Recuerdo que para Arthur Koestler el cerebro humano constaba de una pequeña parte, ética y racional (todavía muy pequeña) y una enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de irracionalidades, de instintos asesinos. Harían falta millones de años, dijo, para que la evolución moral acabara con la brutal trastienda. El Reino, la serie de cuatro “novelas negras” de Gonçalo M. Tavares, se centra en los laberintos de esa trastienda.
Puede parecer paradójico, pero la fama o apariencia de autor prolífico que tiene Tavares, se desvanece nada más iniciar la experiencia de leerle, pues enseguida observamos con asombro que tiene una capacidad excepcional para la síntesis.
Es el señor Síntesis.
Le agrada la idea de concentración y en su escritura parte de la creencia de que del mismo modo que se concentra una sustancia pueden concentrarse las ideas.
Muchos de los autores filosóficos que más le agradan escribieron en fragmentos: Nietzsche, Wittgenstein, Walter Benjamin. Muy concretamente las piezas breves de Wittgenstein le señalaron un sendero por el que circular ágil en el futuro; muchas de ellas parecen incluso sintetizar avant la lettre el trabajo de Tavares, como por ejemplo este apunte de Wittgenstein: “La filosofía no se consigna en las oraciones, sino en un lenguaje”. [Del Prefacio de Vila-Matas a El Reino, de Gonçalo M. Tavares]