[ESCRIBIR] París

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sobre [ESCRIBIR] PARÍS/ Una reunión de Silvia Molloy con Enrique Vila-Matas.

ANNA MARIA IGLESIA–Y luego con Silvia Molloy coincidisteis en [escribir] París, donde cada uno firmaba un texto sobre la capital francesa.

ENRIQUE VILA-MATAS –Coincidimos porque Lina Meruane tuvo la idea de reunirnos. No sé dónde fue, creo que en la misma Nueva York, que me propuso esa pequeña edición de diferentes textos sobre París. Con Silvia Molloy, a la que yo admiraba por sus libros valientes, pero a la que no había tenido ocasión de conocer personalmente, a pesar de que Raúl Escari, en mis años de París, no paraba de hablarme de ella. Un librito para Brutas Editoras, que Lina editaba en Nueva York, siempre con dos autores hablando de una ciudad concreta, y que se imprimían en la McNally & Jackson, una librería que contaba –supongo que cuenta todavía– con una imprenta manual a la vista del público. Allí tú encargabas un libro de Brutas y si lo habían agotado te lo imprimían en una hora. Mientras tanto podías mirar otros libros o esperar en la cafetería. Fue allí mismo, en McNally donde una noche presentamos Silvia y yo [escribir] París. Y fue ese día cuando por fin ella y yo llegamos a conocernos personalmente. «Le oía a Raúl hablar todo el rato de ti», me dijo, y naturalmente le conté que lo mismo me pasaba a mí con ella. Ahora ese librito sobre París va a publicarse en Colombia, Argentina y Chile, en la editorial Banda Propia, así que ha acabado teniendo más recorrido del que en aquellos días cabía esperar. Verdaderamente, es cierto que París no se acaba nunca. En ese librito reuní artículos escritos ya en la época en la que descubrí que mi relación con la ciudad había ido mucho más allá de aquellos dos años pasados en la buhardilla de Marguerite Duras. Entre los textos se encuentra uno sobre una pizzería llamada Auberge de Venise, situada justo en el 10 de la rue Delambre, donde en los años treinta estuvo el Dingo American Bar, que fue el punto de reunión de los estadounidenses de Montparnasse y donde Hemingway y Francis Scott Fitzgerald tantas veces se emborracharon y pelearon a fondo. Cenar en el Auberge de Venise siempre me ha parecido una experiencia curiosa, porque si voy allí no puedo abandonar nunca este pensamiento extraído de una canción que cantaba Antonio Machín y que en mi imaginación se mezcla siempre con El gran Gatsby: «En este bar, pasaron tantas cosas. / Por eso vengo siempre, a este rincón. / Sírveme, un trago de ron. / Y toma tu cerveza, junto a mi corazón».

–A propósito, Molloy tiene un texto muy bueno en torno a la «escritura de afuera» en el que, citando además la frase de Valery Larbaud sobre escribir con un tono de extranjería, plantea algunas de las cuestiones sobre las que hemos hablado antes.

–Ese texto de Molloy está en mi web y es realmente imprescindible. Dice ahí que lo que a ella le interesa principalmente es la escritura que resulta del «traslado»; o mejor, «la escritura como traslado», como traducción; la escritura desde un lugar que no es del todo propio y sin duda no lo será nunca (de ahí creo que nace mi arte de las citas), un lugar donde subsiste siempre un resto de extranjería y de extrañeza, donde se aprende una lengua nueva, pero se escribe en la lengua que se trajo (el habla argentina, en el caso de Molloy), y donde, si por azar uno oye hablar en español en la calle, «uno se siente interpelado y se da vuelta: me están hablando. A mí». Molloy prefiere hablar de «la escritura del afuera» y no de la escritura del exilio, porque la carga a menudo heroica y a veces también dramática de esta última palabra de algún modo oblitera la noción –engañosamente más simple– de desplazamiento. Si digo «afuera», dice Molloy, presupongo un «adentro» al que, en teoría, puedo volver; si digo «exilio» la posibilidad de la vuelta es menos clara y, de llegar a darse, ardua… También la de Larbaud, que fue un shandy ejemplar, fue «una escritura del afuera»…

 (fragmento de la conversación de Anna María Iglesia con Enrique Vila-Matas en ESE FAMOSO ABISMO)

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Recuerdos inventados *

bomb1
Recuerdo que en mi viaje a las Azores entré en el Peter’s bar de
Horta, un café frecuentado por los balleneros, cerca del club náutico:
algo intermedio entre una taberna, lugar de encuentro, agencia de
información y oficina postal. El Peter’s ha terminado por ser el
destinatario de mensajes precarios y venturosos que de otra forma no
tendrían otra dirección. Del tablón de madera del Peter’s penden
notas, telegramas, cartas a la espera de que alguien venga a
reclamarlas. En ese tablón encontré yo una misteriosa sucesión de
notas, de mensajes, de voces que parecían guardar una estrecha
relación entre ellas por proceder del mundo de los pequeños equívocos
sin importancia de Antonio Tabucchi: voces que parecían homenajearle
viajando en común, viajando en una caravana imaginaria de recuerdos
inventados: voces traídas por algo, imposible decir por qué. Pero a
las que no dudo en convocar aquí de nuevo.

2
Voy delante de esa expedición que todos hemos soñado alguna vez y,
entre mis recuerdos, está el haberle oído decir al escritor italiano
Antonio Tabucchi que en cierta medida la literatura es como el mensaje
de la botella (o como los mensajes de este tablón de taberna), pues
también depende de un receptor, ya que así como sabemos que alguien,
una persona indefinida, leerá nuestro mensaje de náufragos, también
sabemos que alguien leerá nuestro escrito literario, un alguien que
más que destinatario será cómplice, en la medida en que habrá de ser
él quien le confiera sentido a lo escrito. Eso es lo que permite que
cada mensaje tenga siempre añadidos, nuevos significados; que los
mensajes crezcan, cobren resonancia. Y eso es, precisamente, lo
extraño y fascinante de la literatura: el hecho de que no sea un
organismo estático sino algo que en cada lectura sufre mutaciones,
algo que constantemente se modifica.

3
Tengo que añadir algo al mensaje del conductor de esta caravana: lo
importante es que de todo quede siempre algo. Cuando yo me llamaba
Carlos Drummond de Andrade escribí este verso: «A veces un pitillo, a
veces un ratón.» Lo importante es que de todo quede siempre algo, pues
por minúscula que sea la llama que reste tal vez alguien pueda
recogerla para encontrar otra cosa.

4
Fuego. Deseo quemar este triste tablón. Será la venganza de quien
recuerda haberse pasado la vida buscando en vano, al igual que Borges
en un poema sobre el tigre, el otro tigre. Más allá de las palabras,
yo anduve siempre buscando el otro tigre, el que se halla en la selva
y no en el verso. Mi vida, a causa de esto, bien arruinada quedó.
Fuego.

5
Sólo recuerdo haber escuchado a muchos hombres jurar por la vida, pero
nadie sabe qué es la vida en realidad.

6
Recuerdo haber siempre pensado que la propia vida no existe por sí
misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo
que transcurre, pero nada más. Para comprender a la vida hay que
contarla, aun cuando sólo sea a uno mismo. Eso no significa que la
narración permita una comprensión cabal, puesto que de hecho quedan
siempre vacíos que la narración no cubre, pese a las suturas o
remedios que intenta aplicar. Por ese motivo es por el que la
narración restituye la vida sólo de forma fragmentaria.

8
Yo fui la sombra de Tabucchi. En otro tiempo me atrajo la idea de
convertirme en una mirada fuera de mí: estar fuera de mí y mirar. Como
hacía Pessoa. Convertirme, pues, en un fantasma, en una manera de ver,
en una mirada ajena. Como Tabucchi, que fue la sombra de Pessoa.
Ahora, cuando recuerdo aquellos días, me viene a la memoria aquello
que de sí mismo decía Pepe Bergamín: “Sólo soooy una sooombra

9
Como nada memorable me había sucedido en la vida, yo antes era un
hombre sin apenas biografía. Hasta que opté por inventarme una. Me
refugié en el universo de varios escritores y forjé, con recuerdos de
personas que veía relacionadas con sus libros o imaginaciones, una
memoria personal y una nueva identidad. Consideré como propios los
recuerdos de otros, y así es como hoy en día puedo presumir de haber
tenido vida. Después de todo, ¿no es lo que hace todo el mundo? Mi
vida no es más que una biografía como la de todos, construida a base
de recuerdos inventados.

10
No quiero fechas. Que no pongan inscripciones en la lápida, lo ruego,
sólo el nombre, pero no Ettore, sino el nombre con el que firmo esta
carta y que no es otro que Giosefine.

11
Como las ballenas del mundo de Porto Pim, me comunico desde
distancias ilimitadas, con mensajes desesperados como el de esta
Giosefine, como todos los mensajes que penden de este tablón…
Observo mucho a los hombres, les veo siempre muy ajetreados. A veces
cantan, pero sólo para ellos, y su canto no es un reclamo sino una
forma de lamento desgarrador. Cuando se cansan y cae la noche sobre
estas pequeñas islas, se alejan deslizándose en silencio, y es
evidente que están tristes.

12
Si recuerdo que soy Pessoa entonces sólo me quedan ganas de decir que
estoy dividido entre la lealtad que debo al estanco de enfrente, como
cosa real de lo exterior, y la sensación de que todo es sueño, como
cosa real de lo interior.

13
Recuerdo los días que pasé leyendo, noche tras noche y antes del
sueño, una historia de soledades en la que todo era desesperación y,
paradójicamente, juego. Creo que es algo parecido a lo que les sucede
a los mensajes de este tablón cuando cae la noche sobre ellos, sobre
nosotros, y nos sentimos todos muy extraños y entonces reímos, como si
jugáramos, perturbados.

14
“Soñaré la vida que más temen”, recuerdo que dice esa joven que
pretende perturbar la tranquilidad de su ciudad en el cuento A City
of Churches
, de Donald Barthelme.

15
Recuerdo que fue por pura casualidad, en la calle, siendo yo muy
joven, paseando por París, soñando vidas temidas y otros desasosiegos.
Compré un librito que se llamaba Bureau de tabac. Aquella misma noche
lo leí en el tren, regresando a Italia, volviendo a casa. Sentí una
impresión muy fuerte y un deseo inmediato de aprender portugués.

