Fue un
maestro en transformar la vida en literatura, dice Paolo di Paolo hablándome de
Tabucchi, y me pregunta si creo que en el mundo actual sigue estando claro “qué
es la literatura”. No sabemos qué es un libro, le digo, pero cuando por
casualidad hay uno, lo reconocemos enseguida. Estamos en el patio de Letras de
la Universidad de Barcelona, donde va a celebrarse la Giornata
Internazionale dedicada a la obra de Tabucchi. Colabora el Instituto
italiano de Cultura. Los participantes y asistentes están ya llegando al aula
113: María José de Lancastre, Michele Tabucchi, Carlos Gumpert, Francesco Luti,
Perla Martinelli, Gennaro Serio, Pepi Baulo y Susana Castaño representando a la
editorial Anagrama…
Abre Di
Paolo su ponencia hablando de un post-it que una tarde vio que Tabucchi, de su puño y letra, había
pegado en la mesa de la cocina de su casa de Vechiano. La nota decía: “¿Dónde
está Céline?”. Y Di Paolo
vio en la pregunta (o lo que fuera) el signo de una relación con la
tradición literaria, una conversación con los ausentes, con los grandes y no
tan grandes autores del pasado: “No era Tabucchi un posmoderno, como algunos decían.
Lo que en él había era ese convertir la vida en literatura, y sentir
precisamente el peso de las resonancias”
Más tarde, Francesco Luti narra con afectuoso humor los
días geniales de Florencia en los que fue alumno y amigo de Tabucchi. Y a su
intervención sigue la de Gennaro Serio, autor de Notturno
di Gibilterra, que se basa en un fragmento de Nocturno hindú (“Qué
hacemos en estos cuerpos, tal vez viajemos en ellos”) para señalar que la recurrencia
casi iconográfica y casi única en Tabucchi es el viaje, el viaje por mar. Nada que
deba extrañarnos, pues en los grandes escritores el repertorio poético suele
ser limitado y redundante: un “piccolo naviglio” en el mar como alegoría de un
sentimiento indefinido de melancolía, de sueño, de fragilidad, de espera. Para
Gennaro Serio, el viaje marítimo se halla por todos lados en Tabucchi, en Dama
de Porto Pim, en Réquiem, y siempre parece invocar la Oda
marítima de Álvaro de Campos, el heterónimo de Pessoa. Una Oda tan adorada
por Tabucchi que acabó traduciéndola al italiano.
Tras otras ponencias, Pepi
Baulo y Susana Castaño recuerdan el hallazgo glorioso en
la feria de Frankfort, por parte de Jorge Herralde, del librito titulado Dama
de Porto Pim. Tanto le fascinó aquel sorprendente “Moby Dick en miniatura”
que le escribió una carta a su desconocido autor (“Le felicito, una autentica
maravilla…”) y le llegó de éste una afilada respuesta emocionante, bellísima,
que sería el inicio de una gran relación.
La Giornata
la cerró María José de Lancastre con unas diapositivas, o sobria Fotobiografía
de su marido. Pero es un decir que la cerró, porque, al caer ya la noche en el
aula, se percibía, como un sentimiento común o impresión general, que la
relación de Tabucchi con Barcelona había sido y sigue siendo una grandísima oda
marítima, un viaje por un mar abierto, siempre reiniciándose, toujours
recommencée.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Tabucchi en el patio de Letras [Café Perec]
Los rumores dicen que, si la Ocasión se junta con
alguien, no está segura de ser ella quien habla. Por eso, en las entrevistas
escasas que concede, todo se enrarece. Aunque a la vez todo en ellas se vuelve
extraordinario. Ver la entrevista con Andrés Barba, con las arañas como tema
central.
Los rumores aseguran que cuando, por ejemplo, soñó que
flotaba en un torbellino del Infierno de Dante, fue una de las
más grandes alegrías de su vida.
Observo ahora que, para hablar del enigma de la súbita
aparición de ayer, he utilizado el comodín “de pronto” que parece que fuera un
adverbio pensado para los perezosos, porque remite a la casualidad y evita
tener que explicar los sucesos y recuerdos personales que antecedierona
la aparición en realidad nada casual, de la Señorita Ocasión, llamadla Jaeggy.
Son sucesos y recuerdos que normalmente se consideran “inaccesibles”, por lo
que renunciamos a investigar de cuáles puede tratarse, salvo, como es mi caso
esta tarde, queramos coincidid con la misma Jaeggy, para la que “lo interesante
es topar con dificultades, porque el placer de escribir está en resolverlas”
3
Me han preguntado muchas veces cómo distinguía a los
escritores verdaderos de los otros. Simplemente son libres, suelo decir, hacen
lo que quieren, no les preocupa nada lo que puedan comentar los imbéciles de
todo cuanto ellos llevan a cabo. Porque, a fin de cuentas, imbéciles los hay en todos los círculos, y solo se
trata de oír lo que dicen y entenderlos y luego crearse un mundo en el que los
idiotas no entren. El punto de vista diferente, que en muchas ocasiones
habita en los escritores verdaderos va siempre más allá de lo razonable y viene
cubriendo las mejores etapas –a veces, las obras enteras– de los más únicos,
singulares, grandes, verdaderos escritores.
No he acabado siquiera de decirme
esto cuando vuelvo a ver, aunque esta vez reconstruido en mi imaginación, el momento
en que desvié ayer la mirada hacia una dirección que apenas entraba en mi punto
de vista. Y, aun así, por ser una reconstrucción de algo ya ocurrido, he vuelto
a ver cómo pasaba la Señorita Ocasión, ahora cruzando veloz por mi mente y
repentinamente transformada en una vertiginosa verdadera escritora que nunca
había tocado tierra firme. Casi volaba y me ha parecido que, con su punto de
vista diferente a todos, cruzaba por mi mente como si fuera ese gato suyo del
que siempre dice que está en otra parte.
–¿Está muerto? –le pregunta
Guillermo Piro en una entrevista de este libro.
–No, no está muerto, es de otro
mundo –dice Fleur Jaeggy.
4
En los
últimos tiempos, hay un pensamiento de Paul Valéry que recuerdo con frecuencia,
como si fuera ya o se estuviera convirtiendo en mi lema preferido: “Los demás
hacen libros, yo hago mi mente”. Y bueno, hará unos segundos, estaba
literalmente haciendo mi mente cuando ha cruzado por ella, con aparición
fulminante, el cometa Jaeggy. Y, al verlo pasar, he recordado y aún celebro la
sorpresa de haber dado con este recuerdo que segundos antes aún se encontraba
entre los inaccesibles: el recuerdo del día en Barcelona, un 25 de
agosto de 2009, en el que, no habiendo leído todavía nada de ella, abrí
distraídamente Los hermosos años del castigo y me quedé de piedra, de
piedra antigua de Herisau, del cantón suizo de Appenzell.
Ya las primeras líneas me dejaron la impresión de haber
recibido, en muy breve tiempo, una lección inolvidable y absoluta de gran
literatura. Pero a la vez me dejaron muy tocado, tal como me ocurre cuando paso
a vivir en el glacial territorio de Jaeggy de las frases simples que sin embargo
me abren a extrañas emociones en gélidos remansos tropicales. Remansos, sí.
Recovecos como los que uno encuentra en la Suiza germánica, sobre todo en las
reprimidas pequeñas ventanas con franjas blancas y las laboriosas y ardientes
flores en los balcones de Appenzell, pura lujuria contenida.
5
Cuando en
agosto de 2009 leí aquellas primeras líneas de Jaeggy, se estaba cerrando una
década en la que mi vida se había visto dominada por la aproximación de la
sombra interna de Robert Walser.
Abrí y
leí:
“A los
catorce años, yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que
Robert Walser había dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en
Herisau, no lejos de nuestro instituto. Murió en la nieve. Hay fotografías que
muestran sus huellas y la posición del cuerpo en la nieve. Nosotras no
conocíamos al escritor (…) Es una verdadera lástima que no hubiésemos conocido
la existencia de Walser, habríamos recogido una flor para él. También Kant
antes de morir, se conmovió cuando una desconocida le ofreció una rosa”.
6
Es que es
del otro mundo, respondió tajante una amiga a modo de excusa cuando alguien le
preguntó porque era Jaeggy tan única. Esta respuesta de la amiga podría decir
mucho de su obra de no ser porque ésta es inclasificable en el mejor sentido
del adjetivo. Pero no por eso la respuesta deja de acercarse al espíritu de
Jaeggy, forma parte de estos latigazos libres como el viento, giros habituales
en su escritura y que se dan en su obra a menudo, con escalofrío incluido.
En su Adelphiana 2 (Öde), cariñosa y a veces
aterradora aproximación al mundo de Robert Walser (“Ahora él está en Herisau.
En contra de su voluntad. Ingresado para siempre. No escribe más”) están
algunos de esos latigazos, la mayoría en términos germánicos, especialmente términos
compuestos. Nada demasiado extraño en Jaeggy para la que, según le dijera a
Enric González, el alemán es su lengua perdida, es la lengua que le ha
precedido, el idioma de sus muertos, el idioma que vuelve.
La técnica
no es tal técnica, porque a la misma velocidad que aparece desaparece, es la
técnica más inimitable, la que es tan veloz que borra sus huellas por lo que en
modo alguno se la puede atrapar. Aunque sí puede uno sentarse y analizarla,
aunque de ella no quede nada y al mismo tiempo todo. Analizarla observando
cómo, primero, su prosa crea un silencio radical –su prosa se planta,
por decirlo de alguna forma– para luego, sin salirse del silencio, cargar la
atmósfera con una tensión de bomba de relojería a punto de estallar. Tras esto,
a medio camino todavía entre la paz y la explosión, algo acaba siempre siendo
infalible: deja caer una frase que nos desconcierta, que cambia el ritmo,
porque es del otro mundo, del universo único de Jaeggy, si acaso relacionado
con los de los otros cuatro componentes del quinteto de autores que llegaron
del frío y al que a mí me parece que ella, aunque sin perder su inconfundible
individualidad, pertenece: Dickinson, Beckett, Kafka, Robert Walser. Porque es
esencial y despojada de toda distracción ajena a lo que desea contarnos, como
Emily Dickinson; controladora sabia de las pausas
estratégicas, como Samuel Beckett; silueta
pensativa de todos los umbrales, como Franz Kafka; demente ingresada para
siempre, como Robert Walser.
7
A los componentes del quinteto (recuerdo el
título de un film inglés que me tuvo de niño obsesionado: El quinteto de la
muerte) parece unirles, por encima de todo, una cierta tendencia a
adscribirse a la expresión “mantenerse
apartado”, divisa tácita de aquel tipo de escritor que esencialmente es un ser
“fuera de todo”, lo que conlleva sus ventajas, especialmente la de facilitar la
persecución obsesiva de una obra muy personal, implacable y sin fin.
