave revolutionaries and street artists), the Paris of outcasts, the Paris of anti-Franco exiles with their well-organised drug network, the Paris of washed-up has-beens, the Paris of dizzying social frenzy.
A Paris that, many years later, would be the setting for my account of those days spent dealing hashish, marijuana and cocaine, during which I failed to devote a single minute to writing, and was overcome, what’s more, by a sudden lack of interest in culture more generally; a lack of interest that cost me dearly in the long run and was even reflected in the oafish title I gave to my account of those turbulent times: A Garage of One’s Own.
Paris, for me, during that first two-year stay, was simply a place where I sold drugs and where, for a brief three-month period that went by in a flash, I was addicted to lysergic acid, LSD, which led me to understand that what we call ‘reality’ is not an exact science but a pact between a great many people, a great many co-conspirators, who might one day decide, for example, that the Avenida Diagonal in your hometown is a tree-lined boulevard, when in fact, after a dose of acid, you can see quite plainly that it’s a zoo rife with beasts and tropical birds, all with a life of their own and running amok, some even swinging in the treetops.
During that first two-year stay, my Parisian world was limited to a modest patch ruled by small-time dealers, and the odd party full of depressed Spanish exiles; lousy parties, albeit with plenty of red wine, and about which all I remember is the habit I developed of saying goodbye to each and every one of my pseudo-friends and acquaintances with the words:
‘Did you know I’ve stopped writing?’
At which point someone would invariably jump in and correct me:
‘You never wrote in the first place!’
And it was true, I didn’t write, or rather I hadn’t since I published my first and only book, the exercise in style I completed in some barracks in the North African city of Melilla. It was titled Nepal and consisted of a veiled take-down of the bourgeois family, along with an explanation of how I intended – blessed innocence, I had yet to set foot in Paris, or venture down that dimly lit street – to remain utterly unchanged, identical to my current self for as long as I lived; in other words, to remain in thrall to the wholesome hippie tendencies I had found so seductive until some countercultural, libertarian, pacifist scoundrels took me to work a sugar-beet harvest and everything suddenly changed.
No one in Paris knew, nor was there any reason why they should, that I had written and published a book on my return from Africa, a little novel that passed itself off as having been written in Kathmandu and whose prose was so experimental that the critique of the bourgeois family went entirely unnoticed. I’d never told anyone about my days in Melilla spent playing at feeling like Gary Cooper in Von Sternberg’s Morocco (though I lacked all the requisites to pull it off – Marlene Dietrich, for starters), and this gave me, among other things, the chance to try my hand at being someone else, at reinventing myself, though in the end I always found that, much as I longed to be many different people and to have been born in many different places, my likeness to myself was just too strong, and not a day went by when I wasn’t reminded that the risk of trying to be someone else is precisely that we end up resembling ourselves.
Enrique Vila-Matas
Translated by Sophie Hughes and Annie McDermott
Translation © 2023 by Sophie Hughes and Annie McDermott. Montevideo is forthcoming in 2024 from Dalkey Archive Press.
From MONTEVIDEO
by Enrique Vila-Matas
Published by Dalkey Archive Press (2024)
Translated by Annie McDermott and Sophie Hughes
The Spanish Riveter is honoured to publish this exclusive extract from the English edition of Montevideo, which is forthcoming from Dalkey Archive Press in 2024.
Nada, excepto eso, la vida. [Café Perec]
La otra cara de la Feria se ha quedado en casa, en mi biblioteca de cuarto oscuro. Iluminación y penumbra. Me acuerdo de Alberto Savinio que, muy descontento de las enciclopedias, acabó escribiendo una para sí mismo. Una maniobra por el estilo es la que me ha llevado a colocar mis libros favoritos en un cuarto oscuro de casa. Allí, la luz es débil a propósito, lo que me permite sugerir que tal vez a mi biblioteca más personal, y a la literatura en general, puede que les siente mejor la oscuridad.
Muchas mañanas, a modo de calentamiento previo, he rescatado a ciegas del cuarto oscuro un tomo al azar y lo he releído hasta que me ha entrado un irrefrenable deseo, fuerte impulso de escribir. ¿Cómo lo diría? Salvando las insalvables distancias, un impulso comparable al de Kafka cuando expresó su deseo de convertirse en indio y cabalgar sin espuelas y sin cabeza de caballo. Su breve relato es de complicada trama gramatical y extraño empleo de los tiempos verbales, pero también el cuento más libre que he leído nunca: habla de cuando Kafka quería convertirse en Kafka.
