¿BARCELONA COSMOPOLITA?

harry-callahan-color-02UN TEXTO DE JORDI LLOVET. Hace poco, firmado por un grupo de intelectuales de calidad indiscutible, se presentaba en Barcelona un manifiesto de la entidad CLAC (Centro Libre de Arte y Cultura) en el que se clamaba, textualmente, por una Barcelona con el “carácter cosmopolita que siempre ha tenido”. En buena medida, es una lógica reacción al despliegue abusivo de la cultura popular y el apoyo exagerado que está teniendo el folclore por parte de nuestras autoridades, y al hecho insólito de que, en TV3, ya no se pueda ver un telenoticias sin la aparición de castellers, ferias del caracol, “forasters”, buscadores de setas, cosechas propias, degluciones de calçots y todo lo que se quiera (la sardana, pobre, ha caído en desgracia): es comprensible que la gente que se ha formado en una cultura universal y metanacional encuentre desmesurado este abuso de unas formas de cultura que, siendo de gran dignidad, poseen el inconveniente de ser siempre idénticas, invariables, sin posibilidad de metamorfosis ni impulso hacia la creatividad.
Pero los firmantes del manifiesto, presentes o no en un acto más bien improvisado y falto de concepto, muchos de ellos amigos de un servidor (que formaba parte de la entidad, y se ha dado de baja), no tuvieron presente una de las propiedades más gloriosas, o lo contrario, de la cultura de Barcelona, hablando diacrónicamente: la mediocridad. Nada que ver con Londres, París, Berlín o, incluso, Zúrich. Basta que volvamos a ver aquella famosa entrevista que Soler Serrano le hizo a Josep Pla -payés muy viajado- para recordar que, en Barcelona, tradicionalmente, ha sido vulgar la arquitectura (la del XIX hasta ahora), la vida cotidiana, las artes plásticas y también -¡ay!- la literatura. Está claro que hay dos grandes excepciones en el siglo XX: los hitos altísimos del Modernismo en arquitectura (no en literatura) y en cultura de entretenimiento resucitada (desde el teatro Romea de Sagarra a la vida nocturna del Paralelo), y la enorme literatura del Noucentisme, en parte su arquitectura, y mucho menos la pintura, y un ideal de civilidad heredero de la gran pedagogía nacida con la Mancomunitat.
Mucho más tarde, en los setenta y ochenta -hasta que Barcelona se masificó y banalizó a causa de un turismo embobado, mal informado y sin el menor gusto-, Barcelona conoció dos décadas de enorme actividad editorial, literaria -los autores sudamericanos afincados en la ciudad, por ejemplo-, artística -Tàpies, el auge de las galerías de arte y el cine- y también en otros campos. Una cultura cosmopolita, que agradecimos mucho en su momento, un momento efímero.
Ahora bien: ¿era todo esto una cultura que iba más allá de la burguesía barcelonesa que conservaba, con más espectáculo que solera, formas de vida educadas, también viajadas, que obedecían sólo a una estela de la gran burguesía de antes de la Guerra Civil? No: esta cultura (Gauche Divine, Tuset Street) poseía un elitismo propio de gente privilegiada y distinguida y una escasa vocación didáctica -quiero exceptuar a la Escuela Eina de diseño-, que de ninguna manera podía llegar más allá de aquellos cenáculos. Era una cultura enormemente viva, que dio prestigio en Barcelona, pero que vivía en un hortus conclusus, al igual que vivían en un paraíso amurallado D’Ors, Carner, Riba o Foix en las mejores tertulias de café.
La verdad sociológica es que Barcelona no ha tenido nunca vocación cosmopolita; ha sido, como decía muy bien Joan Maragall en su Oda nova, una ciudad “airosa” y “risueña”, pero también “cobarde, cruel y grosera”; más aún: “una menestralía advenediza”. Barcelona ya era así en 1909, y el panorama no ha cambiado. Prat de la Riba, Cambó y Galí hicieron lo posible para dar altura intelectual a la ciudad; pero las bases ideológicas de la burguesía histórica son tan volubles y mezquinas, y se han sometido tanto, con los años, a la lógica del capitalismo neoliberal o al impudor del nacionalismo folklórico, que, salvo los grupos ya dichos, la cultura que ha imperado en Barcelona ha sido de una vulgaridad en parte heredada de los medios rurales (hoy, con más salud que la metrópolis) y en parte promovida por el pujolismo y sus herederos descafeinados, que detestan la capital.
Si el CLAC se presentara como un partido, decidido a trabajar, en el futuro, en un Parlamento y en las consejerías de Educación y de Cultura, daría todo mi apoyo a la iniciativa. Porque decir que Barcelona «siempre ha sido cosmopolita» es caer en una ilusión nada propia, precisamente, de los intelectuales.

(Traducción del catalán de V-M. El País, 26 febrero 2015)

l’article de Llovet en la seva versió original catalana.

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