LA PÁGINA 343 ——————–[Café Perec]

Portada de El tiempo envejece deprisa, de Antonio Tabucchi.

Portada de El tiempo envejece deprisa, de Antonio Tabucchi.

El vecino me adelanta para quitarme el ascensor y, a modo de disculpa o chufla, me dice que, ahí donde lo veo, lleva en realidad confinado veinte años y por tanto está muy adaptado al horror. Me quedo esperando el siguiente turno y como venganza imagino que me ha confesado que los viajes que no realiza le parecen cada día más una categoría mental, una forma de perderse en paisajes de la memoria antes de quedarse dormido. Con esto, sitúo impunemente en el mismo plano sus viajes imaginarios y su no solicitada confesión de dos décadas de confinamiento. Y lo hago en parte influenciado por una página del atractivo nuevo ensayo de Cristian Crusat, La huida biográfica (Pre-Textos) en el que se nos recuerda que una vida no contiene únicamente lo que hacemos, sino que está también integrada por lo que no llegamos a hacer, por lo que soñamos un día que haríamos. Es el caso, pienso ahora, del ciudadano Steiner, para quien su biografía y los viajes que le quedaron por hacer (“Ayers Rock en Australia  y la ciudad de Petra, que se han vuelto difíciles a mi edad”)  podían situarse, al final de sus días, en el mismo plano, y de ahí que sus memorias llevaran el muy atinado título de Errata, pues en conjunto su vida contenía ya una notable serie de proyectos perdidos que formaban parte también de ella.

Una página no sólo incluye lo que dice, y la prueba está en que sigo ahora mismo anclado en la de Crusat, atrapado por la analogía que en ella se establece entre la sospecha de que nuestras vidas contienen lo que nunca llegamos a hacer y aquello que afirmaba Antonio Tabucchi de que un libro –al igual que una página– no sólo incluye lo que dice, sino también aquello que los lectores buscan en su lectura.

Lo que los lectores acababan encontrando en sus libros siempre le deslumbró a Tabucchi. Creo haber vivido yo también esa experiencia: la repentina impresión de que la lectura es una actividad más noble que la escritura. Que haya lectores que busquen y lleguen a encontrar en lo que escribo algo que nunca había sospechado me recuerda a veces que el lector más inteligente de mis libros fue un amigo muy intransigente que se pasó años reprochándome todo lo que yo escribía. Hasta que un día en plena calle, para mi sorpresa, me cerró el paso para mirarme muy de frente y decirme que la página 343 de mi último libro le había dejado huella. Dijo exactamente eso, y hasta lo repitió: me ha dejado huella. No me lo podía ni creer y fui corriendo de inmediato a casa para revisar aquella página y enseguida comprobé que cuantas más veces me empeñaba en leerla con la mente de mi amigo superior, más veces fracasaba en el intento de captar qué había podido impresionarle de ella. No me quedó otro remedio que abandonar la vana tarea de intentar que mi cerebro suplantara al suyo. Pero desde entonces siempre se mueve algo en mí cuando alguien por ahí insinúa que una página o un libro no sólo incluyen lo que dicen, sino que pueden ser la proyección de los deseos de ciertos lectores, incluido –me digo enseguida– los del más agudo, los del más sabio.

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16 Marzo. A tres meses justos del Bloomsday.

 By Nuala O’Connor March 15, 2021 Arts & Culture James Joyce and Nora Barnacle, seated on a wall in Zurich. Image from the UB James Joyce Collection courtesy of the Poetry Collection of the University Libraries, University at Buffalo, The State University of New York.


By Nuala O’Connor March 15, 2021
Arts & Culture
James Joyce and Nora Barnacle, seated on a wall in Zurich. Image from the UB James Joyce Collection courtesy of the Poetry Collection of the University Libraries, University at Buffalo, The State University of New York.

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Fragmento de LA QUERELLA LITERARIA DE LOS UNOS CONTRA LOS OTROS.

jeff wall_boxing-2011_thumb[3]JESUS GARCÍA CIVICO : La literatura no nació para ser diseccionada en la mesa de un departamento de filología hispánica. ¿Cómo explicaríamos a Melville o Hawthorne que tenemos a sus ballenas conservadas en formol? Sobre el significado de la subversión, la literatura “criada fuera de la convención” es resultado de la visión de la novela como un territorio libre y sin vallado: Rabelais, Sterne, Rulfo, Borges, Kundera, Danielewski, Lucia Berlin… La voz propia puede o debe ser ecléctica. Witold Gombrowicz escribió sobre la posibilidad de darle una forma permanente a una inmadurez (a la plena voluntad de inmadurez) y en esas nos hallamos todos, o se halla alguien o me hallo yo. Lo no convencional pasará un día a ser convencional. Es lo que ocurrió con Hemingway, Carver, Remedios Varo, Ramones, Fellini o Sonic Youth: creo que se llama fagocitación. No hay experimentación sin tradición, ni nada nuevo surge sin una historia que lo preceda. Cuando era joven, la pirotecnia verbal era Nabokov y Burroughs era el transgresor. Hoy me sigo riendo con Pálido fuego y apenas me sonrío con The Naked Lunch. No sé si autor y libro son del todo separables y olvido algunos libros que he leído, pero sé que la novela nunca es hija, sino hijastra, y que no por ello se le ama peor.

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A arte do desaparecimento [ José Riço Direitinho en Ipsilon, suplemento de Publico, Lisboa 11 de Março de 2021]

PP - 21 ABRIL 2008 - MATOSINHOS - ENTREVISTA ENRIQUE VILA MATAS -08/04/00-Y

21 ABRIL 2008 – MATOSINHOS

Ter a literatura como tema dos seus romances é o jogo preferido do catalão Enrique Vila-Matas (n. 1948) — pelo menos desde o livro que lhe trouxe reconhecimento, História Abreviada da Literatura Portátil (1985), passando depois por Bartleby & Companhia (2000), O Mal de Montano (2002), ou Doutor Pasavento (2006), entre outros títulos que têm o processo literário como centro. A sua imaginação por vezes excêntrica opera com inteligente eficácia um estilo singular em que a ficção se compromete com o ensaio.

Esta Bruma Insensata, o mais recente romance, torna a não escapar da indagação das dificuldades de escrever hoje, parecendo querer deixar à mostra algumas angústias do autor. Se já no livro anterior, Mac e o Seu Contratempo (Teodolito, 2020), aborda a criação literária como uma “transcrição elaborada”, de onde a originalidade está ausente, neste sublinha essa misteriosa “impostura de escrever”. O romance conta-nos a história do singular vínculo entre dois irmãos: um é um famoso escritor que vive há duas décadas algures escondido em Nova Iorque (aqui é impossível o leitor não evocar as fugidias e misteriosas figuras de Thomas Pynchon ou de J. D. Salinger), que assina os livros sob pseudónimo, pratica “a arte do desaparecimento”, e o outro um tradutor que vive num casarão em ruínas, herdado dos pais de ambos, nas falésias de um lugar catalão junto ao mar. Este último foi contratado no início da carreira do outro para lhe fornecer citações de outros escritores (é um “recolector de citações”), ofício de ajudante que desempenha com algum fervor ao mesmo tempo que fornece material para que o outro use em intertextualidades, material este que é enviado em mensagens crípticas (não tendo a certeza de que o escritor as entenda, ou outra pessoa por ele, no caso a suposta mulher — de cuja existência não há certeza). O “ajudante” parece defender uma “teoria sobre a possibilidade de escrever romances com intrigas intertextuais e contra o fetichismo da originalidade”. Não se vêem desde que o escritor se instalou em Nova Iorque — nem uma fotografia trocaram, e o assunto de todos os emails trocados sempre se restringiu àquele trabalho, sem comentário pessoal.

Vila-Matas mostra-se, uma vez mais, um escritor de recursos inesgotáveis neste universo feito de temas literários e que coloca o leitor sempre perante conflitos — que serão também os do autor, as suas obsessões e dúvidas — que deixam os seus romances na prateleira dos que têm a metaliteratura como exercício. E talvez não seja descabido escrever que Esta Bruma Insensata é um dos seus livros mais metaliterários, não no sentido usual de que mostra com propósito as “costuras” da tessitura, mas porque se interroga sobre a própria ideia de realidade e de como fazer literatura. Já quase no final, quando se dá o encontro dos dois irmãos, em Barcelona, numa sexta-feira do final de Outubro de 2017 (a data assume importância por terem sido os dias de chumbo da perigosa crise política catalã, quando helicópteros militares sobrevoavam a cidade), há um diálogo entre os dois em que o narrador (o autor?) parece querer deixar clara a razão do livro: “parecia-me uma imbecilidade, dado que para mim viver era construir ficções. Havia, além do mais, muitíssimas razões de peso para afirmar que toda e qualquer versão narrativa de uma história real era sempre uma forma de ficção. A partir do  momento em que se organizava o mundo com palavras, modificava-se a natureza do mundo.”

É neste facto de a linguagem ser construtora do mundo, ao dar-nos dele uma distância crítica, que Vila-Matas justifica a literatura (a sua e a dos outros) como um olhar discrepante da realidade em relação a si mesma. As dicotomias apresentadas no romance pelos dois irmãos soam por vezes a diferentes visões num espelho quando olhadas de ângulos diferentes: talvez os dois irmãos sejam apenas as duas faces do autor em busca de uma razão válida para continuar a escrever.

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Un paseo por LA CALLE DEL ORCO (la página de Kim Nguyen Baraldi)

Epv8IunXcAEWRHvIGNACIO VIDAL FOLCH: A veces entro en la página llamada Calle del Orco o sea calle del infierno, a ver si ha incorporado, como hace de vez en cuando, sin periodicidad fija, alguna nueva cita de un autor venerable. La página acaba de cumplir 10 años de vida y consiste en eso precisamente: en un escaparate de citas –van ya 500—, generalmente en torno a la literatura, pero no siempre, sin otra jerarquía que el gusto del compilador.

Que no necesariamente tiene que coincidir, eso hay que darlo por descontado, con el gusto del lector. Veo yo en la pantalla, por ejemplo, la cita y el rostro de determinado novelista que no me gusta nada, pero es que nada, y tuerzo el gesto, pero al lado de ese se alinean los altares de tantos otros autores estupendos… hay para elegir.

En algunas ocasiones en que te convenga un refuerzo de la fe en la literatura, y también, otras veces, movido por el aburrimiento, o por ese estado de ánimo de curiosidad difusa e inconcreta en que uno quiere pensar pero no se le ocurre en qué –porque en sus cosas le parece que ya ha pensado demasiado—, puedes salir a dar una vuelta por la Calle del Orco –las entradas son independientes de la actualidad, se puede entrar por donde a uno le provoque—, y seguro que saldrá revitaminado con la lectura de los pensamientos de grandes maestros. Seleccionados con buen gusto por el compilador, que así va configurando una especie de arcimboldiano autorretrato.

A ese compilador no tengo el gusto de conocerlo, pero le he leído algunos artículos en Letras Libres, que rezuman entusiasmo y conocimientos. Se llama Kim Nguyen Baraldi. Este nombre tan particular no es un seudónimo: su padre, refugiado vietnamita en Lieja, conoció allí a su madre, inmigrante italiana. Kim estudió literatura en París y vive y trabaja en Barcelona. Si no me confundo andará por los 35 años. Tiene como referentes para su página de citas a los mejores: Simon Leys, que teoriza y practica este coleccionismo en Ideas ajenas, y Hugo von Hoffmansthal y su Libro de los amigos, en el que reunió sus citas preferidas de sus autores predilectos, alternándolas con breves observaciones. “La cita tiene mucho que ver con la amistad”, dice Nguyen. “Es elegir el texto de alguien y hacértelo tuyo.”

Algunas entradas son temáticas, como la relativa al plano de París, el plano físico, de papel, que reúne citas de Cortázar, Walter Benjamin, Modiano, Ribeyro, Rilke, Flaubert, Julien Green. O como Detrás de una ventana con citas de Leopardi, Modiano y  Baudelaire,  sobre la sugestión de misterio que hay en las ventanas de las casas, cuando uno pasa por la calle; especialmente de noche, cuando la ventana emite un rayo de luz, o se ve en ella moverse una sombra.

No reproduzco aquí las estupendas citas de Leopardi, Baudelaire y Modiano, porque basta con ir a la Calle del Orco y leerlas. Me atrevo a sugerir al compilador que el tema de las ventanas es muy interesante y digno de incorporar otras aportaciones. He confeccionado una lista de cinco o seis ventanas, de las que ahora mencionaré las tres más conocidas: la canción de Brel Les fenêtres; las High Windows de Larkin; y por supuesto, la ventana que vio Pessoa desde el coche prestado con el que circulaba por la carretera de Sintra.

