Montevideo comentada en Le Monde Diplomatique (Uruguay) .

114Montevideo [novela de Enrique Vila-Matas

comentada por Roberto López Belloso]

 

Este año aparecerá en rumano, en alemán y en portugués. También tendrá su

título en caracteres griegos en la edición de Ikarus. Así seguirá su singladura

esta novela cuyo tema, se ha dicho, es “la biografía de un estilo” más que una

trama (Eva Cosculluela, ABC Cultural,3-9-2022). El suplemento “Babelia”, de

El País de Madrid, la colocó entre los diez mejores libros de 2022 y El Mundo

la calificó, directamente, como el libro del año.

El éxito es tan indudable que resulta difícil abrir sus páginas

sin una cuota de escepticismo. Al principio, con tantas referencias

y guiños a lectores de anteriores obras del autor de París no

se acaba nunca (2003), parece que la decepción empieza a quedar servida

en la mesa. Sin embargo, a poco de comenzar, el “yo literario visible” que

viene narrando, ese que Vila-Matas llama su “avatar”, vuelve a torcer la

partida en su favor. Entonces, cuando llegamos a la ciudad del título, y sobre

todo cuando arribamos a esa habitación del hotel Cervantes, donde, al decir de

Beatriz Sarlo (Escritos sobre la literatura argentina, Siglo XXI, 2007), nació

lo fantástico en la literatura de Julio Cortázar, ya estamos en sus manos. Ya

no importa la anécdota del encuentro real del Vila-Matas de carne y hueso con ese

cuarto (Alicia Torres,“Escribir con sentido del riesgo”, Brecha, 3-10-2014). Lo

que importa son “los espacios del misterio” (otra vez Torres, ahora en “El paisaje mental de Vila-Matas”, Brecha, 17 de febrero).

Al final, las barreras del comienzo no sólo se desmoronan, sino que se han

deshecho tanto que dejan, en su sitio, la pregunta de si no estará acá, en Montevideo,

una clave para mirar con una perspectiva más abarcadora algunos de sus libros anteriores.

Es que el autor logra que una habitación imposible y una araña colosal –que cuando inquieta más es cuando muta en un minúsculo ideograma– se materialicen en un desborde de sentido sobre la ciudad interior (Montevideo es sólo su avatar) que todos queremos pensar que llevamos dentro, como un anhelo atravesado por el distanciamiento. El miedo pasa a ser el revés del miedo que suele proponer lo fantástico –ahora en el sentido decimonónico más que cortazariano –; es decir, que, al prender la luz, el monstruo se desvanezca. ■

 

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Sobre Dyer y su último libro.

«Aunque el final sea único, las formas de experimentarlo suelen ser muy variadas. Ahí está la etapa final de Turner que prefigura el impresionismo lo menos 40 años, aunque ahí intervenga el azar. “Si ahora sus formas nos parecen tan abstractas es porque estaban inacabadas”, apunta. Pero también el poco frecuente fulgor final de un Beethoven sordo; la recuperación creativa de Jean Rhys, tras décadas de silencio, o la forma en la que paulatinamente los escritores se van dando por vencidos tras haber gozado de un éxito masivo –“a quien los dioses desean destruir, primero lo llaman prometedor”-. O incluso aquellos que deciden dejar de escribir, lo que le permite a Dyer mencionar a Enrique Vila-Matas y su Bartleby. “He acabado escribiendo muchos más libros de los que nunca había imaginado . Y claro que a veces he pensado que estaba acabado, pero he solucionado mis dudas poniéndome a escribir un nuevo libro”.

                                       Elena Hevia (El Periódico)

geoff dyer

 

                     Philipp Engel sobre

Los últimos días de Roger Federer

                              de Dyer

«Geoff Dyer la crisis de los 60 lo pilló en confinamiento. Apartado de su cotidianidad, el escritor de 64 años se preguntó si, después de haber publicado ensayos brillantísimos sobre jazz, fotografía, Tarkovski y arte, además de novelas y crónicas de sus numerosos viajes, de los físicos y de los otros, no había dado ya lo mejor de sí mismo: «Espero vivir más de 60 años, pero si traducimos los antiguos sesenta años de esperanza de vida a los días de la semana, ahora es un domingo por la mañana temprano», escribe en el irresistible Los últimos días de Roger Federer (Random House), un libro antológico en todos los sentidos. Como subraya por Zoom Dyer desde su casa de Los Ángeles: «No es un libro enciclopédico, ni un repaso exhaustivo de personajes relevantes, sino de personalidades que, en algún momento de mi vida, han sido particularmente importantes para mí».

El tenista suizo, su favorito, no es más que un punto de arranque, ligado a que Dyer también le ha dado siempre a la raqueta hasta que se le acumularon las lesiones. Después de una última operación, su médico sentenció que «ahora no hay nada con garantía. Ahora todo es Zara. Nada dura para toda la vida, ni siquiera la vida». Abrumado por la posibilidad de que igual ya no podría escribir todos los libros que le quedaban por escribir, Dyer decidió reunirlos todos en uno, que se disfruta como todos los demás. No sólo porque la curiosidad insaciable de Dyer abarca todos los ámbitos, sino porque lo hace sin atisbo de academicismo, con humor tronchante y privilegiando la experiencia como forma de conocimiento. Su mirada nunca será la de un mojigato que no ve más allá de la pantalla de su Mac. En ocasiones, se puede estar en desacuerdo con sus atrevimientos, pero nunca en cómo los expresa. «Por supuesto», confirma, «un libro no es un estado policial».

Ya se sabe que la vida profesional de los deportistas de élite está marcada por el punto máximo de su rendimiento físico. Pero, aunque luego vayan sobrados de millones para afrontar el vacío, los hay que no se resisten a patéticos regresos a la arena mediática, como Björn Borg o el futbolista George Best que, para Dyer, significó un regreso fundacional: «Era la primera vez que oía que alguien se retiraba y luego volvía a retomar la actividad que había dejado. En el caso de Best, la rutina de dejar el alcohol y luego renunciar a intentar dejar el alcohol acabó conformando el patrón de su vida», escribe. Y en directo, añade que la idea del retorno innecesario siempre le ha fascinado: «Cuando alguien ya tiene una gran reputación, se espera de él que produzca más libros, discos o cuadros, y a menudo el aumento de su producción coincide con el derrumbe de la calidad».

En literatura, el prestigio puede ser una trampa para los lectores. Para Dyer, Martín Amis, uno de sus escritores más venerados de su generación, también fue una revelación: «Podría haber dicho cosas mucho más duras sobre algunos de sus libros, de Perro callejero, por ejemplo, aunque fue él, para darle cierto crédito, el que despertó en mí esta alarma de decir: ¡caramba, hay autores con una carrera fantástica y que luego viven un cierto declive!».

Lo curioso es que, según recoge Dyer en su libro, Amis acuñó el maravilloso concepto de nobelidad al describir a José Saramago: «Es lo que sucede cuando la magnanimidad se convierte en una segunda naturaleza, como si no sólo te prepararas una taza de té por la mañana, sino que te preparas una taza de té Nobel para tomar con tus huevos Nobel y unas lonchas de bacon Nobel».

Otra perla dyeriana: «Mejor ser pomposo que solemne; el primero al menos posee la insinuación redentora de lo ridículo, y dado que el autobombo intencionado siempre se percibe como una autohumillación, es fundamentalmente una cualidad cómica».

Hay ejemplos más tremendos de decadencia literaria, como la de Friedrich Nietzsche, que abrazó la locura en forma de caballo en aquella famosa esquina de Turín. En su caso, el reconocimiento brilló por su ausencia. «Antes de volverse loco, se preguntaba: ¡Cómo es que escribo libros tan fantásticos y nadie se da cuenta!», comenta Dyer. El enfrentamiento entre el filósofo y Richard Wagner ocupa también parte de Los últimos días de Roger Federer. Curiosamente, Dyer no es muy fan de El ocaso de los Dioses, la ópera que se considera como lo más en el arte del declive: «Soy sensible a esa romántica atracción por las ruinas, pero me atrae más la versión menos orquestada de todo eso. Me inclino más por el colapso individual de Nietzsche que por Wagner. Las sinfonías de Beethoven son fantásticas, pero ahí también me interesan más sus sonatas más privadas».