No podría vivir sin esa selección de libros esenciales para mi ánimo, sin esa biblioteca de cuarto oscuro. Sin la oscuridad —decía Blanchot— no existiría la obra de arte. Ante la oscuridad, la misma obra no tiene importancia. Es más, toda la gloria de la obra y hasta el deseo mismo de una vida feliz en la luz del día, son sacrificados a esa única inquietud: buscar en la oscuridad lo que la misma oscuridad, la misma noche, trata de disimular: ese vértigo o punto profundamente oscuro hacia el cual tiende el arte, el deseo, la misma noche y la muerte.
Entre los iconos de mi biblioteca de cuarto oscuro están ciertos libros que nos hemos de contentar con imaginarlos. Amélie Noury los nombra en su luminoso Como no he escrito ninguno de mis libros (Greylock): Tratado del dandismo, prometido por Baudelaire, o Vita nuova, prometido por Barthes. Y otros de los iconos del cuarto es, por supuesto, el oficinista Bartleby, el copista que inventara Melville y que representa la parábola por excelencia del origen de la literatura contemporánea; la historia de aquel “fósforo en la oscuridad” del que hablaba Faulkner, la poética del hombre exiliado en el mundo, del humilde escribiente que tanto me recuerda al Kafka que paseaba por toda Praga con su extraño abrigo de murciélago y su bombín negro. Y llegados aquí, ¿cómo no recordar al joven Kafka riéndose a carcajadas mientras leía en voz alta Jakob von Gunten, de Robert Walser? Y luego está Raymond Roussel, encerrado en sí mismo, en su caravana con las persianas bajadas, contemplando la luz increada que nacía dentro de él, dentro de su obra, entregada a un tipo de cibernética aplicada a la literatura y que produjo obras como Locus Solus. Y, por supuesto, la escritora con menos cibernética del mundo, Emily Dickinson, y su poesía intensamente secreta. Y Marguerite Duras, que dijo que la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada, excepto eso, la vida.
Estás en Europa.
Llevaba pocas horas en Viena, la neutral y bella Viena, me habían dicho. En el Café Central leí en internet que había cinco mil espías en la ciudad. ¡Cinco mil! Todos pro-Putin. Un servicio civil de inteligencia se dedicaba a localizar para la Federación Rusa las rutas del armamento occidental que iba a Ucrania. No era una falacia, ya llevaba meses publicada por Financial Times, y también se encontraba en Viena directo, el blog que fundara en 2006 Paco Bernal.
Decidí continuar con lo que había programado y descendí a la imponente Cripta de los Capuchinos. Al alcanzar de nuevo la calle, supe que en la ORF hablaban de un “incidente” ferroviario de aquel domingo: en el tren regional que unía Innsbruck con Viena, los altavoces habían emitido, durante veinte minutos, fragmentos de un discurso de Adolf Hitler. Saber esto, me dejó de piedra, y hasta más silencioso que cualquiera de los sarcófagos de la Cripta de los Habsburgo.
Me resultó inevitable relacionar el incidente con aquel fragmento de El mundo de ayer –no me separé del libro en todo el viaje–, donde Zweig contaba que, ya en el continente americano y, creyéndose lejos de Europa y del horror nazi, viajando a toda velocidad en un coche Pullman por Texas, entre Houston y otra ciudad petrolera, oyó de pronto que alguien despotricaba a gritos en alemán: un pasajero había sintonizado, en el receptor de radio del coche, por azar, una emisora berlinesa, de modo que, rodando en el tren a través de la llanura de Texas, Zweig tuvo que escuchar un discurso de Hitler.
Por la noche en Viena, me disponía a revisar algunos de los fragmentos que, en años lejanos, había subrayado de El mundo de ayer cuando me acordé de la bibliomancia de la que me hablara un día Olga Merino: una práctica adivinatoria, popular en la Edad Media, que consistía en abrir un libro (entonces un códice) por una página al azar, e interpretar el párrafo adaptándolo a la circunstancia presente.
