Rodrigo Fresán en PÁGINA 12 sobre Ripley, Vila-Matas y sus Ocho entrevistas inventadas (H&O)

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H&OUNO Rodríguez se cruza con nuevo librito de Enrique Vila-Matas y, claro, el diminutivo se aplica sólo al número de páginas y no a la acostumbrada inmensidad de sus letras. Y hubo un tiempo en que Rodríguez quería ser Vila-Matas. Suplantarlo. Adoptar su vida y obra. Y, claro, con los años y la madurez se dijo que era mejor que Vila-Matas siguiese siendo Vila-Matas y, así, poder disfrutarlo desde lejos/cerca cuando en ocasiones se lo cruza en silencio su librería amiga o cuando siempre se lo encuentra y conversa con él leyéndolo. El nuevo Vila-Matas del Vila-Matas de siempre se titula Ocho entrevistas inventadas. Y es una recopilación de juvenilia del autor de Impostura y de Extraña forma de vida donde se reúnen las entrevistas falsas pero verdaderas que el autor publicó en sus inicios en la revista Fotogramas. Así, auténticas preguntas ciertas y certeras respuestas falsas pero ciertas de, entre otros y otras, Marlon Brando y Rudolf Nuréyev y Anthony Burguess y Cornelius Castoriadis.

Y, tal vez, de Patricia Highsmith.

DOS Y sí: Rodríguez -impostor también- llevó en su billetera durante años una foto de Patricia Highsmith (inusitadamente moderna para haber sido tomada y revelada en 1942, uno de sus ojos tapados por una cortina de pelo y el otro tan abierto que parece no tener párpado). Y la llevaba para mostrarla y engañar a sus amigos y amigas con un «Esta es mi novia, es argentina, es mi prima». Y, sí, la joven Highsmith era hermosa y se parecía a su prima Mirta. Y eran los primeros años ’80s y Rodríguez leía las «aventuras» de Tom Ripley: asesino casi sin darse cuenta, trepador por las ramas de su propio árbol más frondoso que todo un bosque e impostor cum laude (y con aptitudes más que evidentes para la política entendida como el fuera de ley arte de la manipulación de la verdad). Y, claro, después Rodríguez siguió con todo lo de Highsmith (caracoles y gatos y mascotas indomesticables y trenes extraños y manías persecutorias y turismo complicado y su favorita entre sus novelas: El temblor de la falsificación). Y no: Highsmith no es una escritora «de género». Ella no es exactamente el policial ni el thriller ni el de las invocación a fondo del american psycho -anticipando al Stephen Rojack de Norman Mailer y al Patrick Bateman de Bret Easton Ellis- sino una mezcla de todo lo anterior. Y, claro, añadirle ese indispensable ingrediente secreto e irrepetible de ella misma, a quien se lee y se relee con partes justas de mueca y sonrisa. Una elegante perversión no exenta de humor retorcido y de la más honorable de las amoralidades. Y Patricia Highsmith –además de una gran escritora de novelas y relatos de Patricia Highsmith– fue y es también un gran personaje de Patricia Highsmith.

TRES Y Rodríguez ya lo sabía a partir de algunas biografías ejecutando variaciones sobre aria insistente: la idea de una vampira y vampirizada, de una posesiva poseída con un mismo rostro contemplándose en el espejo deformante de la pupila de los demás a quienes manejar y reescribir.

Pero la verdad de la mentira o la mentira de la verdadera -destilada en más de 1200 páginas a partir del contenido de libretas y cuadernos redactados en varios idiomas y prolijamente almacenados en el fondo de un armario bajo sábanas como mortajas- está en sus Diarios y cuadernos 1941-1995.

Aquí, la batalla a muerte con su madre (quien intentó abortarla bebiendo aguarrás), las juveniles minutas de su agitada como cocktail vida social (pocas veces se ha escrito mejor y con más sentimiento lo que significa ser promesa incuestionable en la excitante Manhattan de los ’40s y ’50s mientras la joven Pat se despierta luego de noche larga y se toma una café y se vuelve a la cama preguntándose «quién seré hoy»), y la resentida y ya casi telegráfica y gélida/frígida misantropía alcohólica de crepuscular búnker suizo.

CUATRO Así, idas y vueltas de Highsmith por el mundo, sus euforias oscuras y sus extáticas depresiones, su cuestionable ideario político donde coinciden antisemitismo rabioso con adoración por Margaret T., su incansable y feroz y lupina cacería de amores y pasiones (y su crueldad misógina para con sus muchas y descartables amantes que acaso ha impedido su consagración como ícono LGTB) alternan con lo más interesante: el contenido de los cuadernos. Páginas donde se recopilan ideas y creencias y autoflagelaciones y las claves de su hacer y deshacer en sus ficciones. Y, ahí, la fórmula con la que su persona acaba resultando a partir del fundido de y con sus personajes.

Así, en este sentido, Diarios y cuadernos 1941-1995 es un libro muy Highsmith porque presenta una doble cara Jekyll/Hyde y de Bella/Bestia donde comulgan la práctica despiadada y las manipulaciones casi compulsivas en la no-ficción de un existencia sin pudor ni escrúpulos para salirse con la suya con la casi prusiana disciplina a la hora de tejer la tela de araña de sus ficciones.

Alguien que, el 21/6/41 apunta que «
Nunca he querido tanto escribir como quiero ahora. He pasado por un infierno de falsedad, lágrimas, negación, felicidad sintética, sueños, deseos y desilusión, de fachadas de belleza que escondían fealdad, de fachadas de fealdad que escondían belleza, de besos y de abrazos superficiales, de droga y huida. Así que quiero escribir. Tengo que escribir. Porque soy una nadadora que se esfuerza por mantenerse a flote en mitad de una inundación, y con la escritura busco una piedra en la que descansar. Y si mis pies no la encuentran, me hundo». Alguien quien, luego de las campanadas, el 31/12/47, alza su copa y proclama: «Mi brindis de Año Nuevo: por todos los demonios, lujurias, pasiones, codicias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos espectrales y reales, el ejército de recuerdos, con los que batallo; ojalá nunca me den tregua».

CINCO Y alguien a la que Vila-Matas -en la última de sus entrevista inventada, publicada en La Vanguardia en 1983- le arranca el miedo de sentirse acosada en Positano, en 1952, por quien, está segura, no puede sino ser en carne y hueso quien aún no es pero pronto será en tinta y papel Tom Ripley viniendo en su busca para ajustar cuentas y cuentos. Luego -en un giro muy highsmithiano- Rodríguez se entera de que esa entrevista a Highsmith es la única verdadera en el libro de Vila-Matas. Y que esa era un anécdota que la escritora -por superstición- jamás se atrevió a contar ni incluir en sus diarios y que recién la reveló en 1990, en un texto acerca de la creación de Ripley a partir de una/otra variación criminal de Los embajadores de Henry James. Más imposturas, sí.

Y después de ella y de ello, como despedida en Ocho entrevistas inventadas, un texto posterior de Vila-Matas, «Recuerdos inventados», en el cual el escritor español -maestro no del ser o no ser sino del ser otro para así poder ser más uno mismo que nunca- se prueba máscaras. Las de Tabucchi, Pitol, Borges, Drummond de Andrade, Pessoa, Mutis, Barthelme, Perec, Zapotek, Valery, las de un barman y de un marinero y de un amigo de Roberto Arlt, y la de la misma Muerte quien, finalmente no es la que todo lo tacha sino la que redacta e imprime la versión definitiva de ese boceto que, hasta entonces, es toda vida.

 Vida inventada o impostora, siempre imaginada y, si hay suerte, imaginativa.

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Inventarse todo, o el genio de Enrique Vila-Matas [por Ignacio Vidal-Folch]

Conceptualmente lo más sugerente que he leído en estos últimos tiempos es este delgado librito (de H & O editores) que reúne Ocho entrevistas inventadas por Enrique Vila-Matas.

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Llega este librito ahora muy oportuno. Si se hubiera publicado hace veinte o treinta años, cuando era tan indiscutible la fe en la primera plana del periódico, la desfachatez del autor, descubierta, hubiera sido escandalosa.

Escandalosa, porque en principio cuando una entrevista periodística con una estrella del cine o de la literatura, como las que aquí se reúnen, se publica en una revista o un periódico, se parte del principio, del a priori, de la veracidad de lo que allí se cuenta. Si se conculca ese pacto ya en adelante no es posible recabar la credulidad del lector, ni propiamente la fe en el periodismo.

 Ahora los lectores, por lo menos algunos lectores, son más cínicos y sofisticados, y celebrarán como un magnífico bromazo haber leído entrevistas que, aunque la mar de interesantes, tenían un pequeño, pero demoledor defecto: que eran falsas. Invención del supuesto entrevistador.

Teniendo veinte años de edad, y enviado a entrevistar a una estrella anglosajona sin saber palabra de inglés, Enrique Vila-Matas consideró más cómodo y entretenido (y supongo que más creativo) sencillamente inventarse las entrevistas que no había sostenido con Marlon Brando, Rudolf Nureyev, etcétera.Algunas de ellas son deliciosas y, para quien conozca un poco, quien haya leído algunos libros de EVM y reconozca su voz, se superponen, en esta impostura, capas y capas de sentido, y de sentido de la travesura. Valor textual enriquecido por lo que previamente ya sabíamos del personaje entrevistado, y lo que esperábamos de la “entrevista”, más la sorpresa de lo que el personaje dice, cosas basadas en esa realidad ya conocida pero a menudo más ricas y raras; más la capa de saber que todo es un juego o un engaño y el “artista” y su “modelo” son la misma persona.El realismo (falso) del relato altera para siempre la imagen que teníamos de la celebridad, y aunque por norma general la realza, esa alteración luego se siente como una venganza del lector anónimo que uno es, el ciudadano llano que uno es, contra la ofensiva gloria, tan cercana, de las llamadas “estrellas”.Yo detesto las novelas y las series televisivas que mezclando realidad y ficción ponen a hablar, al servicio de los designios del guionista, a personajes de la Historia; salvo en casos excepcionales y breves, como por ejemplo la aparición de Napoleón en el campo de batalla de Guerra y paz. Lo demás es un indecente saqueo y rebajamiento.H&O

Pero no me importa nada cuando lo que se saquea no es a la personalidad o el drama vital de una persona célebre sino su aura mítica, popular y pop, que es la que se refleja en las entrevistas de los actores. Seres espejados, en realidad aquí no se trata de saqueo sino propiamente de relleno, de enriquecimiento. Si el impostor además es EVM, la víctima tiene que estar agradecida de esta que no es desvirtuación sino aumento de ser, y agradecida también por el humor del proceso.

¡Cuánto más reales y pletóricas son estas personalidades como se muestran en las entrevistas inventadas de EVM que en sus entrevistas reales! ¿Y qué más da la persona real oculta detrás de unas y otras, y si quisiera mostrarse o no tal como realmente es? ¡Aquí no estamos para psicoanálisis, sino para literatura y juego!Saludaría, en la publicación de estas Entrevistas inventadas, que se nutren de nuestras ideas previas, de la existencia real de unos personajes, y de la imaginación del impostor, el nacimiento de un nuevo género literario, un género mestizo de realidad, imágenes mentales y ficción,  si no fuese porque soy consciente de que escribir otro libro así –no digamos ya una serie de libros— es imposible, pues condición sine qua non es que esas ficciones hayan sido publicadas crédulamente en medios de comunicación rigurosos, y hoy día esta clase de imposturas se descubren de inmediato, y quedarían desautorizadas, vilipendiadas, al minuto.Más libros como éste yo supongo que no pueden escribirse: sin las condiciones, sin el contexto, sin el engaño que les dieron pie, estas “entrevistas inventadas” se reducirían a la condición (no digo que sea despreciable) de pastiche.Así que, sin detenerme a glosar la gracia inventiva de EVM, ya tan notoria y acrisolada, saludo aquí a un género literario tan travieso y descarado, tan iconoclasta y valiente (quizá por inconsciencia), que no puede repetirse, como un juego de magia cuando ya te han enseñado el truco.Un castillo de fuegos artificiales, fulgurantes y fugaces; un género que en este libro tan breve que parecería modesto, y tan desenvuelto que es único, aquí empieza y acaba.

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8 ENTREVISTAS INVENTADAS / H&O Editores / «Yo no era nada y, por tanto, podía permitírmelo todo»

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 Arriba, Marlon Brando y Mary Holmes [Vila-Matas y Marta Carnicero].

Abajo: Peña, Paula, V-M, y Cristina Fernández Cubas

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Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) tenía 20 años cuando empezó a trabajar en la revista de cine ‘Fotogramas, bajo la dirección de Elisenda Nadal. Uno de los primeros encargos que allí recibió fue la traducción de una entrevista a Marlon Brando cuyos derechos de publicación habían costado “muchísimo dinero”, cometido que el joven redactor aceptó sin revelar que, en realidad, no sabía inglés. Lo que hizo fue inventar la entrevista de cabo a rabo; apareció, firmada por Mary Holmes, en el número de ‘Fotogramas’ del 5 de julio de 1968, y en ella Brando decía cosas como “si lo deseara, podría dejarme morir bajo el peso de una montaña de dólares” y “los hijos son como las flores en el gran prado del amor”. Nadie pareció advertir la impostura.

Salir bien librado de aquel trance dio a Vila-Matas la confianza necesaria para repetir la jugada varias veces en los años siguientes, con personajes como Rudolf Nuréyev, Anthony Burgess, Cornelius Castoriadis, Patricia Highsmith y Juan Antonio Bardem, entre otros. La editorial barcelonesa H&O Editores ha reunido ahora ocho de aquellas entrevistas inventadas en un volumen apropiadamente titulado ‘Ocho entrevistas inventadas’, que se completa con un prólogo del profesor y crítico literario Mario Aznar y con la colección de ‘Recuerdos inventados’ que abría el libro de relatos del mismo título publicado en 1994.

Miedo a ser despedido

“Me inventé todas aquellas entrevistas por la misma razón por la que Tom Ripley mata en las novelas de Patricia Highsmith: por necesidad”, se justifica Vila-Matas 56 años después de ese primer ejercicio de suplantación en el que Marlon Brando explicaba a ‘Fotogramas’ su decisión de abandonar el cine para dedicarse a combatir las injusticias sociales a tiempo completo y vaticinaba que moriría asesinado “como los Kennedy y Martin Luther King”. “Tenía miedo a que me despidieran, que es un miedo que me ha perseguido toda la vida”, señala hoy el escritor barcelonés.

Si en el caso de Brando fue el desconocimiento del idioma el que le empujó al camino de la ficción, con el bailarín soviético exiliado en Francia Rudolf Nuréyev el problema fue de naturaleza algo distinta. “La noche anterior a la entrevista se produjo un incidente en una discoteca en el que un grupo de amigos nos enfrentamos al grupo de Nuréyev. Y, claro, al día siguiente yo no podía llamar al timbre de su habitación como si nada, porque el tío me habría partido la cara”. En la entrevista publicada en ‘Fotogramas’ el 25 de abril de 1969 (título: “La muerte es más poderosa que el ballet”), el bailarín declaraba: “España es un hermoso país, muy atractivo. Me seducen poderosamente los toros, el sol, la sangre sobre el ruedo, los maletillas valientes, la estética de los ruedos”.

“En aquella época -recuerda Vila-Matas-, los famosos venían a Barcelona y se iban al día siguiente, y no se enteraban de lo que se decía sobre ellos, así que yo me sentía impune”. Pero otros sí prestaban atención. Pocos días después de la publicación, Vila-Matas cazó al vuelo en la discoteca Bocaccio una conversación en la que Terenci Moix le preguntaba a Jaime Gil de Biedma si había leído “las barbaridades que ha dicho Nuréyev” en ‘Fotogramas’. “Yo me ofendí muchísimo, porque estaba de acuerdo con todo lo que había dicho Nuréyev [risas]. Y, de paso, quedé advertido de los peligros que tenía el oficio de impostar”.

«Al borde del desastre»

A diferencia de Brando y Nuréyev, los cineastas Juan Antonio Bardem y Francisco Rovira Beleta sí pudieron leer las cosas que Vila-Matas había puesto en sus bocas respectivas. No reaccionaron bien. En ambos casos, las entrevistas llegaron a realizarse, pero al joven periodista no le acabaron de convencer las opiniones de uno y otro y decidió sustituirlas por frases que reflejaban su visión personal sobre el cine de aquel tiempo. «Rovira Beleta estuvo muy impertinente conmigo, y yo me vengué haciendo que declarara a favor del cine underground», relata.