16
En otros días viajaba mucho en tren y no era todo tan plácido como
ahora que viajo en esta cálida caravana de sonrisas fugitivas y
exaltación de lo disperso. En esos días recuerdo haber andado por
tierras de fiebre y aventura. Recuerdo haber viajado a la India, que
es el lugar ideal para perderse. Partí en busca de un amigo
desaparecido, sombra de sombras del pasado más sellado. Bombay, Goa,
Madrás me vieron pasar en busca del lado nocturno y oculto de las
cosas. Pero para mí Oriente sigue siendo un lugar desconocido. Estuve
allí, pero no entendí nada. Bárbaro en Asia, extranjero en mi propia
tierra y, encima, sospechando que el universo es una prisión de la que
nunca, nunca se sale ni se saldrá jamás.

17
Yo me he escapado de un libro de Álvaro Mutis, pero sigo diciendo
alguna de las cosas que allí me preguntaba: ¿Quién convocó aquí a
estos personajes? ¿De dónde son y hacia dónde los orienta el anónimo
destino que los trae a desfilar frente a nosotros? ¿Se esfumarán algún
día sus recuerdos inventados en la piadosa nada que a todos habrá de
alojarnos?

18
Escapado voy del manicomio. De allí me escapé, sí. Y eso que lo pasaba
bien escribiendo novelas en sus muros. Acompaño ahora con mi
desgarrado vuelo esta expedición. Grito como una gaviota herida. Soy
una gaviota. Soy aquella gaviota que espiaba al espía Spino en la
línea misma del horizonte de un libro inolvidable. Dicen que estoy
loca. Y es porque digo que el libro es inolvidable y sin embargo de él
lo olvidé todo salvo el recuerdo de una frase, el recuerdo de una
pregunta: «¿Qué está inventando su imaginación que se presenta como
memoria?» Tan sólo recuerdo esta frase del libro de este escritor de
Pisa que da nombre a esta caravana que con paciencia sobrevuelo y
protejo. Y aunque grito y grito y soy la gaviota, no estoy loca.

19
Recuerdo que Valéry vino a verme una tarde a casa, después de comer, a
buscarme para dar un paseo. Mientras yo me preparaba, tomó una hoja de
mi papel y escribió:

Cuento
“Había una vez un escritor que escribía”
Valéry

20
Yo también me dedico a soñar la vida que más miedo les da. Yo también
sólo soy una sombra. Me llaman Xavier Janata Pinto. He acabado la
jornada; dejo Europa. El aire marino me quemará los pulmones, los
climas perdidos me broncearán. Nadar, segar la hierba, cazar y, sobre
todo, fumar; beber licores fuertes como metales en ebullición…
Volveré con miembros de hierro, piel oscura y ojo furioso; y, por la
máscara, se me creerá de una raza fuerte. Tendré oro: seré un ser
ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados de vuelta
de los países cálidos…

21
Recuerdo haber sido el barman que en Lisboa inventó el cocktail
Janelas Verdes Dream, pero yo diría que también fui ese personaje que,
a costa de inventarse un pasado como en un juego de ilusionismo en el
que se ejercitara el estilo, llega a la escritura. Se trataba, si no
recuerdo mal, de un personaje marginado, que intentaba decir que
existía, y lo que hacía era decirlo a través de la escritura,
reconstruyendo y hasta inventando una identidad que nunca tuvo, pero
que se hacía cierta una vez escrita: pues el personaje no pedía la
palabra, sino que la tomaba, y lo hacía escribiendo, inventando su
propia historia.

22
Tomo la palabra para decir que me acuerdo de Emil Zatopek, y que
también me acuerdo de Georges Perec, que escribió un libro que se
titulaba Je me souviens y en el que ninguno de los recuerdos era
inventado.

23
Soy la Muerte, que me acerco muy despacio. Soy la última pasajera de
esta caravana y el Ángel Negro que a todos nos aguarda al término del
viaje que aquí termina. Soy un fantasma bajo el cielo nocturno de un
litoral atlántico, frente a una vieja casa que se llamaba Sâo José da
Guja y que ya no existe. Recibo como fantasma muchas historias, pero
transmito pocas, lo confieso, pues la mayor parte del tiempo lo paso
escuchando e intentando descifrar todas esas comunicaciones a menudo
oscuras e inconexas que se interfieren en el normal avance de la
lectura de los mensajes de este tablón de madera.

24
Trágico y raro, aquí el verdadero último pasajero soy yo. Hoy es 11 de
septiembre de 1891, y estamos frente al convento de la esperanza,
Ponta Delgada, isla de San Miguel, Azores. Voy a poner fin a mi vida,
y mis recuerdos los acogerá la piadosa nada que a todos habrá de
alojarnos. Entre los hijos de un siglo maldito, yo también tomé
asiento en la impía mesa, donde bajo la holgura gime la tristeza de un
ansia impotente de infinito. Voy a decir adiós a todos frente a este
mar, desde este banco y bajo el fresco muro del convento, donde hay un
anda azul sobre la última pared triste y encalada de mi vida.

25
Recuerdo que esto ya me sucedió en otra ocasión. Todos los invitados
empezaban a irse. Y los que quedábamos no hacíamos más que hablar en
voz cada vez más baja, sobre todo a medida que la luz se iba. Nadie
encendía las lámparas. Yo, que fui la sombra de Tabucchi, hoy ya sólo
soy la sombra de mí mismo, aunque narrando puedo ser ya la sombra de
cualquiera. Soy tu sombra. Y la sombra también, por ejemplo, de aquel
que dijo: “Esa sucesión de sombras y difuntos que soy yo”

26
Yo me voy entre los últimos, tropezando con los muebles. Fui amigo de
Roberto Arlt. Le recuerdo a Roberto una mañana en la que sus
compañeros de trabajo le encontramos en la redacción del periódico con
los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, los calcetines rotos.
Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. Al preguntarle qué le
sucedía, contestó: “¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta de que se
está muriendo?”

27
Soy el 27. Soy un hombre de los años veinte: sigo esperando algo
emocionante, bebidas fuertes, conversación animada, alegría, escritura
brillante, intercambio de ideas sin inhibiciones, revolución. En otro
tiempo yo escribía libros de relatos y en cada uno de estos libros
había una, dos, tres ficciones que prefería a las otras, y pese a que
esas preferencias variaban cada día y a cada instante, llegó un día y
un momento en que caprichosamente las fijé en una antología personal
de invenciones recordadas que titulé Recuerdos inventados.

*del libro RECUERDOS INVENTADOS, Anagrama / también en la colección de relatos CHET BAKER PIENSA EN SU ARTE, Random House 2011.

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BIEL MESQUIDA Y LA ESCRITURA INFINITA (Sobre «Ese famoso abismo»)

Diario de Mallorca. Suplemento Bellver. 17.12.20 / La materialització del record.

2020

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Enrique Vila-Matas, ante el diván y frente a «ese famoso abismo» [agencia EFE Barcelona 13 dic. 2020]

Enrique Vila-Matas, Spanish, writer, Feltrinelli, novelist, portrait, Modena, Milano, Italy, 8th September 2007. (Photo by Leonardo Cendamo/Getty Images)

Enrique Vila-Matas, Spanish, writer, Feltrinelli, novelist, portrait, Modena, Milano, Italy, 8th September. (Photo by Leonardo Cendamo/Getty Images)

José Oliva. Barcelona, 13 dic (EFE).- El escritor barcelonés Enrique Vila-Matas se confiesa como aquel que se sienta en el diván, en el libro «Ese famoso abismo», en el que la periodista cultural Anna Maria Iglesia ejerce de irredenta psiquiatra literaria para obtener una confesión en toda regla, donde asoman recuerdos, anécdotas e influencias.

En la larga conversación recogida en «Ese famoso abismo» (Wunderkammer), el escritor revela que se sitúa entre los que «sospechan que el esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor», y añade: «Escribir no puede estar más relacionado con la libertad, con la libertad extrema», una de las lecciones que Cervantes nos regala en el Quijote.

El propio Vila-Matas se interroga: «¿Acaso la clave para vivir mejor no puede estar en la alegría de la escritura cuanto ésta va ligada al ejercicio de la libertad, o a esa variante de la libertad que Cervantes descubrió en la locura?».

Al hilo de cierto determinismo pesimista de Pessoa, que decía que «no hay mayor castigo que el de saber que lo que escribo resulta enteramente fútil, fallido e incierto», Vila-Matas considera que «hay que escribir desde la más rigurosa humildad sin cerrarse la puerta nunca a trazar una obra maestra».

Vila-Matas se declara enemigo del argumento o la trama en la novela: «Aunque lo reprimo como puedo, en el fondo odio muchísimo a todos aquellos que se valen de un argumento o de una trama para escribir una de esas novelas convencionales que pretenden ofrecerle al lector ‘una visión del mundo'».

Su lucha es justamente desembarazarse lo máximo posible de «esa especie de obligación y tratar de ser libre» y para ello recurre como mantra a las últimas palabras del discurso de Rafael Sánchez Ferlosio cuando recibió el premio Cervantes: «El argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad».

Preguntado por la figura del narrador, el autor de «Bartleby y compañía», «Doctor Pasavento» o «París no se acaba nunca», asegura que el tipo de narrador que más le gusta es aquel que previamente ha ejercido de crítico y que en un momento determinado sabe comprender que, si quiere honrar a la literatura, tiene que convertirse directamente en escritor: «bajar al ruedo y prolongar, por otros medios, aquello que siempre ha estado en juego en la literatura, la exploración de ciertos abismos».

En el diálogo surgen cuestiones recurrentes en el debate literario como la literatura comercial versus la literatura culta que, para el escritor, es «un falso dilema» pues «salvo unos cuantos best sellers, en realidad casi nadie vende nada».

Vila-Matas propone hacer una encuesta entre los escritores para ver qué es para cada uno de ellos el éxito: «En el ensayo que cerraba ‘Exploradores del abismo’ yo sugería que el verdadero triunfo, lo que Juan Benet definió como el ‘prestigio propio’, la verdadera y sublime gloria solitaria, podía residir en no ser reconocido».

Surge entonces la pregunta clave: «Si nadie vende nada, ¿qué sentido tiene que escribamos con un criterio comercial? Yo, sobre todo hoy en día, cuando más crudo se ha puesto todo, opino que, puestos a vender poco, lo mejor es que escribamos con total libertad todo lo que no nos atreveríamos nunca a escribir».

Esa libertad le permitió mezclar ya en 1985 ficción y ensayo en «Historia abreviada de la literatura portátil», un libro que tuvo una muy buena acogida en México y que, como recuerda Iglesia, «cambió el territorio» de la literatura de Vila-Matas.

