Una lectura de MONTEVIDEO, por Jolanta Rekawek.

la-edad-del-desconsueloUn universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo  puede aclarar todo.

Acabo de leer «Montevideo» y te quiero decir que ha sido genial ir leyéndola. Un placer enorme! Me has hecho reír mucho; carcajadas sanas, irrestrictas, fabulosas, las de antes. La carcajada de mayor envergadura – la de Léaud que «no sea que vaya tensionar más la cuerda»!

En los tres días en que la he leído, tu novela se me entregaba por partes distribuidas naturalmente entre varios momentos del día, conforme mis ganas y sus ganas de entregarse. La terminé coincidiendo con una puesta del sol preciosa.

¿Ves qué casualidad?

Te quiero decir que estoy inmensamente feliz al ver cómo has resurgido de la bruma: de una manera soberbia, TUYA, defendiendo la «tuyedad» a ultranza. Con humor y rencor – ambos brotes de una sensibilidad inmensa.

A decir verdad, no me lo esperaba, Enrique. Confieso que al terminar París y reírme mucho, pensé que no iba a suceder nada distinto y que ibas a seguir como siempre (lo cual es loable, pero no extraordinario). Pero no. Tú has decidido quitarte de encima todo aquel «bagaje literario» que habías acumulado y que justamente te estaba empujando hacia la bruma mientras oías los aullidos de los talentos feroces de escritores jóvenes y no tan jóvenes.

Has emergido con «Montevideo» de una manera noble, digna de ti, de un Vila-Matas por nacer, por rehacerse en medio de si mismo que le había empezado a sobrar.  Te felicito, Enrique.

Cuando estaba aproximándome al final (aquel final que tú quizás no celebras, pues a lo mejor dejas que nosotros, los lectores, lo oficiemos solos) estaba curiosa cómo  ibas a  terminar el libro. De verdad, fue extraordinario leer tu diagnostico final de un mundo despojado de misterio, del cual nos han hurtado incluso la obviedad. Hay que resucitar a «tu madre» (quiero decir a la que dice la última frase y quizás representa esta sensatez primaria que nos hace mucha falta ahora) para que ponga lo obvio en su sitio y sacudiendo el polvo acumulado lo mire fijamente para que no vuelva a salirse de su lugar. Sin obviedad no hay ambigüedad porque no hay cosas entre las que oscilar. Un universo sin misterio es una tragedia; atroz es la imagen de un interruptor blanco que en cualquier momento lo  puede aclarar todo. La ficción ha dejado de existir y es terrorífico. Han alistado la ficción a la realidad. ?Qué hacer?

Tal vez Amadeo Nikt nos vendrá a socorrer. Por cierto, me he reído mucho con este personaje que has soplado apenas a nuestros oídos. Sospecho que lo has creado para detectar quién es verdaderamente polaco entre tus lectores en español, ?verdad? A mí se me ha encendido la alerta a la primera cuando leí su apellido «Nikt» y después efectivamente vino tu explicación. Bueno, a mí me parece que Nikt te puede dar más de una sorpresa y seguir su vida por su propia cuenta, al menos en polaco. Y resulta que «Nikt» – pronombre indefinido (creo que lo es que designa personas inexistentes) tiene la mala suerte de declinarse en polaco.

Ah y «soy nadie» – en polaco es «jestem nikim» (ablativo de Nikt)- pero Amadeo sólo necesita ‘Nadie» para su apellido y no para describir su vacío interior. Así que no compliquemos las cosas.

En las tres situaciones que aparece Nikt a lo mejor tendrá que declinarse (no he vuelto a ver donde está Nikt en el libro). No sé si lo sabías o tal vez tus traductores en polaco lo dejarán sin declinarse, pero si lo dejan como Nikt invariablemente, será un poco raro. Los polacos lo declinamos casi todo: por ejemplo yo al decir «He hablado con Vila-Matas», probablemente diría «Rozmawialam z Vila-Matasem».

Para que veas que nacer como polaco es muy jodido (con perdón).

Así que te advierto que Amadeo Nikt puede recobrar su propia vida en polaco y escapar de tu control como autor.  Y aparecer de repente en otro lugar, otro libro, totalmente declinado.

Nada, más una vez te felicito. Mucha vida Enrique y que te dejen en paz, que no te busquen sentidos, que no te encuadren en conceptos justitos, que no te inviten a eventos, que no te tengan miedo, que no te inventen vidas, que no te pregunten nada sofisticado. Que se relajen. Que se relajen, digo, porque sólo así, relajados podrán notar en algún momento que sus pijamas no hacen juego con el océano. Lo cual es un privilegio (poder notarlo).

Que no te traten como un monumento porque quizás tú seas un simple atracador, como ya ha sugerido Álvaro Enrigue, y esta vez te has atracado a ti mismo. !Con mucho «estilo»!

Un gran abrazo y !enhorabuena!

 Jolanta

 

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LA INVITADA DEL LOUVRE [Dominique Gonzalez-Foerster en Liberation]

dgfkibedgfkibedgfkibeCon motivo de las Jornadas Internacionales de Cine sobre Arte, la invitada del Louvre, un artista inclasificable que no deja de reinventarse, habla de su relación con el espacio-tiempo, su trabajo con el cantante Christophe y su fascinación por las inteligencias artificiales.

Advierte desde el principio: no le queda más voz y debe ahorrarse para asegurar el concierto que da el domingo con Ecoturismo, el dúo de pop experimental que forma con el músico Pérez. Gran invitada del Louvre, la artista visual —————————Dominique Gonzalez-Foerster ha elaborado un programa de proyecciones, encuentros y otras visitas guiadas a las colecciones. Con su voz estridente que en realidad no la predisponía a subir al escenario, se ha hecho una aliada desde hace varios años. Una herramienta de transformación permanente, muy útil para esta artista inclasificable que no deja de reencarnarse en personajes históricos o ficticios, desde Edgar Poe a Lola Montez pasando por La Callas

Artista desertora, como ella misma se presenta, no de clase sino de campos artísticos, Dominique Gonzalez-Foerster lleva veinte años traspasando todas las barreras del sonido. A gusto en museos y centros de arte que se pliega a sus dimensiones, dándoles a veces la forma de un dormitorio, una sala de cine o un refugio para refugiados climáticos, también está detrás de escena de un concierto de Bashung o Christophe con quien colaboró. , o en compañía del compositor flotante, Jay-Jay Johanson, con quien dibujó a mediados de la década de 2000 los contornos de un Cosmódromo que se ha mantenido legendario. Incluso se le ocurrió tener una cita consigo misma, en las novelas de Enrique Vila-Matas (Marienbad electrique, Montevideo] o del joven Théo Casciani donde interpreta el papel principal.

rodaje de Marienbad electrique

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Instrucciones poéticas de Guy Bennett en NAZIONE INDIANA

BecauseCiò detto, c’è una letteratura concettuale che conta molto per me, ma – a differenza di quella statunitense che ho potuto conoscere – essa è sparsa nel tempo e nello spazio / non è il prodotto di una scuola / testimonia di una sottigliezza dal punto di vista dell’idea che stuzzica la mia curiosità e mi soddisfa pienamente in quanto lettore. Penso a opere quali Testimony di Charles Reznikoff, Livro do desassossego di Fernando Pessoa (vedi tutta la produzione eteronimica), A Humument di Tom Phillips, Roland Barthes par roland barthes di Roland Barthes, Douleur exquise di Sophie Calle, Porque ella no lo pidió d’Enrique Vila-Matas, ecc. Mi faccio forse delle illusioni, ma credo che il mio lavoro recente abbia delle risonanze più significative con questi testi piuttosto che con quelli dei miei compatrioti contemporanei.

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Complejidad eres tú. ————–[Café Perec]

Screenshot_20230104_151034_ChromeTal vez me suceda solo a mí, pero creo que estas Navidades lo complejo y la complejidad, han sido términos al alza (con los políticos hasta abusando de ellos), conceptos cada vez más utilizados por todo dios. Podría ser que hubiéramos comenzado a desconfiar de lo simple y estuviéramos descubriendo que el mundo, como decía Carlo Emilio Gadda, es un enredo, un ovillo, una maraña, un “sistema de sistemas” que se condicionan entre ellos, de modo que las catástrofes como los acontecimientos felices no vienen de una única causa, sino de un sinfín de múltiples causas, que no son nunca consecuencia o efecto de una sola.

Lo complejo, en narrativa, por ejemplo, se traduce en Multiplicidad, a veces maniática: Gadda, hablando del ‘risotto alla milanese’ y describiendo, uno por uno, individualizándolos, los granos de arroz revestidos en parte todavía por su envoltura (“pericarpio”).

El activista de la Multiplicidad es alguien que piensa que, tal como predijo Ítalo Calvino, hay un futuro en nuestro siglo para novelas complejas, enciclopédicas, con ansia de un conocimiento adquirido en la red infinita de conexiones entre los hechos.

