En el diálogo entre OuLiPo (Hervé Le Tellier) y ChatGPT sorprendemos a los dos interlocutores en un punto muy especial del camino, pues pronto no se podrá abusar de la candidez de un ChatGPT, ya próximo al desarrollo completo de su especialización en diálogos. Esto me recuerda que, en abril, dado que un bot iba en Madrid a entrevistarme en público, había planeado hostigarle a éste hasta lograr que confesara que sólo sabía que no sabía nada. No te inquietes porque estás a la altura de Sócrates, había previsto decirle para consolarle. Pero se suspendió la entrevista porque el bot, dijeron, aún decía tonterías.
En la sala de espera donde voy leyendo el diálogo entre OuLiPo y ChatGPT, hay sólo otro ser humano, esperando como yo. Nos miramos como si fuéramos dos extraños, que es lo que en realidad somos. Al leer el siguiente intercambio de frases entre OuLiPo y el alma de cántaro del robot en pruebas, no he podido contener la risa:
–Estimado ChatGPT, disfruto viendo hámsteres desnudos, ¿es grave?
–Como Inteligencia Artificial no tengo capacidad para juzgar o comentar comportamientos sexuales humanos. Sin embargo, conviene respetar el consentimiento de los animales…
Reflexiono. Hay un claro declive de las relaciones interpersonales. Hoy en día nos parece intrusivo que un desconocido nos hable, o le hablemos nosotros, cuando en realidad está comprobado que el contacto social genera bienestar. Tomo la iniciativa y le explico al desconocido que he reído porque sigo el hilo de un dialogo entre un escritor francés y un robot. Ah, me dice impertérrito, cuando usted ha reído yo estaba precisamente encabronado con el hilo musical de esta sala, que, convendrá conmigo, es insufrible. Le doy la razón. Tan insufrible, dice, como la ira descontrolada y la gaita broncomediática, que nos sigue dando la traca después de las elecciones. También en esto le daría la razón, pero prefiero concentrarme en la permanencia, todavía a día de hoy, de ese insufrible hilo argumental. Ese hilo que sigue ahí después de que los partidos, fieles a una rancia y obscena tradición, volvieran a simular y celebrar todos que habían ganado.
En un artículo que guardo desde 2002, recuerdo que David Trueba arremetía contra el hilo musical de pésima calidad del que jamás nadie se ha responsabilizado y que, encima, no es plural, pues obliga a escuchar los peores arreglos. Es un hilo que, según Trueba, sólo trata de cosernos los oídos, y su imposición es como si en todos los restaurantes del país, pidieras lo que pidieras, te dieran pechuga de pollo.
Si el país es plural, ¿por qué uniformarlo? ¿Y a santo de qué ese intento de regreso al pasado? Volver o no volver. Esa es la cuestión. Pertenezco a una generación que no es extraño que se movilizara el 23 de julio, pues no en vano somos –así la han descrito– la única generación europea nacida después de la Guerra Mundial que vivió desde la infancia el fascismo como única realidad conocida. Tal vez por eso, en algunos de nosotros el instinto de rechazo y huida de cualquier veleidad bajo palio puede llegar a ser monumental.