¿Qué es real? ¿Qué forma parte de nosotros y qué es lo que nos toca, nos impregna o nos nubla la vista? ¿Qué nos deja ver esta bruma insensata que no es tan externa como a veces creemos?
Cuando uno abre un libro de Vila-Matas es consciente de que va a iniciar un viaje que, gracias a las primeras páginas, sabe dónde empieza, pero no donde acabará, porque el trayecto que propone siempre es único y peculiar. Su estilo es reconocible y también algunos de los elementos de su universo, como la figura de Pynchon o ese juego entre aquello que uno es y lo que finge ser, entre lo que se esconde y lo que uno representa ante los demás; sin embargo, al final, como lector siempre te encuentras ante un juego del que podrías querer conocer las reglas, pero que se disfruta más si uno se adentra a ciegas, dispuesto a disfrutar.
Cualquiera que se haya enfrentado alguna vez a un libro de Vila-Matas sabe que detrás hay un gran conocimiento de la literatura y la escritura, que la red de referencias existe y que no está allí porque sí. No resulta extraño, entonces, que el protagonista de «Esta bruma insensata» sea un tejedor de citas, un hombre capaz de crear a través de ellas. ¿Es una manera de decirnos que, al final, todo lo que leemos acaba formando parte de lo que creamos? Si la realidad física nos toca y nos afecta; si la manera en que vemos y escogemos no ver lo que ocurre a nuestro alrededor es una manera de leer no solo las palabras; si las frases que otros escriben nos empapan y traspasan el cerebro, ¿cómo saber lo que es propio y lo que no? ¿Cómo saber si somos auténticos o hemos ido desapareciendo vestidos de otro? ¿Cómo saber si lo que nosotros hemos escrito no ha acabado formando parte de un trozo de otra persona, de otra obra que ni siquiera conocemos?
Con toques de humor, el retrato que nos ofrece Vila-Matas en este libro es múltiple: vemos los hechos de un momento histórico concreto; leemos frases precisas de escritores con nombre y apellido; transitamos por paisajes reales como son Barcelona y el Cap de Creus… Pero todo eso es el marco, el lugar físico por el que se mueve el otro retrato, el de esa relación entre hermanos que juegan a aparecer y desaparecer, a ser contra el otro, a esgrimir argumentos sobre la creación, moviéndose a menudo entre el desprecio y la ausencia, entre la desaparición y la invisibilidad, cada uno de ellos a su manera.
Querer describir o acotar este libro es arrancarle una de sus virtudes, que es la posibilidad de dejarse llevar por la voz narrativa de Simon, que va y viene, se enreda en el presente y en sus pensamientos, en el pasado y los recuerdos de personas y situaciones que forman un puzle extraño y a la vez completamente lógico. Y es que, al fin y al cabo, no somos tan ordenados como nos gustaría ser, ni tan auténticos o inamovibles. ¿Qué es real? ¿Qué forma parte de nosotros y qué es lo que nos toca, nos impregna o nos nubla la vista? ¿Qué nos deja ver esta bruma insensata que no es tan externa como a veces creemos?