Piensa el escritor de «Marienbad eléctrico» que la recepción de su trabajo en Francia, por ejemplo —y en casi la misma medida en Italia, Portugal, Gran Bretaña o Estados Unidos— ha sido siempre a la misma altura que la recepción latinoamericana.

En las páginas de «Ese famoso abismo» hay momentos para la «admiración», como la que confiesa hacia el recientemente fallecido Juan Marsé, un sentimiento que justifica «por las férreas convicciones morales y estéticas que en literatura manejaba y que lentamente, a través de muchas mañanas de domingo —en el contexto de la tertulia del bar José Luis de la Diagonal—, fueron dejando de ser tan enigmáticas para mí».

En su última carta, de julio del año pasado, Marsé confesó a Vila-Matas que «Esta bruma insensata» le había gustado mucho y le había estimulado, «quizá porque veía que seguía yo apostando por el chirriante estupor que produce la realidad, y quizá también porque le parecía admirable mi incondicional respeto a la ficción», repone.

Jose Oliva (El Diario.es)

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SOMBRAS DE BARCELONA ——————Café Perec.

sombras de BDestartalada y fantasmal, la ciudad (no sólo por la crisis pandémica) se ha vuelto rematadamente triste, ajada, como si hubiera recuperado su color gris de postguerra. Barcelona es hoy un espacio de aire inequívocamente grosero, a años luz de antiguos esplendores. Al mirarla, se descubre enseguida una especie de mancha anticuada que se le ha adherido al paisaje, como el olor del tabaco a una camisa que lavamos un día.

Por poco que la observemos, se hace evidente la mancha, el poshlost, esa especie de sombra adherida que puede adoptar las más diversas formas, entre ellas las del “ángulo muerto” que capta Jordi Amat en la psicología del personaje central de El hijo del chófer, su remarcable libro.

La ciudad vive inmersa en ese “momento de abandono” del que habló el otro día Jaume Plensa. Lleva adherida esa sombra, pero también otros “ángulos”, pues a fin de cuentas la palabra rusa poshlost, debido a que no tiene un término concreto en otras lenguas europeas, está abierta a las más variadas acepciones.

Aplicado a la literatura, el concepto poshlost fue introducido por Gogol y estudiado a fondo por Nabokov, para quien al principio tan sólo significaba “algo falso, pretencioso, vulgar, de mal gusto”, términos que acabó descartando porque sólo le indicaban una clasificación de valores en una cultura determinada, mientras que lo poshlost lo veía más intemporal y con muchos matices.

Gracias a estar abierta a tantas acepciones, en la Barcelona de hoy lo poshlost puede significar también algo adocenado, cursi, pesebrista, hortera, trillado. El paisaje urbano muestra cada día un mayor proceso de regresión, y el centro se parece a un aeródromo de bloques de hormigón, con toques de metafísica ciclista y tendencia suicida a la ratafía: lo más parecido a un espacio sombríamente folklórico, de muy mal gusto municipal.

Barcelona tiene poder, decía la canción. Pero ahora lo que tiene es poshlost. Y se ha vuelto urgente, en el campo cultural, saber detectarlo, operar al estilo de Turguénev, que se volvió experto en combatir a las abusivas manchas de la retórica kitsch que predominaba en el terreno literario y que, apoyándose en elogios gastados, era capaz de llamar gran poeta ó gran novelista a todo aquel que simplemente se definía en sintonía con una supuesta “alma rusa”.

Y no lo olvidemos: fue precisamente leyendo a Turguénev que Nabokov se sintió impulsado a decirle a su editor neoyorquino que lo que le cautivaba de la civilización norteamericana era justamente ese toque del viejo mundo (le recordaba quizás la Rusia de su infancia), “ese aspecto anticuado que se le adhiere pese al duro exterior brillante, a la agitada vida nocturna y a los lavabos último modelo, las publicidades refulgentes y todo lo demás”. La recreación novelística de esa civilización de aspecto anticuado tardaría años en abordarla Nabokov, pero finalmente, con su trayecto de moteles, lo hizo en Lolita, novela vapuleada en los últimos tiempos por señoras poshlost, todas originarias –no por casualidad– de la regresiva, apelmazada, Barcelona de ahora.

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COMO UN SEÑOR DE LOS AÑOS VEINTE QUE ESPERA ALGO EMOCIONANTE.

critica La razón

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ESE FAMOSO ABISMO (fragmento)

gjAM. – ¿Seguiste el debate entre Franzen y Ben Marcus? Al final, la posición adoptada por Franzen apostando por la facilidad es la de aquellos que -y utilizo tus propias palabras- “trabajan en sintonía con el capitalismo y no ignoran que uno no es nada si no vende, o si su nombre no es conocido”

V-M -Lo desconozco todo sobre ese debate, pero ya me imagino de qué discutían. Vender o no vender. Pero muchas veces he pensado que éste es un falso dilema, porque, salvo unos cuantos best-sellers, en realidad casi nadie vende nada. Y entonces me digo: si nadie vende nada, ¿qué sentido tiene que escribamos con un criterio comercial? Yo sobre todo hoy en día, cuando más crudo se ha puesto todo, opino que, puestos a vender poco, lo mejor es que escribamos con toda libertad todo lo que no nos atreveríamos nunca a escribir.

AM:- Decías antes que Bartleby parece haber sido escrito para que lo leyera Kafka. Esto me hace pensar en el texto de Borges, Kafka y sus precursores, pues creo que algo así haces tú cuando estableces relaciones entre autores y obras más allá de cualquier marco temporal o de cualquier tradición literaria.

V-M: -Es probable que las cosas vayan por ahí. De hecho, cuando apareció Dietario voluble, Christopher Domínguez Michael señaló que el lugar que mi obra ocupaba en la narrativa del momento se debía, en no poca medida, a mi presencia como el postulante de un canon, es decir, a mi trabajo de crítico literario ejercido a través de mis narraciones, de mis ficciones. ¿Te dije alguna vez que para mí, mientras la literatura es para algunos críticos un campo de experimentación para ciertas hipótesis que son previas, la crítica ejercida por los escritores tiende a ser al revés, es decir, toma la literatura como un laboratorio para, a partir de ella, entender lo real, para extraer hipótesis sobre el funcionamiento de la literatura? Según Christopher, di “orden y concierto a una literatura que ya estaba en las librerías, como lo estaban, en 1940, los libros de Wells y de Chesterton que reseñaba Borges”, y además divulgué a Kafka (en concreto el escritor privado cuyas cartas leían las desdichadas Felice y Milena), le di mantenimiento a los clásicos de Borges (a Melville, a Stevenson, a Schwob), me adentré en el mundo de Robert Walser para convertirlo, gracias a Doctor Pasavento, en un santo laico, y estudié a fondo tanto el mundo de Georges Perec (al que he doblado, duplicado) como el universo de Fernando Pessoa (¿o acaso mi trabajo con las citas no exige muchos heterónimos?) y el de tantos otros.

AM:-Volviendo a ese negativo de la escritura y recordando tu frase, el “fracaso lo conocen todos los escritores serios”, diría que los autores de esta genealogía que has creado, empezando por Kafka y por Walser y siguiendo por Beckett, podrían inscribirse dentro de una poética del fracaso.

V-M: George Steiner solía decir que cuando estaba cara a cara con alguien se preguntaba por las experiencias que había tenido esa persona y cuál había sido su victoria, o su gran derrota. Victoria y gran derrota ahí se equiparan y, recordando sus palabras, he planeado a veces escribir un libro en el que, a través de una ficción sobre la continuidad del fracaso en los escritores serios, me ocuparía de las más grandes y más dignas derrotas de la literatura contemporánea. Sería un libro que tendría algo de sucesión de momentos de grandes derrotados y se iniciaría, por ejemplo, con un estrecho seguimiento de los movimientos de Herman Melville en uno de los penosos viajes diarios que a partir de 1866, estuvo haciendo cada mañana, indefectiblemente, en un tranvía tirado por caballos que recorría Broadway en dirección sur, camino de las oficinas aduaneras de Battery, donde le daban cuatro dólares al día por su trabajo de funcionario.

AM:-En este libro, debería aparecer Gombrowicz entonces.

V-M: Ah, sí, por supuesto. Aparecería Gombrowicz en su momento más bajo no mucho después de haber llegado a la Argentina: sin un centavo, desanimado, trabajando en un banco, caminando por las calles del Bajo, jugando en cafés de mala muerte partidas de ajedrez para ganarse la vida. Witold Gombrowicz, el noble polaco que acabó convirtiéndose en el escritor más argentino de todos. Bueno, en realidad, a día de hoy, el más argentino de todos sigue siendo Macedonio Fernández, que comenzó a escribir Museo de la novela de la Eterna en 1904 (una especie de Tristram Shandy rioplatense) y la prolongó hasta su muerte, durante casi cincuenta años. Para este genio la novela perfecta era la nunca concluida, la obra siempre en realización; no concebía la obra como orden cerrado y sólo escribía para lectores que no buscaran desenlaces.

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La casa común (Gorbachov & Herzog) ——— [Café Perec]

meeting“A veces, cuando la jornada es triste, me la cuento a mí misma imitando la voz y el acento de Werner Herzog, y todo va mejor”. Esto lo escribía el otro día Jakuta Alikavazovic, y me pareció un buen hallazgo. Porque la voz de Herzog siempre parece darle un mayor interés a las historias, no hay duda. Es una de las características de sus films tan únicos, del mismo modo que en ellos jamás la naturaleza es algo artificial. Esto último explicaría la pregunta que en 1985 en París me hizo –estupefacto, literalmente traspuesto– un amigo catalán al que llevé a ver la entonces insólita Aguirre, la cólera de Dios: “¿Quién te recomendó que viajáramos a la selva?”

Por aquellos días me compré un libro de Herzog, Del caminar sobre hielo, sólo porque tenía un arranque arrebatador, memorable: “Me dijeron que Lotte Eisner estaba enferma en París y que sin duda iba a morir…”. Se contaba allí el viaje de treinta días a pie que él llevó a cabo de Múnich a París, convencido de que mientras estuviera de camino, su amiga Lotte sobreviviría.

