Un universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo puede aclarar todo.
Acabo de leer «Montevideo» y te quiero decir que ha sido genial ir leyéndola. Un placer enorme! Me has hecho reír mucho; carcajadas sanas, irrestrictas, fabulosas, las de antes. La carcajada de mayor envergadura – la de Léaud que «no sea que vaya tensionar más la cuerda»!
En los tres días en que la he leído, tu novela se me entregaba por partes distribuidas naturalmente entre varios momentos del día, conforme mis ganas y sus ganas de entregarse. La terminé coincidiendo con una puesta del sol preciosa.
¿Ves qué casualidad?
Te quiero decir que estoy inmensamente feliz al ver cómo has resurgido de la bruma: de una manera soberbia, TUYA, defendiendo la «tuyedad» a ultranza. Con humor y rencor – ambos brotes de una sensibilidad inmensa.
A decir verdad, no me lo esperaba, Enrique. Confieso que al terminar París y reírme mucho, pensé que no iba a suceder nada distinto y que ibas a seguir como siempre (lo cual es loable, pero no extraordinario). Pero no. Tú has decidido quitarte de encima todo aquel «bagaje literario» que habías acumulado y que justamente te estaba empujando hacia la bruma mientras oías los aullidos de los talentos feroces de escritores jóvenes y no tan jóvenes.
Has emergido con «Montevideo» de una manera noble, digna de ti, de un Vila-Matas por nacer, por rehacerse en medio de si mismo que le había empezado a sobrar. Te felicito, Enrique.
Cuando estaba aproximándome al final (aquel final que tú quizás no celebras, pues a lo mejor dejas que nosotros, los lectores, lo oficiemos solos) estaba curiosa cómo ibas a terminar el libro. De verdad, fue extraordinario leer tu diagnostico final de un mundo despojado de misterio, del cual nos han hurtado incluso la obviedad. Hay que resucitar a «tu madre» (quiero decir a la que dice la última frase y quizás representa esta sensatez primaria que nos hace mucha falta ahora) para que ponga lo obvio en su sitio y sacudiendo el polvo acumulado lo mire fijamente para que no vuelva a salirse de su lugar. Sin obviedad no hay ambigüedad porque no hay cosas entre las que oscilar. Un universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo puede aclarar todo. La ficción ha dejado de existir y es terrorífico. Han alistado la ficción a la realidad. ?Qué hacer?
Tal vez Amadeo Nikt nos vendrá a socorrer. Por cierto, me he reído mucho con este personaje que has soplado apenas a nuestros oídos. Sospecho que lo has creado para detectar quién es verdaderamente polaco entre tus lectores en español, ?verdad? A mí se me ha encendido la alerta a la primera cuando leí su apellido «Nikt» y después efectivamente vino tu explicación. Bueno, a mí me parece que Nikt te puede dar más de una sorpresa y seguir su vida por su propia cuenta, al menos en polaco. Y resulta que «Nikt» – pronombre indefinido (creo que lo es que designa personas inexistentes) tiene la mala suerte de declinarse en polaco.
Ah y «soy nadie» – en polaco es «jestem nikim» (ablativo de Nikt)- pero Amadeo sólo necesita ‘Nadie» para su apellido y no para describir su vacío interior. Así que no compliquemos las cosas.
En las tres situaciones que aparece Nikt a lo mejor tendrá que declinarse (no he vuelto a ver donde está Nikt en el libro). No sé si lo sabías o tal vez tus traductores en polaco lo dejarán sin declinarse, pero si lo dejan como Nikt invariablemente, será un poco raro. Los polacos lo declinamos casi todo: por ejemplo yo al decir «He hablado con Vila-Matas», probablemente diría «Rozmawialam z Vila-Matasem».
Para que veas que nacer como polaco es muy jodido (con perdón).
Así que te advierto que Amadeo Nikt puede recobrar su propia vida en polaco y escapar de tu control como autor. Y aparecer de repente en otro lugar, otro libro, totalmente declinado.
Nada, más una vez te felicito. Mucha vida Enrique y que te dejen en paz, que no te busquen sentidos, que no te encuadren en conceptos justitos, que no te inviten a eventos, que no te tengan miedo, que no te inventen vidas, que no te pregunten nada sofisticado. Que se relajen. Que se relajen, digo, porque sólo así, relajados podrán notar en algún momento que sus pijamas no hacen juego con el océano. Lo cual es un privilegio (poder notarlo).
Que no te traten como un monumento porque quizás tú seas un simple atracador, como ya ha sugerido Álvaro Enrigue, y esta vez te has atracado a ti mismo. !Con mucho «estilo»!
Un gran abrazo y !enhorabuena!
Jolanta