Años más tarde, cuando ya había publicado tres novelas y había empezado a colaborar en ‘La Vanguardia, Vila-Matas retomó el hábito de la suplantación con ocasión de una entrevista al escritor inglés Anthony Burgess. “En el diario me dijeron que tenía que entregarla antes de las diez de la noche -relata- y me sugirieron que fuera a la redacción a escribirla a máquina para ir más rápido”. Pero él se sabía un mecanógrafo lento, así que para asegurarse de cumplir el plazo escribió toda la entrevista antes de ir a visitar al señor Burgess a su hotel. “Estaba el hombre un poco agobiado después de responder a tantas entrevistas, así que le dije que no se preocupara, que yo ya llevaba la mía hecha. Y le pareció muy bien”. Poco después repitió la estrategia con el filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis, a quien entrevistó sin grabadora y cruzado de brazos. «Ahí había ya una búsqueda del riesgo, el desparpajo era deliberado. También un gusto por el juego y el riesgo, que ha marcado toda mi obra literaria. Como decía  Gombrowicz: «Yo no era nada y, por tanto, podía permitírmelo todo».

 En el prólogo de ‘Ocho entrevistas inventadas’, Mario Aznar sostiene que en estas imposturas periodísticas resuenan los orígenes de esa “voz propia y múltiple, disruptiva y fascinante” que ha presidido toda la posterior obra literaria de Enrique Vila-Matas. “Los primeros que dijeron que estas entrevistas eran el germen de lo que hice después fueron los franceses, y me molestó muchísimo -recuerda el escritor barcelonés-. Ahora estoy completamente de acuerdo”.

 H&O

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Vila-Matas y sus entrevistas inventadas / por Isabel Verdú

Mark_Yankus_Photography(fragmento de la tesis de Isabel Verdú sobre V-M)

Vila-Matas se va mostrando en sociedad al unísono como actor, como creador (primero en el ámbito del cine y luego de la literatura) y como crítico (de cine y luego de

literatura) en diversas revistas. Pero el arranque de la figura de Vila-Matas propiamente como artista se fragua en el mundo del teatro y del cine, universos por naturaleza proclives al deslizamiento de identidades y a la impostura.

Desde los orígenes se puede palpar el interés del joven Vila-Matas por el cine. Como estudiante aún de la facultad de derecho, participa como actor en la compañía de Mario Gas, y luego como director. Aparece también como actor en siete películas, todas ellas de arte y ensayo, filmadas en círculos underground de Barcelona o de París: Sexperiencias, de José María Nunes (1968); M’enterro en els fonaments, de Josep María Forn (1968); Beance, de Antonio Maenza (1968); Metamorfosis, de Jacinto Esteva (1970); Liberxina 90, de Carlos Durán (1970); TamTam, de Adolfo Arrieta (París, 1976); Flammes (París 1978), de Adolfo Arrieta. En realidad, todas ellas corresponden al tipo de cine que él defenderá después como crítico; películas de carácter subversivo y rupturista. En cuanto al papel del joven Vila-Matas en dichas películas, si bien es secundario, no deja de mostrar una aura de extravagancia tanto en los papeles como en la actitud en ellos. En el documental Vila-Matas & CIA (2000) se darían algunos ejemplos de excentricidades interesantes; así, en la película TamTam interpretaba a un guionista a quien Vila-Matas insistió en poner de nombre Gombrowicz, y convenció de ello al director. En cuanto a la película Béance de Maenza, film de culto de la vanguardia barcelonesa, destaquemos un simple ejemplo: llegó a estar a punto de perder el papel al cortarse la barba, pues el director le dijo que “sin barba no tenía aspecto reaccionario”

(…)

Huelga decir que, si bien el joven Vila-Matas no sabía aún que en el futuro se dedicaría a la literatura y no al cine, sí era consciente del talante al que se veía impulsada su vocación artística. Así, no podemos obviar el hecho de que su debut como escritor fuera en el campo del periodismo cultural y en la revista Fotogramas, que funcionaba desde 1946 y era conocida por su tendencia rupturista y europeísta, y que había tenido considerables problemas para sortear la censura franquista. La colaboración se dio después de un encuentro casual con Elisenda Nadal durante un paseo con una amiga que los presentó, como ha explicado varias veces y ha parodiado en El viajero más lento (1992). De todas maneras el debut de Vila-Matas como escritor, como bien señala Alfredo Aranda en su tesis (2017), se produce de dos maneras; y ciertamente resulta peculiar que se den dos iniciaciones paralelas a la escritura: un primer artículo firmado por él, “El rostro impasible”, sobre Clint Eastwood (1968) y otra iniciación oficiosa anterior, la célebre entrevista falsa a Marlon Brando (1968).

Detengámonos un momento a valorar la imagen del artista que se proyecta en ambos artículos, donde tiene un papel importante la configuración del artista (en este caso

actores) como seres ambivalentes y hasta impostores (en el caso de Brando).

En el primer artículo firmado por Enrique Vila, curiosamente habla de la “fabricación del mito, antimito Eastwood” (1968), así como del rostro inmutable del actor como “secreto de su éxito” y opuesto al clásico héroe mítico del hombre del western. Resulta sintomático que ya el joven Vila-Matas destacara esta necesidad de la configuración antimítica del artista, en su capacidad de distanciamiento y su vocación de no representar un papel de antemano configurado; también esta inexpresividad será conocida en la habitual compostura vila-matiana en las fotografías pasadas y futuras En alguna ocasión ha recordado cómo la expresión “infinitamente serio” le resulta muy sugerente y apropiada

Más representativo resulta aún su debut extraoficial, la falsa entrevista a Marlon Brando, y firmada por el seudónimo Mary Holmes (1968a), que inaugurará la serie d entrevistas falsas que publicará posteriormente, aunque firmadas por el propio Vila-Matas (Nureiev en Fotogramas, Highsmith, Burgess y Cornelius Castoriadis en La Vanguardia más adelante) y cuya esencia no desvelará hasta muchos años después.

Para Alfredo Aranda, dicho debut inaugura una identidad artística muy propia de Vila-Matas, un reto que lo sitúa de ahora en adelante “en la zona de sombra del arte, trasladando con ello una fenomenología reflectante de su descentrada materialidad de escritor” (Aranda, 2017: 425). Vila-Matas a menudo ha explicado lo que sucedió aquí: la

 argucia surgió debido a la necesidad, ya que debía traducir una entrevista del inglés y no sabía inglés y en él había un “pánico a ser despedido” (Casas, 2008). Pero después, a resultas del éxito de la empresa, donde no hubo negativa alguna, fue cogiendo gusto a la estratagema y el artificio se fue repitiendo por diversos motivos: con Nureiev por un altercado que se dio el día antes, con Highsmith debido a la poca información que daba ella, que contestaba con monosílabos, Burgess y Castoriadis por el placer lúdico de mostrar a los entrevistados el texto cerrado al empezar el encuentro.

Fueron solo esas cinco entrevistas, pero fue el trampolín donde se aposentaría de

forma simbólica la manera de ejercer el periodismo literario o la literatura periodística por Enrique Vila-Matas desde la pura libertad creativa y la ruptura de fronteras entre realidad y ficción, asumiendo tal libertad en la propia identidad del artista y en su comunicación con el lector.

En cuanto al texto en sí de la entrevista con Marlon Brando, que tenía el disparatado título “Sé que puedo terminar asesinado como los Kennedy y Luther King”, el Brandon inventado se trata de un personaje contradictorio y heterodoxo, construido sobre la idea paródica e hiperbólica de un artista que se cansa de su fama y se compromete con las causas sociales. En primer lugar, predomina el rasgo de la extravagancia (la respuesta absurda, los saltos temáticos imprevistos, los giros inhabituales), por otro lado muy propia en el estilo Vila-Matas. Así, ya en la introducción, el yo redactor (alias Mary Holmes) caracteriza a Brando con relación a las palabras “carácter extravagante” o “pizca de locura”; y después pone en su boca expresiones como esta, directamente relacionada con el credo hippy: “los hijos son como las flores en el gran prado del amor” o bien “he tenido siempre mucho cuidado con mi cerebro y con mi alma”. También sorprende el contraste entre lo exótico y lo intelectual en el personaje, que llega a ejemplificar la desconfianza en el lenguaje, preocupación que será habitual en el futuro Vila-Matas: “Las palabras son una institución muy absurda. A menudo irritante”.

Además, sorprende la ambivalencia entre necesidad de huida e interés por la realización en la acción social, preludiando la paradoja del artista contemporáneo que es a la vez bohemio y burgués, que quiere realizarse como artista pero también seguir en los márgenes y ser coherente con su rol social anticapitalista (Brouillette: 2014). El joven Vila-Matas construye la imagen de un estrella mediática desde lo irrisorio, de modo que el falso Brando muestra hartazgo por la vanidad de la industria y resume sus éxitos como “veinte años quemados en el altar de la vanidad, de la felicidad personal”. Y muestra su voluntad de implicarse activamente contra las injusticias sociales, con expresiones tan rotundas como ingenuas: “o nos arremangamos y nos ponemos a hacer algo, o mucha suerte y Felices Pascuas”, “lucharé como un condenado contra la terrible injusticia y estupidez de los hombres”

El otro Brando es un personaje hiperbólico, ambivalente, que le preocupa lo social pero huye de lo declaradamente político; acaso el otro yo de Vila-Matas. Cuanto menos, que las palabras aparecidas en la entrevista de Brando, además de ser inventadas, pertenecían al registro del propio ser-escritor Vila-Matas queda palpable en esta anécdota que relata el autor en la entrevista posterior con Ángel Casas (2008): aquí el Vila-Matas maduro relata cómo, a consecuencia de la publicación de la entrevista, escuchó a Terenci Moix diciéndole a alguien: “¿Has leído las tonterías que dice Marlon Brando?”, cosa que a él -comenta con indignación jocosa- le “molestó muchísimo”, para luego precisar: “Yo quería un Marlon Brando a contracorriente (…) yo mismo era surrealista, me salió natural”

Ahora bien, al respecto, el Vila-Matas consagrado ha manifestado años después que aquel Brando no tenía absolutamente nada que ver con él, que aquella imagen era fruto de una “inmensa libertad creativa” y “cuanto más loco y atrevido mejor” (Verdú, 2020) Pero ¿no es justamente esa la imagen de espíritu libérrimo la que desprendía de sí mismo el joven artista tanto en esta entrevista como en el resto de producciones? Interpretemos que aunque la imagen de Brando no fuera equivalente a la persona Enrique Vila, sí se acercaba desde la parodia a la intuición precoz de lo que debía conformar un artista total, en su noción de un mito-antimito. La imagen del artista que aparece en este Brando, pues, nos transmite de manera paródica lo que puede ser un artista consagrado, hastiado del reconocimiento, cosa que vista desde el joven que ansía sumergirse en el arte no puede tratarse más que de una broma que anticipa la futura contradicción vila-matiana entre el deseo de éxito y el de fracaso, el deseo de ser artista, pero no dejarse consumir por el neocapitalismo incipiente.

Queda claro entonces, y desde los inicios, que Vila-Matas se siente hipnotizado por la figura de artística mítico- antimítica y por la impostura. Y ello queda palpable en la entrevista falsa al bailarín Nureiev que realizaría un poco después; también nos resulta interesante aquí el hecho de que habla de la configuración de un mito artístico y la condición de artificio que ello supone:

Conoce, por ejemplo, su condición de mito. Por eso, a lo largo de toda la noche, forcejará por no perder su compostura de hombre-genio. (…) Entonces deja Nureiev de aburrirse y olvida su careta, sus poses, sus ficciones.

La figura de Vila-Matas se ha creado, como vemos, partiendo de otras identidades y modificando sus discursos, tratando de cambiar la realidad a través de las variaciones en el lenguaje. En la misma época ha modificado algunas entrevistas de otros, introduciendo frases revolucionarias que los entrevistados no habían dicho (por ejemplo, Rovira Beleta y Juan Antonio Bardem), personas que sí leían Fotogramas y luego le iban a suponer un apuro. Posteriormente ha tratado de dar algunas explicaciones al fenómeno, como el hecho de que se tratara de una empresa “quijotesca” o que debió de sentir “la necesidad de subir un peldaño mi osadía”

En cualquier caso, se vislumbra desde sus inicios como artista su particular poética, propicia al deslizamiento de identidades y al trampantojo entre realidad y ficción, que podemos observar también en la colaboración periodística Oído en Bocaccio, sección que le encargó Elisenda Nadal para Fotogramas, emulando la sección ya existente en Madrid (Lo cuenta Oliver). Allí el escritor funcionaba “como un detective privado” y debía dedicarse a captar los chismorreos literarios y artísticos que oyera en la famosa discoteca frecuentada por celebridades de la Gauche Divine.

Debía infiltrarse en el ambiente y obtener conversaciones desde el más absoluto incógnito (Vall: 2020). En ese papel inicial de observador, espía, transcribidor e intérprete de las palabras de otro se estaba definiendo también la figura de Vila-Matas.

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El superviviente trabaja en vivir. Vila-Matas [Café Perec]

leiter4Despierto de un sueño en el que iba de caza con mi abuelo materno, cazador. Como no fui nunca de cacería y mi abuelo murió un año después de que yo naciera, entiendo que la presencia de la caza en el sueño es una metáfora de la lucha y simboliza la iniciativa en el combate, a un tiempo avance y retroceso. La lucha es, en el fondo, la misma que se da en mí siempre cuando despierto y decido, como aliciente para sobrevivir, huir de lo obsoleto y persistir en la búsqueda de “la posibilidad de lo nuevo”, tratar de ir más allá en mi escritura.

Despierto y dedico un tiempo a Didi-Huberman, al que, con admiración e incluso apasionamiento, leo estas últimas semanas. Cuanto más sé de él, más evidente me parece que el verbo sobrevivir es clave en su obra. Será casual o no, pero, de pronto, me impresionan unas líneas de Aperçues (traducido como Vislumbres) en las que Didi-Huberman comenta que, viendo en el hospital, a través de una puerta entreabierta, a un herido grave del atentado del Bataclán, se dedica a observar “cómo el superviviente no se contenta con todavía estar vivo, con existir aún a pesar de haber tenido tan cerca la muerte, y ‘trabaja en vivir’, que es lo que centra todos sus esfuerzos”

Me impresiona muy especialmente ese “trabajar en vivir”, porque, como si fuera un ángel de la guarda o el “genius” de los romanos, me lleva a descubrir que podría ser el eje de la intervención que, en youtube y en directo desde el Clínic barcelonés, tengo que abordar a las diez de la noche en Nefro Late Show, programa que trata la enfermedad renal mezclando información, rigurosidad y desenfado. Lo dirige y presenta, y es clave en su éxito, el doctor nefrólogo J Vicens Torregrosa, más conocido como “el Torre & Friends”. Programa quincenal. Para la próxima emisión, la del jueves 22, esperan a Javier Solana, donante de un riñón a su hijo, gesto que Solana ha definido como “un acto de amor fácil y racional”

Tal como había planeado, por la noche hablo en Nefro Late Show de “trabajar en vivir” o, mejor dicho, de ‘apasionadamente trabajar en vivir’, y, basándome en mi experiencia, divulgo las importantes bondades de la diálisis peritoneal, la que puede llevarse a cabo en el propio domicilio y que, en parte, por falta de información (la que quiere mejorar Nefro Late Show), solo practican entre nosotros un cinco por ciento de los enfermos renales. Y hablo también con el fabuloso Torregrosa de ciertos parecidos que creo haber detectado entre sus compañeros nefrólogos tan apasionados por la investigación científica (Benjamin Labatut, el autor de Maniac, debería dedicarles una novela) y ciertos narradores que tratan de llevar la escritura más allá de sus límites.

Terminado el programa, al salir del Clínic y respirar el aire invernal, voy andando a casa preguntándome por qué hay circunstancias que nos permiten a veces ver el mundo correctamente.

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“PALABRAS TUYAS Y PALABRAS DE OTROS”, / Túa Blesa y La asesina ilustrada, de Vila-Matas

Más allá de Gutenbergwebsite V-MComo otras de las obras de Enrique Vila-Matas, La asesina ilustrada (1977) es una novela de escritores. Lo son Juan Herrera y Vidal Escabia, de quienes el lector tiene noticia de títulos de sus obras y del primero unos breves pasajes; y lo son sobre todo Elena Villena y Ana Cañizal, de quienes se sabe más, de hecho, se leen sus textos. La primera es autora, se cuenta, de El dulce clima de Lesbos y, de mucho más interés, del relato “La asesina ilustrada”, que será el centro de la novela vilamatiana, lo es también del “Prólogo”, de la carta que acompaña el envío a Vidal Escabia del mencionado relato y del “Suplemento” que cierra la novela además de una nota a pie de página a la última nota de Ana Cañizal, autora esta de las cinco notas al relato de Elena Villena, y esta además cuida la edición del conjunto de los textos que componen la novela. Así, estas dos autoras no solo merecen ser calificadas de escritoras, sino de filólogas, dados sus trabajos de edición de textos y de anotación, de manera que estos personajes no solo prolongan la condición de escritor del narrador de Mujer en el espejo contemplando el paisaje (1973) —luego En un lugar solitario—, sino que anticipan el tipo de narrador de Historia abreviada de la literatura portátil, un narrador-historiador y otros narradores-escritores más en obras posteriores.