Buena parte de Los últimos días de Roger Federer tiene música de fondo. ¿Quién no ha tenido sensaciones encontradas al asistir a un recital de los éxitos de antaño? Le cuento que la última vez que cedí a la nostalgia, acudiendo a ver a uno de esos grupos que no pude ver en mi juventud, lo primero que detecté entre el público fue un peluquín. El grupo se había convertido «en su propia banda de homenaje». Dyer pone en su libro a Dylan de ejemplo recurrente: «Estaré escuchando a Dylan […] hasta el fin de mis días» […]. Pero tampoco me tomaría la molestia de ir a verlo esta noche, ni mañana ni cualquier otra noche, aunque estuviera tocando gratis en un local al final de la calle. (…) La gente no va para ver a Bob Dylan, sino para haberlo visto». En directo, añade «vi a Miles Davis tocar, pero seguro que hubo otras 5.000 ocasiones en las que hubiera sido mejor verlo que cuando le vi yo».

La pintura también es un lienzo en blanco para las disquisiciones dyerianas sobre la quizás no tan inevitable caída. Si De Chirico terminó su carrera «falsificando sus propios cuadros», es decir sin añadir nada de valor a su legado, «la disolución del mundo físico en las obras de Turner (…) se vio, en su momento, como señal de que sus habilidades disminuían gradualmente, un síntoma de ‘decrepitud senil'». Hoy, en cambio, son un preludio de la abstracción, obras avanzadas a su tiempo y a la miopía de sus contemporáneos. Así pues, todavía queda esperanza de brillar en el último tramo de su carrera, aunque sea ante la incomprensión del mundo.

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Lo que pasó en CentroCentro

A5 Tras la alternativa en Las Ventas.Vila-Matas. / Alternativa en Las Ventas. De izquierda a derecha: Mariana Sández, V-M, Cristina Oñoro, Paula de Parma.

ESTHER ARRIBAS (Madrid, 12 de Marzo 23):

Encuentro literario en Madrid titulado como la novela de Faulkner Las palmeras salvajes. Me ha gustado muchísimo la intervención de Laura García Lorca, comentando los libros de Jennifer Clement, por su pasión y rigor.Es una mujer que tiene una mirada espectacular. He estado muy cerca de ella, y su rostro me recuerda al de Federico G.L. Sí.

También, claro, la intervención de Enrique Vila-Matas ha sido brillante, divertida, es un gran narrador! Ha comentado muchos de sus libros, pero ha dicho cosas interesantísimas sobre uno que me gusta mucho, Kassel no invita a la lógica. Después lo he celebrado todo en una tabernita flamenca donde me he encontrado con los compadres Paco y Camarón y con un elemento que Vila-Matas ha nombrado en su conversación para hablar de la muerte y del tiempo: el reloj. Real. La literatura es así.

A-V-M en diálogo con Enrique Juncosa (poeta y comisario exposición Miró en Gugenheim Bilbao.

A Laura García Lorca con Jennifer Clement

 

 

 

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Montevideo / UNA ASOMBROSA FICCIÓN DESDE LO LITERARIO, por Ramón Rozas (Diario de Pontevedra)

v-m en von thyssen malagaRamón Rozas (Diario de Pontevedra) : HAY libros en los que tras unas pocas líneas de su lectura ya se entiende que estamos ante algo especial. Libros que, a partir de la propuesta de su autor, son capaces de sorprenderte con sus planteamientos y propósitos, siendo esa sorpresa todavía mayor cuando llegas a su final y te das cuenta de que ese escritor ha conseguido superar una prueba que para él ha debido ser complejísima. Es cierto que en esta ocasión hablamos de Enrique Vila-Matas, y que varios de sus libros ya habían conseguido ese mérito que, sin embargo, aquí, por el tema que trata y por lo próximo que está a la realidad del autor, y lo que supone lo literario para él, a uno se le antoja que esa empresa ha tenido que ser todavía mayor en cuanto a riesgo y dificultad.

‘Montevideo’, editada por Seix Barral, es ese libro en el que la boca del lector no para de abrirse ante lo que se va encontrando, ante cómo su autor hila toda una serie de lecturas, de espacios y de geografías que magistralmente une Enrique Vila-Matas para generar un maravilloso artificio literario sobre diferentes experiencias del mundo de la escritura, y de la lectura, cómo no, ya que si algo destacaría de este libro es el enorme agradecimiento a lo que supone el hecho de leer y cómo eso condiciona nuestras vidas, seas o no seas escritor.

Así es como nos encontramos a un escritor en un momento de incertezas, de dudas sobre los diferentes caminos que siempre se le plantean a un autor. Para intentar neutralizarlas o, cuando menos domesticarlas, Enrique Vila-Matas se deja llevar por esa ambigüedad que surge de lo real, diferentes vivencias y experiencias; y de la ficción, esto es, de lo que supone la lectura de ciertos relatos, muy determinados, pero en cuyo interior también se detecta esa dualidad que tan bien le sienta a la escritura.

Y tan bien le sienta que será lo que active a Enrique Vila-Matas para crear este ‘Montevideo’ que nos lleva a la capital uruguaya a la búsqueda de captar las sensaciones que surgen de un cuarto de hotel en el que Julio Cortázar estuvo instalado y en el que el autor barcelonés intenta catalizar aquello que motivó el relato de Cortázar ‘La puerta condenada’, y todo ello, quizás, para encontrar un lugar propio. Ese cuarto particular desde el que encontrar un estilo o una identidad. La habitación propia de Virginia Woolf que aquí es una más de las numerosas menciones literarias que hace Vila-Matas de inteligentísima manera para vincularlas a su propio camino literario. De esta manera es como emergen Melville, Kafka, Pavese, Auden, Tabucchi, Gracq o Elizabeth Hardwick, por citar tan solo algunos, y dejando un rastro compartido de amor por los libros al tiempo que logra en el lector (por lo menos en el que esto suscribe) echarse a cada uno de ellos para seguir descubriendo sus innegables valores y emociones.

Pero así como autores, y determinados espacios en hoteles en los que se instalaron escritores, se van sucediendo, también lo hacen diferentes ciudades: París, Cascais, Reikiavik o Sankt Gallen, enlazándose todos estos diferentes umbrales literarios hilados de una manera casi mágica, fruto de una destreza en la escritura que muy pocos poseen y que, tras lo visto, mejor dicho, lo leído, nos deja muy tranquilos a sus devotos por certificar que si en algún instante esas dudas pudieron crear alguna zona de sombra, ‘Montevideo’ las espanta de un plumazo ante la magnitud de lo logrado.

Este híbrido novelístico-ensayístico, no deja en ningún momento de motivar al lector para que siga avanzando, para desentrañar, no solo el argumentario de la novela, sino alimentando sus conocimientos sobre todos esos mundos literarios que de manera vertiginosa atraviesa Enrique Vila-Matas en el alumbramiento del suyo propio. No falta el humor, como novela inteligente, y los encuentros con los pobladores de ese Hotel Cervantes de Montevideo llenan esas páginas de sonrisas al tiempo que descubrimientos por los que supuso esa habitación en la literatura, como tantas otras habitaciones en las que todo escritor, indefectiblemente si con alguien se encuentra es consigo mismo, con sus traumas e ilusiones, con sus deseos y peligros, una habitación que semeja engullir a quien desea desde ella escribir una historia, ordenar su mundo, que al fin y al cabo es ordenar el mundo, y en el que el mayor misterio para lograrlo es del escoger la llave adecuada que permita abrir la puerta correcta, tal y como hace Enrique Vila-Matas.

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Piscina de un hotel frente al Atlántico, cerca de Cascais. En ella rodó Wim Wenders su film El estado de las cosas.

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Montevideo, entre vida y literatura [Nicolás Mavrakis para LA NACIÓN, Buenos Aires. 25/02/23

Joanna PiotrowskaHace varios años, durante una entrevista en Buenos Aires, Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) explicó que, para entender el interés por su obra, no había que pensar en algún encuentro azaroso ni calculado entre sus libros y los lectores, sino en el fruto de un trabajo que hoy se remonta a medio siglo de férrea disciplina desde la aparición de Mujer en el espejo contemplando el paisaje, su primera novela. Con paciencia y no sin algunas contrariedades, decía Vila-Matas, él había “creado” desde el comienzo a sus lectores.

Sin duda, esta es la premisa a partir de la cual, a propósito de Montevideo, su nueva novela, adquiere pleno sentido la comparación (publicitaria, pero aun así acertada) de Emmanuel Carrère acerca de la “genialidad” de dos proyectos narrativos tan distintos como los de Vila-Matas y Philip K. Dick. Podría adquirirlo también cualquier otra fórmula que aludiera al modo en que ciertos autores, a veces, ya no dejan en suspenso la voluntaria credulidad del lector, como escribió Samuel Coleridge, sino las del mundo y la realidad.