8
Adentrándome justo ahora en
el área de los recuerdos inaccesibles y, en la geografía de estos, buscando
la de aquellos sucesos que podrían estar detrás de la aparición fulminante ayer
de Jaeggy, es decir, voy viendo aclararse la bruma de los laberintos previos al
momento “casual”, voy haciendo más posible lo teóricamente imposible: explicar
por qué no hubo casualidad cuando tuve que desviar ayer la mirada, en aquella calle
atronadora que aullaba a mi alrededor y en la que no hubo en realidad la menor
casualidad cuando pude ver a la Ocasión pasar.
Repentinamente Jaeggy.
9
Robert Walser había muerto
sobre la nieve, por lo que yo siempre había imaginado al manicomio de Herisau
rodeado de prados y abetos verdes nevados. Ese día en el que lo visité, sin
saber que antes Jaeggy (una total desconocida entonces para mí) había hecho ya
ese viaje, parecía estar claro que la nieve, con su ausencia, era lo único que
no estaba ayudando a que todo cuadrara a la perfección en aquella incursión al
montículo del manicomio, convertido en los nuevos tiempos en “hospital
psiquiátrico”.
Me llevaban de visita al
hospital, eso es lo que más recuerdo. En cuanto empezamos a ascender por la
carretera hacia el montículo y el sagrado reloj que parecía dar la hora a todo
Appenzell, me quedé por un momento extasiado contemplando los inesperados,
repentinos copos ligeros detenidos en el aire, golpeando el cristal de la
ventana del coche.
Años después, todavía bajo
el efecto Walser, leería las páginas de Jaeggy sobre su retorno a Appenzell de
la misma forma que un asesino acababa volviendo al lugar del crimen. Fue ella a
ver el internado de señoritas de su novela y se enteró de que había pasado a
ser una clínica para ciegos. Y después, como ese antiguo internado estaba muy
cerca de Herisau, fue a ver cómo era el sanatorio mental en el que había pasado
Walser tantos años de su vida, ingresado para siempre. Era un lunes de Pascua,
y de entrada sólo vio a una enfermera que le dijo que no la podía atender
demasiado porque estaba muy ocupada. Como no había nadie más, compró unas
tarjetas postales. De pronto, la enfermera se volvió gentil y acabó
presentándole a algunos pacientes, con los que pudo hablar.
“Fue como si yo hubiera
hecho un viaje tras las huellas de Walser, buscando los árboles que le vieron
morir”, escribió Jaeggy después de la visita que a mí llevó a entrar en su
mundo implacable y sin fin.
10
Una
vez dije, en un segundo viaje a Herisau (cuando ya sabía que Jaeggy había
estudiado en el Bausler Institut de Appenzell, a cuatro pasos del allí), que
Fleur era alguien que iba siempre a lo esencial y, como si tuviera bien
aprendida la involuntaria lección de Kafka, conseguía muchas veces en una sola
página, y en otras en una sola línea, que se hiciera visible de golpe, a modo
de repentina revelación, la estructura desnuda de la verdad. Ese pavoroso
desvelamiento siempre llega acompañado de la inevitable crueldad, jamás
desligada de la rutinaria, aunque secreta, vida de la verdad.
Tal
vez por eso se dice a veces de esta escritora que es tan peligrosa. Pero es que
su arte del despojamiento, al dejar sólo en pie lo esencial, no tiene a veces
salida más natural que la inteligencia y la crueldad. La frialdad la añade la
propia autora, y acaso sea éste el rasgo suplementario más destacado de su
estilo; un rasgo que acude siempre sigiloso a su cita con las frases simples
–algunas tan terribles como sencillas– y que, en el fondo, muy en el fondo, es
también su trazo estilístico más divertido. Porque Jaeggy ríe, sabe también
reír.
“Una
cierta glacialidad también revela sentimientos”, dijo en cierta ocasión, la
única vez que la vi personalmente. Asistimos los dos, junto a otros tres
ponentes, a un homenaje a Walser en la sala de actos de la embajada suiza de
París. Ahí apareció esa risa de fondo que es su trazo más divertido. Cuando uno
de los ponentes dijo, imitando a Walser, que afuera en el patio, la nieve caía
en copos grandes y húmedos, ella no pudo contener la risa. Para colmo, sobre el
escenario otro ponente, alguien sin duda de espíritu boyscout,
había instalado una tienda de campaña, se suponía que para que el público,
principalmente helvético, comprendiera el sentido de las caminatas del autor
de, entre otras obras maestras, El Paseo.
Hice
verdaderos esfuerzos para no cruzarme una mirada con Jaeggy que, a mi lado,
murmuraba “serán mamarrachos”, lo oí perfectamente. A pesar de mis esfuerzos,
se produjo ese cruce de miradas, no hubo forma de evitarla y hoy, ahora,
recuerdo la felicidad inesperada de risa absoluta que siguió, como un oasis de calor en pleno Ártico, como un aviso que, en aquel
encuentro único con la Señorita Ocasión, hubiera venido a recordarme que en
Jaeggy, después de todo, su rasgo más definido era esa dolorosa, trágica huella
de humor glacial que a la larga deja siempre una rara marca de agua veraniega.
Nada
más encontrar en la embajada suiza aquel oasis de calor en pleno Ártico, vi
venir que de aquello a que apareciera una
fulminante Jaeggy en el horizonte había ya un solo paso. Y así fue, ha sido,
sigue siendo, “io sono l´Occasione”. La hemos visto pasar con su paso único,
ágil y sin tocar tierra firme, pasar por ahí y pasar para todos los mortales. Y
algunos hasta hemos comprendido que su aparición ayer fulminante podía ser
cualquier cosa, menos casual.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Repentinamente Jaeggy
A muy
pocos días de que se cumplan cien años de su publicación, regreso a El gran
Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, a su
obsesión por el pasado irrecuperable y por aquella luz verde de baliza al otro
lado de la bahía.
“Una de
las novelas más eminentemente ‘releíbles’ jamás escritas”, dice Rodrigo Fresán
en El pequeño Gatsby, el librito que en sus intensas notas arroja luz
verde sobre la ficción de Fitzgerald, sobre la alegría desesperada de las
fiestas, el ruido mafioso, la lucidez de John Cheever, los horrores de la
Gatsbylandia cinematográfica, sobre el sinsentido de los que vieron a Gatsby
como “un payaso que se precipitaba hacia la muerte” y al libro como “un
literario merengue de limón”.
Reúne El
pequeño Gatsby todo tipo de notas e informaciones sobre esa obra maestra
del gran Fitzgerald que asocio a unas palabras de Nick, el parcialmente involucrado
narrador de la historia: “Todo el mundo se cree poseedor de por lo menos una de
las virtudes cardinales. La mía es ésta: soy una de las pocas personas honradas
que he conocido en mi vida”
No porque Nick se presentara
así, viajé confiado alguna vez con él hasta el fin del mundo. Preferí siempre
ir de la mano de los dos, del Nick fiable y del no fiable, aunque ya sólo fuera
por mostrar mi acuerdo con la idea de Fitzgerald de que una inteligencia de
primera clase es la capacidad para mantener dos ideas opuestas en la mente y al
mismo tiempo conservar la capacidad de funcionar.
Es evidente que esa célebre idea no sólo contiene una magistral definición
de la ironía, sino que no puede estar más enraizada en El gran Gatsby y
constituye la clave del tono tan atractivo y feliz de la prosa que Fitzgerald,
a sus 25 años, desplegó en la que para muchos es la mejor novela escrita en
inglés del pasado siglo. Aunque no siempre fue tan bien vista porque, cuando se
publicó hace cien años, casi nadie supo ver en qué consistía verdaderamente su
sutil genialidad. Y el propio Fitzgerald llegó a comentar que de todas las
reseñas de El gran Gatsby, aun las más entusiastas, “no había un sola
que supiera mínimamente de qué iba el libro”
¿No es asombroso? ¿No será que el mundo ha estado siempre lleno de personas
sin talento que se han dedicado a juzgar a los que sí lo tienen? Por suerte
permanece en pie, por ejemplo, lo que, en estas mismas páginas, hace trece
años, dijera Juan Gabriel Vásquez acerca de la novela de Fitzgerald. Una de las
claves sería el hecho de que, si bien Gatsby era el tema de la novela, el
personaje principal no era él, sino Nick, un
observador que, como él mismo nos dice en el libro, se encuentra “dentro y fuera, simultáneamente
encantado y repelido por la inagotable variedad de la vida”.
Tal vez porque narrador y autor son dos figuras distintas, he ido tantas
veces con ellos, confiado y desconfiado, armonizando
dos ideas opuestas, hasta más allá del fin del mundo. Y tal vez por eso me
asombro cuando encuentro tantas novelas nuevas que se limitan a hablar de la
experiencia personal, renunciando a aumentar sus “yo” y a ensanchar la
realidad.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Pequeño gran Gatsby. [Café Perec 4 de marzo 2025] por Enrique Vila-Matas
La escritora Fabienne Bradu está harta del egocentrismo en
la literatura, es decir, de los relatos que se limitan a hablar de la
experiencia personal, por ello se adentra al juego de los impostores, de
aquellos que muestran sus otros yos, por ejemplo, Matías, personaje de Luigi
Pirandello que, al ser declarado muerto, aprovecha para iniciar una nueva vida
o Gabriel de Guilleragues, quien difundió una ficción epistolar entre una monja
y un caballero que fue tomada como verdadera.
Para la crítica literaria, las imposturas convierten el
término identidad en algo lúdico, quitándole el tópico lastimero que hoy tiene
para muchos creadores. Algunas lecturas que atraen a Bradu por las múltiples
personalidades de sus personajes se reúnen en el libro Fabulosas
imposturas (Bonilla Artigas Editores, 2024), obra que también es una
defensa de la imaginación, arma que puede convertir a cualquier persona en un
ser rebelde.
¿Este libro surge de un hartazgo que le preocupa?
Ese hartazgo no es de ayer, lo ubico a partir del movimiento
de autoficción y después del #MeToo que acarreó muchas confesiones, unas más
necesarias que otras. Mi condena no es global, no es radical, pero sí noto que
en la actualidad literaria hay un exceso del yo.