De Ana Cañizal se nos dice además que está preparando el prólogo al libro de memorias de Juan Herrera, tituladas Burla del destino. En sus notas al relato de Elena Villena, Cañizal advierte similitudes entre escritos de Herrera y Villena, quienes están casados y han convivido tiempo atrás, también que unas palabras de Villena están tomadas de un soneto de Góngora, de otras señala con acierto que proceden del final de la sección II del eliotiano East Coker: “The dancers are all gone under the hill” está tras “Bailarines y jinetes bajo la colina”, una “gratuita cita” (63)[1], según la anotadora.

Pero, si Ana Cañizal lee la reescritura en algunos pasajes de Herrera, no deja de practicarla ella misma. En efecto, en la primera de sus notas y refiriéndose al prólogo que le han encargado traza una escena de Herrera releyendo “una de las largas e intrincadas frases del último capítulo de sus memorias. Pensó que le fallaban facultades que antes le sobraban. Porque iba envejeciendo, cansado y encorvado a destiempo” (p. 25). Cañizal muestra ahí una de sus buenas lecturas, en Orlando de Virginia Woolf —esta novela tuvo edición española en 1977, el mismo año de la publicación de La asesina ilustrada—, al contar el momento en que la Reina conoce al joven Orlando, también un escritor, se dice de ella que vio en el “a un joven noble; y ojos violetas; y un corazón de oro; y lealtad y viril encanto —todas las cualidades que la vieja adoraba más y más a medida que le faltaban. Porque iba envejeciendo, cansada y encorvada a destiempo” (p. 25)[2]. Casi inmediatamente en esa nota se lee que Herrera “imaginó que era la víctima de una conspiración palaciega y, desde entonces, tan ingrata perspectiva le hizo ver, a todas horas y en cualquier lugar, la brillante gota de veneno o el falso estilete”, lo que muestra que Cañizal había leído que Woolf decía de la Reina que “El estampido del cañón estaba siempre en sus oídos. Siempre veía la brillante gota de veneno y el largo estilete” (p. 19), visión de los instrumentos de una imaginada conjura palaciega, algunas de cuyas palabras se ve que le parecieron apropiadas para ilustrar cuál era el estado de Herrera.

Miró 2

Más adelante escribe la filóloga, “Era una espléndida mañana de primavera, el sol penetraba en los patios, grises y rojos, que se escondían simétricos a la entrada de la casa del escritor. Entre los patios, fragmentos del jardín: espacios de vede césped y grupos de cedros y canteros de flores claras, todo cercado por la maciza curva de un muro que llegaba hasta la entrada de aquella gran casa que, rodeada de árboles y estatuas” (p. 28), y esto dice una vez más cómo  Cañizal había leído en Orlando: “Ahí estaba en el temprano sol de la primavera […] Patios y edificios, grises, rojos, color ciruela, se sucedían simétricos y ordenados; había patios […] en aquel una estatua […] entre ellos, había espacios de verde césped y grupos de cedros y canteros de flores claras; todo estaba cerrado […] por la maciza curva de un muro” (pp. 80-81). La casa, pues, de Juan Herrera donde se instalará Ana Cañizal y donde ocurrirá la muerte por literatura de aquel de quien se hacía “previsible la definitiva incorporación de su nombre al panorama de las letras de su país. No obstante, no vamos a engañar al lector: su desaparición no deja un hueco importante en la historia de la literatura española” (30), según sus propias palabras. Las de Ana Cañizal, palabras suyas y palabras de otros.

[1] Tengo a la vista y cito La edición de 1996 de La asesina ilustrada (Madrid, Lengua de Trapo).

[2] Cito la traducción de Jorge Luis Borges (Barcelona, Edhasa, 1993, 2ª reimpr.).

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Talento para la admiración. Café Perec. 31/01/2024

v-m, berta marsé, luis martin santos, Mónica, Pisón, Rocio Martín Santos

Vila-Matas, Berta Marsé, Luis Martin-Santos, Mónica, Ignacio Martínez de Pisón, Rocío Martín-Santos

Recuerdo gestos como el de Julio Cortázar que abandonó el éxito garantizado de sus cuentos fantásticos para buscar en la novela Rayuela respuestas a las eternas preguntas, y donde, una vez más, se comprobó que las respuestas eran las mismas preguntas.

Las novelas formulan preguntas sin respuesta y paradójicamente generan entrevistas con cuestiones también sin respuesta, pero que suelen ser contestadas, lo que permite que a los autores les pregunten, por ejemplo: “¿Y qué tal lleva usted la carga de influencias literarias?”

Detrás de esta pregunta, veo, por una parte, al que se cree capaz por sí solo de ser el responsable de una literatura original, lo que le ha llevado a leer poco a los otros y se le nota a la legua. Y, por otra, veo al que jamás oyó hablar de una virtud de la que tantos escritores carecen: talento para la admiración. Ese talento lo tuvo sin duda el gran escritor serbio Danilo Kiš, que recorría con lucidez extrema la estirpe de sus maestros y les incorporaba a su obra, lo que fue convirtiéndole en un autor muy cercano para las nuevas generaciones de lectores.

Muy alejada de las superficiales frases gentiles, o del clásico intercambio de favores, la escritura de la admiración requiere del mismo ingenio y ambición que exigen tareas como plantearse realizar una obra maestra. A la escritura de la admiración no la concibo de otra forma que apuntando alto, quizás tanto como aquellos que piensan que obviamente superar al Quijote requeriría de un contexto muy distinto al actual. Un contexto que posibilitara la irrupción de un arte inmenso bajo otras formas totalmente inmanentes, sin dimensión más allá de la razón. Acerca de tal irrupción, ya advirtió George Steiner que no la veía imposible, pero que no llegaba, y lo más probable era que no llegara nunca, a imaginar esas nuevas formas. Sus palabras pueden recordar al Pío Baroja que en el Madrid de los años cincuenta veía en el futuro a un simple espectro mental y, en cuanto le hablaban de cambios, decía: “Yo ya no veré más que esto”.

¿Más que esto? Nada extraño que lo dijera quien veía que la vida se le había convertido en una novela narrada en eterno presente y cuyo único atractivo para él era ver cómo iba desarrollándose una trama morosa, de tedio muy quieto, próxima a las preguntas eternas sin respuesta.

De reconocido talento para la admiración, Ignacio Martínez de Pisón, narrador de estirpe barojiana, se ha adentrado recientemente en el Madrid de principios de los años cuarenta con Castillos de fuego, penetrante versión novelada del eterno presente de aquella ciudad de pura y dura postguerra. Una ciudad en la que el tiempo quedó en suspenso, como algo que no existiera, o no fuera posible medir. Y que en nuestros días vive inmersa en una trama de tedio muy vivo, tal vez porque aún se busca la confianza en algo indestructible. ¿Nosotros no veremos más que esto.

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Carla Miguelote vivirá lo que tenía que vivir Sophie Calle en las Azores’. [Primer Capítulo]

Carla Miguelote

 

 

 

 

 

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CARLA MIGUELOTE: Aprovechando la cercanía de las Azores he decidido hacer el viaje de Rita Malú, que tenía que haber hecho en su momento Sophie Calle, tal como cuentas en ‘Porque ella no lo pidió

Estimado Enrique Vila-Matas,

Quería decirte, en primer lugar, que soy una entusiasta de tu trabajo.

En segundo lugar, que voy a hacer el viaje de Rita Malú a principios del próximo mes. En otras palabras, voy a vivir la historia que escribiste a Sophie Calle, pero que ella nunca vivió.

Me tomé la libertad de preguntar a Tiphaine Samoyault por su contacto, quien me lo dio. Espero que no le importe. Nos conocimos la semana pasada, cuando fui a París para un congreso. Me enteré de la presentación que ella hizo de su novela Montevideo y de la conversación que tuvo contigo al respecto en la Maison de la poésie, en octubre pasado. Vi la grabación en YouTube y leí el texto de ella en su blog. El motivo de este e-mail se acerca, pues, a esta historia, más precisamente a la experiencia de Tiphanie al alojarse en la habitación 205 del hotel Cervantes, en Montevideo, después de leer su libr

Soy brasileña, profesora del Departamento de Literatura de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (del mismo departamento que el profesor Kelvin Falcão Klein, quien escribió Conversas apócrifas com Enrique Vila-Matas, compuesto por una entrevista larga y falsa contigo; por lo que he leído en declaraciones en los periódicos, creo que has oído hablar de este libro). Actualmente estoy viviendo en Oporto, Portugal, para realizar un posdoctorado, hasta julio de este año. Aprovechando la cercanía de las Azores decidí hacer el viaje de Rita Malú.

Participaré en un Coloquio que tendrá lugar en la Universidad de Oporto a finales de febrero, Jornadas de Poesía y Performance II. Y me propuse, para la ocasión, presentar los resultados de mi viaje-performance. Adjunto mi propuesta y también la respuesta del Comité Organizador, que, habiendo entrado al juego, también debe incluirse en la narrativa final de toda la experiencia. Están escritas en portugués, pero creo que no serán difíciles de entender. El título de la propuesta es “Porque yo le pedí: un viaje queer a la isla de Pico”. Explicaré la inclusión del elemento queer más adelante.

Además de permitirme “realizar la ejecución temporal de [mi] vida como personaje del cuento de Vila-Matas”, el Comité Organizador de las Jornadas de Poesía y Performance II plantea “la posibilidad de un posible espacio expositivo, dentro o fuera de la universidad (durante o después del evento), del conjunto de registros documentales, fotográficos o videográficos que puedan resultar de las distintas fases del presente proyecto”. Estoy en contacto con el propietario de una pequeña galería en el barrio donde vivo en Oporto, para estudiar la viabilidad de esta eventual exposición.

7. Su cuento “Porque ella no lo pidió” me interesa desde hace mucho tiempo, y fue tema de un artículo que publiqué en 2017 en el libro Bioescritas, Biopoéticas, titulado “Porque nadie lo pidió: escrita e invención de protocolos de experiencia”. También lo adjunto, por si estás interesado en leerlo.

8. Estuve en Barcelona hace dos semanas y aproveché para empezar una partida de detectives. Descubrí que te gusta el restaurante Il commendatore. Fui allí a almorzar. Tomé dos fotos, una afuera, mostrando el nombre del restaurante. Otro está dentro, donde se puede ver a una mujer dirigiéndose hacia la puerta de salida. Ella es mi hermana menor, que se parece tanto a mí, hasta el punto que varios desconocidos nos detienen en la calle preguntándonos si somos gemelas. Las dos fotos son el comienzo de la performance. Primero, porque, de ahora en adelante y durante las próximas semanas, tú (o el narrador de “El viaje de Rita Malú”) serás el comandante de mi vida, Il commendatore. En segundo lugar, porque me gusta empezar todo con un doble de mí misma, ya que el tema del doble está muy presente durante todo este juego.

9.Como dijo una vez Sophie Calle (respecto a las instrucciones de Paul Auster sobre cómo mejorar la vida en Nueva York), las novelas son muy bonitas, pero no hace falta seguirlas al pie de la letra. Es en este sentido que me permití insertar aspectos queer en su historia, que, desde el punto de vista de la lesbiana que soy, es bastante heterosexual. Entonces, también me voy a hacer una foto vestida de hombre, como hace Rita Malú, pero en lugar de ir a los bares de Montparnasse (Select y Blue Bar) con la foto en las manos, preguntando por la versión masculina de yo misma, decidí ir a algunos bares de lesbianas en el Marais (La Mutinerie, Elles Bar, e Le Bar’Ouf).

Sophie Calle - personnage en quete d'auteur

  1. Voy a París la semana que viene para eso, y también para terminar de ver la exposición de Sophie Calle, “À toi de faire, ma mignonne”. De hecho, tomé ese título como dirigido a mí misma. Entendí que era mi turno de hacerlo. Soy yo, ahora, la mignonne de Sophie Calle. ¿Fuiste a la exposición? En una de las habitaciones de los proyectos no realizados o inacabados de Sophie, hay una referencia a su proyecto conjunto, con el motivo de no realizarlo: un revés. También envío fotos como archivos adjuntos.

 

  1. Volviendo al peregrinaje detectivesco de Rita Malú por los bares de París y mi elección de ir a bares de lesbianas en el Marais en lugar de bares de heterosexuales en Montparnasse. Como Rita Malú, soy alguien que rechaza a todos los pretendientes. Pero, a diferencia de Rita Malú, no rechazo a las pretendientes. Como estoy soltera, voy a aprovechar para intentar salir del aburrimiento de mi (actualmente inexistente) vida sexual.

 

  1. Cuando estuve en París la semana pasada para el Congreso, fui a la Rue de Marseille, donde vivió Rita Malú antes de mudarse a Malakoff. Al final de la calle hay un paso de peatones, y actualmente está enmarcado con dos rayas del arcoíris, símbolo de la comunidad LGBTQIAPN+. Tomé esto como una señal de permiso para la intrusión de lo queer en la historia. Adjunto también una foto de este paso de peatones.

 

  1. Por cierto, todavía no sé cómo voy a seguir con el queerness en las Azores, pero creo que lo iré descubriendo en el camino. Si ya estuviera todo dado, no sería divertido.

 

  1. De hecho, cuando en Peter’s Bar los hombres empiecen a molestarme, usaré, no la foto de la boda falsa de Sophie Calle, sino la foto de mi propia boda falsa. Si, tengo uno. Fue producido para aparecer en el contexto de un cortometraje universitario muy amateur que hice con amigos en el primer año de la universidad, hace 25 años. También te envío la foto como archivo adjunto. De hecho, fui a dos de las iglesias de Malakoff, buscando las escaleras donde Sophie se habría tomado la foto. No encontré la iglesia exacta, pero volví a fotografiar la foto de mi boda falsa en los escalones de dos de las escaleras que encontré. Al menos estaban en Malakoff. También se adjuntan las fotos.

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  1. ¿Por qué te cuento todo esto? No sé. Probablemente porque no me lo pediste.

Saludos cordiales,

Carla Miguelote

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Trump, Nerón y compañía. [Vila-Matas / Café Perec]

20240115_230559~3Cabe suponer que el famoso primer extraterrestre que un día pisará la Tierra, verá enseguida que somos adictos a la queja. En La provincia del hombre Elías Canetti comenta ese hábito tan humano de quejarse de todo y dice que las quejas son lo más tonto que existe en el mundo, “siempre estamos enfadados con alguien, siempre hay uno u otro que se nos ha acercado demasiado. siempre hay quien ha cometido una injusticia con nosotros. ¿Por qué? ¿Qué significa que esto y aquello no lo consentimos? Con esas quejas se va llenando la vida…”

Bueno, las quejas son de lo más tonto, pero a veces la distinción entre tontería e inteligencia es muy elástica, porque la estupidez humana abunda tanto que alcanza a los inteligentes, que no paran de decir burradas todo el rato sin proponérselo.

Kafka, ironista supremo porque parecía reconocer el lado cómico de sus quejas interminables, manejaba la lucidez más oscura de la historia de la literatura, lo que le llevó a decir que el miedo era para él, junto con la indiferencia, su principal sentimiento frente a otras personas.

¿Está nuestro mundo hoy más dominado que nunca por el terror y la indiferencia? La sociedad del espectáculo político, que tantos decibelios ha subido, puede que influya en esta sensación. En una entrevista en Nueva York (*), el escritor mexicano Álvaro Enrigue dice tener la impresión (se non è vero, è ben trovato) de que la política forma parte, desde hace tiempo, de la “cultura del entretenimiento”. Y dice también que si uno ve, por ejemplo, el mapa político de Estados Unidos o de Argentina, lo primero en lo que piensa es en largarse de allí inmediatamente, pero que parece haber como una burocracia detrás de esas repúblicas que hace que sigan funcionando: “Supongo que así era el imperio romano, los emperadores podían hacer las locuras que fueran porque había una máquina que seguía trabajando”

No es que así fuera el imperio romano, sino que es probable que sigamos en él. Ya que Álvaro Enrigue cita a la Roma de los Nerón, Calígula y compañía, no estará de más recordar que Philip K Dick, tras haber soñado tiempo atrás que buscaba un libro que se titulaba El Imperio nunca cayó, el 20 de febrero de 1974 confirmó que seguíamos en el imperio romano cuando, al abrir la puerta a la empleada de farmacia que le subía unos analgésicos, advirtió que ésta llevaba un colgante en forma de Ichthys (el símbolo del pez cristiano) que el escritor percibió rodeado de un halo sobrenatural e interpretó como una señal de que iba a poder revivir, como así ocurrió, episodios de su antigua vida como cristiano de primera hora.

