La esquina Steiner [café Perec]

1583153001_386456_1583153188_noticia_normal_recorte1Decidí a medianoche apostarme en una esquina del barrio y, de entre lo que alcanzara a ver allí a lo largo de cinco minutos exactos, ni uno más y ni uno menos, elegir lo más insignificante, o lo contrario. ¿Experimento oulipiano? ¿Homenaje al Perec de la Place Saint-Sulpice? Tal vez solo un intento de centrar mi atención en una esquina sin nombre y sin historia. Estuve plantado en ella más de cuatro minutos sin que ocurriera nada y, por no pasar, no pasó por allí ni un ser humano, hasta que en los últimos segundos dobló la esquina un tipo de mediana estatura, con sombrero y gabardina, que de pronto se detuvo para atarse los cordones de su zapato izquierdo.

Retuve la imagen del desatado zapato y, mientras regresaba a casa, no podía dejar de pensar en la mañana de verano en la que Ernst Jünger, siendo un niño, despertó con unas ganas inmensas de ir al bosque. Era muy temprano, aún no habían traído el pan y el silencio reinaba en toda la casa paterna. No había inconvenientes para escapar. Pero tenía un problema: aunque sabía ponerse las botas, no sabía hacer la lazada. “Pero querer es poder y todavía me acuerdo de la alegría que me entró cuando logré hacer la maniobra”, explicaba el longevo Jünger en Bilbao cien años después, orgulloso de no haberse contentado aquel día con hacer un nudo y haber preferido la lazada, algo que más adelante le había llevado a comprender que para escribir había que saber trenzar lazadas.

Lo que son las cosas: a Giorgio Manganelli, en cambio, ser un inepto para las lazadas le llevó directo a la escritura. ¡Manganelli! Me divertí una barbaridad el año pasado con él y con su restrictivo ejercicio o brevísima Vida de Samuel Johnson, publicada por Gatopardo. Fue un narrador de genio, hoy un tanto olvidado, quizás porque pertenece a la época en la que todavía se valoraba en el arte lo verdaderamente difícil, el libro excelente detrás del que había un intenso trabajo.

Para Manganelli fue decisiva su incapacidad para anudarse los zapatos: “No sabía atármelos. Ahora bien: no solo no es imposible, sino del todo razonable, suponer que en aquel entonces nació lo que por pura diversión podría llamar la vocación del escritor […] ¿No sé atarme los cordones de los zapatos? Bien, escribiré libros”.

Jünger y Manganelli y la sombra de la medianoche me transportaron hasta George Steiner y la reveladora frase que cerró la “entrevista póstuma” que le hiciera su amigo Nuccio Ordine: “Uno de los logros más bellos de mi existencia fue cuando conseguí atarme los zapatos por primera vez con la mano impedida”. Creo que con esas palabras Steiner elevó a la máxima potencia la máxima de Spinoza que, a modo de consigna, su padre le había repetido en la infancia tantas veces: “Todo lo excelso es tan difícil como raro”. Frase que, por lo demás, me recuerda siempre a esa explosión de alegría que Steiner decía que solo se puede alcanzar cuando no te lo han puesto nada fácil, pero has vencido un buen número de dificultades: “Porque entonces, cuando llega el éxito, este es una risotada de alegría”.

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EL PASEO de Robert Walser en BERLIN – BITÁCORA de MARC CAELLAS

Robert Walser (Esteban Feune de Colombi) pregunta en la librería Bartleby & Co de Berlín cuál es el libro más vendido.

Robert Walser (Esteban Feune de Colombi) pregunta en la librería Bartleby & Co de Berlín cuál es el libro más vendido.

[MARC CAELLAS Domingo 1 de marzo 2020]:  Decidimos empezar delante de un supermercado, el Bolu, en previsión de que el frío hiciera incómodo estar de pie en la calle un rato mientras esperábamos a Robert llegar, y tuviéramos la alternativa de entrar dentro del local y esperarlo calentitos y atentos y receptivos para cuando empezara a saludarnos uno a uno, mirada fija, ingenua y sincera, a los ojos, establecida desde el minuto uno la relación unipersonal con cada espectador. Que quede claro que los espectadores no forman parte de una asamblea sino que son personas, individuos que se relacionan directamente con el personaje y con el escenario que se enmarca allá donde pone la mirada él. Tras esta escena inicial asistimos al estrépito que emanaba de la bocina de un coche de bomberos y cruzamos la calle. Giramos a la derecha y nos adentramos a la plaza Hohenstaufenplatz para encontrarnos inmediatamente con unos señores mayores polacos jugando a la petanca. Dobra, dobra. Nos detuvimos a observar como lanzaban las bolas, dos cada uno. Dobra, dobra. Tras el segundo lanzamiento salían corriendo tras la bola como conejos enfebrecidos. Dobra, dobra. Me di cuenta entonces de la belleza de las plazas y parques berlineses, donde se evita al máximo delimitar las zonas para cada actividad ¡No hace falta construir pistas de petanca! Es mucho más lindo ver a los jugadores adaptarse, como siempre se ha hecho, a la rugosidad del suelo. No necesitas montar el Camp Nou de la petanca en cada plaza. Robert divisó una librería, la Bartleby&Co ni más ni menos, y hacia allá encaminó sus pasos. Al requerimiento walseriano sobre cuál era el libro más leído y ponderado del año, la joven librera respondió sacando de la estantería un ejemplar de Porno para mujeres, de Erika Lust, una respuesta muy berlinesa. Por algo acá se inventó el festival Xplore, que es una suerte de Sónar del sexo en todas sus múltiples variantes. Otra vez en la plaza Robert divisó a un turco que lo miraba de lejos, bajo un árbol, al lado de su bien surtida bicicleta. Fueron unos segundos de tensión, casi de spagetti western germano, género aún no inventado pero, visto lo de hoy, con posibilidades. Todo acabó con un leve saludo sombreril y a seguir la ruta hasta el Zaza café, repleto a esta hora de madres, dilentantes o madres diletantes, y hasta de un grupo de brasileños muy atentos a lo que Robert le tenía que decir a esta supuesta ex actriz que se encuentra cada tarde que pasea en Berlín en la misma mesa del mismo bar. No diremos nada del WOMA, la Window of the Modern Art, porque preferimos destacar al gato que se exhibía como la obra arte de es, tan aristocráticamente distante como solo un gato berlinés puede aparentar ser a las 5 de la tarde de un viernes tan poco invernal como éste. Al llegar a la esquina por poco no colisionamos con un rebaño de ovejas de raza turista que avanzaban en pelotón tras un pastor poco memorable. A media cuadra un perro bien peludo llamó nuestra atención, una leve distracción antes de entrar a un sórdido casino en el que cinco tragaperras ocupaban un considerable espacio ludópata decorado con un estilo de difícil encaje en alguna de las corrientes estéticas que se han sucedido en esta ciudad a lo largo de los siglos. Un jugador jugaba a dos máquinas a la vez bajo el ojo avizor de una muy seria Frau que, protegida tras un cristal a prueba de escupitajos, observaba atónita el devenir de nuestro grupo. Cruzamos la avenida y, tras comprobar el estado del calzado de cada uno de los paseantes, nos dirigimos a la galería SOMOS, situada en un primer piso con vistas. Una muestra incomprensible de un artista japonés no dejó huella en nuestra alma, al contrario que la voz de la joven Sara, la futura gran cantante en persona de Barcelona, Berlín o Sabadell. Consiguió callar a un ruidoso grupo de españoles y los puso a todos a seguir el ritmo chascando los dedos. Con gran pesar, por abandonar a la cantante, seguimos paseando y atravesamos el mercado turco para desembocar en un entrañable puente encima del río donde Robert aprovechó para tomarse una foto en el Photomatón. Luego lo habitual, una peluquería con un cartel horroroso, un parque interior silencioso y la visita a un instituto monetario para hacer esas preguntas que sólo se hacen en un susurro. La casita preciosa seguía en su sitio, a pocos metros de la sucia y desordenada galería comercial turca donde terminó este primer paseo berlinés.