Si uno piensa en el movimiento del ombliguismo (encogerse en
una posición fetal mirando y protegiendo el ombligo) nos asfixiamos y perdemos,
sobre todo, la imaginación. Pensé en las imposturas que son invenciones de
otros yos y las vi muy gozosas porque responden a la necesidad de ensanchar el
yo. Me pareció un buen contra ejercicio a la reducción del yo narcisista. Los
egos a veces hablan más que nosotros o se ponen por delante o son más
importantes en la vida de la crítica literaria: yo escribí, yo dije primero.
Uno se cansa de eso.
Otro impostor que retoma es Jusep Torres Campalans, pintor
ficticio, inventado por el escritor Max Aub, quien habría sido no solo amigo de
Picasso sino, también, el verdadero inventor del cubismo. Para alimentar el
mito de su existencia verdadera, Aub realizó en un fotomontaje y también creó
pinturas que terminaron en salas de museos con críticas hechas por algunos de
sus amigos mexicanos: Jaime García Terrés y Carlos Fuentes.
Ignorancia, ingenuidad o maestría: ¿por qué creemos esas
imposturas?
Depende del talento del constructor. El caso de la monja
portuguesa conlleva un problema interesante: un hombre imaginó la pasión de una
mujer. Eso se ha prestado a discusión, a dudas, de si un hombre puede colocarse
en la piel de un personaje así. Pienso que sí. Otros ejemplos los tenemos con
Julio Cortázar en Rayuela, él creó el personaje de La Maga y puedo
casi afirmar que todos los hombres que han leído Rayuela se
han enamorado de ella, sin embargo, es alguien que salió de la imaginación de
un hombre.
Nos creemos las imposturas porque existe una voluntad de
creer, por más que nos demuestran que la monja portuguesa es una creación
literaria, veo a autores como Rilke tan empeñados en decir que ella existió y
que ésa es la pasión femenina, o Philippe Sollers por mencionar a un autor más
contemporáneo. Pero ¿para qué combatir con la verdad esa construcción? No sé si
importe mucho la prueba.
Max Aub dijo que en la creación del pintor catalán Torres
Campalans le fue mucho más difícil deshacer el entuerto que construirlo.
Además, tener la complicidad de sus amigos en México fue un juego en el que se
divirtieron muchísimo. Esa dimensión del juego y del goce es la que aprecio en
las imposturas literarias, no me meto en las demás que son fraudes, estafas y
plagios.
Aub hizo envejecer a su impostor e incluso le organizó
exposiciones: ¿se trata de un desdoblamiento del autor?
Yo diría multiplicación, él se multiplica, se hace
otro, otrarse diría Fernando Pessoa quien inventó esa palabra,
es volverse otros infinitamente. Lo genial de Max Aub fue no solamente haber
inventado la figura del pintor sino haber pintado la obra y que hubo gente que
compró los cuadros, se expusieron en México, en Nueva York y después los
pidieron en España.
Esos escritores, actualmente ¿dónde están en nuestras letras
mexicanas? Los extraño porque creo que nos hemos vuelto demasiado solemnes y
egocéntricos.
Vila-Matas ha sido señalado por retomar citas y
apropiarse de la identidad de algunos escritores, ¿eso ya está asimilado?
En literatura nada está superado, cuando funciona una
estratagema o una escuela o como quiera llamarlo la crítica, nunca
desaparecerá. Tendemos a decir: “en poesía, escribir versos alejandrinos ya no
se hace, porque el verso es libre”; pero hay quienes siguen escribiendo
alejandrinos maravillosos. Es decir, no es la forma la que determinará si algo
es válido o no, sino el manejo de esa forma, de utilizarla para un proceso
determinado.
Vila-Matas, en ese sentido, es un maestro del malabarismo
literario. Lo admiro. Su primera novela se llama Impostura y
descansa en una idea muy sencilla: que el narrador de un libro no es el autor
y, por lo tanto, el autor a través de su narrador comete una impostura haciendo
creer que ese yo que habla en el narrador es el autor. Eso es algo que tendemos
a confundir siempre, leemos En busca del tiempo perdido de
Marcel Proust y decimos: “es Proust el que está hablando”, por más que él haya
escrito ensayos diciendo: “no, mi yo literario no soy yo, no es mi yo
biográfico, es una construcción que me contiene a mí, pero que también es
ficticia”.
Esos juegos los practica Vila-Matas de una forma magistral,
se le reprocha de que se apropia de frases, de citas de otros autores, que las
transforma y las hace suyas, pero lo hace tan bien, con tanta libertad que es
sin maldad alguna. Algunos sí se indignan porque dicen que son plagios, pero
no, un plagio no corresponde a un juego, es una mala acción de apropiarse de
una idea, una cita, un párrafo de alguien más.
Bradu dedica un capítulo a la novela El adversario de
Emmanuel Carrère, donde el protagonista finge durante más de diez años una vida
de médico hasta que, no pudiendo sostener más la mentira, mata a su familia.
¿Hay una competencia por saber quién desborda mejor la
imaginación, el autor o el protagonista?
La novela partió de un caso real, de un hombre que fingió
ser alguien durante 17 años, ahí el factor tiempo impresionó mucho cuando se
descubrió el caso. Fingió ser un doctor que pertenecía a la Organización
Mundial de la Salud, en Ginebra, y engañó a todo el mundo incluyendo sus
padres, su esposa, sus amigos más cercanos y vivía pidiéndoles ahorros que él
podía ubicar en inversiones favorables. Cuando no pudo sostener la impostura
acabó matando a sus seres queridos e intentó suicidarse, pero se equivocó de
medicamentos. Fue un juicio muy sonado en Francia y esa historia retoma
Carrère.
Caemos en la anterior pregunta ¿y por qué todos le creyeron?
Nadie cuestionó. La gran pregunta que se hizo Carrère fue ¿qué hacía ese
hombre, en esas horas y días? Él contó que se estacionaba en las autopistas y
leía. En efecto, tuvo una gran habilidad para mantener esa ficción de vida.
Es interesante la rivalidad entre la capacidad de
imaginación de ese señor real para inventar y sostener su impostura y la del
escritor para recrearla y tratar de entenderla. ¿Cómo un escritor se pregunta o
trata de entender a otro a través de un personaje? ¿Cómo alguien que no es un
impostor puede comprender el motor que hace girar la imaginación del impostor?
La obra de Carrère que no es exactamente una novela sino un
relato siguiendo el juicio del impostor, nos descubre un poco todas las cuerdas
de su juego y es fascinante tanto la realidad del personaje como las
discusiones que Carrère lleva a cabo consigo mismo para la reconstrucción del
caso. Es cierto lo que dices, es una imaginación que rivaliza con otra ¿y quién
sale victorioso de ese combate? El lector juzgará.
Luigi Pirandello, autor italiano y ganador del Nobel de
Literatura en 1934, es otro impostor que celebra Bradu. Escribió la novela El
difunto Matías que narra la doble vida del bibliotecario siciliano Matías
Pirandello que un día escapa de su pueblo y después se entera que su esposa ha
declarado su muerte, oportunidad que aprovecha para iniciar una segunda vida.
Ese mismo autor, en el cuento “La tragedia de un personaje”, asegura que los
domingos por las mañanas recibe, en audiencias, a los personajes de sus futuras
novelas.
¿Cuáles son las sutilezas que caben dentro de las
imposturas?
En cada capítulo es algo que voy explorando a través de los
juegos a los que se entregan los autores. Por ejemplo, en el caso de
Pirandello, él recibía un día a la semana a sus personajes que llegaban a
quejarse de su destino.
Lo que dice este autor, Pirandello, es que puede intervenir
en el destino de sus personajes y cambiarlos, pero si llegan otros de otras
novelas pidiéndole lo mismo porque su autor es malo, le están solicitando
corregir fallas o torpezas de su creador. Él decía que con esos no se metía
porque era cometer una intromisión, aunque daba a entender que lo podría hacer.
¿No hay un atrevimiento de jugar con esos otros yos por
alguna corrección política?
Eso me parece que es otro problema moral de la literatura
que no tiene que ver directamente con la impostura. ¿Qué derecho tengo de tomar
a un personaje real y escribir sobre él pretendiendo reconstruirlo, pero
apoyándome o ayudándome con la ficción? Ese punto ha dado pie a muchos juicios
legales porque uno se puede sentir herido o vulnerado en su identidad a partir
del momento en que pasa a ser personaje de una obra y producto de la
imaginación complementaria del escritor.
Hay un caso que se dio entre Mario Vargas Llosa y su primera
esposa. En la novela La tía Julia y el escribidor ella se
ofendió por la manera en que fue retratada sin entender muy bien que se trataba
de una novela de ficción, entonces replicó con el libro Lo que
Varguitas no dijo, muy poco difundido. Ahí nos damos cuenta que ella tendrá
razón en cuanto a su verdad, pero el talento está del lado de Vargas Llosa y la
novela La tía Julia y el escribidor es una sus mejores obras,
por lo que en el terreno literario pierde la verdad.
¿Por qué los autores ya no miran a la imaginación?
Todo nuestro sistema actual está interesado en convertirnos
en algo uniforme y no le conviene al poder, al sistema, a los gobiernos, que la
imaginación sea un arma porque entonces nos volvemos rebeldes. La imaginación
despierta las revoluciones, por ejemplo, atrevernos a pensar un mundo mejor y
diferente. Hoy, todo tiende a que la imaginación desaparezca. Las redes
sociales ¿qué hacen? que todos veamos lo mismo, pensemos lo mismo.
Veo que todos quieren decir: yo, yo, yo. Tal vez porque nos
sentimos ahogados en una especie de uniformidad y sentimos el impulso del
individuo a decir: yo existo, creo que soy diferente.
La vertiente que rescato es que el juego de las imposturas
nos hace sonreír, no porque tenemos que ser optimistas, no, para nada esa es mi
creencia, sino que la literatura despliega todo su poder en este tipo de
juegos, se vuelve un arma poderosa. Veamos todas las novelas de anticipación,
George Orwell imaginó el mundo que vendría y que ahora es nuestra realidad,
¿cómo lo pudo imaginar? a través de esta arma que es la imaginación.
¿Un arma no sólo para los niños?
La imaginación no es para divertir, hay que distinguir las
imposturas del mero divertimento. Mostrar que la literatura es un camino para
abrir horizontes cuando en nuestro mundo actual nos quieren cerrar puertas,
ventanas, nos llevan a una especie de embudo en que quieren que seamos una
cosa. Hay que abrir, ventilar la vida.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en FABULOSAS IMPOSTURAS,un ensayo de Fabienne Bradu. [México, 2024]
por: L. C. Bermeo Gamboa, periodista de El País. Bogotá.