Cabe pensar que el mundo de hoy –sumido en el caos total, en un no mundo, donde las fake news crean la idea de que tenemos ante nosotros una realidad alternativa– le sorprendería muy poco a Philip. K. Dick, porque vería reproducida con exactitud su mente, su visión del mundo, aquella que sus lectores creían que era “ciencia-ficción”

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Elisabetta Rosaspina. Raccontare vuol dire citare (Intervista in Corriere della Sera.

lago Maggiore 042Elisabetta Rosaspina. Raccontare vuol dire citare (Intervista SOBRE ‘QUESTA BRUMA INSENSATA’). Corriere della Sera (Italia). 23/10/2022.

1 El trabajo del escritor y de los que lo rodean, traductores, agentes, editoriales, “negros”, es otra vez al centro de su narración, con un oficio mucho menos habitual: el recolector de citas. El personaje y narrador tiene una cita para cada necesitad. Un verdadero patrimonio literario en su memoria. ¿Como se le ocurrió este detalle? ¿Y son todas citas reales?  ¿O tal vez es un juego con el lector por comprobar sus conocimientos?

 

En Storia abbreviata della letteratura portatile (Universale Economica Feltrinelli), que fue, a finales de la década de los 80, el primero de mis libros que llamó la atención fuera de España, se hablaba de la conjura literaria Shandy (en referencia a Sterne y su Tristram Shandy. En ese libro abundaban ya las citas y casi todo lo que decían los conspiradores eran citas de otros. Nada tan extraño, aunque pueda parecerlo, pues para mí, que me había formado en el arte a través, entre otras cosas, del cine de Godard, era de lo más natural interrumpir la acción, como pasaba en las películas de éste, con carteles que recordaban a los del cine mudo y en los que se incluían frases de Einstein, de Marx, del conde de Lautréamont… A todo esto, un año antes de escribir la Storia abbreviata caí fascinado por un libro del argentino Edgardo Cozarinsky, Vudú Urbano, que era tanto una ficción autobiográfica como un ensayo y un ensayo que era como una narración. Algo un tanto insólito en aquel momento. En el prólogo de ese libro, Susan Sontag comentaba que el derroche de citas le hacía pensar “en aquellos films de Godard que estaban sembrados de citas”. Yo creo que esa frase de Sontag fue definitiva para mí porque, a partir de entonces, “normalicé” ya del todo la relación de mis escritos con la intertextualidad, mi necesidad de contar cualquier reciente suceso de mi vida y conectarlo con un “hecho de cultura”, quizás para que la escena vivida no sólo quedara aislada en el tiempo, sino que, además, respirara mejor al ser narrada. Y también creo que, con todo eso, es casi lógico que acabara creando ese personaje, de oficio tan raro como el narrador, ese “artista citacionista”, ese Simon Schneider, que por una modesta cantidad de dinero provee de citas geniales a su no muy talentoso hermano Rainer (famoso escritor oculto en Nueva York, al estilo de Salinger o de Pynchon). Simon, que se halla sin duda en el centro de Questa bruma insensata, dice sentir “un bisogno assoluto di assorbire, di raccogliere tutte le frasi del mondo, una brama irrefrenabile di divorare tutto ciò che avevo a portata di mano, di impossessarmi di utto quello che, nei momenti prosperi di lettura, mi sembraba potesse essere mio”

2.El tema de la fraternidad y del egoísmo familiar también captura el lector desde el principio de la novela: Gran Bros, el escritor de éxito es un déspota y Simón, el hermano mayor (y mejor), sigue fiel y cooperativo en su sombra. La falta de dinero de Simon, ¿es una explicación suficiente o hay más? ¿Todos los escritores necesitan “hermanos” o colaboradores de esta clase?

No, claro. Pero hay en esa relación entre hermanos Schneider de mi novela el eco de la conocida relación entre Van Gogh y su hermano, el que financiaba sus cuadros. Por eso, como le dije hace poco, a Andrea Bajani, el título que pensé primero para mi novela era La financiación de Van Gogh. Pero, por otra parte, creo que Questa bruma insensata no habría sido la misma de no haber leído, hace muchos años, una novela muy inteligente y quizás algo olvidada de Carmelo Samonà: Fratelli. La historia de una experiencia extrema, el encuentro de dos lenguajes: el articulado y metódico de la «normalidad» y el fragmentario, perentorio, virtualmente ilimitado, de la alienación. El tema central de Fratelli era, creo, la búsqueda del Otro; sin olvidar un cierto sentido del humor que recorría todo el libro. En Questa bruma insensata no falta el humor tampoco, sobre todo cuando se va desvelando que el famoso Rainer, Gran Bros, el muy celebrado autor oculto de Nueva York, le debe todo al genio literario de su humilde hermano. La modestia es clave en el libro. El novelista triunfador es enormemente vanidoso, mientras que su hermano desde la sombra –tan esencial con sus citas que guían, sin que Gran Bros se dé cuenta, la columna vertebral de sus famosas novelas– es un prodigio de humildad. Simon es la voz honrada del “autor estrictamente literario” y, por tanto, invisible que habita en el fondo del triunfador y mediático Rainer, el escritor al que le deslumbran los focos.

3.Hay también una vena de humor surreal o sarcástico en lo que Simón cuenta de sí mismo y de su oficio y, aun mas de los críticos literarios, fuente inagotable de nuevas citas por el: ¿es así? Y, si lo es, ¿hay un mensaje implícito para el mundo literario y editorial?

No, no hay ningún mensaje especial. Se narra simplemente el malhumor que le producen a Simon ciertos críticos que ensalzan a Gran Bros sin preguntarse siquiera si no podría ser que hubiera alguien más detrás de esas novelas que ellos califican de “obras maestras”. Porque Simon está bien seguro de que sus colaboraciones, sus cesiones de citas, constituyen, el imprescindible “suplemento oculto” de la obra de Gran Bros, un suplemento vital, aunque solo sea porque sirve de contrapeso al siempre muy disimulado factor mercantilista que, por imperceptible que sea, Simon sabe que habita en muchas de las ideas de su hermano Rainer, “la estrella neoyorquina escondida”. Y déjeme usted que añada ahora: como escritor, Rainer es un inepto colosal. No así su mujer Dorothy, que es la que capta y descifra para su marido lo que, con ambiciones superiores al simple envío de una cita, remite Simon a Nueva York. Dicho de otro modo: entre Dorothy y Simon le construyen las novelas de éxito al incompetente Gran Bros. Es por eso que, por mucho que pueda parecerlo al principio, no es Gran Bros quien ayuda a su hermano, sino lo contrario.

4. A Rainer le encanta el arte de desaparecer: ¿Y a usted? ¿Qué opina de escritores como Salinger, Pynchon o Elena Ferrante, de artistas como Banksy y de todos los que eludieron y eluden la popularidad?  ¿La fama puede ser muy molesta? ¿O es el precio correcto del éxito?

La literatura, al igual que el acceso a la vida, contiene en sí misma, su propia esencia, que no es otra cosa que la desaparición. Y como yo esto lo veo así, tengo ahora que decirle que comencé a escribir sobre desapariciones el día en que leí un ensayo muy interesante acerca de “la desaparición del sujeto en Occidente”. De hecho, ese tema del ensayo abría mi novela Dottore Pasavento, aunque pronto derivaba mi voz de ensayista en la voz de un narrador que contaba la historia de Pasavento, alguien que en un viaje a Sevilla deseaba desaparecer y pronto descubría lo difícil que le iba a resultar borrarse del mapa. Porque para borrase como hicieron Salinger o Blanchot, o hacen Pynchon o Elena Ferrante, hay que saber borrarse muy a tiempo, al principio de todo, cuando aún nadie te conoce y tienes recursos suficientes para conseguir que nadie sospeche que eres el “famoso escritor desaparecido”. Si cuando escribí mi primer libro, hubiera tenido en cuenta que debía ocultarme desde el principio, mi desaparición habría sido factible y todo habría sido bien distinto para mí, aunque mucho me temo que me habría convertido en una pálida y aburrida planta de interior.

5. ¿Tía Victoria es en realidad su voz, la voz del autor, a propósito del asunto central de Questa bruma?

Es un personaje mucho más inteligente que los dos hermanos juntos. Y no, no es para nada el autor. Tía Victoria es el personaje que nos confirma que los dos hermanos Schneider no son gran cosa. Al autor le divierte crearlos para ridiculizarlos, diría que para mostrar lo superior que es a ellos, aunque también es consciente de que él, en cambio, es muy inferior a lo potencia espiritual que ha sugerido que posee tía Victoria. Releyendo el libro ahora con motivo de su aparición en Italia, me ha parecido ver que el autor también sabe ridiculizarse a sí mismo al obrar así, con tanta superioridad. También él está por debajo de tía Victoria, tal vez porque las mujeres suelen ser más sabias y los hombres tienen un punto infantil casi siempre risible e irremediable.

6.El telón de fondo de la novela es la Catalunya del 2017, la de la revolución por la independencia y de la huida de Puigdemont, la protesta y los helicópteros en el cielo de Barcelona: y, ahora, cinco años después, ¿algo ha evolucionado en los sentimientos de los catalanes a favor o en contra de la independencia?

La novela está deliberadamente estructurada a la manera de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, donde el narrador va por el río Congo al encuentro de Kurtz. En el caso de Simon, va al encuentro de su hermano Rainer, con el que se ha citado en Barcelona en unos días difíciles, dado que coinciden con el punto álgido de la reivindicación de una Republica catalana. Se supone que Simon va a reivindicar una paga mejor para sus citas. Los ruidosos y obsesivos helicópteros le dan a esa doble reivindicación (República catalana y mejor sueldo para Simon) un aire de fin del mundo, un aire a lo Apocalypse now, precisamente la adaptación cinematográfica de la novela de Conrad. Pero obsérvese que el narrador cuenta toda la historia –tanto su encuentro con Rainer como el clima de guerra de la ciudad– desde un estado intermedio entre la vida y la muerte, el llamado Bardo según la tradición tibetana. Es decir, lo cuenta mucho tiempo después de que hubiera ocurrido lo que cuenta, por lo que todo lo que narra ya pasó. Su punto de vista es el más clásico en las novelas, cuenta lo que pasó cuando todo ha pasado ya. No opina ideológicamente sobre lo que pasó –lo ideológico, por cierto, suele ser un gran lastre para cualquier novela que quiera ir más allá de su tiempo– precisamente porque está ya muy lejos en el tiempo, al menos en el tiempo de Simon, el narrador que pasea por el Bardo. Y por eso viene a decir éste al final del libro que cuando observa que ha tenido que escribir sobre un tiempo ya tan caducado, se pregunta si no será que, a lo mejor, como dicen algunos, a la ficción le gusta el pasado y por eso tiende a correr el riesgo de no ser ya sino cosa del pasado, que es lo que solían decir los hegelianos hablando del arte en general y Borges hablando de la lluvia… En fin, que ahora que ya puedo decir que ha pasado mucho tiempo desde que ocurriera lo que en mi libro se cuenta y la toma de distancia con aquello puede empezar a verse con perspectiva, sobre todo si nos situamos en el Bardo, lo que me parece que ocurre es que hay un desengaño general por parte de los independistas puesto que se sienten, con razón, burlados. Su desengaño es consecuencia del engaño que los tres partidos políticos separatistas crearon para arañar sus votos. Se les dijo que Europa les acogería enseguida en la Unión Europea cuando cualquier persona cabal sabía que esto no iba a suceder del modo que se prometía. Se minusvaloró –todavía no sé por qué– la fuerza de un estado como el español, que no es una monja de la Caridad precisamente. El otro día, leí algo que en su momento dijo el gran escritor Rafael Chirbes sobre la actitud de la mitad de los catalanes respecto a lo español: “Me fastidia su extrema sensibilidad ante cualquier comentario poco halagador que reciben de fuera y su ligereza a la hora de descalificar lo ajeno”. Claro que en tiempos de twitter, eso ya es mucho más habitual que antes.

7. El final tiene mucho misterio: ¿Simón también juega a escondidas con el lector? ¿Y cuantos hijos tuvieron los padres Schneider Reus? (si se puede decir…)

Cabe pensar que, con el mucho tiempo que ha pasado, Simón, en el Bardo, ha encontrado ya las palabras que le servirían para completar ese final de frase olvidado y que se pasa toda la novela buscando… En cuanto al número de hijos que tuvieron los padres Schneider Reus, yo diría que sólo uno: Simon Rainer Schneider Reus. Es decir, SR SR.

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EL ESPANTO DE LA LUCIDEZ en Ricardo Menéndez Salmón

maxresdefault[La VANGUARDIA, Masoliver Ródenas]

Una nueva antología de relatos del prolífico autor asturiano certifica la originalidad y la imaginación de la escritura de Ricardo Menéndez Salmón]

 Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) es un prolífico autor de ensayos, novelas y relatos, guiado siempre por la imaginación, el rigor y una sólida formación cultural, aunque muchas veces, como en el caso de Borges o Vila-Matas, las referencias sean inventadas, para mayor desconcierto y amenidad, que acabamos aceptando como guiños. Para hacerse una idea de esta poderosa y original escritura, basta con acudir a la Trilogía del mal –integrada por La ofensa (2007), Derrumbe (2008) y El corrector (2009)– o a Homo Lubitz (2018) y, ahora, a la antología de relatos Los muebles del mundo , publicados entre el 2002 y el 2013.

Tras celebrar “los poderes y misterios” del género, justifica, para mi escandalizada sorpresa, que lo haya abandonado por “la certeza de que el relato como asiento de la escritura ha agotado su sentido”, silenciando la más triste realidad: que las editoriales –que al fin y al cabo son empresas, no instituciones de beneficiencia– sean reacias a publicarlos por la escasez de lectores, lo que acaba por resultar una anomalía.

Los muebles del mundo es, como lo que el autor considera a la literatura, “un lugar de celebración”. A lo largo del libro, entre las muchas reflexiones, siempre integradas a la materia narrativa, incluye las relacionadas con su escritura. En Eternidad encontramos a Manuel “ buscando las ”, que es lo que ocurre en su prosa; subraya “ la capacidad de decir el mundo en imágenes” y que “ todos los artistas trabajamos sobre un fondo común de obsesiones”. Aquí las obsesiones son las mujeres, el tiempo (el vínculo entre el pasado y el futuro, como en –por citar el más obvio–, A nuestros amores ), la muerte, la vida a punto de desaparecer y, como en el excelente La vida en llamas , la relación entre vida y muerte.

Hay una misteriosa atracción por el color azul (como en Los caballos azules ), por las fechas, o por los nombres de los personajes. Importan también los países donde tiene lugar la ­acción, es una escritura cosmopolita: Kiev, Leipzig, Trieste, San Peters­burgo, Amsterdam, Manchester, Buenos Aires, Montevideo, Florencia o su Asturias, por lo que le resulta “ duro vivir sin el consuelo del mar”; y en España, hay que ir con cuidado porque “ las españolas no se depilan”.

Varios relatos giran en torno a la pintura. Y, como en otros libros suyos, la referencia a escritores, algo que es siempre un reflejo o una expresión de lo que se está narrando: Joyce, que da título a un cuento, Hablemos de Joyce, si quiere, Nietzsche, tan presente en Vampiros en Weimar, Schubert, Keats, Chesterton, Malcolm Lowry o el Beatle George Harrison.

En casi todos los cuentos, como en El Decamerón, de Boccaccio, el protagonista nos cuenta una historia, que a veces no puede recordar del todo, por la presencia del olvido, frente al dominante recuerdo. Narraciones que se prestan a la fábula, a lo insólito y a lo inverosímil, y es que lo inverosímil existe en la buena literatura. El presagio de la tragedia en Ruido de fondo; la hora del lobo en El terror; la habitación para gritar, en Gritar; el transcurrir de todas las edades en Las noches de la condesa Bruni; la vida de un cuadro, con los demonios azules, en Los ancestros; las cincuenta y seis ballenas en el relato del mismo título, y así hasta el final, porque “basta con observar una cosa mucho tiempo para que se convierta en interesante”. Vivimos en la extrañeza porque es lo que nos ofrece la vida. Y a ella llega Menéndez Salmón a través de una imaginación febril.

Miró 2

Ricardo Menéndez Salmón Los muebles del mundo Seix Barral 272 páginas 19 euros

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Apoteosis de ‘El estilo de los elementos’, de Rodrigo Fresán.

X14 Fresán novedad, con lápiz real añadido.

Un libro escrito contra la moda, los prestigios intelectuales y cualquier principio castrador, de ahí su ludismo y cierta soledad edípica

CARLOS PARDO (Babelia, El País)  Cuenta Scholem una anécdota sobre Walter Benjamin: cuando era estudiante se desesperaba con la mediocridad de sus profesores. Sólo había una excepción. El primer día de clase, un tal Lewy se dedicó a fastidiar a cada alumno con una actuación incompetente: les preguntaba algo que él mismo no sabía responder. A la segunda clase se presentaron muy pocos alumnos. “Bien, ahora podemos comenzar”, dijo Lewy. Aquellas clases fueron un alimento espiritual para el inquieto Benjamin.

