Epílogo de Vila-Matas a ‘Lista de desaparecidos’, de Andrés Barba y Pablo Angulo

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Me marcho, es tardísimo. Escondo mi mano tullida de nacimiento y dejo a la vista la otra, aquella con la que retuerzo cuellos de gatos callejeros. El calor, te digo, parece como un traje invisible, le dan ganas a uno de quitárselo. Me voy, dejo aquí una crema de afeitar como único aroma. Qué ridículo me verías si supieras lo que pienso. Sé que soy sólo un lugar, un hueco del barrio, soy este sitio de seres con paños fríos en el cuello, también de lavacabezas con apoyapiés eléctricos. Me marcho, es tardísimo, te digo. Jamás he tocado la vida ni con la punta de los dedos. Me voy, pero me quedo, porque soy el lugar, y un lugar nunca se mueve. Me quedo porque sólo tengo calma donde ya he estado, sólo calma donde nadie me dice quién soy, ni sabe quién he sido. Y porque la tarde es lenta y se astilla y me es familiar esta bruma sin niebla, los fríos paños blancos, esta cuesta suave del final del día.

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