GREGOR VON REZZORI, por EMMANUELE CARRÈRE

EmmanuelCarrere

 El texto de EMMANUELE CARRÈRE acerca de Rezzori: «Es cordial, acogedor. Aun cuando se mofa un poco de uno, sientes que te aprecia… (sigue leyendo)

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Revista Crítica, dedicada entera, en su número de julio 2014, a Gregor von Rezzori. Colaboraciones de Emmanuele Carrère, Javier Marías, Vila-Matas, John Banville…

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(texto de Gregor von Rezzori que acoge la revista Crítica en su número dedicado al la obra de este escritor):

Si no me hubiera convertido en escritor, sería de aquellos que admiran a los escritores y envidian su capacidad para expresar sus ideas y sentimientos sin timidez y sin tener que sujetarse a horas de oficina cui¬dando de mantenerse a distancia de jefes malhumorados. Habría llevado una vida tranquila de trabajo y de descanso los domin¬gos y días festivos, de hábitos regulares y amistades duraderas, sería apreciado por mi familia por mi honra-dez y sólidos ingresos y sería conocido por mis vecinos como un tipo deceNte, amistoso y servicial en casos de necesidad. En suma, no habría sido yo. Comencé a escribir casi accidentalmente, pero algunos eventos históricos prepararon el campo. Si no hubiera ocurrido la Primera Guerra Mundial, mi vida habría tomado un bien trazado curso: como mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo, me habría convertido en funcionario de la administración real e imperial del Imperio Austro-Húngaro, trepado discretamente, escalón por escalón, a las alturas de una honrosa carrera y alcanzado a su debido tiempo un retiro tranquilo, dedicado principalmente a los placeres de la pintura en acuarela, como mis antepasados también hicieron.
Podría incluso, siguiendo a mi padre, haber desposado a una rica muchacha con algunas propiedades que me permitieran entregarme a la pasión de dispararle a toda clase de animales y aves salvajes. No iba a ser de ese modo.
Si la Segunda Guerra no me hubiera hecho abandonar mi país nativo, la remota Bucovina, y llevado bajo una lluvia de bombas de lugar en lugar hasta la igualmente lejana Hamburgo en el norte de Alemania, habría tenido la oportunidad de aprender un oficio y de ganarme la vida de un modo más convencional. Fue debido a que yo estaba desocupado y aburrido que tomé una pluma y escribí un cuento. Alguien lo leyó, le gustó y lo envió a un editor. Así me convertí en escritor. Por supuesto, convoco cualquier plausible argumento para probar que nunca me habría convertido ni sido otra cosa que escritor. Ya desde niño era un soñador y un mentiroso. De adolescente fui un solitario. Y a una edad en que los demás eran adultos yo era completamente ajeno a la realidad –y así sucesivamente–. Trato de convencerme de que la escritura no fue el último recurso del fracaso. Pero para probar que fue una vocación, no tengo más recurso que escribir.

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