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‘Mac y su contratiempo’ [MAC & HIS PROBLEM] en la final del BOOKER PRIZE 2020.

ERxn6O8XkAAc9WP27 feb (Reuters) – El escritor español Enrique Vila-Matas se convirtió el lunes en uno de los 13 finalistas del International Booker Prize 2020, señaló en su web el jueves el prestigioso premio literario. El autor catalán de “Bartleby y compañía” integra la llamada lista larga (long list), en la que también figuran este año el escritor francés, Michel Houllebecq, las escritoras argentinas, Gabriela Cabezón Cámara y Samanta Schweblin, y la mexicana Fernanda Melchor.El ganador del premio se dará a conocer el 19 de mayo. Cada año un panel de jueces entrega el premio al mejor libro traducido al inglés, donde el ganador recibe 50.000 libras. La lista corta (short list) del Booker se dará a conocer el 2 de abril en un evento en Londres, antes de dar a conocer al ganador.

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EL PASEO de ROBERT WALSER en Berlín (Colabora la librería Bartleby and Co)

84724803_2864803646910076_4777114285924941824_oEL PASEO DE ROBERT WALSER es una obra de teatro site-especific, caminada, donde un grupo de no más de 15 espectadores se encuentran con Robert Walser y lo siguen durante una hora y media, en aparente anarquía, por un barrio en cuestión. Durante el camino se producen encuentros, azarosos o no, teatrales o no, improvisados o no, con un comerciante, una actriz retirada, un librero, una cantante y/o con una empleada pública.

Un proyecto de Marc Caellas y Esteban Faune de Colombí.

Dos únicas presentaciones en BERLIN
Viernes 28 y sábado 29 de febrero a las 4 pm
Inscripciones en robertwalser2012@gmail.com
Con la colaboración de la librería Bartleby & Co.
Entrada-Colaboración: 10 euros

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BOLAÑO par VILA-MATAS (Le Monde-Livres. 20.2.20)

-O-trYJ_« Le secret d’ennuyer est celui de tout dire », écrivait Voltaire. Ce n’était pas, semble-t-il, ce que pensait le jeune Kafka lorsque, dans Description d’un combat, il exigea que tout, absolument tout lui fût raconté ( « Incontinent je lui criai : – Sortez-les donc vos histoires ! J’en ai assez de vos réticences ! Dites-moi tout de A à Z ! Je veux tout savoir, tout ; j’en brûle d’envie ! »).

Entre Voltaire et Kafka, on devine un arc dans lequel s’encastrent à la perfection les cinq tendances essentielles de la prose romanesque de notre temps : celle de ceux qui n’ont rien à raconter, celle de ceux qui délibérément ne racontent rien, celle de ceux qui ne racontent pas tout, celle de ceux qui espèrent que Dieu se décidera un jour à tout raconter, et celle de ceux, enfin, qui ont succombé au pouvoir de la technologie, laquelle semble tout enregistrer et rendre superflu jusqu’au si ancien métier d’écrivain.

Il faudrait situer le Chilien Roberto Bolaño quelque part dans le quatrième groupe. Non parce qu’il aurait été tenté, à un moment donné, de rivaliser avec n’importe quel substitut de Dieu, mais parce qu’avec 2666, dans la dernière étape de sa trajectoire littéraire, il chercha le « roman total », une tentative de tout embrasser qui fut interrompue, au cours de l’été 2003, par la mort, cette célèbre spécialiste de la destruction de tout, à commencer par l’idée d’atteindre le fascinant ensemble qui excitait tant Kafka.

La grande réussite de ce volume – le premier des six tomes qui composeront les fascinantes Œuvres complètes de Bolaño – repose sans doute sur l’audacieuse, et tout compte fait puissante revendication du rôle absolument capital que joua la poésie dans la vie et les livres de l’écrivain chilien. Avoir situé au premier plan le poète au détriment du romancier montre combien ses nouveaux éditeurs, brillants continuateurs de l’admirable travail mené à terme pendant ces deux dernières décennies par Christian et Dominique Bourgois, ses introducteurs en France, ont été inspirés.

Perçu dans tous les pays de l’orbite nord-américaine – d’une façon y compris obsessionnelle – comme un raconteur, Bolaño fut en réalité jusqu’au bout des ongles un poète et c’est pourquoi ce n’est nullement un hasard si les principaux personnages de ses romans sont aussi des poètes. Je le revois riant au bord de la mer à Blanes, toujours conscient qu’il devait apprendre à évoluer à « la vitesse nécessaire de celui qui ne veut pas survivre » et conscient également – il revient plusieurs fois à cette image bouleversante dans L’Université inconnue – que « la mort est une automobile avec deux ou trois amis lointains ». Ce sont des phrases énigmatiques – on ne finit jamais de bien comprendre Bolaño, et peut-être est-ce le meilleur éloge que l’on puisse faire de son écriture – qu’il aurait pu parfaitement mettre dans la bouche de James Dean, mais que finalement prononça un poète inventé répondant au nom de Benno von Archimboldi (pseudonyme d’Hans Reiter), l’un des personnages les plus charismatiques de Bolaño, un type qui, comme son créateur, pensait que toute la poésie était et pouvait être contenue dans un roman et que la meilleure preuve en était que la plus grande poésie du siècle dernier avait pris une forme romanesque. « L’Ulysse de Joyce contient La Terre vaine d’Eliot et, par ailleurs, lui est supérieur, dit-il dans une interview en 2002, l’année où il autorisa la réédition de l’une de ses premières œuvres, Anvers, livre prodigieux qui s’est enrichi au fil du temps et qui a le charme d’être comme un scénario d’avant-garde pour un recueil de poèmes, bien qu’il ait préféré le présenter comme « le seul roman dont je n’ai pas honte, peut-être parce qu’il continue d’être inintelligible ».

Comment expliquer l’éclat qu’avaient à ses yeux les romans inintelligibles ou du moins pas complètement compréhensibles ? Il lui semblait en général – et ce phénomène, selon moi, persiste aujourd’hui – que la plupart des romans bénéficiaint des faveurs des lecteurs espagnols devaient leur succès, moins aux histoires racontées, qu’à leur compréhension aisée. Cette affirmation fait surgir cette interrogation spontanée : n’était-il pas en train de dire qu’il y avait un autre genre de romans, ceux qui spéculaient à fond sur l’imagination, les oeuvres inintelligibles, beaucoup plus proche de l’art véritable ?