Atrás quedaron las Navidades, pero dejaron un cuento navideño de A. G. Porta, que a primera vista parece sencillo, pero sólo lo parece, porque, a medida que nos adentramos en su modélico rastreo de cuentos navideños, vamos descubriendo un mundo de sutilezas, de gallinas robadas, de misterios en los arrabales del cuento dickensiano y, entre carcajada y carcajada, acabamos horrorizados a un metro del abismo más complejo. Es un cuento extenso, como también su título: Persecución y asesinato del rey de los ratones representada por el coro de las cloacas bajo la dirección de un escritor fracasado.

Tras leerlo, he pensado en Bruno Galindo que en Equilátera le hace decir a una joven que la gente compleja necesita gente simple, pero la gente simple suele ser demasiado simple para la gente compleja. Y he pensado también en todos aquellos que apoyaban la propuesta de Levedad para el futuro, reconvertidos en este siglo en activistas de la Multiplicidad, como yo. Hay incluso vecinos entre esos activistas. Ayer, uno de ellos, propenso a la frase tópica, anunció en un bar del barrio un discurso sobre lo mal que andaba el mundo. Pensé que hablaría de colapso demográfico, emergencia climática, ascenso de los populismos…Pero no, su mundo en mal estado lo formaban usureros, asaltantes de parlamentos, grandes tarados normales, personas normales, violadores normales, y demás hijoputas.

Cada cual vive, en un absoluto presente subjetivo, su propio Enredo global. Aunque el sentido del Enredo de nuestro tiempo ¿no fue también el mismo sentido que el del Ovillo global del ayer, construidos ambos con acumulación de un vergonzoso pasado y vértigo del vacío?

Lo que pasa, señaló Borges, es que todas las cosas “le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos, y solo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí»

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SANDRO ROMERO REY (Cambio, Bogotá) : Todo en él ha sido fascinante.

 9ceaf4df-6e48-4bad-9572-2e68cb2a8cf6~2Sobre Montevideo, de Enrique Vila-Matas

SANDRO ROMERO REY (Cambio, Bogotá) :

Todo en él ha sido fascinante: Historia abreviada de la literatura portátil, Suicidios ejemplares, Bartleby y compañía, El mal de Montano, Doctor Pasavento, en fin, París no se acaba nunca, Dublinesca, Aire de Dylan o Esta bruma insensata. Todo en Vila-Matas es adictivo. El conjunto de su obra configura un calidoscopio que se nutre del antes y el después hasta convertirse en un inmenso fresco del cual no se pueden separar sus piezas. Montevideo es una novela laberíntica, un viaje entre ciudades y espectros, donde hasta Bogotá tiene su espacio para convertirla en una curiosa versión kafkiana del fin del mundo.

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Filippo Bernardini, el ladrón de manuscritos.

Hace dos horas, Alessandro Raveggi@colossale publicaba un tuiter que decía:

Bernardini’s story: a perfect plot for a Vila-Matas novel.

Filippo-Bernardini

He investigado y la historia de Bernardini es ésta:

Tal vez se trate -aunque sería más novelesco que real- de un lector que quiere leer los libros que van a publicarse antes de que los lean los demás. En este caso, debe hacer meses que ha leído las memorias de Henry de Inglaterra.

El misterio ha inquietado al mundo del libro: durante años, alguien se hizo pasar por autores y agentes, editores, intentando robar manuscritos de libros inéditos de autores de alto perfil como Margaret Atwood, Ian McEwan y Ethan Hawke, pero también de novelistas debutantes y escritores de temas más oscuros.

Ahora, la resolución del misterio parece más cerca. Se espera que en unos días Filippo Bernardini se declare culpable de fraude electrónico frente a un juez de un tribunal de primera instancia en Manhattan, según un correo electrónico de la oficina del fiscal federal para el Distrito Sur de Nueva York que se envió a las víctimas el martes.

La Oficina Federal de Investigaciones arrestó a Bernardini a principios del año pasado, diciendo que había «suplantado, defraudado e intentado defraudar a cientos de personas» durante cinco años o más, obteniendo acceso a cientos de manuscritos inéditos en el proceso.

El mayor misterio de esta Bernardini’s story está en saber por qué actuó así el inculpado teniendo enc uenta que no ha sacado beneficio económico alguno de su actividad.

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NACÍ ODRADEK.

[Avance del texto publicado como Je suis né Odradek en el número 505 de artpress, número especial con motivo del 50 aniversario de la revista parisina]

 

61vHHTrzCOLUn día de septiembre de 1996, me coloqué un sombrero de paja en la cabeza y. sin mayor preparación previa, salí de mi casa del barrio del Guinardó, en Barcelona. En menos de cinco minutos me planté en la plaza más cercana, en un discreto y acogedor rincón urbano, no demasiado conocido en mi ciudad: la plaza Rovira.

Ya desde buena mañana, había estado conviviendo con la muy perecquiana idea de probar a escribir una Tentativa de agotar la plaza de Rovira. Y nada más llegar a ésta, puse manos a la obra, es decir, no perdí ni un segundo de mi tiempo. Me senté en la terraza del café Valls, y comencé a practicar la escritura topográfica, estilo Perec. Llegué a sentirme transportado por momentos a París, al café de la plaza de Saint-Sulpice, donde Perec intentó inventariar todo lo que podía ver desde una mesa del bar, ya no sólo lo que oficialmente estaba inventariado (la iglesia con sus Delacroix, las estatuas de Bossuet, Fénelon y compañía), sino todo aquello en lo que nadie reparaba, “lo que pasa cuando no pasa nada, sólo el tiempo, la gente, los coches, las nubes”, todo lo que aparentemente carece de importancia.

Sabía que Perec no ignoraba que entera aquella plaza no podría meterla en su cuaderno y que, por tanto, siempre quedarían muchas cosas por abarcar, pero tampoco ignoraba que la Tentativa iba a ser una aventura fascinante. Sabía esto aquella mañana y, por consiguiente, no esperaba en modo alguno llegar a introducir a la plaza Rovira completa en el cuaderno que llevaba en el bolsillo, pero tampoco creía que fuera a fracasar demasiado en mi intento. Y, de hecho, hoy en día, algunos de aquellos datos que anoté orientan a los estudiosos del barrio.

De aquel inventario, modesto y parcial, de aquel inventario de  lo que estaba más a la vista en la recoleta plaza en aquel día de septiembre de 1996 quedaron, entre otros, estos datos: dos farmacias (sorprendente para una plaza tan pequeña), cuatro sucursales de banco, la estatua del arquitecto Rovira (sentado en un banco de la plaza a la manera de Pessoa en la rua Garret, de Lisboa), un buzón de correos, una fuente de agua fresca, un cartel que anunciaba el próximo partido del equipo de fútbol del barrio (el histórico Club Deportivo Europa), una casa de okupas (con el lema “resistir es vencer”), una pequeña sala de arte, 16 jubilados diseminados aquella mañana por los diversos bancos, un quiosco de helados y otro de prensa, una churrería, una tocinería, una droguería, un tipo estrafalario, (feliz o loco, que cantaba a voz en cuello La Traviata), una ferretería, tres bares (el Comulada, el Valls y una sandwichería-pizzería), una parada de taxis, una peluquería, 22 árboles, 2 sitios de venta de cupones de ciegos, 12 farolas, un clochard que le daba animada conversación política a la estatua del señor Rovira (que, por supuesto no le llevaba jamás la contraria), un colmado, un estanco, una frutería, una puerta tapiada, 2 cabinas de teléfono, un cielo azul.

Sólo falta, me dijeron los jubilados, el antiguo cine Rovira, con su techo descapotable, que permitía en verano ver películas y al mismo tiempo examinar el cielo estrellado.

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Tres años después, en septiembre de 1999, volví de nuevo a la plaza con la idea de intentar de nuevo abarcarla, agotarla, inventariarla en su totalidad si era posible. Anoté los no excesivos cambios que se habían registrado en el lugar.  Seguían allí las 12 farolas, la estatua del señor Rovira a la que siempre alguien daba conversación, las 2 farmacias, las 4 sucursales de banco, la fuente de agua, el cartel que anunciaba el próximo partido de futbol del Club Deportivo Europa, la sala de arte, la ausencia del cine Rovira, la casa de los okupas, la churrería, la ferretería, la droguería, los dos bares, la parada de taxis, la peluquería, el clochard (aunque no estaba seguro de que fuera el mismo), el colmado, el estanco, la frutería, la puerta tapiada, el cielo azul. No estaba el quiosco de helados, faltaba uno de los sitios de venta de cupones de los ciegos, la sandwichería-pizzería tenía nombre de pronto y se llamaba café Flanders (recordé que, en aquel lugar, ocho años antes, había existido una peculiar y maravillosa lavandería), había desaparecido ya la tocinería y habían colgado entre los árboles una contundente pancarta antifascista.