Porque la mejor noticia de estos párrafos, siendo ya muy buena la noticia de la existencia de la Calle del Orco, es que no solo Kim Nguyen, todos podemos hacernos nuestro propio retrato de Arcimboldo… o nuestro propio monstruo de Frankenstein…

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¿En qué momento uno se convierte en escritor?

VM_PGimferrer_LaPedrera¿En qué momento aprendí a escribir frases literarias? Ahí puede estar el quid de la cuestión, la esencia de todo aprendizaje retórico. ¿En qué momento uno se convierte en escritor? Posiblemente en el momento en que traspasa la frontera que separa una frase vulgar de una literaria. Si no recuerdo mal, Pere Gimferrer, en Itinerario de un escritor cita estos versos de Góngora: «quejándose venían sobre el guante / los raudos torbellinos de Noruega». […] Gimferrer nos explica el significado de estos versos aparentemente difíciles de comprender: el guante es el guante de los halconeros […]. «Los raudos torbellinos de Noruega» quiere decir los halcones que se suponía que venían de tierras hiperbólicas, precisamente de Noruega, que en aquel momento era un nombre genérico y extraordinario. / Está claro que Góngora podría haber utilizado un lenguaje más directo, más vulgar. Lo habríamos entendido mejor, pero no habríamos leído unos versos memorables, sino una frase de absoluta banalidad prosaica, como una de esas frases que solemos entrecruzarnos siempre con los taxistas de nuestras ciudades nerviosas./ La literatura apareció en mi guante como un raudo torbellino de Noruega.”

(del prólogo a la edición de 2005 de LA ASESINA ILUSTRADA)

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El odio de todos los días. [Café Perec]

stIñaki Uriarte comentó en sus Diarios que, cuando escribía una reseña negativa, se sentía en la obligación, por una extraña coherencia interna con él mismo, de cogerle ojeriza al criticado. A veces, leo estas palabras como una sátira de la forma habitual de operar de ciertos críticos nacionales. En otras me hace pensar en Enrique Lihn, que  suponía que el odio que algunas personas manifestaban hacia él se explicaba por haberlas visto durante treinta años sin haberlas saludado jamás. No está mal pensado, aunque la verdad es que el odio de los otros tiene tantos recodos y misterios que cualquier interpretación que hagamos del mismo puede llegar a parecernos verosímil. Roberto Merino, cronista chileno que fue quien dejó constancia de las palabras de Lihn, recordaba con simpatía al poeta argentino Godofredo Iommi por una causa aparentemente banal: porque en el invierno de 1980 (en esos días Merino tenía dieciocho años y no le conocía nadie) le saludó con entusiasmo al cruzarse con él en una calle de Valparaíso. A mí, con mucha más edad, me tocó vivir una experiencia parecida en lo gratificante cuando, consciente de ser un completo desconocido para todo el mundo en Manhattan, casi no podía dar crédito de pronto a que alguien, desde la otra acera de la Sexta Avenida, estuviera gritando mi nombre: eran Valeria Luiselli y Álvaro Enrigue enviándome un alegre saludo que logró que me sintiera de repente como alguien que llevaba toda la vida en Nueva York.

Volviendo a Roberto Merino: nunca pudo superar cierta antipatía hacia Jorge Tellier porque éste en 1979 fue muy maleducado con él en una calle de Santiago cuando les presentaron. Algo también por el estilo me ha sucedido con escritores con los que en mi primer tropiezo con ellos, me ha tocado vivir un evidente desencuentro. Y es curioso comprobar cómo esas experiencias, casi todas del pasado, inciden todavía hoy en mi apreciación de lo que, a través del tiempo, voy leyendo de ellos, lo que me lleva a suponer que de un modo parecido, con gesto reciproco, operan muchos críticos a la hora de acercarse a los libros de autores de los que sólo recuerdan un gesto frío en el pasado. En estos casos, los prejuicios y la ojeriza previa se imponen desde primera hora a la lectura objetiva de lo que éstos escriben.

Por supuesto, hay otros mundos y otros odios. A la pregunta de por qué creía que eran tan detestados los judíos, George Steiner contestó: “Porque su identidad étnica e histórica perdura desde hace cinco mil años. El misterio de esa supervivencia es lo que despierta el odio en el no judío, un cierto sentido de lo abominable, y más con todo eso de que el judío ha firmado un pacto con la vida”.

Steiner dio con una respuesta de notable espectro metafísico que explica con valentía lo que  puede que habite en el fondo mismo de la manifestación de nuestro odio más supremo: la supervivencia de los otros. Hago una pausa y quedo pensativo. ¿Y no es la supervivencia de un escritor lo que tanto se les atraganta a sus enemigos, a sus odiosos odiadores?

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Perspectiva de sótano [Café Perec]

colonPor la mañana, a primera hora, me acerqué a la ventana y, repetición de las repeticiones, vi pasar por mi calle al joven de tantas veces, al que habla solo, barba cerrada y gorro frigio. Parecía un presagio de que aquel día que empezaba sería puro bucle, pero luego resultó lo contrario. Dos horas después, circulaba en taxi por Barcelona, rumbo al sur, rumbo al puerto. Aquel día podía ser excepcional porque por primera vez en meses salía del barrio. Iba camino del Museu Marítim de Barcelona, donde, en la ceremonia del premio Biblioteca Breve, iba a rendir homenaje al amigo Juan Marsé, que con Últimas tardes con Teresa lo ganara en 1965.

Llevaba un año sin hablar en público, por lo que en el taxi iba no exactamente aterrado, pero sí muy tímido mirando con extrañeza por la ventanilla la desolada –diría que arrasada– zona sur de la ciudad, un espacio que iba descubriendo con creciente estupor, como si nunca antes lo hubiera visto. De golpe, vi que lloviznaba y me pareció que el relato de mi viaje empezaba a tener de fondo el sonido de unos neumáticos mojados por la lluvia.

Aunque los parajes por los que cruzaba me eran familiares, seguía sin acabar de reconocerlos. Viajaba algo perdido, quizás porque sólo alcanzaba a percibir, desde mi perspectiva de sótano, la primera planta de todos los edificios, sin que lograra identificarlos del todo, aunque dejé de preocuparme por esto cuando comencé a divertirme especulando sobre la altura de los inmuebles. Viajaba en cierta forma muy expectante después de tantos meses de no moverme del barrio. Y de pronto, cuando con mayor curiosidad estaba mirando por la ventanilla, comprendí que lo que alcanzaba a ver correspondía en realidad con toda exactitud a la que era mi perspectiva ideal, como si me hubiera siempre desplazado por Barcelona a ras de suelo. Fue en ese momento cuando comenzó a llover más fuerte y, un segundo después, reconocí con inesperada emoción, a través del cristal empañado, la base del monumento a Colón, al final de las Ramblas. No hay otras ciudades, decía Mandiargues en La marge, donde las estatuas estén colocadas como en Barcelona a tanta altura, como si temieran dejarlas al alcance de los hombres. No sabiendo qué hacer con tan repentina visión, me comporté como un turista en mi propia ciudad y, recurriendo al móvil, fotografié el pie del monumento invisible.

Después, ya en el Museu Marítim, un periodista preguntaba al vencedor del premio qué era para él una novela perfecta y el galardonado, el almeriense Juan Manuel Gil, contestaba que solía ser aquella novela que sabía seducir, arrebatar plenamente al lector. Y mientras se extendía en su respuesta, yo iba en silencio completándola: para mí una historia perfecta tenía siempre un punto ciego, no sólo porque contaba un secreto, sino porque tenía algo oculto que un único lector iba a descubrir en el futuro. Ahora bien, de la mía, de la historia de mi viaje al sur, ¿qué era lo que con el tiempo podría un solo lector acabar descubriendo? Extranjero extraviado en mi propia ciudad, aquella pregunta hasta me separó de mí.

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LA COMEDIA HUMANA DE PISÓN.

pison_11_1000x528IGNACIO VIDAL-FOLCH: Sin proponérselo y sin voluntad serial o totalizadora, pero con parecida perseverancia novelesca, Ignacio Pisón va componiendo, novela a novela, una especie de versión democrática de la comedia humana balzaquiana, o de los episodios nacionales galdosianos. Entiéndase no en el sentido estilístico o totalizador, sino en el de la exposición de un juicio sobre una sociedad, sus usos, sus valores y sus fantasmas. Como los tiempos han cambiado mucho desde anteayer, los protagonistas de la comedia pisoniana no aspiran a conquistar París ni a combatir en épicas batallas ni siquiera a que les reciba en audiencia un ministro. Aspiran a vivir con cierta libertad y prosperidad, con salud, amor y un poco de dinero para vivir desahogadamente o por lo menos permitirse de vez en cuando alguna alegría. Estas novelas componen una especie de subtexto novelesco al pasado reciente. Son una crónica lateral, a pie de calle, del alma del homo democraticus español, bautizado con la Constitución. Al margen del valor literario y novelesco, este valor sociológico y psicológico ya constituye un logro.

Estas novelas están llenas de detalles elocuentes. Por ejemplo, en la última, Fin de temporada, una camiseta con una imagen de la serie Friends que luce el protagonista es un dato insignificante pero que sirve para “dar el tono” de la época, del nivel de imaginación de los protagonistas y de lo que les falta, quizá, en el aislado cámping en el que viven, cerca de la central nuclear de Vandellós; pero también, cuando esa camiseta reaparece 50 páginas más tarde, para anunciar el regreso de un personaje que había estado largamente ausente. La eficacia y economía de recursos elocuentes como éste que dan verosimilitud y compacidad al territorio de la ficción propuesta (espacio y personajes) es una marca del autor. Como estas novelas están llenas de detalles significativos y de personajes “calcados” de nuestras familias y explicados con simpatía y cercanía, concediéndoles toda la dignidad que sin duda tienen y merecen, pero afortunadamente sin bajo sentimentalismo, adulación ni condescendencia, con una seguridad y gran serenidad autorial, los lectores se reconocen en esos espejos estendalianos y agradecen el respetuoso trato recibido. Al fin y al cabo eso, respeto, es la clave de las relaciones civilizadas y de la altura humana; y como la carpintería de las historias es sólida y el lenguaje es preciso pero llano, sin desfallecimientos ni retórica, y las tramas argumentales están sabiamente salpicadas de intrigas, obstáculos, enigmas y peripecias que las relanzan de principio a fin, a la siguiente novela ese lector vuelve a la cita consigo mismo.

Ahí se les confirma, se les recuerda que el ciudadano no es solo ese pedazo de carne redundante, con cuatro ideas simples sobre el funcionamiento del mundo, cordero de un rebaño y presunta víctima de timos, que es como le tratan tantas instancias y poderes de la vida económica, laboral, política, familiar. Que es algo mucho más palpitante y valioso, incluidas sus imperfecciones, traumas y fisuras y anhelos insatisfechos.

No sé si lo que estoy diciendo ya lo han dicho otros antes, pues Pisón no es precisamente un autor ignorado o que haya pasado desapercibido, sino que se le celebra desde su primer libro, escrito cuando era veintiañero, que si no recuerdo mal eran unos cuentos titulados Alguien te observa en secreto. Muchas veces sus novelas se organizan en torno a los miembros de una familia, con sus afectos y experiencias compartidas, con su diversidad de caracteres: unos, abnegados, otros aprovechados o irresponsables… En su última entrega Fin de temporada, publicada el pasado mes de septiembre, la familia está vista a la luz más oscura y fatal, desde la escena del accidente con que sube el telón –el mismo autor resume el argumento en la entrevista que le hizo para Letra Global la admirada Anna María Iglesia— hasta la escena tremenda, de una violencia emocional pavorosa, que hacia el fin del libro constituye el relato inverso a la parábola evangélica del regreso del hijo pródigo. Leerle es una costumbre adquirida hace cuarenta años, y uno tiene pocas.

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Entrevista a Dror Mishani: «Vila-Matas, mi autor favorito de los últimos años»

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 ¿Qué conoce de España y qué escritores españoles son sus favoritos?

DROR MISHANI: ¡Ah! ¡La pregunta más importante! Y por fin, una oportunidad para rendir homenaje público a mi autor favorito de los últimos años: ¡Enrique Vila-Matas! Muchas gracias señor Vila-Matas, por Dublinesca, por Mac y su contratiempo, por Historia abreviada de la literatura portátil y en especial por Bartleby y compañía, libro al que dedicaré un curso completo el próximo año en la Universidad de Tel Aviv, y una de las más bellas y apasionadas que conozco sobre la literatura, el amor, las ganas de escribir y las oportunidades perdidas.

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TRES (de Dror Mishani, en Anagrama)

Un elegante e inteligente thriller en la estela de Hitchcock y Highsmith. La mejor novela del autor de Expediente de desaparición.