¿Y sobrevivió? A todos nos impresionó que hubiera resistido diez años más, como que aquel libro lo documentara todo: bosques, tormentas, brumas extremas, aldeas sin una sola alma, enigmas de la vida profunda, reflexiones sobre la soledad. Estos días, por cierto, Pablo Maqueda lo ha convertido en un film, Dear Werner, que conecta con la obra cinematográfica de Herzog, rey de todos los laberintos y las selvas y del que se ocupó en julio de este año, en estas mismas páginas, Elsa Fernández-Santos: “autodidacta que no se considera artista sino soldado, un explorador del alma humana (y por lo tanto de la naturaleza y sus paisajes) con una filmografía que lleva décadas enrolada en descifrar los enigmas de la representación y la verdad”

A tales exploraciones se ha añadido recientemente el documental Encuentro con Gorbachov, en codirección con André Singer. No es la mejor obra del genio alemán, pero no carece de interés, porque Mijaíl Gorbachov, el hombre que sin proponérselo cambió el mundo, no desentona al lado de los grandes personajes de la filmografía de Herzog. Gorbachov se muestra ahí como un viejo honesto, inteligente, vulnerable y humano, demasiado humano, que recurre a un poema de Lermontov (tan admirado por Nabokov) para definir su estado de ánimo: “Salgo solo al camino; / en la bruma brilla el sendero pedregoso…”. Cuando recita ese poema, tenemos la impresión de que está contándole a Herzog, casi imitándole la voz y el acento, su soledad al final de su vida. Y en su voz trágica resuenan la profundidad, la poesía, el sentido del espacio, la belleza de las brumas extremas, las tormentas de la grandiosa Rusia a la que encarna a las mil maravillas. Herzog le pregunta entonces qué desearía leer en su lápida. Largo silencio. “Lo intentamos”, responde Gorbachov finalmente. ¿Y qué es lo que se intentó? Pues, señores, algo bien razonable: que  Rusia fuera un aliado más natural para Occidente que otras potencias y se uniera al proyecto de la casa común europea.

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La levedad y Torrente Ballester (fragmento de ‘Ese famoso abismo’)

029-fV-M: Recuerdo que por aquellos mismos días Gonzalo Torrente Ballester –que de su generación era el más lúcido y progresista de los escritores españoles, y la prueba la tenemos en su joyceana La saga/fuga de J. B– publicó una nota y gran elogio sobre el libro de Calvino que, necesitado yo como estaba de una defensa de mi Historia portátil, leí como una reseña también a mi favor, ya que ahí acusaba a gran parte de la literatura española después del Quijote –bueno, más concretamente a la de tierra adentro, la castellana– de haberse dejado llevar por un excesivo peso trágico, por un sentimiento de gravedad que había operado siempre en detrimento del humor y de la –tan rara entre nosotros– levedad.

Anna María Iglesia:  –Curiosamente, para hablar de la levedad, Calvino cita a un viejo conocido, Kafka, y un relato en el que consigue, a pesar de la gravedad del tema –la falta de carbón en un invierno marcado por la guerra– ser leve, elevándose como lo hace el barón rampante, símbolo también de esta levedad.

V-M: Yo creo que todos más o menos sabemos quién es un pesado y quién no. El mundo mismo puede ser pesadísimo si le dejamos hacer. Calvino elige la levedad al descubrir de joven que «la pesadez, la inercia, la opacidad del mundo, son características que se adhieren rápidamente a la escritura si no se encuentra la manera de evitarlas». Y Torrente Ballester, en 1989, el 27 de mayo de ese año, advierte que la levedad será la propuesta de Calvino menos aceptada por los lectores españoles. Y comenta que nuestra gravedad, más un prejuicio que un rasgo de carácter, se ha orientado siempre hacia la literatura y ciertas formas plásticas, pero incluso en este orden de creaciones hay verdaderos juegos de piedra. Y cita la fachada compostelana del Obradoiro y dos versos de Gerardo Diego («También la piedra, si hay estrellas, vuela»), y se dice a sí mismo que si la piedra puede volar, también pueden obviamente volar las palabras. Torrente Ballester viene a decir que no todo en la cultura española es gravedad y realismo, pero hay que saber buscar las excepciones, por escondidas y menospreciadas que estén.

(1) ESE FAMOSO ABISMO. Anna María Iglesia en conversación con Vila-Matas. Wunderkammer.

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Allá, en el litoral de Ostia. [Café Perec]

pier_paolo_pasolini_regards_sur_l_italie-459705295-largeNo todo el mundo sabe que, a finales de 2066, el grupo literario OuLiPo, el brillante Taller de la Literatura Potencial que fundaran en 1960 en París Le Lionnais y Queneau, se disolvió para siempre después de una nerviosa reunión. La desaparición del legendario grupo se describe en Diario de un viejo cabezota (Reus, 2066), un thriller distópico y última entrega de la muy personal e inimitable trilogía novelesca que ha publicado Pablo Martín Sánchez en Acantilado. El autor de ese Diario de 2066 tenía 89 años cuando lo escribió en Reus, al sur de Cataluña, en unos días del futuro que aún nos quedan lejanos, por no decir que imposibles. El Diario parte de la premisa –tan rabiosamente actual, dicho sea de paso– de que en determinadas circunstancias puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar. Por ejemplo, puede suceder que ese último cónclave del OuLiPo haya sido en realidad el agitado sueño que el diarista tuvo 106 años después de la creación del grupo. En esa reunión del futuro el “viejo cabezota” se habría cruzado tanto con los miembros del OuLiPo ya fallecidos y que no llegó nunca a conocer (Perec, Duchamp, Calvino…) como con los que trató personalmente, y también con los que llegaron después y tampoco conoció porque, acomplejado por haberse convertido en “un escritor del No”, dejó precipitadamente el grupo.

Habría presidido aquella última reunión Clementine Mélois, la autora de la divertida y hasta memorable, Sinon j’oublie. Y a tenor de lo que nos cuenta el diarista de Reus, el desorden era grande en la sala, por lo que Clementine Mélois se afanaba por evitar que allí siguiera hablando todo el mundo al mismo tiempo con frases que empezaban siempre por un “Me acuerdo de”, lo que delataba lo mucho que les habría gustado a todos haber escrito un libro como Je me souviens, de su envidiado Perec.

Y en fin, me acuerdo de que mientras me sumergía en lo escrito por Martín Sánchez sobre aquel agitado sueño, quedé irremediablemente dormido y pude dar rienda suelta a mi personal particular Je me souviens, una letanía que regresa ahora a mí, fluida, muy libre, en plena mañana de este incierto 2020: “Me acuerdo de la vida que llevaba antes”. “Me acuerdo de haber acompañado a Port Bou al Cristo de Pasolini” “Me acuerdo de Enrique Irazoqui, el Cristo de Pasolini, diciéndole a Duchamp en Cadaqués, en el verano de 1966, que le había vencido al ajedrez” “Me acuerdo del día de hace 45 años en que asesinaron a Pasolini y de aquel otro día en Roma en el que, siguiendo la ruta mostrada en el film Caro Diario, viajé a Ostia, al lugar exacto donde fue asesinado, y también de cómo con los amigos acabamos riendo de puro horror, allá en el litoral de Ostia, y nuestras miradas fueron en busca de un punto fijo, de algo a lo que pudiéramos aferrarnos dentro del movimiento desesperado de nuestros ojos perdidos en el tejido enfermo de nuestra época” Y me acuerdo también de que alguien dijo que aquello que situábamos en el futuro trataba siempre de lo que nos producía pánico en el presente.

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VILA-MATAS CANONIZADO POR PARIS REVIEW. (Entrevista en Perú de Gabriel Ruiz Ortega)

adam tEl anhelo oculto de todo escritor es aparecer en las páginas de la icónica revista gringa The Paris Review. Su relevancia es tal que muchos lo consideran un galardón aún mayor que el Premio Nobel de Literatura. Ser parte de la sección “The Art Of Fiction” es como el éxtasis, la firma de lo obvio, porque cualquiera no es convocado. No solo el autor debe tener una obra luminosa, sino también el reconocimiento unánime de lectores y críticos.

El autor entrevistado de la edición 247 es el español Enrique Vila-Matas, dueño de una poética con títulos imprescindibles como Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby & Compañía, Mac y su contratiempo, Esta bruma insensata y otros. El filtro es tal en The Paris Review que por España solo han aparecido Camilo José Cela y Javier Marías, y por Latinoamérica Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Manuel Puig, Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Pablo Neruda y Octavio Paz. En tal sentido, CARETAS conversa con Vila-Matas sobre lo que significa para él este reconocimiento que barniza aún más su ya admirada trayectoria literaria.

GRO: Hay una constante en tu narrativa, la del protagonista/personaje que desaparece. ¿Crees que este sea uno de los factores que te llevan a ser un autor prolífico a cuenta de una libertad creativa que no obliga a repetirte?

VM: Bueno, creo que Adam Thirlwell dice en su entrevista de The Paris Review que siempre ha admirado en mis novelas la capacidad de confundir la escala habitual de las cosas. Las cosas pequeñas se hacen grandes y otras desaparecen. Es como si la miniatura creciera. Como si un pequeño detalle o cita se hiciera cargo de un libro completo. Si esto es así, si esto es verdaderamente cierto, vendría una vez más a confirmar que menos es más y un botón es casi menos que otro botón. Y bueno, ya se sabe que, históricamente, la tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas. No me gusta lo importante, lo solemne, lo grande. El cambio en la escala habitual de las cosas fue en su momento maravillosamente llevado a cabo por Kafka.

GRO: ¿Cómo son tus días en estos tiempos de aislamiento? De alguna manera, todos hemos sufrido alguna pérdida de algún ser querido durante esta pandemia. ¿Te encuentras escribiendo?

V-M con Adam Thirlwell, Hotel Alma.

V-M con Adam Thirlwell, Hotel Alma.

V-M: Aunque no ha sido a causa de la pandemia, yo he perdido al amigo Juan Marsé, contertulio durante años, a la hora del aperitivo, en la tertulia de los domingos. “Era un hombre entero”, como lo definió uno de los nuestros. Sobre mi vida en días de pandemia, debo decir que de pronto me vi muy agobiado al comprender que trataban de hacerme comprender que si era escritor tenía que comunicar, crear, producir, ser puro Zoom, puro streaming, ser locutor de mí mismo, permitir que mi casa se convirtiera en un plató de televisión y yo me pasara días sin poder escribir una línea. Hasta que reaccioné. Ahora por fin sólo me dedico a escribir.

GRO: Otra de las cualidades de tu obra es la inalterable secuencia de referencias literarias. Debido al aislamiento, mucha gente se ha encontrado con la lectura. En este sentido, ¿qué autor recomendarías leer?

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V-M: No sé ni por dónde empezar. Hay tantos. El libro que estoy leyendo ahora es buenísimo, lo ha escrito Guadalupe Nettel, y se titula La hija única. Esta es una escritora que, sin abandonar nunca el nido de sus problemas, cada vez que publica un libro mejora al anterior. Creo mucho en su obra. He observado que es una escritora tan inteligentemente insegura que acaba sabiendo siempre adonde va; tal vez éste sea el secreto de sus formidables avances.