Escrita como una transición espacial, temporal y literaria entre París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá, Montevideo es una pieza más de este ambicioso proyecto que, tal como lo han presentado antes novelas recientes como Mac y su contratiempo o fundacionales como Historia abreviada de la literatura portátil, borronea de raíz los límites inmediatos entre la literatura y la vida, hasta el punto en que un escritor puede “inventarse una nueva identidad, aunque siempre acabe descubriendo que, por mucho que desee ser muchas personas y haber nacido en muchos lugares distintos, no hay día en que no acabe constatando que somos demasiado parecidos a nosotros mismos”.

Mezcladas, confundidas o simplemente erradicadas estas fronteras, Montevideo no ofrece tanto una trama (si bien hay un protagonista escritor que relata viajes, conversaciones y especulaciones) sino una voz. O, como el propio narrador escribe, un “estilo”, que al desplegarse página a página pronto adquiere el volumen y la complejidad suficientes para que Montevideo funcione como “la biografía de mi estilo”.

Por otro lado, tan voluntarioso como para haber “creado” a sus lectores, desde hace ya algunos libros Vila-Matas ha tomado también las riendas de la “creación” de sus críticos. Y es por eso por lo que, en esta ocasión, al igual que en novelas como Esta bruma insensata o Bartleby y compañía (que aparece ironizada en Montevideo bajo el título de Virtuosos de la suspensión), el barcelonés desliza su voz, de a ratos, hacia el tono explícito del ensayista sin miedo a la polémica.

Es entonces cuando aparecen algunos golpes contra, al menos, tres zonas de la literatura actual por completo ajenas a la fuerza pura de la imaginación: “los imbéciles digitales”, fascinados con la misión de retratar lo que las corporaciones en Silicon Valley dictan que el mundo es y será; la “autoficción”, que no existe, “porque todo es autoficcional, ya que lo que se escribe siempre viene de uno mismo”; y la “no ficción”, que tampoco existe “porque cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción”. En el balance, estas zonas caen en lo que la literatura de Vila-Matas juzga como el error de “aburrir contando todo”. Es precisamente esto lo que Montevideo, por principio estético pero también contra la inercia de las modas editoriales, evita desde el instante en que la existencia de su narrador resulta indistinguible de lo que este leyó, como si cualquier prueba de una vida corriente con el espacio habitual para el trabajo, la amistad, el amor o el miedo solo pudiera traducirse frente al lector apenas bajo los signos imprecisos de lo que, a falta de una palabra mejor para contrastarlo con lo “autobiográfico”, podría llamarse lo “autoliterario”.

En su cruzada en favor de la continuidad total entre vida y literatura, sin embargo, hay un hecho que sí obsesiona al narrador: encontrar la puerta oculta en una habitación del segundo piso del hotel Cervantes, en Montevideo, que inspiró a Julio Cortázar para escribir el relato “La puerta condenada” (relato que tendría por sí mismo una segunda vida fantástica, ya que Adolfo Bioy Casares, sin noticias de Cortázar, también escribió en la misma época sobre el mismo hotel). “Ocurre en ocasiones que un muro es un muro y una puerta al mismo tiempo. Tal vez se estaban dando en aquel momento las circunstancias favorables para que eso ocurriera”, piensa el narrador después de considerar las palabras de un arqueólogo entrevistado en el documental de Werner Herzog La cueva de los sueños olvidados.

Esta “parcialidad fría”, que es la que experimentan quienes “viven las cosas que les pasan siempre distanciándose de ellas para así poder pensar en cómo las narrarían si decidieran narrarlas”, será la cinta de Moebius definitiva de Montevideo: la circunstancia literaria que promueve una indagación real que, a su vez, deberá encontrar de una manera u otra el camino de vuelta a la literatura, para así volver a la vida.

Real o inventada, autobiográfica o plagiada, cita escondida o guiño filosófico, lo cierto es que, en apenas una fugaz concesión acerca de la vida privada del narrador, su madre dejará la llave necesaria para entenderlo todo: “Tras haberle preguntado con insistencia por qué era tan y tan extraño el mundo, se plantó en medio del paseo de San Juan y me dijo que ya estaba cansada de la pregunta y que iba a decírmelo por última vez: el gran misterio del universo era que hubiera un misterio del universo”.

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¿Qué ver en Arco? Dominique Gonzalez-Foerster cae rendida ante la literatura de Enrique Vila-Matas

totalFarmacia barEl Confidencial (23/02/23)

Dominique Gonzalez-Foerster cae rendida ante la literatura del español Enrique Vila-Matas. Se conocen e inician una relación epistolar bellísima. En una de las cartas, Enrique le cuenta a Dominique que solía acompañar a su padre cuando este se dedicaba a medir la distancia entre farmacias, porque esa era su profesión: hacía informes para la concesión de nuevas licencias de farmacias. A Dominique le fascina la anécdota y pone el foco en esas farmacias que, durante la pandemia, se convirtieron en puntos de encuentro, en epicentros de salvación, en expendedoras de esperanza. El protagonista es el propio Enrique Vila-Matas de joven (rodando con smoking en París el film underground Tam-Tam, de Ado Arrietta). La técnica es un collage hecho con Photoshop”.

(Secuestramos a Eloy Martínez de la Pera para que nos oriente en ARCO https://www.vanitatis.elconfidencial.com/estilo/ocio/2023-02-23/que-ver-en-arco-2023_3579796

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FARMACIAS DISTANTES (2)

V-M, farmacéutico

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FARMACIAS DISTANTES [Dominique Gonzalez-Foerster en Madrid] 22.02.23

Farmacias distantesALBARRÁN / BOURDAIS  /  ENRIQUE VILA-MATAS, farmacéutico. /// calle Barquillo 13  MADRID. A partir del 22 de febrero,

Distancia entre farmacias.

Conservo la memoria de Antonio y su hijo, pobres de solemnidad, sentados en el bordillo de una acera de Roma en un descanso de su búsqueda de una bicicleta esencial para el padre si quería sacar adelante a su familia. Hablo de una imagen de Ladri di biciclette (Ladrón de bicicletas) de Vittorio de Sica, una de las mejores películas de todos los tiempos. A mi padre le impresionó –diría incluso que le afectó– cuando la vio en el invierno de 1950 y quizás llegó a identificarse con aquel hombre de Roma que trataba, como él, de huir de la miseria más absoluta.

No mucho tiempo después de aquel invierno, a mis siete años acompañaba yo a mi padre por la parte alta de Barcelona, donde él se dedicaba a medir con una cinta métrica la longitud de las aceras y la distancia que había entre farmacia y farmacia, ya que la ley exigía una cifra muy concreta de metros para autorizar una nueva. Contaba mi padre con la promesa de la ayuda económica de un familiar en el caso de que encontrara un local donde estuviera permitido instalar una nueva farmacia. Marchábamos los dos encogidos, casi arrodillados a veces, siempre cerca del suelo, especialmente mi padre con su cinta métrica.

Mucho antes de que mitificara los solitarios paseos de Rousseau y Robert Walser, mi padre y yo paseábamos de un modo distinto, a merced de la brújula de aquella cinta métrica de la que tanto dependía todo.

Mi recuerdo más nítido: cerca de la plaza Bonanova, mi padre, tras guardar la cinta en su bolsillo y dar así por terminada la jornada, me preguntó de repente qué quería ser de mayor. Se trataba de una pregunta a los niños muy frecuente en aquellos días, porque no había futuro.

– Director de circo –dije.

Y todavía hoy me pregunto por qué dije “director”

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“Ya no podré pasar por la rue Vaneau sin pensar en Vila-Matas”, escribió Maurice Nadeau, tras leer Doctor Pasavento. Y desde entonces ya no puedo pasar por la rue Vaneau sin pensar en Nadeau. A primera vista, es una vía muy breve y tranquila en la que no ocurre nada. Pero en tan breve tramo puede allí uno encontrarse con la casa de André Gide, la embajada de Siria, la bella mansión de Chanaleilles, la farmacia Dupeyroux, el Hotel de Suède, el primer apartamento de Marx en París… Un día, habiendo ya oscurecido, en la casa deshabitada que hay frente a la farmacia Dupeyroux vi dos angustiosas siluetas, muy apretadas e inmóviles en una de las dos ventanas iluminadas. Eso tampoco lo he olvidado.

Enrique Vila-Matas,  farmacéutico.

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Una lectura de MONTEVIDEO, por Jolanta Rekawek.

la-edad-del-desconsueloUn universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo  puede aclarar todo.

Acabo de leer «Montevideo» y te quiero decir que ha sido genial ir leyéndola. Un placer enorme! Me has hecho reír mucho; carcajadas sanas, irrestrictas, fabulosas, las de antes. La carcajada de mayor envergadura – la de Léaud que «no sea que vaya tensionar más la cuerda»!