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RISAS EN LA OSCURIDAD [Café Perec]

Adam y António

Una vez, pasé una noche en un hotel frente al mar, en Cascáis. Por la mañana, en la luminosa terraza volcada sobre el Atlántico, había reconocido a Jean-Pierre Léaud –el doble de Truffaut, el inolvidable Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes–, pero no me había atrevido a importunarle, porque el actor tenía nada menos que sesenta años más que en aquella película y daba verdadero terror su mirada fija en el horizonte. Y también porque se necesitaba coraje para plantarse ante él y preguntarle si le importaría que le fotografiara. Recuerdo que David Cronenberg y Adam Thirlwell conversaban en una mesa cercana y que allí todos eran invitados del festival de cine de Lisboa y que, al comentarle a Thirlwell el miedo que me producía la seriedad extrema de Léaud, se ofreció a posar para mi cámara para que de ese modo, furtivamente, pudiera yo atrapar, al fondo de mi encuadre, la imagen de Léaud.

Horas más tarde, António Costa y Paulo Branco me hicieron saber que a Léaud lo tenía de vecino de habitación. Y a medianoche, lo imprevisible sucedió: comencé a oír las risas solitarias, cada vez más constantes, de mi vecino. Al no poder verle y sólo oírle, acabé imaginando a destajo. ¿Qué pasaba allí? Llegué a decirme que Léaud podía estar soñando que era Nikolái Stepánovich Gumiliov, aquel poeta que fue asesinado por los esbirros de Lenin porque durante el interrogatorio en las oscuras oficinas del fiscal, en la cámara de tortura, en los sinuosos corredores que conducían al furgón policial, en el furgón que le llevó al lugar de ejecución, y ya en ese lugar mismo, con la tierra revuelta por los pies pesados de un pelotón sombrío y desmañado, el poeta no paró de reír.

Que la  risa es el fracaso de la represión es algo bien sabido, pero quizás se sepa menos que la risa de Kafka, elevándose sobre cualquier tipo de represión, recordaba el tenue crujido del papel. Lo digo porque fue ese mismo continuado crujido el que emitieron aquella noche, en la oscuridad de Cascáis, las risas de Léaud. Y quizás por eso no tardé en imaginarle también a mi vecino reviviendo un episodio real de la Praga de entreguerras, aquel en el que un joven Kafka no pudo contener su risa en el acto oficial en el que con cierta pompa el presidente de la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo le nombró “técnico del Instituto”. Que sepamos fue un momento complicado para Kafka, que sólo buscaba darle las gracias a su jefe, al representante directo del Emperador, pero cuanto más trataba de frenarse, más difícil le resultaba dejar de reír “a mandíbula batiente”.

Volviendo a las risas de Léaud: éstas se detuvieron en la noche de Cascáis a las doce y diecisiete, así lo anoté. Pero la verdad es que, en medio del desconcierto general en el que vivimos, no me importaría ahora mismo volver a oírlas, que éstas regresaran con su misterio intacto, idénticas a entonces, imparables, secretas, más llevaderas que la vida, sin atascos de tráfico, ni tiempos muertos, avanzando como trenes en la noche, puro papel crujiente, puro fuego entre tanta oscuridad.

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Sur ‘Cette Brume Insensée’. Création totale. Brillantissime (Cedric Bru à ‘Les Obsédés Textuels’)

bombCEDRIC BRU (Les Obsédés Textuels) : Depuis ses débuts, l’énigmatique Enrique Vila-Matas passe la littérature au crible. Véritable personnage de ses romans singuliers, celle-ci détermine autant leurs intrigues que leurs climats. La littérature comme indispensable grille de lecture d’un monde, face auquel, pourtant, elle doit revendiquer chèrement une place qui lui est de moins en moins accordée. Dans Cette Brume Insensée, l’auteur catalan interroge principalement l’usurpation et par association le statut controversé de « grand écrivain. »

Simon, traducteur et écrivain à ses heures, passé à côté d’une œuvre (sûrement) par manque de constance et d’énergie, s’est spécialisé dans l’art de la citation. Véritable archives vivantes, il a mis son talent au service d’un jeune frère, Rainer dit Grand Bros devenu (étonnement) soudainement, après des débuts modestes, un écrivain mondialement célèbre à la faveur d’une trilogie de romans rapides, tous écrits à New York, où il vit reclus et anonyme à la manière d’un Salinger ou d’un Pynchon.

Rainer rétribue Simon depuis vint ans, sans jamais l’avoir revu, pour ce renfort littéraire dont Perec, s’inspirant d’Aragon, écrivait que : « L’introduction de la pensée d’un autre, d’une pensée déjà formulée dans ce que j’écris, prend ici, non plus valeur de reflet mais d’acte conscient, de démarche décidée, pour aller au-delà de ce point dont je pars, qui était le point d’arrivée d’un autre. » De ce fait, Simon en est venu à l’idée que ce frère distant et arrogant (il ne se manifeste que par mail et en le vouvoyant !) lui doit beaucoup, et que son œuvre sans ses références ne serait pas la même. C’est à ce stade de réflexion que Grand Bros, prêt à sortir de sa retraite, lui donne rendez-vous à Barcelone, en plein bouleversement indépendantiste. Que sortira t-il de ce mystérieux entretien ?

Dans ce roman labyrinthique où sont convoqués Kafka, Bolano, Joyce, Flaubert et beaucoup d’autres, Vila-Matas questionne le cœur même de la littérature. Territoire du faux-semblant comme de la plus extrême vérité, création totale dispensée de l’aide de Dieu comme pire chemin de croix de l’imagination, elle est ici non seulement à l’honneur, mais érigée comme la plus belle des possibilités.

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Epílogo de Vila-Matas a ‘Lista de desaparecidos’, de Andrés Barba y Pablo Angulo

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Me marcho, es tardísimo. Escondo mi mano tullida de nacimiento y dejo a la vista la otra, aquella con la que retuerzo cuellos de gatos callejeros. El calor, te digo, parece como un traje invisible, le dan ganas a uno de quitárselo. Me voy, dejo aquí una crema de afeitar como único aroma. Qué ridículo me verías si supieras lo que pienso. Sé que soy sólo un lugar, un hueco del barrio, soy este sitio de seres con paños fríos en el cuello, también de lavacabezas con apoyapiés eléctricos. Me marcho, es tardísimo, te digo. Jamás he tocado la vida ni con la punta de los dedos. Me voy, pero me quedo, porque soy el lugar, y un lugar nunca se mueve. Me quedo porque sólo tengo calma donde ya he estado, sólo calma donde nadie me dice quién soy, ni sabe quién he sido. Y porque la tarde es lenta y se astilla y me es familiar esta bruma sin niebla, los fríos paños blancos, esta cuesta suave del final del día.

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UNA EXPERIENCIA UNICA [Inés Macpherson sobre ‘Ese famoso abismo’]

Epv8IunXcAEWRHvLeer a Vila-Matas, creo que ya lo he dicho alguna vez, es saber que vas a iniciar un viaje sin saber exactamente cuál es el destino. Sus libros son un trayecto por una ficción que no busca convertirse en trama cerrada, en argumento estructurado o en historia entendida como cuento, como ese relato que tiene un inicio, un nudo y un desenlace evidente, con giros de guion estipulados, sino explorar precisamente el concepto de ficción, de creación. Leer a Vila-Matas siempre es una experiencia única. Sí, es posible que haya temas que dialoguen a través de su obra, que se entremezclen y te observen como un todo que no se acaba, que se transforma, pero al final, lo importante es el placer de adentrarse, de perderse, de disfrutar de los personajes que construye, de las reflexiones que plantea y del conocimiento literario y cultural que subyace, del viaje a través del lenguaje. Porque de eso se trata, de encontrarse con el lenguaje, con la literatura, con la imaginación y con una idea muy interesante sobre la creación, sobre la autenticidad, sobre la identidad… Pasa algo similar cuando decides leer libros en los que se dialoga de alguna manera con Vila-Matas. Cuando el año pasado me topé con Me llamo Vila-Matas, como todo el mundo, de A. G. Porta (Cuadernos del Acantilado), descubrí un libro portátil, pequeño en formato, pero inmenso en contenido, porque en él encontrabas un homenaje, una forma de concentrar referencias a su obra, sus conceptos, personajes, reflexiones; un diálogo literario y creativo que hablaba del escritor y la persona, del arte de desaparecer, de la forma en que nos vestimos con lo que leemos y luego, tal vez, lo dejamos salir.

Esta es la sensación que también he tenido al leer Ese famoso abismo. Conversaciones con Enrique Vila-Matas, de Anna Maria Iglesia, publicado por WunderKammer. En un formato de diálogo más clásico, como su nombre indica, tenemos ante nosotros una puerta a lo que hay más allá de los libros, o quizá más acá, lo que se mezcla en esa mente que uno no puede dejar de admirar, por lo que tiene de laboratorio y juego literario, de originalidad y atrevimiento, de admiración a su vez por la palabra y por el lenguaje, por la creación en todos los sentidos, y en particular por la literatura.  Si alguien me lanzara esa pregunta clásica que a menudo surge ante un libro, «¿De qué va?», no sé si tendría una respuesta que no hiciera referencia al título. Porque estamos ante eso, ante una puerta y un abismo, una ventana a la palabra, al universo personal y creativo de un autor. Pero estaría mintiendo, porque es mucho más que eso, aunque no sé si se puede decir, si se puede acotar en un único espacio. ¿Cómo resumir en una frase tantos libros, tantas reflexiones? ¿Cómo hacer entender que aquí encuentras historias de una ciudad, de una época y a su vez reflexiones sobre Poe, el doble, sobre Georges Simenon o Patrick Modiano? Creación y crítica, literatura en expansión, buscando el cauce y la manera de aparecer y desaparecer, de ser efímera y a la vez quedarse contigo sin que seas del todo consciente. Eso es lo que ocurre con muchos de los libros de Vila-Matas, que van contigo, caminan contigo, aunque creas que no; te observan o quizá eres tú quien los observa sin saberlo.

Lo que está claro es que lo que nos trae Anna María Iglesia es un regalo para aquellos que disfrutamos leyendo, y escuchando, a Vila-Matas. La forma en que las preguntas van creciendo a la par que las respuestas, creando un diálogo lleno de referencias, de comprensión y de deseo de comprender un poco más, hace que tengas ganas de volver atrás, en el libro y en los libros. También encontramos reflexiones fascinantes sobre la creación y la literatura, anécdotas personales, de la infancia, de los primeros años como escritor, de conversaciones o descubrimientos. Personajes cuyos nombres se cuelan en la realidad, citas transformadas, ese comprender que toda ficción es una creación, una construcción, un señalar que a veces hay que abandonar esa tragedia que puede impregnar nuestras páginas para redescubrir el juego, el atreverse, el crear.

Dividido en capítulos que exploran un tema, aunque exploren varios en uno, debo reconocer que me encantó la sensación de juego que uno se encuentra ante el número ocho, ese «Próximamente» que por un instante hace que tu cerebro se imagine esa parte del libro como una especie de tráiler del siguiente libro, como uno de esos anuncios de cine, con la pegatina de próximamente en letras rojas sobre fondo blanco. Y hay algo de eso, pero no es un próximamente en sus librerías, sino que es ese próximamente del cine, ese recuerdo suyo que es también el de muchos. Leer a Vila-Matas también es eso, ver como tus referencias dialogan con las suyas, ver dónde se encuentran, dónde tu cerebro hace trampas y se adelanta para darse cuenta de que se ha equivocado, porque, aunque parta de un mismo lugar, la conversación lo lleva a otro sitio.

El arte de desaparecer, la repetición y la diferencia, los personajes, la realidad y la creación, la ficción, la imaginación y el pensamiento, todos ellos conceptos que aparecen en la obra y en este libro, en esta conversación que agradeces poder compartir, poder leer y anotar, subrayar como si con el lápiz pudieras hacer tuyo lo que se escapa, fijar en la retina, y en las neuronas, un universo, una construcción de palabras ajena pero que te llama, que hace años que dialoga contigo.

Como lectora de Vila-Matas, una lectora que, por cierto, ha descubierto títulos que se le habían escapado, debo reconocer que este libro ya me gustaba antes de empezar. Al acabarlo, puedo decir que mi intuición no se había equivocado. Es una maravilla, una forma de leer y de escuchar, de observar y disfrutar de un camino literario.

¡Feliz jueves y felices lecturas!