Decidí practicar la bibliomancia. Y abrí al azar el libro de Zweig entrando en la página donde comentaba que, cuando alcanzó Hitler el poder, había detrás de la impresión que daba de ser un pelagatos, una calculada contención para no precipitarse y dejar ver demasiado pronto el radicalismo total de sus intenciones. Semejante táctica le funcionó. Era una estrategia construida con osados movimientos, como la quema de libros en la plaza de la Ópera de Berlín, movimientos seguidos de pausas para ver hasta dónde podría llegar cuando decidiera mostrar su verdadero rostro. Y sí, le funcionó, en gran parte gracias a la arrogancia de los intelectuales y de los políticos alemanes que preferían ver en él a un grotesco agitador de cervecerías.
Cerré el libro y agradecí a la bibliomancia que me hubiera permitido interpretar aquel párrafo de Zweig adaptándolo a las circunstancias actuales de una Europa en la que, por incomprensible que parezca, muchas veces los errores, como las tácticas de engaño, no se leen a tiempo, no se ven o no se quieren ver venir, y, dando paso a la barbarie, fatalmente se repiten.
Montevideo, novela maestra. [Criticismo]
Isaac García Guerrero (Revista Criticismo):
Un Epílogo para el libro ‘Los miércoles con el Torre & Friends’
Un epílogo de Vila-Matas para el Book que reúne las tan distendidas como rigurosas charlas en youtube (2020-2023) del doctor nefrólogo Vicens Torregrossa (Clínic de Barcelona) en torno a la salud, medicina, ciencia, investigación. Un éxito de Internet, ahora en libro.
ENRIQUE VILA-MATAS : Era una noche oscura y tempestuosa. Llevaba dos horas confinado en una solitaria habitación del Clínic. A la mañana siguiente, me trasplantaban el riñón que donaba Paula, mi mujer. Me sentía extrañamente sereno. Sentado en un sillón, leía un librito que no pesaba nada y que, de darse el caso, parecía adecuado para trasladarlo sin problema al otro mundo. Y en eso golpearon levemente la puerta y entró un hombre con mascarilla y bata blanca, de edad indefinible. Debajo de la mascarilla, a modo de presentación, se adivinaba la cordialidad de una sonrisa. Doctor Torregrossa, dijo. Y siguió un breve silencio. Era nefrólogo y formaba parte del equipo de trasplantes de riñón del Clínic, y se encontraba de guardia aquella noche. Preguntó por mi estado de ánimo, dejó caer que había leído algunos de mis libros, y se interesó por el que leía en aquel momento. Se lo pasé. La piedra de la locura, de Benjamin Labatut. Eligió una página al azar, leyó unas líneas, siguió otro breve silencio, y cerró el libro. “No te lo recomiendo para esta noche”, dijo con una seriedad mezclada con un evidente sentido del humor.
Hoy creo ver que esa seriedad (el rigor en su oficio) mezclada con el humor es lo que el gran comunicador Torregrossa viene trasmitiendo tanto a sus invitados de Los miércoles con el Torre & Friends (original mezcla de divulgación médica y entretenimiento) como a sus pacientes.
Parece sencillo, pero no lo es, al menos así lo he percibido: en un gran ejercicio de precisión, nunca dice a entrevistados o pacientes algo más o algo menos de lo que ha de decir. Para lograr tal exactitud, despliega una admirable capacidad para escuchar, es decir, para ver al otro. Y añádase a esto una callada capacidad innata de seducción, tan sabiamente discreta que ni se nota.
No hay duda de que todo esto se refleja, junto a la exquisita distribución de sus silencios, en Los miércoles con el Torre & Friends. La originalidad de este programa, de la que este libro da pleno testimonio, está, creo, fuera de duda. “Testimonio sobre un momento único de acción e inspiración para las próximas generaciones”, he leído que alguien ha dicho.
Lo más curioso quizás sea que esa idea le llegó a Vicenç Torregrossa en 2020, en pleno estallido del covid. Pronto, el hoy llamado “Doctor Youtuber del Clínic” obtuvo una recompensa a su iniciativa, a su instante único de inspiración en momentos de tan penoso desconcierto general: la recompensa llegó en forma de una amplia audiencia, incluida la de Latinoamérica, que se volcó con la información que ofrecía el programa.