No había, pues, muchos cambios, aunque en el ínterin había ocurrido, a lo largo de aquellos tres años, parte de la historia de uno de esos dramas sórdidos de los que apenas se entera la ciudadanía: a Victor Erice, el gran director de cine, le habían impedido rodar en aquella plaza la adaptación de una gran novela de Juan Marsé, El embrujo de Shanghái. El productor de aquel proyecto cinematográfico acusó a Víctor Erice de ser muy lento preparando el guion, y puso como ejemplo lo mucho que se había demorado, a lo largo de días y horas, sentado en el bar Valls de la plaza observando la vida en aquel cuadrado urbano y tratando de impregnarse de la atmósfera única que dominaba aquel enclave central del barrio. Le impidieron a Erice poner en marcha lo que muy probablemente habría podido ser una obra maestra. Tal vez a esos sórdidos pequeños dramas silenciosos se refería Perec cuando hablaba de inventariarlo todo, incluso lo que pasa cuando parece que no pasa nada y un productor mezquino impide que, en una de las plazas más recónditas y casi olvidadas de Barcelona, alguien lleve a cabo algo de lo que andamos bien escasos: nada menos que una obra maestra del cine.

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Esa pregunta que creíamos necia [Café Perec]

despacho enero 2023Es una pregunta, por lo general, denostada y ridiculizada por los narradores. Denigrada por tópica, y quizás por incómoda también, porque suele llegar en primer lugar de las entrevistas y parece de lo más rutinaria y hasta necia, aunque algo hay en ella que por un rato puede dejar desequilibrado al entrevistado, sobre todo si se formula así: “¿De dónde salió la idea de su libro?”

¿La idea? Puede que ese concepto provoque que el ambiente entre entrevistador y entrevistado se enrarezca enseguida. Sin embargo, llevo tiempo comprobando que la pregunta tiene en realidad una gran carga de profundidad, porque de hecho es como preguntar de dónde salen las ideas, o qué es una idea, o de dónde salió la escritura misma, actividad de origen indiscernible.

Fue Siri Hustvedt quien me hizo ver de otro modo la pregunta cuando dijo que los narradores se trastornaban cuando entreveían que, en lugar de tópica o rutinaria, la pregunta era incontestable. ¿Lo es? Tanto como la respuesta a la pregunta de qué es una idea. Para Plutarco, una idea era por sí misma naturaleza incorpórea. Quizás eso explicaría que en las contadas veces que me he sentido en pleno éxtasis de escritura, la aparición repentina de una oportunísima idea pueda haber llegado a parecerme de naturaleza incorpórea, como viniendo de fuera, tan externa y extranjera que hasta me he visto incapaz de buscarla más allá del insensato ordenador, como si, entre formas inconstantes, pudiera alcanzar a ver el fugitivo humo de la silueta de una musa.

Conozco a alguien que, ante una borrosa aparición de este estilo, se ha calmado diciéndose que todo ha surgido de la nada, y punto. Y a otro que, cuando ha visto que en su escritura irrumpía, repentina, una idea inesperada, ha preferido creer que había surgido de su tejido cerebral y del texto que en aquel momento escribía.

Ahora bien, si nos atrevemos a suponer que la idea imprevista ha venido de fuera, ¿de dónde creemos que procede? Es la pregunta de las preguntas. ¿Debemos pensar que la idea llega de un lugar imperceptible, transformada en un ángel con una trompetilla soplándonos la frase que nos permitirá avanzar en el texto?

Si aceptamos que es difícil saber de dónde viene una idea, no tan extraño habrá de parecernos que la pregunta, al catapultar hacia la filosofía al novelista interrogado, trastorne tanto a éste que acabe negándose a ir en busca del origen oscuro de todo. He presenciado casos en los que, para eludir la pregunta incontestable, el trastornado, antes de recurrir a una idea, ha apelado a una imagen cualquiera (una mujer alemana aburrida en un balcón, por ejemplo) para explicar el origen de su novela, pues sabido es que, en nuestro tiempo, la palabra “imagen”, a diferencia de la palabra “pensamiento”, no sólo triunfa, sino que, además, tranquiliza a todo habitante de la sociedad del espectáculo.

Concluyo pensando en Roland Barthes al que le preguntaron por qué escribía: “Porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, y realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible”.

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Uno de los libros que compartiría: Georges Didi-Huberman: «W o Recuerdos de Infancia», de Perec

RichterNo  ofrecemos un pétalo, sino una flor. Es aún mejor, cuando se trata de flores, ofrecer un ramo: así los colores resaltarán mejor en el contraste. Por otro lado, no regalamos una sola vez, sino a menudo: contamos una historia – de amistad, de amor – dando este libro, luego este. Una obra ofrecida será, por tanto, sólo un segmento en la constelación que se quiere ofrecer y que, verdaderamente, tiene sentido. Todo depende del momento, de la persona, luego de la duración y de toda la relación con esa persona. Ofrecemos libros, no un libro. Ofrecer no obedece a una lógica de precio literario. Cuando ofrecemos, ofrecemos mucho. Sin clasificación, sin campeón, sin ganador. Ni uno que estñe aislado de los otros, como hubiera dicho La Boétie (o Lacan). Porque un libro nunca existe por sí solo. Cuando ofrezco la melancólica W o los recuerdo de infancia, de Georges Perec, deseo absolutamente que el destinatario conozca también la hilarante Cantatrix sopranica L., un artículo pseudocientífico que trata sobre el lanzamiento de tomates a una mala cantante de ópera. .. Sin embargo, tan pronto como ofrezco dos libros de Georges Perec, se hace necesario ofrecer también dos libros –al menos– de Franz Kafka, por ejemplo las Cartas a Milena o los Últimos cuadernos. Luego, habiendo ofrecido los dos libros de Kafka, me digo que es imprescindible ofrecer también la colección de textos dedicados por Walter Benjamin a este autor, tan bellos y profundos como los del propio Kafka. Pero, habiendo ofrecido una colección –cualquiera que sea– de los textos de Benjamin, me doy cuenta de lo importante que es compartir la urgencia crítica en el trabajo entre los pensadores que han sido sus amigos, desde Ernst Bloch o Gershom Scholem hasta Bertolt Brecht o Theodor Adorno. De modo que, si yo fuera rico, me complacería ofrecer a cada uno de mis amigos -pero también a cada uno de los interlocutores con los que no estoy de acuerdo- la serie completa de obras publicadas por Miguel Abensour en la tan necesaria colección “Crítica de la política”.

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Buscarse un buen nombre [Juan Tallón]

obra_maestra_tallon_1100x525_5Cerca de mi casa, en la calle de Arturo Soria, hay un pequeño negocio en el que no había reparado nunca hasta hace dos días, que pasé por allí de casualidad. El letrero de la fachada dice Peluquería Kedosa. Unisex. Nada que se pueda considerar interesante a la vista, salvo porque pegado a este negocio hay otro, un poco más grande y quizás ambicioso, cuyo letrero reza Taller Kedosa. Mecánica. Electricidad. Especialista en Volkswagen y Audi. Servicio de Neumáticos. La coincidencia me trastornó en cuanto la vi. Naturalmente, ya no tuve otra cosa en la cabeza durante todo el día. Me lo pasé elaborando hipótesis que explicasen esa insistencia en llamarse Kedosa, y en qué significaría Kedosa. Pude haber entrado a preguntar, pero eso habría estropeado parte del misterio. Y, por otra parte, en el momento ni se me ocurrió. No me caracterizo por tener esa clase de buenas y lógicas ideas.

Mis limitaciones me sirvieron para concluir que los encargados de ambos negocios pertenecen a la misma unidad familiar, y cada uno de ellos se dedica a lo que mejor se le da, bajo un nombre comercial de grandísimo tirón, gracias a que no se entiende, suena mal, y es perfectamente confundible con Kadesa, Kodasa, Kaseda o Kedaso. En cambio, me queda claro que , si en el futuro, la familia amplía miras, e innova otros negocios, estos se llamarán, si es el caso, Cafetería Kedosa, Funeraria Kedosa, Supermercados Kedosa, Construcciones Kedosa. Lo que sea, pero siempre Kedosa.

A veces, un buen nombre es todo lo que se necesita en la vida. No solo para un negocio. Billy Wilder contaba que dedicaba mucho tiempo a pensar los nombres de los personajes de sus guiones. Una vez dio con un que le gustó tanto que lo uso en cuatro películas diferentes: Sheldrake. Tenía ciertas vibraciones, decía, tenía carácter. No era como señor Jones o señor Weber, o algo por estilo. Cuando se da con un buen nombre no hay que dudar en quedárselo. En 2001, Enrique Vila-Matas participó en una mesa redonda en Budapest, sobre narrativa hispánica, junto a Eduardo Mendoza, Rodrigo Fresán y Andrés Neuman. Cuando el escritor español quiso saber quién era el moderador, se lo presentaron como Imre Kertész, un completo desconocido hasta unos meses después, que le concedieron el Nobel de Literatura. Vila-Matas andaba por entonces a la busca de un nombre para un personaje chileno de origen judío, de cara a su próxima novela, y acabó poniéndole Felipe Kertesz.

