ULISES 100 / Juan Ramón Martínez LA TRIBUNA. Tegucigalpa.

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Después de mucha resistencia y rechazo, de parte de varias editoriales de Estados Unidos y Gran Bretaña, en febrero de 1922 se publicó la obra que se considera el límite máximo de los esfuerzos experimentales dentro de la novela moderna: “Ulises” de James Joyce. Obra de la que todos hablamos. Citan los críticos apresurados; pero que, en realidad, no son muchas las personas que lo han leído y estudiado, realmente. El mismo Borges, en algún momento de irónica sinceridad, confesó que él no lo había leído totalmente y que, siendo una obra descomunal, portadora incluso de un nuevo “idioma” del que el único hablante era el propio autor, necesitaba para emprender su lectura, del prodigio venturoso de uno de sus personajes, “Fúnez, el memorioso”. Acercándose un poco más, en la tarea de enjuiciar la obra, sostuvo Borges que “Ulises”, la novela y su autor, eran, “indiscutiblemente una novela singular y Joyce uno de los primeros escritores de nuestro tiempo. Verbalmente, es quizás el primero”. Hay que agregar que Joyce, además de su necesidad de inventar palabras y construir impresiones inéditas, tenía severos problemas de visión. Y que, sigue refiriendo Borges, más que la obra de un hombre, -por su enorme capacidad de trabajo y sus resultados en Ulises- le parecía que era el resultado del trabajo disciplinado de varias generaciones, tal sus dimensiones y sus atrevimientos estilísticos. Pero por la cual, guardaba enorme admiración, tanto por la obra misma, como por su autor, al cual le dedicó uno de sus mejores poemas. Pero como Borge era Borges y siempre Borges, no disimuló una suave crítica a Joyce, cuando dijo que, si una obra se lee con dificultad, como era el caso de “Ulises” y mucho más “Finegan Wake”, la obra postrera de James Joyce que algunos dicen que ni Joyce entendió, el autor había fracasado. “Ulises”, es, para nosotros, en términos comparativos en la literatura, lo que es la teoría de la relatividad de Einstein sobre los límites de la velocidad de la luz, las fronteras de las matemáticas para describir la realidad según demostró Godell y la guardarraya de lo imposible del idioma para construir los relatos literarios determinados por Ludwing Wittgenstein en su Tractus. Es decir que “Ulises”, se convierte en la aduana hasta donde llega el ejercicio de la soberanía de un autor construyendo obras de valor intelectual y puede alcanzar en la creación literaria. Por lo menos hasta ahora, nadie ha ido más lejos que Joyce en ese esfuerzo narrativo, utilizando técnicas intertextuales y practicando múltiples atrevimientos estilísticos. No solo de fórmulas narrativas, sino que, además, inventando palabras, deconstruyendo formulas lingüísticas creadas específicamente para un momento necesario de la narración.

Emparentado con La Ilíada -refieren que Joyce en algún momento hizo comparaciones precisas entre la obra del griego excepcional y su trabajo literario- narra 24 horas de la vida de un hombre, residente en Dublín, en un día determinado el 16 de junio de 1904, fecha en que Joyce se citó por primera vez con la que sería su esposa, Nora Barnacle; y que, se mueven en la ciudad de Dublín, desde un desayuno irreverente, anti católico incluso, hasta su regreso a casa, en donde comparte residencia con su esposa Molly Bloom que les es infiel. Es un libro voluminoso, en español es de más de 800 páginas, que tiene 18 capítulos y cada uno de ellos, escrito en un estilo diferente. “El más usado es el monólogo interior que consiste en expresar los pensamientos del personaje en secuencias sin objetivo lógico, como ocurre con el pensamiento real”. La parte más fácil, es el capítulo final, un monólogo -el más bello de la literatura universal, en que la escritura discurre sin signos de puntuación y sin pausas, dejando que avance la conciencia en forma libre- de Molly Bloom, la esposa del protagonista, un pequeño burgués Leopold Bloom, que se hace acompañar de su amigo Stephen Dédalus; y muestra de la más bella introspección psicológica, de humana sinceridad, de disección de las fibras más profundas del carácter de un ser humano que se haya escrito jamás. Pero, adicionalmente, “Ulises” es un viaje por la ciudad de Dublín, una descripción de su carácter, su ambiente y la sensibilidad de sus habitantes. Convirtiendo la ciudad en protagonista singular y evidente. Es decir que “Ulises” es también, la novela e historia de una ciudad, Dublín, como lo fuera Londres para Dickens, Paris para Honorato de Balzac. O Aracataca, para Gabriel García Márquez. Una vez, he visitado Dublín en mi vida. Y en una temporada en que el sol mezquinaba sus fulgores e imponía un sentimiento de vacío y tristeza, del que no pude escapar, sino hasta que estaba en el modesto hotel donde me hospedé. Y con las luces apagadas. De modo que no goce mientras paseaba por ella, fallando en mi pretensión de identificar, plazas, bodegas, restaurantes y cantinas en donde Bloom y Dédalus, efectuaron su ruta durante 24 horas.