De este libro, que evoca todas las sesiones de youtube habidas hasta ahora y, en cierta forma, habla también del excelente equipo de Trasplantes del Clínic y de su pasión por el oficio, por la investigación, por un exponerse para mejorar cada día, lo destacaría todo, pero especialmente alguna de las frases que ya llevan tiempo formando parte de mi memoria. Ana Pérez (“Las enfermeras somos la columna vertebral de los hospitales”), Ignacio Revuelta (“El secreto del éxito es una persona que tenga una motivación y que el paciente sea el centro de toda su acción”), Manel Vera (“Tanto la diálisis peritoneal como los bonsáis son un arte”), María Jesús Martínez (“El trasplante renal es un renacer”). Antonio Alcaraz (“El donante vivo es como un Dios, no le puede pasar nada”)
Desde ese renacer, pido que el programa continúe. Porque ideas como éstas no se dan todos los días. Programas de su rango no abundan, ni aquí ni en ninguna parte.
¿Estaba yo en el cuento de Cortázar?
J. J. Maldonado, Revista Caretas, Perú:
Después de leer a Enrique Vila-Matas, es imposible volver a leer otros libros de la misma forma, incluidos los libros del propio Vila-Matas.
“¿Qué hay tras la ventana?”, decía Roberto Bolaño en Los detectives salvajes. “¿Qué hay tras la puerta?”, dice ahora Enrique Vila-Matas con Montevideo. Descubrir ese misterio o, mejor aún, inventarlo, puntuará todo el relato en un ir y venir de reflexiones, conceptos y juegos en los que desfilarán nombres recurrentes en la obra del barcelonés: Herman Melville, Antonio Tabucchi, Laurence Sterne, Marcel Duchamp, Paul Valéry, etcétera.
Poseído por el arte de la digresión, al estilo Tristam Shandy, el narrador de Montevideo saltará de París a Cascais, de Cascais a Montevideo, de Montevideo a Reikiavik, de Reikiavik a Bogotá, de Bogotá a París. Y confundido entre el cruce de lo real y lo ficticio, se preguntará con algo de miedo: “¿Estaba yo en el cuento de Cortázar?”.
Maestro de la hibridación, Vila-Matas no duda en remezclar y relucir sus mejores armas: el ensayo, la cita, la crónica, las anécdotas maravillosas, las paradojas y los misterios burlones, lo fantástico, lo épico, lo hiperreal, todo un despliegue de recursos que, a través del humor, hace ingresar a sus lectores en la lógica de la ambigüedad y del enigma, pero también en la búsqueda de un estilo propio.
Como todas las novelas que forjan la galaxia Shandy, es Montevideo un libro lleno de puertas y umbrales, de accesos y aberturas, un libro en el que constantemente la realidad se hace ficción y la ficción se hace realidad. Y es siempre en este punto donde Enrique Vila-Matas resplandece y a la vez se divierte, pues nunca se sabe si nos está hablando en serio o está tomándonos el pelo, lo cual nos desplaza con mucha inteligencia entre el asombro y la carcajada. Se ha dicho que Vila-Matas lleva años tramando, pensando o escribiendo el mismo libro una y otra vez, pero da la casualidad de que ese libro es tan bueno que lo único que ha hecho es legitimar, una y otra vez, el universo Shandy.
Montevideo es una prueba de ello y, también, es la prueba de que Enrique Vila-Matas nos ha enseñado a leer la literatura con otros ojos y, por lo tanto, a ver el mundo de manera diferente. Pues misión cumplida.
Página 12 publica el ensayo de ALMODÓVAR que cierra ‘El último sueño’.
Publicamos el fragmento final del ensayo final que cierra El Último sueño, el libro de Pedro Almodóvar, publicado por Reservoir Books.
Hubo un momento, hace años, en que desistí de mis aspiraciones como novelista, pero leyendo la novela de Enrique Vila-Matas Mac y su contratiempo, en la que el protagonista decide reescribir una obra ya existente, Walter y su contratiempo, me amplió el espectro sobre qué tipo de novela podría yo abordar con mis limitadas dotes.
