ENRIQUE VILA MATAS. La percepción de que has sobrevivido a la ciudad de tu juventud es una experiencia moderna. En una entrevista de 1984, decía Gil de Biedma que quien habló de esa experiencia por primera vez fue Baudelaire en Le Cigne. Al final de ese poema, aparecía la inquietud por unos cambios en París que anunciaban esa sensación que llegaba con los nuevos tiempos y ha llegado hasta los nuestros: la impresión de que sigues ahí, en tu ciudad natal, pero ésta en realidad ya no existe, se desvaneció radicalmente. ¿Te advirtieron alguna vez que esto iba a ocurrir?
No sé si es mi deber, pero me gustaría contarle a nuestra alegre comunidad de patinadores psicóticos que la barbarie en Barcelona se desencadenó definitivamente a principios de los ochenta cuando aumentó el ritmo de la dinámica mercantil que la ha ido llevando en las últimas décadas a desaparecer cada dos por tres para ser reemplazada por sucesivas Barcelonas, siempre distintas y cada vez más alejadas de cierta alegría y belleza. Ahora, es como si viviéramos instalados en el delirio, obsesionados en borrar, a excepción de Gaudí y de las ruinas del Born y del descabezado franquismo, cualquier huella de nuestro complejo y a veces muy seductor pasado.
Accedí al poema Le Cigne cuando en diciembre de 1984 lo encontré citado en esa entrevista en la que Gil de Biedma también decía que le estimulaba pasear, “pulsar la vida en las calles, aunque por desgracia cada día en Barcelona hay más automóviles que paseantes”
¡Más automóviles que paseantes! ¿Qué diría ahora cuando hay más bicicletas, longboards, zapatilleros con grillete, segways, skates y guiris con cohete propio que sencillos paseantes?
Partidario como soy del paseo a pie, que me parece la forma más natural y primitiva de desplazarse y también la actividad más creativa de todas, considero que lo mejor de las caminatas es que sirven para pensar, pues no por nada llevan incorporado el ritmo de la velocidad humana. De hecho, hasta la llegada de los pueriles Pokémons, el paseo había venido siendo la única actividad no colonizada por la economía capitalista, ya que para caminar no se vendía nada especial, y eso que existía ya un mercado alrededor de comer, beber, correr, dormir…
Caminar en Barcelona será pronto como leer un libro, toda una excentricidad; la gente se hará selfies con los escasos paseantes que queden. Dadas las circunstancias, no sería de extrañar que pronto, a semejanza del carril bici, se creara el carril peatón. Como si lo viera: una via residual para unos seres ya casi exterminados. Si aparece ese carril peatón –que naturalmente se le permitirá a cualquier gilipollas con ruedas invadirlo–, estaremos ante una señal ya definitiva de que la ciudad, influenciada por su santo patrón Gaudí, es la hermana gemela del delirio.