Recuerdos inventados *

bomb1
Recuerdo que en mi viaje a las Azores entré en el Peter’s bar de
Horta, un café frecuentado por los balleneros, cerca del club náutico:
algo intermedio entre una taberna, lugar de encuentro, agencia de
información y oficina postal. El Peter’s ha terminado por ser el
destinatario de mensajes precarios y venturosos que de otra forma no
tendrían otra dirección. Del tablón de madera del Peter’s penden
notas, telegramas, cartas a la espera de que alguien venga a
reclamarlas. En ese tablón encontré yo una misteriosa sucesión de
notas, de mensajes, de voces que parecían guardar una estrecha
relación entre ellas por proceder del mundo de los pequeños equívocos
sin importancia de Antonio Tabucchi: voces que parecían homenajearle
viajando en común, viajando en una caravana imaginaria de recuerdos
inventados: voces traídas por algo, imposible decir por qué. Pero a
las que no dudo en convocar aquí de nuevo.

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Voy delante de esa expedición que todos hemos soñado alguna vez y,
entre mis recuerdos, está el haberle oído decir al escritor italiano
Antonio Tabucchi que en cierta medida la literatura es como el mensaje
de la botella (o como los mensajes de este tablón de taberna), pues
también depende de un receptor, ya que así como sabemos que alguien,
una persona indefinida, leerá nuestro mensaje de náufragos, también
sabemos que alguien leerá nuestro escrito literario, un alguien que
más que destinatario será cómplice, en la medida en que habrá de ser
él quien le confiera sentido a lo escrito. Eso es lo que permite que
cada mensaje tenga siempre añadidos, nuevos significados; que los
mensajes crezcan, cobren resonancia. Y eso es, precisamente, lo
extraño y fascinante de la literatura: el hecho de que no sea un
organismo estático sino algo que en cada lectura sufre mutaciones,
algo que constantemente se modifica.

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Tengo que añadir algo al mensaje del conductor de esta caravana: lo
importante es que de todo quede siempre algo. Cuando yo me llamaba
Carlos Drummond de Andrade escribí este verso: «A veces un pitillo, a
veces un ratón.» Lo importante es que de todo quede siempre algo, pues
por minúscula que sea la llama que reste tal vez alguien pueda
recogerla para encontrar otra cosa.

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Fuego. Deseo quemar este triste tablón. Será la venganza de quien
recuerda haberse pasado la vida buscando en vano, al igual que Borges
en un poema sobre el tigre, el otro tigre. Más allá de las palabras,
yo anduve siempre buscando el otro tigre, el que se halla en la selva
y no en el verso. Mi vida, a causa de esto, bien arruinada quedó.
Fuego.

5
Sólo recuerdo haber escuchado a muchos hombres jurar por la vida, pero
nadie sabe qué es la vida en realidad.

6
Recuerdo haber siempre pensado que la propia vida no existe por sí
misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo
que transcurre, pero nada más. Para comprender a la vida hay que
contarla, aun cuando sólo sea a uno mismo. Eso no significa que la
narración permita una comprensión cabal, puesto que de hecho quedan
siempre vacíos que la narración no cubre, pese a las suturas o
remedios que intenta aplicar. Por ese motivo es por el que la
narración restituye la vida sólo de forma fragmentaria.

8
Yo fui la sombra de Tabucchi. En otro tiempo me atrajo la idea de
convertirme en una mirada fuera de mí: estar fuera de mí y mirar. Como
hacía Pessoa. Convertirme, pues, en un fantasma, en una manera de ver,
en una mirada ajena. Como Tabucchi, que fue la sombra de Pessoa.
Ahora, cuando recuerdo aquellos días, me viene a la memoria aquello
que de sí mismo decía Pepe Bergamín: “Sólo soooy una sooombra

9
Como nada memorable me había sucedido en la vida, yo antes era un
hombre sin apenas biografía. Hasta que opté por inventarme una. Me
refugié en el universo de varios escritores y forjé, con recuerdos de
personas que veía relacionadas con sus libros o imaginaciones, una
memoria personal y una nueva identidad. Consideré como propios los
recuerdos de otros, y así es como hoy en día puedo presumir de haber
tenido vida. Después de todo, ¿no es lo que hace todo el mundo? Mi
vida no es más que una biografía como la de todos, construida a base
de recuerdos inventados.

