Montevideo” dialoga directamente con “La puerta condenada”, de Julio Cortázar. ¿Por qué Cortázar y su historia ambientada en el Hotel Cervantes le cautivaron tanto como para situarlos en el centro de su libro?
Era una noche oscura y tormentosa. A la mañana siguiente, me trasplantaban un riñón que donaba Paula, mi mujer. Cuando, tras el buen desenlace de la operación, regresamos del hospital, estuve muchos días sin poder levantarme por mí solo de la cama. Cuando pude hacerlo, me reencontré con el borrador de la novela Montevideo, que había dejado en casa para retomarlo si sobrevivía Me dediqué a revisarlo, a corregirlo con la idea de que me ayudara a “elevarme” de la mejor forma posible: engrandeciendo la categoría del manuscrito. Meses después, terminé conmovido la versión corregida porque había conseguido entrar en la habitación contigua a la 205 del hotel Cervantes, aquella en la que había pasado una noche, en 1954, Julio Cortázar. La terminé emocionado porque, en la revisión, logré ver el “lugar exacto” en aquel cuarto de hotel donde realidad y ficción coincidían.
— El narrador de “Montevideo” tiene el proyecto de biografiar su propio estilo. ¿Ha pensado alguna vez en dedicarse a un proyecto similar? ¿Cómo sería una biografía del estilo de Enrique Vila-Matas?
La biografía de ese estilo está ahí, basta con leer la obra.
— El narrador presenta cinco tendencias de escritores: los que no tienen nada que contar, los que deliberadamente no cuentan nada, los que cuentan todo, los que esperan que Dios algún día cuente todo y los que se han rendido al poder de la tecnología. ¿Cómo se le ocurrieron estas cinco tendencias? ¿Qué escritores tenía en mente? ¿Se identifica con alguna de estas categorías?
Vinieron a mí las cinco categorías al escribir uno de mis artículos quincenales en El País (los artículos que desde 2010 llevan el título general de “Café Perec”). El punto de partida nació del contraste entre Voltaire (que decía que el secreto de aburrir es contarlo todo) y el joven Kafka que en Descripción de una lucha exigió que todo, absolutamente todo, le fuera contado (“Ya no quiero oír fragmentos. Cuéntemelo todo, del principio al fin. Menos no pienso escuchar, se lo digo desde ahora. Es el conjunto lo que me fascina”) Vi que entre Voltaire y Kafka se adivinaba un arco en el que encajaban a la perfección esas “cinco tendencias esenciales de la narrativa de nuestro tiempo”, tendencias respetables, pero no me identifico del todo con ninguna de ellas.
— Los escritores de la quinta tendencia se han rendido al poder de la tecnología, que parece transcribir y registrar todo, haciendo dispensable el oficio del escritor. ¿Cree que la tecnología –especialmente la inteligencia artificial– podría hacer dispensable el oficio de escritor? ¿O la tecnología puede ser una aliada en la renovación de la literatura?
Mire, yo sólo sé con seguridad que, si no nos hubieran expulsado del Paraíso, habría sido necesario destruirlo. Nada nos asegura que nosotros, los que nos consideramos humanos, no somos unos herederos de unos replicantes (como los de Brad Runner) que volvieron a inventar a los humanos.
— En la primera línea de “Montevideo”, el narrador dice tener la “intención anacrónica” de ser un escritor de los años 20, de la “generación perdida”. Usted es considerado uno de los mayores ejemplos de la generación de escritores “posmodernos” (metaficción, intertextualidad, etc.). Sin embargo, ¿le gustaría convertirse en un escritor de otra generación? ¿De cuál?