GRO -Las entrevistas de The Paris Review son legendarias. Ahora que formas parte de esa galaxia, ¿sientes acaso que es un sueño juvenil cumplido al aparecer en esa lista que sin duda debe tener más de un autor que admiras?

V-M: Cuando me propusieron ser entrevistado en Paris Review, lo viví como un acontecimiento, quizás porque había leído unas cien entrevistas de Art of Fiction, la sección admirada. Más de una vez había especulado con lo que diría en el caso –algo bien improbable– de que un día me llamaran para ser ahí entrevistado.

-GRO: He notado que siempre has tenido un perfil bajo, es tu obra escrita la que te expone con mucha frecuencia.

V-M Sin riesgo no hay escritura. Como decía el torero Belmonte: “El peligro es el eje de la vida sublime”.

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La short list du prix littéraire des Inrockuptibles

emprendes2008_article_030_01_012Mon père et ma mère d’Aharon Appelfeld, traduit par Valérie Zenatti (Éditions de l’Olivier)

Les Lionnes de Lucy Ellmann, traduit par Claro (Seuil)

Cette brume insensée d’Enrique Vila-Matas, traduit par André Gabastou (Actes Sud)

Chinatown, intérieur de Charles Yu, traduit par Aurélie Thiria-Meulemans (Aux Forges de Vulcain)

https://www.lesinrocks.com/2020/11/04/livres/livres/voici-la-short-list-du-prix-litteraire-des-inrockuptibles/

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Vía Pasolini. [En los 45 años de su muerte)

Pasolini

 

  VÍA  PASOLINI.

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publicado en febrero 2004 en El País Cataluña.

La semana pasada, a modo de protesta, decidí dejar, por unos días al menos, este país donde parecen tener  sólo  cabida las bajezas, mala educación y  mediocridad que nos ha legado el pequeño último caudillo. Pero, ¿a dónde ir?  En ese momento, llamaron al teléfono. Era Jesús Bregante, al que no conocía de nada. Me dijo que vivía en Roma en la vía  Pasolini. Había pasado los últimos doce años escribiendo el  monumental Diccionario Espasa de Literatura Española y quería que le echara una mano en Roma en la presentación de su libro. Sobre el Diccionario ya  tenía yo noticia y lo había hojeado en más de una librería de Barcelona.  Más de 5.550 entradas, no limitándose a reseñar biografías de escritores, sino analizando también escuelas, movimientos y periodos literarios. Con cabida para los escritores de todas las lenguas del Estado. “No voy a poder leerlo de un tirón”, bromeé. Se rió, me preguntó qué estaba yo haciendo cuando me había llamado. Y al contarle que estaba escribiendo sobre  recorridos culturales en Barcelona, me habló de un trayecto  romano por  Vía del Mare y Via delle Idroscalo  hasta el desolado lugar en Ostia donde mataron a Pasolini. Eso acabó de convencerme para ir a Roma y, hace cuatro días, en el coche de Bregante, en compañía de los poetas Julia Castillo y Benjamín Prado, repetíamos el hipnotizante paseo-homenaje, aquel viaje en vespa que, en busca de aquel lugar de Ostia,  Nanni Moretti realizara, con música  de Keith Jarrett, en Caro Diario.

“No sé por qué, pero no había estado nunca en el lugar en que mataron a Pasolini”, decía Moretti en la película. No teníamos la música de Jarrett, pero me pareció que  no hay mejores canciones que las de  Bob Dylan para hacer en coche ese recorrido  moral en busca del encuentro simbólico con el  lugar donde en 1975 mataron a ese comunista que fustigó con dureza a sus propios compañeros  y que fue  al mismo tiempo un moralista estricto que no obstante defendió la trasgresión radical como nadie se atrevió  a hacerlo en la izquierda de su época. Claro está que eran otros tiempos y que, como anunciaba Dylan,  los tiempos han cambiado, aunque lo han hecho para peor, para dejarnos una mierda  que no llegó  a soñar  ni el autor de Saló.

Cuando el coche salió de la vía Pasolini, este feo embrollo  político de ahora aún le daba más sentido moral al camino, con Dylan cantando en Not Dark Yet  “fui siguiendo el río hasta llegar al mar”, es decir, describiendo el recorrido que  haríamos, siguiendo primero el Tíber y después por Via delle Idroscalo hasta llegar a ese lugar donde una noche quedó  rota la voz del sublevado Pasolini, rotas su energía y vía intelectual diferente,  muerto su  coraje moral, aplastada su vida  por  el joven Pelosi, alias Pino la rana, la noche en  que asesinaron también a la poesía  civil  italiana y se vio  que los tiempos, en efecto, iban a cambiar. El lugar de su muerte, en la periferia de Roma, es de una pobreza insultante. Es un paraje que continúa degradado, donde sigue prevaleciendo la misma miseria extrema del día del crimen, con un monumento medio clandestino, hecho de cemento y con una triste capa de yeso encima  y, además, descortezado y en ruinas, sin flores. “Un lugar fundamentalmente feo”, comentó Bregante para romper la sensación de absurdo que se había adueñado de nosotros. Reímos. Al igual que la móvil  cámara de Moretti, nuestras miradas, en el litoral de Ostia  fueron en busca de un punto fijo, de algo a lo que aferrarse dentro del movimiento desesperado de nuestros ojos y de nuestro  maldito  tiempo.

 

patti smith, omaggio a Pasolini en Ostia.

patti smith, omaggio a Pasolini en Ostia.

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Las tres pulsiones del modernismo literario (vigentes)

01TRES pulsiones del modernismo literario:

1) la escritura parece estar ahí para aplazar su propia desaparición;

2) el lenguaje no imita lo real, sino que lo va creando;

3) la novela es un género al que le resulta difícil representar la realidad, pero la reflexión que ella misma abre sobre ese defecto de fábrica -la conciencia de su incompletud- la convierte en una actividad muy atractiva.

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PADRE NUESTRO, QUE ESTÁS EN LAS SIESTAS ————— [Café Perec]

ItaloÚltimamente, el verbo “resguardarse” aparece con mayor frecuencia que antes en las conversaciones, en las lecturas, en nuestra mente. Ayer fue ya el colmo porque descubrí que el título de la película de Jeff Nichols que estaba viendo, Take Shelter, podía traducirse por Resguardarse. Contaba la historia de un tipo de Ohio que trataba de poner a buen resguardo a su familia después de que unas visiones aterradoras le hubieran convencido de que un desastre apocalíptico estaba por venir.

En realidad, pensé, ese desastre ya está aquí. Y enseguida vi que lo pensado conectaba con el cuaderno El don de la siesta, de Miguel Ángel Hernández (en Anagrama), donde éste explicaba que en el pasado mes de marzo, hallándose inmerso en la redacción de unas notas sobre el hábito de la siesta, el estado de alarma había interrumpido en seco su escritura: “¿Un ensayo sobre la siesta, en medio de la catástrofe? Demasiado trivial para lo que sucedía a nuestro alrededor”.

Sin embargo, en los días de confinamiento que siguieron, su vida en el hogar se vio invadida por las repentinas y frenéticas actividades culturales de las redes sociales y por la agobiante moda de que si eras escritor tenías que comunicar, producir, ser puro Zoom, puro streaming, ser locutor de ti mismo, permitir que tu casa pasara a ser un plató de televisión y no te quedara tiempo para escribir una sola línea nunca.

Comprendió entonces Hernández que la siesta –tanto tiempo relacionada con la pereza y después vista, en cambio, como una rutina saludable– era una especie de oración, de refugio interior que podía permitirle a diario resguardarse del aumento delirante de la productividad artística y protegerse de esa absurda exigencia de creatividad detrás de la que estaba la idea de mover el sistema hacia delante. Y comenzó a ver en el “modo siesta” una trinchera, un  espacio de desconexión con el exterior, un lugar ideal para resguardarse de la febril demanda de fertilidad que había promovido el parón por el virus. Y hasta le pareció ver que aquellas notas sobre un tema tan aparentemente trivial como la siesta dialogaban en realidad con el presente mucho más de lo que había llegado a imaginar. Es más, se dijo, aquellas notas podían llegar a ser un acto de resistencia, una toma de posición política.

El don de la siesta me ha hecho pensar en esos grandes libros laterales y  breves que proponía Ítalo Calvino para nuestro milenio, en libros como  Jabón, de Francis Ponge, ó como Plume, de Henri Michaux, especialmente en este último, tal vez porque lo mejor del atractivo ensayo de Hernández no está tanto en la elección de un tema aparentemente trivial que es mareado hasta revelar su oculta trascendencia, cuanto en la muy inteligente articulación del mismo con un tema central de la literatura: el lugar del escritor en el seno del curso literario. Y entonces me ha parecido ver que la literatura, con pandemia o sin ella, siempre ha albergado una tendencia a resguardarse en la inmovilidad de las palabras mudas; las mismas, sí, con las que a veces soñamos en las siestas.

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“The moment you organize the world into words, you modify its nature.” [Vila-Matas on The Paris Review]

02“The moment you organize the world into words, you modify its nature.”

—Enrique Vila-Matas in The Paris Review

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Un post de Kyle Paoletta sobre Don DeLillo y Enrique Vila-Matas

In K Paoletter 20: Driven to Distraction:

ghuIn my latest newsletter, I wrote about how much more legible conceptual art is when it’s encountered in fiction rather than the real world, via books by Don DeLillo, Enrique Vila-Matas

“…Esa es sin duda la conclusión de The Illogic of Kassel, el relato autoficticio de Enrique Vila-Matas de la edición 2012 de documenta, el festival de arte contemporáneo que se apodera de la pequeña ciudad alemana de Kassel cada cinco años. Si bien está sumamente complacido de que su invitación a participar en la documenta confirme su estatus como uno de los principales vanguardistas de Europa, Vila-Matas está menos entusiasmado con el papel real que le han pedido que desempeñe: sentarse en un restaurante chino corriente y escribir. Comienza a referirse a este extraño tipo de residencia como el «número chino» y describe su ejecución como una «tarea de aula». Se molesta aún más cuando se entera de que su presencia en el restaurante no ha sido publicitada en absoluto; si algún turista se encuentra con el novelista haciendo su «número chino», será por accidente.