(21.1.21)

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LA ANOMALÍA [Café Perec]

l-anomalie-4En mi anterior café Perec hablé de aquel amigo de Juan Benet que se echaba a correr en el Madrid de postguerra cuando creía ver en el cielo “una amenaza” (que en realidad era una nubecilla) detrás de la torre de Correos: “La amenaza, está allí, ¿es que no la veis?”. Pues bien, tres días después de hablarles de aquello a ustedes, cayó la Gran Nevada. Y la cosa no quedó ahí. En aquel mismo café Perec había explicado que a Don DeLillo la idea de El silencio le había llegado a principios de 2018 en el avión de París a Nueva York cuando se quedó con la vista puesta en la pantallita con todos los datos del vuelo y comenzó a preguntarse qué ocurriría si un día se producía un gran apagón tecnológico global. Y bueno, sólo unas horas después de publicar aquello, leí algo que enseguida vi que me habría permitido completar de un modo redondo la columna: en   L´Anomalie, de Hervé Le Tellier, novela ganadora del último Goncourt, se narraba la historia de un mismo avión volando dos veces entre París y Nueva York, con los mismos pasajeros, con tres meses de diferencia…, atravesando, por tanto, por un colapso temporal semejante al que creemos percibir ahora en plena maldita pandemia.

Ese parecido entre L´Anomalie y El silencio vengo de confirmarlo plenamente hace unos minutos al acabar de leer la novela de Le Tellier, con su trama ligada a la órbita científica del OuLiPo y de la que puede decirse que, “más que una ficción, es una experiencia de pensamiento”; lo dice el propio Le Tellier en la entrevista de L´Express que Joan de Sagarra me pasó cuando vio que en mi café Perec, contrariamente a lo que podía esperarse, no acababa hablando allí de L´Anomalie. “No es absurdo pensar que quizás seamos seres virtuales”, decía Le Tellier en esa misma entrevista, poco antes de preguntarse qué pasaría si el universo que tomamos por realidad fuera solo un señuelo, creado por ordenadores superpoderosos. Tomemos esto último con calma.  ¿O acaso no es algo que casi todos hemos pensado? ¿No será que nos gobierna en realidad una inteligencia artificial y vivimos en un mundo que es una completa “simulación”? Quizás por eso cierta literatura contemporánea, en sus obstinadas sospechas sobre el mundo real, explora tanto las relaciones entre realidad y ficción. Claro que esto no es algo que debiera sorprendernos tanto. A fin de cuentas, que la realidad es una ilusión no es precisamente algo nuevo (Parménides, Platón), sólo que la idea cada día nos llega expuesta con mayor rigor científico (Nick Bostrom) y Le Tellier piensa que lo que últimamente nos sucede está produciendo un cambio cada día más radical en nuestra percepción del mundo.

¿Es Le Tellier un visionario? No diría tanto. Es un enamorado de las matemáticas  que mezcla ciencia y literatura (por algo es presidente del OuLiPo) y que en su momento tomó más de un café con Perec, al que editó. Nada del otro mundo, salvo que le gusta pensar, como sus viajeros del avión a Nueva York, que tiene una vida secreta, y no imagina hasta qué punto esto podría ser verdad.

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Un imprescindible: ‘The Paris Review’ [Victoriano Sanjurjo en La Opinión de Tenerife]

nyoVictoriano Sanjurjo Sanjurjo EL DÍA (La opinión de Tenerife):  Una de las novedades literarias más sobresalientes de 2020 ha sido la publicación The Paris Review. Entrevistas (1953-2012), que ha visto la luz gracias a la editorial Acantilado. La revista, trimestral y en lengua inglesa, nació en París, en 1953, gracias a la iniciativa de tres norteamericanos: Harold Doc Humes (1926 – 1992), Peter Matthiessen (1927 – 2014) y George Plimpton (1927 2003), a los que cabría sumar, en los primeros momentos de andanza del proyecto, nombres como el de William Pène du Boisand (1916-1993), Thomas H. Guinzburg (1926-2010), etc.

Después de muchas sedes, Plimpton asentó la publicación en Nueva York en 1973 y fue su principal editor hasta su fallecimiento. En el número de otoño de 2003, dedicado al 50 aniversario de la revista, declaró cuáles fueron sus principios rectores: “Estos eran asombrosamente simples: dedicar la revista en gran parte al trabajo creativo (cuentos, extractos de novelas y poesía) y poner el material crítico (que tendía a ser el plato principal en las revistas literarias de la época) en la parte posterior del libro, si había alguno”. En términos similares se pronunció William Styron cuando, en el primer número de la revista, expuso como objetivo, además de dar un lugar residual a la crítica, el acoger a buenos escritores y a buenos poetas, sobre todo si “no tocan tambores ni empuñan hachas”. Traducción literal, dejemos que las interpretaciones metafóricas hagan el resto.

En agosto de 2003, Jacki Lyden, de la National Public Radio, en una entrevista que hizo al referido editor, apuntó: “En un momento en que otras revistas literarias se centraban en la crítica y las reseñas, Plimpton dice que quería que la nueva publicación se concentrara casi por completo en el trabajo creativo, como cuentos y poesía. “Íbamos a ver al novelista A, en lugar del crítico B” , dice Plimpton. “Y en lugar de hacer que el crítico B escriba sobre el novelista A en una reseña o crítica, acudiríamos al novelista y le pedimos que hable sobre el oficio de escribir“.

Aquí está la clave de por qué The Paris Review representó una bocanada de aire fresco dentro del panorama de las revistas literarias de la época; aunque de poco le hubiera servido si a la novedad no le complementase la calidad. Esta llegó por dos vías: por un lado, gracias a la magnífica nómina de autores que, antes de convertirse en auténticas celebridades, fueron aportando sus primeros trabajos (Kerouac, Beckett, Roth,…) y, siempre que se podía, cobrando por ello; por el otro, de la mano de extensas entrevistas que, bajo el enunciado de Writers at Work, se centraban en todo cuanto estaba relacionado con el oficio de la ficción de sus protagonistas: proceso creativo, hábitos, técnicas, rutinas, etc. Estas se terminarían convirtiendo en una seña de identidad de la publicación, como apunta Ignacio Echevarría en The Paris Review y el arte de la entrevista: “De hecho, marcaron un estilo propio dentro del periodismo literario: eran son todavía entrevistas muy elaboradas, por lo general hechas en varias sesiones (a veces con meses cuando no años entre una y otra), a veces por más de un entrevistador, y sometidas a revisión por los propios entrevistados, de modo que aseguraran la mayor fidelidad deseable a sus palabras, a sus ideas”.

Malcolm Cowley, en la introducción a la primera serie recopilatoria de encuentros, que vio la luz bajo el título de Writers at Work (1959), señalaba que, hasta la llegada de la revista, las entrevistas a autores eran productos que, por lo general, se caracterizaban por la incompetencia de los entrevistadores: o no parecían tener interés en la literatura, o no se documentaban como convenía, o buscaban hacer hincapié en temas superfluos o aspiraban a ganar un protagonismo que no les correspondía, quizás porque tenían una vena de escritores. Con la publicación que nos convoca, esto cambió: los reporteros, como señala Cowley, se preparaban, hacían las preguntas adecuadas y, sobre todo, estaban al tanto de las respuestas. Conviene resaltar la importancia de esto último.

El resultado de esta abnegada labor se visualiza en un conjunto de piezas que destacan por el interés de los contenidos aportados por cada autor y, a través de ellos, por la posibilidad de trazar una imagen tan amplia como precisa de cuáles han sido las rutas por las que ha transitado la literatura occidental de la segunda mitad del siglo XX y la primera década del actual. La intensidad de este fondo se ve correspondida por la efectividad de la forma en su propósito divulgativo: el estilo de los reporteros es ágil, ameno, directo; no pierden de vista la función periodística ni se desentienden del impulso natural de dar al texto sobre quehaceres literarios ciertos aromas poéticos.

El magnífico producto que nos llama está dividido en dos tomos: el primero, que llega hasta el año 1983, contiene 51 entrevistas distribuidas en 1 386 páginas; el segundo, 49 dispuestas en 1 404. En él se invirtieron ocho años de trabajo, lo que justifica el que solo llegue hasta el año 2012. Para su realización, se contó con cuatro excelentes traductores que han conseguido que las virtudes lingüísticas de los textos originales ingleses estén presentes en esta adaptación a nuestro idioma: María Belmonte Barrenechea hizo 19; Javier Calvo Perales, 37; Gonzalo Fernández Gómez, 36; y ocho, Francisco López Martín.

Las de este último se centran en autores en lengua española: Borges, Cabrera Infante, Cela, Cortázar, García Márquez, Marías, Paz y Vargas Llosa. Con la de Semprún, que tradujo María Belmonte, se cubre en este libro la nómina de nueve que utilizaron el castellano en sus producciones. Puedo entender que no apareciera en este título la entrevista que The Paris Review hizo a Vila-Matas en el número de otoño de 2020 y, hasta cierto punto, que no hubiera un lugar para los argentinos Manuel Puig (invierno de 1989) y Luisa Valenzuela (invierno de 2001); pero me cuesta más asimilar las razones para no incluir en esta relación a dos autores en lengua española que ya forman parte del cupo donde habitan nuestros “inmortales”: Pablo Neruda, que fue entrevistado para el número que se publicó en la primavera de 1971 y Carlos Fuentes, que aparece en el de invierno de 1981. ¿Por qué? El primero tenía como gran justificación para inclinar la balanza a su favor el Nobel que recibiría unos meses más tarde; el segundo, la inclusión de anécdotas tan gratas como la que Simon Weiss cuenta en la que le hizo a Cortázar. Seré breve: cuando el argentino visitó por última vez su país, se encontró con una manifestación de estudiantes que, al reconocerlo, dejaron de lado sus reivindicaciones para rodear al célebre escritor. Como cerca había librerías aún abiertas, agotaron todas las existencias habidas del autor de Rayuela para que este les pusiera su firma. “Un quiosquero, disculpándose porque ya no le quedaban ejemplares de sus libros, le pidió que le firmara una novela de Carlos Fuentes”.

Tampoco entiendo por qué, si es tan breve la relación de autores en lengua española que han aparecido en la revista entre 1953 y 2012, no se decidió incluir a los cuatro nombrados. Creo que, dadas las circunstancias editoriales e idiomáticas de la iniciativa cultural y mercantil, estos deberían haber tenido un hueco dentro del conjunto total de nombres abordados. Mención aparte está Saramago, entrevistado para el número de invierno de 1998, justo cuando recibió el Premio Nobel. Un escritor como el portugués, tan vinculado con España y con nuestras letras, tan universal en su cosmovisión del mundo y del hombre, ¿no era merecedor de un hueco en este recopilatorio?

Peter H. Stone, en la entrevista que le hace al autor de Cien años de soledad, apunta: “Aunque su inglés es bastante bueno, García Márquez habla principalmente en español y sus dos hijos se turnan para traducir”. Es una pena que las entrevistas a los hispanos se hayan tenido que trasladar del inglés. Qué lástima haber perdido los singulares y embriagadores matices que atesora nuestro idioma en boca de maestros de la palabra como los que recoge esta antología.

En el periodo que comprende este más que recomendado título, The Paris Review entrevistó a 47 mujeres, más o menos. Me ha llamado la atención el escaso número de escritoras que aparecen en la publicación. De cien nombres, solo hay dieciséis autoras. Creo que se podía haber compensado un tanto este desequilibrio, pues todas han participado en la revista literaria en igualdad de condiciones que sus homólogos masculinos, lo que permite considerar que también han contribuido con el panorama literario que recogen los dos tomos de Acantilado. El porcentaje que maneja el título que nos ocupa (16%) no difiere mucho del que apunta al número de premiadas con el Nobel (13.4%), si bien en las cifras del premio sueco se incorporan las reconocidas durante el periodo comprendido entre 2013 y 2020, a saber: Alice Munro (2013), Svetlana Aleksiévich (2015), Olga Tukaczuk (2018) y Louise Glück (2020); lo que tampoco habla en favor de la Academia Sueca si tenemos en cuenta que desde 1901 se entrega este reconocimiento.

Sin salir de las curiosidades “guarísticas” y del Premio Nobel de Literatura, es muy llamativa la cantidad de galardonados que pasaron por la revista. En el título que nos ocupa, aparecen veinticuatro. Dada la relevancia que supone esta distinción, cabe destacar, por un lado, los que recibieron el reconocimiento después de haber sido entrevistados (Eliot, Bellow, Siner, García Márquez, Brodsky, Gordimer, Walcott, Lessing, Naipaul, Pamuk e Ishiguro) porque habla de manera muy favorable sobre el instinto de sus editores; por el otro, los restantes trece que, con el premio en la mano, tuvieron a bien participar sabiendo de antemano los parámetros de realización de interviús tan exigentes del medio, pues nos permite resaltar el prestigio que ya tenía la publicación desde sus primeros números: Faulkner, premiado en el 49, fue entrevistado en 1956; en el 58, cuatro años después del reconocimiento, Hemingway…

IInsisto: The Paris Review. Entrevistas (1953-2012) es un producto editorial sobresaliente. Cuantos estén vinculados con la literatura (autores, editores, docentes, investigadores,…) deberían tener en los anaqueles de sus bibliotecas un ejemplar. Su lectura es una exigencia. Para los amantes de las buenas letras, la obligatoriedad pasa a ser una viva recomendación. Podrán no conocer buena parte de los títulos que se abordan en las entrevistas, pero el hecho solo de leerlas y acceder al conocimiento de estos y de sus autores bien merece la pena el viaje lector que se sugiere.

