UN PRECURSOR. [Ricardo Menendez Salmón / Diario de Mallorca.

RelSchwob1StevensonMuseum200La capacidad de anticipación de Schwob

  • Diario de Mallorca
  • 17 Feb 2022
  • Ricardo Menéndez Salmón

Marcel Schwob.

portada

Por su modernidad, emanada del agotamiento de la andadura romántica y naturalista, y que cabe situar en la estela del simbolismo de finales de siglo, la obra de Marcel Schwob ha alimentado imaginarios como los de Borges, quien confesó la deuda de Historia universal de la infamia con el autor bretón, Michon, cuyas Vidas minúsculas no son ajenas al magisterio de su compatriota, o Vila-Matas, que tanto en sus novelas como en sus artículos ha reconocido la importancia en su trabajo del creador de La cruzada de los niños. Muy recientemente, Moisés Mori le ha dedicado un magnífico, emocionante estudio, en su espléndido No te conozcas a ti mismo, antilema schwobiano tomado de El libro de Monelle.

La mención a la imaginación no es gratuita. No en vano Vidas imaginarias, publicado en 1896, es el libro por el que Schwob es recordado y admirado en todo el mundo, una púrpura que, en ocasiones, ha ahogado la importancia del resto de su producción. Tal es el caso de Corazón doble, su primer libro de ficción, publicado en 1891. Las treinta y cuatro piezas que componen este volumen aúnan los motivos centrales del corpus schwobiano, y funcionan como un precipitado, casi como una decantación alquímica, de la que será la poética que anime su obra.

Esta poética posee un doble sentido. Por un lado, Schwob es un acérrimo defensor de lo singular, de lo irrepetible, del individuo. Toda su literatura es una enmienda al gran fresco, a la novela exhaustiva y extenuante, omnicomprensiva en sus fuentes y aspiraciones. Schwob viaja del detalle a la regla, de la anomalía a la ley, de lo ambiguo a lo común. Su atención se dirige sin desmayo a la excepción, pero no a una excepción hecha necesariamente de nombres célebres ni gestos sublimes, sino que la verdad de una época puede hallarse en sus márgenes ignoradas: la pena de una huérfana, la pasión de un bandido, la cotidianidad de los pescadores que fatigan el Atlántico. La segunda cuerda con que vibra el instrumento de Schwob es su elogio de lo intuitivo. Expresó esta idea en una carta a otro colega irrepetible, Octave Mirbeau, el autor de la bizarra El jardín de los suplicios. Escribe Schwob: «La obra de arte tiene la oscuridad inconsciente del tubérculo que germina. No es necesario comprender todo. Las prescripciones confusas son tan bellas como las claras». En Corazón doble esta apreciación adquiere rango de dogma y desborda cada página. Schwob es en estos fragmentos audaz y libérrimo, y logra conciliar un saber abrumador (su formación, grosso modo, fue la de un enciclopedista) con una sensación de experiencia implacable (el escritor fue, hasta que su precaria salud se lo permitió, un degustador de la vida canalla parisina). Así, relatos como «Los tres aduaneros», «Las bodas de Arz» o «Los Sin Cara» transparentan los logros de un autor que, a caballo entre dos épocas, estaba mostrando a sus contemporáneos algunas de las vías más fecundas que transitaría la literatura por venir.

 

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