La genealogía de escritores excéntricos: Luciano, Petronio, Rabelais, Cervantes, Sterne, Diderot, Gógol y Joyce, entre otros, que hicieron literatura por fuera de las convenciones, obedeciendo a un espíritu de alegría y juego imaginativo que aún se mantiene en nuestros días. Como señaló Sergio Pitol en su momento, estos escritores “raros, como los nombró Darío, o excéntricos, como son ahora conocidos, aparecen en la literatura como una planta resplandeciente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatado y rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversación desganada (…) Son imprescindibles, gracias a ellos, a su valentía de acometer retos difíciles que los escritores normales nunca se atreverían. Son los pocos autores que hacen de la escritura una celebración”. Y no han faltado excéntricos en la literatura hispanoamericana, durante el siglo XX aparecieron Ramón del Valle-Inclán, Virgilio Piñera, Augusto Monterroso, Mario Levrero, César Aira, Margo Glantz, y desde luego Enrique Vila-Matas, quizá el penúltimo escritor español de la familia excéntrica.
Nacido el 31 de marzo de 1948 en Barcelona, Enrique Vila-Matas creció bajo el influjo de la excentricidad. Después de trabajar como redactor de cine y fracasar bellamente con algunos cortometrajes, fue obligado a cumplir el servicio militar en África, donde empezó a escribir su primera novela ‘Mujer en el espejo contemplando el paisaje’ (1973). Al salir del ejército huyó a París, donde consigue vivir en una buhardilla teniendo como casera a Marguerite Duras. Allí, entre 1977 y 1984, escribió su ciclo de novelas de aprendizaje: ‘La asesina ilustrada’, ‘Al sur de los párpados’, ‘Nunca voy al cine’ y finalmente ‘Impostura’. Obras que hicieron conocido su nombre, pero que no destacaban entre las propuestas literarias de la época. Fue en 1985 con ‘Historia abreviada de la literatura portátil’ que Vila-Matas inauguró un estilo único en la literatura española, la historia de la Sociedad Secreta Shandy y los conjurados de la “escritura cuando esta se convierte en la experiencia más divertida y también la más radical”, renovaron la prosa con una frescura y alegría desconocida para los lectores. Aquí ya aparecieron las marcas del estilo excéntrico de Vila-Matas, su obsesión por Laurence Sterne y su novela ‘Tristram Shandy’, su devoción por Robert Walser y su novela ‘Jakob von Gunten’, las conspiraciones librescas y digresiones ensayísticas, la intertextualidad y la teorización literaria como un juego de metaficción, la manía por las citas y falsas atribuciones, así como la parodia y constante burla de las imposturas literarias.
Vendrían más libros en los años 80 y 90, mientras su estilo maduraba. Fue en la primera década del siglo XXI, cuando Enrique Vila-Matas en un alarde de creatividad publicó una serie de obras que se han considerado “La catedral metaliteraria” en lengua española, compuesta por ‘Bartleby y compañía’ (2000) sobre escritores que abandonan la literatura, ‘El mal de Montano’ (2002) sobre los escritores patológicos que desean transformar toda su vida en literatura, y ‘El doctor Pasavento’ (2005) sobre el escritor que desea desaparecer del mundo en su propia obra. En la segunda década, las patologías y obsesiones literarias serían llevadas otros niveles en libros como ‘Dublinesca’ (2010) sobre un editor que busca desentrañar el misterio del escritor genial, ‘Mac y su contratiempo’ (2017) sobre un escritor que se pregunta si existe la originalidad en literatura, y ‘Esta bruma insensata’ (2019) sobre un escritor que viaja en busca de una cita remota y sin la cual no podría empezar su nuevo libro. Solo estoy resumiendo una trayectoria de medio siglo en la que Vila-Matas suma más de 30 libros de novela, cuento, ensayo y diarios.
A sus 74 años, su creatividad se mantiene intacta, como lo prueba ‘Montevideo’, una nueva novela inclasificable cuyo anónimo narrador emprende la búsqueda final por el sentido verdadero de la literatura y, para encontrarlo, decide cruzar el vórtice entre la realidad y la ficción que está materializado en una puerta, la gran metáfora del misterio y encuentro con lo desconocido. La puerta de ‘Montevideo’ tiene el poder de la ubicuidad, ya que está en el cuarto de un antiguo hotel en Montevideo y en un cuento de Julio Cortázar.
“Hacía años que deseaba pisar el territorio de aquel cuento de ficción, ver el armario, la puerta que estaba detrás del armario, la para mí mítica puerta condenada, intentar averiguar qué pasaba cuando uno entraba en un espacio de ficción que existía al mismo tiempo en el mundo real o, dicho de otro modo, en un espacio del mundo real que no sería nada sin un mundo de ficción, y a la inversa, y así hasta el infinito”, comenta poco antes de cruzar el umbral que lo llevará a revisar su propia obra y comprobar su mayor temor ¿es él un escritor de verdad? Pareciera que en el fondo, esta novela es una elaborada autoevaluación a la que decide someterse un escritor consagrado que, pese a ello, prefiere “no tomarse demasiado en serio la literatura”, quizá la actitud literaria más excéntrica, porque es la forma más auténtica de hacer literatura.
En tiempos que tienden a “comprometer” la creación artística con alguna de las urgencias planetarias y reivindicaciones sociales —absolutamente necesarias—, que existan escritores cuya única ambición es hacer literatura, es algo que considero debe agradecerse. No obstante, algunos alegan que los libros de Vila-Matas no sirven para nada, y quizá tienen razón, aunque así estarían comprobando su excentricidad en tiempos de corrección política. Pero me equivoco, Vila-Matas es un escritor comprometido, su gran reivindicación es mantener vigente la tradición de la verdadera literatura, entendida como un arte libre, inútil y alegre, que se mantiene en contra de todas las imposiciones. Porque, como afirma en ‘Perder teorías’, “uno escribe desde la incertidumbre y eso es lo que permite avanzar, lo que divierte y al mismo tiempo le intriga”.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Vila-Matas. Quizás la forma más auténtica de hacer literatura
Una playa de la
Vendée en Francia, un día de julio, a las tres de la tarde. Dos niñas de cuatro
y ocho años con su padre, el escritor Jean-Yves Jouannais, comienzan una
construcción de arena y piedras, sin un plan previo. “¡Vamos a hacer un
castillo!”, dicen alegres. No puede todavía el padre saber que un día iniciará
un libro que narrará ese momento en el que están de acuerdo en llamar
“castillo” a lo que pronto exigirá una barrera de arena que trate de
preservarle de la inevitable destrucción. “Se trata, por tanto,
de la guerra, sin ambages, pero no hablamos en esos términos a los niños”,
escribirá años después Jouannais al comienzo de Las barreras de arena,
el “tratado de castillología” que para Acantilado ha traducido con especial
pericia José Ramón Monreal.
Abordar ese
libro significó ayer para mí una experiencia insólita. Había comenzado a leerlo
de un modo tan despreocupado y a la vez tan feliz por estar y no estar entendiendo
lo que leía cuando me asaltó un pánico repentino a comprenderlo todo de golpe,
con bofetada a la felicidad incluida. Y es que no había vuelta de hoja: se
trataba de la guerra, sin ambages. En aquel libro se investigaba tanto sobre
los orígenes del primer castillo playero como sobre la historia de todas las
guerras de las que tenemos noticia y de las que Jean-Yves Jouannais es un
potente experto.
No hará ni dos
meses que el legendario autor de Artistas sin obra cerró su Enciclopedia de las guerras, el ciclo de
conferencias escenificadas que venía dando mensualmente desde 2008 en el
Pompidou de París. Conferencias que eran “performances”, donde teatralizaba el
proceso de escritura de ese libro inmenso, de esa gran Enciclopedia que ha ido
construyendo desde la Ilíada a la Segunda Guerra Mundial y que, por su propio
carácter ilimitado, siempre supo que evidentemente jamás terminaría.
“Jugamos para perder”, advierte Jouannais
en la Vendée a sus hijas. Pero no les dice que detesta los castillos de arena
porque desde un principio uno sabe que la marea está subiendo y que la
construcción va a ser arrasada, lo que no es agradable.
La marea siempre, con su voluntad
de destruir cualquier corriente de vida, y ya no digamos, claro, con su
convicción de arrasar la historia de la literatura. Sabe Jouannais que
dedicarse a la escritura nunca consistió en la inscripción de una obra personal,
sujeta a la reinscripción de la originalidad, sino a “reactivar” una y otra vez
la historia de la literatura, a repetir lo ya escrito. Porque la historia de
ésta puede verse como una obra colectiva y anónima de la que, al final, solo
quedará lo que se ha escrito en la arena en el nombre de todos. Solo quedará
–deberíamos saberlo– una sucesión de voces que se fueron expresando en sus
respectivas épocas y que, conscientes o no, fueron obsesivamente repitiendo historias,
como si creyeran en la inmortalidad cuando en realidad no hicieron más que ritualizar
el destino ineludible del ser humano.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Se trata, por tanto, de la guerra (Café Perec 18 febrero 2024)
ARIANE SINGER: Hay múltiples referencias en tu obra a autores canónicos. ¿Hay que verlo como una marca de humildad, como el deseo de situarse en la estela de esos autores, o como una forma de ocultarse? V-M: Es las tres cosas a la vez. Lo de las referencias literarias comenzó con Historia abreviada de la literatura portátil (1985). Comenzó como un juego. Frases que habían escrito célebres artistas las adjudiqué a otros también célebres autores. Por poner un ejemplo, Salvador Dalí decía cosas que había escrito Henry Miller. Y así todo. Últimamente, la tendencia a “dialogar con los difuntos” la sigo practicando, pero ahora mi trabajo con las citas tiene un tono hasta edificante. Rescato ideas, nombres, frases, libros que la actual velocidad de las cosas está logrando que se olviden. Quién iba a decírmelo. Restauro modestamente la memoria de los grandes autores que tuve el placer de leer y al que muchas personas ya no tienen acceso… Pero todo esto también podemos entenderlo, enfocarlo en el sentido que Borges le dio a la literatura como un trabajo colectivo y anónimo. Al final, solo habrá lo que se ha escrito en nombre de todos o, si se prefiere, con el nombre de todos. Así que soy consciente de ser parte de un patrimonio universal que transmito a los demás. Me resigno pues a jouer (a interpretar) ese rol de passant (pasante).