Dos peros hallo en esta iniciativa editorial que, si bien no la empañan, imposible dada la enorme calidad que atesora, sí le restan algo de efectividad como obra de consulta. Tengo claro lo que pediría si fuera editor y tuviera a mi cargo una segunda edición: por un lado, un índice onomástico de nombres y títulos presentes en todas las entrevistas, pues sería la mejor manera de poder establecer relaciones entre las referencias que apuntan los entrevistados. De cara a la conformación de las diferentes actitudes y estilos poéticos de los protagonistas, ¿hasta qué punto no es interesante conocer cuántos están a favor o en contra de la valía de un título o del quehacer de un colega en concreto?

Por otro lado, también solicitaría una introducción que estudiase la publicación, por analogía al menos con las diferentes series que vieron la luz en tomos individuales. “En los prólogos que suelen anteponerse a estas compilaciones, es casi preceptivo incluir alguna reflexión sobre el género de la entrevista”, señala Echeverría. Sirva de ejemplo lo que he apuntado hace ya unos cuantos párrafos a partir de las palabras de Malcolm Cowley. Falta esta reflexión y, con ella, el gran estudio sobre The Paris Review que podía haberse incluido antes de reproducir la primera entrevista de la colección, la dedicada a E. M. Forster. Junto con esta carencia, detecto además otra que, a mi juicio, es más grave dada la naturaleza del título que nos reúne: los criterios de edición y de selección. Como todo repertorio, el hecho de tener que elegir supone la presunción de los descartes. ¿Por qué están los que aparecen? ¿Por qué faltan los que se echan de menos?

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Ficciones de verdad y el derecho a la (auto)ficción.

NY, 2008Mar Gómez en Letras Libres: sobre el libro ‘Ficciones de Verdad. Archivo y narrativas de vida’ de Patricia López-Gay, [Letras Libres, México]

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Mencionaba Juan Marqués en un artículo en The objective que en nuestro país hay muchas buenas escritoras y escritores, pero muy pocos buenos críticos, en parte porque se confunde la crítica literaria con el periodismo cultural, y a este, con la promoción. Después de leer Ficciones de Verdad. Archivo y narrativas de vida de Patricia López-Gay, las palabras de Juan Marqués resuenan en mi mente. ¿Y si tiene razón? ¿Y si a los críticos literarios españoles les pasara como a nuestro personal sanitario que prefiere, o necesita, buscar suerte en otros países para desarrollar su profesión? Patricia López-Gay es profesora en Bard College, vive en Nueva York desde hace años. Su último libro (Ficciones de verdad. Archivo y narrativas de vida) sobre crítica literaria en conversación con el arte visual reflexiona, contextualiza y engrandece uno de los modos de escritura más significativos de la narrativa actual: la autoficción.

A la pregunta de si la autoficción es un género, una categoría, un recurso literario, este libro no nos ofrece una definición cerrada: la autoficción es desde su nacimiento una desarticulación de la norma. La autoficción ha llegado para quedarse, o quizá siempre estuvo aquí y la historia de la literatura pueda releerse desde ese prisma incierto. De hecho, Ficciones de verdad dedica varias páginas a reflexionar sobre el genio fundacional de nuestra literatura, Don Miguel de Cervantes, y la medida en que las narrativas de vida contemporáneas que desean ser novela vuelven a explorar el tema de la confusión entre la realidad y la ficción.

Para López-Gay, las autoficciones no son ni autobiografías, ni novelas, sino ambas cosas; abren a un lugar “indeciso” de escritura y lectura. En ese espacio vemos emerger una figura autorial contemporánea que, husmeando con suspicacia, busca ordenar y comprender huellas dudosas de vida que se nos presentan como realidad. Desbancando el tópico de las escrituras del yo entendidas como ejercicios egocéntricos, o de mera promoción autorial, López-Gay las repiensa desde un lugar que les devuelve la originalidad: el de la “fiebre archivo”.

La obsesión por archivar marca nuestra época tanto como las noticias falsas marcan nuestra realidad. Ficciones de verdad analiza proyectos de artistas españoles que han trabajado con el archivo generando una poética de la sospecha, como Montserrat Soto o Isidoro Valcárcel Medina. Como el arte, la literatura sospechosa de archivo, la autoficción, sirve como resistencia a la manipulación. Dentro del campo literario, en plena “era del retoque digital”, las autoficciones sirven para dislocar la lógica del archivo que se propaga, rebasando las artes, tras la invención de la fotografía.

López-Gay documenta cómo las narrativas del yo escritas desde el modo autoficcional rompen con el sueño del realismo. Nos abren a instantes congelados de vida. A lo largo de Ficciones de verdad, las autoficciones de Jorge Semprún, Javier Marías, Enrique Vila-Matas y Marta Sanz se redescubren en su archivar creador, creativo y sospechoso. Bajo el “ímpetu irrefrenable de organización de documentos históricos o personales, citas propias y ajenas, fotografías, recuerdos o reflexiones del día a día” en la pantalla o sobre el papel, estos autores producen autoficciones que se detienen en el tiempo ampliado de universos posibles, en las digresiones del pensamiento, en la apertura hacia esa otra vida a la que siempre ha invitado el archivo.

Una vida que trasciende el fin último –fisiológico— del autor individual devolviéndonos el énfasis a nosotras, lectoras de vidas y ficciones, pasados presentes y futuros. Defendiendo la autoficción de manera convincente y definitiva, Ficciones de verdad defiende también la función quijotesca, hoy renovada, que cierta narrativa, visual o textual, cumple en nuestras culturas contemporáneas: mantenernos alerta; abrirnos a un universo de libertad que no necesariamente nos aleja de la realidad, sino que más exactamente nos insta a sentir el cuerpo, tomar aire, expirar, agarrar herramientas críticas que nos ayuden a navegar los vaivenes mediáticos de la era de la posverdad.

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Enrique Vila-Matas, cité à l’ordre de la littérature [par Alain Nicolas, L´Humanité, decembre 2020]

Screen Shot 2019-08-22 at 9.57.53 a.m.Simon est un hokusai. Un métier qui existe si peu qu’il a inventé ce nom, qui évoque pour lui quelque  « subalterne japonais », et qui consiste à fournir en citations un écrivain. Cette activité a fini par remplacer celle de « traducteur préalable », celui qui fait un premier jet et propose des alternatives pour les passages difficiles avant que le « traducteur star » ne pose sur le texte quelques touches personnelles et sa signature. Mais, depuis qu’un grand écrivain new-yorkais lui a demandé de l’aider à nourrir son œuvre, il est devenu un « distributeur de citations » à plein temps.

Pourquoi, pendant vingt ans, et pour une somme qu’il juge lui-même « ridicule », a-t-il consacré sa vie à collecter, choisir et envoyer des extraits de toute nature à un unique client ? D’abord, parce que, depuis l’âge de dix-huit ans, il est dévoré de cette passion d’« absorber », de « rassembler toutes les phrases du monde ». Cette gloutonnerie l’a sauvé de la tendance inverse, qui le faisait buter sur la première phrase de chaque livre qu’il ouvrait, bloqué dès l’incipit par tous les possibles entrevus. Et il y a une autre raison : « L’écrivain distant » est son frère.

Oui, l’auteur culte des « cinq romans rapides », encensé par la critique et plébiscité par le public, n’est autre que Rainer Schneider, frère de Simon Schneider. Il a quitté Barcelone il y a vingt ans, changé de langue, de manière, de nom. Il s’appelle Rainer Bros, « Grand Bros » pour ses fans. Coquetterie ou névrose, il a disparu, comme Thomas Pynchon ou J. D. Salinger. Bros : un pseudo qui signale une étrange conception de la fraternité. Pourtant, malgré la pingrerie des honoraires de Rainer et le ton de ses mails, Simon va continuer cette humiliante collaboration. C’est que Bros, s’il a tout du sale type, est un grand écrivain. Simon l’admire. Il croit surtout qu’il n’est pas pour rien dans la métamorphose de l’obscur écrivaillon catalan qu’il était avant son départ en star mondiale de la littérature. En lui envoyant son lot de citations, il lui adresse des « consignes codées », suggestions, idées pour « structurer ses romans », qu’il a « la surprise de voir arriver à bon port ». « Sans ce supplément caché que (…) j’avais, pour ma part, forgé dans l’ombre, Rainer n’aurait jamais eu la griffe stylistique qu’aujourd’hui personne ne lui conteste. » Et en particulier son sens si personnel de l’intertextualité.

Cette brume insensée, dont Simon est le narrateur, n’est-elle pas un exemple de cette manière de mettre en réseau sa bibliothèque ? Vila-Matas a choisi pour titre un extrait d’un poème de Queneau, lui-même placé par Perec en exergue de chacune des deux parties de W ou le souvenir d’enfance. L’auteur, qui a toujours choisi la littérature pour sujet et même personnage principal de ses livres, ajoute un acte à un drame qui se joue tout au long de son œuvre. Écrire ou ne pas écrire ? Choisir de disparaître ou d’apparaître ? « Rejet radical » ou « foi et bonheur » ? Théorie ou pratique ? Ce dédoublement « psychotique » devient une aventure quand son frère distant lui annonce son arrivée, juste le jour de la proclamation de l’indépendance de la Catalogne. Coïncidence ? On ne sait pas. Ce qu’on sait, c’est que, comme toujours, Vila-Matas excelle à transformer un sujet grave en thriller fantaisiste. Ou vice versa.

Finn´s Hotel

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RIVERRUN [Adri Fauro se explaya a fondo acerca de las conversaciones de Anna María Iglesia y Vila-Matas]

002“Este es el resultado de meses de conversaciones, de un diálogo diario en el que he intentado captar al escritor y su universo”

Anna María Iglesia, Ese famoso abismo

Me resulta imposible colocarme en el rol de crítico literario porque no lo soy. Puedo engañarme pensado que persigo la idea de hacer literatura crítica para alejarme del cliché y no verme como un referente del elitismo, pero no sé si es verdad. Porque la crítica no existe, estamos rodeados de opiniones de gente que sobrevalora sus opiniones y poco más. Este texto tiene poco de crítica y mucho de búsqueda con la que explicar qué me interesa de estas lecturas. Intento estirar los libros que me envían para prolongarlos sin imponer mi opinión. Así nació Poscultura, como un sitio en el que no desperdiciar el tiempo con críticas rutinarias y en el que la ausencia de lectores sienta bien a quien escribe evitando que muera de aburrimiento. Tampoco soy escritor aunque vea las notas en los márgenes de los libros como un quitamiedos. De ahí surgen las ideas que he recorrido en este riverrrun* por Iglesia y Vila-Matas.

Llegué a Vila-Matas a través de ToteKing, así que cuando me hablan de Vila-Matas hablo de ToteKing. Él fue uno de mis referentes culturales durante la época de pantalones anchos, camisetas de baloncesto, botines Jordan y rapear en el skatepark. Anotaba todas los nombres que aparecían en sus temas para ir estudiándolos poco a poco. En parte, llegué a ciertos libros por sus letras y leí muchos paseando por la Fnac evitando a los dependientes. Tardé años en volver a Enrique hasta el prólogo de Búnker, donde sigue con su literatura referencial para explicar lo que tienen en común. En ese vacío entre ambas épocas descubrí a Anna María con La revolución de las flâneuses y leyendo sus artículos descubrí análisis más específicos de la obra del escritor.

Ese famoso abismo es la prolongación del interés de Iglesia por las referencias de Vila-Matas y hasta donde le llevan. Una extensión a cuatro manos -dos voces- de Historia abreviada de la literatura portátil, Bartleby y compañía, Chet Baker piensa en su arte y las publicaciones de su web -entre las que hay una entrevista suya al escritor en La Vanguardia sobre Marienbad eléctrico que parece el germen de Ese famoso abismo-. Todo libro nace de una obsesión. La literatura de Vila-Matas nace de las obsesiones. Ha conseguido hacer de ellas todo un campo de trabajo convirtiéndose en una fuente de títulos y personajes. Me encantaría coger alguna de mis obsesiones y volcarla en un libro evitando que esté estrechamente ligado a mí mismo. Borrarme “para dar lugar a un espacio literario compuesto de libros, recuerdos, citas, sueños…” como dice Iglesia.

