DEL CUADERNO DE TRABAJO de ‘ESTA BRUMA INSENSATA’.

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En cualquier momento puedo estar escribiendo. En cuanto al proceso de trabajo, lo que puedo decir de la novela que estoy ahora haciendo es que no paro de corregir. El otro día me acordé de una frase de mi admirado Monterroso: “Yo no escribo, solo corrijo”. Y sí. Estoy escribiendo un libro y estos días abordé el décimo capítulo, que calculé que tendría unas mil palabras. Eso me animó a escribirlo mucho más que si hubiera pensado que tendría que tener, por ejemplo, cinco mil. En ese décimo capítulo tenía que describir un viaje en coche de Cadaqués a Barcelona. Conducía un viejo pintor de paredes de Cadaqués y un mal pintor de marinas; y de copiloto llevaba al narrador del libro, que pronto sentía que avanzaban muy poco en la carretera a pesar de que ya llevaban una hora de viaje. También le parecía que el mundo no estaba acabado de hacer y que quizás estaban en el infierno, porque se movían como si estuvieran en la eternidad. Hice un primer borrador de casi mil palabras. Lo imprimí y taché unas trescientas. Quité toda la grasa y las cosas que no eran necesarias. Y volví a redactar todo el capítulo. A medida que lo redactaba surgían nuevos elementos. Ayer me di cuenta de que tal vez había escrito que el mundo “no estaba acabado de hacer” quizás porque mi novela, a diferencia de otras que había escrito, se demoraba más de la cuenta y no estaba nunca acabada de hacer. ¿Me he vuelto más exigente conmigo mismo con los años? Seguro. En fin: hay pocas certezas en este oficio. Y una de las pocas es que sin dominar el duro arte de corregir no hay nunca un buen escritor.

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