Quién sabe si a veces el éxito o el fracaso no dependen de insignificancias, de intangibles como que te llames de una manera o de otra. No se puede conocer, a priori, la buena o mala fortuna de un nombre: simplemente, pasa. Te ponen, por ejemplo, María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay, y parece que algo no funciona, pero lo resumen en algo más corto y directo, como Duquesa de Alba, y es un éxito.

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Un Occidente secuestrado o la tragedia de Europa Central, libro de Kundera.

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Este breve texto de Kundera data de 1983. Oportuno. Actualísimo. Se acaba de reeditar en Francia.

En 1956, mientras los tanques soviéticos arrasaban Budapest, el director de la Agencia de Prensa Húngara envió un mensaje desesperado que terminaba con estas palabras: “Moriremos por Hungría y por Europa. » Tres décadas después, Milan Kundera situará esta escena al comienzo de un artículo titulado «Un Occidente secuestrado, o la tragedia de Europa Central» . Un texto breve, con un enorme eco internacional, finalmente reeditado en rústica. En estas vibrantes páginas, el escritor de origen checo afirmaba esencialmente lo siguiente: durante la rebelión húngara de 1956 o la «Primavera de Praga» de 1968, «pequeñas naciones» vulnerables , encajadas entre Alemania y Rusia, proclamaron su deseo de Europa, su deseo de fundar un“Europa archi-europea” … y esto, ante el gran asombro de los europeos occidentales, que llevaban ya tiempo olvidandose de su vocación, de su identidad. Hoy, la movilización de los ucranianos es parte de esta historia europea hecha de amenazas y convulsiones, donde la narrativa europea, la narrativa común es una cuestión de supervivencia.»

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«NO DEBERÍAMOS PERDERNOS NADA DE SU LEGADO» [Serrat, por Vila-Matas] -El Periódico 18 Dic 2022

serrat.

La primera vez que le vi, ni había oído hablar de él. Corría el año de 1967, era invierno, y Serrat se presentó con su guitarra en el aula de la Facultad donde acababan de impartirnos Derecho Civil. Éramos unos cincuenta y el lugar lo recuerdo como un sótano.  Sin casi mediar palabra, despachó en menos de una hora quince canciones. Una de ellas ya no iba a olvidarla nunca, Ara que tinc vint anys.

Unos meses después, volvió a la Facultad, pero ahora para cantar ya en un altillo y con todo el hall abarrotado. Para mi memoria quedó esta vez su Cançó De Bressol, sin duda por aquel repentino cambio de registro en homenaje a su madre: “Por la mañana rocío, al mediodía calor, por la tarde los mosquitos: no quiero ser labrador”

Volví a oírle, en muy distintas circunstancias, en diciembre del 70. En el encierro de Montserrat de trescientos intelectuales, en protesta por el proceso de Burgos. Serrat tomó la guitarra cuando más subía la tensión por el inminente asalto de la policía al monasterio. Y siguió Raimon con El País Basc: “Tots els colors del verd sota un cel de plom que el sol vol trencar…”

Por un momento, quedaron en suspenso, como si nunca hubieran existido, todas las canciones ligeras del mundo. Y también en suspenso la supuesta rivalidad entre Raimon y Serrat.  No creo que, tomando la guitarra, hayan coincidido en ninguna otra ocasión. Mi recuerdo central del momento es el coraje que infundieron con aquella insólita sesión conjunta que nos llevó a recordar de golpe por qué estábamos allí. No deberíamos perdernos nada de su legado. Quienes vivieron aquella potente escena de convivencia sabrán de qué hablo.

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TEMPORADA DE LISTAS Y OTROS HURACANES.

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MONTEVIDEO (Seix Barral) entre los diez libros del año. El País. 17/12

https://elpais.com/babelia/2022-12-17/los-50-mejores-libros-de-2022.html

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. El Periódico 15/12

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. El Cultural. 16/12

MONTEVIDEO entre los 10 libros del año. La Vanguardia. 17/12

Artículo de Andrea Aguilar sobre MONTEVIDEO en El País.

 

El regreso de Enrique Vila-Matas con Montevideo es juego, espejismo, humor y literatura. Permeable y fluida, fronteriza, en esta suerte de biografía de un estilo escribe sobre el trabajo de muchos otros, referencias ágiles que funcionan como rápidos reflejos cambiantes que pasan como si el lector fuese montado en un vagón de pasajeros recorriendo ese mundo. Así se muestra el efecto de lecturas, frases y encuentros que encienden la imaginación y las ideas del narrador que esta vez ha inventado el autor de Bartle­by y compañía. El circuito de pensamientos, bromas sinceras y juegos que Vila-Matas construye en el libro tiene algo de tren eléctrico de juguete, de pequeños bloques de madera con los que eleva una historia tan suya como ninguna otra.

Por ANDREA AGUILAR.

 

 

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Literatura de la buena [MONTEVIDEO, por Marta Ramoneda] Revista de La Central.

Eixample. Foto de Vila-Matas 15 Dic 2002. 5, 15 de la tarde.

Eixample. / Foto de Vila-Matas / 15 Dic 2002. A las 5 de la tarde.

Le hemos echado de menos, ¡Pero aqui está! Y con esta palabra tan bonita -Montevideo- nos ofrece de nuevo una vida de escritor que es la suya, ¿la del autor? No, la del narrador y de quen éste busca. Porque se trata de buscar, y de encontrar las palabras que empujen esta búsqueda, palabras que a menudo la propia historia de la literatura nos ofrece.

Me gusta que nos haga ir y venir entre ciudades desbocadas de poesía, que convierta cada minucia en una exploración, que nos haga prestar atención a cada deje de ironía, que nos contagie esa manera suya de divertirse -siempre con rictus serio-, que corramos detrás de personajes conocidos, desconocidos, o inventados proclamando su ingenio, que sospechemos de todo como si, mientras leemos, nos estuviera mirando de refilón, disimuladamente, pero ¡muy atento a que nos lo pasemos rebién!

Un Vila-Matas más generoso que nunca, leyendo Montevideo da la sensación de que tiene unas ganas inmensas de salir (y hacernos salir) «a ver mundo»: de repente nos enocntramos una puerta condenada, ¿qué habrá detrás? Literatura de la buena.

MARTA RAMONEDA

(Revista de La Central, Diciembre 2022)

Ramoneda

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Christopher Dominguez Michael : ‘Nunca un crítico ha destruido la carrera de nadie’

_VlU4S4PChristopher Domínguez Michael publica PUNK MAIAKOVSKI

«Nunca un crítico ha destruido la carrera de nadie. Si alguien se amedrenta inclusive ante la crueldad de la opinión es que no tiene madera de escritor»

 

El escritor y crítico literario hace una revisión a «la obra de los escritores más representativos de lo que va del siglo XXI».

660 páginas, en el que el ensayista invita al lector a un viaje por la literatura que comienza por el libro Las ruinas de Palmira, pasa por el 11 de septiembre en Nueva York, hace una pausa para recordar emotivamente al escritor Sergio González Rodríguez y va en busca de la obra de Borges. También escribe sobre el presidente Trump, Ucrania y “conversa” con Benedetti, Piglia, Fumaroli, Parra, Lowell, Zurita y Vila-Matas

una entrevista de Vcente Gutierrez para el suplemento Milenio

https://www.milenio.com/cultura/christopher-dominguez-michael-presenta-su-nuevo-libro

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Despedida de María Manuel Viana [1955-2022]

Maria Manuel Viana. Cabina de Amarante (Casa Teixeira de Pascoaes)

MMV entrando en la galería de cristal del jardín en Amarante de Teixeira de Pascoaes.

He pensado mucho tiempo en cómo debo despedirme de ti, porque la vida no nos prepara para hacer amigos «nuevos» desde cierta edad – empatía, cordialidad, sí, pero no este tipo de amistad tan rara sólo fuera de la pobreza y el miedo a ser mala inter Negro Yo no lo llamo amor. Pero es amor y los dos sabemos, aunque nos tomó más de 10 años entenderlo: tú, por indiferencia, distracción, y como yo sabría después, por timidez, y yo pensando que eras demasiado grande para ser parte de mi vida.

Fue entonces que me vino un poema de Nuno Júdice que leí antes de conocerlo y que se convirtió en un pedacito de mí por haberlo leído tantas veces y por haberlo elegido para contar el comienzo de una pasión prohibida de una inútil niña por un hombre que ya está muerto, pasión  transformadora como todas las demás. Nuno Judice dijo, y cito algunos versos en color.

«Ahora recuerdo que tengo que quedar contigo, /

en algún lugar donde ambos podamos hablar /, de hecho, sin ninguna de las ocurrencias de la vida /

Cuida lo que tenemos que decirnos. Muchas

veces / recordaba que ese lugar podía

ser, incluso, un lugar sin nada especial, /

como la esquina de un café, frente a un espejo/

que podría servir de excusa /

para reflejar el alma, la impresión de la tarde (…)

Y de repente, el sentido de despedida, y que cada uno de nosotros/

lleve consigo al otro, dejando atrás a sí mismo / como si un intercambio

de almas fuera posible.

