Personalmente, una de mis deudas mayores es con Enrique Vila-Matas, un ejemplo de escritor libre entre muchas tradiciones. Recuerdo con afecto que él mismo se ofreció a presentar mi primera novela, El desterrado, en un almuerzo de prensa en el Set Portes en Barcelona. Yo no me habría atrevido a pedírselo. Fue un gran apoyo, porque los periodistas me bombardeaban de preguntas y yo estaba aterrado por no saber cómo explicar lo que había escrito, era mi primera novela, hasta que Enrique levantó la mano, los apuntó con el índice con esa expresión que a veces parece furibunda pero que es de una profunda ironía y de un humor radical y les dijo: «la literatura pura no se debe explicar». Fuimos vecinos del mismo barrio de Gracia durante varios años hasta que se mudó al Eixample. Es un placer y un reto intelectual conversar con él. La última vez lo vi en Nantes y nos disputamos ferozmente un ejemplar de Las aguas estrechas de Julien Gracq. Hay foto. Luego está mi maestro catalán, Enric Sullà, un gran estudioso del arte narrativo de quien aprendí mucho, por él descubrí la poesía de Carles Riba. Fue mi director de tesis doctoral y me invitó a dar clases de literatura en la Universidad Autónoma de Barcelona. De igual manera, Óscar Vilarroya, uno de los más destacados investigadores de neurociencias en España y que también escribe teatro y narrativa, de quien traduje al castellano uno de sus ensayos y es un gran amigo. Y hay muchos más amigos y amigas españoles, tendría que escribir un libro sobre todos ellos.
Por supuesto, también hay mucho que criticaría de España. El medio literario se ha frivolizado en gran parte, quizá por la banalización del mundo editorial global. En algunos editores, hay una soberbia inexplicable, cuando lo que hacen es replicar lo que descubren editores realmente arriesgados en Frankfurt, París, Bologna, Londres y Nueva York. Gran parte de la crítica literaria periodística está sometida a la industria editorial y a un endogámico espíritu de capilla y sus críticas no se diferencian de notas promocionales, con excepciones contadas como J. Ernesto Ayala-Dip y pocos más. Muchos escritores catalanes actuales, casi todos, me decepcionaron cuando se sometieron sin autocrítica al discurso nacionalista o se quedaron callados, y muchos siguen callados convenientemente. Luego de conocer el famoso seny, apenas llegué a Barcelona en 1998, me pasé años preguntándome dónde estaba su contraparta, la rauxa catalana. La respuesta llegó devastadora diez años después.
Aprecio y admiro a grandes poetas, narradores y ensayistas españoles. Son ineludibles Antonio Gamoneda, Leopoldo María Panero, Gimferrer, Gabriel Ferrater, Olvido García Valdés o Chantal Maillard. La prosa de las novelas y los ensayos de José María Ridao, desde Mar muerto a Radicales libres, Filosofía accidental o El vacío elocuente es deslumbrante, única, uno de los autores europeos de primera línea, en la línea de Semprún, Goytisolo, Vila-Matas, Marías o Cercas. Josep Pla es un maravilloso planeta aparte. Y ya hablé de mi devoción por la mayor prosista y pensadora española, María Zambrano. (De una larga entrevista para Cuadernos Hispanoamericanos)