La edición que guardo en mi biblioteca es fruto del trabajo de José María Valverde, uno de los más respetables traductores y conocedores de la obra de Joyce. Su lectura en inglés debe ser una aventura más emocionante, porque las traducciones siempre, son una recreación de la obra original y vaciada en nuevos odres para conocimiento de los lectores que no hablan el idioma original en que ha sido escrita. Pero al margen de la maestría de los traductores, no es difícil reconocer que “Ulises” es, a “primera vista un libro desestructurado y caótico, pero los dos esquemas que Stuart Gilbert y Herber Goodman hicieron públicos tras la edición (de Ulises), para defender a Joyce de las acusaciones de obscenidad, hicieron explícitos los vínculos con la Odisea. En el mismo sentido, resulta un gran aporte para la comprensión del universo simbólico de la obra el llamado Esquema de Linatti, elaborado por el propio Joyce y enviado a su amigo italiano” del mismo apellido. No hay que olvidar que Joyce, vivió en Trieste, frente al mar Adriático e Italia, la mayor parte de su vida. A nosotros no nos parece obscena la obra. Si la sentimos irreverente con las ideas católicas vigentes, especialmente durante el desayuno en que se alude al cáliz, el vino y la transfiguración. Y, además, respira un nacionalismo anti Inglaterra, sutil pero que se siente con facilidad.

En Honduras, no conocemos ensayos o análisis de la obra. Los críticos “oficiales, de carrera, universitarios todos” no nos han dado indicaciones que lo hayan estudiado con profesional dedicación. Entre los escritores, posiblemente Marcos Carias Zapata es el más “Joyciano” de todos los novelistas hondureños. “Una Función de Móviles y Tentetiesos”, aunque tiene una fuerte coralidad; y en la que el lenguaje es el protagonista principal, sería el equivalente de “Ulises” en el trópico hondureño. La influencia de Joyce en Eduardo Bärh, no la percibimos singularmente, por más esfuerzos que hacemos. Tal vez, podría encontrarse algunas huellas mínimas en el uso del monólogo interior; pero no llega al discurrir de la conciencia. Posiblemente por falta de tiempo, porque pese a su enorme talento novelístico, la obra de Eduardo Bärh es poco numerosa. Especialmente porque le ha faltado la disciplina que le sobra a Escoto y Carías Zapata. Los narradores jóvenes de Honduras, se han inclinado mucho más por los “trillers” policiales, la escritura fantástica y la experimentación caótica, sin el talento que se requiere para estos menesteres. Posiblemente Jorge Martínez lo ha intentado con más disciplina en “Poetas del Grado Cero”, con la dificultad adicional para el lector que usa figuras conocidas, con lo que resta valor a su capacidad creativa que tiene en forma visible y desperdicia lo biográfico que Joyce utilizó en gran forma en “Ulises”. Pero, no hay que perder la esperanza que las generaciones del futuro, -poetas que imiten a Borges, por ejemplo; o que sigan la ruta de Marcos Carías- bajo la animación de nuevos profesores universitarios y medios, -más disciplinados y dedicados al oficio de la enseñanza-, redescubran en “Ulises”, la piedra de toque, para estimular la creatividad de los novelistas hondureños que no han podido, pese a los esfuerzos, superar a la generación de los llamados despectivamente por los autocomplacientes universitarios, a los autodidactas Ramón Amaya Amador y Lucila Gamero de Medina. Julio Escoto, el más prometedor de los autores hondureños, dejó la ruta de “El Árbol de los Pañuelos”, que parecía ofrecer esperanzadores relámpagos, para explorar otras rutas estilísticas en donde no ha podido empatar suficientemente, con sus lectores como se merece su disciplina, dedicación, talento y profesionalidad. Otros, la mayoría, no conocen a Joyce; ni estudian a Borges, Faulkner, Kafka, Vargas Llosa, Vila-Matas y Cortázar, con la dedicación y la paciencia requerida. Más bien, lucen nerviosos y urgidos por publicar. Como que si el problema de la literatura hondureña fuera más de cantidad que de calidad.

Tegucigalpa, 20 de febrero 2022

https://www.latribuna.hn/2022/02/27/letras-y-letras-100-anos-del-ulises-de-joyce/

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