10
No quiero fechas. Que no pongan inscripciones en la lápida, lo ruego,
sólo el nombre, pero no Ettore, sino el nombre con el que firmo esta
carta y que no es otro que Giosefine.

11
Como las ballenas del mundo de Porto Pim, me comunico desde
distancias ilimitadas, con mensajes desesperados como el de esta
Giosefine, como todos los mensajes que penden de este tablón…
Observo mucho a los hombres, les veo siempre muy ajetreados. A veces
cantan, pero sólo para ellos, y su canto no es un reclamo sino una
forma de lamento desgarrador. Cuando se cansan y cae la noche sobre
estas pequeñas islas, se alejan deslizándose en silencio, y es
evidente que están tristes.

12
Si recuerdo que soy Pessoa entonces sólo me quedan ganas de decir que
estoy dividido entre la lealtad que debo al estanco de enfrente, como
cosa real de lo exterior, y la sensación de que todo es sueño, como
cosa real de lo interior.

13
Recuerdo los días que pasé leyendo, noche tras noche y antes del
sueño, una historia de soledades en la que todo era desesperación y,
paradójicamente, juego. Creo que es algo parecido a lo que les sucede
a los mensajes de este tablón cuando cae la noche sobre ellos, sobre
nosotros, y nos sentimos todos muy extraños y entonces reímos, como si
jugáramos, perturbados.

14
“Soñaré la vida que más temen”, recuerdo que dice esa joven que
pretende perturbar la tranquilidad de su ciudad en el cuento A City
of Churches
, de Donald Barthelme.

15
Recuerdo que fue por pura casualidad, en la calle, siendo yo muy
joven, paseando por París, soñando vidas temidas y otros desasosiegos.
Compré un librito que se llamaba Bureau de tabac. Aquella misma noche
lo leí en el tren, regresando a Italia, volviendo a casa. Sentí una
impresión muy fuerte y un deseo inmediato de aprender portugués.

16
En otros días viajaba mucho en tren y no era todo tan plácido como
ahora que viajo en esta cálida caravana de sonrisas fugitivas y
exaltación de lo disperso. En esos días recuerdo haber andado por
tierras de fiebre y aventura. Recuerdo haber viajado a la India, que
es el lugar ideal para perderse. Partí en busca de un amigo
desaparecido, sombra de sombras del pasado más sellado. Bombay, Goa,
Madrás me vieron pasar en busca del lado nocturno y oculto de las
cosas. Pero para mí Oriente sigue siendo un lugar desconocido. Estuve
allí, pero no entendí nada. Bárbaro en Asia, extranjero en mi propia
tierra y, encima, sospechando que el universo es una prisión de la que
nunca, nunca se sale ni se saldrá jamás.

17
Yo me he escapado de un libro de Álvaro Mutis, pero sigo diciendo
alguna de las cosas que allí me preguntaba: ¿Quién convocó aquí a
estos personajes? ¿De dónde son y hacia dónde los orienta el anónimo
destino que los trae a desfilar frente a nosotros? ¿Se esfumarán algún
día sus recuerdos inventados en la piadosa nada que a todos habrá de
alojarnos?

18
Escapado voy del manicomio. De allí me escapé, sí. Y eso que lo pasaba
bien escribiendo novelas en sus muros. Acompaño ahora con mi
desgarrado vuelo esta expedición. Grito como una gaviota herida. Soy
una gaviota. Soy aquella gaviota que espiaba al espía Spino en la
línea misma del horizonte de un libro inolvidable. Dicen que estoy
loca. Y es porque digo que el libro es inolvidable y sin embargo de él
lo olvidé todo salvo el recuerdo de una frase, el recuerdo de una
pregunta: «¿Qué está inventando su imaginación que se presenta como
memoria?» Tan sólo recuerdo esta frase del libro de este escritor de
Pisa que da nombre a esta caravana que con paciencia sobrevuelo y
protejo. Y aunque grito y grito y soy la gaviota, no estoy loca.