De una entrevista en Le Monde ————agosto 2025
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Primera noticia sobre ‘Canon de cámara oscura’, en Seix Barral el 2 de abril 2025
Olga Tokarczuk también incorpora en su última ficción TIERRA
DE EMPUSAS una mirada histórica y literaria hacia el paisaje, que actúa mucho
más que como un simple decorado. Fue en el Romanticismo literario que el
paisaje se empezó a concebir como un símbolo que permitía comunicar el mundo
interior y las emociones de los personajes: entenderlo era una manera de
comprender la piscología de las personas. No en vano, el movimiento artístico
que precedió el Romanticismo se autodenominó Sturm und Drang, que significa literalmente «Tormenta e
Ímpetu». Escribe Tokarczuk: “Siente […] que podría meter el dedo en ese paisaje
monumental y hacer en él un agujero que condujera directamente a la nada. Y que
esa nada se desbordaría desde allí como un río y finalmente lo alcanzaría
también a él, lo agarraría del cuello”
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en El paisaje como personaje. Tierra de empusas, de Olga Tokarczuk
Por fin algo
nuevo que decir acerca de la sonrisa de la Mona Lisa. Emmanuel Macron ha
anunciado que el cuadro tendrá sala propia en el Louvre y habrá que pagar aparte
para verlo.
La última vez
que leí algo nuevo sobre esa sonrisa fue en Retrato
del artista como mala persona, un ensayo en el que Cynthia Ozick comentaba la recién acuñada
teoría de que la Gioconda era un autorretrato –Leonardo sin barba– y que su
sonrisa no era sino el gesto burlón de un embustero, la broma de un travestido
que engañó a todos como niños durante cinco siglos.
Muy bien, decía
Ozick, supongamos que hemos desenmascarado un chiste de Da Vinci, ¿tendríamos
que reprocharle habernos engañado? Por supuesto que no, puesto que en la propia
naturaleza de la obra de arte conviven la invención y el fraude. Ahora bien,
esa doble vuelta de tuerca en el engaño, ¿no crea la pregunta de si necesita el
artista obrar como una mala persona para ser completo?
Con la
pregunta, el ensayo de Ozick se mueve, se desvía levemente de la ruta e inicia
su zigzagueo, deja atrás a la Gioconda para iniciar una exploración de la
cuestión del compromiso estético opuesto al compromiso moral. Al llegar a este
punto, siempre me siento en otra ruta. Es algo que propicia Ozick, para quien la
técnica de los cambios de rasante y el serpenteo son algo habitual en sus
singulares ensayos. En realidad, no tan singulares, pues si en todos ellos
nunca se ocupa de un único asunto es porque reivindica la recuperación de la
libertad de los ensayos genuinos. Y al decir “genuinos” pienso en aquellos que antaño
llevaban al lector a viajar y extraviarse por los más diversos laberintos
mentales para, al llegar al final, descubrir que el hallazgo del ensayo no estaba
en la conclusión, en el desenlace, sino en la riqueza del recorrido.
Este abril Ozick
–neoyorquina, nacida en 1928, hija de padres rusos que trabajaban en el Bronx– cumplirá
97 años, y es probable que sea la mejor escritora estadounidense viva. No hay año
en el que no vuelva yo a su Retrato del artista como mala persona, incluido
en Metáfora y memoria. Con el tiempo, las sensaciones en la lectura han
ido variando, pero lo que nunca falla es que siempre me río en el tramo en el
que habla de lo “último nuevo” sobre la Gioconda. Después, me angustio cuando
dice que los autores de novelas, al ejercer su oficio, descansan sobre “una
traicionera red de invenciones que les ayudan a la distorsión”. En este punto
siempre temo hundirme moralmente, pero remonto en cuanto la ensayista afirma
que quienes logran evadirse de las malas personas son ese puñado de escritores,
la mayoría inocentes, que se devoran vivos a sí mismos, como Kafka, o Bruno
Schulz (sobre éste escribió una novela extraordinaria, El mesías de
Estocolmo).
Como todo ahora
me empuja a unirme a los inocentes, marcho veloz por una vía estrecha y
tortuosa que lleva a una mezcla de bosque, jungla y fondo submarino, donde encuentro
a una Cynthia Ozick agazapada, oculta. ¿Qué haces aquí? Sonríe. Como la
Gioconda.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en AL VOLVER A CYNTHIA OZICK
«Yo prefiero pensar el realismo mágico desde el realismo maravilloso de Alejo Carpentier. De Carpentier a García Márquez más que de García Márquez a Isabel Allende porque ahí es donde me parece que hay un tramo valioso de la literatura latinoamericana. Pero si es más allá de lo argentino, Juan Carlos Onetti y más cercanamente Mario Levrero y, cruzando el charco, Enrique Vila Matas porque hace algo no solemne. Generalmente la literatura sobre la literatura es solemne y se llena de mayúsculas pero no en él, que hace de la literatura una máquina de imaginación. Hay una conexión entre Vila Matas y Luis Sagasti que me interesa muchísimo y hay un escritor que admiro mucho que es Héctor Libertella; él arma en su momento, en los años del boom, una especie de canon alternativo respecto a lo que era en ese momento el centro de la escena, empezando por lo que escribía el propio Libertella, más Severo Sarduy, Enrique Lihn, Reinaldo Arenas, una zona alternativa en la que suele entrar también Damián Tabarovski. Esa es una tradición que arma otra literatura latinoamericana.
huellas V-M francesas —————————— Anne Serre / Jean-Yves Jouannais
Cuando a finales de noviembre de 2015, Anne Serre se instala en el tren
París-Montauban, responde a la invitación de un festival literario.
Hasta entonces, nada sorprendente ya que Anne Serre es una escritora.
Para el largo viaje lleva consigo un libro de Enrique Vila-Matas, que
lee con fervor. De repente, el autor español está allí, sentado a su
lado: ¿feliz coincidencia o fruto de su imaginación? Anne Serre entabla
con él una conversación que parece que comenzó hace mucho tiempo… Más
tarde, serán vecinos de habitación en el mismo hotel. Y este colega,
maestro en juegos de escritura y efectos espejo, se insertará gradual y
misteriosamente en el texto, se convertirá en el narrador, incluso en el
detective. Ilusiones que nos acercan a Kafka o Thomas Bernhard Walser o
incluso Ana Magnani.
Cuando a finales de noviembre de 2015, Anne Serre se instala en el tren París-Montauban, responde a la invitación de un festival literario. Hasta entonces, nada sorprendente ya que Anne Serre es una escritora. Para el largo viaje lleva consigo un libro de Enrique Vila-Matas, que lee con fervor. De repente, el autor español está allí, sentado a su lado: ¿feliz coincidencia o fruto de su imaginación? Anne Serre entabla con él una conversación que parece que comenzó hace mucho tiempo… Más tarde, serán vecinos de habitación en el mismo hotel. Y este colega, maestro en juegos de escritura y efectos espejo, se insertará gradual y misteriosamente en el texto, se convertirá en el narrador, incluso en el detective. Ilusiones que nos acercan a Kafka o Thomas Bernhard Walser o incluso Ana Magnani.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Voyage avec Vila-Matas. [Un livre de Anne Serre]
Desde Mesopotamia hasta la Segunda Guerra Mundial , imágenes de ruinas, exaltación de ruinas o anulación de ruinas nos abruman en un viaje en cierto modo doloroso pero esclarecedor del alma humana. A través de la observación de lo que queda tras una acción militar, Jouannais nos presenta un retrato inédito y aterrador de la guerra . La originalidad del planteamiento del tema se ve acentuada por la introducción donde el autor revela, en la introducción de la obra el juego literario y de amistad con Enrique Vila-Matas , uno de los autores españoles contemporáneos de mayor éxito.
Son veintidós retratos que se suceden en un ruido ensordecedor de lanzas, escudos, alabardas, catapultas, balas, bombas, minas y toda la parafernalia que el ser humano, a lo largo de los siglos, ha sabido inventar para destruirse y destruirse. Imaginan ciudades infinitamente hermosas como Cartago que ya no existen; vemos masas infelices de habitantes reducidos a esclavos, expulsados de sus lugares, maltratados, exterminados. Entendemos la historia de ciudades como Dresde y Varsovia que, después de los bombardeos de 1945, fueron pacientemente reconstruidas gracias a las pinturas del pintor veneciano Bernardo Bellotto que, en la segunda mitad del siglo XVIII, las pintó con minuciosa precisión. En China, en el año 341 a.C., asistimos con asombro al desmantelamiento de toda la ciudad de Luoyping por sus habitantes para no cederla al enemigo que la asediaba desde hacía algún tiempo. Nos encontramos con personajes como el escritor sueco Stig Dagermann que, tras ver las ruinas de Hamburgo, se quita la vida. Y podríamos continuar contando los hechos más improbables pero todos absolutamente ciertos, como se desprende de las notas al final del libro.
El volumen combina un fuego artificial de erudición con una profunda reflexión filosófica . Fascina e intimida al mismo tiempo. La palabra ruina suele evocar recuerdos del pasado y en cambio, quizás precisamente porque hemos tenido que acostumbrarnos a la visión cotidiana de la guerra y los escombros, este sorprendente libro, explorando la historia, nos transporta a un mundo, lamentablemente, absolutamente contemporáneo.
El uso de las ruinas de Jean-Yves Jouannais, traducción italiana de Riccardo Rinaldi, pp. 112, Johan & Levi Editore, 2024, Milán, 16 €
Vila-Matas obre otra obra de Jouannais_ ARTISTAS SIN OBRAS:
De muy pocos libros—tal vez sólo de Artistas sin obra—puedo decir lo que ahora digo: que estoy convencido de que estaba destinado felizmente a encontrármelo, a leerlo, a verme inspirado decisivamente por él, y que esa influencia no fue nunca creada para el tiempo leve de un eclipse, sino para el resto de mis días».
De muy pocos libros—tal vez sólo de Artistas sin obra—puedo decir lo que ahora digo: que estoy seguro de que estaba destinado felizmente a encontrármelo, a leerlo, a verme inspirado decisivamente por él, y que esa influencia no fue nunca creada para el tiempo leve de un eclipse, sino para el resto de mis días». Enrique Vila-Matas
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en L´usage des ruines, de J-Y Jouannais, traducido en Italia por Riccardo Rinaldi
Pero la gente
cambia, ¿no? Ahora somos una cosa y luego otra. Incluso al que comenta que está
cambiando el mundo, la hora en su reloj también le cambia, porque un reloj
nunca es retrógrado. Las ciencias cambian que es una barbaridad, decía don
Hilarión, y sin embargo muchos siguen creyendo en el concepto de escritor
compacto, sin fisuras. Es como si no hubiera comenzado a difuminarse ese
concepto de escritor de una sola pieza que desmitificó Pessoa al fraccionarse
en una serie de personajes heterónimos. Qué estrategia, por cierto, tan hábil la suya: intérprete puntual
de la crisis del sujeto moderno y de sus certezas, trasladó a su obra una
otredad múltiple que atribuyó a su desorientación existencial.
