LA TRAMA LLEGÓ POR CORREO.

Adaptación teatral de Historia abreviada portátil (Portugal, 2009)[Acerca de IMPOSTURA]

Fue Paula de Parma, que en aquellos días vivía en Italia, en la misteriosa ciudad de Bérgamo, quien, tratando de mandarme una indirecta acerca de las variadas imposturas de mi vida personal en aquella época, me envió la larga nota periodística, sacada de L’Espresso, que comentaba la aparición un libro de Sciascia (El teatro de la memoria) y que  iba a hacerme encontrar la trama de mi novela Impostura, trama basada en un hecho real, que había conmocionado a Italia en tiempos de Mussolini.

La historia italiana, la historia alucinante pero real –la que me sirvió en bandeja un tema, el primer tema serio de mi vida-, comenzaba en marzo de 1926 cuando un pordiosero fue detenido en el cementerio de Turín por robar jarrones de bronce. El indigente no sabía quién era, no tenía memoria alguna, sólo llevaba un papel encima fechado en Estambul en 1924 que no revelaba nada de su identidad y se comportó en comisaría de forma violenta, así que lo internaron en el manicomio de Collegno y, meses después, cansados de darle cobijo y comida, decidieron publicar en el dominical del Corriere della Sera su fotografía con un anuncio: “¿Quién lo conoce?” Decían de él en ese anuncio que hablaba perfectamente italiano. “Es persona culta y distinguida, de unos cuarenta y cinco años”. Ahí empezó el lío. Muchos encontraron que aquel hombre se parecía mucho al profesor Giulio Canella, escritor conservador, dado por desaparecido el 25 de diciembre de 1916 durante una de las tantas batallas de la Gran Guerra, concretamente en la de Nitzopole, cerca de Monastir, Macedonia. Su hermano fue a visitarlo a Collegno, pero no lo reconoció. Sí lo hicieron otros amigos, así que el 9 de marzo fue la propia señora Canella la que se acercó al manicomio. Se vistió con las prendas que llevaba en 1916. Vio de lejos al que podía ser su marido, se cruzaron, no pasó gran cosa. El hombre dijo que no se acordaba, pero que había sentido una emoción que “no sabría explicar”. De pronto irrumpió la mujer y exclamó: “¡Giulio, Giulio mío!” y se arrojó en sus brazos.

Los Canella eran una familia poderosa y con mucho dinero, así que el hombre salió del manicomio y se fue con su señora a Desenzano de Garda, donde habían estado de viaje de novios, y allí se esforzó por recuperar la memoria, la memoria del escritor conservador. Poco tiempo después alguien avisó a la policía que aquel huésped de Collegno era el tipógrafo turinés Mario Martino Bruneri, hijo de Carlo, casado con Rosa Negro. El enredo se complicó. Pronto empezarían los juicios. La señora Canella peleó fuerte, cada vez más convencida de haber recuperado a su hombre; la policía y la magistratura, en cambio, fueron aportando un colosal repertorio de pruebas (entre ellas, las de las huellas dactilares) que confirmaban que el amnésico era efectivamente Bruneri, sobre el que pesaban, por cierto, tres órdenes de busca y captura por robo y estafa. El fallo definitivo, tras múltiples vistas, se produjo el 17 de diciembre de 1931: el tipo desmemoriado era Bruneri.

Durante el tiempo que duró el juicio, la pugna entre las dos mujeres se convirtió en Italia en una pugna dialéctica  entre las dos Italias, la fascista y la demócrata. Antes de que se produjera el fallo jurídico definitivo, Pirandello estrenó una obra (Como tú me quieres), en la que se inclinaba por la obstinación de la mujer; la obra se llevó al cine en 1932 con el título de As You Desire Me, interpretada por Greta Garbo. Después, escribieron sobre el caso del desmemoriado de Collegno tanto Susan Sontag como Leonardo Sciascia (El teatro de la memoria es un libro formidable).

La idea de Pirandello era la de que siempre son las mujeres quienes eligen a sus hombres. Ellas deciden que un hombre es suyo, y punto. “Y basta”, que decía repetidas veces Greta Garbo en la película. Si ellas dicen que Fulano es su marido, lo es; es su marido, aunque no lo sea. Y basta. No hay nada que hacer, ellas mandan, ellas eligen, ellas luchan, ellas ríen.

Para cuando llegó la sentencia definitiva sobre el caso, el desmemoriado y la señora Canella ya se habían trasladado a vivir al Brasil y allí el desconocido de Collegno, se había dedicado a escribir sobre temas teológicos y a ser el continuador de la obra filosófica del profesor Canella, de quien había adoptado su nombre. Puede que fueran dos hombres distintos, pero tenían una sola biografía literaria, y como tal así aparece Canella en cualquier diccionario de literatura italiana contemporánea. En Brasil, el profesor embarazó a su mujer, lo que molestó enormemente al padre de la mujer –la familia era muy católica y conservadora-, que escribió una carta muy enfurecido, carta que fue contestada por el propio señor Canella, disculpándose el refinado impostor en estos términos: “¿Podían nuestros corazones ponerse límites? Cuando las aguas bajan en espantosa riada, ¿quién puede detenerlas?”.

Adapté esta historia de la vida real a la Barcelona de la postguerra y centré el relato en las peripecias del desmemoriado, pero compaginándolas con la relación entre el director del manicomio y su secretario, el doctor Vigil, un tipo muy aficionado a lo que podríamos llamar el mayordomato, un joven entusiasta de la subordinación y personaje que parece salido de una novela de Robert Walser. Era una Barcelona en la que –como ha escrito Gimferrer en referencia a aquellos años- predominaba una sensación de impostura general y en la que lo que se decía era algo en lo que no creía nadie. Era una Barcelona que era como un gran hospital en el que todos los enfermos querían cambiar de cama. Nadie parecía confiar en nadie. En la Barcelona de mi novela –una evocación de la ciudad hipócrita y gris, también polvorienta, que conocí de niño- hay un vivo y continuado tráfico de identidades, de personas que parecen dispuestas siempre a cambiar de máscara al menor descuido. El desconocido, por ejemplo, se identifica con el profesor Bruch, el hombre que los miembros de la familia Bruch dicen que es de los suyos. Barnaola, a su vez, se identifica con el desconocido. El doctor Vigil se busca también, por su cuenta, una identidad nueva.

En aquella Barcelona nadie quería ser quién era. Así es cómo la recuerdo yo en los años 50, cuando era niño. “Usted no sabe con quién está hablando”, se oía muy a menudo, y el que menos sabía quién era solía ser él mismo que precisamente decía aquello. Creo que Impostura abrió un camino que desde entonces siempre ha estado ahí en mi literatura: la pasión por ser otro, o la idea –mejor decir la voluntad- de vivir una vida diferente.

Algunos críticos, cuando salió el libro, explicaron que la novela giraba en torno al tema de la identidad, y eso me hizo pensar que tenía por fin un tema, olvidándome de que éste me había llegado de Italia por correo.

(fragmento del prólogo a En un lugar solitario)

 

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