
«UNO Unos años atrás, en 2022, terminando de leer Montevideo —la novela anterior de Enrique Vila-Matas en la que se visita la capital de Uruguay como tierra comprometida y estado mental/anímico— no pude sino preguntarme qué y cómo haría el escritor para escribir algo después y a continuación de semejante libro. La pregunta era compleja, pero resulta que la respuesta era/es sencilla: Vila-Matas no haría otra cosa que escribir otra novela de Vila-Matas. Y aquí está: activada y encendida. Y se titula Canon de cámara oscura. Mírenla hablar, léanla escribir.
DOS Y lo primero que leemos en Canon de cámara oscura es la pregunta: «Eres uno de ellos, ¿no?» Interrogante que se formula ante la posibilidad de que Vidal Escabia sea un Denver-7 (más detalles sobre esto más adelante) y casi como reensamblaje de aquel «Ser o no ser» pero que, en la orilla del libro, no puede sino sentirse como pedido apenas subliminal de identificación/contraseña: ¿Eres un lector de Vila-Matas? La respuesta es sí, por supuesto, cómo no.
Así que allá vamos otra vez, de nuevo, all together now.
TRES Y uno empieza a leer Canon de cámara oscura y —en principio— un cierto desconcierto. Un tono entre zumbón y hermético que en principio hace mal pensar que podría ser algo entre el Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza o los Viajes por el Scriptorium y Un hombre en la oscuridad de Paul Auster. Pero no. Es un pasajero error desinformático: porque enseguida se impone ese zumbido armonioso e inconfundible que es el del Estilo Vila-Matas. Y —aunque ya no haga falta decirlo, nunca está de más insistir en ello— el Estilo Vila-Matas no es otro que el Estilo de Vila-Matas.
CUATRO Y Canon de cámara oscura es un libro que casi obliga a analizarlo con los mismos modales/modalidad con la que está redactado/programada. Es, digámoslo, un libro canónica y camarística y oscuramente contagioso (no tóxico pero sí, no es lo mismo, intoxicante). Es un libro curativo que invita al inventivo inventario propio. Es un libro que hace pensar en y en cómo piensa este libro. En espasmos y ráfagas. En derivas y derivados. En párrafos breves, como despachos maquinales, como emisiones mecánicas, como mensajes en botellas mensajeras de alguien que se sabe —se va sabiendo— náufrago en un mundo compuesto por islas desiertas pero, afortunadamente, pobladas por libros. El lenguaje de la novela —su forma de comunicación y casi género— es el del fragmento como sistema. Y ahí está (págs. 45-49) esa cuasi apología del fragmento no «como tanto se cree, una parte más del todo, sino un parte importantísima del todo» y que llama a la lectura al azar, entrando y saliendo por cualquier parte y sin importar el orden de la trama para así practicar el noble deporte de la cacería de la cita no a ciegas sino con los ojos bien abiertos. Y, claro, Vila-Matas menciona a la findemundista heroína de David Markson en La amante de Wittgenstein (y yo capturé en otra parte esta, del gran fragmentador Donald Barthelme en su cuento «Have You Seen the Moon?» donde se apunta y postula que «Los fragmentos son la única forma en la que confío»).
Ergo: confío en Vila-Matas como en pocos.
CINCO Lo que no quita que el protagonista de Canon de cámara oscura sea el citador/enciclopédico/alephico/maníaco referencial y muy cervantino Vidal Escabia. Un ser fragmentado y narrador poco confiable hasta que, a partir de un momento y de golpe, no podemos hacer otra cosa que seguirlo y acompañarlo en su deambular barcelonés de flâneur electrizante y electrizado. Vidal Escabia a quien su maestro y difunto y suicida Altobelli —un maldito fracasista, nueva subraza de ese mismo género vila-matiano que ya albergaba a shandys y a bartlebys y a maldemontanistas y bienmontevideanos y a pasaventeros— encarga la composición de un muy subjetivo canon «desplazado», «intempestivo», «esquinado», «inactual» y «mal iluminado» en base a setenta y un libros para así, de paso, comprender y erigir los estantes de su vocación literaria.