Con todo, el primer heterónimo de la literatura moderna lo creó Valery
Larbaud, que se anticipó seis años al primero de Pessoa. Es más, el poeta de
Lisboa, a través de su amigo Sa Carneiro, que vivía en París, pudo tener
noticia de Barnabooth, el heterónimo de Larbaud, y haber esto influido en la
creación de sus heterónimos. Barnabooth pertenecía a esa especie de literatos
para quienes las cosas que contribuyen a la civilización tienen que tener en
parte contacto con “el placer, juego, gratuidad y divertimento del espíritu”
Sobre el mundo de los espejos y los
heterónimos encontré ayer una –involuntaria, supongo– ajustada aportación literaria
de George Didi-Huberman al tema. Se encuentra en su libro Aperçues
(traducido como Vislumbres), donde cuenta haber conocido la muy vívida
sensación de que cada espejo le reflejaba de una manera distinta. En cada nuevo
cuarto de baño, de un hotel a otro, él no era el mismo: “Era como si la menor
diferencia de encuadre, de azogue, de luz incidental, etc, hicieran irrumpir,
desde mi propio cuerpo desdoblado en el espejo, una visibilidadnueva,
no menos verdadera, no menos falsa, que todas las demás”.
Creo que hoy todos
los caminos, como los espejos de Didi-Huberman, llevan al genial Smoke,
el film de Paul Auster. Recuérdese: el estanquero hace una foto cada mañana a
la misma hora desde el mismo ángulo, y aun así las fotos nunca son idénticas. Esa
visibilidadnueva está creando un espectador, un lector, cada vez
más habituado a la atmósfera general de ambigüedad. Por ella nos movemos todos
y algunos, como es mi caso, preguntándonos si no deberíamos volver a mirarlo
todo de nuevo otra vez. No se trataría ya tanto de fracasar, sino de volver a
mirar, de mirar una y otra vez, hasta que se agoten las versiones –plurales,
complejas, infinitas– del mundo. O de un cuadro. Pensemos en Cézanne. Las
visiones distintas de Auster de un mismo lugar ya estaban en Cézanne cuando,
conocedor de cómo puede cambiar todo de una mirada a otra, pintó ochenta veces
la montaña de Sainte-Victoire. En su formidable PaulCézanne,
sonrisas flotando de inteligencia aguda (Abada), incluye Josep M. Rovira todo tipo de intuitivas y cambiantes miradas sobre el pintor
de Aix-en-Provence, un hombre convencido de que la finalidad del arte es la
elevación del pensamiento.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Píntala otra vez. [Café Perec]
Alguien me pregunta por el fin del “año Kafka”. Es verdad,
no había caído, ¿pero puede existir un fin de ese año? Si Messi era Maradona
todos los días, Kafka viene siendo Kafka todos los años. La pregunta me ha dejado
más perplejo que si me hubieran preguntado por la vida de las hormigas en
domingo. No sé qué decir, consciente de que cuanto más se dice es no diciendo
nada. Al final, no puedo contenerme y hablo del Ruido con mayúscula, que no
sólo era una pesadilla para Kafka, lo fue también para muchos este fin de año.
Y si no me extiendo más sobre el Ruido que me amargó la noche es porque
no encuentro un adjetivo –atronador, satánico, ensordecedor, maléfico, brutal–
que permita calificar con precisión la gresca soportada.
Del
daño a los oídos y del esperpento de tanto grito, tanta gamba y cigala y tanto
ruido de fin de año me consuelo –porque a veces la lectura consuela– al ver que
ha habido obviamente multitud de molestias de fin de año mucho peores. La que
cuenta, por ejemplo, André Gide en su diario del 31 de diciembre de 1924 cuando
despierta de una anestesia con éter y cloroformo después de una inyección de
escopolamina y morfina para poco más tarde sentir “cómo el Diablo ha vuelto a
tomar posesión de mi cuerpo y, aunque no creo demasiado en él, lo nombro porque
es la forma más cómoda de expresarse de forma decorosa”
Lo
mismo podríamos decir del ruido con mayúscula, que es el modo más decoroso de
nombrar al sórdido ruido y ruido de las Redes en su versión más repugnante. Y
lo mismo podría decirse de ese cansino mantra de “Las Redes dicen…” que tragamos
a todas horas, como si éstas sentaran cátedra.
En
el fondo, el ruido o trompeta nacional ha sido el invitado más coherente para
este fin del año Kafka. Es el mismo ruido que vi aparecer por primera vez en
las páginas de su diario de febrero de 1915. Ahí se comenta con precisión su
lucha por sentirse arropado por el silencio más absoluto y así poder concentrarse
y escribir. Es un ruido que a Kafka le desbarata cualquier perspectiva de escritura
ya en el mismo primer día de haber tomado una habitación en una casa de la
Bilekgasse: “Primera noche. El vecino se pasa horas y horas charlando con mi patrona.
Ambos hablan en voz baja, mi patrona de forma casi inaudible, lo que todavía es
peor. Interrumpido quién sabe por cuanto tiempo. ¿Me aguarda esa misma
calamidad, ridícula, absolutamente letal, en toda patrona que me alquile una
pieza para escribir?”
Para
que después digan que en Kafka no hay humor. Que se lamente de lo inaudible que
es su patrona al hablar con Ruido minúsculo, es un indicio de su risa a prueba
de bomba y también de su afán de saber. Recuerdo que en Descripción de una
lucha hay una voz que, entre exclamaciones, pide que le cuenten todo, pero
Todo, del principio al fin, dice, porque menos no piensa escuchar.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Porque a veces la lectura consuela. —– Café Perec.
Bien sabemos que el español Enrique Vila-Matas es uno de los
escritores mayores en castellano en la actualidad. Es del mismo modo una
especie de faro para muchos autores que pretenden hacer una obra dentro de las
coordenadas de la propia literatura, llámesele metaliteratura. Tampoco nos
referimos a que su literatura obedezca a una propuesta fría. Nada más lejos de
la realidad. Enrique Vila-Matas es un autor que derrocha humor y mucha ironía.
Cuando me adentro en las páginas de cualquiera de sus
libros, tengo la sensación de estar leyendo ensayos y artículos disfrazados de
novelas y cuentos. Sabemos, de sobra, que su poética radica en una suerte de
disidencia de lo literariamente establecido, encontrando más de un puente
comunicante entre géneros literarios (por ejemplo, ¿qué es exactamente su
libro París no se acaba nunca?). A lo largo de su obra, el autor
nos dice que no intentemos dividirlo en categorías, es decir: él es el mismo ya
sea en ficción como en el ensayo. Y más de uno se lo agradece, porque consigue
proyectar en el lector la confianza de que vale la pena ser uno mismo, a riesgo
de fracasar en la empresa. O sea, y así se pinte de exageración, su magisterio
tendrá el mismo sendero de Jorge Luis Borges. A Vila-Matas, sencillamente, no
lo podrás imitar. Sin embargo, de él sí podrás aprender a pergeñar una tradición
literaria personal.
Esta es la impresión que me dejó la relectura de Una
vida absolutamente maravillosa (Debolsillo), publicación en la que se
reúne una excelente selección de sus ensayos. Nos enfrentamos a la radiografía
de una poética férrea que apostó desde el inicio a forjarse una perspectiva
distinta de la de sus compañeros de generación. No por nada, André Jaume, que
estuvo al cuidado de la edición, señala que estos ensayos vendrían a ser el
testimonio de sus comienzos hasta su consagración. Leer estos ensayos es como
ingresar a la máquina del tiempo o hurgar en sus motivaciones creativas, que no
solo se ciñen a la literatura, sino también al cine, la pintura y el teatro. Y,
de paso, encontramos entre líneas algo que se ha dicho muy poco de él: una
postura política de izquierda, detalle que tiraría por los suelos cuando se le
asocia solamente como un autor metaliterario, ajeno y distante de lo que
llamamos vida o experiencia.
Si un escritor es hijo de sus lecturas, Vila-Matas es un
ejemplo mayor. Por ejemplo, en la sección “Para acabar con los números
redondos”, Vila-Matas nos ofrece un catálogo de autores no solo inscritos en la
tradición francesa, a la que siempre se le ha querido vincular. Nombres como
Celan, Gómez de la Serna, Benjamin, Bioy Casares, Monterroso, Pitol, Highsmith,
Sterne y muchísimos más son parte de su canon, y no únicamente por sus virtudes
literarias, porque en más de una semblanza deja plasmada también una deuda
vital con ellos, la cual ha puesto en práctica en su propia vida.
De hecho, ya no tendremos que hacer arqueología virtual para
dar con sus ensayos, esta publicación nos ahorra el trabajo. Ahora nuestra
tarea consiste en sentarnos y leer despreocupadamente, tal y como tenemos que
acercarnos a los grandes libros. Sin apuro, no solo hay que saborear la prosa,
sino ver lo que alimenta su pensamiento.
Una vida absolutamente maravillosa (título
tomado de una declaración del pintor francés Marcel Duchamp) es uno de sus
libros capitales. Esta es una autobiografía basada en la experiencia de la
lectura. La que vale, la que queda.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Gabriel Ruiz Ortega(La República, Perú): «Una vida absolutamente maravillosa» (título tomado de Duchamp) es quizás uno de los libros capitales de Vila-Matas
Il fatto che
possa esistere, secondo Julio Cortázar, un punto esatto in cui la realtà
misteriosamente si sfalda e «il fantastico irrompe nella narrazione»,
e che quel punto coincida con una porta cieca dentro una stanza d’hotel nel
cuore di Montevideo, in Uruguay, sarebbe sufficiente per trasformare quella
stanza nel luogo di un pellegrinaggio per chiunque abbia a cuore la realtà e la
letteratura. Se poi quella porta della camera 205 dell’Hotel Cervantes di
Montevideo non si trova, o resiste a farsi trovare, allora lì non può che
iniziare una storia di Enrique Vila-Matas. E infatti si intitola Montevideo,
il romanzo con cui l’autore di Ilmal di Montano e Dottor
Pasavento, è stato nominato tra i libri dell’anno per El Pais, La
Vanguardia e El Cultural nel 2022 e che ora Elena Liverani traduce con elegante
sintonia per Feltrinelli.
