Un cuento de Onetti / por Ignacio Vidal-Folch

Master de Escritura (1) ‘Un sueño realizado’ es el título de un cuento de Onetti especialmente desconcertante y angustioso. Yo lo leí por primera vez en 1976, en el libro Tan triste como ella y otros cuentos (Lumen), y desde entonces sigue interpelándome.En mi biblioteca tengo alineados los libros de Onetti, uno al lado de otro, y entre ellos ahora mismo estoy viendo el lomo de aquella primera edición de Tan triste como ella que publicó Ester Tusquets, y soy consciente de que allí, entre esas páginas cerradas están las que llevan impreso ‘Un sueño realizado’.

Cuando hice de profesor de adultos, para explicarle a mis alumnos algunos recursos de la composición literaria solía recurrir a este cuento. Como yo no lo entendía, se me ocurrió que a lo mejor si les obligaba a leerlo y meditar profundamente en él, alguno de ellos –la verdad es que algunos eran muy inteligentes y analíticos– me lo sabría descifrar, sin recurrir a explicaciones psicoanalíticas. Como no fue así, al año siguiente retiré del programa ‘Un sueño realizado’ y lo sustituí por ‘Bienvenido, Bob’, que es más fácilmente comprensible.

 En síntesis, esto es lo que cuenta ‘Un sueño realizado’: En el hotel barato de un poblachón provinciano están varados un director teatral, Langman, y su actor, Blanes, que han sido desvalijados por el gerente de su compañía y abandonados allí por el resto de la compañía. Para salir del atolladero y regresar a la capital esperan que llegue de Montevideo (¿o de Buenos Aires?) un poco de dinero. Pero el dinero se demora, sus deudas aumentan y sus perspectivas cada vez son más inciertas y oscuras.

Entonces aparece milagrosamente una señora desconocida, de media edad, de aspecto cansado y algo triste, que dispone de dinero para financiar la representación, a puerta cerrada, sin más público que ella, de una pieza teatral sin argumento, no escrita, que podría llamarse Un sueño, o Un sueño realizado. En realidad, se trata de una sola escena que la mujer desconocida ha visto precisamente en sueños. Mientras la soñaba fue feliz, o algo parecido, y quiere verla otra vez.

 Naturalmente, Langman y Blanes se aferran a ella como un náufrago a un tablón. La mujer describe dos veces el sueño. La primera vez dice que hay tres personas en una calle: una mujer (ella misma, que en la obra interpretará ese papel) sentada en el bordillo de una acera; a su lado hay un hombre sentado a una mesa, y otra mujer sale de una tienda en la acera de enfrente, llevando en la mano una jarra de cerveza. Entonces el hombre cruza la calle hacia ésta, toma de su mano la jarra de cerveza, se la bebe, y vuelve a cruzar para sentarse al lado de la otra dama.

La segunda versión añade algunos detalles: cuando el hombre cruza la calle hacia la mujer de la cerveza, pasa un coche a gran velocidad y casi lo atropella; el hombre bebe la cerveza de un solo trago y vuelve a cruzar la calle; otra vez pasa un automóvil –éste en dirección opuesta– y de nuevo está a punto de atropellarlo; para cuando el tipo llega a la otra acera, la mujer que estaba sentada ante la mesa se ha acostado en el suelo; entonces él se reclina a su lado y le acaricia el cabello tranquilamente. Y eso es todo.

Langman y Blanes preguntan qué significa todo eso, si es que la mujer quiere referirse al absurdo de la existencia, o a la incomunicación entre los seres humanos, o a… Pero ella les deja bien claro que , ella no conoce a los personajes del sueño, sencillamente quiere que la escena se represente tal como la soñó.

Más o menos convencidos de que está loca, Langman y Blanes alquilan un teatro, consiguen que un vecino del pueblo acepte venir y cruzar dos veces el escenario al volante de su coche y representan el sueño tal como ella lo soñó. Blanes interpreta al hombre: cruza la calle –pasa el coche que casi lo atropella–, se bebe la cerveza que le tiende la segunda mujer, regresa –pasa otra vez el coche– junto a la señora, que está tendida en la acera; se reclina sobre ella y se pone a acariciarle el pelo. Pero ella ha muerto.

El lector  podría no conformarse (y haría bien) con esta sinopsis, sino leer dos, tres o cuatro veces el cuento original, que está magistralmente escrito, tiene muchos más detalles y transmina una atmósfera densa, asfixiante, muy onettiana, atmósfera onírica cargada de fatalismo y derrota. Quizá él entienda la serpentina relación entre vida, sueño, teatro y muerte que propone y sobre la que se han escrito ríos de tinta.

Ante algunas obras de arte contemporáneo de presencia deslumbrante, que, por su misma naturaleza inefable, no se debe tratar de explicarlas, yo me he sentido –sin por ello morir, gracias a Dios— más o menos como la mujer del cuento de Onetti: no exactamente feliz, pero sí algo parecido y como si viera realizado un sueño, un sueño que había olvidado. Creo que muchas veces los artistas son médiums que visibilizan no sólo sus sueños, sino los nuestros. Los realizan.

Por ahora añadiré, para concluir, que, años después de leer este cuento de Onetti, estuve con él en su casa (tal como expliqué en otro cuento, éste mío). Con él, realmente. Entré en su cuarto como en sagrado. Estaba tendido en la cama, en la mano un vaso tubo de whisky muy aguado. Y tuve la sensación de que se cerraba un círculo, se consumaba un misterio, y que yo había ingresado no tanto en la alcoba del escritor sino en una obra de arte, en un sueño, y sentí que el sueño de la literatura se realizaba.

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