Mac está fascinado por los libros póstumos y sueña con que el suyo pueda parecer póstumo e inacabado. También le atrae mucho la falsificación, pero yo creo que, si no existe autoengaño, no existe falsificación. Lo importante es no engañarse a sí mismo (de pronto me surge alguna duda sobre esto último) y Mac no se engaña en absoluto. Su plan es escribir todos los días, llenar un tiempo vacío porque se ha quedado sin trabajo y el día es muy largo. Pero no es la disciplina de escribir un diario lo que le atrae, sino una obra de ficción, para lo cual necesita algunas ideas. Descubre Walter y su contratiempo, una novela maltratada cuando se publicó, de la que nadie se acuerda y cuyo autor casualmente es vecino suyo y no le trata con simpatía, lo que le convierte en alguien a quien no le debe el menor respeto. Todas estas circunstancias son suficientes para que Mac decida reescribir Walter y su contratiempo y mejorarla, claro. No le preocupa el futuro, ni en términos legales ni literarios. Tal vez se muera antes de terminar la novela y esta se convierta en un falso libro póstumo.
La novela de Vila-Matas, divertidísima e ingeniosa, me condujo a la conclusión de que hay ciertas personas, yo, sin ir más lejos, que sentimos la necesidad de escribir una novela y que lo de la calidad no debería ser un contratiempo, mi contratiempo. Si me siento incapaz de escribir una gran novela, podría intentarlo con otro tipo de novela cuya clasificación no se atenga a su calidad y grandeza. Pensé que una mala novela es, al fin y al cabo, una novela, y que, si me olvido de su calidad, o simplemente dejo de preocuparme por ella, una mala novela sí está a mi alcance. Sería una novela adulta y honesta, en la que el autor sabe lo que está haciendo y ya ha superado las veleidades juveniles de la trascendencia. Y podría resultar incluso entretenida, no sería la primera.
Encuentro en Yoga, el libro de Emmanuel Carrère, un consejo que él a su vez extrae de un libro que admira, Paseos con Robert Walser, de Carl Seelig. Es un consejo para escritores impacientes: “Tome unas hojas de papel y durante tres días seguidos escriba, sin desnaturalizarlo y sin hipocresía, todo lo que se le pase por la cabeza. Escriba lo que piensa de sí mismo, de sus mujeres, de la guerra turca, de Goethe, del crimen de Fonk, del Juicio Final, de sus superiores, y al cabo de tres días se quedará estupefacto al ver cuántos pensamientos nuevos, nunca expresados hasta ahora, han brotado de usted. En eso consiste el arte de convertirse en tres días en un escritor original”.
Estoy fascinado y totalmente de acuerdo, pero no me siento capacitado para llevar a cabo tan brillante ejercicio. Puedo escribir tres días sobre todo lo que me pase por la cabeza, sin desnaturalizarlo y sin hipocresías. Es algo que creo haber hecho ya, no sé si tres días seguidos, pero dos desde luego, en Navidad o en Semana Santa, que son las épocas de mayor soledad y aburrimiento. Me resulta más accesible esto que dejar que fluyan mis pensamientos, como se hace en la meditación yóguica. Pensamientos y canciones me invaden continuamente e insisten en acompañarme cuando estoy en silencio, que es la mayor parte del día que no ruedo. Sobre todo canciones. A veces es la misma canción repetida una y otra vez, hasta que mi desesperado cerebro, ejecutando una orden mía, la sustituye por otra que a su vez se repite en bucle y así hasta que me duermo. Una tortura.
No tengo inconveniente en escribir sobre mí mismo. Diría que es casi lo único que hago. Escribir acerca de “mis mujeres” o “mis hombres” me resulta más difícil, no quiero implicar a nadie en lo que escribo, o solo si lo he ficcionado lo suficiente para que el personaje original resulte irreconocible.
De la guerra turca y de Goethe me temo que tendría que ponerme a documentarme y no me atrae mucho la idea, y en cualquier caso me llevaría más de tres días. En cuanto al crimen de Fonk, imagino que podría escribir sobre cualquier crimen de los que diariamente aparecen en las noticias. ¿De mis superiores? No tengo superiores. Soy mi propio jefe.
Es una pena, porque el consejo de Carl Seelig es estupendo, pero a la vez demuestra también mis propias contingencias y, probablemente, la de muchos aspirantes a grandes escritores.
Ya que no puedo, y me da demasiada pereza indagar sobre la guerra turca, el crimen de Fonk y Goethe, buscaré temas y personajes más cercanos. Este podría ser un buen principio:
“Nací al inicio de la década de los cincuenta, una mala época para los españoles, pero riquísima para el cine y la moda”.