En los tres días en que la he leído, tu novela se me entregaba por partes distribuidas naturalmente entre varios momentos del día, conforme mis ganas y sus ganas de entregarse. La terminé coincidiendo con una puesta del sol preciosa.

¿Ves qué casualidad?

Te quiero decir que estoy inmensamente feliz al ver cómo has resurgido de la bruma: de una manera soberbia, TUYA, defendiendo la «tuyedad» a ultranza. Con humor y rencor – ambos brotes de una sensibilidad inmensa.

A decir verdad, no me lo esperaba, Enrique. Confieso que al terminar París y reírme mucho, pensé que no iba a suceder nada distinto y que ibas a seguir como siempre (lo cual es loable, pero no extraordinario). Pero no. Tú has decidido quitarte de encima todo aquel «bagaje literario» que habías acumulado y que justamente te estaba empujando hacia la bruma mientras oías los aullidos de los talentos feroces de escritores jóvenes y no tan jóvenes.

Has emergido con «Montevideo» de una manera noble, digna de ti, de un Vila-Matas por nacer, por rehacerse en medio de si mismo que le había empezado a sobrar.  Te felicito, Enrique.

Cuando estaba aproximándome al final (aquel final que tú quizás no celebras, pues a lo mejor dejas que nosotros, los lectores, lo oficiemos solos) estaba curiosa cómo  ibas a  terminar el libro. De verdad, fue extraordinario leer tu diagnostico final de un mundo despojado de misterio, del cual nos han hurtado incluso la obviedad. Hay que resucitar a «tu madre» (quiero decir a la que dice la última frase y quizás representa esta sensatez primaria que nos hace mucha falta ahora) para que ponga lo obvio en su sitio y sacudiendo el polvo acumulado lo mire fijamente para que no vuelva a salirse de su lugar. Sin obviedad no hay ambigüedad porque no hay cosas entre las que oscilar. Un universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo  puede aclarar todo. La ficción ha dejado de existir y es terrorífico. Han alistado la ficción a la realidad. ?Qué hacer?

Tal vez Amadeo Nikt nos vendrá a socorrer. Por cierto, me he reído mucho con este personaje que has soplado apenas a nuestros oídos. Sospecho que lo has creado para detectar quién es verdaderamente polaco entre tus lectores en español, ?verdad? A mí se me ha encendido la alerta a la primera cuando leí su apellido «Nikt» y después efectivamente vino tu explicación. Bueno, a mí me parece que Nikt te puede dar más de una sorpresa y seguir su vida por su propia cuenta, al menos en polaco. Y resulta que «Nikt» – pronombre indefinido (creo que lo es que designa personas inexistentes) tiene la mala suerte de declinarse en polaco.

Ah y «soy nadie» – en polaco es «jestem nikim» (ablativo de Nikt)- pero Amadeo sólo necesita ‘Nadie» para su apellido y no para describir su vacío interior. Así que no compliquemos las cosas.

En las tres situaciones que aparece Nikt a lo mejor tendrá que declinarse (no he vuelto a ver donde está Nikt en el libro). No sé si lo sabías o tal vez tus traductores en polaco lo dejarán sin declinarse, pero si lo dejan como Nikt invariablemente, será un poco raro. Los polacos lo declinamos casi todo: por ejemplo yo al decir «He hablado con Vila-Matas», probablemente diría «Rozmawialam z Vila-Matasem».

Para que veas que nacer como polaco es muy jodido (con perdón).

Así que te advierto que Amadeo Nikt puede recobrar su propia vida en polaco y escapar de tu control como autor.  Y aparecer de repente en otro lugar, otro libro, totalmente declinado.

Nada, más una vez te felicito. Mucha vida Enrique y que te dejen en paz, que no te busquen sentidos, que no te encuadren en conceptos justitos, que no te inviten a eventos, que no te tengan miedo, que no te inventen vidas, que no te pregunten nada sofisticado. Que se relajen. Que se relajen, digo, porque sólo así, relajados podrán notar en algún momento que sus pijamas no hacen juego con el océano. Lo cual es un privilegio (poder notarlo).

Que no te traten como un monumento porque quizás tú seas un simple atracador, como ya ha sugerido Álvaro Enrigue, y esta vez te has atracado a ti mismo. !Con mucho «estilo»!

Un gran abrazo y !enhorabuena!

 Jolanta

 

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LA INVITADA DEL LOUVRE [Dominique Gonzalez-Foerster en Liberation]

dgfkibedgfkibedgfkibeCon motivo de las Jornadas Internacionales de Cine sobre Arte, la invitada del Louvre, un artista inclasificable que no deja de reinventarse, habla de su relación con el espacio-tiempo, su trabajo con el cantante Christophe y su fascinación por las inteligencias artificiales.

Advierte desde el principio: no le queda más voz y debe ahorrarse para asegurar el concierto que da el domingo con Ecoturismo, el dúo de pop experimental que forma con el músico Pérez. Gran invitada del Louvre, la artista visual —————————Dominique Gonzalez-Foerster ha elaborado un programa de proyecciones, encuentros y otras visitas guiadas a las colecciones. Con su voz estridente que en realidad no la predisponía a subir al escenario, se ha hecho una aliada desde hace varios años. Una herramienta de transformación permanente, muy útil para esta artista inclasificable que no deja de reencarnarse en personajes históricos o ficticios, desde Edgar Poe a Lola Montez pasando por La Callas

Artista desertora, como ella misma se presenta, no de clase sino de campos artísticos, Dominique Gonzalez-Foerster lleva veinte años traspasando todas las barreras del sonido. A gusto en museos y centros de arte que se pliega a sus dimensiones, dándoles a veces la forma de un dormitorio, una sala de cine o un refugio para refugiados climáticos, también está detrás de escena de un concierto de Bashung o Christophe con quien colaboró. , o en compañía del compositor flotante, Jay-Jay Johanson, con quien dibujó a mediados de la década de 2000 los contornos de un Cosmódromo que se ha mantenido legendario. Incluso se le ocurrió tener una cita consigo misma, en las novelas de Enrique Vila-Matas (Marienbad electrique, Montevideo] o del joven Théo Casciani donde interpreta el papel principal.

rodaje de Marienbad electrique

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Instrucciones poéticas de Guy Bennett en NAZIONE INDIANA

BecauseCiò detto, c’è una letteratura concettuale che conta molto per me, ma – a differenza di quella statunitense che ho potuto conoscere – essa è sparsa nel tempo e nello spazio / non è il prodotto di una scuola / testimonia di una sottigliezza dal punto di vista dell’idea che stuzzica la mia curiosità e mi soddisfa pienamente in quanto lettore. Penso a opere quali Testimony di Charles Reznikoff, Livro do desassossego di Fernando Pessoa (vedi tutta la produzione eteronimica), A Humument di Tom Phillips, Roland Barthes par roland barthes di Roland Barthes, Douleur exquise di Sophie Calle, Porque ella no lo pidió d’Enrique Vila-Matas, ecc. Mi faccio forse delle illusioni, ma credo che il mio lavoro recente abbia delle risonanze più significative con questi testi piuttosto che con quelli dei miei compatrioti contemporanei.

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Complejidad eres tú. ————–[Café Perec]

Screenshot_20230104_151034_ChromeTal vez me suceda solo a mí, pero creo que estas Navidades lo complejo y la complejidad, han sido términos al alza (con los políticos hasta abusando de ellos), conceptos cada vez más utilizados por todo dios. Podría ser que hubiéramos comenzado a desconfiar de lo simple y estuviéramos descubriendo que el mundo, como decía Carlo Emilio Gadda, es un enredo, un ovillo, una maraña, un “sistema de sistemas” que se condicionan entre ellos, de modo que las catástrofes como los acontecimientos felices no vienen de una única causa, sino de un sinfín de múltiples causas, que no son nunca consecuencia o efecto de una sola.

Lo complejo, en narrativa, por ejemplo, se traduce en Multiplicidad, a veces maniática: Gadda, hablando del ‘risotto alla milanese’ y describiendo, uno por uno, individualizándolos, los granos de arroz revestidos en parte todavía por su envoltura (“pericarpio”).

El activista de la Multiplicidad es alguien que piensa que, tal como predijo Ítalo Calvino, hay un futuro en nuestro siglo para novelas complejas, enciclopédicas, con ansia de un conocimiento adquirido en la red infinita de conexiones entre los hechos.