La stanza che
Cortázar mise al centro del suo La porta condannata è uno dei magneti
intorno a cui vorticano le spirali di questo libro con cui Vila-Matas torna
dopo anni con una forza – e una vitalità – contagiose per chiunque metta gli
occhi tra le pagine. C’è uno scrittore che non scrive, che sta a Parigi, e in
qualche modo non ne può più della celebre frase – «I would prefer not
to» – pronunciata dallo scrivano Bartleby di Herman Melville e che avrebbe
stregato scrittori a frotte nel consegnarsi al nulla, al non scrivere. Che
ovviamente era il nucleo tematico del libro che fece conoscere a tutti
Vila-Matas stesso, con Bartleby e compagnia nel 2000. Vila-Matas
continua a tirare i fili di un’opera iniziata negli anni 70 e che ancora non
finisce. Si complica, si potrebbe anche dire, se non fosse che la ragnatela è
sempre più nitida, il tratto è netto e non per questo meno misterioso. È un nastro
di Moebius.
Cito il nastro di
Moebius per una ragione. Il narratore conferenziere di Montevideo, che
per via della sua attrazione per Cortázar, accetta un invito a parlare nella
capitale dell’Uruguay, è soltanto una delle variabili dei protagonisti
dell’opera di questo autore spagnolo che è tra i nostri maggiori autori
viventi. Vila-Matas in fondo manda in avanscoperta sulla pagina ogni volta dei
funamboli che si incamminano su un nastro in cui non si può non precipitare. Ma
non precipitano mai. È questo, mi pare, il nodo del lavoro di Enrique
Vila-Matas. Come mai ci si può incamminare come un fatto automatico, e dunque
per puro realismo, e poi di colpo ci si può trovare capovolti, rovesciati? Cosa
succede? Qual è il punto in cui la realtà per come la conosciamo non esiste
più? Se è la porta di una stanza d’hotel, dice il Cuadrelli alter ego dell’autore,
tocca andare a cercarla. E se non la si troverà, beh, semplicemente il nastro
si è rovesciato di nuovo.
In questo
«tentativo di biografia dello stile», come lo definisce chi racconta
la storia, c’è uno struggente e divertito amore per i conti che non tornano. E
solo la letteratura, dice Vila-Matas insieme a Cervantes, Laurence Sterne,
Borges, etc, ha il coraggio di dire che anche quella è la realtà. Negli ultimi
anni della sua vita, Antonio Tabucchi diceva ripetutamente che, per quanto
poche, la vita concede sempre altre opzioni. Perché esiste il racconto di
quella vita, in fondo. Per questo Enrique Vila-Matas mette proprio l’autore di Sostiene
Pereira in apertura del suo romanzo. Tabucchi è in qualche modo il
guardiano di quella porta che non si trova, con quel suo «indagare la
realtà per poi arrivare a una realtà parallela, più profonda», che a volte
accompagna quella visibile. Non sarebbe un buon titolo per un libro, La
creazione spensierata?, si chiede il narratore. «Oggi Tabucchi è morto
– si risponde – e non posso fargli né questa domanda né molte altre».
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Una stanza a Montevideo / Nota de Andrea Bajani. Oggi (21 DIC 2024) a La STAMPA.
Ha pasado un año más: los robots humanoides están llegando, mi taxi no tiene conductor (ni siquiera una metáfora), y ChatGPT me dice: «Hay esperanza incluso en los tiempos más desesperados». En nuestra realidad irreal, me inspira un género de absurdismo compasivo: Roberto Bolaño, Jorge Luis Borges, Italo Calvino, Leonora Carrington, Toni Morrison, Thomas Pynchon. Y Enrique Vila-Matas, cuya brillante insistencia en los ensayos narrativos (La Buenaventura) apareció este verano en Hanuman Editions. Comenzando con la pintura de Julio Romero de Torres, el libro de Vila-Matas se embarca en una defensa de la «insistencia» en el Arte y en cómo los autores se hacen eco de sí mismos y de los demás en sus obras y cómo estas repeticiones en espiral crean un mundo imaginario más veraz que las obras basadas en hechos reales. El editor de ediciones Hanuman, también es un practicante experto en «insistencias»: ha reinventado el legado de los libros de Hanuman, una serie de culto de libros de capítulos producidos entre 1986 y 1993.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en ‘La Buenaventura (Insistence as a Fine Art) entre los libros del año para THE PARIS REVIEW.
Si hay una manera de apuntalar cualquier lengua es a través de la novela. Xita Rubert empezó a escribir cuando era pequeña: “Eran historias larguísimas, que llevaba a mis amigas para representarlas en el patio. Eso generaba conflicto y me quedé sin amigas durante un tiempo”, explicó la joven novelista el miércoles en la Central de la calle Mallorca.
Vila-Matas y Xita Rubert
Ahora, su nuevo libro, Los hechos de Key Biscayne (Anagrama), se ha llevado el premio Herralde y la joven escritora ha hecho nuevos amigos, como Enrique Vila-Matas , que se encargó de presentar el libro y no ahorró en piropos para la prosa de Xita: “Hay muchos objetos en esta novela, como la cámara de fotos. Ampliar las fotos implica ver cosas nuevas y eso es lo que hace Rubert como narradora”, señaló.
Los hechos de Key Biscayne cuenta la historia de una niña que se traslada con su padre a Florida. Rubert vivió allí un tiempo, pero el grueso de la novela lo ha escrito en el norte de los Estados Unidos: “No he vuelto a Florida y no quiero volver”, aseguró para dejar intrigados de antemano a los futuros lectores de su obra.
Leonor Mayor Ortega
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en XITA RUBERT en conversacion con Enrique Vila-Matas (La Vanguardia)
De reojo, los intelectuales europeos, rebosantes de alta cultura, miran a la cultura de masas estadounidense desde un trono de polvo mientras, al otro lado, los fuegos artificiales celebran, siempre, algo indigno e inferior. Pero la distinción entre alta y baja cultura esconde una gran ignorancia y, a menudo, el complejo de saberse debajo y no encima.
Cuando murió Paul Auster —el escritor estadounidense a quien, pese a todos los obituarios, cierto esnobismo no consideraba un autor de alta literatura— el novelista Álvaro Enrigue compartió este recuerdo, que es una lección: “Durante un besamanos literario cuajado de estrellas en la terraza de un hotel, llega Auster, otea con candor los plumajes de la pavo realeza y opta por sentarse en el suelo a conversar, absolutamente serio y formal, con mi hija de ocho años”.
Esta figura del adulto que habla en serio con el niño me recordó una carta que escribió Clarice Lispector —la escritora brasileña— a una niña: “A la bella princesa Andréa de Azulay: tienes que saber que ya eres una escritora. Pero no pongas ninguna atención en ello, haz como si no lo fueras[…]. Rodéate de protección divina y humana, ten siempre un padre y una madre, escribe lo que quieras sin preocuparte de nadie más. ¿Entiendes? Un beso en tus manos de princesa”.
La capacidad de comunicarse directamente con seres distintos a uno, o cuya atención es débil y difícil de captar: eso hace el verdadero artista, en cualquier disciplina. Es la destreza para entretener, más que para amaestrar. Quienes intentan educarnos son útiles a veces, pero quienes nos entretienen son bienvenidos siempre, a cualquier edad. Las personas que desdeñan esta habilidad suelen ser las que tampoco saben hablar con los niños o cuidar de los ancianos.
Paul Auster es el maestro de quienes entendemos que un libro —o cualquier obra— tiene también que seducir y distraer, y que las mayores enseñanzas —como los mejores recuerdos— surgen de la diversión, no siempre de la extrema dificultad. La capacidad de entretener no es una virtud inferior, sino un don divino: sorprender, sacudir de los ridículos tronos de polvo en los que, a cada momento, los adultos nos instalamos.
Etiquetas
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en El don del entretenimiento.
Nací, y ya era del Barça. Primero,
estaba el club. Después, nos bautizaban. Pero esto último no servía de nada, porque
pronto uno advertía que ser del Barça significaba vivir en pecado original. Lo
confirmé el día en que, siendo muy niño, mi padre, en lugar de llevarme a
conocer el hielo, me llevó al estadio Bernabéu, a un Real Madrid–Barcelona, y me
avisó de que, en el caso de que se produjera, ni se me ocurriera celebrar un
gol del Barça. Para que le comprendiera mejor, me señaló con la mirada el palco
desde el que el Generalísimo presidía el partido. Comprendí enseguida, nunca he
comprendido algo con tanta rapidez.
Un año después, se inauguraba el
Camp Nou. Hubo sardanas desangeladas. Globos de colores que subían al cielo. Y
una Santa Misa en el centro del terreno del juego.
Tardaría años en saber que para que pudieran
comenzarse las obras, se había procedido, años antes, el desalojo forzoso de
chabolas de emigrantes y de terrenos que ocupaban sus arrendatarios legales.
Aquel día, mi padre, desde los asientos del Gol Norte, me señaló con la mirada al
palco, donde estaban algunos parientes: Francisco Miro-Sans, entre ellos, el
impulsor principal de la construcción del estadio y presidente del club. Y
Francisco Mitjans, el arquitecto del estadio. No mucho más recuerda mi memoria
de niño, solo que, días después, en la primera jornada de Liga, se presentó en
el Camp Nou el Generalísimo para presidir el partido, y me pareció entender
––también esto lo comprendí bien rápido– que los palcos que iba viendo podían
ser en realidad siempre el mismo tenebroso palco.
La leyenda de Kubala, el futbolista que llegó
del Telón de Acero, dice que los vecinos de la calle Ludovigeum, de Budapest,
le conocían como “el chico de la pelota”, porque ésta parecía no querer
separarse nunca de sus pies. ¿Fue un precedente húngaro de Messi? Tendría su
lógica que lo fuera teniendo en cuenta que de Kubala se dice que, aparte de
darle en los años cincuenta dimensiones circenses al fútbol, convirtió en pequeño
el campo de Les Corts y hubo que construir el Camp Nou. ¿Y de Messi no se dice
que convirtió en tan pequeño ese estadio que sobre sus ruinas se está
construyendo ahora el Nou Camp Nou?
A Kubala le contrató otro mito
del club, Samitier, que fue gran jugador y luego gran secretario técnico y buen
amigo de mi padre, lo que no significa que a mi padre le gustara el fútbol, todo
lo contrario: lo detestaba. Encontraba ridículo que 22 personas corrieran
detrás de un balón de cuero para meter un gol, pero fue presidente por mucho
tiempo de la Gran Peña barcelonista de la plaza de Cataluña. Salvando las insalvables
distancias, le pasó lo que le ocurriera al poeta Baudelaire, que detestaba el
invento de la fotografía, pero fue el escritor más fotografiado de su tiempo.