Il n’y a pas très longtemps, le jeune poète (et prosateur) chilien Alejandro Zambra, se posant une question de ce genre, en déduisit qu’un roman comme 2666 est un grand roman parce qu’on n’y comprend presque rien même si dans ses mille pages et plus persiste une illusion de connaissance, une imminence, c’est-à-dire cette « révélation qui ne se produit pas » et dont Borges disait qu’elle était l’art, précisément. Ajoutons que cette « sensation d’imminence » – «nous existons dans un circuit d’attente au sujet de la vérité », aurait dit Kafka selon certains– nous donne une piste très précieuse. Elle nous permet de deviner la raison pour laquelle John Ashbery répétait avec insistance qu’il était impossible d’être à la fois un bon artiste et un artiste capable d’expliquer intelligemment son travail.

Comme j’écris un peu sous le coup de l’émotion, je dois dire avant d’oublier qu’une autre des grandes réussites de ce premier tome des Œuvres complètes tient à la décision judicieuse de mêler, de façon la plus apparemment anarchique, les premiers textes de Bolano et ses inédits les plus insolites, avec d’autres dispositifs littéraires, comme Anvers, eux mêmes rapprochés de chefs-d’œuvre tels que Prose de l´automne a Gérone ou Etoile distante, qui sont à mes yeux, les deux perles de la couronne bolañesque.

il s´agit d´une réussite majeure, parce que le mélange laisse voir pour la première fois, indépendamment de la date à laquelle les textes ont été écrits, la surprenante grande «cohérence intime» qui les unit. Et parce qu’en plus, en poussant le lecteur à se rebeller contre l’ordre chronologique, elle l´obligue à lire d’une façon que nous pourrions  qualifier de subvertie, un type de lecture qui aurait surement fasciné Bolaño

[Traduit de l’espagnol par André Gabastou]

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UNA LITERATURA PROPIA [Carlos M. Sotomayor aborda ‘Esta bruma insensata’]

pierre huyghe en MalbaCARLOS M. SOTOMAYOR. [diario LA MULA, Perú] Confesió mi debilidad por las novelas que tienen algún personaje escritor y que de alguna manera ahondan en el trabajo literario. En ese sentido, el español Enrique Vila Matas es, sin duda, un autor al que sigo de manera atenta y entusiasta. Desde la primera vez que lo leí, hace un buen puñado de años, siguiendo la recomendación de algún amigo (podría ser Iván Thays, podría ser Lucho Zúñiga: la memoria se vuelve un tanto brumosa a veces).

Mi primera aproximación a la obra de Vila Matas se dio con El mal de Montano –novela con la que ganó el Premio Herralde 2002–, una novela no solo con personajes escritores, sino que reflexiona sobre la escritura y lo que el narrador llama “el mal de Montano”, es decir, estar enfermo de literatura. Terminé las últimas páginas del libro no solo convencido de mi propio diagnóstico sino que descubrí cierta filiación con la estética propuesta por este escritor catalán de sombrero y abrigo largo. Evidentemente, vendrían otros tantos libros de su autoría.

Esta bruma insensata  (Seix Barral, 2019), la más reciente novela de Vila Matas, cayó no hace mucho en mi mesa de noche, y en pocos días ya me encontraba, absorto, en medio de sus brumosas y cautivantes páginas. La novela nos presenta a dos personajes, dos hermanos: Simon y Rainer Schneider. Por lo que sabemos rápidamente, al leer las primeras páginas, Simon se dedica a ser un “hokusai”: a buenas cuentas, alguien que recopila citas y se las da a los escritores que lo contratan para ese fin. Uno de esos escritores, quizás su cliente más importante, es precisamente su hermano, convertido en un autor exitoso y al mismo tiempo de culto, en el sentido de moverse bajo el enigma del ocultamiento (al estilo de autores como Pynchon) y que se hace llamar Gran Bros.

Simon, quien es el narrador de la novela, vive en su ciudad, Cadaqués (en una casa, al borde de un acantilado, a las afueras de la ciudad), mientras que su hermano, Gran Bros, reside en Nueva York, donde ha edificado una obra exitosa tanto en lectores como en críticos. No se han visto en años y los une apenas la relación laboral en la que, vía mail, su hermano le pasa las citas de autores que requiere para “engordar” sus novelas. Lo interesante del asunto es que Simón no solo le envía aquellas citas, sino que le sugiere por dónde y cómo debería enfocar la novela. Lo que finalmente sucede, a pesar de la parquedad con la que Bros responde los correos de su hermano. Más adelante nos enteraremos gracias a quien las acertadas sugerencias de Simon llegan a plasmarse (spoiler a raya).

La novela se va construyendo en gran medida a partir de las comunicaciones que entabla Simon con su hermano y las reflexiones que realiza en torno a la escritura (recordemos que una de las marcas de Vila Matas es la presencia de elementos ensayísticos, por decirlo de alguna manera, dentro de sus ficciones. La trama nos conduce a un encuentro final entre ambos hermanos, propiciado por Bros. ¿Por qué? ¿Qué sucederá en aquel encuentro en Barcelona? Lo descubrirán cuando lean la novela. Lo que sí puedo decirles es que, justamente hablando de la ficción, existe un diálogo entre los hermanos que llamó mi atención porque tiene relación con una discusión reciente respecto a la llamada “autoficción”. Bros le dice que la no ficción está “dejando obsoletos los modos tradicionales de creación”. A lo que Simon retruca, entres otras cosas (lo piensa como una “imbecilidad”), que “cualquier versión narrativa de una historia real era siempre una forma de ficción. Desde el momento en que ordenaba el mundo con palabras, se modificaba la naturaleza del mundo…” (p. 252).

Según mi parecer, y en esto coindicen varios críticos, Vila Matas ha logrado construir un estilo, un universo particular, una literatura propia. A pesar, claro, que en cada libro busque no repetirse. Y, por suerte, el autor tiene un gran tramo de vida por delante para seguir sorprendiéndonos con nuevos libros, nuevas exploraciones. Novelas como Esta bruma insensata estimulan a seguir leyéndolo, a futuro /y también, claro, como en mi caso, a segur buscando algunos pendientes dentro de su ya amplia obra literaria. Es el mal de Montano, y uno no puede parar. No quiere parar.

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EN PATRÓN DE ESPERA [Café Perec]

1581941360_586404_1581942445_noticia_normal_recorte1Paseando por la Diagonal de Barcelona veo en la puerta de un local en obras un cartel que anuncia “inminentes grandes cambios”. Algunos viven, me digo, de un modo parecido a como escuchan la radio: esperando la siguiente canción, la canción que vaya a cambiarles un poco, si no la vida, al menos la mañana. Y me siento incluso cómplice de quien haya escrito aquel cartel, quizás porque estoy habituado a vivir con una cierta “sensación de inminencia”, siempre a la espera de un instante epifánico, o de un movimiento político providencial, o de que Trump lea a Galdós o, en fin, de que suceda cualquier cosa y lo de siempre no vuelva a parecerse a lo de siempre.