De una manera similar, ciertos novelistas practican este recurso disuasorio: expulsar a los lectores poco atentos o mecánicos. Es el método de Nabókov en Ada o el Ardor: 100 páginas de vocación decimonónica, abstrusa y tediosa, y de pronto una de las novelas más apasionantes e inventivas que uno pueda imaginar. Y éste es también el método de Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) en El estilo de los elementos.

El propio título ya se presenta con la dureza de un chiste pedante. Invierte el título del clásico manual de escritura de William Strunk Jr., Los elementos del estilo (1920), una guía con recomendaciones acerca de la limpieza, la brevedad, una idea por frase, etc. Un clásico, en resumen, de los igualadores de un estilo funcional. Fresán dedica, por el contrario, las 720 páginas de su nueva novela a impugnar toda corrección y funcionalidad. Es un libro escrito contra ciertos maestros y, sobre todo, contra una época que publica novelas como quien fabrica bolsos en serie (un complemento pequeño, funcional y chic). A lo cómodo Fresán le opone lo monstruoso, y lo primero que uno encuentra en El estilo de los elementos es una profusión de citas, digresiones y metaanálisis, un emborronamiento de los perfiles de su protagonista: ¿es una autobiografía en tercera persona?

Quizá esta propia reseña esté copiando la táctica de Fresán, asustar al lector holgazán, pero quien haya llegado hasta aquí ya intuye que El estilo de los elementos es una verdadera gozada, un libro escrito en un estado de rara inspiración, con uno de los arranques más hermosos de toda la obra de Fresán. Escrito a la contra y con una cierta rabia atlética: lo espolea aquello que coarta la libertad de su imaginación. ¡Durante más de 700 páginas!

El estilo de los elementos también es la novela autobiográfica de alguien que aborrecería ser catalogado como escritor de autoficción. No es un Fresán factual, sino una entidad literaria. Los hechos de una vida son un elemento más de una gramática de la imaginación; y la materia ficcional es precisamente el elemento de contraste que enriquece la pobreza de los hechos.

Land, el protagonista, es hijo de editores. Sus padres quieren que sea escritor. Pero Land aborrece la idea: él quiere ser lector. En cierto sentido, toda obra literaria de cierta importancia la escribe un lector. Los lectores son “contadores de vidas ajenas”. Y Land es también un lector de sí mismo. “Yo me convertí en un ghost-writer para así no ser escritor pero sí poder ser un lector que transcribe”.

Asistimos a tres episodios de su vida: su infancia en Gran Ciudad I, su adolescencia en Gran Ciudad II, y la escritura de este antimanual en Gran Ciudad III. Dicho de otra manera, los años en que Land descubre la literatura (con la omnipresente Drácula) en un mundo coaccionado por sus padres y la intelectualidad de una probable Buenos Aires; el desarraigo adolescente en Caracas, donde Land se enamora de “Ella” (el modelo aquí es Licorice pizza); y la escritura, ya en primera persona, y en una Barcelona de tendencia, de este cacofónico y sabio manual de escritura en tanto que lectura.

Un libro escrito contra la moda, los prestigios intelectuales y cualquier principio castrador, de ahí su ludismo y cierta soledad edípica. “¡ACOMPLEJADO APUÑALÓ A PAPI Y MAMI!”, imagina, como titular, el solitario Land. Repito, porque no es un detalle insignificante: más de 700 páginas matando a los padres y a cualquiera que se entrometa en nuestro gozo lector. Y más tramas, subtramas, digresiones, citas… Y una escritura en estado de gracia.

El estilo de los elementos

Rodrigo Fresán
Random House, 2023
720 páginas, 25,90 euros
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Nueva edición (por el centenario) de TIEMPO DE SILENCIO

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Pedro va andando por Madrid y, tras descartar la idea de subir por la empinada cuesta de Atocha, se adentra por las callejas más retorcidas y resguardadas que están a la izquierda de la cuesta, dónde pronto cae en la cuenta de que por callejas parecidas de Madrid anduvo Cervantes, con su mente tan extraordinariamente abierta y con aquella visión de lo humano que tanto contrastaba con la de sus oprimidos y opresores paisanos. Qué hacía por allí –nos preguntamos con Pedro– un hombre como Cervantes, un hombre que profesaba esa creencia en la libertad, esa melancolía desengañada, tan lejana de todo heroísmo como de toda exageración, de todo fanatismo como de toda certeza.

(del prólogo de Vila-Matas)

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La lucha por la vida en un país de ratas. Pero también la lucha de tantos por preservar su libertad individual frente a la kafkiana “Organización»

Nueva edición enero de 2024 de TIEMPO DE SILENCIO Martín-Santos. [Seix Barral]

Prólogo de Enrique Vila-Matas

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David Vallès, retratista del absurdo [por Patrick Stasny]

PATRICK STASNY: Con una infancia relativamente anodina, unos estudios de perito industrial en una ciudad comarcal y un trabajo de vendedor de contadores eléctricos, la vida de David Vallès (Barcelona 1946-2023) parecía relativamente a salvo de la llamada del arte. Pero por muchas precauciones que uno tome, a veces la conversión es inevitable.

La suya es tardía pero fulminante. Después de que un marido celoso mate a su amante, cierra todos sus negocios, se traslada a la punta más remota del país y se declara pintor. Exiliado en un torreón de un minúsculo pueblo gallego y rodeado de una soledad casi perfecta, emprende su aventura artística sin recurrir a escuelas ni manuales. No sabe nada del arte. O mejor dicho, lo único que sabe es que es fiel al credo de Groucho Marx, su héroe de la adolescencia: “bueno, el arte es arte, ¿no? Aunque por otro lado, el agua es agua, y el este es el este”. Es decir, que del arte no se sabe nada y que todo es un fraude. Y él no sabe de composición, no sabe dibujar de forma realista, no sabe tan siquiera usar las herramientas necesarias para pintar, pero no importa: deja el saber para los profesores. De algún modo intuye que casi todo lo realmente necesario para pintar puede aprenderse en una semana y sin más ayuda que su propia voluntad.

No aprende en la academia, pero aprende. No tiene profesores, pero tiene maestros: Pollock, Kandinsky, Dubuffet, Chagall, Poliakoff, Klee, Delaunay, Heron, Baselitz, pintores que ha visto en viajes de negocios a París y cuyos libros ha coleccionado con devoción hagiográfica. De ellos aprende el gusto por la abstracción, que para él es el gusto por la libertad. La abstracción es el martillo que permite liberarse de las cadenas de la figuración y el clasicismo. Pero la abstracción también es la declaración de independencia de la realidad entendida de un modo simple, el primer paso hacia la comprensión que todo es posible —incluso olvidar las propias heridas sentimentales.

Todo es posible. La sencillez, la radicalidad de la idea le fascina. Es como si en ella redescubriera algo que ha sabido desde siempre pero que nunca se ha atrevido a confesarse. Y una vez recupera ese conocimiento ya no lo olvida. Así, aún si en esta primera época sus cuadros permanecen temáticamente enraizados en las circunstancias de la conversión —la pareja, el amor, el hogar— y su estilo cercano al de sus maestros —sobre todo a Miró, Chagal y Klee— ya hay en ellos algo personal, aunque este algo sea tímido y casi imperceptible: un germen del sentido del humor que dominará las obras posteriores, una inclinación incipiente hacia el sinsentido. ¡Todo es posible! Ese será para siempre el corazón de su temperamento artístico: la ironía, la irrealidad, la risa ante el absurdo de la existencia, la intuición de que las cosas siempre pueden verse y representarse de otro modo.

Pasan los años… Profundiza en el misterio de la abstracción e incluso aprende un poco a pintar. Finalmente, una vez siente que ha inhalado y exhalado suficiente a los maestros, se da el permiso definitivo para ser él mismo. ¿Cómo? Muy sencillo: inventa un idioma indescifrable y pasa un lustro escribiendo textos que nadie puede comprender. Algunos pintores crean, de forma metafórica, un lenguaje propio. Él decide llevar la metáfora un poco más lejos y crear, literalmente, un lenguaje. Primero pieza por pieza, y luego en modo fortíssimo, hasta que, con la ayuda de las fuerzas simbólicas de Kandinsky y Miró, compone un alfabeto de ideogramas, signos formados a partir de formas a veces arbitrarias, a veces humanas o astrales. Juntos, estos símbolos conforman un lenguaje de apariencia casi arcaica, venerable, o que sería venerable si no fuese todo una broma, una especie de homenaje tardío a Groucho Marx.

Una vez tiene el idioma, comienza a escribir, texto tras texto, a los que se refiere como “cartas». ¿A quién escribe las cartas, qué dice en ellas? Tanto da, esa es la gracia de las cartas: que simplemente son cartas, igual que el arte es arte y el este es el este. Las cartas son cartas y una carta que expresa cosas es interesante, pero una carta incomprensible es divina. Las cartas son, ante todo, oportunidades para disfrutar con su lenguaje privado, un abecedario que ni siquiera él mismo está seguro de comprender, pero que le divierte. Expresan algo, tal vez, pero nadie sabe qué: son destellos de comunicación de un mudo a un sordo, una forma de visibilidad suprema en la oscuridad más impenetrable. ¿Un símbolo universal, una crítica de la comunicación humana? Quizás, o quizás no. O quizás son, simplemente, carcajadas de un humorista con afición a la pintura.

Tras producir varios centenares de cuadros y acumular años de existencia más o menos errante, experimenta con aquello que se suele llamar “sentar cabeza”, aunque en este caso el término no es del todo adecuado. Porque sí, ahora vive con su familia y vuelve a tener un trabajo más o menos corriente, pero su cabeza sigue volando por el cielo del absurdo. Ya no tiene tiempo para ir al estudio, pero entretanto se ha vuelto un zorro viejo y, como tal, sabe que el arte no se agota en el estudio. En realidad lo que sabe es que el arte no tiene nada que ver con el estudio, ni con sus cuadros, porque el arte no es ni un lugar ni una cosa, y mucho menos una cosa que se pueda vender y comprar. El arte es una experiencia. Y para él es una experiencia del absurdo, es decir, de lo maravilloso. Deja el estudio, y deja ahí sus cuadros acumulando polvo. Ya no son obras de arte, sino reliquias de anticuario.

El arte es una experiencia que puede vivir cada día, y en cualquier parte. Con la edad descubre que a veces no hace falta hacer nada: le basta con mirar las hojas en el suelo, o observar los movimientos de una persona en el autobús. Contempla como la persona se sienta, suspira y se toca el lóbulo izquierdo, y se maravilla: ¡qué extraño es el mundo! Otras, decide tomar parte y provocar él mismo las condiciones necesarias para reavivar lo maravilloso. Pero se ha vuelto un hombre sencillo e incluso cuando opta por la actividad no le hace falta recurrir a las telas en gran formato, ni a los derroches de oleos del pasado. Basta con una servilleta, con un mantel o el reverso de una factura para poner en juego las posibilidades de su imaginación.

En sus últimos años sufre su tentación en el desierto. Ha perdido la energía, le han derrotado las circunstancias sentimentales y una demencia incipiente señala el final. Los amigos le han abandonado, su familia se ha dispersado: todo se acaba. Por si no fuese suficiente, en el peor momento del peor día se le aparece el diablo de la seriedad; es el ser más feo que ha visto en su vida, pero está tan débil que no le queda otro remedio que escucharle. El diablo le muestra sus perspectivas funestas y explica en tono solemne que lo correcto sería dedicar sus últimos años a reflexionar sobre la dimensión trágica de su situación. Al fin y al cabo, la vida pega fuerte, y el dolor no es una broma… Tal vez. Pero también oye otra voz, esa vocecita que siempre le ha dicho que todo es posible y que no se apaga del todo, ni siquiera con tanto dolor. Tal vez esto también sea una broma, dice la voz, ¿acaso no es la desgracia también una oportunidad para reír? Quizás no en la vida cotidiana, quizás en ese mundo tan rígido, tan contundente, es demasiado difícil, pero sí en el arte. Ahí todo es posible, todo el rato. ¡Todo es posible! Le da las gracias al diablo y lo despide de una patada.

Con las pocas fuerzas que le quedan emprende su último proyecto artístico: desterrar a la seriedad del mundo, o al menos de su mundo. Hace acopio de páginas y páginas de periódico, cargadas de noticias sobre quiebras económicas, guerras, pandemias, desastres naturales, políticos que salvan a la nación, políticos que atacan a la nación… Cuando tiene frente a sí a toda la gravedad, la severidad, la responsabilidad, y el rigor que ha podido acumular, estalla en una carcajada silenciosa y se pone manos a la obra. Comienza a pintarrajear por encima de las noticias: al empresario que cierra un trato le pone un bigote y lo convierte en un payaso, a las imágenes de la guerra les añade unos borrachos felices, y a los nuevos movimientos artísticos los envuelve en una sinfonía de sinsentido. Es demasiado viejo y desengañado para creer en obras cumbre, pero si creyera, sabría que con estos garabatos en la prensa provincial alcanza la cúspide de su arte. En su existencia cotidiana es una sombra en vida, un anciano que se desvanece. Pero frente a un periódico y armado con un rotulador, es un titán del absurdo. Sus conocidos y familiares contemplan sus garabatos y los encuentran infantiles, o ven en ellos otra señal de la demencia. También esto le parece una broma. Sus obras cúspide, despreciadas y juzgadas con gran sensatez por todos, sin que nadie comprenda su verdadero propósito. Otra broma. Sus grandes obras perdidas, quemadas. A veces las abandona en cafeterías, a veces las tira, otras las olvida, desmemoriado. En sus últimos momentos  de lucidez le arrolla la sospecha de que extraviarse en la demencia es el destino auténtico del arte. Carcajada tras carcajada, hasta que se hace el silencio.

 

 

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CÓMICA, FEROZ, ILUMINADA, [Sebastien Lapaque sobre Montevideo, de Vila-Matas en Le Figaro Litteraire]

croqueSEBASTIEN LAPAQUE (Le Figaro litteraire):

IL FAUT avoir lu cent pages de Montevideo avant d’arriver en Uruguay. Et le

narrateur ne s’y attarde guère, même si une certaine chambre de l’hôtel Cervantès

de la Calle Soriano et une certaine porte condamnée dissimulée derrière une armoire

jouent un rôle fondamental dans le livre d’Enrique Vila-Matas.

Une lecture exaltée de Paul Valéry lors de sa jeunesse passée à Paris l’ayant fait partir en

guerre contre « les intrigues dans les romans », l’écrivain espagnol a conçu son livre

comme un traité sur les portes. Écrire, c’est frapper « à la grosse porte du temps perdu »

et voir que personne ne répond, observet-il.

On songe au Pickpocket de Robert Bresson, un film dans lequel les portes ne s’ouvrent et

se ferment jamais par hasard. Dans le Dictionnaire des symboles de son compatriote Juan

Eduardo Cirlot, Enrique Vila-Mitas a trouvé une excellente définition de l’objet :

« Les portes sont un seuil, un lieu de transit, mais elles semblent aussi liées à l’idée de

maison, de patrie, de mondes que nous avons quittés et vers lesquels nous retournons

en passant toujours par elles. La porte est un symbole féminin dans le sens d’ouverture,

d’invitation à entrer dans le my stère. L’opposé du mur qui serait le masculin.

Livre plein de portes, Montevideo n’est pas un roman à intrigue,

mais c’est un roman à mystère. « Le grand mystère de l’univers était

qu’il y eut un mystère de l’univers. Cocasse, féroce, un peu allumé,

c’est une dérive urbaine à Paris, Bogota, Cascais, Barcelone et Montevideo,

avec une étape à Bâle, pour saluer la tombe d’Érasme, resté depuis cinq siècles l’Européen

le plus moderne. Le facétieux Vila-Matas se permet tout, ou à peu près, dans ce livre. Et

lorsqu’il écrit qu’il n’arrive pas à écrire, il réinvente le paradoxe d’Épiménide le Crétois

jurant : « Tous les Crétois sont des menteurs. » Ailleurs, il intègre dans la fiction

des éléments de la réalité extérieure, tout en jouant à l’intérieur avec un certain nombre de

figures littéraires créées par Julio  Cortazar, Adolfo Bioy Casares ou

Jorge Luis Borges, tous les trois argentins, tous les trois follement amoureux de la rive

nord du Rio de la Plata.

De la capitale uruguayenne, ville inaccessible au progrès fallacieux,

Vila-Matas a le don de transcrire le tremblement magnétique que le guitariste toulousain

Thibaut Garcia fait entendre dans la version qu’il vient d’enregistrer de La catedral, un

morceau en trois mouvements du génial compositeur paraguayen Agustin Barrios dédié à

la Matriz de Montevideo (1). Pour finir, saluons la mémoire du Béarnais André Gabastou,

traducteur de douze livres d’Enrique Vila-Matas, dont Montevideo, mort le 15 novembre à

l’âge de 78 ans, après une vie de travail bien remplie depuis Ceux qui aiment haïssent de

Silvina Ocampo et Adolfo Bioy Casares, paru en 1989. « André Gabastou avait une

méthode aussi mystérieuse qu’infaillible pour obtenir, à chaque problème de traduction,

une amélioration automatique de l’original », a juré l’auteur de Montevideo en apprenant

son décès. ■

(1) El Bohemio (Erato).

figaro

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El humorismo es cortés. [Café Perec] ——-2 enero 24

Bioy SilvinaSólo me ha sido posible salvarme del malestar de las fiestas navideñas y de la zambomba parlamentaria viviéndolas a fondo, identificándome con ese malestar hasta convertirlo en mi propia naturaleza.