Es fácil hacer que tu propia historia te aparte de la escritura y tender a sobrevalorar las cosas. Iglesia consigue evitar eso mismo con La revolución de las flâneuses, donde exprime la mirada sobre las que caminan como forma de insubordinación para convertirlas en observadoras. Ahora, con esta conversación infinita, pretende continuar profundizando en ciertas ideas sobre el autor y su obra pasando desapercibida para trabajar con ellas en paz. En ese allí de Walser, alejada, en ese afuera de Molloy que tiene mucho que ver con el “imaginary homeland” que “se vuelve homeland portátil”, obligando al lector a entrar para buscarle su propio sentido sin caer en el Error del que habla Céline. Quiere trabajar en esa mesa de Kafka que le descubrió Paula Massot. Por cierto, vivan las Paulas Massot de este mundo y con las que todos nos hemos cruzado en nuestras vidas y nos han llevado a “capturar lo ausente, lo que no se ve”.

“De ahí el carácter ensayístico de todos los textos vilamatianos, de ahí el ensayo como ejercicio de reflexión y contradicción, como punto de partida y nunca de llegada”

A lo largo de la conversación, Vila-Matas habla como alguien que viene de una época anterior a la de nuestra generación pero sus teorías están más cerca que las de sus coetáneos. Ya hablé de lo difícil que resulta el diálogo entre la vieja y la nueva escuela y las excepciones que voy encontrando. Su propuesta de ruptura en la literatura sigue siendo un vacío en el ahora. Se le intuyen las ganas de creer en el cambio, pero no cree. Aunque sí estamos en una momento de creación “acorde con el espíritu del tiempo, una literatura mixta” donde los límites ya no existen y se está borrando esa frontera entre realidad y ficción, todavía no hemos encontrado el cambio que perseguimos.

Es interesante saber que lo está diciendo teniendo delante a una de las periodistas y escritoras que forman parte de una generación que lo busca. Por eso, cuando hablan de Tote, Iglesia le dice que su relación es el ejemplo de que la literatura está encontrando nuevos espacios. Lo hace mezclándose con disciplinas como la música, algo que también dijo Luna Miguel en la última entrevista que le hicieron en El País (“Bad Bunny es literatura”), pero que no es suficiente. Esa ruptura trata debates muy próximos a Chet Baker y se repite constantemente dentro de cada una de esas dos partes en las que se divide: Finnegans y Hire, Spade y Cairo, Dr. Jeckyll y Mr. Hyde -Jess y Dean en Las chicas Gilmore-. En todas hay tensiones y contradicciones que nacen de la obsesión. La fijación que persigues y te persigue llevándote a veces a estar entre “dobles y dobles de esos dobles”. De dicha quiebra surgen también la de la linealidad temporal y, por ende, la de la concepción de narrativa como tal. Por lo que ese divorcio entre la narración y la realidad de la que hablan iguala a ambas como fragmentadas.

“-No sé si lo sabes, pero en su día se sospechó que Blanchot no existía, sino que era una creación de distintos escritores.

-Pero Blanchot existió; durmió, treinta años antes que yo, en la buhardilla que me alquiló Marguerite Duras.”

Con Ese famoso abismo, Iglesia hace recorrer a Vila-Matas sus propias ideas con la misma intención con la que las escribe mientras tú las lees pensando que pueden ser verdad o no. Cuando habla de Duras, siendo verdad, cuesta creerle por la sensación de fantasía que adquiere compartir espacio y tiempo con alguien tan imponente. Cuando habla de la aparición de Salinger en el autobús en Nueva York me recuerdo leyendo esa página y pensando en que cualquier día podía adelantarme Henry Miller en una BiciMAD y no me atrevería a hablar con él. Ahí reside todo mi interés en su trabajo, en la pelea constante entre realidad y ficción. En la impostura que supone la literatura para quien la escribe y la critica buscando huir de reglas absurdas. Todo es ficción, todo impostura, todo literatura. Un riverrun. Aunque no todo es escritura, tiene ese aire a Blanchot.

Es decir, sus trabajos confluyen en una cosa: la repetición. Si Tote dice “Vila-Matas me enseñó que uno escribe siempre lo mismo” e Iglesia le pregunta por la mala fama que tiene la repetición, se entiende que existe un punto medio en el que alguien con esa obsesión no escribe siempre lo mismo sino sobre lo mismo. Busca todas las aristas posibles que eso implica. De ahí surge una relación esencial: el rol de caminante. Los caminos que se recorren y las conversaciones que convierten las referencias en una forma de de comunicación esencial. Al final, después de leer y releer los libros que les unen se traza un riverrun bidireccional. Lo mismo que con la conversación que la escritora guía hacia lo inenarrable porque nada puede ir en una sola dirección: Iglesia me lleva a Vila-Matas, este a Toteking y viceversa.

“Si el trabajo de ficción crítica no me resultara difícil, me moriría de aburrimiento”

Enrique Vila-Matas, ChetBaker piensa en su arte


*Vila-Matas se refiere al riverrun, riocorrido o correrío en Chet Baker piensa en su arte cuando hace referencia a ciertos autores para recorrer su obra en un viaje circular y que se puede hacer en dos direcciones.

Publicado en Voces de la familia | Comentarios desactivados en RIVERRUN [Adri Fauro se explaya a fondo acerca de las conversaciones de Anna María Iglesia y Vila-Matas]

Joan de Sagarra: Recordando a Juan Marsé.

marséEl viernes, 8 de enero, Juan Marsé habría cumplido 88 años. La noticia de la muerte del amigo Juan, el 18 de julio de este año, nos pilló en plena pandemia: los papeles le dedicaron, sin regatear (salvo alguna que otra pluma independentista: “En Marsé escriu en castellà per diners”, como solía decir un ilustre economista de mi barrio), las páginas que le eran debidas, pero, para los amigos, para los compinches, como decía él, la desaparición de Juan fue un golpe, un golpe que a mí, en particular, me costó de encajar porque yo también había nacido un 8 de enero y entre nosotros, desde aquella noche, hace ya un montón de años, en que Josep Maria Carandell nos presentó en la barra del Bocaccio, había nacido algo más que una amistad, una complicidad, como decía JuaPoco después de la muerte de Juan, en el mes de agosto, llegó a las librerías un regalo inesperado para muchos. Se trataba de Viaje al sur, un reportaje que el joven Marsé realizó entre el mes de noviembre de 1962 al mes de julio de 1963, por encargo de la editorial El Ruedo Ibérico, con sede en París. Un libro que se había dado por perdido y que finalmente se dio con él en el Instituto de Historia Social de Amsterdam, en el fondo Ruedo Ibérico. El regalo en cuestión –con fotografías de un joven Albert Ripoll Guspi– fue publicado por Lumen en una edición y una introducción –rica y excelente introducción– de Andreu Jaume. Como les decía, el libro salió en agosto y, al margen de algún que otro espléndido escrito de algún que otro compinche, la covid se lo tragó, como tantas otras cosas. Y en eso llegamos al mes de diciembre del pasado año, el mes de las fiestas navideñas, el mes de los regalos, en los que los libros se convierten, como la mascarilla, el jamón, o las bragas, en un obsequio más…

Durante el pasado mes de diciembre me tomé la molestia de leer detenidamente, cariñosamente, las páginas de periódicos como La Vanguardia, El País, El Periódico… en las que se recomendaban los libros que hay que comprar, que hay que regalar, que hay que leer en estas Navidades, y en ninguna de ellas he visto que se hiciese la mínima mención de Viaje al sur, del amigo Marsé. “¿Será defecto de Lumen?”, pensé por un momento. “¿Será que los “expertos” de los papeles empiezan ya a estar hartos del amigo Marsé que, a los 87 años, aún se permite el lujo de sacar una pequeña joya de su juventud, como es Viaje al sur?”.

Permítanme que recoja, que me centre en el término “los expertos”, término que, por suerte o por desgracia, nos es harto familiar desde que la pandemia azota nuestros barrios, nuestras ciudades. En el Xlsemanal del ABC ,nº 1.732 (del 3 al 9 de enero del 2021), se habla también de los “expertos”, pero, en este caso, no se trata de gente más o menos sabia en la pandemia, sino en los libros. En principio se trata de 133 personas del mundo de la cultura –ojo, con un premio Nobel entre ellas–; gentes del mundo “de la cultura”: críticos, periodistas, editores, agentes literarios, escritores, que van a escoger las 196 obras esenciales para una Biblioteca Perfecta (así, con mayúsculas). Y luego esas 196 obras esenciales van a ser refrendadas o no por más de once mil votantes…

Vamos, un juego más. Pero, ojo, ni entre esas 196 obras esenciales, ni entre lo que cuelga, figura una sola obra de Juan Marsé, el Marsé de Últimas tardes con Teresa (que chupa, y cómo, de Viaje al sur), de Si te dicen que caí o de Rabos de lagartija. Pero sí figura, como no, Javier Marías y Eduardo Mendoza. Pero no figura Pío Baroja y sí Arturo Pérez-reverte –que semanalmente escribe en el suplemento y tomó parte en la Biblioteca Perfecta–, el cual, a la hora de “los autores con más presencia”, queda detrás de Shakespeare (6 obras), de Dickens (5 obras), pero por encima de Tolstoi (3 obras), emparentado con Mario Vargas Llosa. Toma castaña.

A Juan Marsé, que no era indepe y encima era muy envidiado por gentes del oficio que no le perdonaban sus éxitos, le va a ser muy difícil, en los tiempos que corren, convertirse en un autor al que poder regalar por Navidades o reconocer en la Biblioteca Perfecta del ABC (como les ocurre a Pío Baroja, a Céline, a Faulkner y a tantos otros). Más motivo para crear, a la francesa, unos Amigos de Juan Marsé, con publicación incluida. La familia de Juan, su agente literario y su editorial tienen la palabra. Para la presidencia de los Amigos de Juan Marsé, yo propondría a Joan Manuel Serrat. Coincidí con él cuando fui a despedir a Juan en Sancho de Ávila. Joan Manuel y Marsé se entendían a la perfección, empezando por el que fue nuestro cine Roxi, y quien dice el cine Roxi, dice tantas otras cosas que nos fueron comunes y que hoy por desgracia ya no existen.

Posdata: Por Navidad/reyes yo suelo mandar un paquete de libros a mis amigos. A mis amigos del Club de los Pulpos de Nantes (en homenaje a Jules Verne, hijo de Nantes), les he mandado –son cinco– a cada uno un ejemplar de Viaje al sur yde Fin de temporada, de Ignacio Martínez de Pisón. Y a Joseph, el más joven (22 años) otro de El fill del xófer, de Jordi Amat. A C., mi amiga la marquesa napolitana, le he mandado el Viaje al sur y una botella de armagnac, viejo armagnac. C. no llegó a conocer a Marsé, pero cuando lo lee me dice que le recuerda un armagnac, aquel viejo armagnac…

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Detrás de la torre de Correos. [Café Perec]

torre de CorreosNovela breve, pero en ningún caso “obra menor” como la han calificado algunos, El silencio, de Don DeLillo, se abre con una intuición de Einstein: “No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se librará con palos y piedras”. La idea de El silencio (Seix Barral) le llegó a DeLillo a principios de 2018 y el libro no lo concluyó hasta mediados del pasado mes de marzo, justo cuatro días antes de que irrumpiera la pandemia. La trama vino hacia él en el vuelo de París a Nueva York cuando se quedó con la vista puesta en la pantallita con todos los datos del vuelo y comenzó a preguntarse qué ocurriría si un día fallara el sistema y toda aquella dinámica información quedara de pronto reducida a cero; en definitiva, qué sucedería si se produjera un fulminante apagón tecnológico global.

La pregunta la veo a veces conectada con la que formulara en enero del año pasado Tom McCarthy en Casa vacía del estornino, su exposición en la Whitechapel de Londres, donde proponía que pensáramos en la amenaza que se cernía sobre nuestros sólidos sistemas de control y vigilancia de masas, no tan infalibles como creíamos y más bien siempre prestos a derrumbarse por un simple fallo.

“La amenaza, la amenaza…” me parece estar ahora oyéndole decir al economista Antonio Flores de Lemus, aquel amigo del que hablaba Juan Benet en Barojiana, el mismo que por las calles del Madrid de postguerra, se echaba de pronto a correr y acababa refugiado en un portal desde el que, por detrás de una rendija, observaba temerosamente el cielo. “La amenaza, está allí detrás de la torre de Correos, ¿es que no la veis?”. Aquella amenaza, según Benet, era en realidad una desamparada y desorientada nubecilla blanca que, extraviada en el luminoso cielo de la ciudad, había optado por inmovilizarse sin esperanza de llegar al crepúsculo.