Bueno, de tener que ser otro escritor elegiría a Cervantes, pero no sé si me saldría a cuenta, piense que ese hombre, como mínimo el mayor genio del siglo en el que vivió, tuvo la mala suerte de nacer cerca de Madrid, donde no pudieron tratarle peor. Se me caen las lágrimas cuando a veces camino por las calles de esa ciudad, por las calles empedradas (me recuerdan a Parati) próximas a la estación de trenes de Atocha, las mismas calles que él pateaba en Madrid. Un alma libre, una inteligencia alta en medio de un sinfín de imbéciles, una personalidad de proyección universal a la que obligaron a arrodillarse, cobrar impuestos, matar turcos, perder manos, solicitar favores, poblar cárceles.
— En la primera parte del libro, el narrador clasifica a Clarice Lispector como una “escritora francesa”. ¿Qué califica a Clarice, que nació en Ucrania pero insistió en ser brasileña, como “escritora francesa”?
Esa clasificación está relacionada con sentido del humor del narrador, que en Montevideo califica de franceses a muchos escritores y escritoras que no lo son. Tal vez pretenda reírse de ese afán francés -tan loable pero hoy en día ya muy tópico y como tal discutible- por acoger a los mayores talentos literarios del mundo y hacerlos suyos. Claro que es peor lo de los ingleses, para mí una nación de piratas que, tras haber robado a todo el mundo, han comenzado a aburrirse.
— “¿Qué más puede intentar una escritora hoy al escribir?”, pregunta un periodista a Madeline Moore en “Montevideo”. Me gustaría hacerle la misma pregunta a Enrique Vila-Matas. ¿Qué más puede intentar un escritor hoy en día al escribir?
Tratar de mantener vigente la tradición de la verdadera literatura, entendida como un arte libre, que se mantiene en contra de todas las imposiciones.
– El narrador aprende que escribir requiere “borrarse completamente detrás de su propia escritura”. ¿Es posible borrarse detrás de su propia escritura en una época en la que a los escritores se les pide constantemente que participen en festivales literarios, concedan entrevistas y estén activos en las redes sociales?
Adoro, por ejemplo, a Samuel Beckett, prototipo del escritor que es fiel al lema de mantenerse apartado”, divisa tácita de aquel que esencialmente es un ser “fuera de todo”, lo que le lleva a proseguir sin descanso un trabajo literario implacable y sin fin. Y una precisión: las entrevistas con acento literario no me molestan, todo lo contrario, entiendo que de ellas siempre puede surgir una idea o unas frases no conocidas hasta entonces por mí y que me permitirán darle más vida a la novela que escribo y en la que entra de todo, hasta un partido de fútbol íntegro.
— A usted le han llamado “el más argentino de los escritores españoles”. El escritor brasileño Antonio Xerxenesky llegó a escribir: “Los latinoamericanos decimos antes de dormir: ‘Vila-Matas es argentino y Ricardo Piglia es su primo’”. Sin embargo, su nueva novela se llama “Montevideo” y aproximadamente una cuarta parte está ambientada en la ciudad. Dada la rivalidad que existe entre Argentina y Uruguay, ¿no ha temido que los argentinos se irriten y revoquen su ciudadanía literaria en señal de protesta? ¿Alguna vez usted pensó en escribir un libro ambientado en Brasil para irritarlos aún más?
Junto a Jorge Valdano, Juan Villoro, Sergi Pàmies y otros he escrito uno de los prólogos al libro de Nelson Rodrigues “A la sombra de las botas inmortales”, una antología de crónicas (1955-1970) de este brasileño, gran inventor del “fútbol escrito”. Lo ha publicado hace un mes Días contados, una editorial independiente de Barcelona.
— A menudo se le describe como “un escritor para escritores” y su influencia es notable en la obra de varios autores jóvenes de Latinoamérica. Además, usted ya se ha convertido en un personaje de obras de autores como Paul Auster y Alberto Manguel y los brasileños Paulo Roberto Pires y Kelvin Falcão Klein. Mucha gente se pregunta cómo lidian los escritores sus influencias, pero ¿cómo lidia Enrique Vila-Matas el hecho de ser un escritor que inspira a tantos otros escritores?
