SIPIESCA

Fragmento de Sipiesca, texto para el catálogo de Miquel Barceló

Fragmento de Sipiesca, texto para el catálogo de Miquel Barceló

SIPIESCA
Enrique Vila-Matas

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Sin haber sido un bebedor de café muy precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la de mis cafés.
Ayer, por ejemplo, último jueves de enero de este año, justo al entrar en el atelier de Miquel Barceló, en el barrio del Marais de París, me vino a la memoria un día extraño de mi biografía cafetera; un día en el que me sentí de golpe transportado a un lugar cálido y peligroso a la vez. Lo recuerdo bien. Sucedió mientras veía una fotografía de una sepia en el momento mismo de utilizar su capacidad de adaptación al fondo de mar para mimetizarse con el ambiente local. Quizás fuera porque acababa de tomarme un café turco especialmente fuerte, pero el caso es que aquel día –el día de la sepia, suelo llamarlo-, al encontrarme con aquella imagen del fondo del mar, me sentí transportado de golpe, violentamente, a un lugar que me pareció amistoso y peligroso a la vez; un enclave cálido y familiar, pero al mismo tiempo más frío que la sombra de un desconocido; un lugar donde, si uno quería sobrevivir, resultaba urgente adaptarse cuanto antes al color local, mimetizarse con el ambiente…
Puede decirse, por tanto, que aquel día me identifiqué de un modo bien intenso con la situación que describía una fotografía que no tendría por qué haberme sobresaltado tanto. Pasé por una clase de momento por el que en cierta forma volví a pasar ayer en París al entrar en el atelier de Barceló, a quien no conocía personalmente. De repente, percibí que el gran taller del Marais me era familiar y al mismo tiempo contenía un peligro indefinido. Pero esa sensación de que era vivamente urgente que me adaptara cuanto antes al color local duró escasos segundos, los que precisé para descubrir que encima de una mesa había una amistosa bandeja con dos cafés, junto a dos botellas que ofrecían dos posibles mezclas con licores. Eso me tranquilizó una barbaridad. De hecho, me dejó adaptado de golpe al atelier.
Estábamos en una sala de techo alto, en lo que podríamos llamar “el gabinete de los retratados”, donde Miquel se proponía dibujarme. Había retratos por doquier. Reconocí uno de Patrick Modiano y otro del escritor mallorquín Biel Mesquida. Y al poco rato, descubrí más retratos de conocidos; reconocí en uno al poeta Pere Gimferrer y en otro al editor y político catalán Xavier Folch.
Miquel me contó que el último en posar allí había sido, días antes, su amigo Philippe Parreno. Pero fueron los retratos de su madre los primeros que me mostró, lo que yo creo que provocó que toda la situación acabara perfilándose como decididamente familiar. Por si fuera poco, al ver los diferentes retratos maternos, me acordé de alguien que decía que es perfectamente imaginable que el esplendor de la vida esté dispuesto, siempre en toda plenitud, alrededor de cada uno, pero cubierto de un velo, en las profundidades, invisible, muy lejos. Un esplendor intangible, sí. Pero ahí está y seguramente no es nada hostil, ni para nada se encuentra a disgusto ahí, ni es sordo; viene si uno lo llama con la palabra correcta, que es lo que hice para tratar de mimetizarme del todo con el “gabinete de los retratados”.
Recuerdo muy bien cómo bastaron, por mi parte, un crujido mental silencioso y una palabra correcta dirigida al esplendor de la vida para que todo empezara allí a fluir con facilidad.
Tomamos el café. Y luego se inició la pintura del retrato, realizado con lejía sobre lienzo negro, es decir, en negativo.
Me acordé del mejor aforismo de Kafka: “Hacer lo negativo aún nos será impuesto, lo positivo ya nos ha sido dado”
-Como la lejía actúa con lentitud, no veo lo que pinto, así que tengo la fe, no la certeza –me diría poco después Miquel mientras pintaba.
La sesión duró más de media hora y durante la misma mantuvimos una fluida conversación que filmó íntegramente el equipo de rodaje de nuestro común amigo Emilio Manzano.
-¿Más café? –preguntó alguien.
-Oh no, ya es suficiente –dije-, no quisiera volver al día de la sepia.

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