Atrás quedaron las Navidades, pero dejaron un cuento navideño de A. G. Porta, que a primera vista parece sencillo, pero sólo lo parece, porque, a medida que nos adentramos en su modélico rastreo de cuentos navideños, vamos descubriendo un mundo de sutilezas, de gallinas robadas, de misterios en los arrabales del cuento dickensiano y, entre carcajada y carcajada, acabamos horrorizados a un metro del abismo más complejo. Es un cuento extenso, como también su título: Persecución y asesinato del rey de los ratones representada por el coro de las cloacas bajo la dirección de un escritor fracasado.

Tras leerlo, he pensado en Bruno Galindo que en Equilátera le hace decir a una joven que la gente compleja necesita gente simple, pero la gente simple suele ser demasiado simple para la gente compleja. Y he pensado también en todos aquellos que apoyaban la propuesta de Levedad para el futuro, reconvertidos en este siglo en activistas de la Multiplicidad, como yo. Hay incluso vecinos entre esos activistas. Ayer, uno de ellos, propenso a la frase tópica, anunció en un bar del barrio un discurso sobre lo mal que andaba el mundo. Pensé que hablaría de colapso demográfico, emergencia climática, ascenso de los populismos…Pero no, su mundo en mal estado lo formaban usureros, asaltantes de parlamentos, grandes tarados normales, personas normales, violadores normales, y demás hijoputas.

Cada cual vive, en un absoluto presente subjetivo, su propio Enredo global. Aunque el sentido del Enredo de nuestro tiempo ¿no fue también el mismo sentido que el del Ovillo global del ayer, construidos ambos con acumulación de un vergonzoso pasado y vértigo del vacío?

Lo que pasa, señaló Borges, es que todas las cosas “le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos, y solo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí»

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SANDRO ROMERO REY (Cambio, Bogotá) : Todo en él ha sido fascinante.

 9ceaf4df-6e48-4bad-9572-2e68cb2a8cf6~2Sobre Montevideo, de Enrique Vila-Matas

SANDRO ROMERO REY (Cambio, Bogotá) :

Todo en él ha sido fascinante: Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, en fin, París no se acaba nunca, Dublinesca, Aire de Dylan o Esta bruma insensata. Todo en Vila-Matas es adictivo. El conjunto de su obra configura un calidoscopio que se nutre del antes y el después hasta convertirse en un inmenso fresco del cual no se pueden separar sus piezas. Montevideo es una novela laberíntica, un viaje entre ciudades y espectros, donde hasta Bogotá tiene su espacio para convertirla en una curiosa versión kafkiana del fin del mundo.

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Filippo Bernardini, el ladrón de manuscritos.

Hace dos horas, Alessandro Raveggi@colossale publicaba un tuiter que decía:

Bernardini’s story: a perfect plot for a Vila-Matas novel.

Filippo-Bernardini

He investigado y la historia de Bernardini es ésta:

Tal vez se trate -aunque sería más novelesco que real- de un lector que quiere leer los libros que van a publicarse antes de que los lean los demás. En este caso, debe hacer meses que ha leído las memorias de Henry de Inglaterra.

El misterio ha inquietado al mundo del libro: durante años, alguien se hizo pasar por autores y agentes, editores, intentando robar manuscritos de libros inéditos de autores de alto perfil como Margaret Atwood, Ian McEwan y Ethan Hawke, pero también de novelistas debutantes y escritores de temas más oscuros.

Ahora, la resolución del misterio parece más cerca. Se espera que en unos días Filippo Bernardini se declare culpable de fraude electrónico frente a un juez de un tribunal de primera instancia en Manhattan, según un correo electrónico de la oficina del fiscal federal para el Distrito Sur de Nueva York que se envió a las víctimas el martes.

La Oficina Federal de Investigaciones arrestó a Bernardini a principios del año pasado, diciendo que había «suplantado, defraudado e intentado defraudar a cientos de personas» durante cinco años o más, obteniendo acceso a cientos de manuscritos inéditos en el proceso.

El mayor misterio de esta Bernardini’s story está en saber por qué actuó así el inculpado teniendo enc uenta que no ha sacado beneficio económico alguno de su actividad.

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NACÍ ODRADEK.

[Avance del texto publicado como Je suis né Odradek en el número 505 de artpress, número especial con motivo del 50 aniversario de la revista parisina]

 

61vHHTrzCOLUn día de septiembre de 1996, me coloqué un sombrero de paja en la cabeza y. sin mayor preparación previa, salí de mi casa del barrio del Guinardó, en Barcelona. En menos de cinco minutos me planté en la plaza más cercana, en un discreto y acogedor rincón urbano, no demasiado conocido en mi ciudad: la plaza Rovira.

Ya desde buena mañana, había estado conviviendo con la muy perecquiana idea de probar a escribir una Tentativa de agotar la plaza de Rovira. Y nada más llegar a ésta, puse manos a la obra, es decir, no perdí ni un segundo de mi tiempo. Me senté en la terraza del café Valls, y comencé a practicar la escritura topográfica, estilo Perec. Llegué a sentirme transportado por momentos a París, al café de la plaza de Saint-Sulpice, donde Perec intentó inventariar todo lo que podía ver desde una mesa del bar, ya no sólo lo que oficialmente estaba inventariado (la iglesia con sus Delacroix, las estatuas de Bossuet, Fénelon y compañía), sino todo aquello en lo que nadie reparaba, “lo que pasa cuando no pasa nada, sólo el tiempo, la gente, los coches, las nubes”, todo lo que aparentemente carece de importancia.

Sabía que Perec no ignoraba que entera aquella plaza no podría meterla en su cuaderno y que, por tanto, siempre quedarían muchas cosas por abarcar, pero tampoco ignoraba que la Tentativa iba a ser una aventura fascinante. Sabía esto aquella mañana y, por consiguiente, no esperaba en modo alguno llegar a introducir a la plaza Rovira completa en el cuaderno que llevaba en el bolsillo, pero tampoco creía que fuera a fracasar demasiado en mi intento. Y, de hecho, hoy en día, algunos de aquellos datos que anoté orientan a los estudiosos del barrio.

De aquel inventario, modesto y parcial, de aquel inventario de  lo que estaba más a la vista en la recoleta plaza en aquel día de septiembre de 1996 quedaron, entre otros, estos datos: dos farmacias (sorprendente para una plaza tan pequeña), cuatro sucursales de banco, la estatua del arquitecto Rovira (sentado en un banco de la plaza a la manera de Pessoa en la rua Garret, de Lisboa), un buzón de correos, una fuente de agua fresca, un cartel que anunciaba el próximo partido del equipo de fútbol del barrio (el histórico Club Deportivo Europa), una casa de okupas (con el lema “resistir es vencer”), una pequeña sala de arte, 16 jubilados diseminados aquella mañana por los diversos bancos, un quiosco de helados y otro de prensa, una churrería, una tocinería, una droguería, un tipo estrafalario, (feliz o loco, que cantaba a voz en cuello La Traviata), una ferretería, tres bares (el Comulada, el Valls y una sandwichería-pizzería), una parada de taxis, una peluquería, 22 árboles, 2 sitios de venta de cupones de ciegos, 12 farolas, un clochard que le daba animada conversación política a la estatua del señor Rovira (que, por supuesto no le llevaba jamás la contraria), un colmado, un estanco, una frutería, una puerta tapiada, 2 cabinas de teléfono, un cielo azul.

Sólo falta, me dijeron los jubilados, el antiguo cine Rovira, con su techo descapotable, que permitía en verano ver películas y al mismo tiempo examinar el cielo estrellado.

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Tres años después, en septiembre de 1999, volví de nuevo a la plaza con la idea de intentar de nuevo abarcarla, agotarla, inventariarla en su totalidad si era posible. Anoté los no excesivos cambios que se habían registrado en el lugar.  Seguían allí las 12 farolas, la estatua del señor Rovira a la que siempre alguien daba conversación, las 2 farmacias, las 4 sucursales de banco, la fuente de agua, el cartel que anunciaba el próximo partido de futbol del Club Deportivo Europa, la sala de arte, la ausencia del cine Rovira, la casa de los okupas, la churrería, la ferretería, la droguería, los dos bares, la parada de taxis, la peluquería, el clochard (aunque no estaba seguro de que fuera el mismo), el colmado, el estanco, la frutería, la puerta tapiada, el cielo azul. No estaba el quiosco de helados, faltaba uno de los sitios de venta de cupones de los ciegos, la sandwichería-pizzería tenía nombre de pronto y se llamaba café Flanders (recordé que, en aquel lugar, ocho años antes, había existido una peculiar y maravillosa lavandería), había desaparecido ya la tocinería y habían colgado entre los árboles una contundente pancarta antifascista.