En dos novelas recientes he sido protagonista absoluto. En Voyage avec Vila-Matas, de Anne Serre (Gallimard). Y en Nocturno de Gibraltar, del napolitano Gennaro Serio, donde aparezco como asesino de un periodista que me está entrevistando en un hotel de Barcelona y al que le aplasto el cráneo cuando veo que pone en duda que pueda ser yo premio Nobel. En una gran parodia del mundo de las novelas de serie negra, soy perseguido por un investigador psicópata que me tortura y asesina en el cementerio de Aix-en-Provence. Me entierra junto a la tumba de Cézanne. Es una novela muy brillante, invitamos a Gennaro Serio, mi asesino, a presentarla en Barcelona y no tuvo miedo de venir. Ya ve, él sigue vivo y yo, el otro día, seguía junto a mi tumba de Aix-en-Provence, donde me estuve riendo toda la noche.
— Hoy en día hay un movimiento que nos pide leer más escritoras. Sin embargo, la tradición literaria de la que formas parte sigue siendo muy masculina y blanca. En sus libros siempre hay citas de varios autores. La mayoría de ellos son hombres blancos. Sin embargo, en “Montevideo” el narrador siente una gran admiración por Madeline Moore. ¿Ha diversificado sus lecturas tras la «crisis» del escritor blanco? ¿Cuánto espacio tienen las autoras en su biblioteca personal?
“Si escribes claro tendrás lectores y, si escribes oscuro, tendrás comentaristas y discípulos”. Yo creo que escribo claro, pero Manuel Vicent, que es el autor de esa frase y que en mi opinión es el mejor articulista español contemporáneo, dijo de mí que mi éxito se debe a que obligo a los críticos a creerse inteligentes y a los lectores a ser tan analistas como el propio escritor. De estas palabras de Vicent debo deducir que tengo lectores, críticos, comentaristas y discípulos y por tanto sobre el papel lo tengo todo. De tener que perder algo, creo que me sentaría bien perder discípulas por la sencilla razón de que no tengo ninguna, me leen con mayor entusiasmo que los hombres, sean de la raza que sea, pero entre ellas jamás hay alguna que quiera ser mi discípula. ¿Y sabe por qué? Las mujeres suelen ser más listas.
— Ya ha escrito que la serie Mad Men le reconcilió con las formas breves y el placer de contar historias. Desde entonces, ¿alguna otra serie de televisión le ha inspirado tanto?
No. Ha bajado mucho la calidad de las series. Trabajan con una horma que aplican a todos los capítulos y que sólo aplican bien al primero. Y eso a mí no me va. Porque no veo los films sólo por la trama, por la historia, sino que más bien los veo para ver cómo han sido construidos los guiones y hoy en día el noventa por ciento son torpes, se estancan en una sola idea. Puestos a destacar una serie breve que sí me ha interesado últimamente le nombraré ésta: Patrick Melrose, una miniserie de cinco partes de 2018 protagonizada por Benedict Cumberbatch. Se basa en las novelas semi-autobiográficas del británico Edward St. Aubyn.
— ¿Hay algo que le gustaría añadir?
Pues sí. Una máxima de Paul Valéry que el lector encontrará en Montevideo (“Los demás hacen libros, yo hago mi mente”) me empuja ahora a decir que los demás hacen libros y algunos de ellos son extraordinarios. No viene ahora al caso dar nombres de los que leo con entusiasmo, o con la mayor atención, pero sí pienso que debo decir que de la literatura contemporánea la corriente que más me interesa es la que no está muy segura de sí misma y a la vez maneja una prosa audaz, capaz de pensar sin la menor represión: una escritura de crítica cultural libre, que es intempestiva y disiente de su tiempo y huye del vocerío general. Y bueno, es cierto que una mayor altura de miras en las prácticas literarias se echa cada vez más en falta en nuestros días, pero, aun así, quiero creer que aún estamos a tiempo de evitar que sigan perjudicando, de modo tan alarmante, la creación literaria del futuro.