Rebecca Solnit ó el arte de perderse / Alex Vicente desde París para El País

67 Pese a haber sido una de las firmas más destacadas de la revista Harper’s, REBECCA SOLNIT (Bridgeport, Connecticut, 59 años) prefirió no firmar el polémico manifiesto contra la “intolerancia” del activismo progresista publicado en la cabecera estadounidense. “Es un cúmulo de declaraciones vagas que parecen defender la libertad de expresión. ¿Y quién no está a favor de la libertad de expresión? En realidad, lo que defienden es una expresión sin consecuencias para aquellos que hace tiempo que gozan de esa libertad”, responde desde su casa en San Francisco. La ensayista, convertida en referente del feminismo desde que publicó Los hombres me explican cosas en 2014, regresa ahora con Una guía sobre el arte de perderse (Capitán Swing), donde recuerda las ventajas de salirse del camino y deambular por territorios que no aparecen en los mapas, tanto en el sentido literal como en el figurado.

Así es como procede Solnit en su trabajo intelectual. Para la escritora, el debate público no se ha vuelto irrespirable, como pretende el texto de Harper’s cuando afirma que “el libre intercambio de información e ideas, la savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado”. “En mi experiencia, es al revés: se está volviendo cada vez menos restringido, porque hoy escuchamos a más mujeres, gente de color y personas queer, además de otras voces que no habían formado parte de la conversación”. El problema del texto, para Solnit, es que victimice a quienes generan una violencia simbólica y, en cambio, se olvide de quienes la padecen en sus carnes. “La carta no defiende a los trans, las feministas y otros que han sufrido amenazas contra sus voces y sus vidas. A quienes parece defender es a aquellos que han tenido una plataforma de expresión y han vivido una mala experiencia cuando a alguien no le gustó lo que decían”, puntualiza la escritora. “Parte de lo que se percibe como represivo es la hostilidad respecto a posiciones que la merecen. Por ejemplo, como activista climática tengo tolerancia cero con los negacionistas: en ese tema, no hay dos versiones. Y lo mismo sucede con el resto de asuntos clave de nuestro tiempo”, remata Solnit.

La ensayista se puso a escribir este nuevo libro, publicado en 2005 en inglés, al terminar Wanderlust. Una historia del caminar, volumen que logró abrir un nicho editorial. “Sentí que había temas que no había explorado. Uno de ellos era el hecho de deambular y perderse, y por qué eso era importante en una sociedad cada vez más controlada. ¿Qué significa zambullirse en lo desconocido?”, se pregunta su autora, crítica precoz de “las nuevas formas de vida basadas en el silicio”, que lógicamente se reafirma en su diagnóstico 15 años más tarde. Supondría también su primera experiencia con una escritura “menos académica”, que luego convertiría en su marca de fábrica. “Quise perderme también al escribir. Empecé a hacerlo de una manera más poética, a partir de asociaciones más personales”, explica la autora, que cita a Eduardo Galeano o Ariel Dorfman como ejemplos a seguir, por su manera de “mezclar la vida y el arte”.

En el libro, Solnit describe el hecho de perderse como un gesto político, ya que permite desarrollar la independencia, el instinto de supervivencia, el sentido de la orientación y el potencial de la imaginación. “No nos encontramos a nosotros mismos hasta que no estamos perdidos”, escribió su admirado H. D. Thoreau. “Perdernos nos da una capacidad de desenvolvernos que solíamos usar más cuando no teníamos teléfonos móviles. Hoy la gente ya no sabe orientarse sin un móvil y me parece una pena”, suscribe Solnit. “No perderte nunca es no vivir”, dice en el libro, mientras deambula por asuntos como su incierta genealogía familiar, el significado cultural de las ruinas o el “azul de la distancia”, el color de los horizontes y las cordilleras remotas, el de la melancolía y el anhelo.

Fascinada por los asuntos más variados, la ensayista detecta, pese a todo, algunos hilos conductores en su producción. Por ejemplo, su pasión por la naturaleza y por la exploración del paisaje, digna de la californiana de pro que dice ser —nació en Nueva Inglaterra, pero ha vivido en la bahía de San Francisco desde que tenía cinco años—, pero también su pasión por contar historias desde ángulos inversos a los habituales. Empezó a escribir sobre la lucha feminista en un lejano 1985, cuando se creía que los trajes de chaqueta y las hombreras pronunciadas bastarían para resolver esta papeleta. “A partir de 2012, empezó a ser posible mantener una conversación más profunda”, dice Solnit, que en el archiconocido ensayo que haría germinar el término mansplaining, que ha hecho fortuna también en español, se decía convencida de que no vería terminar esta guerra antes de morir. Ese socorrido neologismo le resulta “tremendamente útil”, aunque le moleste que “a veces se use mal”. “Me encanta que un hombre me explique cosas que no sé. Lo que no me gusta es que un idiota que ha leído un artículo no sé dónde le explique la astronomía a una astrónoma, o la medicina a una médica”.

Contragolpes misóginos

Una década después, Solnit se siente bastante más optimista, pese a la violencia de los backlashes, esos contragolpes misóginos incentivados por “supermachos como Trump, Putin o Bolsonaro”. “La protesta civil no es un acto matemático de causa y efecto. Sus resultados son difíciles de cuantificar, pero de repente puede surgir una Greta Thunberg de la nada, una Primavera Árabe, un movimiento como Black Lives Matter”, asegura. Respecto a este último, pronostica que tendrá “las mismas consecuencias que el MeToo”: será un cambio cultural que se lo llevará todo por delante. Aun así, le preocupa el desvío transexcluyente de parte del feminismo, que cuenta con portavoces tan escuchadas como J. K. Rowling. “Desvía la atención respecto a la amenaza real para las mujeres, que es el patriarcado. La amenaza no son las mujeres trans, sino que haya una violación por minuto. Las mujeres trans son mujeres”. Ella cree en un feminismo interseccional, que también hable de raza y de clase social, y aboga por los frentes comunes. “Mis derechos no se ven perjudicados por los que puedan conquistar otros grupos. Al revés, la cultura queer me ayudó a liberarme como mujer al flexibilizar la noción de género. Y al revés: si hoy existe el matrimonio homosexual también es gracias al feminismo, que redefinió esa unión como una relación negociada entre iguales”, sostiene Solnit.

En su ensayo Un paraíso construido en el infierno, que publicó tras el desastre del Katrina, la autora defendía las oportunidades que se abren en los momentos más oscuros. La actualidad merecería que escribiese un nuevo epílogo. “Los desastres abren posibilidades. No puedo celebrar la pandemia, porque mucha gente lo ha pasado muy mal, pero nos ha quitado la vieja excusa de que no se pueden cambiar las cosas. Estados Unidos se sacó tres billones de la manga para reactivar la economía y las emisiones globales han descendido un 17%”, recuerda Solnit. “En mi país puede hacer aumentar la conciencia de que necesitamos una cobertura médica universal y un ingreso mínimo vital. Por eso, la pandemia es anticapitalista, porque nos enseña otras maneras de vivir”

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