Kundera y el arte de la Novela [por Anthony Burgess]
Como sabe todo el mundo, o al menos ese pequeño fragmento de él que se toma en serio la, novela, Milan Kundera es un novelista checo que está exiliado en París. No me atrevo a entusiasmarme tanto como, por ejemplo, Salman Rushdie, porque no le leo en el original y Kundera no ha tenido buena fortuna con sus traducciones al inglés. Como profesional de una dificil forma artística, está cualificado para teorizar al respecto, pero el corazón se inquieta al ver lo que denota el título de este libro [El arte de la novela, publicado en España por Tusquets]. Sin embargo, sus pocas páginas diluyen el miedo de algo demasiado amplio y quizá dogmático, y Kundera deja clara la modestia de sus intenciones en un prólogo. Ésta, dice, es tan sólo la confesión de un profesional: el libro se compone de un ensayo sobre Cervantes, dos conversaciones acerca de su propia praxis novelística, algunos pensamientos sobre Kafka, notas inspiradas por The Sleepwalkers (una obra maestra europea no muy leída quizá, excepto por George Steiner, en el Reino Unido), un glosarlo de 63 palabras clave importantes en el pensamiento de Kundera y un discurso pronunciado cuando recibió el Premio Jerusalén de Literatura. No es, pues, algo tan temible, y el conjunto resulta de lectura amena, estimulante y, para el mencionado pequeño fragmento que incluye a los novelistas en activo, un texto de considerable fuerza inspiradora.Kundera, naturalmente, no se encuentra feliz con su propia situación, es decir, la de todos los artistas liberales que rechazan un sistema totalitario sin tiempo para el pensamiento o la creación libres y han sido rechazados por él. La novela es en esencia una forma desarrollada en una Europa libre. Tiene que ver con el Lebenswelt, el mundo de la vida. Lo que en tiempos fuera aquello que Descartes llamó el dueño y señor de la naturaleza, el hombre, se ha convertido en «tan sólo una cosa ante esas fuerzas (tecnología, política, historia) que le subestiman, le pasan por alto y le poseen». Cuatro siglos de ficción europea han investigado el Lebenswelt -a menudo, con un candor que excitaba el desagrado de la moralidad oficial-, pero en nuestro siglo se hizo posible que la novela se convirtiese en un vehículo de la filosofía del Estado todopoderoso y enajenara su misma esencia. Esto ocurrió con la ficción a granel de ¡a Alemanla nazi, ya desaparecida, y con las destructivas topadoras soviéticas (publicadas en ediciones inmensas por las editoriales del Estado) que desplazaron las relaciones humanas mediante el santo amor por el sistema soviético.
Porque, y así lo creemos Kundera y nosotros, la novela trata de la relatividad y de la ambigüedad. En Cervantes «no hay una sola verdad absoluta, sino un tumulto de verdades contradictorias» encarnadas en esos yos imaginarios llamados personajes. ¿Don Quijote es un tonto idealista o un héroe? Los lectores que encuentran a uno u otro, pero no a los dos, se equivocan. La novela, y no exclusivamente la de Cervantes, ha de ser una investigación de las posiciones morales y no una afirmación de ellas. Hemos de entender antes de juzgar. Los lectores de novelas que no saben de qué trata la novela, y esto por encima de todo incluye a los censores oficiales, ya sean los de Moscú, Valetta o Arkansas; ya vean al K. de Kafka como un hombre inocente anlastado por un proceso judicial injusto o como un hombre culpable castigado por la justicia divina (o secular). No quieren ver que la verdad es pendular.
Como novelista centroeuropeo, Kundera encuentra en el vienés Musil y sus compatriotas bohemios Kafka y Hasel el gran tema de nuestro tiempo: el colapso europeo a través del colapso de Europa Central. Con Joyce y Proust era posible situar una estabilidad social en la que, no reprimidos por el Estado y no oprimidos por una agresión externa, los personajes pudieran llevar a cabo la búsqueda de su ser. Musil preanuncia el colapso del imperio austrohúngaro; Kafka y Hasel, con sus formas opuestas, se enfrentan con la nueva estupidez de la norma burocrática: con el buen soldado Schweik hay que reír ante ella; con K. no se pueden hacei bromas. Schweik sobrevive a través de la bufonería y la adaptación, el racionalista K. ha de hallar una razón para su castigo, eligiendo la culpabilidad. Ahora es difícil que la novela no sea política, ya que lla política proporciona no la subestructura de la creencia o de la moralidad, sino el enemigo obstructor que lucha contra la vida privada. La novela en lengua inglesa siempre ha sido no política -Kundera no halla ninguna virtud de novelista en Orwell- y por ello la ignora (como también lo hace Solyenitsin), exceptuando a Richardson, quien descubrió el yo íntimo, y a Sterne, que inventó la novela del juego. De Hermann Broch, al que los británicos ignoran, Kundera tiene un alto juicio. En The Sleepwalkers, la desintegración de los valores europeos -esos que se transmiten desde la Edad Media- está dibujada de un modo ejemplar, lo que implica prolijidad en los detalles.
No me gusta demasiado leer novelistas que teorizan acerca de sus propias novelas, pero resulta grato leer la entrevista concedida a Paris Review, en la que Kundera se ocupa de la técnica antes que de generalizar acerca de ideas y valores. Yo, que he sido algo así como músico antes de ser novelista (y también lo ha sido Kundera), me inclino a pensar que este escritor está en lo cierto cuando encuentra elementos de forma musical en la novela y al establecer, como lo hace, paralelos entre la estructura de un cuarteto de Beethoven y una de sus propias obras. La exactitud de los temas musicales, que no puede ser parafraseada, también encuentra un paralelo en la exactitud del léxico. Los traductores de Kundera, preocupados por sus invariables palabras de indicación de diálogo, llevan consigo lo que piensan que es un estilo y cambian dice por replicó o murmuró. Kundera se queja de eso. Cuando él ha escrito en mi bemol no quería hacerlo en fa natural; cuando usa una palabra no quiere decir una transposición no autorizada. Esto le ha llevado a compilar un diccionario personal. «Reúna sus palabras clave, sus palabras problema, las que usted ama», le aconsejó Pierre Nora, editor de Débat. Y así lo ha hecho Kundera.
Daré sólo dos ejemplos. Diversión: Kundera piensa que está bien ser, pero que es menos interesante hacerse el divertido. El traductor francés de El juego no gustaba que las chicas estuviesen desnudas: las prefirió vestidas de Eva. Un traductor americano ha hecho que un armonio emitiese ruidos esiomacales en lugar de sonidos. El editor de Kundera, al leer las pruebas, le llamó: «Estoy eliminando todos los pasajes divertidos». Kitsch: «En Praga vemos el kitsch como el enemigo primordial del arte. En Francia, no. Para el francés, lo opuesto al arte verdadero es el entretenimiento». Kundera detesta a Chaikovski, Rachmaninoff y Horowitz al plano. Odia las grandes películas de Hollywood, como Kramer contra Kramer (¿cita un ejemplo adecuado?, ¿grande?) y Doctor Zhivago. Le gusta la risa, pero es terriblemente serio. Tiene razón en ponerse serio ante la novela y deplorar la existencia de esos críticos casuales que declaran que la novela está muerta. La novela morirá pasando por encima del cadáver de Kundera. Y también del mío, si vamos al caso.
Traducción: Ana Poljak.
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