Despedida de María Manuel Viana [1955-2022]

Maria Manuel Viana. Cabina de Amarante (Casa Teixeira de Pascoaes)

MMV entrando en la galería de cristal del jardín en Amarante de Teixeira de Pascoaes.

He pensado mucho tiempo en cómo debo despedirme de ti, porque la vida no nos prepara para hacer amigos «nuevos» desde cierta edad – empatía, cordialidad, sí, pero no este tipo de amistad tan rara sólo fuera de la pobreza y el miedo a ser mala inter Negro Yo no lo llamo amor. Pero es amor y los dos sabemos, aunque nos tomó más de 10 años entenderlo: tú, por indiferencia, distracción, y como yo sabría después, por timidez, y yo pensando que eras demasiado grande para ser parte de mi vida.

Fue entonces que me vino un poema de Nuno Júdice que leí antes de conocerlo y que se convirtió en un pedacito de mí por haberlo leído tantas veces y por haberlo elegido para contar el comienzo de una pasión prohibida de una inútil niña por un hombre que ya está muerto, pasión  transformadora como todas las demás. Nuno Judice dijo, y cito algunos versos en color.

«Ahora recuerdo que tengo que quedar contigo, /

en algún lugar donde ambos podamos hablar /, de hecho, sin ninguna de las ocurrencias de la vida /

Cuida lo que tenemos que decirnos. Muchas

veces / recordaba que ese lugar podía

ser, incluso, un lugar sin nada especial, /

como la esquina de un café, frente a un espejo/

que podría servir de excusa /

para reflejar el alma, la impresión de la tarde (…)

Y de repente, el sentido de despedida, y que cada uno de nosotros/

lleve consigo al otro, dejando atrás a sí mismo / como si un intercambio

de almas fuera posible.

Porque a mí, ¿sabes?, siempre me falta el sentido de la despedida, de todo lo que dice el poeta y sólo me queda la sospecha de que tal vez el intercambio de almas es posible y que, como Roland Barthes, puedo decirte: C’est donc un amoureux qui parle et qui dit,.  sin ir a un café o a un restaurante, no tanto yendo cientos de millas para nada nuevo que decirse el uno al otro. Entonces pensé que este viaje, este adiós, podría tener lugar en un lugar que tu hubieras amado / Y así  es como Amarante llegó a mí, por alguna razón que ignoro, porque nunca había estado. Pero / me pareció que visitar la casa de Pascoaes y sobre todo el jardín y la galería de cristal donde, yo estaba muy seguro, te encontraría leyendo Pynchon o escribiendo poemas trágicos, fue el momento y lugar ideal para esta despedida que nunca sucedió  porque, aunque no lo vayas a creer,  en un alma y en tus 21 gramos,  los que mueren dejan en nosotros una sonrisa, una palabra susurrada, un recuerdo, aún más difuso. Y de hecho, ahí estabas tú, sobre tu espalda y me pregunté si sería o no tú, quién podía ser aquel hombre familiar,  el amigo fantasmal que siempre aparece, en los momentos más inesperados de nuestras vidas.

Estaba lloviendo (siempre llueve en Amarante) y las paredes de cristal no permitían certezas, así que me quedé, muy tranquila, esperando a que volvieras y que tu tímida sonrisa fuera la despedida que ambos elegimos para ese último momento. Y mi cara, como dirías, se esfumaba cada vez más y sentía que cada vez se veía menos, y no importaba cuánto intentara gritar Simon o Sebastião, la voz no se escuchaba, me había convertido en un eco que, sin un grito primordial, no existía, no podía existir.

Me quedé muchas horas en la galería, sintiendo la tormenta que venía, hasta que me di cuenta de que nunca nos volveríamos a ver, es decir, te vería, como el ángel Damiel, alias Bruno Ganz, posado en la biblioteca, viéndola llenarse de libros tuyos, sólo yo y Tu, compartiendo algo a solas porque los ángeles no saben leer.

María Manuel Viana.

 

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