No había, pues, muchos cambios, aunque en el ínterin había ocurrido, a lo largo de aquellos tres años, parte de la historia de uno de esos dramas sórdidos de los que apenas se entera la ciudadanía: a Victor Erice, el gran director de cine, le habían impedido rodar en aquella plaza la adaptación de una gran novela de Juan Marsé, El embrujo de Shanghái. El productor de aquel proyecto cinematográfico acusó a Víctor Erice de ser muy lento preparando el guion, y puso como ejemplo lo mucho que se había demorado, a lo largo de días y horas, sentado en el bar Valls de la plaza observando la vida en aquel cuadrado urbano y tratando de impregnarse de la atmósfera única que dominaba aquel enclave central del barrio. Le impidieron a Erice poner en marcha lo que muy probablemente habría podido ser una obra maestra. Tal vez a esos sórdidos pequeños dramas silenciosos se refería Perec cuando hablaba de inventariarlo todo, incluso lo que pasa cuando parece que no pasa nada y un productor mezquino impide que, en una de las plazas más recónditas y casi olvidadas de Barcelona, alguien lleve a cabo algo de lo que andamos bien escasos: nada menos que una obra maestra del cine.

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Esa pregunta que creíamos necia [Café Perec]

despacho enero 2023Es una pregunta, por lo general, denostada y ridiculizada por los narradores. Denigrada por tópica, y quizás por incómoda también, porque suele llegar en primer lugar de las entrevistas y parece de lo más rutinaria y hasta necia, aunque algo hay en ella que por un rato puede dejar desequilibrado al entrevistado, sobre todo si se formula así: “¿De dónde salió la idea de su libro?”

¿La idea? Puede que ese concepto provoque que el ambiente entre entrevistador y entrevistado se enrarezca enseguida. Sin embargo, llevo tiempo comprobando que la pregunta tiene en realidad una gran carga de profundidad, porque de hecho es como preguntar de dónde salen las ideas, o qué es una idea, o de dónde salió la escritura misma, actividad de origen indiscernible.

Fue Siri Hustvedt quien me hizo ver de otro modo la pregunta cuando dijo que los narradores se trastornaban cuando entreveían que, en lugar de tópica o rutinaria, la pregunta era incontestable. ¿Lo es? Tanto como la respuesta a la pregunta de qué es una idea. Para Plutarco, una idea era por sí misma naturaleza incorpórea. Quizás eso explicaría que en las contadas veces que me he sentido en pleno éxtasis de escritura, la aparición repentina de una oportunísima idea pueda haber llegado a parecerme de naturaleza incorpórea, como viniendo de fuera, tan externa y extranjera que hasta me he visto incapaz de buscarla más allá del insensato ordenador, como si, entre formas inconstantes, pudiera alcanzar a ver el fugitivo humo de la silueta de una musa.

Conozco a alguien que, ante una borrosa aparición de este estilo, se ha calmado diciéndose que todo ha surgido de la nada, y punto. Y a otro que, cuando ha visto que en su escritura irrumpía, repentina, una idea inesperada, ha preferido creer que había surgido de su tejido cerebral y del texto que en aquel momento escribía.

Ahora bien, si nos atrevemos a suponer que la idea imprevista ha venido de fuera, ¿de dónde creemos que procede? Es la pregunta de las preguntas. ¿Debemos pensar que la idea llega de un lugar imperceptible, transformada en un ángel con una trompetilla soplándonos la frase que nos permitirá avanzar en el texto?

Si aceptamos que es difícil saber de dónde viene una idea, no tan extraño habrá de parecernos que la pregunta, al catapultar hacia la filosofía al novelista interrogado, trastorne tanto a éste que acabe negándose a ir en busca del origen oscuro de todo. He presenciado casos en los que, para eludir la pregunta incontestable, el trastornado, antes de recurrir a una idea, ha apelado a una imagen cualquiera (una mujer alemana aburrida en un balcón, por ejemplo) para explicar el origen de su novela, pues sabido es que, en nuestro tiempo, la palabra “imagen”, a diferencia de la palabra “pensamiento”, no sólo triunfa, sino que, además, tranquiliza a todo habitante de la sociedad del espectáculo.

Concluyo pensando en Roland Barthes al que le preguntaron por qué escribía: “Porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, y realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible”.

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Uno de los libros que compartiría: Georges Didi-Huberman: «W o Recuerdos de Infancia», de Perec

RichterNo  ofrecemos un pétalo, sino una flor. Es aún mejor, cuando se trata de flores, ofrecer un ramo: así los colores resaltarán mejor en el contraste. Por otro lado, no regalamos una sola vez, sino a menudo: contamos una historia – de amistad, de amor – dando este libro, luego este. Una obra ofrecida será, por tanto, sólo un segmento en la constelación que se quiere ofrecer y que, verdaderamente, tiene sentido. Todo depende del momento, de la persona, luego de la duración y de toda la relación con esa persona. Ofrecemos libros, no un libro. Ofrecer no obedece a una lógica de precio literario. Cuando ofrecemos, ofrecemos mucho. Sin clasificación, sin campeón, sin ganador. Ni uno que estñe aislado de los otros, como hubiera dicho La Boétie (o Lacan). Porque un libro nunca existe por sí solo. Cuando ofrezco la melancólica W o los recuerdo de infancia, de Georges Perec, deseo absolutamente que el destinatario conozca también la hilarante Cantatrix sopranica L., un artículo pseudocientífico que trata sobre el lanzamiento de tomates a una mala cantante de ópera. .. Sin embargo, tan pronto como ofrezco dos libros de Georges Perec, se hace necesario ofrecer también dos libros –al menos– de Franz Kafka, por ejemplo las Cartas a Milena o los Últimos cuadernos. Luego, habiendo ofrecido los dos libros de Kafka, me digo que es imprescindible ofrecer también la colección de textos dedicados por Walter Benjamin a este autor, tan bellos y profundos como los del propio Kafka. Pero, habiendo ofrecido una colección –cualquiera que sea– de los textos de Benjamin, me doy cuenta de lo importante que es compartir la urgencia crítica en el trabajo entre los pensadores que han sido sus amigos, desde Ernst Bloch o Gershom Scholem hasta Bertolt Brecht o Theodor Adorno. De modo que, si yo fuera rico, me complacería ofrecer a cada uno de mis amigos -pero también a cada uno de los interlocutores con los que no estoy de acuerdo- la serie completa de obras publicadas por Miguel Abensour en la tan necesaria colección “Crítica de la política”.

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Buscarse un buen nombre [Juan Tallón]

obra_maestra_tallon_1100x525_5Cerca de mi casa, en la calle de Arturo Soria, hay un pequeño negocio en el que no había reparado nunca hasta hace dos días, que pasé por allí de casualidad. El letrero de la fachada dice Peluquería Kedosa. Unisex. Nada que se pueda considerar interesante a la vista, salvo porque pegado a este negocio hay otro, un poco más grande y quizás ambicioso, cuyo letrero reza Taller Kedosa. Mecánica. Electricidad. Especialista en Volkswagen y Audi. Servicio de Neumáticos. La coincidencia me trastornó en cuanto la vi. Naturalmente, ya no tuve otra cosa en la cabeza durante todo el día. Me lo pasé elaborando hipótesis que explicasen esa insistencia en llamarse Kedosa, y en qué significaría Kedosa. Pude haber entrado a preguntar, pero eso habría estropeado parte del misterio. Y, por otra parte, en el momento ni se me ocurrió. No me caracterizo por tener esa clase de buenas y lógicas ideas.

Mis limitaciones me sirvieron para concluir que los encargados de ambos negocios pertenecen a la misma unidad familiar, y cada uno de ellos se dedica a lo que mejor se le da, bajo un nombre comercial de grandísimo tirón, gracias a que no se entiende, suena mal, y es perfectamente confundible con Kadesa, Kodasa, Kaseda o Kedaso. En cambio, me queda claro que , si en el futuro, la familia amplía miras, e innova otros negocios, estos se llamarán, si es el caso, Cafetería Kedosa, Funeraria Kedosa, Supermercados Kedosa, Construcciones Kedosa. Lo que sea, pero siempre Kedosa.

A veces, un buen nombre es todo lo que se necesita en la vida. No solo para un negocio. Billy Wilder contaba que dedicaba mucho tiempo a pensar los nombres de los personajes de sus guiones. Una vez dio con un que le gustó tanto que lo uso en cuatro películas diferentes: Sheldrake. Tenía ciertas vibraciones, decía, tenía carácter. No era como señor Jones o señor Weber, o algo por estilo. Cuando se da con un buen nombre no hay que dudar en quedárselo. En 2001, Enrique Vila-Matas participó en una mesa redonda en Budapest, sobre narrativa hispánica, junto a Eduardo Mendoza, Rodrigo Fresán y Andrés Neuman. Cuando el escritor español quiso saber quién era el moderador, se lo presentaron como Imre Kertész, un completo desconocido hasta unos meses después, que le concedieron el Nobel de Literatura. Vila-Matas andaba por entonces a la busca de un nombre para un personaje chileno de origen judío, de cara a su próxima novela, y acabó poniéndole Felipe Kertesz.