Habría precisado de estrategia parecida para el siniestro 2023, del que sólo algunos dispersos recuerdos impregnados de humor salvan el balance final. El recuerdo, por ejemplo, de un teatro de la Gran Vía de Bilbao, entrada gratuita y lleno hasta la bandera. El variopinto público del Ja Festival sobre literatura y humor reía a carcajada limpia, como liberándose de tantas tensiones diarias. Al recordar todo aquello, he pensado en la amiga Cristina Fernández Cubas, que sabe bien que en la vida cotidiana la combinación entre imaginación y humor ayuda a resolver un montón de escollos.

Está claro que, si bien en el humorismo impera la alegría, es posible que en tan solo unos segundos todo se complique, que es lo que sucede cuando la gente no comparte el mismo humor. Cuando eso ocurre, decía Wittgenstein (apellido que impone, pero no hay para tanto), es como si entre ciertos individuos existiese la costumbre de que una persona arrojara un balón a otra, y se estableciera que la otra persona tenía que atraparlo y devolverlo, y que algunas, en lugar de devolverlo, se lo metieran en el bolsillo.

Entre las sensaciones más desagradables, está la de ver que el balón va al bolsillo de quien tienes frente a ti, porque entonces ya puedes temerte lo peor. Y la más agradable es observar que el humorismo es la más alta forma de la cortesía. Ojo, porque ahí está la más noble esencia del humor. Como ejemplo de cortesía vinculada a la risa, pongo el caso del escritor Ítalo Svevo que, en Trieste, minutos antes de morir, pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó. Svevo murmuró: “Sería el último”. No lo dijo con pena, sino como la continuación de una vieja broma; una invitación a reír como siempre de sus reiteradas resoluciones de abandonar el tabaco.

De los tratados sobre el humor en la literatura y en la vida, mi preferido es un texto minimalista de Bioy Casares que con el tiempo se me ha vuelto imprescindible, es lo más parecido a mi Santo Grial. Ahí Bioy dice haber comprendido que el humorismo es cortés porque al señalar verdades recurre a la comicidad. Dicho de otro modo: muestra lo malo y mueve a la risa.

Un caso mucho más reciente de práctica del humor, entendido como la más alta forma de la cortesía, se produjo en un hospital de París en enero de 2015 cuando Simon Fieschi, sobreviviente, en las más monstruosas condiciones físicas, de una bala de Kalachnikov en el ataque a la redacción de Charlie Hebdo, se despertó poco a poco y hubo que informarle de que tenía rota la columna vertebral, la cara invadida por máscaras, el torso abombado y la mitad inferior del cuerpo, a partir del diafragma, completamente inerte. ¿Qué podía experimentar él en esa situación?  Nunca lo sabremos, pero sí que, al verse rodeado de compañeros, en un gesto de cortesía en pleno centro de su Apocalipsis, dijo: “Me da pereza morir.

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Álvaro Enrigue «Claro, la muerte de la ambición, absolutamente»

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Héctor Guerrero [El País, México]:

 Hace más de una década que Álvaro Enrigue (México, 1969) vive en los Estados Unidos, y desde allá ha generado una mirada reflexiva sobre lo que ocurre en su país. En una fría mañana que azota a la capital mexicana, el escritor nacido en Guadalajara, pero que se define a sí mismo como chilango, pide un café con leche y se sorprende de lo caro que se ha vuelto todo o casi todo en Ciudad de México.

No puede creer los precios de los restaurantes en la colonia Roma, que compara con los precios de Nueva York y le resultan idénticos. Cuenta que su última novela Tu sueño imperios han sido saldrá traducida al inglés el próximo 10 de enero de 2024 bajo el sello editorial Riverhead Books.

Da el primer trago de café y comienza la charla reflexionando sobre el momento en el que se encuentra en la actualidad como persona más que como el prestigioso escritor al que no le gusta andar promocionando y hablando de sus propios libros, lo hace porque tiene que ser muy profesional

Pregunta: ¿Cómo pasa los días en Nueva York?

Respuesta: Criando un bebé. Ahorita estoy entregado al bebé. A ver, siempre estoy trabajando, pero no ahorita, llevo tiempo dándole vueltas a un libro y sobre todo leyendo mucho para ese libro, pero no estoy escribiendo. Mi última novela salió en el momento en el que nació el bebé. Entonces pensé disfrutarlo porque ya una vez que empiezas a escribir se convierte en una cosa obsesiva

.P. Entonces el trabajo ahora es ser padre. ¿Es muy diferente ser padre a los 27 años que tuvo a su primer hijo que ahora en la actualidad?

R. Es infinitamente distinto. Ser padre joven es aterrador porque no sabes lo que estás haciendo. Hay un cierto instructivo biológico, pero nada más y, en cambio, este bebé es mi cuarto hijo, se llama Emilio.

P. Son los ciclos del ser humano.

R. Sí, y también hay un asunto de en qué lugar estás en la vida cuando tienes distintos hijos. Cuando nació el mayor estaba abriéndome espacio a codazos en la república de las letras y, en cambio, ahora, ya no tengo ninguna prisa, no hay ninguna urgencia, para mí estoy en un lugar relativamente cómodo. Cuando uno es joven es muy ambicioso, ahora lo único que quiero es paz, estar tranquilo. Entonces es más fácil crear a un chamaco. Cuando tuve a mis dos primeros hijos era periodista, tenía trabajos brutales. Tener a un bebé cuando eres profesor en una universidad norteamericana, pues, es una delicia.

P. Usted es un mexicano en Estados Unidos, ¿cómo percibe la actualidad política por la que pasa el país donde vive?

R. Siempre me incomodó la posición del intelectual latinoamericano que está obligado a hablar de todo, hay muchas cosas de las que no sé, me encanta ver películas, pero no sé de cine, me informo y vivo con mucha angustia, pero no soy analista, paso mucho tiempo leyendo periódicos y conforme van pasando los años voy viviendo de manera más y más aislada, vivo con menos ansiedad, además lo que yo pueda decir de todos esos procesos no es nada nuevo. Creo que estamos entrando, tal vez ya de lleno, en un momento de locura política. Mira lo que sucedió en Argentina. es completamente inverosímil, o la furia con la que hablan los mexicanos de política, tiros y troyanos. Es sorprendente vista desde afuera porque uno pensaría que va a llegar a un país cayéndose, y a lo mejor sí es un país cayéndose, pero yo no lo veo así, yo veo una ciudad más ordenada que nunca, más funcional que nunca, más guapa que nunca. Pero bueno, yo soy un profesor de literatura del siglo XVII

.P. Pero sí que le interesa la política vista desde el ángulo del escritor.

R. Tengo la impresión de que la política forma desde hace mucho tiempo parte de la cultura del entretenimiento. En realidad si uno ve el mapa político de Estados Unidos hay que empacar e irse, un poco como en Argentina. Ninguna de las dos opciones es buena, pero el país sigue funcionando y las ciudades siguen funcionando, es decir, hay como una máquina detrás de las repúblicas hoy en día. Supongo que así era el imperio romano, los emperadores podían hacer las locuras que fueran porque había una máquina que seguía trabajando, hay una burocracia que no se va y sigue haciendo las cosas. En México hay un motor industrial bárbaro igual que en Estados Unidos. Tienen un motor productivo que hace que el país siga funcionando a pesar de la incompetencia de las clases políticas. Por ejemplo Italia o España, ¿cuánto tiempo estuvieron sin presidente y no pasaba nada? Lo único que pasaba es que la gente se aburría porque no había nadie haciendo despropósitos en los periódicos.

P. ¿Esto cómo lo aplica a México?

R. Todo eso es muy difícil decirlo con respecto a México por la cantidad de muertes que tiene. Hay mucha gente que ha perdido familiares aquí. Entonces todas estas meditaciones no se pueden hacer porque el grado de descomposición y dominio del crimen sobre la sociedad mexicana es una cosa terrible. Es una experiencia aterradora asomarse a un periódico mexicano.

P. En esta vida en ambas naciones, ¿termina adaptándose a la lejanía de su país?

R. Creo que me ha pasado lo que le pasa a los mexicanos fuera de México, me he vuelto más guadalupano, irremediablemente más guadalupano, valoro mucho más el tema de la comida, nunca rompí relaciones con México, yo soy chilango centrista sociopático, me parece que vivo en un suburbio de la Ciudad de México viviendo en Nueva York, mi oriente siempre es Ciudad de México, fui educado por José Emilio Pacheco. Mi relación siempre ha sido con la Ciudad de México y creo que mis libros miran hacia allá. Yo no soy uno de estos escritores que hacen fichas y esquemas, o usan programas de computadora y saben exactamente qué van a escribir. Yo escribo de manera más bien lírica, siempre a palos de ciego, sin saber nunca exactamente dónde estoy. México me organiza, es lo que me interesa, es lo que me preocupa y siempre estoy viendo hacia acá y siempre escribo sobre eso que es el corazón de mi vida profesional. Sigo escribiendo en español y ni siquiera se me ocurriría escribir en inglés, no me divertiría nada, lo que me gusta es el español.(…)

P. ¿Y cómo término de escritor?

R. Las pasiones no son excluyentes, siempre me gustó escribir, el ejercicio de la escritura me gusta. Sé que hay gente a la que no le gusta su trabajo, a mí el mío me gusta muchísimo.

P. Hay escritores que se definen más como lectores.

R.  Sí, lo que más me guste es leer.

P. ¿Más que escribir?

R. Bueno, no sé, por ahí. Una vez que comienzo a escribir ya no puedo parar.

P. ¿Tiene rituales para escribir?

R. No me gusta la mitificación de la figura del escritor. Me parece que es un trabajo de clase media. Y que pensar en el escritor como alguien que tiene rituales y cuyo trabajo es más o menos sagrado y que viene del espíritu… No me gusta. Es un argumento a favor de que tengamos que trabajar mucho más que todas las demás personas por el mismo dinero. Entonces no me gustan los esfuerzos mitificadores. Pero bueno, si tengo unas rutinas, por ejemplo escribo a mano, todo lo escribo a mano antes de pasarlo a la computadora. Escribo con un tipo de plumín muy específico y solo escribo en unos cuadernos japoneses. En realidad estoy lleno de manías.

P. ¿Plumines especiales?

R. Se llaman Pincelín wherever, son de cuando éramos niños. Existen en Estados Unidos y siguen siendo hechos en México. Entonces en la costillita con la que te lo pones en la camisa dice México. Es algo así como traer a la Virgen de Guadalupe en la billetera. Escribo con eso.

P. ¿Y cómo entra la parte digital?

R. Yo mismo paso los escritos y es ahí donde se vuelve muy divertido. En el cuaderno hay algo, hay una historia, hay una serie de personajes, hay trama. Pero al pasar a la computadora, eso que es como una historia solo operativa, se transforma, es cuando entra el lenguaje. Es lo que me gusta, la posibilidad de apretar y apretar y apretar a la lengua para que diga cosas que no esperabas que dijera. O la dificultad de representar cosas muy difíciles. La parte más intensa del trabajo es pasar el momento en que algo pasa del cuaderno a la computadora.

P. Cuando el manuscrito pasa a la computadora, ¿cambia algo?

R. Cambia muchísimo. Muchísimo. Lo que está en los cuadernos no son libros. Hay episodios, momentos de inspiración. También tienes que considerar que soy un padre de familia. Y que siempre he sido yo el que está en casa. En todas las familias, el padre y la madre trabajan porque si no se extinguen. Pero hay uno que se queda en casa. Yo soy el que se queda en casa. O por lo menos los últimos 15 años soy el que se ha quedado en casa. Entonces escribir en un cuaderno responde un poco a alguien que tiene que trabajar en condiciones complicadas. Nos han vendido la idea de que las computadoras y los teléfonos son portátiles. En realidad son frágiles y torpes. Un cuaderno y una pluma son una tecnología infinitamente superior de escritura a una computadora. Lo único que no les puede pasar es que se mojen. Y si se secan, siguen funcionando.

P. Hablaba de que ahora está en un punto de paz. ¿Es porque se siente más libre?

R. Siempre he escrito exactamente lo que se me da la gana, nunca he pensado, con esto voy a ofender a alguien.

P. ¿Pero como persona, no solo como escritor?

R. Estoy en una situación cómoda, no sé si tengo más lectores o no, no tengo ni la más remota idea, pero tengo una comodidad conmigo mismo, a través de una vida que ha implicado muchísima dificultad, muchísimo sufrimiento. Creo que cualquier persona con más de 50 años tiene esta sensación, no creo que tenga que ver con la literatura. La literatura no es sagrada. Me parece que tiene que ver con que vas encontrando un lugar en el mundo, con que el mundo está diseñado para personas de 50 años también. Es decir, hay una estabilidad, por supuesto que siguen pasando desdichas terribles, pero tienes las herramientas para afrontarlas y la experiencia para que no sean aterradoras.

P. ¿Y quizás esa libertad viene de que ya no persigue lo que persiguió hace 20 o 30 años atrás?

R. Claro, la muerte de la ambición, absolutamente.

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Así comienza El Uruguayo, de Copi [traducción. Enrique Vila-Matas]

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Querido Maestro: Sin duda le sorprenderá recibir noticias mías desde una ciudad tan lejana como Montevideo. La razón por la que me encuentro aquí, confesémoslo de entrada, se me escapa. Si me permito dirigirle esta carta, sin duda irritante, es más por ser leído por usted que por lo que le voy a contar: no le ofenderé pensando que mi historia le interesa más que a mí. Le estaré, pues, muy agradecido si saca del bolsillo su estilográfica y tacha, a medida que vaya leyendo, todo lo que voy a escribir. Gracias a este simple artificio, al término de la lectura le quedará en la memoria tan poco de este libro como a mí, puesto que, como probablemente ya habrá sospechado, prácticamente ya no tengo memoria. Le imagino dudando, con su estilográfica en la mano, al ver que la frase anterior presenta varios ejes a partir de los cuales puede empezar a tachar; yo dudo como usted. Dejo esta decisión a su libre albedrío. Escribiendo me doy cuenta de que ciertas frases me quedan extrañas, como esta última (dejo esta decisión, etc.), sin duda porque, en los últimos tiempos, he practicado mucho más la lengua que se habla en este lugar que el francés y probablemente volver a un lenguaje normal me es más difícil de lo que creía. Le ruego, pues, que excuse alguno de mis giros. El país se llama República Oriental del Uruguay. Y el Uruguay, siendo naturalmente un río que está al oeste de la República, es un nombre que, en indio, podría traducirse por la República (URU) está en Oriente (GUAY). Aquí tiene la primera cosa rara. La segunda es esta: la ciudad se llama Montevideo y ellos te explican tranquilamente que eso en portugués quiere decir: vi el monte.[1] Sigo escribiendo y doy por supuesto que leyó y tachó esta llamada, lo que no siempre es seguro, ya que hay un tipo de lectores –lejos de mí el censurarlos– que leen al final de la página todas las llamadas a la vez. Estoy seguro que le habrá molestado que emprendiera solo tan largo viaje. Debería, lo sé muy bien, haberle llevado conmigo en lugar de huir como un ladrón. Ya está hecho y aprovecho para confesarle que lo que me asqueaba de usted (y lo que habría hecho insoportable su compañía en este viaje) es su manía de detenerse a cada momento para tomar notas de lo que ve, como en nuestro viaje a Normandía al término de mis estudios. Antes lo toleraba, ahora eso francamente me tocaría los huevos. Tache con rabia. Al entrar en el puerto no dejas de ver el monte que domina la ciudad. Es una convención: el monte no existió nunca. La mierdecita de perro que llevaba conmigo no dejó de gritar junto a los otros turistas: ¡Montevideo! al ver no sé qué naranja que flotaba entre dos aguas igual de aceitosas. Sé que aquí ha tachado con melancolía. Naranja entre dos aguas aceitosas… y se imagina ya el monte y se dice: es como si realmente lo hubiera visto. ¡Ah, cómo sigo el ritmo de su estilográfica cuando tacha mis frases, Querido Maestro! Llora, viejo boludo, no estaré más contigo. No impide que Montevideo sea agradable. Las calles, los espacios verdes, la arena, el mar. No tengo más ganas de escribir. Me desalienta estar tan lejos de usted. Nunca sabré en qué momento leerá estas palabras ni dónde estaré yo entonces. Prométame que hasta ahora lo tachó todo. Hasta mañana y a sus pies. Copi.