Porque a mí, ¿sabes?, siempre me falta el sentido de la despedida, de todo lo que dice el poeta y sólo me queda la sospecha de que tal vez el intercambio de almas es posible y que, como Roland Barthes, puedo decirte: C’est donc un amoureux qui parle et qui dit,.  sin ir a un café o a un restaurante, no tanto yendo cientos de millas para nada nuevo que decirse el uno al otro. Entonces pensé que este viaje, este adiós, podría tener lugar en un lugar que tu hubieras amado / Y así  es como Amarante llegó a mí, por alguna razón que ignoro, porque nunca había estado. Pero / me pareció que visitar la casa de Pascoaes y sobre todo el jardín y la galería de cristal donde, yo estaba muy seguro, te encontraría leyendo Pynchon o escribiendo poemas trágicos, fue el momento y lugar ideal para esta despedida que nunca sucedió  porque, aunque no lo vayas a creer,  en un alma y en tus 21 gramos,  los que mueren dejan en nosotros una sonrisa, una palabra susurrada, un recuerdo, aún más difuso. Y de hecho, ahí estabas tú, sobre tu espalda y me pregunté si sería o no tú, quién podía ser aquel hombre familiar,  el amigo fantasmal que siempre aparece, en los momentos más inesperados de nuestras vidas.

Estaba lloviendo (siempre llueve en Amarante) y las paredes de cristal no permitían certezas, así que me quedé, muy tranquila, esperando a que volvieras y que tu tímida sonrisa fuera la despedida que ambos elegimos para ese último momento. Y mi cara, como dirías, se esfumaba cada vez más y sentía que cada vez se veía menos, y no importaba cuánto intentara gritar Simon o Sebastião, la voz no se escuchaba, me había convertido en un eco que, sin un grito primordial, no existía, no podía existir.

Me quedé muchas horas en la galería, sintiendo la tormenta que venía, hasta que me di cuenta de que nunca nos volveríamos a ver, es decir, te vería, como el ángel Damiel, alias Bruno Ganz, posado en la biblioteca, viéndola llenarse de libros tuyos, sólo yo y Tu, compartiendo algo a solas porque los ángeles no saben leer.

María Manuel Viana.

 

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Enrique Vila-Matas sabe ensanchar la literatura (Gianni Montero en Esquire, Italia)

Con Questa bruma insensata (Feltrinelli) el escritor catalán hace incluso lo que antes no era literario.

rel ojGianni Montieri (Esquire, Italia)

: “También me pregunto si algún día será posible que alguien lea estas páginas y pueda verme aquí, donde ahora estoy sentado en este rincón perfecto». De Queneau viene el título de este libro, lo leemos en exergo: «¿Cómo aclarar esta bruma sin sentido / en la que se agitan las sombras?», parecería que toda la literatura de Enrique Vila-Matas, no sólo la historia que cuenta en su espléndida nueva novela, Esta niebla sin sentido (Feltrinelli, 2022, traducido por Elena Liverani).

“Me gustaba la gente como Kafka, y cada vez que me derrumbaba, cansado de vivir en mi mente, recordaba las palabras de Bolaño de que la literatura de Kafka era la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo pasado». Y le gustaba el hecho de que Kafka hubiera demostrado que la literatura ofrecía todas las posibilidades de ir más allá, sin renunciar al mismo tiempo a resolver los interrogantes que el putrefacto sistema político de la época nos planteaba a nosotros, pobres mortales”.

Vila-Matas parece orientarse en un territorio de sombras, que se agitan, pasan, se desvanecen y luego vuelven. El escritor catalán escribió, escribe para despejar la bruma, para dar sentido al momento en que la luz y la oscuridad son lo mismo, tienen el mismo sabor. Y no estamos hablando solo de fantasía y ni hablando de realidad. Hablamos de arquitectura, de una textura sintáctica e imaginativa que sostiene el castillo que necesitamos, una morada en la que la palabra ficción retoma su sentido principal y supremo, una casa enorme en la que, desde cada ventana, relampaguean poemas, historias, hechos, otros escritores, tanto amigos como extraños, y todos tienen un trabajo y todos tienen uno solo: inclinarse sobre el alféizar de la ventana para contarnos un trozo de historia, una pieza larga pero no toda la historia. Un hecho está oculto, un hecho debe ser inventado, un hecho lo da nuestra imaginación, así como el origen.

Vila-Matas nos invita y nos acusa, nos recuerda quiénes somos, y nosotros, con las gafas en la nariz, participamos de los sueños que se despliegan. Nos recuerda que no necesitamos cuándos y porqués, necesitamos cómos, y es así para Onetti, para Bolaño, para Bellow, y es así para él.

“Los protagonistas de esta novela son dos hermanos, de hecho sería más exacto decir que un protagonista es el hermano de alguien que se ha convertido en un fantasma, una sombra, una figura que se mueve hacia otra parte, que no aparece, que es lejana, engorrosa, en el fondo, insoportable. La forma en que los dos personajes se colocan en escena confirma una vez más la manera de jugar de Vila-Matas. Uno es real, el otro ya no es real, es otra cosa. El primero trabaja para lo que se ha convertido en su hermano, un novelista de culto muy leído que nadie ve, como Salinger y (especialmente) Pynchon. El hermano novelista representa la ficción, la verdad de la literatura, y también -de algún modo- su vacío, su precario equilibrio. El narrador es Simon Schneider, vive en Cap de Creus, una península encantadora que se encuentra entre el territorio catalán y Francia. La casa está en ruinas, muchos años antes de que los padres de Simon y Rainer (el otro hermano que ya no se llama así) la compraran, está al borde de derrumbarse, de resquebrajarse para siempre, al borde de un precipicio, se alza sobre mismo como un salto al vacío. Está a punto de colapsar, y Simon también, excepto que no se derrumba, algo lo mantiene en equilibrio sobre el abismo.

Vila-Matas ha escrito otra novela imprescindible, ampliando aún más el campo de juego que siempre ha ocupado la literatura. Encontró más espacio. Si la obra de su amigo Roberto Bolaño (que le dedica uno de sus más bellos cuentos a Enrique, se puede leer en Llamadas telefónicas, Adelphi) es un mapa que nunca se agota de libro en libro, la de Vila-Matas es una geografía que extiende el mismo territorio de obra en obra. Está bien, hay una frontera, dice el escritor catalán, pero no hay razón para no moverla más. Para llegar más lejos. A ambos les interesa una sola verdad, la literaria, que es más verdadera que la realidad, la única que inventando un lenguaje puede explicarnos el tiempo que atravesamos y lo que pasaremos. Vila-Matas se cuestiona y nos interpela, destacando una paradoja: si hay originalidad en la creación literaria, hay que buscarla en el arte de la cita La relación de subordinación que Simon vive con Rainer va más allá del afecto, la falta de un ser querido, la nostalgia, la melancolía. En cambio, se basa en una tensión que es enteramente literaria. Simon no pudo ser escritor, quizás, además de no tener el talento, no tuvo el coraje, pero su fe en la literatura, en el poder de cada frase, es ciega y, sobre todo, tenaz. Rainer -alias Gran Bros- ha creado un mundo que se alimenta de esa literatura, pero en la que no cree, al fin y al cabo, ni siquiera escribe de verdad. Rainer ya no existe y Gran Bros no existiría fuera de las citas que Simon le pasa. Vila-Matas se interroga y nos interpela, destacando una paradoja: si hay originalidad en la creación literaria, ésta hay que buscarla en el arte de la cita. Todo se recupera, incluso inconscientemente, después de que todos los queridos autores nos influyan y Vila-Matas nos explica que citar también significa -en los casos más elevados de la literatura- conocer (ciertamente) y amar. Si creemos en la literatura, es que creemos en Enrique Vila-Matas, y se lo agradecemos.9781846558788

 

 

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Llega un extraño: Díaz Dufoo (hijo) ————–Café Perec

Ateneo de M.

Reunión (sin Díaz Dufoo Hijo) en el Ateneo de la Juventud, de México.

Carlos Díaz Dufoo (hijo) parecía vivir para matarse en su propio cuadro. Como Van Gogh, que se suicidó en Auvers, en la misma campiña que pintó con unos cuantos cuervos que la sobrevolaban. Sólo que Díaz Dufoo (hijo) no pintaba, escribía, y acabó matándose en cada una de las páginas de su breve obra genial, Epigramas, libro de 1927 escrito con las cualidades de lo incompleto. “Regalaba generosamente las ideas ajenas”, se lee ahí. Y también: “Gastó largos años para hacerse un estilo. Cuando lo tuvo, nada tuvo que decir con él”.