Vila-Matas, Medio siglo de literatura nueva. [por Jorge Carrión] 28 ABRIL 2023
Enrique Vila-Matas, medio siglo de literatura nueva
“Montevideo”, el nuevo libro del escritor catalán sobre cuartos de hotel alrededor del mundo, contiene sus infiernos íntimos, una vía de fuga y un giro inesperado vinculado con la amistad y el amor
28 Abril, 2023
“A Paula de Parma, tiembla mi alma enamorada”: la dedicatoria que encontramos en Montevideo, la última novela de Enrique Vila-Matas, entronca con las dedicatorias de todos sus libros anteriores al tiempo que difiere de ellas en un verso que delata un detalle íntimo. Es la primera novela que el autor de Dublinesca escribe en un cuerpo que acoge un riñón trasplantado desde el interior de su compañera de vida. De ese modo, esas ocho palabras se convierten en una contraseña o una llave, la que abre la puerta de un libro consagrado a los umbrales.
Un libro marcado por el bloqueo del escritor, la muerte de su padre, los atentados del Bataclan, los infiernos tan íntimos, que busca y encuentra una vía de fuga tanto en los temas que definen la literatura vilamatiana (la lectura, el viaje, el humor, la tradición de Cervantes, Joyce o Kafka) como, también, en un giro inesperado, feminista, vinculado con la amistad y con el amor.
Montevideo es una versión nómada, expandida y global de Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre, en la que Vila-Matas cambia su estudio por cuartos de hotel de todo el mundo. No lo hace de un modo secuencial, respetando las unidades de tiempo y espacio, sino a través de un dispositivo cuántico, jugando con la simultaneidad y las paradojas, porque “desde joven había tratado de seguir el recorrido fulminante de los circuitos mentales que capturan y vinculan puntos alejados en el espacio”, al modo de “el radar de un barco, encontrando otras realidades y otros puertos, y otras puertas”.
Las experiencias extrañas en hoteles de París, Cascais, Montevideo o Bogotá, entrelazadas con paseos por Nueva York o St. Gallen, orbitan alrededor de una habitación propia pero radicalmente ajena, el cuarto secreto que le dedicó en su retrospectiva del Pompidou la artista francesa Dominique Gonzalez-Foerster. Sólo el escritor tenía la llave. Ese no-lugar, esa obra se convierte en el corazón panóptico de la topografía europea e iberoamericana que ha mapeado durante sus cincuenta años de trayectoria, pues en 1973 publicó su primera obra, que se titulaba precisamente Mujer en el espejo contemplando el paisaje. Medio siglo de exploración de viajes y paradojas, de bromas y abismos.
Montevideo se articula, como es habitual en el autor, a partir de insistencias microscópicas (las arañas, Julio Cortázar, las puertas secretas). Ritmos temáticos que cambian en cada novela, y que se inscriben en insistencias estructurales, macroscópicas, como la escritura autoconsciente, la teoría ficción, el archivo literario del siglo XX o el monólogo de un narrador cercano, irónico y reconocible, que se aleja y se acerca continuamente de la figura del autor (en este caso, reescribiendo las memorias de París no se acaba nunca en clave de experiencia de traficante de marihuana y cocaína)
Aunque el lector admire los juegos de espejos y simetrías e intertextos y fakes, o sonría al reconocer esa literatura que no se toma “demasiado en serio la literatura, lo que, a mi modo de ver, siempre ha sido la mejor forma precisamente de tomármela en serio de verdad”, también busca siempre algo nuevo. Y lo que ofrece de nuevo la última ficción de Vila-Matas es una lección de vida. La que le da Gonzalez-Foerster en el interior del libro, a partir del eco de la habitación propia de Virginia Woolf. Y que se superpone a la masterclass que vuelve a dar Vila-Matas con su compacta fidelidad a un proyecto absolutamente coherente desde sus inicios en los años 70.
Una poética que se gestó en el mundo del cine barcelonés experimental, que maduró en París a través tanto de la lectura de creación como de teoría y que se ha nutrido desde entonces de la entera historia de la literatura para desarticularla, resemantizarla: apropiársela. “Apoderémonos –hagamos nuestras, hagamos que nos pertenezcan– algunas viejas teorías que pueden resultarnos todavía hoy útiles, no renunciemos a ellas”, escribió en Perder teorías. Lo mismo se podría decir de todo lo demás que ha pasado por su biblioteca.
