Alejandro García Alba (El Espectador, junio 2022) “La literatura, por mucho que nos apasione negarla —escribe Enrique Vila-Matas— permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia”. Esa renuncia, como la de los personajes de Bolaño (poetas sin obra), o la del narrador del último cuento de Historia Argentina, de Fresán, que borra toda su “tentativa novela”— constituye lo que el propio Vila-Matas denominó el laberinto del No, esa pulsión del rechazo hacia la escritura, “el mal de Bartleby”. Pues bien, los autores contemporáneos hasta aquí comentados han recorrido esas encrucijadas que señalaron Jean-Yves Jouannais y Vila-Matas, y lo han hecho de distintas maneras. Como vimos, sus cuentos tienen que ver, de una forma u otra, con la imposibilidad de la creación literaria, del oficio de la escritura, de la vida auténtica, del significado de la experiencia, etc., y, sin embargo, han visto en la literatura, o en las vidas recreadas en ella, paradójicamente, una opción artística posible. Narrar, explicar, rastrear e indagar sobre la imposibilidad de la escritura es, quizás, una especie de vaso comunicante sobre el que se han vertido algunas de esas poéticas contemporáneas.
Pues bien, la cuentística de Guillermo Martínez no solo recrea el extravío voluntario de quienes recorren el laberinto del No, sino que, al mismo tiempo, deja al descubierto, dos condiciones del recorrido dedálico: que el objeto de adentrarse en el laberinto no consiste nunca hallar la salida (*) y que, de hecho, el objeto probablemente se desconozca por completo. Es decir, Martínez no solo duda de la posibilidad de la experiencia auténtica (a lo Bolaño), sino que también desconfía de la posibilidad de comprender el significado de dicha experiencia (a lo Piglia). De ser posible una vida auténtica o la recuperación del significado de la experiencia, esta tendría que encontrarse no solo en la conciencia de su imposibilidad (laberinto del No), sino en la renuncia a determinar de antemano el objeto de la búsqueda (y en ese sentido está más cerca de Fresán). Esta es, en parte, la formulación con la cual aparece Guillermo Martínez en el campo de la literatura actual: una especie de tentativo y dudoso hilo de Ariadna, para guiarnos a donde sea que conduzca la búsqueda extraviada del arte actual. El cuento “Una felicidad repulsiva” aproxima este rumbo.
(*) En MONTEVIDEO de Vila-Matas, por ejemplo, se encuentra siempre la salida del laberinto, pero uno continúa estando en él, porque la salida es una salida pero sólo parcial, una salida que permite respirar por un rato, hasta que uno ve que sigue en el laberinto y ha de volver a buscar otra salida que le permita de nuevo provisionalmente respirar .