¿Se suicidó porque nada le quedaba por decir? ¿O porque para él un artista era “alguien que guarda como un solitario prisionero su visión del mundo”?  Le atraía el lado oscuro del sol, el juego del revés y, de vez en cuando, liberaba alguna parte mínima de esa visión del mundo, pero sólo para confesar que sus palabras eran insignificantes. Claro está que tan tímidas confesiones no le impidieron parodiar el gesto de iniciar algo que pudiera abrirse a un horizonte: “Comenzó una vez y luego volvió a comenzar. Comenzó de nuevo, comenzó en mil ocasiones, comenzó siempre. Cuando otros llegaban, él comenzaba. No llegó nunca”

Me acordaba ayer de ese “comenzar siempre” cuando supe que Epigramas acababa de ser publicado en este país. Un centenar de formas breves, lúcidas, irónicas, que han permanecido inéditas casi un siglo en España. Un conjunto de fragmentos que no tienen género. En la literatura mexicana, los parientes más próximos de Díaz Dufoo (hijo) serían Alfonso Reyes y Julio Torri, de la llamada Generación del Ateneo, todos arrancados de su educación griega por la Revolución que les envió a un exilio interior. Díaz Dufoo (1888-1932) era el hombre casi invisible del grupo. De hecho, una única imagen fotográfica prueba que existió.

“Escapistas, le gastan una broma a la Historia y gana la literatura”, sintetizó Christopher Domínguez Michael acerca de la Generación del Ateneo. Se sabe que les unía una “ansiedad crítica” que potenciaba la asociación entre tradición y ensayo, ficción y pensamiento. De todos ellos llega ahora el más extraño, el que no llegaba nunca. En Díaz Dufoo (hijo) todo es meditación aforística que sustenta la imposibilidad del conocimiento. Y de esta meditación surge Diálogo contra el éxito literario, la última de las formas breves de su libro único. El éxito, leemos ahí, es la muerte de la buena literatura, su inevitable degradación. Y, a continuación, asoma el dandy con su concepto radical, espectral de la escritura: “El éxito es el peor enemigo de la elegancia, cuya defensa natural es la impopularidad”

Dufoo (hijo) viene a decirnos que quien mejora a la sociedad gracias a su popularidad, ve cómo su genio personal se pierde en el alma común, por lo que deja de ser la voz inspirada de un hombre para ser la voz interna de los hombres. Me pregunto qué caminos recorrerá Epigramas (Firmamento) en este país. No puede hablarse de “acontecimiento”, porque ahora cualquier cosa lo es y porque, además, tal vez se trate de un sutil “desacontecimiento”.

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CORAZÓN TAN TRICOLOR (del libro Morir de Fútbol)

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Abdon Porte, la vida por un escudo, el del Nacional de Montevideo.

En la década de los noventa entablé cierta amistad con futbolistas que leían. Con Pardeza y Pep Guardiola, muy especialmente. Ellos querían que les hablara de literatura, y yo en cambio que me contaran secretos del fútbol. A los dos les martiricé en diferentes noches preguntándoles si existían futbolistas de éxito que en el mismo terreno de juego hubieran sido conscientes, un día, de que acababan de hacer la mejor y última gran jugada de su vida. Se trataba obviamente de una pregunta que, en términos literarios, pocos escritores aceptarían responder. Yo, al menos, no he conocido a nadie que esté dispuesto a reconocer que su mejor libro ya lo ha escrito. Pardeza y Guardiola capearon el temporal con tacto y terminaron siempre eludiendo la respuesta a mi pregunta nocturna y obsesiva.

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La respuesta la hallé casualmente, años después, en la historia trágica de Abdón Porte, medio centro del Nacional de Montevideo. Rostro afilado, cabellera lacia, muy alto, tenacidad combativa. Corría el mes de marzo del año de 1918 y en Uruguay se jugaba en aquellos momentos el mejor fútbol del mundo. Abdón Porte tenía 27 años y era el ídolo de los hinchas del Nacional, aunque éstos no sabían que Abdón sabía perfectamente que había hecho ya la última gran jugada de su vida. Había entrado en un ligero declive del que era consciente, y se veía suplente de otro medio centro en la siguiente temporada. Toda la hinchada tricolor (blanco, azul y rojo son los colores del Nacional)  amaba a Abdón Porte, y aquel día de marzo el equipo derrotó por 3 a 1 en su estadio del Parque Central al Charley. Tras el partido, Abdón fue a festejar la victoria con sus compañeros. A la una de la madrugada se despidió de todos y dijo que tomaría el tren en la Estación Central. Pero algo sucedió cuando se quedó solo y cambió de idea, regresó al estadio. En medio de la noche, fue hasta el círculo central del campo, donde tenía la costumbre de reinar. Ya no le sustituiría nadie. Allí, en el centro mismo del estadio, se mató de un disparo en el corazón.

            A la mañana siguiente, el cancerbero del equipo, que fue el primero en entrar en el estadio, encontró el cuerpo del medio centro. Junto al revólver, un sombrero de paja, con dos cartas. En una se despedía de los seres amados. Y en la otra –para que luego digan que literatura y fútbol están reñidos- unos versos copiados a mano: “Nacional aunque en polvo convertido/ y en polvo siempre amante/ no olvidaré un instante/ lo mucho que he querido/ Adiós para siempre”

            Corazón tan tricolor. Todavía hoy, en todos los partidos jugados en el Parque Central, se puede ver en la tribuna una bandera con la leyenda Por la sangre de Abdón. “Pavada de alegoría –escribió alguien-. Allí donde estaba, siendo patrón del medio, quería que el tiempo se hiciera eterno”. Pavada o no, dos semanas después de aquel suicidio, Horacio Quiroga, cuentista magistral y una de las vidas más trágicas de la literatura, se basó en la historia de Abdón para escribir Juan Polti, half-back, un relato que publicó en la revista Atlántida en mayo de 1918. «Cuando un muchacho llega, por A o B, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremediablemente”. De ese alcohol de varones y del mítico suicidio hablaría también, años más tarde, el relato Muerte en la cancha, de Eduardo Galeano.

            Un 13 de julio de 1930, sin relación alguna entre el suicidio del medio centro y la competición universal que se inauguraba, se jugó en el estadio del Parque Central el primer partido de toda la historia de los Mundiales de fútbol. Se enfrentaron Estados Unidos y Bélgica. Así que puede decirse que el primer balón del primer Mundial comenzó a rodar desde el lugar exacto donde Abdón cayera muerto, desde aquel círculo central en el que el medio centro decidió jugar su último partido, eternizarse en el centro del mundo, de su mundo.

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Con Sylvia Molloy en el centro del mundo [Café Perec]

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Sylvia Molloy, que escribía para pensar, redactaba a veces cartas que nadie pudo leer nunca. Algo distinto el caso de Eric Satie, que no abría las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Esta mañana, le escribí a Sylvia Molloy unas líneas a modo de carta breve para un largo adiós. Molloy murió en Long Island este verano. Fue pionera histórica en tratar en sus libros los temas de la cultura LGTB. Y pionera también en el estudio de la “autobiografía” como género literario. Dejó libros maravillosos: En breve cárcel, Vivir entre lenguas, Desarticulaciones, Varia imaginación. La noticia de su muerte a los 83 años tuvo escaso eco entre nosotros. Seguramente porque el corazón de su obra fue editado en su Argentina natal (en Eterna Cadencia) y poco leído aquí.

Esta mañana, dije a Molloy, en mi carta muerta, cuánto me agradaría que en forma de libro alguien, un día, abordara su apasionante vida plurilingüe, aquella de la que ya hablara Patricio Pron en estas mismas páginas. Y evoqué ese “vivir entre lenguas” en el que ella solo vio ventajas a la hora de poder comprender la verdadera identidad del lenguaje. “¿En qué lengua soy?”, llegó un día a preguntarse. Ya de muy niña, hablaba español con la madre, inglés con el padre, y luego, cuando se instaló en París, adoptó el francés heredado de sus abuelos. No creo que nadie haya escrito mejor que ella sobre la escritura de las afueras, sobre la escritura que resulta del traslado; o mejor, la escritura como traslado, como traducción: “la escritura desde un lugar que no es del todo propio y sin duda no lo será nunca, un lugar donde subsiste siempre un resto de extranjería y de extrañeza, donde se aprende una lengua nueva, pero se escribe en la lengua que se trajo”

Al concluir mi carta, volví a recordar que a Molloy en persona la había visto una sola vez en toda mi vida, hacía ya diez años, en Nueva York. En esa ocasión única, en la McNally Jackson, hablamos de lo mucho que, en los años setenta en París –por amigo interpuesto– habíamos alcanzado a saber el uno del otro, sin que llegáramos a vernos nunca en ningún lugar de la ciudad, en ninguna ocasión, nunca. ¿Fuimos ya en la McNally en aquel mismo momento conscientes de que el instante era raro y era único?  En mí memoria resuena Idea Vilariño: “Fue un momento, un momento, en el centro del mundo”.