Samitier, Kubala, Rexach, Cruyff,
Koeman, Iniesta, Messi, y ahora parece que Lamine Yamal. Ya solo con esta
letanía gloriosa bastaría para saber qué clase de genialidad ha atravesado los
125 años de historia de este club. Una cifra que, por mi aversión a los “números
redondos”, tendría que repelerme, y, de hecho, ese 125 me repele, lo que no
impide que trate aquí de resumir esos años. Si algo me anima especialmente a
esa síntesis imposible es la camiseta del Barça con el número 99 con la que en
tierra sagrada –en el Palau Blaugrana– me obsequiara recientemente Edu Castro, el
que fuera hasta hace poco brillante entrenador del Barça de hockey, hombre alérgico
también a cualquier número redondo que se le ponga por delante.
De Johan Cruyff quizás baste con
decir que fue más que un genio: estaba tan seguro de sí mismo que tomaba
normalmente decisiones insensatas que le llevaban al éxito. Cambió el club
elevando su moral. Le recuerdo llegando de Ámsterdam –quizás el día más
decisivo de la historia del club– y preguntarse por qué tenía que vivir el
socio del Barça tan cargado de complejos con respecto al Real Madrid. Era
exactamente la misma pregunta que, años antes, ya había hecho Helenio Herrera al
inicio de Yo, el libro de memorias que le escribiera Martin Girard, es
decir, Gonzalo Suarez (Planeta, 1962)
Lo más probable es que las tres desacomplejadas
temporadas triunfales con Messi y Guardiola como entrenador –discípulo directo de
Cruyff– sean insuperables y, en cualquier caso, sean la cumbre de esos 125 años
que los que somos enemigos de los números redondos, pero partidarios del 99 y
de la felicidad, también queremos celebrar. Aunque hayamos roto el carnet tras
la insufrible y desnortada temporada pasada. Ya no soy socio, pero, si marca el
Barça en Liverpool, noto que sigo siéndolo.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en TRAS ROMPER EL CARNET DEL BARÇA.
Sònia Hernández y sus cuentos de la Inmovilidad que son prodigiosos y radicales (sin concesiones) procesos mentales
Dicen que
incluso un péndulo parado lleva la razón dos veces al día.
Pero a mí me gustaría saber de dónde viene mi atracción por los relojes
parados, por los péndulos detenidos. Es más, me pregunto de dónde vendrá mi atracción
por esos momentos de inmovilidad que presagian que va a
“suceder algo”. Puede que solo lo haya imaginado: en Los pájaros, de Alfred Hitchcock, un
estremecedor instante de silencio precede a la explosión de la gasolinera.
Quietud,
estatismo, calma, reposo, inmovilidad, inacción, pueden a veces
alarmarnos, porque sabemos que de un momento al otro va a “suceder algo”. ¿Y es
bueno que pase algo? Una pregunta lleva a otra. ¿Y es bueno si lo que pasa es,
por ejemplo, que nacemos? De esto sabía mucho Laurence Sterne. En La vida y
las opiniones del caballero
Tristram
Shandy hay un buen
número de momentos inmóviles o, mejor dicho, de acciones infinitesimales, que
demoran tanto la acción que Tristram no nace hasta el tomo tercero de la
novela. Para entonces, ya hemos presenciado cómo, a lo largo de muchas páginas,
el doctor Slope, con sus acciones también infinitesimales, se ha ido esforzando
por deshacer los apretados y excesivos nudos de la bolsa en la que transporta los
instrumentos quirúrgicos destinados a traer al mundo a Tristram.
¿Fue el hiperactivo doctor Slope
un especialista en retrasar nacimientos en el condado de Yorkshire? O tal vez
fue especialista en crear cápsulas mínimas de parálisis ante la vida, las
mismas en las que parecen vivir las figuras femeninas de Ejercicios
de inmovilidad, de Sònia Hernández (Acantilado, 2024). Entre los
prodigiosos y radicales procesos mentales narrados en este libro, hay uno, el del
cuento La fiesta, donde una mujer sabe que, en su terraza, durante el
tiempo que ella y una arrogante gaviota permanezcan inmóviles, nada pasará. Puede
que ya haya empezado, cerca de su casa, la fiesta anunciada, pero mientras la
gaviota que ha visitado la terraza y ella permanezcan en posición tan inmóvil,
no habrá fiesta aunque la haya, porque “si ella consigue pensar en otra cosa,
la fiesta no existe”
Ahora,
sentado en Barcelona en la terraza del que fuera bar Doria y hoy es bar Jamaica,
en lo alto de la Rambla de Cataluña, no veo nada fortuito que esté pensando en ese
cuento La fiesta, justo en la misma terraza en la que, hará muchos años,
vi con sorpresa que dos poetas de mi generación, los dos enfundados en largos y envidiables abrigos de
rojo escarlata, con aires de pensadores salvajes, o de detectives pensativos, se
disponían a romper su impresionante inmovilidad para bajar conversando hasta el
puerto, imaginé que hablando de la vida y la conciencia, del espacio y del
tiempo.
Que gran momento de inmovilidad
aquel tan inmediato a la ruptura de la calma y comienzo del descenso, cuando todo
aún era posible, hasta la Revolución, que, como el péndulo, lleva la razón dos
veces al día.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en Lo inmóvil en la rueda del mundo. [Café Perec]
El gran Enrique Vila-Matas (bifronte de Satam Alive ) podría tener problemas legales si viajara a Rusia. Uno de los autores barceloneses traducidos a más lenguas tiene un libro que infringe una ley que la Duma aprobó el pasado martes. Afortunadamente, el título en cuestión no está (aún) traducido al ruso. Son cuatro las obras de Vila-Matas publicadas en ruso: Bartleby y compañía (2000) y Extraña forma de vida (1997) en la editorial Inostranka, y Dublinesca (2010) y Mac y su contratiempo (2017) en Eskmo, esta última novela traducida por Aleksandr Sergeevich Bogdanovski el año pasado, ya con la guerra de Ucrania en marcha. En cambio, su celebrado libro de cuentos Hijos sin hijos (1993) solo está traducido al francés ( Enfants sans enfants , en Christian Bourgois) y al portugués ( Filhos sem filhos , en Assírio & Alvim).
Algunos de mis mejores amigos militan, desde hace años y ahora ya de una manera casi irremediable, en la confraternidad de los seres humanos que deciden conscientemente no reproducirse, vivan o no en pareja, y que lo reivindican como una forma de vida nada extraña. Justamente es este aspecto gozoso de los personajes vila-matianos que pululan por su libro menos reproductivo lo que ahora podría traerle problemas con la justicia rusa, ya que la Duma ha aprobado una ley que prohíbe la apología de la vida sin hijos
Es una reacción a la flagrante caída de la natalidad (un 3,4%) en el país de Putin, donde hoy viven 4 millones menos de rusos que en 1991, con una tasa de fecundidad de las mujeres en edad reproductiva que no alcanza el 1,4. Esta profunda crisis demográfica se suma a la situación de guerra y al marco ideológico poscomunista para prohibir, no solo cualquier expresión del movimiento LGTBIQ+, sino también la promoción de la vida de soltero o de las parejas hetero sin hijos.
Todas las personas que defiendan a los hijos sin hijos, como los personajes de Vila-Matas, serán multadas con sanciones de 400.000 rublos (4.000 euros), el doble si son funcionarios del Estado y hasta cinco millones (47.000 euros) si son instituciones o empresas. Se acabó ir a adoptar niños rusos. ¡Que no volvamos a enviar niños a Rusia como en 1937!
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en VILA-MATAS, PROHIBIDO.
Como ignoro si al autor de Cuatro
cuentos cuánticos, al escritor chileno pero argentino, y argentino pero
chileno, Javier Argüello, puedo calificarlo de “escritor
cuántico”, le envío un Whatsapp al puerto de Valparaíso y se lo pregunto.
Responde: “Se llama superposición de estados, y nunca mejor dicho”
Ah, claro. Lo sabía y no lo
sabía: la superposición cuántica es un principio fundamental de cierta mecánica
cuántica. Me digo esto y poco después abordo el cuaderno Los límites de la
Ciencia (Debate) que acaba de publicar el escritor cuántico Argüello y donde,
más allá del ensayo en cuestión, lo más fascinante del mismo se encuentra en el
viaje interior, pero exterior, que se nos narra: el desplazamiento al Centro
Europeo para la Investigación Nuclear, al mayor laboratorio de física de
partículas de todo el mundo.
El laboratorio impresiona. Es un
anillo de veintisiete kilómetros de longitud que se extiende bajo tierra a
ambos lados de la frontera entre Francia y Suiza. En ese lugar vivió Argüello una
experiencia literaria pero científica, y científica pero literaria. Narrador
con duende (seguramente más escritor que cuántico) y a la vez expertísimo
navegante, insistente explorador de los abismos del Polo Norte, o de lo que
queda de éstos, le preguntaron una vez por el límite entre la realidad y la
ficción y, como sabio navegante que siempre ha sido, no dudó en la respuesta:
“Muy sencillo: si tiene sentido es ficción, porque la realidad no lo tiene”
En
Los límites de la Ciencia, el sentido del cuaderno llega a su punto más
alto cuando el viajero, tras sus encuentros con los científicos del lugar, comprende
que los tan celebrados hallazgos del Centro –el “bosón de Higgs” ha sido el más paradigmático–
conducen a la alegría por lo hallado, pero revelan una alegría parcial y la
necesidad de seguir, ya que el mundo, visto como un gran
artefacto material, acaba chocando contra un límite, lo que probablemente obliga
a otras formas de mirarlo.
Lo
que conmueve del trabajo
en el gran acelerador de partículas, dice Argüello, no
es el mecanismo. El mecanismo es una verdadera maravilla. Pero lo que
verdaderamente conmueve es ver a un grupo de personas venidas de todas partes
del mundo, de diferentes países y diferentes culturas, investigando codo a codo
con un entusiasmo y con una voluntad colaborativa pocas veces vistas, en una tarea absolutamente incierta y que no saben hacia
dónde les conducirá. Y concluye: es esa búsqueda la que emociona, no lo que
puedan encontrar.
De
acuerdo. Me fascinan los físicos optimistas, pero también la otra cara de
éstos, la que percibo en los escritores que me interesan, que son los que
buscan ir más allá de lo que se ha escrito sabiendo que nunca llegarán a nada, del
mismo modo que el misterio y la penumbra que a todos nos envuelve nunca se
esclarecerá. A éstos los espío en su evolución inmóvil: parecen estar acostumbrándose
a repetir lo que un día en la bahía de Nápoles oí que gritaba un loco: ¡Nos
basta con el crepúsculo!
Geneva, Switzerland – December 02, 2019: CERN – European Organization for Nuclear Research – Globe of Science and Innovation – Geneva, Switzerland
.
Me gusta:
Me gustaCargando...
Publicado enSin categoría|Comentarios desactivados en viaje a los límites de la ciencia