Si resistí tantos años como “esperador” fue porque nunca perdí de vista la famosa conclusión de Kafka: “la espera es la condición esencial del ser humano”. Y por eso ayer me desconcertó tanto saber que la reconfortante frase admitía otra traducción, o versión: “Existimos en un patrón de espera en torno a la verdad”. Tom McCarthy decía haberla encontrado en un libro de Laurence Rickels, aunque cabía la posibilidad, añadía, de que Rickels la hubiera imaginado, “lo cual aún sería mejor, por no decir que perfecto”.

Fuera como fuese, obviamente era chocante que Kafka hubiera hablado de un “patrón de espera” (Holding Pattern) cuando la expresión pertenece a nuestra era, la del transporte aéreo en masa. El Holding Pattern, llamado también “vuelo en circuito de espera” viene siendo, como es sabido, una maniobra que mantiene al avión en una ruta auxiliar mientras aguarda instrucciones para su aproximación a tierra. Vista así, la frase de Kafka estaría diciéndonos que la verdad se encontraría en la pista de aterrizaje, el hogar al que se nos convoca, pero donde nunca estamos, pues en realidad vivimos en el patrón de espera.

¿No será Europa, con sus vientos populistas cada vez más supremacistas y  regresivos, ese circuito recurrente? Ya no sabemos cuánto tiempo llevamos embarcados en un patrón de espera que nos ha llevado al estancamiento y a no poder apenas ya ni pensar, a movernos como muertos, agarrados a una miserable “sensación de inminencia”, a la espera siempre de que algo, por leve que sea, modifique nuestro horizonte de catástrofe. Vivimos esperando pequeños cambios, pues lo que hay –nada sucede que no sea parecido a lo de siempre y no sabemos ya cuanto tiempo llevamos sin que suceda nada– ya no hay quien lo soporte. Pero al mismo tiempo tememos que con los leves cambios aun podamos ir a peor, porque a fin de cuentas la descripción de Primo Levi de su aterrizaje en la verdad, es decir, en el “hogar” de Auschwitz, se ajusta cada vez más peligrosamente a la de nuestro más íntimo circuito de espera: “Esto es el infierno. Una sala grande y vacía y nosotros cansados teniendo que estar en pie, y hay un grifo que gotea y el agua no se puede beber, y esperamos algo realmente terrible y no sucede nada y sigue sin suceder nada. ¿En qué podemos pensar ahí? No se puede pensar ya; es como estar muertos. Algunos se sientan en el suelo. El tiempo transcurre gota a gota»

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Contra la televisión, contra la vanidad, contra el clero, con abundantes referencias literarias [Toteking, quién es]

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La pregunta de Florencia.

carrereEl año pasado, estaba paseando por Florencia cuando oí que me llamaban desde la mesa de un café. Era Emmanuel Carrère, al que conocía de un encuentro en Paris en el Salón del Libro. Acompañándose de un gesto muy cordial, me invitó a sentarme con él. Caía la tarde. Vi que tomaba un refresco y opté por pedir lo mismo. Cruzamos unas breves palabras acerca del mal estado del tiempo y luego nos quedamos unos cuantos segundos callados. De repente, Carrère me preguntó:

-¿Te da miedo el silencio?

No entendí por qué me planteaba, a la primera de cambio, aquella cuestión, y  menos aún por qué me preguntaba aquello. Pero el momento fue bello, raro, imponente; me di cuenta de que acababa de suceder algo que no sabía definir, pero que tardaría en quedar atrás en el tiempo.

¿Miedo al silencio? A veces, al volver a recordar las circunstancias de aquel extraño momento –yo perplejo ante aquella pregunta formulada por Carrère literalmente  a bocajarro-, me acuerdo del director de teatro Peter Stein, que habló en cierta ocasión de una bola de plata que atraviesa el escenario. Tarda años en pasar, dijo, y se produce en unos segundos de un espectáculo, pero, el placer es tan intenso que justifica la espera de semanas, meses y años.

Placer es lo que sentí ante aquella situación, un placer no exento de incomodidad porque me sentía tocado por la punta de una espada y porque, además, el momento fue formidable, pero incomprensible. Sólo hace unos días, al leer que años atrás Carrère se había sentido “tocado por la Gracia” y durante una larga época había sido católico practicante, me dio por pensar que su pregunta de bola de plata de aquel día pudo estar relacionada con su pasado de creyente. Tal vez, me dije, quiso hablarme de la expresión española “ha pasado un ángel”… Pero no. Pronto vi que no era de ángeles y arcángeles de lo que había deseado hablarme y que por ahí seguro que no iban precisamente las cosas.

No fue hasta ayer, hasta ayer mismo, cuando, al leer una entrevista que él había concedido a The Paris Review, comprendí de golpe. En la entrevista se detenía en los diversos momentos de su vida en los que se notó bloqueado como narrador y aconsejaba, en caso de parálisis creativa o de situación de estar simplemente sin hacer nada, acudir a un tratado de un autor romántico del siglo XVIII, Ludwig Börne, donde éste propone que durante tres días consecutivos uno se fuerce a escribir todo lo que le pase por la cabeza, sin artificios y sin hipocresía: “Escribe lo que pienses de ti mismo, de tus mujeres, de Goethe, de la Guerra Turca, del Juicio Final o de tus superiores, y te quedarás estupefacto al ver cuántos pensamientos nuevos jamás expresados han salido fuera. En eso consiste el arte de convertirse en un escritor genuino en tres días”.

Me pareció que el método de Börne era realmente capaz de acabar con el bloqueo de cualquier autor encallado o, simplemente, callado. Y me acordé de Bartleby y compañía y de una frase que en mi libro el jorobado narrador aseguraba que podría perfectamente haber dicho el escribiente del relato de Melville:

-Hablar es pactar con el sinsentido del existir.

Perfecto, pensé. Y entonces caí en pleno síndrome del l´esprit de l´escalier, es decir, fui a parar a ese momento en el que encuentras la réplica adecuada a lo que te dijeron, pero ésta no te sirve, porque estás ya bajando la escalera y la contestación ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba.

Y comprendí de golpe. Haberle respondido a Carrère que hablar es pactar con el sinsentido del existir habría sido una respuesta ingeniosa pero, sobre todo, coherente. ¿Y por qué coherente? Porque –lo vi con toda claridad- la pregunta de Florencia estaba relacionada con la lectura de mi libro sobre los escritores del No. Comprendí que Carrère, excelente investigador de vidas ajenas, me veía básicamente como el autor de Bartleby y compañía y había decidido ir al corazón de mi verdad más íntima y preguntarme si había escrito aquel libro por puro pánico al silencio.

Cuando vuelvo a aquellos instantes de la bola de plata, me doy cuenta de que reconocí al instante, instintivamente, la profundidad y peligrosidad que la desconcertante pregunta contenía y me limité a refugiarme  en mi expresión de perplejidad.