Al encontrar esta noche en Varia imaginación ese relato que Molloy tituló Últimas palabras y donde narra su visita a la casa de Trotsky en Coyoacán, he visto la oportunidad de ensanchar aquel momento único de diez años antes y tratar de compartir con Molloy una experiencia que tuve en la visita a la misma casa. Porque yo había visto una gota de sangre en la alfombra del despacho de Trotsky, y Molloy no. Por ahí, he pensado, podría alargarse el momento único. Eran distintas las dos experiencias, lo que me facilitaba cotejarlas y, por tanto, proseguir de algún modo el diálogo, añadiendo unas cuantas “últimas palabras” más a aquel momento en el centro del mundo que de pronto, súbitamente, se me ha revelado eterno.

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Questa bruma insensata reseñada en La Repubblica, por Stefania Parmeggiani.

it1Sueña Vila-Matas con una literatura que no está ligada al tiempo, a la ideología o a las circunstancias. Una literatura que exista por sí sola, que no dependa de nada que no sea de sí misma. Escribe con humor, con alegría, pero tambien con autoironía. Da la espalda al canon del realismo y se adentra, imperturbable y sonriente, hacia el corazón de la niebla, la insensata bruma del título, que a la vez es una cita del título, de la frase de Raymond Queneau, así como una metáfora no sólo de la literatura, sino de la vida misma.

Stefania Parmeggiani.

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Andrea Bajani sobre «Questa bruma insensata» (Feltrinelli) / LA STAMPA.

Andrea Bajani e l´amico Antonio Tabucchi.

Andrea Bajani e l´amico Antonio Tabucchi.

 

 

 

 

 

 

 

Della parabola artistica e umana di Van Gogh, mi ha sempre colpito la conclusione. Per farla finita, andò nella campagna di Auvers e si sparò un colpo nel petto. Lo trovarono, lo soccorsero, ma ogni tentativo di salvarlo fu inutile: due giorni dopo morì in ospedale. Aspettò però l’arrivo del fratello Theo per andarsene del tutto, quasi tra le sue braccia. Ora, chiunque abbia familiarità con quella campagna francese, non potrà non pensare alla somiglianza con la celebre tela Campo di grano con voli di corvi. Detto, altrimenti, ciò che della tragica fine di Vincent Van Gogh mi ha sempre colpito è la decisione di andarsi a ammazzare dentro un suo quadro. Per poter tollerare la vita, Van Gogh si era trasferito nell’arte, in quello che tra tutti i traslochi è il più naturale ma estremo, perché non ha via d’uscita.

Il «finanziamento Van Gogh», inteso come il sostegno del fratello Theo a Vincent, è un po’ l’occhio del ciclone di Questa bruma insensata, il romanzo di Enrique Vila-Matas che per coincidenza esce ora in Italia (nella complice traduzione di Elena Liverani) mentre in Spagna viene pubblicato, e molto amato, il suo ultimissimo, Montevideo. Perché dico che il «finanziamento Van Gogh» è l’occhio del ciclone? Perché ci porta in qualche modo nel centro dell’uragano di questo romanzo indiavolato, doloroso, esilarante, bellissimo. Il finanziamento di cui sopra è quello, assai modesto, elargito dal Gran Bros a suo fratello Simon Schneider in cambio di servizi letterari. Gran Bros – il suo nom de plum, Rainer all’anagrafe – e Simon, sono fratelli. Dietro di loro, l’ombra del Padre. Gran Bros è uno scrittore che si è sottratto a tutto, ha lasciato la Catalonia ed è sparito a New York, optando per la leggenda. Si è iscritto alla lista dei Pynchon e dei Salinger, di quelli di cui non vi è testimonianza diretta. Solo diceria, mitologia, e qualche ricordo.

Se Gran Bros è diventato leggenda, questo è avvenuto per via di quel ponte, teso sopra l’Atlantico dal lavoro di suo fratello. Simon, che Rainer chiama walserianamente «l’assistente», è un fornitore di citazioni letterarie. Invia frasi al Gran Bros, e quelle frasi vengono miscelate dentro un’opera singolare, considerata per apparente paradosso «unica» pur essendo intessuta di frasi altrui. Simon si pensa come una «citazione vivente», a volte con felicità altre, e non di rado, con estrema frustrazione. Questa fornitura costante di munizioni letterarie disegna una subordinazione, e il salario è per certi versi più un’umiliazione che un giusto compenso. Rainer è leggenda, Simon semplicemente non è. L’uno sta a New York, in piena mitologia, e manda laconici e sardonici segnali. Simon se ne sta in una casa cadente a Cap Creus, sul baratro dell’oceano, e lancia citazioni in bottiglia, in ottemperanza al «finanziamento Van Gogh». Fa Theo, almeno all’apparenza.

Questa bruma insensata, è, se così si può dire, un concentrato di Vila-Matas. Gran Bros è una variante del Dottor Pasavento, è uno scrittore affetto dal «mal di Montano», ed è un Bartleby, ovvero uno di quelli che hanno detto «no», che hanno deciso di tirarsi fuori dal quadro, di non esistere più, o almeno non esistere per gli altri ma solo per sé. Eppure questo romanzo merita un posto a sé, nell’opera dell’autore di Esploratori dell’abisso e Dublinesque. C’è questo elemento della fratellanza, e della famiglia più in generale che fa sentire un dolore tutto speciale, nel racconto della parabola di Gran Bros e del suo cosiddetto «assistente». È una specie di spina nel fianco del racconto, e illumina uno degli aspetti che più sono propri di Vila-Matas, anche se spesso trascurati. La matrice profondamente esistenziale, quella per cui scrivere è un modo di vivere, e quindi anche di morire.

Simon e Rainer, così come Vincent e Theo, sono due fratelli, cioè sono due persone distinte che però condividono un destino e una condanna nel sangue. Per Vincent, Theo sarà sempre l’alternativa della vita all’arte, il complementare concreto – la terra – al suo dissolversi nella pittura. Theo non riuscirà a salvarlo ma sarà lì, sempre fuori dalla cornice, a tenere la bandiera della vita. Viceversa Simon e Rainer sono simili anche nel loro destino ultimo. Rainer si è dissolto nel Grande Bros, e la sua «energia d’assenza» ha fatto la sua fama letteraria. Ma anche Simon lo ha fatto, si è nascosto dietro le frasi altrui, si è vestito di citazioni così da poter girare invisibile, non visto. Entrambi soli, entrambi a sfuggire la vita e cercarsi nella letteratura, ovvero a cercare nella letteratura uno straccio di senso per la vita. Cioè credere ancora, in maniera ingenua e visionaria, che se riusciamo a concludere una frase scritto, siamo al sicuro. «Tutta la mia vita di colpo sembrava pendere da un inaspettato unico filo che al contempo era il mio unico obiettivo chiaro: riuscire a completare quella frase». Fuori dalla frase, c’è solo l’abisso.

Versión en español del texto de Bajani:

http://enriquevilamatas.com/escritores/escrbajania7.html

Minnesota Joan Mirchel

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MARTÍN-SANTOS [Café Perec]

Martin sanros–¿A qué te dedicas? ¿Te diviertes? Y perdona si te interrumpo.

Estaba en casa, esperando la ceremonia de despedida de Piqué que, por ser previsible, era toda una promesa de tedio. Y no me dedicaba a nada, aunque a veces, y eso aún era peor, daba vueltas alrededor del pésimo estado general del mundo de hoy.

Y en eso, por teléfono, me llegaron de pronto desde San Sebastián esas preguntas de una amiga de toda la vida. ¿A qué me dedicaba? Le oculté que no estaba haciendo nada y conté que, horas antes, me había dedicado con paciencia a buscar, en un documental visto años atrás, unas palabras de Hitchcock muy festivas y, sobre todo, de una vanidad suprema. Había acabado encontrándolas. Eran de 1960, de cuando a Hitchcock le pidieron que explicara el éxito mundial de Psicosis. Debía su suerte, dijo, a que en Hollywood nadie entendía qué realmente era el cine, porque allí andaban ensimismados con los diálogos, que creían que eran el eje principal de los films. De modo, concluía Hitchcock, que me dejaron libre todo el campo del suspense, todo entero.

Ávida de discusión, mi amiga dijo que esas vanidosas palabras eran brillantes, pero que le parecía que el tiempo había demostrado que contenían una fibra tóxica, localizable en el desdén de Hitchcock por los diálogos y en su exigencia de que el cine perdiera el lastre de lo literario. Según ella, perderlo había traído funestas consecuencias. Porque las obras maestras del suspense habían ido siendo sustituidas –hoy es más visible que nunca– por un suspense tosco, de baja estofa, acorde con el tiempo en que vivimos: películas de diálogos tan funcionales como rasos y estúpidos, intercalados en sucesivas y sistemáticas escenas de terror y violencia.

Ya ves, dijo, siempre hay un elemento tóxico en todo, también en la genialidad y en la vanidad. Y pensé que podía estar en lo cierto y que la prueba era que el cine de ahora encajaba como un guante con este tiempo de suspense en el que nos hallamos.