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Montevideo, la novela, Manuel Vicent, y Cervantes. Entrevista con Vila-Matas en O GLOBO, Sao Paulo

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Montevideo” dialoga directamente con “La puerta condenada”, de Julio Cortázar. ¿Por qué Cortázar y su historia ambientada en el Hotel Cervantes le cautivaron tanto como para situarlos en el centro de su libro?

Era una noche oscura y tormentosa. A la mañana siguiente, me trasplantaban un riñón que donaba Paula, mi mujer. Cuando, tras el buen desenlace de la operación, regresamos del hospital, estuve muchos días sin poder levantarme por mí solo de la cama. Cuando pude hacerlo, me reencontré con el borrador de la novela Montevideo, que había dejado en casa para retomarlo si sobrevivía Me dediqué a revisarlo, a corregirlo con la idea de que me ayudara a “elevarme” de la mejor forma posible: engrandeciendo la categoría del manuscrito. Meses después, terminé conmovido la versión corregida porque había conseguido entrar en la habitación contigua a la 205 del hotel Cervantes, aquella en la que había pasado una noche, en 1954, Julio Cortázar. La terminé emocionado porque, en la revisión, logré ver el “lugar exacto” en aquel cuarto de hotel donde realidad y ficción coincidían.

— El narrador de “Montevideo” tiene el proyecto de biografiar su propio estilo. ¿Ha pensado alguna vez en dedicarse a un proyecto similar? ¿Cómo sería una biografía del estilo de Enrique Vila-Matas?

La biografía de ese estilo está ahí, basta con leer la obra.

— El narrador presenta cinco tendencias de escritores: los que no tienen nada que contar, los que deliberadamente no cuentan nada, los que cuentan todo, los que esperan que Dios algún día cuente todo y los que se han rendido al poder de la tecnología. ¿Cómo se le ocurrieron estas cinco tendencias? ¿Qué escritores tenía en mente? ¿Se identifica con alguna de estas categorías?

Vinieron a mí las cinco categorías al escribir uno de mis artículos quincenales en El País (los artículos que desde 2010 llevan el título general de “Café Perec”). El punto de partida nació del contraste entre Voltaire (que decía que el secreto de aburrir es contarlo todo) y el joven Kafka que en Descripción de una lucha exigió que todo, absolutamente todo, le fuera contado (“Ya no quiero oír fragmentos. Cuéntemelo todo, del principio al fin. Menos no pienso escuchar, se lo digo desde ahora. Es el conjunto lo que me fascina”) Vi que entre Voltaire y Kafka se adivinaba un arco en el que encajaban a la perfección esas “cinco tendencias esenciales de la narrativa de nuestro tiempo”, tendencias respetables, pero no me identifico del todo con ninguna de ellas.

— Los escritores de la quinta tendencia se han rendido al poder de la tecnología, que parece transcribir y registrar todo, haciendo dispensable el oficio del escritor. ¿Cree que la tecnología –especialmente la inteligencia artificial– podría hacer dispensable el oficio de escritor? ¿O la tecnología puede ser una aliada en la renovación de la literatura?

Mire, yo sólo sé con seguridad que, si no nos hubieran expulsado del Paraíso, habría sido necesario destruirlo. Nada nos asegura que nosotros, los que nos consideramos humanos, no somos unos herederos de unos replicantes (como los de Brad Runner) que volvieron a inventar a los humanos.

Andrew Wyeth Winter

— En la primera línea de “Montevideo”, el narrador dice tener la “intención anacrónica” de ser un escritor de los años 20, de la “generación perdida”. Usted es considerado uno de los mayores ejemplos de la generación de escritores “posmodernos” (metaficción, intertextualidad, etc.). Sin embargo, ¿le gustaría convertirse en un escritor de otra generación? ¿De cuál?

Bueno, de tener que ser otro escritor elegiría a Cervantes, pero no sé si me saldría a cuenta, piense que ese hombre, como mínimo el mayor genio del siglo en el que vivió, tuvo la mala suerte de nacer cerca de Madrid, donde no pudieron tratarle peor. Se me caen las lágrimas cuando a veces camino por las calles de esa ciudad, por las calles empedradas (me recuerdan a Parati) próximas a la estación de trenes de Atocha, las mismas calles que él pateaba en Madrid. Un alma libre, una inteligencia alta en medio de un sinfín de imbéciles, una personalidad de proyección universal a la que obligaron a arrodillarse, cobrar impuestos, matar turcos, perder manos, solicitar favores, poblar cárceles.

— En la primera parte del libro, el narrador clasifica a Clarice Lispector como una “escritora francesa”. ¿Qué califica a Clarice, que nació en Ucrania pero insistió en ser brasileña, como “escritora francesa”?

Esa clasificación está relacionada con sentido del humor del narrador, que en Montevideo califica de franceses a muchos escritores y escritoras que no lo son. Tal vez pretenda reírse de ese afán francés -tan loable pero hoy en día ya muy tópico y como tal discutible- por acoger a los mayores talentos literarios del mundo y hacerlos suyos.  Claro que es peor lo de los ingleses, para mí una nación de piratas que, tras haber robado a todo el mundo, han comenzado a aburrirse.

— “¿Qué más puede intentar una escritora hoy al escribir?”, pregunta un periodista a Madeline Moore en “Montevideo”. Me gustaría hacerle la misma pregunta a Enrique Vila-Matas. ¿Qué más puede intentar un escritor hoy en día al escribir?

Tratar de mantener vigente la tradición de la verdadera literatura, entendida como un arte libre, que se mantiene en contra de todas las imposiciones.

– El narrador aprende que escribir requiere “borrarse completamente detrás de su propia escritura”. ¿Es posible borrarse detrás de su propia escritura en una época en la que a los escritores se les pide constantemente que participen en festivales literarios, concedan entrevistas y estén activos en las redes sociales?

Adoro, por ejemplo, a Samuel Beckett, prototipo del escritor que es fiel al lema de mantenerse apartado”, divisa tácita de aquel que esencialmente es un ser “fuera de todo”, lo que le lleva a proseguir sin descanso un trabajo literario implacable y sin fin. Y una precisión: las entrevistas con acento literario no me molestan, todo lo contrario, entiendo que de ellas siempre puede surgir una idea o unas frases no conocidas hasta entonces por mí y que me permitirán darle más vida a la novela que escribo y en la que entra de todo, hasta un partido de fútbol íntegro.

— A usted le han llamado “el más argentino de los escritores españoles”. El escritor brasileño Antonio Xerxenesky llegó a escribir: “Los latinoamericanos decimos antes de dormir: ‘Vila-Matas es argentino y Ricardo Piglia es su primo’”. Sin embargo, su nueva novela se llama “Montevideo” y aproximadamente una cuarta parte está ambientada en la ciudad. Dada la rivalidad que existe entre Argentina y Uruguay, ¿no ha temido que los argentinos se irriten y revoquen su ciudadanía literaria en señal de protesta? ¿Alguna vez usted pensó en escribir un libro ambientado en Brasil para irritarlos aún más?

Junto a Jorge Valdano, Juan Villoro, Sergi Pàmies y otros he escrito uno de los prólogos al libro de Nelson Rodrigues “A la sombra de las botas inmortales”, una antología de crónicas (1955-1970) de este brasileño, gran inventor del “fútbol escrito”. Lo ha publicado hace un mes Días contados, una editorial independiente de Barcelona.

— A menudo se le describe como “un escritor para escritores” y su influencia es notable en la obra de varios autores jóvenes de Latinoamérica. Además, usted ya se ha convertido en un personaje de obras de autores como Paul Auster y Alberto Manguel y los brasileños Paulo Roberto Pires y Kelvin Falcão Klein. Mucha gente se pregunta cómo lidian los escritores sus influencias, pero ¿cómo lidia Enrique Vila-Matas el hecho de ser un escritor que inspira a tantos otros escritores?

En dos novelas recientes he sido protagonista absoluto. En Voyage avec Vila-Matas, de Anne Serre (Gallimard). Y en Nocturno de Gibraltar, del napolitano Gennaro Serio, donde aparezco como asesino de un periodista que me está entrevistando en un hotel de Barcelona y al que le aplasto el cráneo cuando veo que pone en duda que pueda ser yo premio Nobel. En una gran parodia del mundo de las novelas de serie negra, soy perseguido por un investigador psicópata que me tortura y asesina en el cementerio de Aix-en-Provence. Me entierra junto a la tumba de Cézanne. Es una novela muy brillante, invitamos a Gennaro Serio, mi asesino, a presentarla en Barcelona y no tuvo miedo de venir. Ya ve, él sigue vivo y yo, el otro día, seguía junto a mi tumba de Aix-en-Provence, donde me estuve riendo toda la noche.

— Hoy en día hay un movimiento que nos pide leer más escritoras. Sin embargo, la tradición literaria de la que formas parte sigue siendo muy masculina y blanca. En sus libros siempre hay citas de varios autores. La mayoría de ellos son hombres blancos. Sin embargo, en “Montevideo” el narrador siente una gran admiración por Madeline Moore. ¿Ha diversificado sus lecturas tras la «crisis» del escritor blanco? ¿Cuánto espacio tienen las autoras en su biblioteca personal?

“Si escribes claro tendrás lectores y, si escribes oscuro, tendrás comentaristas y discípulos”. Yo creo que escribo claro, pero Manuel Vicent, que es el autor de esa frase y que en mi opinión es el mejor articulista español contemporáneo, dijo de mí que mi éxito se debe a que obligo a los críticos a creerse inteligentes y a los lectores a ser tan analistas como el propio escritor. De estas palabras de Vicent debo deducir que tengo lectores, críticos, comentaristas y discípulos y por tanto sobre el papel lo tengo todo. De tener que perder algo, creo que me sentaría bien perder discípulas por la sencilla razón de que no tengo ninguna, me leen con mayor entusiasmo que los hombres, sean de la raza que sea, pero entre ellas jamás hay alguna que quiera ser mi discípula. ¿Y sabe por qué? Las mujeres suelen ser más listas.

— Ya ha escrito que la serie Mad Men le reconcilió con las formas breves y el placer de contar historias. Desde entonces, ¿alguna otra serie de televisión le ha inspirado tanto?

No. Ha bajado mucho la calidad de las series. Trabajan con una horma que aplican a todos los capítulos y que sólo aplican bien al primero. Y eso a mí no me va. Porque no veo los films sólo por la trama, por la historia, sino que más bien los veo para ver cómo han sido construidos los guiones y hoy en día el noventa por ciento son torpes, se estancan en una sola idea. Puestos a destacar una serie breve que sí me ha interesado últimamente le nombraré ésta: Patrick Melrose, una miniserie de cinco partes de 2018 protagonizada por Benedict Cumberbatch. Se basa en las novelas semi-autobiográficas del británico Edward St. Aubyn.

— ¿Hay algo que le gustaría añadir?

Pues sí. Una máxima de Paul Valéry que el lector encontrará en Montevideo (“Los demás hacen libros, yo hago mi mente”) me empuja ahora a decir que los demás hacen libros y algunos de ellos son extraordinarios. No viene ahora al caso dar nombres de los que leo con entusiasmo, o con la mayor atención, pero sí pienso que debo decir que de la literatura contemporánea la corriente que más me interesa es la que no está muy segura de sí misma y a la vez maneja una prosa audaz, capaz de pensar sin la menor represión: una escritura de crítica cultural libre, que es intempestiva y disiente de su tiempo y huye del vocerío general. Y bueno, es cierto que una mayor altura de miras en las prácticas literarias se echa cada vez más en falta en nuestros días, pero, aun así, quiero creer que aún estamos a tiempo de evitar que sigan perjudicando, de modo tan alarmante, la creación literaria del futuro.

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El extraño en el Buen Gobierno [café Perec]

Screenshot_20231215_210156_Chrome~2(1)El pasado viernes, desperté en Siena y, tras confirmar en el móvil que aún no había llegado el fin del mundo, encontré en un artículo de Najat El Hachmi una de esas frases que Hemingway llamaba “frases verdaderas” que, en el caso de lograrlas, podían animarnos a seguir escribiendo: “Estamos acostumbrados a que los racistas nos tengan por tontos de nacimiento, pero ahora el odio nos viene ni más ni menos que de un alto cargo de la Generalitat”. Lo escribió Najat El Hachmi después de que el Govern culpara en parte a los inmigrantes de que Cataluña fuera colista en lo que podríamos llamar “Liga europea de la comprensión lectora”

Seguí con mi viaje matutino por el móvil y busqué –una buena costumbre– el artículo semanal de Tiphaine Samoyault. Por supuesto, me sorprendió que ella, desde París y para hablar de la hospitalidad, tan urgente en nuestro tiempo, prestara atención a la Alegoría del Buen y Mal Gobierno, pintura mural del siglo XIV que estaba precisamente en Siena.

Como me encontraba a cuatro pasos del mural, me dije que no podía ponérmelo Samoyault más fácil para ir a verlo. Después de todo, más complicado lo había tenido ella cuando decidió desplazarse a la capital del Uruguay para vivir allí una experiencia como la del narrador de Montevideo (mi novela) y poder luego exponer, en la presentación del libro en París, su impresión personal del embrollo.

No tardé en plantarme ante el mural que ocupa tres paredes del Palacio Comunal, alegoría pintada en el contexto de la gran crisis política de 1338. Por sencillo que pudiera ser, impresionaba el mensaje en el que, por una parte, sin ambages, se advertía del infierno que comportaría una tiranía en Siena, y por el otro, en la pared de al lado, se exponía, a modo de gran contraste, las ventajas de tener “un Buen Gobierno y los efectos que esto produciría en la ciudad y el campo”. De hecho, lo que se explica allí es la necesidad de reanudar el arte de vivir juntos, algo que uno piensa que haríamos encantados si el Buen Gobierno, con su dinámica, nos convenciera, ya no tanto de la sabiduría de los principios que lo inspiran, sino de lo alcanzado en su gestión: los efectos concretos, visibles y tangibles en la vida de todos.

Me pareció ver que el fresco del Buen Gobierno narraba la celebración civil de una estabilidad: se veía cómodos a todos los habitantes de Siena, especialmente a quienes la estaban abandonando por un momento para admirar la abundancia de cultivos o para ir a cazar, vestidos con lujosas ropas.

Ideal armonía, pensé. Hasta que caí en la cuenta de que el mismísimo centro del artículo de Samoyault lo tenía delante mío, a solo un palmo. Allí estaba el extraño en el centro del fresco de Buen Gobierno, el mendigo casi invisible, el emigrante sentado en el umbral que separaba la ciudad del campo. Estaba fuera de lugar, incluso en la pintura.

¿Y qué podía estar haciendo el extraño en el Buen Gobierno?

Recordarnos el poder de actualización que habita un fresco de hace siete siglos y que desborda su contexto para enfilar directamente hacia nuestros días.

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NO LEERÉ MÁS E-MAILS, texto de Enrique Vila-Matas.

162 Valeria Luiselli

[En Nueva York, VALERIA LUISELLI lee la traducción inglesa del relato en la librería Mc Nally Jackson]

 

 

 

[EN MEMORIA del relato en el año del décimo aniversario de su aparición]

Eric Satie no abría nunca las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Miraba quién era el remitente y le escribía una respuesta. Cuando murió, encontraron todas las cartas por abrir, y algunos amigos se lo tomaron a mal. Sin embargo, no era para enfadarse. Cuando publicaron las cartas juntamente con sus respuestas, el resultado fue muy interesante. “Esa correspondencia es fantástica porque todos ahí hablan de cosas distintas y, por supuesto, esa es la esencia del diálogo”, comentó Ricardo Piglia.

Este verano me embarqué en el velero Zacapa, un Frers Dorado 36, bautizado con nombre de ron por el color de su madera. Dos expertos navegantes —uno es publicista y dueño del barco y el otro es un escritor amigo— me permitieron subir a bordo en el puerto de Marsella, la ciudad donde con gran vorágine he pasado los últimos meses escribiendo mi última novela y metiéndome en líos indeseables.

Debo decir que en ningún momento me obligaron a colaborar en los trabajos del Zacapa, aunque, al parecer, viendo que no arrimaba el hombro para nada y solo me limitaba a espiar sus diálogos en alta mar, hubo momentos en que los dos sintieron deseos de tirarme por la borda.

Finalmente, me dejaron en un hotelito en la bahía de Nora, al sur de Cerdeña, junto las ruinas del poblado fenicio de Pula. Llevo aquí cinco días entre la playa y la piscina y la visita obsesiva a las ruinas, que son sin duda lo más interesante de los alrededores.

El wifi del hotel ha funcionado de forma tan irregular que me ha desquiciado. Como venganza, pero también como juego de despedida y guiño a Satie, voy a homenajear hoy a la verdadera esencia de todo diálogo respondiendo e-mails que me han llegado durante las vacaciones y que no he leído ni pienso leer.

