sobre [ESCRIBIR] PARÍS/ Una reunión de Silvia Molloy con Enrique Vila-Matas.
ANNA MARIA IGLESIA–Y luego con Silvia Molloy coincidisteis en [escribir] París, donde cada uno firmaba un texto sobre la capital francesa.
ENRIQUE VILA-MATAS –Coincidimos porque Lina Meruane tuvo la idea de reunirnos. No sé dónde fue, creo que en la misma Nueva York, que me propuso esa pequeña edición de diferentes textos sobre París. Con Silvia Molloy, a la que yo admiraba por sus libros valientes, pero a la que no había tenido ocasión de conocer personalmente, a pesar de que Raúl Escari, en mis años de París, no paraba de hablarme de ella. Un librito para Brutas Editoras, que Lina editaba en Nueva York, siempre con dos autores hablando de una ciudad concreta, y que se imprimían en la McNally & Jackson, una librería que contaba –supongo que cuenta todavía– con una imprenta manual a la vista del público. Allí tú encargabas un libro de Brutas y si lo habían agotado te lo imprimían en una hora. Mientras tanto podías mirar otros libros o esperar en la cafetería. Fue allí mismo, en McNally donde una noche presentamos Silvia y yo [escribir] París. Y fue ese día cuando por fin ella y yo llegamos a conocernos personalmente. «Le oía a Raúl hablar todo el rato de ti», me dijo, y naturalmente le conté que lo mismo me pasaba a mí con ella. Ahora ese librito sobre París va a publicarse en Colombia, Argentina y Chile, en la editorial Banda Propia, así que ha acabado teniendo más recorrido del que en aquellos días cabía esperar. Verdaderamente, es cierto que París no se acaba nunca. En ese librito reuní artículos escritos ya en la época en la que descubrí que mi relación con la ciudad había ido mucho más allá de aquellos dos años pasados en la buhardilla de Marguerite Duras. Entre los textos se encuentra uno sobre una pizzería llamada Auberge de Venise, situada justo en el 10 de la rue Delambre, donde en los años treinta estuvo el Dingo American Bar, que fue el punto de reunión de los estadounidenses de Montparnasse y donde Hemingway y Francis Scott Fitzgerald tantas veces se emborracharon y pelearon a fondo. Cenar en el Auberge de Venise siempre me ha parecido una experiencia curiosa, porque si voy allí no puedo abandonar nunca este pensamiento extraído de una canción que cantaba Antonio Machín y que en mi imaginación se mezcla siempre con El gran Gatsby: «En este bar, pasaron tantas cosas. / Por eso vengo siempre, a este rincón. / Sírveme, un trago de ron. / Y toma tu cerveza, junto a mi corazón».
–A propósito, Molloy tiene un texto muy bueno en torno a la «escritura de afuera» en el que, citando además la frase de Valery Larbaud sobre escribir con un tono de extranjería, plantea algunas de las cuestiones sobre las que hemos hablado antes.
–Ese texto de Molloy está en mi web y es realmente imprescindible. Dice ahí que lo que a ella le interesa principalmente es la escritura que resulta del «traslado»; o mejor, «la escritura como traslado», como traducción; la escritura desde un lugar que no es del todo propio y sin duda no lo será nunca (de ahí creo que nace mi arte de las citas), un lugar donde subsiste siempre un resto de extranjería y de extrañeza, donde se aprende una lengua nueva, pero se escribe en la lengua que se trajo (el habla argentina, en el caso de Molloy), y donde, si por azar uno oye hablar en español en la calle, «uno se siente interpelado y se da vuelta: me están hablando. A mí». Molloy prefiere hablar de «la escritura del afuera» y no de la escritura del exilio, porque la carga a menudo heroica y a veces también dramática de esta última palabra de algún modo oblitera la noción –engañosamente más simple– de desplazamiento. Si digo «afuera», dice Molloy, presupongo un «adentro» al que, en teoría, puedo volver; si digo «exilio» la posibilidad de la vuelta es menos clara y, de llegar a darse, ardua… También la de Larbaud, que fue un shandy ejemplar, fue «una escritura del afuera»…
(fragmento de la conversación de Anna María Iglesia con Enrique Vila-Matas en ESE FAMOSO ABISMO)