Hammershøi

(Una conversación con Álex Nortub) /  20 de octubre de 2010. En un café de la Diagonal (Barcelona).

Tras atendernos con una amabilidad desmedida y servirnos lo que le hemos pedido, el camarero nos interrumpe cada dos por tres con absurdas preguntas sobre el estado de nuestras consumiciones. Por un instante temo que pretenda sabotear la entrevista. Supongo que es una de esas situaciones extrañas que suceden cuando uno se encuentra cerca de Enrique Vila-Matas. Poco después deja de atosigarnos y, aunque permanece tras la barra sin quitarnos ojo, comenzamos a charlar susurrando y mirando hacia los lados, como si fuésemos un par de espías intercambiando secretos.

Hace tiempo que me llama la atención que nunca te pregunten por las muchas referencias a pintores en tu obra, pintores como Francis Picabia, Georgia O´Keefe, Paul Klee, Edward Hopper, Giorgio Morandi o, más recientemente, Vilhelm Hammershøi en tu novela Dublinesca. Me pregunto de dónde viene ese interés tuyo por la pintura. ¿Tiene algo que ver que tu hermana Tere se haya dedicado a ello, concretamente a la pintura oriental según cuentas en Dietario voluble?

-Mi hermana Tere, gran pintora, lleva más de cuarenta años sumergida en las técnicas y filosofías de la pintura tradicional de China, y lleva ahí sumida en ese extraño y atractivo mundo –en este país pocos habrá que dominen la técnica de la pintura oriental como ella- sin haber hecho ruido, con una pulsión poética infinita, de obra admirable, secreta para tanta gente, aunque no para mí y para algunos, que hemos ido siguiendo su evolución estética a través de los años… Y sí, es curioso. He hecho casi doscientas entrevistas acerca de Dublinesca (en Francia, en Venezuela, Colombia, Perú, Argentina, México, España…) y nadie me ha preguntado por Hammershøi, por ejemplo, cuando trabajé como un loco toda la novela teniendo a la vista su cuadro sobre el British Museum. Lo veía tanto cada día y a todas horas mientras escribía mi novela que cuando fui a Londres y por casualidad llegué a Montague Street supe desde el primer momento que, aunque cambiada, aquella era la calle del cuadro de Hammershøi, que estaba dentro del cuadro y de mi propia novela. De no haber estado dentro del cuadro, es decir, de no haber pisado Montague Street, no habría podido detectar esa presencia de fantasmas en toda la calle. Y sí, es raro que nadie –de entre tantas entrevistas- me haya preguntado nunca por Hammershøi cuando uno de sus cuadros juega un papel determinante en mi libro. Para mí es la prueba de que me entrevistan sin haber leído bien la novela. Eso trae luego como consecuencia  que la gente clasifique o juzgue mis libros sin haberlos leído.

Da la casualidad que los pintores mencionados en tus últimos libros son más bien realistas, como Hopper, Morandi o Hammershøi, pero al mismo tiempo transmiten cierta sensación de irrealidad, cierta atmósfera metafísica e inquietante. Podría decirse incluso que, con ciertas diferencias, son pintores de lo que pasa cuando parece que no pasa nada. No sé si sientes el mundo de esos pintores cercano al de tus libros. Quizá te hayan influido de alguna manera.

Son pintores –Hopper y Hammershøi, sobre todo- obviamente literarios. De Hopper recomiendo encarecidamente el libro que sobre él escribió el poeta Mark Strand (en castellano se encuentra en Lumen). Con Hammershøi di vueltas durante una temporada con Dominique González Foerster alrededor de su lienzo Las cuatro habitaciones. Pensamos en una instalación de Dominique que tuviera esa estructura de espacios caseros vacíos. De hecho, Dublinesca, si lo pensamos bien, tiene tres habitaciones, tres únicos capítulos (mayo, junio, julio), quedando la cuarta habitación abierta al misterio.

hh

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.