Y Madame de Sablé inventó la reseña. —————— [Café Perec]

madameLos orígenes de los géneros literarios suelen perderse en la noche de los tiempos. Pero éste no es el caso de la reseña, un género menor del que incluso sabemos la fecha exacta en que nació. O, mejor dicho, la sabe Roberto Calasso, que le dedica un ensayo en Cómo ordenar una biblioteca (Anagrama, traducción de Edgardo Dobry).

Es recomendable  distinguir entre críticas y reseñas. Las primeras parecen tener vuelos más elevados mientras que las reseñas, con menos ínfulas, se limitan a presentar, a ras de suelo, obras simplemente nuevas al público lector. John Banville, por ejemplo, asegura pasarlo muy bien cerrando una modesta reseña y diciéndose “vaya, vaya, he fabricado una pieza buena y sólida de carpintería”. Eso estaría indicándonos que la brevedad le permite a quien escribe una reseña acercarse a la perfección, mientras que una crítica, aunque sólo sea por su extensión o elevadas pretensiones, puede hacerse indomable.

Y eso sí: cae siempre inevitablemente sobre cualquier reseña la sombra de una sospecha. Según Banville, si la escribes favorable se interpreta como un producto de la consabida red de amigotes, mientras que si te cargas el libro se percibe como envidia. Y nadie ha encontrado por ahora el modo de abolir esa sombra de sospecha que cruza por toda reseña, el género que Calasso nos dice que nació el 9 de marzo de 1665 en París cuando la revista científica Journal des sçavans (más tarde rebautizada como Journal des savants) publicó una breve nota literaria –modelo de todas las reseñas que siguieron– escrita por Madame de Sablé sobre un libro que todavía hoy goza de indudable prestigio, las Máximas de La Rochefoucauld.

Madame de Sablé y el autor de las Máximas eran amigos y la reseña se la pasó ella previamente al propio La Rochefoucauld. No ha existido seguramente nunca un borrador tan sumamente elogioso en la historia de las reseñas, pero el elogiado, que aquel día debía estar en Babia o le causaron miedo las palabras de su amiga, censuró nada menos que la mejor frase de todas y rebajó la fuerza de otras en su supuesto intento de “mejorarlas”. El sarcástico Sainte-Beuve comentaría dos siglos después con su proverbial malicia: “La Rochefoucauld, que tan mal había hablado de los hombres, revisa su propio elogio para un diario; sólo elimina lo que le disgusta”. En efecto, si la nota publicada por Journal des sçavans se compara con el borrador previo de Madame de Sablé, se observa que en su afán por “mejorar” lo que ya era excelente, La Rochefoucauld se cargó la frase más memorable de la reseña, la que abría espectacularmente el artículo: “Es un tratado de los mecanismos del corazón humano, de los que se puede decir que han permanecido ignorados hasta este momento”. Nada más radical y atrevido, comenta Calasso, se hubiera podido decir de las Máximas, pero el autor de las mismas no dudó en tachar aquella apertura. La Rochefoucauld fue el primer autor de la historia que se cargó una reseña que le era bien favorable. Que sepamos, no ha sido muy imitada después su peculiar autolesión.

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