RECOMENDACIONES de invierno: Lopate, Negroni y Edna O´Brien (La lectura / El Mundo)


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EL YO, de Phillip Lopate. Editorial Gris Tormenta.

Maestro absoluto de los estudios sobre el género ensayístico, Phillip Lopate (Brooklyn, 1943) selecciona fragmentos (cinco) que mejor representan para él “la conciencia de las cosas” y la presencia del Yo en algunos de los mejores ensayos de la historia. El prestigio de Lopate es indiscutible desde que publicara (increíblemente no traducido entre nosotros) El arte del ensayo personal.

En El Yo los fragmentos son de Montaigne (¡cómo no!), de Charles Lamb, Dostoievski, Nancy Mairs y de Natalia Ginzburg, como siempre extraordinaria: “Solo a ratos, del fondo de nuestro cansancio, surge en nosotros la conciencia de las cosas, tan punzante que hace que se nos salten las lágrimas; tal vez miramos la tierra por última vez”

Es curioso el caso de Lopate. En nuestro país le han traducido dos excelentes novelas en Libros del Asteroide: El mercader de alfombras y Segundo matrimonio. Pero El arte del ensayo personal brilla por su ausencia. Cosas que pasan, como la sorprendente aparición del Yo, por ejemplo, en muchos de nosotros. Escribe Lopate en el prólogo a su selección de textos en Gris Tormenta: “Sé que cuando era niño no tenía este yo tan escarpado que ahora tengo; entonces, ¿cuándo y cómo fue que apareció? Recuerdo que John Dewey escribió que el ser no es algo que esté hecho previamente, sino algo que está en constante formación por las acciones elegidas” Y atención a lo que a continuación subraya Lopate en su prólogo: las lecturas que realizó en la adolescencia contribuyeron a moldear su carácter. Ojo pues a lo que leamos en los primeros años, porque si tragamos solo bazofia corremos serios riesgos de acabar no siendo ni siquiera capaces, como lo era el bien educado Montaigne, de aceptar nuestras flaquezas y contradicciones con regocijo y ecuanimidad.  

JAMES JOYCE, de Edna O´Brien.  Cabaret Voltaire editorial.

Narrar con sencillez la compleja aventura vital de James Joyce. Para algo así, potencialmente, no había persona más idónea en el mundo que su compatriota la gran Edna O’ Brien. Y ocurrió, sucedió, no sé cómo fue, tal vez hubo –entiéndase literalmente–una conjunción de astros. Y en 1999 apareció la biografía de Joyce, escrita por O’ Brien, el libro que ha llegado este año a nosotros traducido por la gran Cruz Rodríguez.

Mientras escribo esto, no dejo ni por un momento de olvidarme de la detallada relación de accidentes que O´Brien conoce y analiza y que llevaron a Joyce a tal confusión emocional que rompió para siempre su relación con Dublín. ¡Y pensar que él decía que los genios nunca sufrían accidentes!

Está claro que no hubo nadie más adecuado para hablar de Joyce que la mejor escritora irlandesa de todos los tiempos, alguien que le conocía bien y que, como prueba de que sabia cómo era el genio, se muestra en su delicioso y profundo texto alérgica a los discursos académicos que con tanta frecuencia genera el culto a Joyce. El retrato que O´Brien nos ofrece de éste es tan alegre como crudo a la vez. Y es una maravilla la elección que sabe hacer de las tres mujeres más importantes de la vida del autor del Ulises:  Nora Barnacle, Sylvia Beach y Harriet Shaw Weaver.  A no olvidar su profundización en el férreo compromiso de Joyce con el arte literario. Un compromiso que hoy, tal como van las cosas, a más de un lector le puede dejar tieso de la sorpresa.

COLECCIÓN PERMANENTE, de María Negroni

La singularidad de María Negroni. Sus extraordinarios desafíos a lo convencional. Sus prosas breves en conexión permanente con la Gran Poesía. Me siento próximo al sentido y sinsentido de su escritura y a la idea genial de reunir citas literarias con preferencias en ellas por el desvío, por lo incierto, por los reportajes apócrifos, por su sabiduría a componer en un museo personal su propia ética, por descolgarse de pronto con un Canon de la Heterodoxia y con estas palabras que fácilmente suscribiría: “Me interesan las escrituras poliédricas, los libros descentrados que no se parecen a nada, no encajan ni siquiera en el canon de la heterodoxia…”

Me siento próximo a la calificación de “permanente” que le da Negroni a su Colección. Detengámonos en ese adjetivo. Ya decía Schopenhauer que hay en todas las épocas —como cabía esperar, suenan sus palabras como escritas ahora— “dos literaturas que caminan de una manera bastante independiente, la una respecto a la otra: una literatura verdadera y una puramente aparente. La primera se desarrolla hasta alcanzar la categoría de duradera. La otra, cultivada por gentes que se hacen pasar por escritores, va al galope a través del ruido y de los gritos de aquellos que la practican, y presenta cada año millares de obras en el mercado. Pero al cabo de unos años, uno se pregunta: ¿Dónde están? ¿Qué ha sido de su renombre tan rápido y ruidoso? Así es que puede calificarse a esta última como literatura pasajera y a la otra como literatura permanente”

Un aforismo de Jules Renard que, como icono de la volatilidad de la literatura pasajera, entraría perfectamente en el museo de Negroni: “Un escritor muy conocido el año pasado”. En fin, un libro muy recomendable incluso para los lectores que no entienden los libros fáciles, e incluso para aquellos que no saben que, como decía Steiner, los poemas nuevos no son más que viejos poemas momentáneamente olvidados.

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