Hoy, cuando somos ya conscientes de que cualquier cosa puede pasar, sabemos que no debemos desatender ciertas amenazas. ¿O no se ha vuelto todo bien raro últimamente? ¿No hemos entrado en paranoias desenfrenadas? A los dos meses de inaugurar McCarthy su exposición y cuatro días después de dar por terminado DeLillo El silencio, se produjo, en forma de pandemia, un fallo grave en el sistema, lo que a veces me lleva a preguntarme si no caerá pronto sobre nosotros el apagón tecnológico y el corte de toda posibilidad de comunicación que describe la novela de DeLillo. Todo podría ser. Más altas torres cayeron. Dado que tantas de las intuiciones que tuvo Einstein han acabado confirmándose, no sería raro que, por ejemplo, tras un tercer gran conflicto mundial por el que cruzaríamos a ciegas con todas nuestras pantallas en blanco, siguiera una guerra de palos y piedras al estilo de 2001: Odisea del espacio, lo que nos dejaría irremisiblemente viviendo a la luz de las velas, con iluminación natural, no artificial, como en los tiempos de Barry Lindon. ¿Gran catástrofe? Quién sabe, tal vez no esté tan mal vivir en una película de Kubrick.

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Writing a novel

20201231_170544Writing a novel is a wonderful adventure, but at the same time one always eventually realizes that the novel was born dead, because it’s a genre that cannot represent reality. Of course this “manufactur-ing defect” and reflecting on it is precisely what makes the construction of the novel so appealing.

Vila-Matas in The Paris Review. The Art of Fiction

No. 247

Interviewed by Adam Thirlwell

  Fall 2020

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Écrire au temps du discrédit – à propos de Cette brume insensée de Vila-Matas (2/2) Par Christian Salmon

Economía y crédito de la ficción se enlazan en esta crítica tan bien engarzada por Christian Salmon,fundador del Parlamento Internacional de Escritores, del que formó parte entre 1993 y 2005 y uno de los críticos más incisivos de la sociedad contemporanea.


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Face au discrédit général, Cette brume insensée, le nouveau roman de Vila-Matas, accrédite la possibilité d’une littérature réflexive, consciente de son passé et de ses enjeux contemporains, attentive aux mécanismes de l’échange et de la célébrité, comme aux ruses de la disparition de l’auteur qui n’est souvent qu’une case de la distribution auctoriale. Une littérature pour temps de discrédit, armée de pied en cap contre son Industrie (car il y a une industrie littéraire comme il y a une industrie du cinéma).

Avec la brume ou le brouillard, on sait à quoi s’en tenir en général. Au volant, les consignes sont claires. Ralentir. Allumer les phares antibrouillard. Compenser la perte de visibilité par une attention redoublée. Mais avec Vila-Matas, les choses ne sont pas aussi simples. Quelle est donc cette brume « insensée » ? D’où vient-elle ? L’épigraphe, censé éclairer les intentions de l’auteur ne nous aide guère : « Cette brume insensée où s’agitent des ombres, comment pourrais-je l’éclaircir ? » Seul indice, si évident qu’on n’y prête pas tout de suite attention, l’auteur de la citation, Raymond Queneau ! Avec Queneau, le père de l’Oulipo ; nous voilà prévenus, s’il y a une énigme à éclaircir dans le roman de Vila-Matas, elle ne peut être que littéraire.

Le choix des mots n’est jamais innocent chez Queneau ou Vila-Matas. Leur brume « insensée » n’est pas une quelconque brume formée par la condensation de l’eau, ou par la pollution industrielle au-dessus des grandes villes. Elle ne se forme pas à l’extérieur de nous, par voie atmosphérique. C’est un brouillard de mots, un nuage de mots qu’il s’agit d’éclaircir, un nœud à dénouer et on ne dénoue les mots qu’avec d’autres mots. D’où cette brume insensé qui émane des paroles échangées.

« Les mots n’ont absolument pas la moindre possibilité d’exprimer quoi que ce soit. À peine commençons-nous à verser nos pensées dans des mots et des phrases que tout est fichu » (Vila-Matas, Bartleby et compagnie). Encore une fois, Kafka en sous-texte de Vila-Matas : « Chaque mot, retourné dans la main des esprits – ce tour de main est leur geste caractéristique – se transforme en lance dirigée contre celui qui parle. »

Il y a donc certaines précautions à prendre avec le langage. Pas question d’y aller à mains nues. Il y faut de la ruse comme au poker. Il faut squeezer, tromper, anticiper : bref user de subterfuges…

Dès les premières pages de son roman, Vila-Matas distribue les cartes ou plus probablement, vu qu’il est seul, entame une réussite, ce qu’on appelle aussi un solitaire. Mais l’objet paradoxal de cette réussite (on n’en finit jamais avec Vila-Matas de retourner les cartes ou les mots), c’est l’ échec. Réussite de l’échec. Au centre de l’intrigue, une disparition, celle du frère du narrateur. On ne résume pas un roman de Vila-Matas, il faut en parcourir tous les tours et détours. Contentons-nous de désigner le cœur de l’intrigue : il est question d’une disparition. On pense bien sûr au film d’Antonioni, Profession : reporter, qui raconte l’histoire d’une disparition à la faveur d’un échange de passeport avec un voisin de chambre décédé.

Dans le roman de Vila-Matas c’est le frère du narrateur qui a disparu, le grand Bros, « l’auteur distant » devenu un écrivain célèbre à New York. C’est donc une disparition paradoxale, au comble de son exposition médiatique, dans une surexposition médiatique par une sorte de dévoration. Pour paraphraser une formule de Martin Amis à propos de Salman Rushdie, on pourrait dire de lui « He has vanished into the front page ». Il a disparu à la une.

Entre les deux, le facteur fraternel se résume donc à l’envoi d’une somme d’argent contre des citations.

À l’instar des Pynchon et autre Salinger, il a organisé sa disparition publique mais aussi sa disparition privée pour sa famille restée à Barcelone et son frère aîné, le narrateur. Son père l’a surnommé une fois pour toutes « la comète de Halley » (en souhaitant ne jamais la voir passer à nouveau près du toit de sa maison). Ce fils prodigue est donc un fils discrédité. Même le narrateur son frère, avec lequel il garde un lien minimal deux fois l’an, le « perçoit » comme un frère furtif, un frère fictif, auquel il est lié par une sorte de contrat qu’il nomme d’un terme abstrait « le facteur fraternel ». Dès lors, pour filer la métaphore, la tâche du narrateur sera de factoriser sa relation problématique avec son frère, c’est-à-dire d’en décomposer les facteurs. « Pas une seule fois, écrit-il au long des deux décennies, il n’eut la délicatesse de m’appeler Simon : comme s’il m’était impossible d’être Simon Schneider pour lui. »

Ces deux-là n’en finissent pas de se la jouer à l’envers. L’un est exilé à New York, l’autre campe sur les terres paternelles en Catalogne, dans cette maison familiale, au bord d’une falaise. L’un est un romancier célèbre qui a disparu dans la ville des disparitions comme il se doit, l’autre est un artiste anonyme, qui se définit sur sa carte de visite comme un « artiste citateur » ou un « traducteur préalable » qui se borne à fournir des citations à son frère en échange d’un modeste pécule deux fois par an. Entre les deux, le facteur fraternel se résume donc à l’envoi d’une somme d’argent contre des citations. Citations contre nourriture. « Les citations m’aidaient très souvent à me tirer d’affaire. C’était mon unique bien. » Une sorte d’emprunt ou d’hypothèque littéraire.

Mais qui est le créancier de l’autre dans cet échange ? Car la citation est elle-même une forme d’emprunt. Qui des deux frères rembourse donc la dette contractée dans l’enfance ? Et qui est l’auteur de l’autre ? « Être expert dans l’anticipation de phrases était au fond une grande vérité. Ne prenais-je pas de l’avance avec mes sélections de citations sur tout ce qui, ensuite, avec la légère griffe artistique de Bros, avec sa prestigieuse Bros Touch, apparaissait dans son œuvre ? »

Les deux frères distants se retrouvent le jour de la manifestation anti-indépendantiste dans une Catalogne en voie de séparation. Chacun réclame son dû. Grand Bros éprouve du ressentiment envers Cadaqués, sa ville natale, « pour y avoir été maltraité dans sa jeunesse », pour « l’avoir poussé à boire et à se droguer ». Son frère se sent humilié par son cadet qu’il appelle « l’auteur distant ». Les deux frères s’estiment lésés, l’un de l’amour du père, l’autre du succès du frère. Comptabilité d’une maison fondée dans l’enfance, de l’amour reçu et donné et des dettes et créances qui en découlent… Traduction des affects dans la logique du crédit.

Si les deux frères se retrouvent en Catalogne, c’est pour régler les comptes de l’héritage familial. L’expression « régler ses comptes » est d’ailleurs répétée à plusieurs reprises. « Il était convaincu, par manque d’information fallait-il supposer, que la bâtisse du Cap de Creus avait une certaine valeur financière et que la moitié de l’héritage lui revenait. En percevant clairement que celle-ci n’existait pas et que nous n’avions hérité que d’un monceau de pierres, de ruines, il sut garder les formes, pas un seul muscle de son visage ne broncha, il encaissa la nouvelle avec une grimace sereine et impénétrable, voire élégante, dirais-je. » Mais « personne n’achèterait la maison parce que la mairie envisageait de la détruire, je ne pourrais jamais la reconstruire à cet endroit si proche de la falaise ».

Séparés géographiquement, mais aussi symboliquement par les positions inversées qu’ils occupent dans la famille, tête bêche, comme des cartes à jouer, des valets de cœur, aimés ou mal aimés du père, débiteurs de son nom et de sa maison en ruines. Séparation, citations, dette, voilà les éléments du « facteur fraternel ». Vila-Matas joue avec les triangles : Triangle de villes (New York, Barcelone, Cadaquès). Triangle oedipien (le père et ses deux fils). Triangle auctorial (artiste citeur, traducteur préalable, romancier). Il les aligne, les retourne, les oppose en une série de figures et de paradoxes: œuvre vs désoeuvrement, achèvement vs échec, gloire vs infamie visibilité vs invisibilité… « Il est clair, écrit le narrateur, que se cacher ainsi finit par se payer au prix fort »

Si la brume de Vila-Matas est qualifiée d’ « insensée », c’est qu’elle affecte le sens de toute chose.

Quand la parole est frappée de soupçon, la confiance disparaît et le crédit s’effondre. Cela vaut pour le système bancaire comme pour l’économie des discours et, par conséquent, la production littéraire. Au cœur du roman de Vila-Matas, il y a le discrédit qui frappe toutes les formes de discours autorisés. « Toute ma vie semblait tout à coup ne tenir qu’à un fil inattendu et unique qui était, en même temps, mon seul objectif clair : parvenir à compléter cette phrase. »

La « brume insensée » de Vila-Matas est comparable au « brouillard de guerre » dont parlait Clausewitz pour désigner l’absence ou le flou des informations en temps de guerre. « Toutes les actions doivent dans une certaine mesure être planifiées avec une légère zone d’ombre qui (…) comme l’effet d’un brouillard ou d’un clair de lune, donne aux choses des dimensions exagérées ou non naturelles. » Du brouillard de guerre au brouillard du discrédit. Le roman de Vila-Matas « raconte l’histoire secrète d’un doute. »

Si la brume de Vila-Matas est qualifiée d’ « insensée », c’est qu’elle affecte le sens de toute chose. Elle se dépose sur les mots comme une mousse envahissante. Elle brouille l’usage des mots, le sens que nous leur donnons, les fonctions du langage qui règlent notre rapport aux autres et au monde. Elle naît de nos interactions, de l’usage que nous faisons du langage. Elle pénètre partout, désorientant les acteurs, les vouant à la spéculation et aux jeux de langage. Maladie auto-immune du langage. Discrédit général. Inflation verbale. Les écrivains sont les premiers touchés, les premiers à en ressentir les effets. « Valeria semblait inscrite au Club des narrateurs non fiables, voire perturbés, en supposant l’existence d’un club de ce nom… On ne pouvait être très sûr de rien avec elle et encore moins de ses réponses. »

Dans ce roman où se nouent habilement le flux des paroles et la circulation de l’argent, Vila-Matas tisse des liens entre monnaie et fiction, récit et crédit. Tout acte, toute pensée, toute parole sont indexés à un ordre monétaire… Cela ne signifie pas seulement qu’ils ont un prix mais qu’ils expriment des désirs multiformes qui seront subsumés dans l’instant par la monnaie comme équivalent général de tous les désirs, ou différés dans un futur proche par la dette. « Le dernier vendredi d’octobre 2017, la Catalogne étant sens dessus dessous, le retour inattendu du blocage devant une simple phrase me renvoya en un premier temps à un drame du passé… M’enliser dans une phrase me faisait toujours connaître un moment horrible parce que j’en vivais. C’était mon gagne-pain… »

Vila-Matas met ainsi en relation dans un montage déroutant et parfois loufoque des évènements apparemment séparés comme par exemple la crise catalane, son travail de traducteur préalable, l’impossibilité soudaine d’achever une phrase et sa capacité à gagner sa vie.

