SI ESTO LES INTERESA

Inception (detalle)

Inception (detalle)

ENRIQUE VILA-MATAS. A principios de los años 70, en medio de la asfixia general de aquel país en el que aún estaba de dictador el funesto General, dos libros –será mejor decir dos cuadernos azules- de la casi recién fundada editorial Anagrama cambiaron algunas de las formas que tenía yo de mirar la vida, o el mundo, como se prefiera. Uno de ellos fue Cartas de guerra de Jacques Vaché, providencial y decisiva nota de alegría, de aire completamente fresco y diferente, al menos para mí. Eran unas cuantas cartas mandadas desde la guerra por el pobre Vaché, acompañadas de cuatro ensayos de André Breton.

Para entendernos: aquel cuaderno  cayó sobre mi vida con la misma contundencia, por ejemplo, que lo hiciera sobre París la piedra volcánica de la que hablaba Artaud en su libro sobre Van Gogh: “Pero una de las noches de las que hablo, ¿no cayó en el boulevard de la Madeleine, en la esquina de la rue de Mathurins, una enorme piedra blanca como surgida de una reciente erupción volcánica del volcán Popocatepetl?”

Aquel aerolito Vaché, piedra volcánica y filosofal a la vez, me dejó fascinado y pasé a  no poder dar un solo paso sin hablar de aquel escritor de Nantes a mis amigos, o sin citar con admiración su suicidio en el Hôtel de France de su ciudad natal, o sin referirme a algunas de las cuatro cartas antibélicas que le  había enviado a Breton.

-Me visto de militar y derroto a los alemanes  -decía yo a veces con el propósito de citar alguna de las frases irónicas de sus cartas.

Me convertí en un Vaché y decidí que mi vida sería mi propia obra. Y lo cierto es que durante un tiempo logré ser  un modelo, elegante y hasta admirable, de “artista sin obras”, lo mismo que Vaché.  No producía nada, pero notaba que todo el mundo me conocía en Barcelona. Mi arte principal era el paseo crepuscular  y tomar el sol al mediodía en las terrazas de una ciudad a la que hasta sabía encontrarle los infinitos matices del gris. Leía sobre todo a Jacques Rigaut (que llegó también en otro cuaderno azul, inseparable del de Vaché,  de aquella colección humilde que tuvo una existencia que algunos habríamos deseado que se prolongara más en el tiempo), un artista sin demasiadas obras, pues, al igual que Vaché, también se había suicidado pronto, aunque en su caso nos había dejado su Historia General del Suicidio, así como otros textos tan breves como contundentes: Et puis merde!, Papiers Posthumes, Lord Patchogue… Se le atribuye también un texto en castellano (supuestamente escrito en un café de Madrid, ciudad que él nunca pisó), un texto titulado Si esto les interesa, pero yo no he sabido nunca encontrarlo.

-Vous êtes tous de poètes et moi je suis du côté de la mort  –decía yo a veces en esos días en radical  y sombrío  homenaje a Rigaut.

Era mi forma de soñar que hablaba en francés. Pues no sabía decir nada más en esa lengua.

Fue durante un tiempo –es lógico- mi frase en francés preferida. Despreciaba la actividad de los poetas y sentía la llamada profunda del silencio. Sin embargo, por aquellos días, acudí a un homenaje que le hacían en la Universidad a uno de los grandes poetas en lengua catalana  del siglo veinte, J.V. Foix. Su obra podía resumirse así: “Quien no es sonámbulo, / no es poeta”. Creo que era uno de los pocos poetas que soportaba yo en aquellos días. Se trataba de alguien que había sido toda la vida pastelero (había heredado el negocio familiar) y poeta a la vez. Si esa extraña combinación ya era de por sí todo un misterio, más acabó siéndolo el  que el poeta, nacido en 1893, anunciara en aquel homenaje que pronto iba a dejar de escribir, que deseaba dar por clausurada la obra. Eso aún me intrigó mucho más que su doble vida de pastelero y poeta, pues en el fondo de los fondos yo pensaba en  algún día atreverme a escribir, y aquella decisión de  renunciar a lo que yo más secretamente ambicionaba me dejó desconcertado. Fue uno de mis primeros contactos con la cuestión enigmática de los que han terminado la obra y continúan, tan tranquilos, con su vida.

-Vous êtes tous de poètes et moi je suis du côté de la mort  -seguí diciendo por un tiempo.

Pero ya no lo decía de la misma manera. Notaba que el tiempo ya me pesaba y que nada volvería a ser lo que fue. Y además, tenía todo el rato la impresión de que era constantemente observado. «Incluso los paranoicos tienen perseguidores», empecé a decir de vez en cuando. Y así fui olvidándome de aquel «vous êtes tous de poètes et moi»

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