SOBRE LAS PRESENTACIONES DE LIBROS.

15587192599867001419517785299072                    Empezó siendo una moda y ha terminado por convertirse en una terrible plaga. Hablo de las presentaciones de libros en público. Muchos escritores están dejando de escribir para poder dedicarse a preparar las presentaciones de libros de sus amigos. Por otra parte, como cada día hay más escritores -nunca como ahora había tenido tanto prestigio social la profesión-, puede perfectamente afirmarse que casi todo el mundo anda buscando presentador de su libro. Medio país busca al otro medio para que le presenten el libro. Y es tal la locura que ya nadie parece preguntarse si realmente es posible presentar un libro.Hasta el más impresentable de los libros tiene presentador. Y la plaga se extiende cada día con mayor fiereza. A veces están tan ocupados todos los escritores preparando las presentaciones de los libros de sus amigos que no ha habido más remedio que recurrir a monjas, toreros, actrices o futbolistas para que oficiaran la ceremonia de la confusión que se esconde detrás de cualquier presentación de un libro. Naturalmente, esto ha provocado que muchas monjas, toreros, actrices o futbolistas apenas dispongan de tiempo para dedicarse a su verdadero oficio. Además -como si no fuera ya todo demasiado disparatado- hay futbolistas que escriben libros y buscan actrices que se los presenten, y hay actrices que buscan monjas…

En fin, una verdadera locura. Y un dato muy alarmante: se presentan tantos libros que empieza a faltar público. Y aunque parezca una perogrullada, está claro que sin público ningún libro puede ser presentado en público. Y ahí viene otro de los problemas, pues hay tanta gente que actualmente escribe libros que cada vez son menos los que están dispuestos a ser público en las presentaciones. Esto está produciendo un fenómeno nuevo -todavía incipiente, pero claramente peligroso si no se ataja a tiempo- de consecuencias imprevisibles, pues últimamente es fácil observar cierto malestar entre los que ejercen de público en las presentaciones. Ese malestar se hace evidente de dos maneras distintas. 1. Cuando se abre el turno de preguntas, todo el mundo pone cara de fastidio y, en medio de un clima general de brazos cruzados y protesta silenciosa, nadie pregunta nada. 2. Agresividad creciente del público.

A esto quería llegar: a la agresividad que se va abriendo paso entre el público malhumorado de las presentaciones de libros. Hasta ahora -que yo sepa- preguntar siempre fue desear saber una cosa. Sin embargo, últimamente las preguntas que siguen a la presentación de un libro no son en modo alguno la exposición de una carencia, sino la aserción de una plenitud. Con el pretexto de preguntar, se monta una agresión al autor o al presentador del libro; entonces preguntar toma de nuevo su sentido policiaco. Sin embargo, aquel que es interrogado debe aparentar responder al pie de la letra a la pregunta, no a su intención. Si con cierto tono preguntan: «¿Para qué sirve su libro?», significando con ello que el libro no sirve para nada, el interpelado debe aparentar que responde ingenuamente: «Mi libro sirve para tal cosa o para tal otra».

Hace poco, presencié un caso masivo de agresividad por parte del público, hasta el punto de que el presentador (que como todos los presentadores había dicho que el libro era muy bueno, imprescindible) acabó preguntando al público preguntón: «¿De dónde procede el hecho de que ustedes me ataquen?». Ya sólo faltó que el público le contestara: «Porque ya no tenemos tiempo para ir a las presentaciones».

Augusto Monterroso, por ejemplo, no se ha salvado, a su paso por Barcelona, de la creciente fiereza del público. Supo resolver con su habitual humor la incomodidad de las preguntas.Cuando un señor le dijo «¿Sabe usted decir no?», Monterroso contestó: «No».

En Valencia, presenté el libro de un joven novelista minimalista catalán, autor de un breve texto sin excesivas pretensiones. Alguien del público tomó la palabra para decirle: «Esta última semana me he leído el Ulises de Joyce, la Recherche de Proust, todo Faulkner y Kafka. Y la verdad, al lado de estos libros, el suyo deja mucho que desear…».

En fin, hay un nerviosismo general que creo yo que merece ser meditado.

* (Este artículo apareció en El País en la edición impresa del Sábado, 18 de diciembre de 1999)

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