LA FELICIDAD DE LA REPETICIÓN

sacré modiano

 

Ignacio Vidal-Folch:

Veo en las calles de París unos carteles que anuncian la nueva novela de Modiano. La editorial le hace una publicidad propia de una película. En el anuncio se ve una foto del escritor, y el texto que dice: Le nouveau roman de Patrick Modiano. Prix Nobel de littérature. Desde luego es llamativo, operaciones comerciales de esta envergadura sólo suelen dedicarse a libros precisamente muy comerciales, best sellers tipo El código Da Vinci, y no a novelas de ambición literaria honesta y seria. Entiendo que en este caso Gallimard no anuncia solamente Chevreuse, que así se llama la nueva novela de Modiano, sino a un autor del que cada año, según creo, saca un libro más, muy parecido a los anteriores, y que tiene muchos seguidores.

¿Y qué quieren los seguidores de Modiano?  Más de lo mismo. Leo en un foro de debate a un lector que dice: C’est vrai que c’est toujours le même Modiano… et j’adore toujours. Je suis addict –«Es verdad que Modiano es siempre igual… y siempre lo adoro. Soy adicto»–. En efecto, hay pocas variaciones de una novela a otra, es siempre la misma melancolía, la misma precisión de los datos y de los nombres y la misma vaguedad de los hechos, el mismo clima, la misma niebla en el pasado. Es muy parecido a sí mismo, casi igual.

El otro día, en el festival literario Capítulo 1, de Matadero Madrid, Javier Cercas, en diálogo con Malcolm Otero a propósito de su última novela, Independencia, que es la segunda, después de Terra Alta, sobre las aventuras de su mosso Melchor Marín, anunció que ambas forman parte de un ciclo que constará de cuatro entregas independientes, que en el futuro podrán leerse como una sola, larguísima novela. Y para explicar por qué se había metido en este proyecto dijo algo que me llamó la atención, dijo que daba por concluido el ciclo de alguna manera autoficcional que empezó con Soldados de Salamina y acaba con El monarca de las sombras, y que había cambiado de registro porque “el escritor que se repite está muerto”.

Ahora bien, como esta sentencia (el escritor que se repite está muerto) ya la había formulado antes en algunas entrevistas, la he estado rumiando, y he llegado a la conclusión de que es inexacta, falsa o, cuando menos, matizable. Quizá se podría matizar así: el escritor que se autoplagia está, efectivamente, muerto. Pero el que se repite no, si se repite es señal de que está vivo y acierta y se inscribe en la modernidad. De hecho, la modernidad en arte   y literatura está estrechamente ligada a la repetición. Pienso en los lienzos de Andy Warhol, de Rothko o de Saura, en los libros de Simenon, de Pla… o, por supuesto, en los de Modiano. Incluso en los de Beckett.

Yo creo que Onetti se inventó la ciudad de Santa María para poder repetirse cómodamente. En cambio, fueron patéticos los intentos de Conan Doyle por matar a Sherlock Holmes y enfocar la atención de sus muchos lectores hacia otras novelas suyas, más ambiciosas literariamente, pero con las que no picaron. Ellos sabían muy bien lo que querían de Conan Doyle: querían otra vez a Sherlock, otra vez el detective privado contemplando con su aguda mirada a un desconocido que se presenta en sus habitaciones de Baker Street y sabiéndolo de inmediato todo de él mediante el expediente de detectar y descifrar en su apariencia física una serie de signos que al común de los mortales pasan desapercibidos. Querían verle meditabundo fumando su cachimba, pinchándose su cocaína, tocando su violín y deslumbrando a su Watson.

¿Qué es un autor? Es un territorio en el que uno entra, y luego quiere volver. “Repetición” en literatura es aquello que suele llamarse “estilo” y “mundo propio”: una cosmogonía. Dice Kierkegaard (precisamente en La repetición) que la esperanza es un error, porque ella, la esperanza, cree que todo va a cambiar, pero los cambios que vienen sólo son indeseables, y que la repetición es lo más cercano, lo más parecido a la felicidad. Y dice que es lo más parecido porque, para que la felicidad fuera total, debería ser perfecta, exacta, lo cual es imposible, salvo (en opinión de Kierkegaard) en el reino de los cielos. Creo que Fitzgerald lo sabía, porque el drama, la tragedia de Gatsby era precisamente intentar provocar la repetición de la inasible dicha juvenil, y era imposible, y por eso, de tanto intentarlo, murió.

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