Al e-mail 1 (un gran amigo) le he respondido que no somos tan cabrones y que la prueba está en que algunos figurones literarios deben más de uno de sus éxitos a que nos ha dado apuro parecer envidiosos.

Al e-mail 2 (sospecho que un entrevistador) le he respondido que hay una escritora, Elisabeth Robinson, que a la cuestión de si es autobiográfica o no su obra narrativa siempre contesta: “Sí, el diecisiete por ciento. Siguiente pregunta, por favor”.

Al e-mail 3 le he recomendado no leer a los que tratan de imponer algún tipo de escritura excluyendo a las demás, porque es de mendrugos no defender que han de existir múltiples formas de literatura, tantas como formas de vida.

 Al e-mail 4 (el entrenador del Bayern) le he escrito diciéndole que los críticos presumidos sólo mejoran cuando están morenos.

Al e-mail 5 le he confiado que en Marsella soñé todo el rato que encontraba en la calle balas sin detonar.

Al e-mail 6 (editor en crisis que solo ha defendido intereses comerciales y nunca intelectuales) le he insinuado que en la adversidad conviene muchas veces tomar por fin un camino atrevido.

 Al e-mail 7 le he dicho que me habría gustado refugiarme un año entero en París o en Nueva York y huir de los capullos de mi tierra, pero ya es tarde para todo.

Al e-mail 8 (remitente de naturaleza envidiosa) le he contado que no iba a tardar nada yo en untar de mantequilla una tostada.

Al e-mail 9 le he dicho que la verdad tiene la estructura de la ficción.

Al e-mail 10 le he explicado que no me molestaría conocer Abu Dabi si pudiera volver el mismo día.

Al e-mail 11 le he dicho que entre mis autores preferidos están David Markson y Flann O’Brien, y todos los autores preferidos por Markson y O’Brien, y todos los autores que estos, a su vez, preferían.

Al e-mail 12 le he escrito como si le estuviera enviando una carta postal: De vacaciones en Cerdeña. Ruinas y luna llena. Comida espectacular. Me he negado a hacer amigos. Abrazos.

Al e-mail 13 le he contado que me he cansado ya de esperar, de emprender, de lograr, de abrochar y desabrochar, de perseverar, de insistir.

Al e-mail 14 (un escritor principiante) le he dicho que no leo nada por miedo a encontrar cosas que estén bien.

Al e-mail 15 le he explicado que he podido confirmar que es cierto que cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti.

Al e-mail 16 le he contado que la mayor discusión de mi vida la tuve en Soria y duró dos días y llegó a ser violenta: discutí sobre cómo se pronunciaba Robert Mitchum.

Al e-mail 17 le he confirmado que Norma Jean Baker se mató.

Al e-mail 18 le he recordado que todo permanece pero cambia, pues lo de siempre se repite mortal en lo nuevo, que pasa rapidísimo.

Cuando iba a cerrar el ordenador, ha entrado desde Marsella in extremis el e-mail 19, al que he contestado que no voy a pagarle mi deuda y que lo siento pero voy con prisas, porque salgo de inmediato hacia las ruinas de Pula, donde —ya sabrá disculparme— lo he dispuesto todo para esta noche suicidarme.

Tal vez me envíe otro correo. Da igual. Entiéndaseme, es algo serio y yo sé que definitivo: no leeré más e-mails.

Enrique Vila-Matas is considered to be one of Spain’s finest writers, with many prizewinning books translated into numerous languages; his novel Mac & His Problem, published in 2019, was longlisted for the International Booker Prize. His translator, Margaret Jull Costa, has been doing literary translations from Spanish and Portuguese for over thirty years.

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VILA-MATAS. QUIZÁS LA FORMA MÁS AUTÉNTICA DE HACER LITERATURA. [El PAÍS. COLOMBIA]

Screenshot_20231209_090651_Chrome~2.66613 de noviembre de 2022 Por: L. C. Bermeo Gamboa, periodista de El País. Bogotá.

La genealogía de escritores excéntricos: Luciano, Petronio, Rabelais, Cervantes, Sterne, Diderot, Gógol y Joyce, entre otros, que hicieron literatura por fuera de las convenciones, obedeciendo a un espíritu de alegría y juego imaginativo que aún se mantiene en nuestros días. Como señaló Sergio Pitol en su momento, estos escritores “raros, como los nombró Darío, o excéntricos, como son ahora conocidos, aparecen en la literatura como una planta resplandeciente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatado y rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversación desganada (…) Son imprescindibles, gracias a ellos, a su valentía de acometer retos difíciles que los escritores normales nunca se atreverían. Son los pocos autores que hacen de la escritura una celebración”. Y no han faltado excéntricos en la literatura hispanoamericana, durante el siglo XX aparecieron Ramón del Valle-Inclán, Virgilio Piñera, Augusto Monterroso, Mario Levrero, César Aira, Margo Glantz, y desde luego Enrique Vila-Matas, quizá el penúltimo escritor español de la familia excéntrica.

Nacido el 31 de marzo de 1948 en Barcelona, Enrique Vila-Matas creció bajo el influjo de la excentricidad. Después de trabajar como redactor de cine y fracasar bellamente con algunos cortometrajes, fue obligado a cumplir el servicio militar en África, donde empezó a escribir su primera novela ‘Mujer en el espejo contemplando el paisaje’ (1973). Al salir del ejército huyó a París, donde consigue vivir en una buhardilla teniendo como casera a Marguerite Duras. Allí, entre 1977 y 1984, escribió su ciclo de novelas de aprendizaje: ‘La asesina ilustrada’, ‘Al sur de los párpados’, ‘Nunca voy al cine’ y finalmente ‘Impostura’. Obras que hicieron conocido su nombre, pero que no destacaban entre las propuestas literarias de la época. Fue en 1985 con ‘Historia abreviada de la literatura portátil’ que Vila-Matas inauguró un estilo único en la literatura española, la historia de la Sociedad Secreta Shandy y los conjurados de la “escritura cuando esta se convierte en la experiencia más divertida y también la más radical”, renovaron la prosa con una frescura y alegría desconocida para los lectores. Aquí ya aparecieron las marcas del estilo excéntrico de Vila-Matas, su obsesión por Laurence Sterne y su novela ‘Tristram Shandy’, su devoción por Robert Walser y su novela ‘Jakob von Gunten’, las conspiraciones librescas y digresiones ensayísticas, la intertextualidad y la teorización literaria como un juego de metaficción, la manía por las citas y falsas atribuciones, así como la parodia y constante burla de las imposturas literarias.

Vendrían más libros en los años 80 y 90, mientras su estilo maduraba. Fue en la primera década del siglo XXI, cuando Enrique Vila-Matas en un alarde de creatividad publicó una serie de obras que se han considerado “La catedral metaliteraria” en lengua española, compuesta por ‘Bartleby y compañía’ (2000) sobre escritores que abandonan la literatura, ‘El mal de Montano’ (2002) sobre los escritores patológicos que desean transformar toda su vida en literatura, y ‘El doctor Pasavento’ (2005) sobre el escritor que desea desaparecer del mundo en su propia obra. En la segunda década, las patologías y obsesiones literarias serían llevadas otros niveles en libros como ‘Dublinesca’ (2010) sobre un editor que busca desentrañar el misterio del escritor genial, ‘Mac y su contratiempo’ (2017) sobre un escritor que se pregunta si existe la originalidad en literatura, y ‘Esta bruma insensata’ (2019) sobre un escritor que viaja en busca de una cita remota y sin la cual no podría empezar su nuevo libro. Solo estoy resumiendo una trayectoria de medio siglo en la que Vila-Matas suma más de 30 libros de novela, cuento, ensayo y diarios.

A sus 74 años, su creatividad se mantiene intacta, como lo prueba ‘Montevideo’, una nueva novela inclasificable cuyo anónimo narrador emprende la búsqueda final por el sentido verdadero de la literatura y, para encontrarlo, decide cruzar el vórtice entre la realidad y la ficción que está materializado en una puerta, la gran metáfora del misterio y encuentro con lo desconocido. La puerta de ‘Montevideo’ tiene el poder de la ubicuidad, ya que está en el cuarto de un antiguo hotel en Montevideo y en un cuento de Julio Cortázar.

“Hacía años que deseaba pisar el territorio de aquel cuento de ficción, ver el armario, la puerta que estaba detrás del armario, la para mí mítica puerta condenada, intentar averiguar qué pasaba cuando uno entraba en un espacio de ficción que existía al mismo tiempo en el mundo real o, dicho de otro modo, en un espacio del mundo real que no sería nada sin un mundo de ficción, y a la inversa, y así hasta el infinito”, comenta poco antes de cruzar el umbral que lo llevará a revisar su propia obra y comprobar su mayor temor ¿es él un escritor de verdad? Pareciera que en el fondo, esta novela es una elaborada autoevaluación a la que decide someterse un escritor consagrado que, pese a ello, prefiere “no tomarse demasiado en serio la literatura”, quizá la actitud literaria más excéntrica, porque es la forma más auténtica de hacer literatura.

En tiempos que tienden a “comprometer” la creación artística con alguna de las urgencias planetarias y reivindicaciones sociales —absolutamente necesarias—, que existan escritores cuya única ambición es hacer literatura, es algo que considero debe agradecerse. No obstante, algunos alegan que los libros de Vila-Matas no sirven para nada, y quizá tienen razón, aunque así estarían comprobando su excentricidad en tiempos de corrección política. Pero me equivoco, Vila-Matas es un escritor comprometido, su gran reivindicación es mantener vigente la tradición de la verdadera literatura, entendida como un arte libre, inútil y alegre, que se mantiene en contra de todas las imposiciones. Porque, como afirma en ‘Perder teorías’, “uno escribe desde la incertidumbre y eso es lo que permite avanzar, lo que divierte y al mismo tiempo le intriga”.

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El viento, lo único libre. [Café Perec]

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En literatura, los colegas son los que te felicitan por no escribir demasiado y que pronto te felicitarán por no escribir nada. Y yo sé que a todos les encanta el ejercicio crítico y demoledor de los demás, ejercicio de malevolencia que, de no llevarlo a cabo periódicamente, podría causarles trastornos y tormentos. Y no ignoro que, si hay una excepción a esta regla, es Samuel Beckett, que nunca hablaba mal de los demás. Según su amigo Cioran, para comprender esa insólita actitud de Beckett había que acudir a la expresión “mantenerse apartado”, divisa tácita de aquel tipo de escritor que esencialmente es un ser “fuera de todo”, lo que le lleva a proseguir sin descanso un trabajo literario implacable y sin fin.

Experto en escritores y malevolencia, W.H Auden decía que, si un día el poema de un poeta importante se nos resistía, debíamos tener paciencia, porque en realidad lo que el poema quería decirnos era:

–Léanme a mí y no a los otros.

De Auden es también el comentario de que ningún poeta ni novelista desea ser el único escritor de toda la historia, pero a la mayoría, en cambio, le encantaría ser el único escritor de su tiempo, y un buen número cree ingenuamente que ese deseo le ha sido concedido.

Y aquí entra Kafka, uno de los escritores más humildes que han existido. Canetti fue de los primeros en detectarlo: “Carecía realmente de las vanidades propias del escritor, jamás se envanecía, y bien haríamos en seguir sus pasos, porque nos volveríamos modestos”

Ahora bien, es muy difícil ser modesto cuando uno no es nadie. Una reciente invitación a Cádiz, a las sesiones de Las parejas de los escritores (atractivo título para un ciclo), me ha llevado a descubrir un lado no muy conocido de aquel joven Kafka que, tumbado en la hierba, se sentía un paria de la tierra.

En el ciclo gaditano se habló de los amores de Virginia Woolf, de los de Nora y James Joyce, de los de Zelda y Scott Fitzgerald. Y en la sesión con Marta Carnicero y Antonio Soler analizamos la correspondencia entre Felice Bauer y Franz Kafka.

Kafka no estaba seguro de lo que Felice entendía por literatura. Le había enviado Contemplación, su primer libro, y, pasados 17 días, seguía ella sin comentarle nada del mismo. Pero creo que a Felice hay que comprenderla: era una joven sencilla a la que le tocó el papelón de ser la “primera lectora” del monstruo. Tuvo éste un gran ataque de celos cuando supo a quienes Felice estaba leyendo y le escribió: “Siento celos de Werfel, de Sófocles, de Ricarda Huch, de la Lagerlöf, de Jacobsen. Y Schnitzler no me gusta nada, con un sentimentalismo que yo no tocaría ni con la punta de los dedos”

Dos semanas después, le pedía a Felice comprensión para sus improperios, pero Kafka era Kafka y, acto seguido, le gritaba por escrito: “¡Pero cuánta razón tenía!”. En cuanto a los escritores ofendidos, ironizó al decir que los veía a todos “sobrevolando como ángeles el valle en el que yazco tumbado en la hierba”. ¡Y cuánta razón tenía! ¿O no nos preguntamos qué fue de aquellos ángeles y de tanta invención como trajeron?

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A ka caza y captura de Vila-Matas (Xavier Más de Xaxás en La Vanguardia)

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EPIFANÍA EN TUNQUÉN por Enrique Vila-Matas [publicado en El Cultural en su 25 aniversario]

tNQUENPronto hará un cuarto de siglo que llegaba, un día de invierno, a Tunquén, Chile, a la casa frente al mar de los Brodsky, en el Pacífico Sur. Y al encontrarme, por vez primera en mi vida, con el imponente océano, quedé inmovilizado un buen rato por el rumor del oleaje, por una sonoridad brava que alguien insinuó que provenía de batallas antiguas y que, desde entonces asocio al origen mismo de mi novela El mal de Montano (2002). Porque fue allí, frente al mar, donde compuse el inicio de mi nuevo libro: “A finales del siglo XX, el joven Montano, que acababa de publicar su peligrosa novela sobre los escritores que renuncian a escribir…”

              Había llegado a Tunquén con la sensación, tras la buena acogida a Bartleby y compañía (2000), de haber comenzado a ser leído en mi país, y alrededores. Sin embargo, como suele pasar con cualquier tipo de alegría, se camuflaba en ella un lado problemático: si quería ser coherente con lo que en el fondo había propuesto en el libro, convenía que renunciara a seguir escribiendo.

              El dilema de Tunquén podía sintetizarse así: O me incorporaba al sonámbulo mundo de los “ágrafos trágicos”, o me desplazaba al territorio radicalmente opuesto, aquel en el que dominaba una pasión extrema por “vivir en literatura”, por pasarse al territorio de la angustia excesiva del espíritu por nada.

              En aquella encrucijada se divisaban sólo dos caminos. O la inactividad, o la acción. Una encrucijada que tenía que serle bien familiar a Kafka, que escribió: “Dos posibilidades: hacerse infinitamente pequeño o serlo. Lo segundo es perfección, o sea, inactividad; lo primero inicio, o sea, acción”

              Al día siguiente, resolví el dilema al optar por continuar la frase de aquel inicio de El mal de Montano. Empecé allí mismo a poner en marcha el que ha sido el ritmo de mis dudas y de la continuidad de mi escritura en estos veinte años últimos y me ha dejado ante las puertas de Montevideo (2022), novela hoy vista como un posible puente de unión entre dos continentes y sus culturas, tal como ya sucediera, dos décadas antes, con El mal de Montano.

              Veinte años separan un libro del otro, pero mi impresión es que, a excepción del punto y aparte de algunas desviaciones y otros viajes mentales, las mezclas de pensamiento y ficción de mis novelas, desde el arranque en Tunquén de El mal de Montano, no se han alejado nunca demasiado del eje principal: la búsqueda de la naturaleza y sentido de la escritura. Una búsqueda que implicaba la elección de un camino que trataría de ir siempre hacia adelante y sin posible retorno. “No evoluciono, viajo”, escribió Pessoa, y así creo que ha venido sucediendo en mi caso desde entonces, desde que, escuchando el rumor guerrero del Pacífico, decidí que, puesto que la vida era un tejido continuo, una novela podía ser como un tapiz que se disparaba en muchas direcciones: material ficcional, autobiográfico, ensayístico.

              Una máxima de Paul Valéry (“Los demás hacen libros, yo hago mi mente”) me empuja ahora a decir que los demás hacen libros y algunos de ellos son extraordinarios. No viene ahora al caso dar nombres de los que leo con entusiasmo, o con la mayor atención, pero sí pienso que debo decir que de la literatura contemporánea la corriente que más me interesa es la que no está muy segura de sí misma y a la vez maneja una prosa audaz, capaz de pensar sin la menor represión: una escritura de crítica cultural libre, que es intempestiva y disiente de su tiempo y huye del vocerío general.

              Y bueno, es cierto que una mayor altura de miras en las prácticas literarias se echa cada vez más en falta en nuestros días, pero, aun así, quiero creer que aún estamos a tiempo de evitar que sigan perjudicando, de modo tan alarmante, la creación literaria del futuro.

foto: Paula de Parma y Brodsky junior (alias ‘el congelado’) en la casa de Tunquén de Paula Recart y Roberto Brodsky

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