Apenas tomar asiento recordé la frase de Enrique Vila-Matas que de alguna manera me había llevado hasta allí. “Lo mejor del mundo es viajar y perder teorías” (D, 20). Me la había topado leyendo Dublinesca y una semana más tarde ahí estaba yo, sentado en el avión que me llevaría a Lausanne, tratando de perder teorías pero siempre buscándolas. Viajaba a Suiza convencido de que un cambio de aire sería providencial en mi búsqueda del tema para un ensayo en torno a la obra de Vila-Matas. Partía esperanzado de que la tierra del silencioso Robert Walser sería capaz de darle un último aliento de vida a esa serie de alocadas ideas que en Londres habían terminado por convertirse en pesadas, tediosas e infértiles divagaciones. Más que para perder teorías – comprendía ahora – viajaba para encarnarlas. Hacía años que me atraía Lausanne, esa ciudad a las orillas del lago Lemán (+++)
***Carlos Fonseca (Museo animal, en Anagrama), colabora en el número de este mes de marzo de 2018 de Cuadernos Hispanoamericanos. Su artículo ha sido incluido, hoy último día de febrero, en la sección La vida de los otros, de la web de Enrique Vila-Matas.