Quién sabe si a veces el éxito o el fracaso no dependen de insignificancias, de intangibles como que te llames de una manera o de otra. No se puede conocer, a priori, la buena o mala fortuna de un nombre: simplemente, pasa. Te ponen, por ejemplo, María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay, y parece que algo no funciona, pero lo resumen en algo más corto y directo, como Duquesa de Alba, y es un éxito.

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Un Occidente secuestrado o la tragedia de Europa Central, libro de Kundera.

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Este breve texto de Kundera data de 1983. Oportuno. Actualísimo. Se acaba de reeditar en Francia.

En 1956, mientras los tanques soviéticos arrasaban Budapest, el director de la Agencia de Prensa Húngara envió un mensaje desesperado que terminaba con estas palabras: “Moriremos por Hungría y por Europa. » Tres décadas después, Milan Kundera situará esta escena al comienzo de un artículo titulado «Un Occidente secuestrado, o la tragedia de Europa Central» . Un texto breve, con un enorme eco internacional, finalmente reeditado en rústica. En estas vibrantes páginas, el escritor de origen checo afirmaba esencialmente lo siguiente: durante la rebelión húngara de 1956 o la «Primavera de Praga» de 1968, «pequeñas naciones» vulnerables , encajadas entre Alemania y Rusia, proclamaron su deseo de Europa, su deseo de fundar un“Europa archi-europea” … y esto, ante el gran asombro de los europeos occidentales, que llevaban ya tiempo olvidandose de su vocación, de su identidad. Hoy, la movilización de los ucranianos es parte de esta historia europea hecha de amenazas y convulsiones, donde la narrativa europea, la narrativa común es una cuestión de supervivencia.»

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«NO DEBERÍAMOS PERDERNOS NADA DE SU LEGADO» [Serrat, por Vila-Matas] -El Periódico 18 Dic 2022

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La primera vez que le vi, ni había oído hablar de él. Corría el año de 1967, era invierno, y Serrat se presentó con su guitarra en el aula de la Facultad donde acababan de impartirnos Derecho Civil. Éramos unos cincuenta y el lugar lo recuerdo como un sótano.  Sin casi mediar palabra, despachó en menos de una hora quince canciones. Una de ellas ya no iba a olvidarla nunca, Ara que tinc vint anys.

Unos meses después, volvió a la Facultad, pero ahora para cantar ya en un altillo y con todo el hall abarrotado. Para mi memoria quedó esta vez su Cançó De Bressol, sin duda por aquel repentino cambio de registro en homenaje a su madre: “Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador”

Volví a oírle, en muy distintas circunstancias, en diciembre del 70. En el encierro de Montserrat de trescientos intelectuales, en protesta por el proceso de Burgos. Serrat tomó la guitarra cuando más subía la tensión por el inminente asalto de la policía al monasterio. Y siguió Raimon con El País Basc: “Tots els colors del verd sota un cel de plom que el sol vol trencar…”

Por un momento, quedaron en suspenso, como si nunca hubieran existido, todas las canciones ligeras del mundo. Y también en suspenso la supuesta rivalidad entre Raimon y Serrat.  No creo que, tomando la guitarra, hayan coincidido en ninguna otra ocasión. Mi recuerdo central del momento es el coraje que infundieron con aquella insólita sesión conjunta que nos llevó a recordar de golpe por qué estábamos allí. No deberíamos perdernos nada de su legado. Quienes vivieron aquella potente escena de convivencia sabrán de qué hablo.

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TEMPORADA DE LISTAS Y OTROS HURACANES.

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MONTEVIDEO (Seix Barral) entre los diez libros del año. El País. 17/12

https://elpais.com/babelia/2022-12-17/los-50-mejores-libros-de-2022.html

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. El Periódico 15/12

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. El Cultural. 16/12

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. La Vanguardia. 17/12

Artículo de Andrea Aguilar sobre MONTEVIDEO en El País.

 

El regreso de Enrique Vila-Matas con Montevideo es juego, espejismo, humor y literatura. Permeable y fluida, fronteriza, en esta suerte de biografía de un estilo escribe sobre el trabajo de muchos otros, referencias ágiles que funcionan como rápidos reflejos cambiantes que pasan como si el lector fuese montado en un vagón de pasajeros recorriendo ese mundo. Así se muestra el efecto de lecturas, frases y encuentros que encienden la imaginación y las ideas del narrador que esta vez ha inventado el autor de Bartle­by y compañía. El circuito de pensamientos, bromas sinceras y juegos que Vila-Matas construye en el libro tiene algo de tren eléctrico de juguete, de pequeños bloques de madera con los que eleva una historia tan suya como ninguna otra.

Por ANDREA AGUILAR.

 

 

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Literatura de la buena [MONTEVIDEO, por Marta Ramoneda] Revista de La Central.

Eixample. Foto de Vila-Matas 15 Dic 2002. 5, 15 de la tarde.

Eixample. / Foto de Vila-Matas / 15 Dic 2002. A las 5 de la tarde.

Le hemos echado de menos, ¡Pero aqui está! Y con esta palabra tan bonita -Montevideo- nos ofrece de nuevo una vida de escritor que es la suya, ¿la del autor? No, la del narrador y de quen éste busca. Porque se trata de buscar, y de encontrar las palabras que empujen esta búsqueda, palabras que a menudo la propia historia de la literatura nos ofrece.

Me gusta que nos haga ir y venir entre ciudades desbocadas de poesía, que convierta cada minucia en una exploración, que nos haga prestar atención a cada deje de ironía, que nos contagie esa manera suya de divertirse -siempre con rictus serio-, que corramos detrás de personajes conocidos, desconocidos, o inventados proclamando su ingenio, que sospechemos de todo como si, mientras leemos, nos estuviera mirando de refilón, disimuladamente, pero ¡muy atento a que nos lo pasemos rebién!

Un Vila-Matas más generoso que nunca, leyendo Montevideo da la sensación de que tiene unas ganas inmensas de salir (y hacernos salir) «a ver mundo»: de repente nos enocntramos una puerta condenada, ¿qué habrá detrás? Literatura de la buena.

MARTA RAMONEDA

(Revista de La Central, Diciembre 2022)

Ramoneda

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Christopher Dominguez Michael : ‘Nunca un crítico ha destruido la carrera de nadie’

_VlU4S4PChristopher Domínguez Michael publica PUNK MAIAKOVSKI

«Nunca un crítico ha destruido la carrera de nadie. Si alguien se amedrenta inclusive ante la crueldad de la opinión es que no tiene madera de escritor»

 

El escritor y crítico literario hace una revisión a «la obra de los escritores más representativos de lo que va del siglo XXI».

660 páginas, en el que el ensayista invita al lector a un viaje por la literatura que comienza por el libro Las ruinas de Palmira, pasa por el 11 de septiembre en Nueva York, hace una pausa para recordar emotivamente al escritor Sergio González Rodríguez y va en busca de la obra de Borges. También escribe sobre el presidente Trump, Ucrania y “conversa” con Benedetti, Piglia, Fumaroli, Parra, Lowell, Zurita y Vila-Matas

una entrevista de Vcente Gutierrez para el suplemento Milenio

https://www.milenio.com/cultura/christopher-dominguez-michael-presenta-su-nuevo-libro

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Despedida de María Manuel Viana [1955-2022]

Maria Manuel Viana. Cabina de Amarante (Casa Teixeira de Pascoaes)

MMV entrando en la galería de cristal del jardín en Amarante de Teixeira de Pascoaes.

He pensado mucho tiempo en cómo debo despedirme de ti, porque la vida no nos prepara para hacer amigos «nuevos» desde cierta edad – empatía, cordialidad, sí, pero no este tipo de amistad tan rara sólo fuera de la pobreza y el miedo a ser mala inter Negro Yo no lo llamo amor. Pero es amor y los dos sabemos, aunque nos tomó más de 10 años entenderlo: tú, por indiferencia, distracción, y como yo sabría después, por timidez, y yo pensando que eras demasiado grande para ser parte de mi vida.