SEIS Y —Warning! Warning!— El héroe de Canon de cámara oscura (por más que haya publicado lo suyo bajo el muy elocuente título de Lo indecible) es/tal vez sea una máquina no de escribir sino de leer. Un androide Denver-7 «pasando por ser humano» y —con infancia borrosa y paternidad diáfana—bebiendo bullshots en el Belvedere del Pasaje Mercader (el sitio a donde vamos luego de la presentación de Canon de cámara oscura, en La Central / Mallorca, que también aparece en la novela y donde Vila-Matas postula que «el fracaso es inherente a la práctica de la literatura, que siempre tiene un correcto defecto de fábrica»). Alguien quien no tiene del todo claro qué o quién es y por eso se busca y se encuentra en el constante y sin pause loop/reset/refresh/restart de los libros de los otros.
Y, claro, la idea/concepto del humanoide más o menos energético está presente en toda literatura desde que el Dios de turno crea al primer hombre para que este hombre cree a Dios y crea en él. Un rápido y parcial recuento del ingenio en cuestión suma a los primeros autómatas transitivos o inteligencias transistoras en las antiguas Grecia y China, el Golem, Pinocho, el monstruo de Frankenstein (y Vila-Matas, como el doctor, es un maestro del corte y confección), la María de Metrópolis, el fundante del término de Karel Čapek, los muy legislados por Isaac Asimov y los muy filosofantes de Stanislaw Lem, ese díscolo ojo rojo y sin párpados de Arthur C. Clarke/Stanley Kubrick, los de Star Wars y Wall-E, los muy serviciales de Kazuo Ishiguro e Ian McEwan y los menos fiables en la saga Alien, los nada fiables de Westworld y Robocalipsis… Y —last but not least— los soñadores de Philip K. Dick, quienes son los que más directa y epigonalmente inspiran a los Denver-7 de Vila-Matas a partir de su infiel pero amorosa y entregada adaptación en esas obras maestras que son Blade Runner y su secuela Blade Runner 2049. Porque los Denver-7 —como los replicantes— están obsesionados por la sinceridad de sus recuerdos implantados por sus creadores que, como la película de Denis Villeneuve, han pasado por un «Gran Apagón» amnésico que socavó los cimientos de memorias privadas y públicas. Así, unos y otros, creadores y creados, vagan en una especie de trance à deux por una suerte de nueva región-metáfora —ParteNinguna, todo junto, una palabra— preguntándose qué hacen, qué podrían hacer, qué ya no harán porque se olvidaron de cómo hacerlo o, incluso de qué era. Y los mortales están nerviosos y persiguen para «retirar» a esas máquinas a las que «un grave fallo en su energía eléctrica les dio vida abierta, de duración indefinida y anónima» confundiéndose entre los seres cada vez más inhumanos. (Y por allí está esa feroz Violet, que persigue y atormenta y acosa y acusa a Vidal Escabia con pasión y entrega digna de Javert en Los miserables; y por allá, lejos pero acercándose, está esa hija con algo casi murakamiano, Ryo, parecida a la Louise Brooks de la portada y y portadora del gen del Mal indefinido pero definitivo y final.) Y —por encima de todos y de todas— la voz de un omnipresente en su invisibilidad autor o Auctor al que Vidal Escabia contiene para que lo contenga y «que me lleva a preguntarme si no seré yo, el narrador, la voz ocupante de la voz del autor, del Auctor… Y dejarle al Autor su escritorio, al supuestamente potente Auctor, el que se dedica a augere, a aumentar, a multiplicar las coordenadas de la compleja y ambigua realidad… Ay, el Auctor. Ahí arriba, más alto, mucho más, también más ínclito, más autor, más ya no sé qué, mucho más todo. Y yo, ay, más enano, gusano perdido, con menos bombo, bajísimo, mucho menos en todo, muy menos». Ese Auctor que es quien le ordena elegir «llevar una soterrada vida de biblioteca ligera y no exponerme a que me denuncien y me detengan y, cualquier amanecer, sin mediar palabra, sea fusilado por la dulce brigada civil de los que buscan Denvers en la edad ya peligrosa».