De hecho, me dije, si uno sigue la línea que marcara Luís Martin-Santos con sus títulos –Tiempo de silencio, Tiempo de destrucción–, descubre que hemos entrado ahora en Tiempo de suspense, como lo demuestra el relato permanente de las mil y una amenazas de catástrofes con las que logran atenazarnos a diario. Y pensé: éste es un tiempo taimado y vivamente iletrado, cargado de un suspense degenerado y siniestro, porque sigue siendo suspense –con su demora o suspensión de las acciones atroces– pero nos bombardea con una constante anticipación de catástrofes de todos los géneros. Se lo comenté a mi amiga y creo que hasta le contagié mi horror.  Y encima sin divertirnos, dijo ella de pronto. Y me acordé de Martin-Santos, al que le habían preguntado un día a qué se dedicaba y respondió: “A modificar la realidad española (y divertirme)”.

Sostienen algunos que, de no ser por su accidente en 1964, habría podido abrir una vivificante vía nueva –tan cervantina como joyceana y barojiana– en la narrativa española que siguió a su muerte.

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Un comentario de Andreua sobre MONTEVIDEO. (en Goodreads)

20221106_140108~3(2)Enrique Vila-Matas és el mestre de literatura que un estudiant bohemi mudat de gavardina fosca necessita. Els seus llibres són lliçons per a l’escriptor en potència. Són camins envoltats pel dubte i la inseguretat de joves autors que es barregen, fonamentada amb l’experiència de la vida passada, en la veu —ja respectable— de Vila-Matas.

Un viatge improvisat a Barcelona em va portar a recórrer totes les llibreries de la ciutat. A cada una, un llibre diferent i, simultàniament, una nova història. A Finestres, per exemple, sota la veu en off d’una cançó de Manel, una parella d’enamorats llegien «el nou manifest groc de Finestres» i navegaven, amb la incomoditat d’unes mans entortolligades (però verdaderament tendres i envejables), pels llibres de les estanteries. No sé què van arribar a comprar aquells dos, tan ensopits en la seva pròpia història d’enamorats, però de segur que devia ser bona literatura perquè, quan un està en aquest grau d’endolciment, la compra a la llibreria sempre és profitosa. Però bé, Montevideo no va ser comprat a Finestres sinó a La Central (a la del Raval, encara que tinc entès que Vila-Matas sent una fascinació més íntima per la del carrer Mallorca) i va ser l’elegit per distreure’m en un viatge de tornada amb Rodalies sense ja bateria al mòbil. (…)

El llibre és boníssim , és perfecte i demostra, per part de Vila-Matas, un domini al nivell de Borges o Cortázar, d’inserir realitats i històries com capes d’un sol entramat, formant laberints de portes que sovint, sense el talent suficient, tendeixen a desaparèixer. El que aconsegueix l’autor en la seva nova obra és un depurament del seu estil en un viatge literari que s’endinsa en un fals món interior. Un món interior que no existeix i que basa la seva essència en la sensació externa provocada per històries encadenades, com portes, com literatura solta en l’univers. La catarsi que suposa el llibre permet al narrador sortir d’una espiral d’estancament literari imposat, però podem observar moltes notes dels temes recurrents de l’autor. I és que Vila-Matas es manté proper al seu estil en mostrar, de nou, les preocupacions que sobrevolen la novel·la moderna, l’acte d’escriure, l’aspecte més personal de l’escriptura: els dubtes i pors que poden enfonsar als autors iniciats i experimentats i que sempre giren al voltant d’idees enquistades profundament literàries.

Grans autors de la literatura universal apareixen com a guies en aquest laberint fosc i perdut en el qual es troba el narrador. No sabeu la meva sorpresa (el nom de Montevideo ja em va fer entreveure una esperançada sospita) quan el nom de Cortázar —el millor— es va establir com la gran influència de l’obra i com l’inici de la gran aniquilació de la realitat. La porta entreoberta de l’habitació de l’hotel Cervantes (Katia ja saps perquè em fa gràcia aquest nom) se situa com l’origen del camí impertorbable de portes que, a mesura que avança la novel·la, s’incendien com a fars de ciutats llunyanes a la recerca d’una perduda literatura. Aquesta reafirma l’ambigüitat de la realitat i la falsa dualitat que s’estableix a través de les citacions constants als contes de Cortázar (els quals són més presents que Rayuela, que apareix en detalls còmics francament originals). Borges, Rimbaud i Mallarmé són exemples d’altres autors que apareixen com estels fugaços, com procediments necessaris per a construir una nova literatura, una nova manera de veure el món i de ser-hi que no busca redactar (com els escriptors dolents i amb poca traça) la realitat tal com és, sinó amb la visió provista de l’elevació necessària.

L’autor viatja de París a Cascais, després a Montevideo i a Reikiavik, passant a Bogotà com a l’infern on tot Dante ha de caure i acabant, com a retorn inevitable, a París (que no se acaba nunca). Es forma un mapa mental clarament desdibuixat per les barreres nacionals i les barreres del somni i la impressió quasi literària, que es conté en la verticalitat dels passadissos de mil portes inacabables. Els símbols de l’obra es destaquen en la repetició, en la sobreposició de les figures que, inevitablement, creen un univers particular de, en aquest cas: portes, sectes, aranyes, fantasmes i, en definitiva, ambigüitats. Tot es forma en el diminut espai d’una cambra, atrapada en les negres potes d’una aranya, tan literària com real, com la mateixa cambra. Els personatges es transformen com a interlocutors necessaris per al desenvolupament del narrador, desgranant unes pors pròpies que, sincerament, crec que son tan profundes i elevades que ni el psicoanalisis es veu digne com a eina interpretativa.

M’agradaria que, si esdevinc algun dia escriptor (i amb això em refereixo a un escriptor notable), el nom de Vila-Matas ressoni (com ho fa Cortázar a la novel·la i com ho espero que també ho faci ell a la meva) com a eina que espanti els fantasmes que recurrentment persegueixen als escriptors, tan insegurs en la seva paraula com ho són amb la seva vestimenta. Vull que em fereixin tots els dubtes, que l’experiència, la ciutat, el mar, l’amor, les finestres, els retrovisors, les forquilles o les estovalles, m’impactin de tal manera que pugui veure en aquestes coses una literatura enganxosa dels autors que em precedeixen.

Avui surto de festa a Platja d’Aro. Potser les pampallugues de colors (al so d’un Quevedo repetitiu i d’una Rosalia que comença a ser-ho) em ceguen en el record fugaç d’unes llums llunyanes, d’insectes diminuts i d’un Barcelona somnàmbula. I en el lavabo, ensucrat de l’alcohol retingut a la ceràmica engroguida, les portes desapareguin, mostrant-me una realitat de rectes passadissos que no s’acaben mai.


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LA BENDITA BROMA INFINITA [Decálogo metaliterario de Enrique Vila-Matas, por Javier Aparicio Maydeu]

20201231_1705441.- La obra entera de Enrique Vila-Matas se diría un homenaje a sí mismo, cuando es un homenaje a la mejor literatura. Su complicidad con las formas de autoficción no alcanza a la prevalencia de su complicidad con las obras ajenas.

2.- La materia literaria de su obra no es sino la literatura misma. Vila-Matas entiende mejor que nadie que literatura es connivencia con la literatura y comentario de la literatura. Su obra es un palimpsesto.

3- Su narrativa es un conjunto de historias abreviadas de la literatura, de historias de la literatura y de Historias de la literatura. Funciona como una maravillosa poliantea.

4.- Vila-Matas es hijo primogénito y privilegiado de La Vanguardia, de su ludismo crónico y de sus imprescindibles excentricidades. La bendita broma infinita.

5.- Transmuta su mitomanía literaria en mitografía literaria.

6.- No concibe la escritura sino como el final del alambique que destila sus lecturas. Nadie puede copiar su estilo: solo un genio puede citar sin descansar y que la cita exhiba el valor de su connaissance y no la torpeza del mero alarde huero.

7.- Léanse sus grandes libros como enciclopedias shandys: ontologías de la creación, reflexiones sobre la narración, barruntos sobre el valor infinito de lo que no se ha escrito aún, las virtudes del proceso frente al producto y las cualidades de la potencialidad frente a conclusión. Vila-Matas piensa en su arte. Vila-Matas piensa en el arte.

8.- De la solidez de una obra antojadiza, poliédrica, heteróclita, voluble y fragmentaria. El autor de Bartleby y compañía convierte la cultura en una seductora atracción fatal.

9.- De la escritura como una liturgia. De los géneros como invitación a incumplirlos. De su obra como perpetuo work in progress y como árbol genealógico que, como ramas, contiene todos sus libros.

10.- Como Don Enrique dijo en una ocasión haciéndose eco de Don Vladimir, lo mejor de la biografía de un autor es la historia de su estilo. Y la historia de su estilo es como la naturaleza de su obra: un tobogán vertiginoso desde el que, mientras piensas la literatura, la ves pasar a tu alrededor.

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