EL MENSAJE SUSPENDIDO [Café Perec]

1580732164_076895_1580733167_noticia_normal_recorte1Cuando Macedonio Fernández le hablaba directamente al lector, alcanzaba momentos raros, diría que levemente portentosos. En mitad de Papeles de Recienvenido, por ejemplo, dejaba caer de pronto esto: “Por ahora no escribo nada; acostúmbrese. Cuando recomience se notará”. Ya no sé cuántas veces me he reído con ese abrupto fragmento, que habitualmente me divierte porque no consigo entenderlo del todo, aunque, en los días en que me ocurre lo contrario y en parte lo comprendo, me recuerda lo burda que puede llegar a ser esa creencia de que un novelista se pone a escribir porque tiene “algo que decir”.

Claro que aún más burda puede ser la creencia de que el novelista sabe de antemano lo que va a decir cuando, a fin de cuentas, antes del trabajo artístico no hay nada, no hay certeza, no hay tesis, no hay mensaje y, después del mismo, aún se ve más claro que tampoco hay nada de todo eso y que creer que el novelista tiene “algo que decir” y por tanto ha de buscar una forma de trasmitirlo es un error. Porque la forma de trasmitirlo es precisamente lo que está ahí en juego: esa forma tantas veces oscura que más tarde será el contenido incierto del libro.

¡Y tan incierto! Pero es que, además, en el hipotético caso de que el libro sea buenísimo, aún va a resultarnos más ridículo tratar de explicarlo, porque es imposible ser un buen artista y a la vez capaz de explicar de manera inteligente tu trabajo. ¿Y no hablaba de esto Coetzee cuando dijo que una de las cosas que la gente no suele comprender de los escritores es que uno no empieza por tener algo de lo que escribir y entonces escribe sobre ello, sino que el proceso de escribir propiamente dicho es el que permite al autor descubrir lo que quería decir y que normalmente es de contenido incierto?

Quizás por todo esto, cada día encuentro más demencial escuchar a un novelista que, enmarañado en la promoción de su novedad, se aviene a contar un argumento, la manida trama de su novela. Y tal vez por eso me divirtió una barbaridad, por lo insólita, la reciente entrevista a Lobo Antunes en Página 2, en la que el portugués escapó de toda referencia a la trama de su (en realidad irresumible) novela diciendo que la había olvidado por completo para poder encontrar nuevas formas y comenzar otra. Fue un momento atípico y al mismo tiempo cumbre de la historia más reciente de nuestra televisión pública, y así me pareció que lo entendía también, con su sonrisa cómplice, el entrevistador, Óscar López. Fue un momento genial en el que, oyendo a Lobo volví a acordarme de lo cargantes que pueden llegar a ser los novelistas que resumen sus tramas y sugieren cuáles son sus mensajes. Y sí. Fue todo tan extraordinario que hasta hubo quien creyó ver que el mensaje de la novela olvidada de Lobo se movía por arriba entre las nubes, suspendido allí en lo alto de la nada. Fue un instante tan perfecto que ni falta le hizo a Lobo preguntarnos si se notaba mucho que había encontrado una nueva forma y que ésta, recomenzando a cada momento, iba ya camino de ser el contenido incierto de su nuevo libro.

 

El artículo en El País

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