Dans son livre Petite psychanalyse de l’argent (PUF, 2015), Patrick Avrane souligne ce lien entre le langage et l’argent, le désir et le crédit : « L’argent appartient au registre du langage ; il n’existe pas en dehors de l’échange entre êtres humains. Il ne relève pas uniquement du langage oral, mais de celui qui se prolonge dans l’écriture. Pas de monnaie sans écriture, et sans doute pas d’écriture longtemps sans monnaie. »

« Sans monnaie, souligne le psychanalyste, le questionnement sur ce que désire l’autre est infini, donc sans réponse. Avec la monnaie en revanche, mon désir n’a plus à se calquer sur le désir de l’autre… La monnaie instaure une distance entre mon désir et celui d’autrui, elle surplombe les objets avec une parfaite indifférence. »

« (Bros) semblait vouloir imiter le rythme fiévreux de notre temps et fuir toutes les deux pages, ce qui, à la moindre de ses négligences, aurait pu se solidifier en un thème grave ou frivole mais central de son livre : c’est peut-être la raison pour laquelle il sautait de l’amour et du temps qui passe aux « fluctuations de la Bourse », de la musique de Beethoven à des commentaires gastronomiques, des « familles malheureuses » de Tolstoï et compagnie à la lésion dans le dos de John Fitzgerald Kennedy… « Gran Bros è mobile », avait chanté une fois élégamment à Auckland, Nouvelle-Zélande, un groupe de grands ivrognes, tous admirateurs à en mourir de ses livres. Et ce YouTube avait fait le tour du monde et représenté probablement le point le plus élevé de sa consécration comme écrivain culte. Finalement on dit encore de ce YouTube qu’il avait influencé le dessinateur Banksy, en particulier, bien sûr, au sujet du thème de l’invisibilité traité avec une si raffinée et puissante perfection. »

Face au discrédit général, le roman de Vila-Matas accrédite la possibilité d’une littérature réflexive, consciente de son passé et de ses enjeux contemporains, attentive aux mécanismes de l’échange et de la célébrité, comme aux ruses de la disparition de l’auteur qui n’est souvent qu’une case de la distribution auctoriale. Une littérature pour temps de discrédit, armée de pied en cap contre son Industrie (car il y a une industrie littéraire comme il y a une industrie du cinéma). Cette industrie « qui vend ses succès, les convertissant en marchandises » et substituant en lieu et place d’un espace de réflexion littéraire, « un marché », dans lequel « on finissait par ne devenir qu’une marque ».

Vila-Matas emprunte à deux types de registres : celui de la dette et celui des trous noirs. Il saute de l’un à l’autre dans un montage parallèle où le discours du roman emprunte à la théorie du crédit et à la physique quantique. Les œuvres absentes ou renoncées y apparaissent tour à tour comme des dettes non remboursées et comme des « trous noirs » qui ne sont pas vides mais pleins d’énergie, « une énergie née de l’absence », une énergie quantique si l’on veut, appliquée aux univers littéraires.

« À l’intérieur de cette énergie, de cette matière noire, existait une concentration de masse suffisamment élevée pour engendrer un champ gravitatoire tel qu’aucune particule matérielle, pas même la lumière, ne pouvait s’en échapper. » C’est cette énergie noire qui est au cœur de ce roman fabuleux, qu’on la trouve dans les univers éthérés et célestes de l’utopie ou dans les recoins mal éclairés d’un passé confondant. Il n’y a pas d’autre définition de l’espoir.

Enrique Vila-Matas, Cette brume insensée, Actes Sud, septembre 2020, 254 pages.

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El resto del mundo era Elizabeth. [Café Perec] 22.12.20

Burton LizHabrá quién no sepa ya quién fue Richard Burton, y eso que no hace mucho era uno de los seres más envidiados de la tierra; en algunos casos de forma equivocada, porque le creían el autor del libro Anatomía de la melancolía, confundiéndolo con un clérigo genial (Robert Burton) que anduvo por Oxford en el siglo XVI. Claro que nuestro Richard Burton también fue clérigo anglicano y alcohólico, amigo de Ava Gardner en La noche de la iguana. Y podía parecer cualquier cosa, menos alguien melancólico, aunque sus diarios, publicados por la universidad de Yale en 1968, revelan lo contrario: viéndose convertido en un actor de Hollywood, sentía melancolía por lo que el maldito cine le impedía practicar con más frecuencia: el teatro (preferiblemente Shakespeare) y la literatura. Un domingo de agosto llegó a escribir en su diario: “Odio, odio, odio interpretar papeles en el cine”. Y meses después: “Toda mi vida he estado secretamente avergonzado de ser actor, y cuanto mayor me hago, más avergonzado me siento”

Pero eso sí: compaginaba el horror de triunfar como actor con una colosal vida trepidante de amor incluso exagerado hacia Elizabeth Taylor. En realidad, ella lo era todo para él: “Me desperté a las 4.30 am y esperé que el resto del mundo se levantara. El resto del mundo era Elizabeth”.

Está claro que si para Shakespeare el resto era silencio, para Burton el resto era Liz. Publicó sus diarios en el  68, pero no he podido asomarme a ellos hasta estos días navideños en que Séguier, la editorial parisina, ha publicado una edición parcial (Journal intime) con los fragmentos más intensos, aquellos en los que Burton se adentra muy a fondo en su “vida excesiva” y nos confirma que fue un tipo infinitamente más complejo que la mayoría de los actores de Hollywood.

Ese odio de Burton a su principal actividad me ha transportado al odio feroz del gran Agassi a su principal actividad, el tenis. En Open, sus memorias, lo expuso con toda claridad: “Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa”. Recuerdo la crudeza con la que exponía su drama de tenista fabricado por un padre autoritario y obsesionado en convertir a su hijo en el número uno de un deporte que para Agassi era glacial y le obligaba robóticamente a devolver “un millón de pelotitas al año”. De haber podido elegir, decía Agassi, habría preferido el boxeo, por ejemplo, donde era factible oler de cerca el sudor de tu adversario.

Richard Burton se movió siempre en esa misma contradicción entre lo que le habría gustado ser y lo que de hecho era. Extraña forma de vida. Amaba con locura a Liz, pero también la odiaba sin freno. El diario revela que de todos modos, básicamente, vivir con ella significó para él educarse en la felicidad. Única lectora de su diario, Liz le pidió que registrara allí un día espléndido que pasaron juntos. Pero si lo escribo, le dijo Burton, me enfurezco porque tuve que esperar hasta los 39 años para experimentar un día tan implacablemente maravilloso.

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‘CHET BAKER PIENSA EN SU ARTE’ [WunderKammer] reseñado por Moisés Mori.

00En Ese famoso abismo (WunderKammer, 2020), el reciente y muy interesante libro de conversaciones de Enrique Vila-Matas con la periodista cultural Anna María Iglesia, se alude en más de una ocasión a Chet Baker piensa en su arte, un libro de Vila-Matas publicado en su día (2011) directamente en bolsillo y formando parte de una selección de relatos que llevaba precisamente ese mismo título, pero donde el propio texto de Chet Baker… quedaba un tanto descolocado (como un libro dentro de otro) y, en cualquier caso, no recibía suficiente relieve; de hecho, el autor lo considera su libro menos leído (en Francia, sin embargo, editado en esa misma fecha de modo independiente, tuvo muy buena acogida). Ahora, y considerando esa relevancia que se hace patente en la conversación del escritor con Anna María Iglesia, la editorial WunderKammer ha tenido el acierto de rescatar este magnífico libro y Chet Baker piensa en su arte aparece aquí por primera vez exento y como nuevo.

No resulta fácil clasificar un texto como este, pues es tanto relato como ensayo, lectura activa como viaje mental, autorretrato, nouvelle, pensamiento, despertar sonámbulo: puro acontecimiento artístico, poético; no en vano en algún momento se cita a Barthes: «Lo que acontece es sólo lenguaje, la aventura del lenguaje, la incesante celebración de su llegada». Con todo, Vila-Matas denomina a su libro ficción crítica, que es la aproximación más adecuada para registrar un texto donde se cuenta la aventura intelectual de un crítico: un personaje que escribe durante toda una noche sobre la posibilidad de conciliar las narraciones tradicionales y de cierta entidad literaria (el modelo que maneja como ejemplo es Georges Simenon, La prometida de monsieur Hire) y las novelas poco narrativas y difíciles de leer, cuyo patrón último y más radical es la ilegible Finnegans Wake de James Joyce.

Estas dos rutas tan desiguales (la de Hire y la de Finnegans) responden, sin duda, a planteamientos literarios diferentes, pero el fundamento de una y otra proviene, en definitiva, de su distinta concepción del mundo (de lo real, de la verdad, de la subjetividad…). Hire, la literatura Hire, habita una casa confortable, interpreta rectamente los hechos, sabe bien que después de a viene b y luego c, no duda de lo que él mismo es; la literatura Finn vive a la intemperie, la realidad le parece muda, no encuentra otra verdad vital que el sinsentido, el abismo (una verdad patibularia). Por su parte, el voluntarioso personaje que protagoniza y escribe esta ficción crítica (y aunque se inclina personalmente hacia el lado Finnegans), al intentar fundir dos cuerpos distintos como el de Hire y Finn, actúa al modo del doctor Frankenstein (durante toda esa noche escucha música gótica: Bela Lugosi’s dead), ya que su experimento, formar con despojos y órganos necrosados una literatura viva, no deja de ser inquietante, y el desenlace que anhela ha de resultar un producto híbrido, quizá monstruoso; en todo caso, doble, múltiple.

Pero el texto de Vila-Matas no solo plantea este extraño conflicto, esa interrogación conceptual, pues la tarea conciliatoria que el personaje ha programado coloca pronto su ensayo en el campo del relato (o viceversa), en un espacio abierto, mestizo y fértil (ficción crítica) que nos recuerda, en suma, la línea más identificadora de la escritura de Vila-Matas. Y el viaje interior del insomne, su propio trabajo (work in progress) muestra a su vez el difícil acercamiento entre las dos poéticas (Hire y Finn tal vez se necesitan), le lleva asimismo a valorar algunos métodos o procedimientos (desdoblamiento, parodia de las formas tradicionales, radicalidad…) que han seguido autores históricos que supieron superar el desafío y esclarecer así el futuro (Stevenson, Céline, Borges, Gombrowicz…), sin olvidarse de nombres contemporáneos y menos conocidos, incluso de escritores y libros que solo existen en la imaginación de su creador.

El crítico se encuentra en una habitación de Turín, en la misma calle donde Xavier de Maistre escribió su célebre Viaje alrededor de mi cuarto, un texto que funciona aquí como referente expreso, pero un modelo que tampoco es pauta obligada ni lugar de reposo, sino que está ahí para abrir a su vez otros caminos (de lo conocido a lo desconocido). Y función similar cumple Chet Baker, con quien el crítico sonámbulo se identifica o confunde en un primer momento, aunque la identidad del narrador (si es que ya no está tan muerto como Bela Lugosi) se escinde repetidamente, pues los problemas del personaje (desde su fracaso como ensayista a su dudosa personalidad) son comparables a las tensiones internas de la literatura, y su figura intelectual y hasta su mismo ser (así podría asegurárselo Finnegans) están al borde del famoso abismo.

Sería comprensible, pues, que el crítico que en algún momento se pareció a Chet Baker llegara a rendirse y se entregara por entero a la línea Hire, que él mismo fuera Hire y escuchara entonces canciones sentimentales y muy belgas en las que, digamos, cae la nieve; ese feliz, tranquilizador engaño. Podría comprenderse porque lectura y escritura intervienen en lo que se vive, en lo que se piensa. Pero justamente por ese mismo motivo, también se comprenderá que otros escritores, lectores y críticos, y entre ellos el mismo que vela dormido en la noche de Turín, perseveren y no dejen de leer al ilegible Finn y su estirpe, de atender a esa música.

Vila-Matas piensa y muestra su arte en un libro espléndido, a la altura de sus mejores obras.

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