Hoy creo que debería haberle contestado, a bote pronto y sin miedo, que, en efecto, escribí Bartleby y compañía porque me daba verdadero pánico quedarme de pronto sin la escritura y con toda una parte de mi vida todavía por vivir. Debería haberle contado, además, que, al publicar el libro, me las prometía muy felices tras haberme salvado del silencio, del bartlebysmo, y sin embargo las cosas no fueron como esperaba, sino al revés, se me complicaron. Quizás me faltó, debería haberle dicho, saber que no hay nada más cargante, más insoportable, que un escritor que escribe, porque un tipo que demuestra que puede escribir, engendra animosidad, rencor, odio, y hasta provoca gran escándalo, al menos entre los que consideran que lo más honesto siempre será callar.

Ahora creo observarlo con perfecta visibilidad: dadas las feroces reacciones que no callar provoca en algunos enclaves controlados por ágrafos, ¿cómo no va a estar profundamente arraigada en mí “la pulsión negativa, la atracción por no hacer nada”? Lo está, pero no cedí nunca a esa atracción, precisamente por el miedo que me produce el silencio, tal como intuyó Carrère aquella tarde en Florencia. Por el miedo a quedarme sin la bola de plata de la escritura. Por el miedo a quedarme sin el mejor lugar que conozco para vivir hechos tan extraordinarios como decir que el mundo no tiene sentido y, acto seguido, observar cómo el timbre profundo de la voz que ha dicho eso es el eco de ese sentido.

Aunque la vocación es débil. Tanto que a veces, cuando mi vida se complica en exceso, acabo pensando que sería mejor que me dedicara a no mover un dedo, convertir la no actividad en mi marca de agua, actuar con la sabiduría del viejo haiku: “Sentado apaciblemente sin hacer nada/ la primavera llega y la hierba crece por sí misma”.

Y sin embargo, no me detengo, continúo. Es decir, escribo. El miedo al silencio acaba venciendo en todo momento al miedo a sentirme deshonesto por no renunciar a la escritura. Y tanto el uno como el otro no son los únicos miedos, también tengo terror a la obra maestra. Una noche, entraba luz de lluvia por mi ventana cuando pasó por mí un soplo repentino que apenas capté, pero que me hizo percibir, por breves instantes, la obra maestra que estaba destinado a escribir, una obra que mejoraba todo lo publicado hasta entonces en el mundo. Vi pues con claridad pero con brevedad extrema el gran libro que llevamos todos dentro pero que en la vorágine de nuestra vida interior rara vez emerge y, de hacerlo, en seguida viene alguien o algo a interrumpirnos dejándonos sin tiempo para ni tan siquiera memorizar cualquier detalle de ese texto que nos habría cambiado la vida.

¿Me habría gustado que me la cambiaran? Al pensar en las consecuencias que podría haberme acarreado escribir esa obra maestra –entre otras, salir de gira para siempre, una promoción eterna del libro-, me entra siempre un miedo superior incluso a mi pánico al silencio, lo que ya es decir. Claro que aún más superior a ese terror a la obra perfecta es el miedo a que no vuelva a pasar nunca más por mí aquel soplo repentino con luz de luna y no disponga por tanto de otra oportunidad para volver a entrever la pieza insuperable. Es un miedo que lleva incorporada a su estructura un terror aún superior: el temor a que llegue la muerte y quede yo mudo y más que callado sin haber dado antes mi consentimiento a semejante barbaridad; el temor, bien comprensible, a engrosar las filas de los que, habiendo puesto en marcha sin problemas una obra en progreso, quedan, un día, literalmente paralizados para siempre.

Por eso a veces insisto en que Bartleby y compañía, contrariamente a lo que se cree, no habla exactamente de escritores que dejan de escribir, sino de personas que viven y un día mueren, de gente que lee y de gente que un día deja de leer y de gente que muere sin haber leído nada y de gente que ama y deja de amar o ama sin ser amada, de oleadas y oleadas incesantes de seres inútiles y malolientes que vienen desde el fondo de los tiempos a hundirse, que es a lo que venimos a este mundo, donde el instinto silencioso, el instinto de muerte, no necesita ni compañía, de tanta que tiene.

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Vila-Matas asesina a su entrevistador en Notturno de Gibilterra (premio Italo Calvino 2019)

hotelEn el salón de té del Grand Hotel Rodoreda de Barcelona (Carrer Pau Claris), un joven periodista entrevista al famoso escritor Enrique Vila-Matas. Pero evidentemente algo sale mal. En la sala solo queda el cadáver del entrevistador, y Vila-Matas parece haberse desvanecido en el aire. Un detective gruñón y orgulloso «enemigo de las letras» se lanza en busca del presunto asesino.

Así comienza NOTTURNO DI GIBILTERRA, de Gennaro Serio (L´Orma editoriale)

Premio Italo Calvino 2019. Questa la motivazione della giuria: «Per il coraggioso esperimento metaletterario condotto nel testo con lingua poliedrica, sulla scia dei modelli cosmopoliti di Vila-Matas e Bolaño. Un giallo sofisticato dal gusto ironico e parodistico che vede i protagonisti in viaggio per l’Europa dei luoghi di culto della scrittura terminando nella Gibilterra dell’immortale Molly Bloom».

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Quevedo y reescribir lo que leemos.

imagesSi escribir es volver a escribir lo ya leído, las notas marginales y apostillas hechas por el propio Quevedo en los libros que leía demuestran que la palabra « reescritura » no tiene aquí nada de metafórico. Lector activo, Quevedo no se conformaba con corregir erratas, subrayar palabras o hacer observaciones personales – con singular frecuencia observaciones de orden formal- , sino que, como ha dejado patente el estudio de algunos de los libros que manejó y que le pertenecieron, como su ejemplar de L’ Eracleida de Gabriele Zinano, tachaba y suprimía vocablos, sustituía por otras, palabras y expresiones enteras, modificaba el texto a su antojo  convirtiéndolo en un pre-texto para el ejercicio literario, en una palabra : reescribía los libros a medida que los leía, haciendo que, de alguna manera, se cumpliese así el mito de la lectura y de la escritura simultáneas (1). Frente al libro escrito, lo que reivindica Quevedo es el libro que escribe y es esta concepción del libro no como producto, sino como productividad, la que, además de fecundar su escritura, nutre aquí la reflexión del escritor.

 

(1). Uno de los últimos avatares de este mito lo representa Silas Flannery, el personaje de Italo Calvino (Sí una noche de invierno un viajero…) que se convierte en copista para « vivir » a la vez en el tiempo de la escritura y en el del lector.

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PORQUE LOS NOVELISTAS (INCLUSO LOS GRANDES) NO HABLAN DE ARTE CONTEMPORANEO

nyoPerché i romanzieri (anche grandi) non ce la fanno proprio a parlare di arte contemporanea.