19
Recuerdo que Valéry vino a verme una tarde a casa, después de comer, a
buscarme para dar un paseo. Mientras yo me preparaba, tomó una hoja de
mi papel y escribió:

Cuento
“Había una vez un escritor que escribía”
Valéry

20
Yo también me dedico a soñar la vida que más miedo les da. Yo también
sólo soy una sombra. Me llaman Xavier Janata Pinto. He acabado la
jornada; dejo Europa. El aire marino me quemará los pulmones, los
climas perdidos me broncearán. Nadar, segar la hierba, cazar y, sobre
todo, fumar; beber licores fuertes como metales en ebullición…
Volveré con miembros de hierro, piel oscura y ojo furioso; y, por la
máscara, se me creerá de una raza fuerte. Tendré oro: seré un ser
ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados de vuelta
de los países cálidos…

21
Recuerdo haber sido el barman que en Lisboa inventó el cocktail
Janelas Verdes Dream, pero yo diría que también fui ese personaje que,
a costa de inventarse un pasado como en un juego de ilusionismo en el
que se ejercitara el estilo, llega a la escritura. Se trataba, si no
recuerdo mal, de un personaje marginado, que intentaba decir que
existía, y lo que hacía era decirlo a través de la escritura,
reconstruyendo y hasta inventando una identidad que nunca tuvo, pero
que se hacía cierta una vez escrita: pues el personaje no pedía la
palabra, sino que la tomaba, y lo hacía escribiendo, inventando su
propia historia.

22
Tomo la palabra para decir que me acuerdo de Emil Zatopek, y que
también me acuerdo de Georges Perec, que escribió un libro que se
titulaba Je me souviens y en el que ninguno de los recuerdos era
inventado.

23
Soy la Muerte, que me acerco muy despacio. Soy la última pasajera de
esta caravana y el Ángel Negro que a todos nos aguarda al término del
viaje que aquí termina. Soy un fantasma bajo el cielo nocturno de un
litoral atlántico, frente a una vieja casa que se llamaba Sâo José da
Guja y que ya no existe. Recibo como fantasma muchas historias, pero
transmito pocas, lo confieso, pues la mayor parte del tiempo lo paso
escuchando e intentando descifrar todas esas comunicaciones a menudo
oscuras e inconexas que se interfieren en el normal avance de la
lectura de los mensajes de este tablón de madera.

24
Trágico y raro, aquí el verdadero último pasajero soy yo. Hoy es 11 de
septiembre de 1891, y estamos frente al convento de la esperanza,
Ponta Delgada, isla de San Miguel, Azores. Voy a poner fin a mi vida,
y mis recuerdos los acogerá la piadosa nada que a todos habrá de
alojarnos. Entre los hijos de un siglo maldito, yo también tomé
asiento en la impía mesa, donde bajo la holgura gime la tristeza de un
ansia impotente de infinito. Voy a decir adiós a todos frente a este
mar, desde este banco y bajo el fresco muro del convento, donde hay un
anda azul sobre la última pared triste y encalada de mi vida.

25
Recuerdo que esto ya me sucedió en otra ocasión. Todos los invitados
empezaban a irse. Y los que quedábamos no hacíamos más que hablar en
voz cada vez más baja, sobre todo a medida que la luz se iba. Nadie
encendía las lámparas. Yo, que fui la sombra de Tabucchi, hoy ya sólo
soy la sombra de mí mismo, aunque narrando puedo ser ya la sombra de
cualquiera. Soy tu sombra. Y la sombra también, por ejemplo, de aquel
que dijo: “Esa sucesión de sombras y difuntos que soy yo”

26
Yo me voy entre los últimos, tropezando con los muebles. Fui amigo de
Roberto Arlt. Le recuerdo a Roberto una mañana en la que sus
compañeros de trabajo le encontramos en la redacción del periódico con
los pies sin zapatos sobre la mesa, llorando, los calcetines rotos.
Tenía enfrente un vaso con una rosa mustia. Al preguntarle qué le
sucedía, contestó: “¿Pero no ven la flor? ¿No se dan cuenta de que se
está muriendo?”

27
Soy el 27. Soy un hombre de los años veinte: sigo esperando algo
emocionante, bebidas fuertes, conversación animada, alegría, escritura
brillante, intercambio de ideas sin inhibiciones, revolución. En otro
tiempo yo escribía libros de relatos y en cada uno de estos libros
había una, dos, tres ficciones que prefería a las otras, y pese a que
esas preferencias variaban cada día y a cada instante, llegó un día y
un momento en que caprichosamente las fijé en una antología personal
de invenciones recordadas que titulé Recuerdos inventados.

*del libro RECUERDOS INVENTADOS, Anagrama / también en la colección de relatos CHET BAKER PIENSA EN SU ARTE, Random House 2011.

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