LA COMEDIA HUMANA DE PISÓN.

pison_11_1000x528IGNACIO VIDAL-FOLCH: Sin proponérselo y sin voluntad serial o totalizadora, pero con parecida perseverancia novelesca, Ignacio Pisón va componiendo, novela a novela, una especie de versión democrática de la comedia humana balzaquiana, o de los episodios nacionales galdosianos. Entiéndase no en el sentido estilístico o totalizador, sino en el de la exposición de un juicio sobre una sociedad, sus usos, sus valores y sus fantasmas. Como los tiempos han cambiado mucho desde anteayer, los protagonistas de la comedia pisoniana no aspiran a conquistar París ni a combatir en épicas batallas ni siquiera a que les reciba en audiencia un ministro. Aspiran a vivir con cierta libertad y prosperidad, con salud, amor y un poco de dinero para vivir desahogadamente o por lo menos permitirse de vez en cuando alguna alegría. Estas novelas componen una especie de subtexto novelesco al pasado reciente. Son una crónica lateral, a pie de calle, del alma del homo democraticus español, bautizado con la Constitución. Al margen del valor literario y novelesco, este valor sociológico y psicológico ya constituye un logro.

Estas novelas están llenas de detalles elocuentes. Por ejemplo, en la última, Fin de temporada, una camiseta con una imagen de la serie Friends que luce el protagonista es un dato insignificante pero que sirve para “dar el tono” de la época, del nivel de imaginación de los protagonistas y de lo que les falta, quizá, en el aislado cámping en el que viven, cerca de la central nuclear de Vandellós; pero también, cuando esa camiseta reaparece 50 páginas más tarde, para anunciar el regreso de un personaje que había estado largamente ausente. La eficacia y economía de recursos elocuentes como éste que dan verosimilitud y compacidad al territorio de la ficción propuesta (espacio y personajes) es una marca del autor. Como estas novelas están llenas de detalles significativos y de personajes “calcados” de nuestras familias y explicados con simpatía y cercanía, concediéndoles toda la dignidad que sin duda tienen y merecen, pero afortunadamente sin bajo sentimentalismo, adulación ni condescendencia, con una seguridad y gran serenidad autorial, los lectores se reconocen en esos espejos estendalianos y agradecen el respetuoso trato recibido. Al fin y al cabo eso, respeto, es la clave de las relaciones civilizadas y de la altura humana; y como la carpintería de las historias es sólida y el lenguaje es preciso pero llano, sin desfallecimientos ni retórica, y las tramas argumentales están sabiamente salpicadas de intrigas, obstáculos, enigmas y peripecias que las relanzan de principio a fin, a la siguiente novela ese lector vuelve a la cita consigo mismo.

Ahí se les confirma, se les recuerda que el ciudadano no es solo ese pedazo de carne redundante, con cuatro ideas simples sobre el funcionamiento del mundo, cordero de un rebaño y presunta víctima de timos, que es como le tratan tantas instancias y poderes de la vida económica, laboral, política, familiar. Que es algo mucho más palpitante y valioso, incluidas sus imperfecciones, traumas y fisuras y anhelos insatisfechos.

No sé si lo que estoy diciendo ya lo han dicho otros antes, pues Pisón no es precisamente un autor ignorado o que haya pasado desapercibido, sino que se le celebra desde su primer libro, escrito cuando era veintiañero, que si no recuerdo mal eran unos cuentos titulados Alguien te observa en secreto. Muchas veces sus novelas se organizan en torno a los miembros de una familia, con sus afectos y experiencias compartidas, con su diversidad de caracteres: unos, abnegados, otros aprovechados o irresponsables… En su última entrega Fin de temporada, publicada el pasado mes de septiembre, la familia está vista a la luz más oscura y fatal, desde la escena del accidente con que sube el telón –el mismo autor resume el argumento en la entrevista que le hizo para Letra Global la admirada Anna María Iglesia— hasta la escena tremenda, de una violencia emocional pavorosa, que hacia el fin del libro constituye el relato inverso a la parábola evangélica del regreso del hijo pródigo. Leerle es una costumbre adquirida hace cuarenta años, y uno tiene pocas.

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