Si en esas dos obras maestras de la antinovela del último cuarto del siglo XX que son Historia abreviada de la literatura portátil y Bartleby y compañía (en la frecuencia de Dama de Porto Pim, de Antonio Tabucchi, que es una de las fuentes creativas de Montevideo, y el posible modelo de algunos de sus mejores momentos, como el salto entre Uruguay y Reikiavik a través de una cita de Eduardo Cirlot), aunque de espíritu duchampiano, se construyen a partir de archivos textuales, los libros que Vila-Matas ha publicado durante el siglo XXI están atravesados también por otro mundo, el del arte contemporáneo.
Colaboraciones con Sophie Calle y Gonzalez-Foerster, que ha contado en libros como Porque ella no lo pidió, Kassel no invita a la lógica o Marienbad eléctrico, no sólo le han permitido acceder a una conversación y unas ideas que no circulan con fluidez por los circuitos literarios y que han enriquecido su narrativa ensayística (o viceversa), también lo han acompañado hacia un giro de género que no encontramos en la mayoría de los autores de su generación.
Si en los libros de Nuccio Ordine y otros escritores de prestigio europeo es abrumadora la ausencia de escritoras, en sus artículos y libros de los últimos años Vila-Matas lee y cita generosamente a decenas de ellas. Si en la gran mayoría de la novelística española no hay rastro del arte de nuestra época, en la del autor de Aire de Dylan, son frecuentes las bienales, las instalaciones, el conceptualismo, los museos, las artistas. A sus 75 años, el autor barcelonés sigue encontrando nuevas perspectivas y estímulos para actualizar su poética sin dejar de insistir en sus obsesiones de siempre.
Montevideo es, entre otras muchas cosas, un descenso a los infiernos del bloqueo, que probablemente sea el correlato metafórico de la enfermedad y el trasplante de riñón y el postoperatorio: la reactualización de la vida. “Tiembla mi alma enamorada”, ha dicho Vila-Matas, adapta un verso de La vida nueva de Dante dedicado a Beatriz, su amada y su guía por el más allá poético (“e cui saluta fa tremar lo core…”). No es la única vez que ha cambiado la dedicatoria que casi siempre inaugura sus libros, “A Paula de Parma”, a secas. En la de Historia abreviada de la literatura portátil, de 1985, leemos: “A Paula de Parma, «… au fond de l’Inconnu pour trouver le nouveau». Al fondo de lo desconocido para seguir encontrando lo nuevo.
Universo [un ensayo]
1)
Sigues pensando que del estilo se puede decir lo mismo que del lenguaje: que es un verdadero universo que emite sus héroes, sus historias, su bien y su mal.
Universo (un ensayo). Especulas con un título así para la conferencia que das en Barcelona el 31 de mayo (cierre del festival de literatura ‘En otras palabras‘), unas diez notas sobre tu universo literario.
Un universo que, a tu parecer, no debe caer en la trampa que se tiende a si mismo, sino colocarse en un espacio que sólo le pertenece a él, lo que va a darle más aire para seguir explorando, seguir buscándose; en otras palabras: aventurándose. Recordemos (a veces pienso que es mi lema):“Por la libertad, Sancho, así como por la honra, se debe aventurar la vida”.
Ahora bien: en mi país natal, no hay nada que provoque más resistencia que teorizar sobre lo que uno narra, dicho en otras palabras: poner de manifiesto los códigos; podríamos decir que estos códigos tienen que permanecer a cualquier precio inconscientes, exactamente como el código de la lengua; ninguna obra corriente es lenguaje sobre el lenguaje, hasta el punto de que la ausencia del nivel metalinguistico sea quizás el criterio seguro que permita definir la obra popular. Operar en un sentido diferente representa todavía hoy un tabú muy fuerte. Y este precisamente es el tabú que Dante -entre otros- derribó al hacer de sus poemas y de su comentario técnico una sola obra (Vita Nova), y más concretamente cuando en este libro, dirigiéndose a su balada (Balada, vete al encuentro del amor), Dante rechaza la objeción según la cual nadie sabe a quien se habla bajo el pretexto de que «la balada no es otra cosa sino lo que yo digo de ella»
2)
¿A quien…?