Pedro va andando por Madrid y, tras descartar la idea de subir por la empinada cuesta de Atocha, se adentra por las callejas más retorcidas y resguardadas que están a la izquierda de la cuesta, dónde pronto cae en la cuenta de que por callejas parecidas de Madrid anduvo Cervantes, con su mente tan extraordinariamente abierta y con aquella visión de lo humano que tanto contrastaba con la de sus oprimidos y opresores paisanos. Qué hacía por allí –nos preguntamos con Pedro– un hombre como Cervantes, un hombre que profesaba esa creencia en la libertad, esa melancolía desengañada, tan lejana de todo heroísmo como de toda exageración, de todo fanatismo como de toda certeza.
(del prólogo de Vila-Matas)