Para generar algo de emoción para el proyecto, Vila-Matas inventa un alter-ego llamado Autre y luego, una vez instalado en el restaurante, comienza a escribir un boceto autobiográfico de él. El interés de Vila-Matas por Autre desaparece en una hora. Aburrido, estudia detenidamente el menú del restaurante, intenta descifrar el alemán que se habla a su alrededor y llama a un amigo en Barcelona, ​​que no está en casa. Al final, sí que viene a llamar un amante del arte, un compatriota catalán que se burla de la escritura que Vila-Matas ha hecho como Autre, que el verdadero escritor no puede evitar ofenderse. Al día siguiente, discute con un francés y luego se duerme.

Si bien las objeciones de Vila-Matas a participar en una obra de arte son tanto logísticas como existenciales, al menos tiene algo que decir al respecto: siempre podría levantarse e irse, abandonando por completo el «número chino…”

The conceit of the Scottish artist Douglas Gordon’s 1993 film “24 Hour Psycho” is simple: the movie Psycho, slowed down to play at two frames per second, an arduous pace that stretches Hitchcock’s masterpiece out to fill an entire day. Point Omega—one of the set of compact, philosophical novels Don DeLillo has occupied himself with over the past two decades—opens in 2006, when “24 Hour Psycho” was installed at the Museum of Modern Art, in New York. DeLillo describes a man who has taken up residence in the room where the film is being shown, closely monitoring both the stop-motion pace of the projected action and the much quicker ebb and flow of visitors to the gallery, few of whom pause to watch for more than a few minutes. The man has become obsessed with how the film renders Anthony Perkins turning his head “not like the flight of an arrow or a bird,” but rather “like bricks in a wall, clearly countable.”

“The nature of the film permitted total concentration and also depended on it,” DeLillo writes. “The film’s merciless pacing has no meaning without a corresponding watchfulness, the individual whose absolute alertness did not betray what was demanded.” One cannot simply dip into the gallery, watch a few frames of Arbogast tumbling down the stairs or Janet Leigh stepping into the shower, and then move on to frowning over an abstract painting or procuring a cappuccino. “24 Hour Psycho” is only meaningful if the viewer commits to engaging with it at the same glacial pace with which it is unfolding.

Vila-Matas in Art of Fiction. The Paris Review

Vila-Matas in Art of Fiction 247. The Paris Review

Conceptual art is often better experienced through fiction than in person. When the reader meets DeLillo’s watcher, he is on his fourth hour of observing “24 Hour Psycho” that day, and has spent all of the previous four days doing the same. This makes him something of a compulsive, a sense only underscored by the fact that, not content to simply stand still and gawk, the watcher paces around the silent gallery, at times walking backwards in the darkness even as he keeps his eyes locked on screen. But then again, madness is something of a prerequisite for meeting this sort of art on the level its creator demands.

That’s certainly the takeaway of The Illogic of Kassel, Enrique Vila-Matas’ auto-fictive account of the 2012 edition of documenta, the contemporary arts festival that takes over the small German city of Kassel every five years. While extremely gratified that his invitation to participate in documenta confirms his status as among the premier avant-gardists in Europe, Vila-Matas is less enthusiastic about the actual role he’s been asked to play: to sit in an unremarkable Chinese restaurant, writing. He begins referring to this odd sort of residency as the “Chinese number,” and describes its execution as a “schoolroom chore.” He becomes even more annoyed when he learns that his presence at the restaurant has not been publicized at all— if any tourist encounters the novelist doing his “Chinese number,” it will only be by accident.

To generate some modicum of excitement for the project, Vila-Matas invents an alter-ego named Autre, and then, once settled in at the restaurant, begins writing an autobiographical sketch of him. Vila-Matas’ interest in Autre peters out within an hour. Bored, he carefully studys the restaurant’s menu, attempts to decipher the German being spoken around him, and rings a friend back in Barcelona, who isn’t home. Eventually, an art-lover does indeed come calling, a fellow Catalan who makes fun of the bit of writing Vila-Matas has done as Autre, which the real writer can’t help but be offended by. The next day, he argues with a Frenchman, then falls asleep.

While Vila-Matas’ objections to participating in a work of art are as much logistical as they are existential, he at least has some say in the matter: he could always stand up and leave, abandoning the “Chinese number” altogether. Not so for the protagonist of Jessi Jezewska Stevens’ The Exhibition of Persephone Q, released earlier this year. In that novel, a listless woman who goes by Percy receives a package in the mail containing the catalog for an exhibition of photographs by her ex-fiancé. She is alarmed to find that the exhibition is entirely composed of variations on a portrait of herself, ten years younger, naked, and laying in bed, framed by a window that looks out on the Manhattan skyline. Her ex-fiancé has edited the photos such that a different building has been disappeared from the skyline in each one, an eerie foreshadowing of 9/11, which occurred the day before the show’s debut.

In the introduction to the exhibition’s catalog, its curators write, “Though the world within the photographs grows increasingly menacing and strange, the woman on the bed seems unconcerned.” Nevermind that the actual woman being described is very much concerned that her image has been used in this way, without her knowledge. She goes to the gallery where the exhibit is still on view, and finds that the photographs have been “blown up to the billboard proportions of a Pollock and hung regularly as windows on the walls.” When a young woman and her mother wander in off the street, Percy carefully monitors their progress through the gallery, observing them observe her. The older woman grunts with disapproval at the last photo, in which Percy lays “naked and alone in an empty room, below an empty window.” The daughter rolls her eyes. “‘Mum,’ she said, ‘It’s art.’”

What I’ve described thus far are three artworks: one is real, one is sort of real, and one is entirely fictional. Yet encountering each on the page makes all of them legible in a way that doing so in physical space might not. In the case of “24 Hour Psycho”, DeLillo’s description provides some guide rails to the appreciation of the art on its own terms: slowing Psycho down to a molasses flow, he writes, allows the viewer “to be alive to what is happening in the smallest registers of motion.” For Stevens, the point is not at all whatever Percy’s ex-fiancé was trying to express with his slick editing and mammoth prints, but rather how laundering a person’s image through an artwork creates an unnerving, unbridgeable distance between reality and representation. When Percy confronts her ex-fiancé, he resists acknowledging his subject was her. To prove it, Percy has him refer to the original on his computer, which she is sure will include the scar on her ribcage. As her ex-fiancé zooms in, Percy’s body becomes “a pale, abstract thing: a shape, a color swatch.” Once the scar has been located and its image refined, Percy finds the image “looked less like me than ever.”

Percy, like DeLillo’s man in the gallery, is driven somewhat mad by the encounter with herself as Persephone Q. When she shows up at her ex-fiancé’s apartment, her purse is stuffed with bananas, a ream of legal documents, and a set of kitchen knives. Vila-Matas writes that the real impetus for his agreement to participate in documenta was “to investigate what the essence, the pure, hard nucleus of contemporary art is.” Perhaps it really is madness, as he, too, is left so strung out with insomnia by his experience in Kassel that he ends up spending an entire night squatting on a log amid Pierre Huyghe’s Untilled, an installation which takes up a broad swath of a public park and includes a sculpture whose head is covered by a beehive, an enormous pile of compost, and a scrawny dog with one leg painted pink.

Art is often talked about as a redemptive force, one with the divine power to uncover what it means to be human. The displeasure so many take with contemporary art may be because what it seeks to uncover is not exactly flattering: it breaks the psyche down, exposing our species as wholly irrational. “I was not at all uncomfortable in spite of being in a place that normally would have struck me as terrifying,” Vila-Matas writes about his night in Untilled. “I was aware that what I was doing was a bit crazy, or, to put it a better way, illogical. But my state of euphoria was in crescendo, and I felt in marvelous harmony with almost everything in Kassel.” Such a state would be impossible to achieve in real life. In fiction, though, it seems like the only rational endpoint.


It’s been a busy couple months! Over the summer, I had a short essay in The New York Times Magazine about why the Mountain Time Zone is the only good time zone, and wrote a report for The New Republic about television writers and actors struggling to establish sustainable careers for themselves despite the streaming boom. Just in time for our quadrennial exercise in pseudo-democracy, Real Life published my essay that examines election forecasts like the one at FiveThirtyEight as aesthetic objects, analyzing how their differing designs speak to alternate visions of what politics actually is (if you’re bored of reading, you can listen to an audio version of the article right here). This week, I’m also in the Columbia Journalism Review, arguing that the media’s speculation about catastrophic Election Night scenarios only makes it more likely that the slow counting of mail-in votes will be cast in a sinister light. Lastly, a forthcoming essay I wrote for The Believer about the literature of the City Southwest is being adapted into a segment on the debut episode of Black Mountain Radio, a new show on Las Vegas’ KUNV and Reno’s KWNW. Nevadans, set your FM dial to 91.5 or 97.7 this Sunday at 7PM Eastern/4PM Pacific; everyone else, you can livestream the show here, and I’m told it’ll also be available as a podcast download in the near future.

What a blessing that the intergalactic Puerto Rican heartthrob Ozuna dropped his new album, Enoc, in early September, just as the election was picking up steam and the weather here in New England was beginning to make outdoor, socially-distant socializing a bit less manageable. Ozuna’s silky voice and snappy flow makes Enoc an ideal companion for the fall—  the album is laid-back in a way that makes drawing inward feel therapeutic rather than forced. Effortless single “Caramelo” is a good introduction to Ozuna’s work, though I’m partial to “No Se Da Cuenta,” which is a bit more dynamic and includes a verse from Daddy Yankee, who is both Reggaeton’s founding father and, if there’s any justice in this world, a future winner of the Nobel Peace Prize. Baile, friends. We’re gonna get through this.

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‘Cette brume insensée’ en la final del prix Les Inrockuptibles.

les inrock2inrock1Dans la catégorie Prix du roman (ou récit littéraire) étranger sont nommés :

Colson Whitehead : Nickel Boys (Albin Michel)
Aharon Appelfeld : Mon père et ma mère (L’Olivier)
Lucy Ellmann : Les Lionnes (Seuil)
Enrique Vila-Matas : Cette brume insensée (Actes Sud)
JK Stefansson : Lumière d’été, puis vient la nuit (Grasset)
Etgar Keret : Incidents au fond de la galaxie (L’Olivier)
Patti Smith : L’Année du singe (Gallimard)
Maya Angelou : Rassemblez-vous en mon nom (Notabilia/Noir sur blanc)
Deborah Levy : Le Coût de la vie et Ce que je ne veux pas savoir (Le Sous-Sol)
Charles Yu : Chinatown, intérieur (Aux Forges du Vulcain)

https://www.lesinrocks.com/2020/10/15/livres/livres/voici-les-selections-du-premier-prix-litteraire-des-inrockuptibles/

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NUNCA REGRESAMOS [Café Perec]

rollingRecordaba Marta Rebón, el otro día, unas palabras de Tolstói: “Bajo el influjo de la música me parece que siento lo que en realidad no siento, que entiendo lo que no entiendo, que puedo hacer lo que no puedo”. Creo que es así, que la música puede ayudarnos a ser otros. De hecho, en ocasiones la música ha logrado que mi entusiasmo por una lectura fuera más allá de lo razonable. La última vez que me ocurrió esto fue leyendo a W.G. Sebald. Es posible que esto sea algo que también ha experimentado Cristian Crusat, que en W. G. Sebald en el corazón de Europa (WunderKammer) subraya con fervor pensamientos de este autor, entre ellos uno de Los anillos de Saturno: “La modernidad encierra un rasgo terrible: nunca regresamos”.