LUCA BEATRICE (para Linkiesta):  Quienes conocen el arte contemporáneo y aman la literatura tienen la impresión de que estos dos mundos luchan por hablar entre ellos. Y no viene de hoy. Alberto Moravia, por ejemplo, ya se lo planteaba en No sé por qué no he sido pintor (la colección de sus escritos de arte publicada por Bompiani hace un par de años), donde centró su análisis en la pintura romana y Guttuso, ya que su hermana Adriana Pincherle también pintó. Julian Barnes realmente no ama los asuntos de actualidad, levanta la nariz frente al Young British Art y prefiere refugiarse en los llamados modernos clásicos porque la historia garantiza un cierto refugio y todo en todos los idiomas tradicionales funciona mejor que la experimentación.
Luego están las novelas que hablan de artistas, que además de algunas raras excepciones (como la divertida Madre nuestra que estás en los cielos de Piersandro Pallavicini, donde el coprotagonista es una performer de nombre  Relata Refero, y sobre todo Vila-Matas por Kassel no invita a la lógica) son pintores porque los escritores apenas incluyen las formas más actuales (video, fotografía, instalaciones) en sus narraciones. Es por eso que los artistas narrados por los escritores están inevitablemente fuera de tiempo, como si no hubieran notado los cambios y revoluciones en torno a esta figura.
(…)
Estamos buscando un escritor que quiera saltar al arte contemporáneo, comprenderlo y contarlo.

texto completo en:  Linkiesta, revista italiana de Cultura / Febrero 2020
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DEL AMOR

EQAibtWWAAI9jpX¿Y qué decir del amor por un país extranjero? Parece una especie de nacionalismo al revés: lo Distinto encanta, lo Idéntico aburre, lo Otro exalta… Llevo años enamorándome de lo extraño, y este septiembre no ha sido la excepción: septiembre viajero en el que vi lugares foráneos, mientras releía a fondo El gran Gatsby, gran historia de amor

«A mí me habían invitado de verdad», dice en ella Nick Carraway, el narrador. Y ahora juraría que, como si se tratara de un lugar foráneo, es la propia novela de Scott Fitzgerald la que me invita a hablar aquí del amor. En ella hay una frase bien extraña que recientemente comentó con agudeza Siri Hudvest en Una súplica para Eros (Circe): aparece en la escena en la que Carraway, a petición de Gatsby, ha invitado a Daisy a su casa para que así los antiguos amantes se reencuentren; cuando eso ocurre y Nick les quiere dejar solos, ellos se resisten a que se vaya. «Tal vez mi presencia les hacía sentirse más satisfactoriamente solos», escribe Nick.

¿Qué puede significar ese «satisfactoriamente»? Para Hudvest expresa la idea de que el amor, para existir, necesita ser visto. Posiblemente, una pareja la componen tres personas. Y quizás estar enamorado sea un estado tan inenarrable que solo un testigo pueda transformarlo en creíble, real.

El amor, está claro, es el único sentimiento que introduce la idea del otro, el único que nos permite escapar de la trampa de la identidad propia, de lo neuróticamente abocado a uno mismo. ¿Será verdad que uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única? Aquí no sabría qué decir. ¿Y es cierto que solo nos atraen las historias de amor infelices? A esto puedo responder que se trata de un tópico que desmontan novelas como Ada o el ardor, de Nabokov, donde sin cesar los enamorados son inteligentes y, encima, desenfrenadamente felices, y nosotros leemos la historia con notable entusiasmo. ¿O no?

¿Amor y belleza son conceptos idénticos? Quizás sí, pero tampoco está tan claro. Stendhal, por ejemplo, viaja por Italia y se enamora de ese país con tal fuerza que su coup de foudre adopta el rostro de una actriz que canta en Ivrea El matrimonio secreto de Cimarosa; esta actriz tiene un diente delantero roto, pero la verdad es que eso importa poco para el coup de foudre. ¿O no nos acordamos ya de que Werther se enamora de Carlota, entrevista por una puerta mientras corta rodajas de pan para sus hermanitos, y esa primera visión, aunque trivial, le conduce a la más fuerte de las pasiones y al suicidio?

Me atasco de pronto —el amor es un gran atasco, decía Chesterton— y acabo volviendo a Daisy y Gatsby, a los que evoco sentados en los escalones de la casa de su amigo Carraway, vigilados estrecha y «satisfactoriamente» por este, que sigue las instrucciones de Daisy, que le ha pedido que esté bien atento, «por si hubiera un incendio o una inundación».

¿Una novela leída recientemente y que me haya emocionado? Sin duda, Hace cuarenta años, de Maria Van Rysselberghe (Errata Naturae). ¿De qué personaje de ficción estuve enamorado? De Aida (Claudia Cardinale) bajando las escaleras en La chica con la maleta de Valerio Zurlini. Y de Anna Karenina, por supuesto. Inolvidable Anna en el tembloroso tren, leyendo una novela inglesa con una pequeña linterna que sujeta en el brazo de su butaca. En un vagón cercano viaja Vronsky, pero ella no lo sabe todavía. Es una escena extraordinaria de la gran literatura: Anna, la novela y la linterna, el iluminado tren cruzando la noche rusa, la conmovedora vida en movimiento.

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EL MENSAJE SUSPENDIDO [Café Perec]

1580732164_076895_1580733167_noticia_normal_recorte1Cuando Macedonio Fernández le hablaba directamente al lector, alcanzaba momentos raros, diría que levemente portentosos. En mitad de Papeles de Recienvenido, por ejemplo, dejaba caer de pronto esto: “Por ahora no escribo nada; acostúmbrese. Cuando recomience se notará”. Ya no sé cuántas veces me he reído con ese abrupto fragmento, que habitualmente me divierte porque no consigo entenderlo del todo, aunque, en los días en que me ocurre lo contrario y en parte lo comprendo, me recuerda lo burda que puede llegar a ser esa creencia de que un novelista se pone a escribir porque tiene “algo que decir”.

Claro que aún más burda puede ser la creencia de que el novelista sabe de antemano lo que va a decir cuando, a fin de cuentas, antes del trabajo artístico no hay nada, no hay certeza, no hay tesis, no hay mensaje y, después del mismo, aún se ve más claro que tampoco hay nada de todo eso y que creer que el novelista tiene “algo que decir” y por tanto ha de buscar una forma de trasmitirlo es un error. Porque la forma de trasmitirlo es precisamente lo que está ahí en juego: esa forma tantas veces oscura que más tarde será el contenido incierto del libro.

¡Y tan incierto! Pero es que, además, en el hipotético caso de que el libro sea buenísimo, aún va a resultarnos más ridículo tratar de explicarlo, porque es imposible ser un buen artista y a la vez capaz de explicar de manera inteligente tu trabajo. ¿Y no hablaba de esto Coetzee cuando dijo que una de las cosas que la gente no suele comprender de los escritores es que uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello, sino que el proceso de escribir propiamente dicho es el que permite al autor descubrir lo que quería decir y que normalmente es de contenido incierto?