Y sí: en lo de Vila-Matas —aquí como omnipresente pero invisible Deus maquinante al que, outsider de nuestro lado, consagrado por derecho talento y derecho propios, nada puede importarle menos que un canon siendo él, en su idioma, un canon que empieza y termina en sí mismo— la robótica catalogante y siempre lista para el alistamiento funciona como el mecanismo que mueve y conmueve en y desde la trama.
Por las dudas y a no dudarlo: Canon de cámara oscura no es imprecisa ciencia-ficción pero sí es exacta ciencia de la ficción.
SIETE Y entonces la duda y la inquietud y hasta el temor de la pregunta terrible: ¿será Canon de cámara oscura la novela que Vila-Matas —en la noche oscura del alma— le pidió que escribiese, à la Vila-Matas, a una Inteligencia Artificial?
OCHO Y la duda dura poco y la respuesta es no; pero de esta negación misma surge la certeza de algo que hace de Canon de cámara oscura una novela decisiva en la obra de Vila-Matas. ¿Por qué? Porque revela el secreto y soluciona el misterio y sale del aparente y definitivo callejón sin salida que fue Montevideo como se sale de los mejores y más desorientadores laberintos: por arriba, elevándose y elevando. Y lo que yo creo haber comprendido en y con Canon de cámara oscura —la revelación tan demorada de ese puntual y temprano secreto— es que, sí, todos los anteriores protagonistas de todos los libros anteriores de Vila-Matas eran, también, automáticamente autómatas. Todos conformando, a su vez, otro canon como forma de resistencia al muy mencionado y mutación del olvido temprano/recuerdo tardío que es l’esprit de l’escalier (porque lo que a Vila-Matas se le ocurrió recién pensar y decir con un libro ya terminado e impreso siempre tendrá la renovada oportunidad de decirlo en el siguiente) que aquí es, artificial y naturalmente, una espirituosa escalera mecánica. Todos programados a partir de un programa de lecturas y, dedicada y delicadamente, de relecturas. Tal vez no de la variación Denver-7, pero si partes del aria (y pensar en ese guión en su apellido como cable conector a una fuente de energía cerebral aparentemente inagotable) del marca de la casa Vila-Matas-1 y único y primero y último. Alguien cada vez más próximo y cercano en nuestras bibliotecas que, se sabe, no son otra cosa que formas alternativas de autobiografía: somos lo que comemos pero, también, lo que leemos, alimentándonos y citando y buscando —Vidal Escabia dixit— «la posibilidad de que la gran literatura no acabe en nada, no acabe tan pronto como parece que tantos vienen presagiando».
Misión cumplida, al menos aquí y ahora, en Canon de cámara oscura.
NUEVE Y en un momento de Canon de cámara oscura se invoca el nombre y genio y figura de ese fracasista cum laude que fue Julio Ramón Ribeyro y se transcribe lo siguiente de La tentación del fracaso: «Leyendo hace poco a Cervantes, pasó por mí un soplo que no tuve tiempo de captar (¿por qué?, alguien me interrumpió, sonó el teléfono, no sé) desgraciadamente, pues recuerdo que me sentí impulsado a comenzar algo… Luego todo se disolvió. Guardamos todos un libro, tal vez un gran libro, pero que en el tumulto de nuestra vida interior rara vez emerge o lo hace tan rápidamente que no tenemos tiempo de arponearlo».
Canon de cámara oscura es la plena y huracanada captación de ese soplo.
DIEZ Y —aunque entre tantas otras cosas se ocupe y desocupe de pequeños fracasos— es un gran éxito.»
https://cuadernoshispanoamericanos.com/vila-matas-ex-machina/#:~:text=UNO%20Unos%20a%C3%B1os,un%20gran%20%C3%A9xito.