Esta sentencia, que parece decirnos que el mundo contemporáneo es un río sin retorno, habla también para Crusat del modo en que se viaja en nuestros días, pues se sabe que Sebald prefería conocer media docena de ciudades que significaran algo para él que decir, al final de su vida, que había estado en casi todas partes. Esa media docena de sitios me hace acordarme de Joan de Sagarra, al que le basta con seis contados lugares del mundo a los que vuelve siempre. Cristian Crusat, por su parte, regresa cada año a Ámsterdam al 107 de la calle Wijenburg, donde estuvo un día su vivienda y donde imagino que, por mínimos que sean, registra los cambios que en su ausencia se han producido en la casa y el barrio, al tiempo que confirma la dura ley de la modernidad: esa sensación de que regresar al hogar sólo puede ser un espejismo. Porque nunca regresamos. Tengámoslo en cuenta y así evitaremos malentendidos, me digo mientras escucho Time Waits For No One (El tiempo no espera a nadie) y recuerdo  que en la primera semana de este mes –con medio país convencido ilusamente de que pronto continuaremos con todo igual que antes: sin virus y como si nada hubiera ocurrido–, Daniel Mendelsohn publicó en The Paris Review un artículo en el que advertía de la oscuridad en la que desembocaban todas las incursiones de Sebald en el sombrío e inaccesible pasado.

Y decía Mendelsohn que en Homero estaba muy claro ese regreso, mientras que, por ejemplo, en un libro como Los anillos de Saturno, todo lo que se refería al pasado aparecía oscuro y hundido en mil enigmas, tal como ocurre, me digo ahora, en esa página de Sebald en la que le vemos llegar a la playa de Schveningen, en La Haya, y creer que ha comprendido, medio en sueños, la totalidad de lo que ha ido oyendo en holandés, lo que le lleva a la equivoca impresión de haber reencontrado su hogar. Si los anillos narrativos de Homero nos encauzan hacia la luz y la revelación, dice Mendelsohn, los de Sebald conducen a una serie de puertas cerradas. Por eso, al releer a este autor, uno acaba advirtiendo que internarse en él es navegar por el rio sin retorno de una prosa que convive con la mayor de nuestras certezas: la tiniebla y misterio en el que, de un modo imparable día tras día, con gran vorágine, se va hundiendo nuestro pasado; lo dice la canción: el tiempo no espera a nadie.

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El Cadaqués de ‘Cette brume insensée’, hoy en La Croix: «Una muy bella ficción»

En una ficción muy hermosa, el gran novelista Vila-Matas nos lleva a escuchar las preguntas del escritor lidiando con las trampas y desafíos del mundo actual.

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Esta bruma insensata, también presente en el epígrafe, circula a lo largo de esta gran novela y Simon Schneider el narrador la evoca frente al cielo o al mar o un cuadro de Monet. La luz, apareciendo de manera inesperada, le provoca una aspiración al infinito que ya no espera deslizar en la escritura. Solo, cerca de Cadaqués, en su casa en ruinas, ha renunciado a sus sueños literarios y vive pobremente de las modestas sumas que le otorga su hermano Rainer Bros a cambio de citas literarias que le envía por e-mail.

Rainer se ha convertido en un escritor de éxito en Nueva York, ocultando, como Salinger y Pynchon, su vida y su rostro. En un nuevo correo electrónico, se encuentra con Simon en Barcelona el 27 de octubre de 2017, fecha del referéndum de independencia. ¿Por qué quiere verlo después de veinte años de silencio? Rainer siempre lo ha despreciado, él, el proveedor de citas, bloqueado en la escritura y la lectura, refugiándose en copiar como el Bartleby de Melville cuya sombra acecha el mundo de Vila-Matas.

Creyéndose obligado a elegir entre la alegría -porque para él «vivir es construir ficciones» – y el rechazo, el retraimiento, el fracaso, Simón se refugió en el fracaso. Menos silencioso que el misterioso Bartleby, mira hacia atrás en su vida durante su viaje a Barcelona, ​​su sinuoso monólogo fluye, se le escapa, desborda de sentido de manera liviana, en confesiones, en preguntas.

De su padre, fallecido recientemente, trató de poner a distancia «  este trágico sentimiento de vida  » que heredó. Y luego, de repente, piensa en agujeros negros en el universo, no vacíos, sino llenos. Nada escapa a ella, salvo “  una energía nacida de la ausencia  ”, una discreta metáfora, una fuerza que nos trae de vuelta las preguntas dejadas de lado: ¿Por qué ya no rezamos a Dios como antes? ¿Por qué no le suplicamos como Unamuno? ¿Tenía razón su padre al pensar que la mayor tragedia es la desaparición de Dios?

 Otro borrado preocupa a Simon: uno que amenaza a seres humanos a los que realmente es imposible alcanzar. Lo que queda de Rainer en el hombre que se presenta, en la cita, agotado, borracho, agresivo y desesperado, pretendiendo ser Thomas Pynchon, entonces pariente de Pynchon, y aceptando finalmente una discusión sobre dos concepciones de ¿literatura? La de Simón tiene en cuenta la angustia de la muerte y «  esta impresión de que la vida es como una sentencia incompleta que a la larga no está a la altura de lo que esperábamos  «.

En los libros de Rainer, hechos a partir de citas enviadas por Simon, ¿dónde está el marco? ¿Por qué te escondiste detrás de los mensajes de texto? «La  no ficción piensa que está copiando la realidad cuando en realidad se contenta con copiar una copia de una copia de una copia  », le dice Simon a Rainer. Aunque aparentemente a gusto con la mercantilización, la masificación del arte, la mecanización, Rainer se retira. No sin haber sufrido también, se dijo Simón, la imposibilidad de mantener la fe en la literatura en un momento en el que «  la Red … sabe todo sobre nosotros y suplanta a los escritores en su tarea». ». Afortunadamente, el terrible inventario elaborado por Vila-Matas conduce a un gran éxito romántico: la novela de Simon está terminada. Con, en las últimas líneas, un guiño irónico : «A veces, cuando veo que he tenido que escribir sobre un tiempo ya tan caducado, me pregunto si no será que a lo mejor, como dicen algunos, a la ficción le gusta el pasado y por eso tiende a correr el riesgo de no ser ya sino cosa del pasado, que es lo que solían decir los hegelianos hablando del arte en general y Borges hablando de la lluvia»

Francine de Martinoir

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Promenade / PARÍS / Dominique Gonzalez-Foerster / Musée Galliera.

Dejeneur sur l´herbe a Piera (Catalogne). Famille V-M.

Dejeneur sur l´herbe a Piera (Catalogne). Famille V-M.

Nuit Blanche /  Dominique Gonzalez-Foerster / París,  Musée Galliera

PROMENADE [Installation sonore]

Artiste expérimentale, née en 1965 et basée à Paris, Dominique Gonzalez- Foerster explore depuis 1990 les modalités des relations sensorielles et cognitives entre les corps et les lieux, réels ou de fiction, jusqu’à interroger la distance entre la vie organique et l’œuvre. Métabolisant références littéraires et cinématographiques, architecturales et musicales, scientifiques ou pop, elle crée des « chambres » et des « intérieurs », des « jardins », des « attractions » et des « planètes », dans les multiples sens que ces termes prennent dans les textes de Virginia Woolf ou Nathaniel Hawthorne, des sœurs Brontë ou de Thomas Pynchon, de Joanna Russ ou de Philip K. Dick. Chez Dominique Gonzalez-Foerster, cette interrogation des espaces s’étend vers un questionnement de la neutralité implicite des pratiques et des lieux d’exposition. Ses « mises en espace », « anticipations » et « apparitions » envahissent le domaine des sens du spectateur pour opérer des modifications intentionnelles dans sa mémoire et son imagination.

Son installation sonore PROMENADE envahit le péristyle du Palais Galliera et propose au spectateur une immersion toute particulière, dans une jungle sonore, sous une pluie tropicale.

https://quefaire.paris.fr/107751/dominique-gonzalez-foerster

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HETERÓNIMOS EN EL JARDÍN [Café Perec]

jardín de un montasterio de Sintra.

jardín de un montasterio de Sintra.

Publicó Elba en 2018 dos libros que parecían primos hermanos: El jardín perdido, de Jorn de Précy, y Jardines en tiempo de guerra, de Teodor Cerić. Empecé por el segundo, y comenté aquí mismo el trabajo de Marco Martella, esforzado recopilador de los informes de Cerić sobre los diversos jardines que este joven poeta croata, tras escapar del cerco de Sarajevo, visitó durante siete años en largo viaje a la deriva por Europa; entre ellos, el sórdido lugar florido que Beckett muy beckettianamente trató de crear en la tierra baldía de Ussy.

Tras su deriva de siete años, Cerić había regresado a su país natal, instalándose en una casa al norte de Sarajevo, donde, tras renunciar radicalmente a la escritura, se dedicaba exclusivamente a la creación de su propio jardín, una especie de refugio para siempre, un fascinante espacio aseguraban los pocos que habían logrado verlo. Pese a su radical adiós de la literatura, Cerić había cedido a la presión de Martella y le había enviado para la parisina revista Jardins diversas descripciones de los vergeles vistos –algunos hasta trabajados por él– en su larga odisea europea. Y era con esas descripciones con las que Martella había montado Jardines en tiempo de guerra, libro al que debo gran parte de mi repentina e inesperada afición por esa otra manera de estar en el mundo: el universo de los jardines. Todo sea dicho: también le debo esa súbita afición a la lectura del tratado fabuloso de Jorn de Précy, el enigmático jardinero islandés, autor de ese insólito libro de reflexiones que es El jardín perdido, escrito en 1912 y exhumado hace dos años, vía también Martella, con quien el año pasado, a iniciativa suya, intercambié unos cuantos correos que parece que se incluirán en un libro suyo que publicará Elba el año próximo.

