El infinito, tal como lo imaginamos, no es mucho más grande que una nuez, dice con ironía el narrador de Esta bruma insensata, la novela de Enrique Vila-Matas que acaba de ver la luz. Encerrado en su pequeña cáscara de nuez, se divierte sintiéndose rey del espacio libre de límites. Así también he imaginado a Vila-Matas, pasándoselo en grande mientras escribía su nuevo libro desbordante de humor inteligente. Con absoluta libertad, propia de un escritor más que consolidado en su inconfundible estilo, escribe ficción desde casi fuera del mundo. Dicho de otra manera, en Esta bruma insensata mira el mundo como una broma infinita donde reinan figuras vacilantes: dudosas sombras que se mueven bajo un manto de bruma, símbolo, quizá, del carácter huidizo e inacabado, cuando no meramente potencial, de la realidad. Entre las sombras se confunden las fantasmales siluetas móviles que se muestran en su energía de ausencia inextinguible.
Frente a la tiranía de la razón prefabricada y las falsas certezas hace estallar Vila-Matas la insensata risa en las entrelíneas. Una risa de naturaleza muy seria que, lejos de seguirle la corriente a la lógica del sentido común, sacude a los lectores por el efecto inverso. Desubica lo que está demasiado en su lugar. Para conseguir semejante resultado en la escritura se vale también Vila-Matas de la creación de ocurrentes conexiones entre diferentes planos de la realidad. En una misma frase pasa de lo más trascendente a lo más banal y viceversa, poniendo sus recursos literarios al servicio de una literatura que va más allá de los sentidos prefijados, se toma a sí misma como objeto de reflexión y propone una forma original de entender la creación literaria.