Quizás por todo esto, cada día encuentro más demencial escuchar a un novelista que, enmarañado en la promoción de su novedad, se aviene a contar un argumento, la manida trama de su novela. Y tal vez por eso me divirtió una barbaridad, por lo insólita, la reciente entrevista a Lobo Antunes en Página 2, en la que el portugués escapó de toda referencia a la trama de su (en realidad irresumible) novela diciendo que la había olvidado por completo para poder encontrar nuevas formas y comenzar otra. Fue un momento atípico y al mismo tiempo cumbre de la historia más reciente de nuestra televisión pública, y así me pareció que lo entendía también, con su sonrisa cómplice, el entrevistador, Óscar López. Fue un momento genial en el que, oyendo a Lobo volví a acordarme de lo cargantes que pueden llegar a ser los novelistas que resumen sus tramas y sugieren cuáles son sus mensajes. Y sí. Fue todo tan extraordinario que hasta hubo quien creyó ver que el mensaje de la novela olvidada de Lobo se movía por arriba entre las nubes, suspendido allí en lo alto de la nada. Fue un instante tan perfecto que ni falta le hizo a Lobo preguntarnos si se notaba mucho que había encontrado una nueva forma y que ésta, recomenzando a cada momento, iba ya camino de ser el contenido incierto de su nuevo libro.

 

El artículo en El País

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LA DINÁMICA DEL «ME ACUERDO» [Café Perec]

 

20200112_143708~2Con el nuevo año las ediciones Joseph K han publicado en Nantes el volumen de más de mil páginas en el que Mireille Ribière reúne entrevistas, conferencias, textos raros y grandes inéditos de Georges Perec. Y en una de las numerosas notas a pie de página nos enteramos de que cuando Perec, en 1970, a través de Harry Mathews, leyó I Remember, de Joe Brainard (Me acuerdo y otros autorretratos, Eterna Cadencia), quedó literalmente fascinado, pero también muy sorprendido de que, siendo tan elemental y dinámica la letanía del “me acuerdo, me acuerdo” nadie antes hubiera tenido la idea de utilizarla para un libro.

Por supuesto, fue aquella lectura de Brainard la que puso en marcha el proyecto de Je me souviens (en español Me acuerdo, en Impedimenta), donde Perec acabaría proponiéndose, en lugar de una exploración a lo Brainard de su memoria más egocéntrica, trabajar con recuerdos de aire fácil que pudieran ser comunes a los lectores, pura memoria colectiva.

De entre los inéditos destaca uno sobre la guerra de Argelia y sobre todo 30 banalidades idiosincráticas sobre la ciudad de Nueva York, texto escrito por Perec en 1975 en Manhattan en días frenéticos en los que pasó de todo, incluido su encuentro casual con Joe Brainard en una lectura pública de poemas de Harry Mathews en Saint Mark´s in-the-Bowery. 30 banalidades idiosincráticas tiene su interés porque permite presenciar un ensayo general del tono y la música que tres años después aparecería en Je me souviens. Su tono, deliberadamente ingenuo y sereno, puede recordarnos tanto el de Five Easy Pieces (aquellas “Cinco piezas fáciles” que Stravinsky compuso para las prácticas de piano de sus hijos) como el de la poesía de Harry Mathews, que a su vez puede recordarnos la serenidad de las composiciones de Eric Satie, de cuya música dijo Perec (en la plaquette de una emisión radiofónica consagrada a la poesía de Mathews) que no era necesario escucharla para que existiera, pues había estado en realidad siempre allí (y ya sólo le faltó añadir que igual que la fórmula eterna del “me acuerdo, me acuerdo” de Brainard)

El caso es que 30 banalidades idiosincráticas orienta sobre la génesis de Je me souviens y nos permite ver cómo Perec supo conjugar el aire fácil y hasta ingenuo de su inédito neoyorquino con el vértigo que paradójicamente exigía la exploración de una voz como la que surgió, desde el fondo de los tiempos, en Je me souviens. Esa voz que estuvo ahí siempre y resultó idónea para venir al mundo precisamente en la Gran Manzana, protegida por el número cero y con una irremediable declaración de principios: “0) Escribir en Nueva York es escribir sobre Nueva York”. Y algo más adelante, acotando territorio: “1) Escribir sobre Nueva York es escribir sobre algunos fragmentos de espacios, reunidos o dispersos en Manhattan”.

Y después ya, a rienda suelta, con el vértigo de las letanías y la serenidad de Mathews y Satie: “4) De pronto llueve. 11) No había visto nunca tantos grillos ni sistemas de alarma. 27) La noche esconde al día en el revés de lo oscuro. 29) Ya verás cómo en algún momento hablarás del vértigo”

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VALERSE DE LA INFORMATICA PARA TENER UNA SEGUNDA PERSONALIDAD

Andrew O´Hagan, autor de La vida secreta (Anagrama)

Andrew O´Hagan, autor de La vida secreta (Anagrama)

SE CONFIRMA, según Andrew O´Hagan (LA VIDA SECRETA), que el ciudadano clásico del siglo XXI se define también por su falsedad: «Se construyen y movilizan valiosas identidades falsas y a menudo son simulacros de la verdadera identidad de sus responsables».

Gran libro LA VIDA SECRETA. Aunque si lo pensamos bien, ¿no estaba eso ya en El Quijote? Es el gran tema de la novela desde el libro de Cervantes. El tema de la apariencia y la realidad: lo que somos, lo que creemos o decimos ser y lo que ven los que nos miran, que casi nunca coincide en absoluto.

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Radio Uruguay. Piensa máquina.

20191221_190034~2Entrevista a Vila-Matas de Pablo Silva Olazábal

«El martes llamamos a Barcelona para hablar con el escritor español Enrique Vila-Matas sobre su última novela, Esa bruma insensata (Seix Barral), que gira sobre dos hermanos escritores (uno frustrado y otro exitoso), dos modos de encarar la literatura y dos actitudes: la fe en la escritura y el rechazo a seguir “el carnaval”. Como en el resto de la obra de Vila-Matas, el libro está pautado por citas literarias; entre ellas aparece una extensa del uruguayo Mario Levrero…»

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ESA CONJURA QUE ANDA POR AHÍ [Café Perec]

bar en Palermo, Buenos Aires.

Argentina recoge el testigo de la intensidad intelectual de Francia.

Imaginé que llegaba a una ciudad fría, glacial, que me recordaba la Alphaville de Godard. Había sido contactado por un secreto grupo extranjero y en un momento determinado entraba en una cabina y hablaba con una operadora que me repetía varias veces que no le estaba permitido darme determinada información. Aquella telefonista se habría llevado una buena sorpresa de saber qué en realidad yo sólo buscaba confirmar mi intuición, mi sospecha, de que si durante años Francia había sido el único país literario del mundo, últimamente el culto a la literatura se había desplazado a diferentes territorios, algunos más flotantes que terrenales. Uno de ellos –conjeturé consciente de que seguía imaginando– tenía el aire de una conjura argentina, pero ésta, aun manteniéndose en un registro discreto, parecía internacional y era particularmente activa a la hora de recoger el testigo de la intensidad intelectual de Francia.