Tal vez su primer correo me lo envió Martella al sospechar que yo, recalcitrante espía de los que “prefieren no escribir”, había entrado en contacto con Cerić y sabía hasta dónde se encontraba la casa con jardín al norte de Croacia. De hecho, ya en su primer mensaje, me preguntó directamente por el estado del jardín, como si diera por hecho que lo había visto. Lo que le respondí fue atrevido, fue imprudente y, además, horrible, y a veces hasta me da miedo recordarlo, y pienso que será mejor que siga siendo secreto por un tiempo. Me lo he vuelto a decir hace un rato cuando he comprado Un pequeño mundo, un mundo perfecto, el título que acaba de publicar Martella en Elba: una sucesión implacable de críticas de jardines, con diatriba incluida para el muy desmesurado Versalles. Leer ahí la palabra “heterónimos” en la breve y discreta solapa de ese libro me ha provocado una cierta sorpresa, aunque en el fondo, muy en el fondo, lo que la nota por fin desvela me lo esperaba, o temía: “Marco Martella (Roma, 1962) dirige la revista Jardins desde 2010 y bajo los heterónimos de Jorn de Précy y Teodor Cerić, ha publicado El jardín perdido (2018) y Jardines en tiempo de guerra (2018), respectivamente”.

¿Por qué le diría aquello tan imprudente, tan horrible?

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ESTA BRUMA INSENSATA, la recepción en Francia.

 

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Depuis trente ans et presque autant de livres, Enrique Vila-Matas poursuit une œuvre dont la cohérence est la beauté ne se sont jamais démenties ; une œuvre dont, d’une certaine façon presque Borgesienne, la cohérence est la beauté. (…). Son nouveau roman, Cette brume insensée, est à la fois l’un des plus complexes, ce qui ne doit pas décourager le lecteur, bien au contraire, et des plus essentiels de tous ceux qui l’ont précédé.

Olivier Mony, LIVRES HEBDO
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Ludique et grave, Cette brume insensée est une nouvelle réussite.

Il y a un charme, au sens le plus ésotérique du terme, à l’œuvre dans le dernier Vila-Matas. On y entre comme en terrain familier, mais on s’y égare comme dans un territoire inconnu. On a déjà vu ces reliefs, et pourtant c’est encore le vertige de la première fois qu’on a lu Le Mal de Montano qui nous prend.

Damien Aubel, TRANSFUGE
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Le grand écrivain espagnol libère les pouvoirs magiques de la littérature, entre métalangage et métaphysique, pour défier la réalité même.

LES INROCKUPTIBLES
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Tel un prestidigitateur qui nous aurait faussement dévoilé ses secrets, il joue à nouveau à brouiller les frontières entre vie et littérature.

On y redécouvre sa posture typique, un peu comédien, un peu cabotin, prince de l’ironie, jamais à court d’une référence littéraire, prodigue en aphorismes impénétrables. (…). Accrochez-vous donc , au moment d’entrer dans le labyrinthe, à cette devise boussole consolante, tirée d’un autre roman de Vila-Matas, Mastroianni-sur-Mer : « Ne rien comprendre est une porte qui s’ouvre. »

Bernard Quiriny, LIRE LE MAGAZINE LITTÉRAIRE
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Cette brume insensée est un fier hommage aux écrivains, à la littérature et à ses immenses pouvoirs magnétiques.

Alexandre Fillon, LES ÉCHOS WEEK-END
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Écrire ou ne pas écrire, telle est la question, mais aussi lire ou ne pas lire. « Parce qu’il y avait chez tout lecteur, ajouta Rainer, une petite voix qui lui disait tout bas à propos de tout ce qu’il lisait, aussi extraordinaire que fût la lecture : Et alors ? » Tous les textes d’Enrique Vila-Matas tâchent de répondre à cette question.

Mathieu Lindon, LIBÉRATION
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Fidèle à ses obsessions, le maître espagnol s’amuse du néant globalisé en multipliant chaussetrapes littéraires et hommages à certains de ses auteurs fétiches : Beckett, Pynchon, Queneau.

Didier Jacob, L’OBS
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Enrique Vila-Matas jubile dans ce roman foisonnant qui pétille d’intelligence et d’érudition tout en invitant une graine de folie sans qui, du style au rythme, de la musique à l’action, un roman ne serait pas ce qu’il est : un pur plaisir d’évocations.

François Xavier, SALON LITTÉRAIRE
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Aussi Cette brume insensée est-elle tout cela à la fois. Un concentré lucide de doute et de foi, de désarroi et de joie, de clair et d’obscur. Avec un retournement final et un gros zeste d’humour qui rend la tragédie supportable. Et même délectable.

Florence Noiville, LE MONDE DES LIVRES
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Avec ce nouvel opus, Enrique Vila- Matas (né en 1948) place plus que jamais la littérature au centre de son oeuvre romanesque. En en faisant à la fois le sujet de son roman et son personnage principal, il réalise un beau tour de passe-passe : transformer la littérature en fiction.

Didier Garcia, LE MATRICULE DES ANGES

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Introducción de Adam Thirlwell a la entrevista (Otoño 2020) con Vila-Matas en The París Review

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He   writing   of   Enrique   Vila-Matas   is   marked  by  a  dazzling  array  of  quota-tion, plagiarism, frames, self-plagiarism, digressions  and  meta-digressions:  an  intense  and  witty textual delirium that has made him one of the most original and celebrated writers in the Spanish language. Born in Barcelona in 1948, he published his   first   novel—a   single,   sternly   uninterrupted   sentence—in  1973.  Continuing  his  fidelity  to  the  myth  of  the  avant-garde  writer,  he  then  moved  to  Paris,  living  in  a  garret  rented  from  Marguerite  Duras,  before  returning  to  Barcelona,  where  he  spent  the  next  decade  publishing  novels,  a  story  collection, and literary essays. It  was  with  his  sixth  book,  however,  A  Brief  History   of   Portable   Literature   (1985,   translation   2015).  The book poses as a history of a secret society of twentieth-century artists and writers, including Duchamp, Walter Benjamin, Kafka, and others. Its reckless linking of real names to imaginary quotations and vice versa, its mingling  of  fiction  with  history,  made  him  notorious—and  represented  a  new moment in European fiction. Reality can only be apprehended through a comical, dazzling network of texts—that was the book’s basic proposition, and  its  implications  and  complications  are  what  Vila-Matas  has  continued  to explore in wildly deconstructive novels like Bartleby & Co. (2000, 2007), Montano’s Malady (2002, 2007), and Never Any End to Paris (2003, 2011), as well as in critical fictions that include Chet Baker piensa en su arte (Chet Baker thinks about his art) (2011), The Illogic of Kassel (2014, 2015), and Marienbad électrique (Electric Marienbad) (2015). Vila-Matas has won many grand awards (the Premio Rómulo Gallegos, the  Premio  Herralde,  the  Premio  Leteo,  the  Prix  Médicis,  the Premio Formentor, The Premio de la Fil de Guadalajara among  others),  but in person he is modest and generous, always solicitous toward younger generations  —I  first  met  him  a  few  years  ago  through  our  mutual  friends  Alejandro  Zambra  and  Valeria  Luiselli.  He  dresses  with  elegant  reserve,  a  disguise  for  a  mischievous,  fantastical  soul.  We  conducted  this  interview  over two prolonged sessions in Barcelona last summer and fall, speaking in a  mixture  of  French  and  Spanish  while  his  agent,  Mònica  Martín,  offered  interpretive aid and sometimes joined in the conversation. This polyglot mix-ture  was  transcribed,  edited,  then  retranslated  into  Spanish  and  rewritten  by  Vila-Matas  before  being  definitively  translated  into  English.  Its  multi-lingual,  multilayered  history  seems  an  accurate  analogue  to  Vila-Matas’s  polymorphous style.  According to the terms of Vila-Matas’s thinking, the real can only fully acquire a luminous existence when inserted into a prior network of words— even, for instance, a conversation. Both sessions of our interview took place in the gardens of the Hotel Alma in Barcelona. Vila-Matas chose the location partly for its peacefulness—but really, he observed, because it was where he set  the  final  exchanges  of  his  most  recent  novel,  Esta  bruma  insensata  (This  senseless haze) (2019). The two conversations, one fictional, one real, could therefore gradually infiltrate each other—this was his hope—and reach their own separate level of truth.  After our final session, before we headed off for coffee at the Europa Café on  Diagonal,  Vila-Matas  invited  me  over  to  his  apartment  and  showed  me  his small writing room, the bookshelves of which were filled with works by his  beloved  authors—Beckett,  Kafka,  Tabucchi,  Duras,  Joyce,  Walser,  and  friends like Rodrigo Fresán and Roberto Bolaño. That space, I began to think, was  the  visual  form  of  Vila-Matas’s  literary  philosophy—fragile,  futuristic,  and  infinitely  valuable:  an  idea  of  writing  as  a  singular,  patient  process  that  can absorb and create the hyper world outside it.

Adam Thirlwell

https://www.theparisreview.org/interviews/7600/the-art-of-fiction-no-247-enrique-vila-matas

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Manhattan Tanning Corp.

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Barbería de Manhattan (foto de Vila-Matas

Barbería de Manhattan (foto de Vila-Matas

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Bibliografía francesa de CETTE BRUME INSENSÉE (agosto-septiembre 2020)

  Manhattan Tanning Corp.
  1. Kaprièlian, Nelly. Liberation de les pouvoirs magiques de la littérature. Les Inrockuptibles. Aout 2020.
  2. La viduité. Dédoublement de la disparition. Viduite.wordpress. 7/08/2020.
  3. Fillon, Alexandre. Vive l’écriture! Les echos (15 coups de coeur de la rentree). 27/08/2020.
  4. Quiriny, Bernard. Artisan du faux-semblant. Le Magazine Littéraire. Septembre 2020.
  5. Mony, Olivier. Visible, invisible. Le Magazine. Septembre 2020.
  6. Anonyme. L’un de ses plus complexes et des plus essentiels romans. Livres Hebdo. Septembre 2020.
  7. Lindon, Mathieu. VM et le «facteur fraternel». Liberation. Septembre 2020.
  8. Noiville, Florence. Enrique Vila-Matas, antibrouillard. Le Monde. 17/09/2020.
  9. Jacob, Didier. Contre son frère Bros. Le Nouvel Observateur. 18/09/2020.
  10. Chaume, Delphine. Magnifique roman. Un livre un jour [France 3 / France Culture]. 20/09/2020.
  11. Perreau, Yann. Portrait fascinant et vertigineux de Pynchon. Les Inrockuptibes. 21/09/2020.
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