Fue entonces que me vino un poema de Nuno Júdice que leí antes de conocerlo y que se convirtió en un pedacito de mí por haberlo leído tantas veces y por haberlo elegido para contar el comienzo de una pasión prohibida de una inútil niña por un hombre que ya está muerto, pasión  transformadora como todas las demás. Nuno Judice dijo, y cito algunos versos en color.

«Ahora recuerdo que tengo que quedar contigo, /

en algún lugar donde ambos podamos hablar /, de hecho, sin ninguna de las ocurrencias de la vida /

Cuida lo que tenemos que decirnos. Muchas

veces / recordaba que ese lugar podía

ser, incluso, un lugar sin nada especial, /

como la esquina de un café, frente a un espejo/

que podría servir de excusa /

para reflejar el alma, la impresión de la tarde (…)

Y de repente, el sentido de despedida, y que cada uno de nosotros/

lleve consigo al otro, dejando atrás a sí mismo / como si un intercambio

de almas fuera posible.

Porque a mí, ¿sabes?, siempre me falta el sentido de la despedida, de todo lo que dice el poeta y sólo me queda la sospecha de que tal vez el intercambio de almas es posible y que, como Roland Barthes, puedo decirte: C’est donc un amoureux qui parle et qui dit,.  sin ir a un café o a un restaurante, no tanto yendo cientos de millas para nada nuevo que decirse el uno al otro. Entonces pensé que este viaje, este adiós, podría tener lugar en un lugar que tu hubieras amado / Y así  es como Amarante llegó a mí, por alguna razón que ignoro, porque nunca había estado. Pero / me pareció que visitar la casa de Pascoaes y sobre todo el jardín y la galería de cristal donde, yo estaba muy seguro, te encontraría leyendo Pynchon o escribiendo poemas trágicos, fue el momento y lugar ideal para esta despedida que nunca sucedió  porque, aunque no lo vayas a creer,  en un alma y en tus 21 gramos,  los que mueren dejan en nosotros una sonrisa, una palabra susurrada, un recuerdo, aún más difuso. Y de hecho, ahí estabas tú, sobre tu espalda y me pregunté si sería o no tú, quién podía ser aquel hombre familiar,  el amigo fantasmal que siempre aparece, en los momentos más inesperados de nuestras vidas.

Estaba lloviendo (siempre llueve en Amarante) y las paredes de cristal no permitían certezas, así que me quedé, muy tranquila, esperando a que volvieras y que tu tímida sonrisa fuera la despedida que ambos elegimos para ese último momento. Y mi cara, como dirías, se esfumaba cada vez más y sentía que cada vez se veía menos, y no importaba cuánto intentara gritar Simon o Sebastião, la voz no se escuchaba, me había convertido en un eco que, sin un grito primordial, no existía, no podía existir.

Me quedé muchas horas en la galería, sintiendo la tormenta que venía, hasta que me di cuenta de que nunca nos volveríamos a ver, es decir, te vería, como el ángel Damiel, alias Bruno Ganz, posado en la biblioteca, viéndola llenarse de libros tuyos, sólo yo y Tu, compartiendo algo a solas porque los ángeles no saben leer.

María Manuel Viana.

 

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Enrique Vila-Matas sabe ensanchar la literatura (Gianni Montero en Esquire, Italia)

Con Questa bruma insensata (Feltrinelli) el escritor catalán hace incluso lo que antes no era literario.

rel ojGianni Montieri (Esquire, Italia)

: “También me pregunto si algún día será posible que alguien lea estas páginas y pueda verme aquí, donde ahora estoy sentado en este rincón perfecto». De Queneau viene el título de este libro, lo leemos en exergo: «¿Cómo aclarar esta bruma sin sentido / en la que se agitan las sombras?», parecería que toda la literatura de Enrique Vila-Matas, no sólo la historia que cuenta en su espléndida nueva novela, Esta niebla sin sentido (Feltrinelli, 2022, traducido por Elena Liverani).

“Me gustaba la gente como Kafka, y cada vez que me derrumbaba, cansado de vivir en mi mente, recordaba las palabras de Bolaño de que la literatura de Kafka era la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo pasado». Y le gustaba el hecho de que Kafka hubiera demostrado que la literatura ofrecía todas las posibilidades de ir más allá, sin renunciar al mismo tiempo a resolver los interrogantes que el putrefacto sistema político de la época nos planteaba a nosotros, pobres mortales”.

Vila-Matas parece orientarse en un territorio de sombras, que se agitan, pasan, se desvanecen y luego vuelven. El escritor catalán escribió, escribe para despejar la bruma, para dar sentido al momento en que la luz y la oscuridad son lo mismo, tienen el mismo sabor. Y no estamos hablando solo de fantasía y ni hablando de realidad. Hablamos de arquitectura, de una textura sintáctica e imaginativa que sostiene el castillo que necesitamos, una morada en la que la palabra ficción retoma su sentido principal y supremo, una casa enorme en la que, desde cada ventana, relampaguean poemas, historias, hechos, otros escritores, tanto amigos como extraños, y todos tienen un trabajo y todos tienen uno solo: inclinarse sobre el alféizar de la ventana para contarnos un trozo de historia, una pieza larga pero no toda la historia. Un hecho está oculto, un hecho debe ser inventado, un hecho lo da nuestra imaginación, así como el origen.

Vila-Matas nos invita y nos acusa, nos recuerda quiénes somos, y nosotros, con las gafas en la nariz, participamos de los sueños que se despliegan. Nos recuerda que no necesitamos cuándos y porqués, necesitamos cómos, y es así para Onetti, para Bolaño, para Bellow, y es así para él.

“Los protagonistas de esta novela son dos hermanos, de hecho sería más exacto decir que un protagonista es el hermano de alguien que se ha convertido en un fantasma, una sombra, una figura que se mueve hacia otra parte, que no aparece, que es lejana, engorrosa, en el fondo, insoportable. La forma en que los dos personajes se colocan en escena confirma una vez más la manera de jugar de Vila-Matas. Uno es real, el otro ya no es real, es otra cosa. El primero trabaja para lo que se ha convertido en su hermano, un novelista de culto muy leído que nadie ve, como Salinger y (especialmente) Pynchon. El hermano novelista representa la ficción, la verdad de la literatura, y también -de algún modo- su vacío, su precario equilibrio. El narrador es Simon Schneider, vive en Cap de Creus, una península encantadora que se encuentra entre el territorio catalán y Francia. La casa está en ruinas, muchos años antes de que los padres de Simon y Rainer (el otro hermano que ya no se llama así) la compraran, está al borde de derrumbarse, de resquebrajarse para siempre, al borde de un precipicio, se alza sobre mismo como un salto al vacío. Está a punto de colapsar, y Simon también, excepto que no se derrumba, algo lo mantiene en equilibrio sobre el abismo.

Vila-Matas ha escrito otra novela imprescindible, ampliando aún más el campo de juego que siempre ha ocupado la literatura. Encontró más espacio. Si la obra de su amigo Roberto Bolaño (que le dedica uno de sus más bellos cuentos a Enrique, se puede leer en Llamadas telefónicas, Adelphi) es un mapa que nunca se agota de libro en libro, la de Vila-Matas es una geografía que extiende el mismo territorio de obra en obra. Está bien, hay una frontera, dice el escritor catalán, pero no hay razón para no moverla más. Para llegar más lejos. A ambos les interesa una sola verdad, la literaria, que es más verdadera que la realidad, la única que inventando un lenguaje puede explicarnos el tiempo que atravesamos y lo que pasaremos. Vila-Matas se cuestiona y nos interpela, destacando una paradoja: si hay originalidad en la creación literaria, hay que buscarla en el arte de la cita La relación de subordinación que Simon vive con Rainer va más allá del afecto, la falta de un ser querido, la nostalgia, la melancolía. En cambio, se basa en una tensión que es enteramente literaria. Simon no pudo ser escritor, quizás, además de no tener el talento, no tuvo el coraje, pero su fe en la literatura, en el poder de cada frase, es ciega y, sobre todo, tenaz. Rainer -alias Gran Bros- ha creado un mundo que se alimenta de esa literatura, pero en la que no cree, al fin y al cabo, ni siquiera escribe de verdad. Rainer ya no existe y Gran Bros no existiría fuera de las citas que Simon le pasa. Vila-Matas se interroga y nos interpela, destacando una paradoja: si hay originalidad en la creación literaria, ésta hay que buscarla en el arte de la cita. Todo se recupera, incluso inconscientemente, después de que todos los queridos autores nos influyan y Vila-Matas nos explica que citar también significa -en los casos más elevados de la literatura- conocer (ciertamente) y amar. Si creemos en la literatura, es que creemos en Enrique Vila-Matas, y se lo agradecemos.9781846558788

 

 

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