TENDRÁS ÉXITO Y ÉXITO [Café PEREC]

20220204_220736Ayer regresó Bolaño a mi pantalla: “El oficio de escritor es un oficio bastante miserable, pero es que, además, está poblado de tontos que no se dan cuenta de la fragilidad inmensa, de lo efímero que es”. Me hizo recordar que el éxito literario es siempre ambiguo. Y encima está abocado al olvido. Porque, al margen del dinero –del que hablaba Rimbaud en carta a su familia desde Abisinia anunciando aquel célebre “Tendré oro”–, el éxito literario no puede dar sino pequeñas, muy pequeñas satisfacciones a un escritor, incluso a su vanidad.

Hablando de la vanidad, no hace mucho, un amigo se mostraba feliz, poco antes de la pandemia (ya parece que todo haya ocurrido antes de la pandemia), acordándose de lo que dijo Borges sobre la vanidad y la inteligencia en una entrevista de 1973 que concedió en su casa de Buenos Aires, en vida de su madre todavía: “Uno ha sentido la inteligencia de un modo misterioso. En cambio, una persona puede decir cosas inteligentes y dejar la impresión final de que es idiota. Posiblemente eso ocurra porque una persona brillante es fácilmente una persona vanidosa, y entonces uno siente antipatía por ella, ¿no le parece?”

Para empezar, el éxito del escritor significa, según Auden, entrar en el mundo literario, es decir: que la gente ya juzgue tu obra sin haberla leído. Esto es algo que cualquier autor ha de aprender a verlo venir si no quiere después sorprenderse demasiado. ¿O no es la literatura un espejo que se adelanta, como algunos relojes? Si podemos entender esto, podremos aceptar que en algunos casos puede ser también un espejo que distorsiona, una de las posibilidades más estimulantes del ejercicio de la escritura.

El escritor ha de saber adelantarse y ver lo que le espera y saber también que sólo hay dos tipos de gloria, aunque tanto si alcanza una o las dos, no estará en condiciones jamás de saberlo. Porque una consiste en haber sido un escritor, incluso uno menor, en cuya obra las nuevas generaciones hallarán una clave esencial para poder seguir adelante. Y la otra es convertirse en un paradigma de la dedicación y del esfuerzo espartano, un noble ejemplo a seguir para quienes vengan después de él.

Ahora bien, ser paradigma de la dedicación y el esfuerzo le abre un panorama un tanto aburrido al escritor ejemplar, y más si después no puedes ni enterarte del bien que estás sembrando en la Tierra. En cuanto a ser alguien en cuya obra hallarán las generaciones siguientes soluciones esenciales para sus problemas literarios, no parece tampoco un destino fascinante, más bien tiene que ser horrible verse uno cruzando toda la eternidad dando consejos, algunos propios de un oso peludo (“Os digo que la mayor prueba de imaginación consiste en ponerle nombre a un gato”) y otros más agudos, como éste de Auden: “Os digo que nada es más fácil que hacer una pregunta difícil”.

Y yo ahora os digo que, lejos del fracaso o del éxito, de lo fácil y lo difícil, siempre es mejor avanzar sin control, con las velas rasgadas y los mástiles rotos por los vientos. Después de todo, es el trayecto más común.

W.H. Auden

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