SATIN ISLAND, de Tom McCarthy, comentada por Rodrigo Fresán.

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Satin Island ha sido traducida por J.L. Amores y publicada en España por la editorial Pálido fuego.

Y, de acuerdo, su debut Residuos (Lengua de Trapo, 2005, definida por Zadie Smith como una de las obras más importantes de nuestro tiempo) recordaba un tanto a las dulces pesadillas urbanas de J. G. Ballard; Men in Space (2007) tenía algo de las farsas herméticas de William Gaddis; y C (Galaxia, 2010) podía leerse como una suerte de versión comprimida de alguno de los delirios histórico-entropistas de Pynchon. Sumarle a lo anterior comparaciones que lo acercan a Proust y Beckett y Perec y DeLillo y Foster Wallace y Ben Lerner y Geoff Dyer y Nicholson Baker y Robbe-Grillet (y yo me permito agregar al Vila-Matas más reciente). Y, sí, de acuerdo. Pero McCarthy -también artista/«performer», secretario de algo llamado la International Necronautical Society y ensayista cuyos temas pueden incluir la materia fecal en la obra de Joyce -es demasiado singular como para ser definido a partir de otros. (sigue leyendo)

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