Cuando lo imaginado cesó de golpe, lamenté tanto que hubiera quedado todo interrumpido que al final logré seguir imaginando, es decir, sospechando libremente, sin reprimirme. Y al conjeturar cada vez más a fondo sobre esa conjura que para mí era como algo o alguien que andaba por ahí, fui viendo que ésta podía estar inspirándose en una conspiración que había creído detectar en más de una ocasión en obras de autores bien distintos entre ellos, pero unidos por su afán de no traicionar las esencias de lo que un día llamamos literatura: escrituras de Schweblin, Mairal, Chitarroni, Tabarovsky, Sarlo, Fresán, Mavrakis, Cohen, Gaínza, Becerra, Schierloh, Caparrós, Silvia Molloy, Sagasti, Pron, María Moreno, Sabbatella, Berti, Zooey, Kociancich, Forn, Néspolo, Mariana Sandez, Pauls, Cozarinsky, Selva Almada, entre tantas otras.

Y creí entonces caer en la cuenta de que lo imaginado, incluidas mis cábalas acerca de una conjura etérea e internacional, procedían del día en que Sergio Chejfec había respondido así en Caracas en 2007 a la pregunta de cómo veía desde fuera la literatura argentina: “Saer, Aira, Libertella, la recuperación crítica de Osvaldo Lamborghini, todo eso impactó en términos de actitud. Se volvió a la idea de que no es necesario contar con demasiados protocolos y autorizaciones simbólicas para hacer literatura. Es un modo de escribir que aparece sin pedir permiso”

Había sido aquel “sin pedir permiso” el que me había abierto los ojos y el que,  con el tiempo, me había llevado hasta aquella ciudad glacial que me recordaba Alphaville, donde una telefonista actuaba ahora como si temiera que acabara recabando más información sobre aquel complot surgido sin la autorización de Francia y que sólo había yo intuido o, si lo prefieren, imaginado: una conjura fundada por lectores que con los días se habrían ido transformando en críticos que a su vez habrían comprendido que, si querían honrar a la literatura, tenían que perderse ejemplarmente por la llamada “senda del crítico Barthes” y convertirse directamente en escritores; es decir, bajar al ruedo y prolongar, por otros medios, aquello que siempre estuvo en juego en la literatura.

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La Vanguardia: ESTA BRUMA INSENSATA entre las cinco novelas de 2019

ESTA BRUMA INSENSATA, uno de los cinco libros del año 2019 según La Vanguardia del primer día del año 2020.

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Escuchar a la lengua fuera del poder.

bobFin de año, y recordemos una vez más:

«A  nosotros solo nos resta, si puedo así decirlo, hacer trampas con la lengua, hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte yo la llamo: literatura.”

[Roland Barthes]

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Zig Zag Peckinpah [Café Perec]

murrÚltimamente algunos vemos cine como si lo leyéramos, con zigzagueos mentales, con tics adquiridos de nuestras lecturas en la Red, donde nos hemos vuelto expertos en pasar de un texto plano, lineal, a uno abierto, plural, que se desdobla en otros textos, llevándonos hasta el hipertexto, que abre todo tipo de nuevos caminos a la lectura tradicional, lineal, permitiéndonos, con los nuevos procesos de lectura, ampliar zonas difuminadas del discurso central.

Este tipo de desplazamientos en torno a un hipervínculo quizás expliquen que ayer, nada más empezar a ver Suite Peckinpah –justo cuando Lupita Peckinpah entraba en el Murray Hotel, de Livingston, y se apoyaba en la barra de la recepción para pedir las llaves de la suite donde vivió su padre y que da título al documental–, me dedicara casi de inmediato a viajar por mi memoria, como si ésta fuera el buscador de Google. Y regresé de pronto a una tarde del verano de 1970 en San Sebastián en la que Sam Peckinpah confundió la barra de recepción del Hotel María Cristina con la de un bar del Far West y exigió, con autoridad etílica, un whisky en vaso corto.

De aquel remoto festival de cine creo que podría estar hablando toda la vida, porque fui testigo conmovido del comienzo de la amistad de Gonzalo Suárez con Peckinpah y porque no he olvidado lo injustamente mal recibida que fue Aoom, aquella película del gran director y novelista asturiano, película todavía hoy ninguneada, pero en su momento elogiada hasta la extenuación por Peckinpah, que llegó a llevarla a Londres para defenderla ante los ejecutivos de la Universal. “La vieron y tardaron una semana en recuperarse”, comentaría luego Gonzalo Suárez.

Volvamos a la hija mexicana, volvamos a Lupita. Nada más entrar en la suite del Murray Hotel, a la busca de su padre (de su Pedro Páramo particular), nos informaba de que no percibía que allí quedara “algo” de él. Me pregunté qué habría sucedido si ella hubiera tenido noticia de lo que son capaces algunos cuando buscan una molécula de su mito favorito. Y pensé concretamente en el caso del narrador de La parte recordada, de Rodrigo Fresán, que, al entrar en el despacho de Cornell University donde Nabokov escribiera Pnin y Lolita, se desnudaba y abría sus piernas y extendía sus brazos en una versión frenética del Uomo vitruviano de Leonardo da Vinci, iniciando una sesión aeróbica-atómica que buscaba que algo del talento de Nabokov siguiese allí, es decir que alguna molécula residual de su paso por el lugar aún zigzaguease rebotante entre aquellas paredes y pudiese entrar en su organismo y se convirtiese en una nueva célula que por fin lo nabokovizara

A todo esto, como es natural, el documental Suite Peckinpah se resistía a ser ralentizado por tics de lecturas googleanas y seguía su trayecto rectilíneo, avanzando implacable. Y era como si quisiera evidenciar su incapacidad –no se sabía si innata– de captar las posibilidades del relámpago y verse proyectado incluso más allá de las lecturas de Red, hasta el mismísimo infinito.

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EBRIO DE NUEVA YORK.

Lucien Freud and Brendan Behan

Lucien Freud and Brendan Behan

…ese momento irrepetible y oscuro que no se olvida, ese instante entre joyceano y elegiaco en el que los ensueños del escritor absorben paulatinamente el mundo que tiene alrededor mientras se desvanece la luz diurna y se acumulan las impresiones del día en una armonía de sonidos urbanos y una mezcla conmovedora de sentimientos y luz declinante que llega hasta las mismas puertas del Chelsea Hotel, donde nunca apagan la luz.

[Ebrio de Nueva York]

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Anonymous escribe sobre ‘Esta bruma insensata’ en The Modern Novel

La versión de la reseña en la web:

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MAC Y SU CONTRATIEMPO, entre los libros de la década, según La Vanguardia.

MAC Y SU CONTRATIEMPO en web de VilaMatas.

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The last Vila-Matas in THE MODERN NOVEL

20190321_191611~2I have enjoyed everything I have read by Vila-Matas and, I must say, that I enjoyed this more than most. It is, as always with Vila-Matas, original, clever, witty, deceptive, very post-modern and quite different from most Spanish novels. I assume that it will soon appear in English.

He disfrutado todo cuanto he ido leyendo de Vila-Matas y, debo decir, que éste lo he disfrutado más que ninguno. Es un libro, como siempre sucede con Vila-Matas, original,  inteligente, ingenioso, embaucador, muy posmoderno y bastante distinto de la mayoría de las novelas españolas. Supongo que pronto aparecerá en inglés.

leer aquí todo el artículo de THE MODERN NOVEL / London, 20 Dic 2019

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