¿Quien nos escribe?

Sergi de Diego Mas sobre CANON DE CÁMARA OSCURA.

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) vuelve a indagar en los límites entre realidad y ficción con “Canon de cámara oscura”, una meditación fragmentaria sobre la identidad literaria y el acto de escribir. Como ya hiciera en “Montevideo” (2022), el autor barcelonés incorpora elementos de la literatura de género, en esta ocasión la ciencia ficción, para integrarlos con su inconfundible estilo lúdico y referencial, dando un paso más allá en su continua exploración sobre el sentido último de la escritura.

Regresa el personaje de Vidal Escabia, ya presente en su segunda novela, “La asesina ilustrada” (1977), y cuyo proceso de escritura quedó para siempre inmortalizado en las páginas de “París no se acaba nunca” (2003). Y regresa convertido ahora en algo parecido a un replicante novelesco, sin origen ni destino, sin memoria ni aparente evolución, un avatar que solo habita el presente que le ha sido concedido, como también le ocurriera al (in)mortal Roy Batty con su creador, el Dr. Eldon Tyrell en “Blade Runner” (Ridley Scott, 1982).

“¿Quién me ha creado y con qué propósito?”, parece preguntarse Vidal Escabia, una identidad móvil, una máscara intermitente que va apareciendo a lo largo de la obra de Vila-Matas y que puede ser llevada a distintos lugares y épocas sin tener que dar razones de su existencia. Alguien que, aunque pronto se nos desvele el misterio de su humanidad (¿androide Denver-7 o un simple ser humano sin atributos?), no dejará de desprender un halo misterioso a lo largo de toda la novela.

La obra se estructura en una serie de fragmentos breves –destellos, teselas, aforismos narrativos– en los que el protagonista, encerrado en una habitación en penumbra, elige al azar 71 libros de una biblioteca heredada y lee y reflexiona sobre un pasaje de ellos cada día, como si de ese gesto dependiera también su cordura, su vida, mantener encendida la llama de la literatura. Los fragmentos, construidos casi in media res, generan una lógica de ecos y superposiciones más que de linealidad. Cada uno de ellos podría leerse de forma autónoma, provocando y dispersando pensamientos, aunque todos convergen en una armonía secreta para el lector.

Estos insertos se acomodan en la página con milagrosa facilidad, al igual que ocurría con W. G. Sebald, al insertar fotografías en sus narraciones, o con David Markson, que utilizaba mecanos de aforismos como párrafos de sus novelas. Son collages textuales que no son mero adorno ni capricho, sino forma de pensamiento. Si en Sebald las imágenes se tornan en texto, las citas en Vila- Matas se disuelven entre la madeja narrativa y crean: las palabras de otros no aparecen como ajenas, sino que se funden con la voz que las piensa, que las transforma, que las hace suyas y las comparte, y hay algo profundamente conmovedor en ello, no tanto paródico ni posmoderno, sino más bien íntimo; Vila-Matas se emociona con sus lecturas, al igual que sus personajes, y se rige por la máxima de lo indecible, aquella que reza que, aunque todo esté dicho, todo es posible.

A partir de esta máxima, del estilo, se edifica la trama, una lluvia incesante de ideas que sucede en espacios interiores, entre soliloquios silenciosos, canciones y listas de reproducciones de Spotify: una novela barcelonesa y global, en definitiva, de ecos replicantes.

Los libros que irán formando el canon de Vidal Escabia no obedecen a una lógica académica ni a un orden establecido: Montaigne, Kafka, Ovidio, Musil, Ribeyro, Valeria Luiselli, Pablo Martín Sánchez, Camila Cañeque… No es una lista erudita, sino una red de afinidades. Vila-Matas no cita como quien exhibe, sino como quien construye con otros. Los lectores más juguetones podrán tratar de encontrar un verso de Antonio Gamoneda que se encuentra agazapado entre las páginas de la novela, ya para siempre un verso también de Vila-Matas.

El estilo, más sobrio y sintético pero no falto de lirismo, parece emular por momentos la voz de una conciencia artificial donde el lenguaje tuviera que despojarse de adornos y rituales. Y sin embargo lo extraño se vuelve habitual, lo inverosímil se convierte en verdad. Esa economía verbal, casi robótica, paradójicamente vuelve más humano el relato, como si estuviéramos leyendo las memorias de una máquina que ha empezado a sentir. En esta infinita ficción la identidad y el yo narrativo se dispersan en múltiples planos de voces que escuchan, transcriben, inventan: una aparición mariana en forma de voz interior llamada el Auctor, como el Pepito Grillo de Pinocho, dicta a Vidal Escabia y le propone o incluso impone escenas de una vida que, aunque por momentos pueda no parecer suya, tampoco le es ajena.

¿Quién dicta a quién? ¿Dónde termina nuestra voz y empieza la de otros? La novela, más que un juego metaliterario, es una pregunta existencial: ¿quién nos escribe? Vila-Matas insiste en esa obsesión metafísica: la del autor como figura desdibujada, como fantasma que atraviesa esa bruma insensata que es la ficción.

También hay algo de oulipiano, por supuesto, en permitir que los libros elegidos al azar por Vidal Escabia puedan reconfigurar los sucesos de la vida del protagonista. Como Georges Perec, Vila-Matas también dicta (¿el Auctor?) restricciones que ordenan el caos narrativo: el azar deviene en arquitectura secreta, una discontinuidad formada por un canon desplazado e intempestivo de libros cuya lógica, sin embargo, entra en concordia y rima con Vidal Escabia y con el lector.

Y al final de la novela, mientras pasa la vida sembrada de incertidumbres, una advertencia resuena: “Y hasta en el aire percibo el Mal indefinido que está por llegar”. “Canon de cámara oscura” no busca revelar nada: es una novela que habita la penumbra, que se desplaza en silencio entre libros leídos, voces escuchadas y escenas que podrían ser sueños o residuos de otra conciencia. Leerla es como entrar en una cueva y hallar 71 pinturas rupestres dibujadas hace siglos en sus paredes. Las miramos, tratamos de descifrar un orden, pero lo que queda al final es la belleza de no comprender del todo lo que vemos, la sospecha de que leer y escribir es lo más cerca que estaremos nunca de saber quiénes somos. ∎

https://www.rockdelux.com/cultura/enrique-vila-matas-canon-de-camara-oscura
Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario